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10 años de Kirchnerismo.
Crónica y análisis en función de la dinámica política argentina.
Lic. Prof. Pablo D. Bello
“yo veo el futuro repetir el pasado, veo un museo de grandes novedades
y el tiempo no para, no para, no.”
Estribillo de la canción “El tiempo no para” de La Bersuit Vergarabat
Enfoque y desarrollo
En estas páginas proponemos un análisis de los años del kirchnerismo en el poder, teniendo en
cuenta cómo fue su llegada al gobierno y sus etapas en el ejercicio del mismo. Nos basamos en un
marco teórico de grado intermedio, en el sentido de no enfocarnos en lo micro, por eso no
hacemos una biografía de personalidades, mientras que los fenómenos macrosociales y las
categorías de mayor abstracción conceptual aparecen como complementos o marco para la
comprensión del interjuego entre grupos, organizaciones, y actores sociopolíticos relevantes.
Además el marco teórico es ecléctico, ya que tiene un pie en la tradición conceptual del
materialismo histórico dialéctico y otro pie en las tradiciones de la teoría de las elites y del
realismo político (en la implicancia de no atribuirle a ningún actor una esencia redentora o
diabólica, y considerándolos con una racionalidad acotada e incluso contradictoria por sus propias
características y coyunturas). Estas líneas presentan el formato de una crónica en la que se van
intercalando consideraciones conceptuales y ciertas especulaciones, y hacia el final se presentan
una serie de escenarios políticos alternativos para el próximo bienio y las elecciones de 2015. El
enfoque pretende ir más allá de un relato periodístico, y plantear los sucesos de forma que se
supere lo limitado e insustancial de un análisis meramente institucionalista del régimen político, y
a la vez sin caer en dogmatismos, posiciones arcaicas y maniqueas, o presunciones conspirativas
tan de moda en Internet, las librerías de saldos o cierta prensa partidaria.
La crisis y el trabajo de hormiga.
El kirchnerismo como adjetivo calificativo para aludir a una fuerza política toma gran significación
a partir de la elección del año 2003, que fueron los primeros comicios tras el estallido de la crisis
sociopolítica en 2001. Pero el Kirchnerismo ya tenía una entidad definida desde antes, dado que
no fue una creación ex novo de esa coyuntura, desde el reinicio de la democracia Néstor Kirchner y
familia se habían movido en la escena pública a través de las estructuras del justicialismo-
peronismo, en sus inicios de militancia política la pareja de Néstor y Cristina había compartido el
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vértigo de la Juventud Peronista, ligada emocionalmente al líder fundacional pero al mismo
tiempo encantada con experiencias socialistas y de liberación nacional. Tras el golpe militar de
1976 se recluyeron en el sur patagónico abocándose a tareas profesionales en el ejercicio del
derecho, para retornar a la actividad política con el reinicio de la democracia en 1983. En 1987
Néstor Kirchner, siempre en las filas del peronismo, se adjudicaba la intendencia de Rio Gallegos,
principal ciudad de la patagónica y poco poblada provincia de Santa Cruz, y más tarde se consagró
gobernador de dicha provincia durante pleno periodo menemista y de aplicación de políticas
neoliberales en el país, con el esquema cambiario de “convertibilidad” como un pilar central de la
política de estabilización monetaria. Esta formación política fue creciendo desde el pie, articulando
lentamente relaciones políticas dentro del justicialismo y con algunos sectores del mundo
empresarial (beneficiados en privatizaciones como las de YPF y YCF) y del sector financiero, como
Francisco Esquenazi, quien resultó beneficiado de la privatización del banco de aquella provincia
patagónica.
Durante el menemismo se desarrollaron muchas expresiones de resistencia a los proyectos
neoliberales del gobierno nacional, algunas se dieron desde el mismo seno del justicialismo, y si
bien el kirchnerismo no formó parte del núcleo duro de aquella gerencia política neoliberal, en
gran medida avaló y se vio favorecido por el gobierno menemista y su política privatizadora. Llego
a poner un pie en el tablero político nacional mediante la llegada de Cristina Fernández de
Kirchner al Congreso Nacional, la formación de un nucleamiento de dirigentes e intelectuales que
se denominó “Grupo Calafate”, y la participación de Néstor en la Liga de Gobernadores (un grupo
informal de gobernadores peronistas que se plantearon la articulación de muchas negociaciones
con el entrante gobierno de De La Rúa, actuando como un andarivel intermedio entre el aparato
peronista bonaerense acaudillado por Duhalde, y el menemismo ya menguante).
Entonces tenemos que previamente a que el calificativo “kirchnerista” tomara repercusión en los
medios masivos de comunicación existía un trabajo político importante donde se mezclaba la
experiencia en gestión pública, un crecimiento patrimonial asociado al manejo discrecional del
poder estatal, y el tendido de relaciones con otros actores del juego político y económico. Todo un
trabajo de acumulación política, un trabajo de “hormiga” al interior de la Constelación de poder
neoliberal, aunque desde un punto periférico de dicho entramado de poder. Ya en plena crisis del
país, con la caída del gobierno del radical De La Rúa y la implosión de la Alianza entre radicales,
socialistas y frepasistas, default mediante y con altísimas tasas de desempleo y marginación, el
kirchnerismo puso otro pie en la política grande, en la cancha de primera división.
Tras la caída del gobierno de La Alianza, y durante el complejo interinato de sucesores a De La Rúa,
el kirchnerismo fue tejiendo alianzas y haciendo movimientos que le permitieron cobrar cada vez
más protagonismo, tal es así que Néstor Kirchner llegó a sentarse en una conferencia de prensa
de mucha repercusión mediática con referentes políticos de otros espacios partidarios como Lilita
Carrió y Aníbal Ibarra en una especie de propuesta “alternativa y superadora” a la clase dirigencial
tan denostada con los cánticos de las movilizaciones callejeras que coreaban “que se vayan todos,
que no quede uno solo !”…
Pero a pesar de ese primer amague de “transversalidad partidaria” el destino del kirchnerismo iba
a definirse mediante un acuerdo con el mismo Eduardo Duhalde quien tomó a Néstor Kirchner
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como el delfín para la sucesión presidencial –decisión de compromiso y con poca perspectiva que
toma el duhaldismo y que da cuenta de la vorágine en la que transcurrió el mandato provisional
del dirigente bonaerense-. Cabe recordar que aquella no fue la primer opción del cacique
peronista en ejercicio del Ejecutivo, quien previamente había establecido tratativas con otros
referentes peronistas como Carlos Reuteman y Juan Manuel De La Sota, con mayor nivel de
conocimiento en la opinión pública y provenientes provincias históricamente importantes, pero
tales tratativas quedaron en vía muerta sin trascender los por menores de las negociaciones. El
apoyo a Kirchner ni siquiera fue un “Plan B”, en realidad fue un “Plan C”.
En ese momento muchos analistas y periodistas minimizaron la figura del aspirante patagónico, y
lo veían como apenas un títere del poderoso cacique bonaerense, en gran medida esa visión era
justificada ya que Néstor Kirchner no contaba con gran conocimiento de la opinión pública como
un capital que hacer jugar, no tenía estructuras que le respondieran dentro del sindicalismo y no
parecía contar con otros aliados fuertes en los distritos determinantes en lo electoral, ni tampoco
el apoyo externo de alguna potencia u organismo internacional.
Esta carencia se expresó en una elección en donde no pudo sobrepasar el umbral del 23 % de los
votos en un escenario con una extraordinaria dispersión electoral y donde la primer minoría se la
llevo el ex presidente Carlos Menem con el 24 %, y el tercer lugar fue para López Murphy con un
16 % (este candidato era un economista liberal ortodoxo que había tenido un fugaz paso por la
cartera económica del gobierno de De La Rúa, así de confundido estaba el electorado).
A pesar de esto, el segundo puesto lo habilitó para ingresar al ballotage con las mejores
posibilidades de salir beneficiado de la polarización con Carlos Menem, quien ante la más que
plausible posibilidad de ser derrotado por primera vez en una elección decidió abandonar la
contienda, con lo que el kirchnerismo llegó al poder con un 23 % de apoyo electoral y en un país
con muchas heridas abiertas y todavía un alto nivel de movilización de protesta. Existía la sombra
de una débil legitimidad de origen para el nuevo gobierno que se blandía amenazante sobre el
electo candidato patagónico.
Hiperpresidencialismo y transversalidad
Más allá de lo crítico e incómodo de la situación, gran parte de los sectores movilizados, tal como
una fracción que respondía a los movimientos de desocupados, fue encorsetada y contenida a
partir de planes y subsidios asistenciales. Con esa estrategia de contención la constelación de
poder que se reconfiguraba ganó tiempo y evitó el surgimiento de otra constelación de poder
alternativa e instituyente de características más radicales (que por ejemplo pusiera en duda la
legitimidad de la deuda externa, o que iniciara un proceso de nacionalización de la banca o de
reforma agraria). Posteriormente, ya durante la administración kirchnerista esos planes
asistenciales fueron recortados de a poco o perdieron capacidad adquisitiva y significación frente a
una nueva realidad económica más auspiciosa, para ese momento los movimientos de
desocupados ya habían quedado aislados y perdieron peso político relativo, ya que las fracciones
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de trabajadores más activos y dinámicos se reinsertaron en el campo laboral, las fracciones
pequeño burguesas volvieron a sus lides consumistas, y las formaciones de desocupados quedaron
solo con un núcleo de militantes fuertemente ideologizados más una gran componente de
lumpenproletariado con dificultades para reinsertarse en los mercados laborales.
Los sectores gremiales entraron también en un proceso de convulsión interna, la renovación de
dirigentes sindicales no emergió como una avanzada generalizada, quedando solo acotada a
algunos gremios, y a la vez la central sindical más combativa, la CTA, empezó lentamente a
fracturarse entre opositores al nuevo gobierno kirchnerista, y otra línea que se alineaba con el
oficialismo.
Los últimos meses del mandato de Duhalde, con la conducción del equipo económico en manos de
Roberto Lavagna, algunas variables económicas parecían acomodarse favorablemente y el
contexto externo se presentaba como positivo a partir del aumento de los precios de la
producción agropecuaria y de nuevas tecnologías de siembra que dispararon la productividad de
las cosechas. Para devolverle capacidad de acción al Estado Nacional se había establecido un
sistema de retenciones que volcaba recursos de la producción privada del campo a las arcas
estatales, esto fue un elemento redistributivo central para el asentamiento de la nueva
constelación de poder. Al mismo tiempo en el momento más álgido de la crisis el gobierno
provisional de Duhalde obtuvo del Congreso la sanción de una ley de emergencia económica (Ley
de Emergencia Pública) que le sirvió al ejecutivo para concentrar recursos y tomar decisiones de
manera más rápida y también con más arbitrariedad, este fue otro de los ingredientes destacados
de la nueva configuración del escenario político. Esa Ley significó una cesión de derechos del
Poder Legislativo hacia el Ejecutivo, con la justificación en primer momento de la dimensión de la
crisis económica y social a la que había llegado el país. Pero la mega devaluación que significó la
salida de la convertibilidad cambiaria, el mantenimiento del corralito a los ahorros de innumerable
cantidad de argentinos, y los hechos de violencia con saña y muerte en la represión a los grupos de
desocupados en Puente Pueyrredon y Avellaneda en junio de 2002, marcaron un costo político
que al duhaldismo se le hizo imposible remontar a pesar de la mejoría económica de sus últimos
meses de mandato.
La crisis no derivó en una dictadura conservadora (“república cosaca”) ni en una revolución
socialista o nacionalista, la normativa constitucional -aún con las reformas de 1994- establecía un
régimen claramente presidencialista, y la dinámica política durante la crisis forzó un poco ese
esquema presidencialista para llevarlo gradualmente a un hiperpresidencialismo, que a su vez le
quedó servido al sucesor de Duhalde, pero a un sucesor que asumía su mandato con solo un 23 %
de los votos válidamente emitidos.
Al mismo tiempo el principal grupo multimedios del país, el grupo Clarín, se había alineado con la
sucesión pergeñada por Duhalde y mostró una línea editorial favorable para la estabilidad y el
blindaje mediático del nuevo presidente, dejando de lado e invisibilizando el trabajo de varios
periodistas que describían los aspectos más negativos de la administración kirchnerista en Santa
Cruz, donde esa formación política creció apoyada en prácticas corruptas consistentes en
aprovechar la función pública para engrosar negocios privados, y a la vez concentrando poder de
veto y censura, de hecho lo que no pudo disimularse era que fondos de la provincia habían sido
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girados al exterior, a Suiza, y nadie daba claramente cuentas de dónde estaban depositados. A
todas luces el poderoso oligopolio Clarín había decidido apostar a esta nueva figura como el factor
de equilibrio que le pusiera una salida definitiva al vacío de poder existente desde 2001 (la crisis
se inicia en el 2000 como una crisis de coyuntura política luego de la renuncia del vicepresidente
del gobierno de La Alianza, el frepasista Carlos “Chacho” Álvarez, pero el desmanejo y los ajustes
promovidos del ministerio de economía agrava la situación de estancamiento y desempleo, y la
crisis se expande avivada por la voracidad y violencia de la oposición peronista, la presión e
injerencia del FMI, y el vacio de representatividad, hasta transformarse en una verdadera crisis
orgánica desde fines de 2001 y durante varios meses de 2002, amainando hacia principios de
2003).
Así presentadas las cosas, y ya en el contexto de cierta recuperación económica pero con una
escena de tierra arrasada todavía humeante, el kirchnerismo tomó las herramientas que le dejaba
el gobierno saliente y se reinventó a sí mismo en un movimiento de sabio realismo político que
supo combinar aspectos reivindicativos y progresistas con ciertos elementos y personajes de la
clase dirigente tradicional menos identificados con el desastre institucional y económico reciente.
El kirchnerismo se manejó como un hábil coctelero de lo nuevo y lo viejo, de gente leal y de
equipos técnicos bien conformados, de experiencia y de innovación.
Esta primer etapa del kirchnerismo en la conducción nacional se inauguraba bajo la abstracta idea
de una transversalidad política, que se corría del eje de las estructuras del peronismo tradicional al
mismo tiempo que se alejaba de figuras desgastadas del neoliberalismo, y un esquema
hiperpresidencialista que le devolvía cierto equilibrio y centro a la dinámica política.
El mejoramiento de los indicadores económicos, la reactivación productiva y la disminución del
desempleo, junto con medidas políticas como el juicio político y el recambio de la denostada Corte
Suprema de Justicia que apoyó la oleada neoliberal menemista, o la rápida re-estatización de
algunas empresas y servicios, o la recuperación de las demandas sobre el juicio a los responsables
del terrorismo de Estado en la dictadura, o el mejoramiento de la inversión en educación, o la
reapertura de la discusión salarial en paritarias, o la creación del novedoso canal cultural
Encuentro, o las iniciativas a favor de reactivar el ferrocarril, fueron todas medidas que le
granjearon al nuevo elenco gobernante el favor de sectores medios y populares, y como
consecuencia hubo un vertiginoso aumento del capital político propio y una importante
desarticulación de la protesta callejera, que como explicamos párrafos más arriba en parte quedó
entrampada, aislada y dividida con unas limitadas concesiones desde el Estado y la constelación de
poder dominante.
El kirchnerismo tomó el control del Estado Nacional sin complejos y con la absoluta decisión de
establecer su autonomía para alinear al resto de los actores detrás suyo, obró con la tenacidad de
una potencia conquistadora, con certidumbre de sus acciones en corto y mediano plazo,
aprovechó sus circunstancias heredadas, mezcló su experiencia de gestión y su temperamento
leonino, y se vio favorecido por el visto bueno de otros actores sociopolíticos importantes, y la
impericia de sus opositores o potenciales oponentes.
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Si bien retuvo parte del gabinete de Duhalde, fundamentalmente al gabinete económico, fue
marcando cada acción gubernamental con un sello propio y distintivo que rápidamente le dieron
frutos.
En un artículo anterior propusimos la idea que la constelación de poder dominante neoliberal
había caído en el marco de una crisis orgánica del bloque histórico del capitalismo periférico
durante el bienio 2001-2003 (con una etapa dramática entre diciembre de 2001 y junio de 2002, o
sea entre la imposición del “corralito”, y la convocatoria a elecciones anticipadas luego de los
asesinatos de Avellaneda-Puente Pueyrredon), pero que muchos de sus actores e intereses
pudieron mantener sus privilegios y roles de dirección social porque participaron de la génesis de
una nueva constelación de poder “heterodoxa”. Esa nueva constelación de poder heterodoxa es un
entramado que sin salir del capitalismo, se encuadra en un funcionamiento con más intervención y
regulaciones estatales, en cuya conducción o gerencia política quedó colocado (se supo colocar) el
kirchnerismo. Esta nueva constelación tuvo su alumbramiento con los interinatos posteriores a la
caída de De La Rúa, especialmente con los meses en que Duhalde ocupó el ejecutivo, y luego vino
la etapa de gerencia kirchnerista, en donde, por las características especiales de esa gerencia,
hablamos de “Konstelación heterodoxa”, reforzando semánticamente la impronta que “los K” le
dieron.
El vacío de poder de aquella crisis orgánica, donde la crisis de representatividad fue un
ingrediente destacado y no del todo saldado, se resolvió a través de la combinación de dos
procesos sociopolíticos, dos procesos en los que aventuramos hacer confluir tradiciones
sociopolíticas muy distintas, por una lado el proceso representado en la idea de “bonapartismo” o
“cesarismo” surgida del pensamiento de izquierda y marxista (y que tiene relación con el
hiperpresidencialismo del que hablamos párrafos arriba), y por otro la idea de “equilibrio de
elites” del arsenal teórico de Vilfredo Pareto (en la coyuntura que tratamos la avanzada
transversal es en cierta forma la que se asocia a tal reequilibrio), este autor en su desarrollo sobre
los “zorros” y “leones”, alude a que una elite dirigente se caracteriza por un cierto entendimiento
entre personas de distintas características, a las cuales simplificó en las categorías de “zorros” y
“leones” siguiendo la célebre metáfora utilizada por Maquiavelo en El Príncipe. Básicamente la
idea de Pareto es que una elite política dirigente no necesita estar conformada por sabios al estilo
de la utopía platónica de La República con sus filósofos guerreros, sino que alcanza con dirigentes
que se puedan complementar en determinadas aptitudes personales, así los zorros son
portadores de determinadas aptitudes y los leones de otras. Cuando esa elite se desbalancea, ya
sea por excesos de zorros o de leones, entra en crisis. Aunque con una tipología muy simplificada
Vilfredo Pareto puso mucha atención en los importantes factores actitudinales, motivacionales, y
psicológicos de los grupos dirigentes.
De esta forma Néstor Kirchner, o también podríamos decir la sociedad conyugal-política del
binomio Néstor-Cristina, lo que algunos denominaron el “doble comando”, emergen como un
factor novedoso y que concentra el poder político aprovechando una tremenda beligerancia
entre distintas fracciones de clase pero que no acaba de tener una resolución definitiva. Así
mismo, y en forma complementaria, un proceso paralelo, dado el flujo y reflujo de la dinámica
política, va rearmando el elenco de las elites dirigentes no solo desde lo programático sino
también desde lo actitudinal y psicológico, estableciendo un equilibrio más optimo entre “zorros”
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y “leones” para sortear la crisis enterrando (¿enterrando?...) a la vieja “aristocracia” neoliberal,
como reza una de las famosas frases de Pareto: La historia es un cementerio de aristocracias.
Ese nuevo equilibrio de elites se podría resumir en la renovada conformación del elenco
gobernante ampliando el foco hacia los gobernadores, los intendentes de las principales ciudades,
los jefes de los principales partidos, los jefes de bancada en el Congreso, los jueces de los
tribunales superiores, el gabinete de ministros, y desde ya el presidente y su línea sucesoria. El
primer año y medio del kirchnerismo en el gobierno, y los resultados que obtuvo, son frutos de
esos dos procesos confluyentes (y también de los nuevos flujos comerciales).
El bonapartismo vía hiperpresidencialismo de la gerencia kirchnerista sobre la constelación de
poder dominante tendría cuatro patas, sintetizando:
-La desarticulación/fragmentación de las formaciones políticas representativas de las fracciones
de clase más importantes. Tanto el radicalismo como el justicialismo fueron afectados por el
desmoronamiento del gobierno aliancista y la crisis orgánica, pero los primeros en mucha mayor
medida.
-El corrimiento del presidencialismo constitucional hacia un hiperpresidencialismo cuasi de hecho
(mediante prácticas como la cooptación de intendentes, legisladores, gobernadores y otros
dirigentes y funcionarios; mediante nuevas y polémicas leyes que reforzarían el poder del
Ejecutivo; con la obstaculización de organismos de control; también debido al no tratamiento de
una nueva coparticipación de impuestos que favoreciera el federalismo fiscal, y mediante la
“trampita” de la posta dentro de la sociedad política de Néstor y Cristina que burlaba el límite que
establecía el texto constitucional a una reelección indefinida del presidente).
-El reforzamiento económico del Estado Nacional vía retenciones a la producción agrícola, y
cesación temporal de pagos de deuda externa (en este punto también podría cuadrar la falta de
federalismo fiscal).
-Control del poder militar. Este es quizá el aspecto del kirchnerismo sobre el que menos se ha
escrito y menos se conoce públicamente. Cuando hablamos de “poder militar” lo referimos a un
sentido amplio, no solo al control de las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad, sino a todos
los grupos con capacidad de “fuego”, con capacidad de intimidación por vía de la fuerza.
Estas cuatro condiciones le fueron legadas al kirchnerismo, y a su vez el kirchnerismo las gestionó
y perfeccionó, siendo en gran medida las que permitieron la autonomía del kirchnerismo en el
ejercicio de su conducción política y su concentración de poder.
Además de los procesos sociopolíticos confluyentes en el espacio nacional que mencionamos en
los párrafo anterior, y los cambios de contexto geopolítico y comercio global, también es
importante atender a importantes fenómenos macro-sociales de índole mundial que se venían
haciendo cada vez más notorios desde la segunda mitad del siglo XX, como la decadencia de la
estructura patriarcal de identidades y jerarquías rígidas, la mayor preponderancia del rol de la
mujer y de los jóvenes, el avance de las corporaciones transnacionales, o el desarrollo de nuevas
tecnologías de la comunicación en base a la informáticas y las redes digitales y satelitales. Todo
esto va confluyendo en un paradigma cultural heterogéneo, de reacomodamientos conflictivos,
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con evidentes fracturas , anomia social e incremento de traumas y adicciones, todo sazonado por
los valores políticos y culturales neoliberales expandidos vertiginosamente luego de la caída del
bloque soviético y la crisis del Estado Benefactor, y que en una síntesis muy apretada podríamos
definir como un corrimiento de los valores comunitarios hacia valores de individualismo
materialista de horizontes muy acotados (sin que esto implique negar la aparición de ciertos
colectivos sociales de características horizontales y flexibles pero que no representan una
tendencia general). Los traumas propios de la historia reciente argentina, más esos grandes
fenómenos mundiales van a ser surcos por donde también va a transitar el flujo de la dinámica
sociopolítica.
Volviendo al Kirchnerismo, esta formación demostró voluntad de poder y gran habilidad para
reunir recursos y administrarlos según el contexto de cada momento durante el desarrollo de la
crisis de 2001-2003. Desde una posición periférica dentro de la Constelación de poder neoliberal
hizo movimientos que lo condujeron al centro de una nueva Constelación de poder que regiría el
destino del país en la siguiente década. Varios de los otros actores importantes en lo económico,
lo comunicacional, lo político, lo organizacional, lo militar, y lo intelectual fueron aceptando la
nueva gerencia patagónica en aras de recuperar la “gobernabilidad”, obviamente gobernabilidad
capitalista, y no arriesgar privilegios acumulados.
Desde el comienzo de la crisis del gobierno de la Alianza (iniciada con la renuncia de Chacho
Álvarez a la vicepresidencia en octubre de 2000, y que se agravaría con los posteriores
desbarajustes económicos), se podría observar comparativamente el derrotero que siguieron
ciertas formaciones políticas como el duhaldismo, el delasotismo, el reutemanismo, el saaismo, y
el kirchnerismo. En particular las dos últimas presentan varias semejanzas en su composición y
características, aunque los resultados fueron bien distintos para una y otra, tanto el kirchnerismo
como el saaismo pertenecen al universo peronista, proceden de provincias con poca población y
poca “densidad cívica” (asemejándose a lo que el politólogo argentino Guillermo O´Donnell
denominó “zonas marrones” de la democracia), las dos formaciones ocuparon un lugar en la
constelación de poder neoliberal pero sin acceder a una posición central, y ambas demostraron
voluntad de poder para reconfigurarse y lanzarse al centro de la escena en el proceso de la crisis.
Pero mientras el saaismo “primerió” y terminó rápidamente eyectado de escena, el kirchnerismo
vino “corriendo desde atrás” y llegó a sobreponerse a cada uno de los otros aspirantes a la
gerencia política del nuevo entramado de poder. Sin duda Maquiavelo y Sun Tzu habrían halagado
a las huestes de Néstor y Cristina por su decisión y sentido de la oportunidad, el Cardenal Richelieu
y el Príncipe Potenkim también habrían quedado embelesados.
Llenar el vacío de poder de la crisis de 2001-2003 y estabilizar una constelación de poder
dominante le significó a Argentina evitar un conato de guerra civil y posible fragmentación
territorial, con las catastróficas consecuencias sociales y humanitarias que tales situaciones
hubieran tenido. Pero no le sirvió al país para saldar las tensiones de un funcionamiento social con
mucha inequidad e injusticia. El cambio de la constelación de poder no significó modificar el
bloque histórico de capitalismo dependiente, por el contrario sostuvo su hegemonía, pero a la vez
quedó irresoluta la crisis de representatividad que mantiene en el disconformismo a muchos
grupos sociales. Perduran espacios de potencial confluencia entre los sectores marginados, los
sectores explotados, y los sectores disconformes. La desactivación de la crisis orgánica también se
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relaciona con que en Argentina no se mezclaron otros ingredientes como conflictos religiosos,
regionales, étnicos, desastres climáticos, o la intervención desembozada de potencias extranjeras,
tal como sí ocurrió en otros contextos de África y Medio Oriente en periodos más recientes.
Consolidación kirchnerista, el Kraken es domado.
Como conclusión del primer apartado, y teniendo en cuenta que este articulo versa sobre el
kirchnerismo y sus circunstancias, podríamos decir que la palabra que mejor lo define en su
incursión en la cancha grande de la política nacional es : “sorpresa”. En octubre del año 2000
ningún politólogo, dirigente o gurú periodístico, hubieran predicho lo que pasó en el país de la
forma en que sucedió, menos que este pingüino (como a Néstor Kirchner le gustaba definirse)
sería presidente unos pocos años después, y menos aún que su presidencia llegaría a consolidarse
de tal forma que abandonaría el gobierno con los niveles más altos de popularidad de cualquier
otro presidente argentino.
Propios y extraños fueron “madrugados” por el vendaval patagónico que sin pausa rearmo el
escenario político y le devolvió al Estado Nacional un vigor por momentos atemorizante, aunque
ese renovado brío era atenuado a la vez por la tendencia autocrática del ADN kirchnerista.
Luego de la asunción en el gobierno, con el esquema de retenciones y la ley de emergencia
económica heredadas del interinato duhaldista, trabada la posibilidad de rearmar el esquema de
coparticipación federal de impuestos, con el arma intimidatoria de las intervenciones federales
(usada rápidamente en 2004 para derrumbar el gobierno cuasi feudal de la familia Juárez en
Santiago del Estero) y con el poder de entregar “Planes Trabajar” a tal o cual agrupación
discrecionalmente, el kirchnerismo se dirigió sin pausa a preparar su batalla inevitable, la prueba
por su consolidación, y no podía haber consolidación si no disciplinaba a ese calamar gigante
(Kraken) que es el peronismo. Desde su asunción hizo un trabajo fino y constante para rodearse de
nuevos aliados y para dividir el contingente enemigo. El núcleo duro de la gerencia kirchnerista no
tenía tolerancia a un esquema de cohabitación política, tanto la concertación de la estructura
ministerial de los primeros meses con funcionarios designados por Duhalde, como la idea de
“transversalidad”, no significaban en la lectura kirchnerista un sistema de gobernabilidad
colegiado o coaligado.
La tironeada de mechas entre las “Coronelas” (o sea el intercambio verbal de provocaciones entre
Cristina Fernández de Kirchner e Hilda “Chiche” de Duhalde) en el escandaloso Congreso del
Partido Justicialista en Parque Norte en marzo de 2004, fue el “casus beli” para comenzar a alistar
la tropa. El kirchnerismo armó su estrategia recreando la metáfora de un verdadero
enfrentamiento militar a todo o nada. A su intención de destronar a Duhalde de la conducción de
la estructura del Partido Justicialista la llamó “la madre de todas las batallas”, recurriendo a la
seducción de un objetivo épico, trascendental, contra el dirigente que encabezaba la facción
política que le había permitido llegar al poder y que hizo mucho del trabajo de parto para la
conformación de la constelación de poder heterodoxo, pero que justamente en ese trabajo de
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parto había quedado desgastado por la megadevaluación y ensangrentado por la represión de
Pte. Pueyrredon- Avellaneda.
Los leones tiene ese brío e imponencia que históricamente les ha hecho figurar en el ideario
colectivo como una fiera regia, heráldica, pero la realidad es que cuando los leones atacan, no van
sobre el mejor espécimen de la manada que persiguen, no se trenzan en un combate temerario,
no, más bien espantan a sus asediados, los hacen correr, y en esa persecución van viendo qué
animal queda relegado por ser inexperto o por estar herido. El león tiene mejor prensa que las
hienas, pero su estilo de cacería no es muy distinto, que su rugido y su estampa guerrera no los
lleve a confusiones, este felino es un cazador pragmático, y así obró el kirchnerismo en esta etapa.
El duhaldismo era para ese momento un jabalí herido, el kirchnerismo se plantó en la convicción
de no ser un turista del poder, y por eso, con gran sentido de la oportunidad, se lanzó a dejar
inerte a su potencial competidor sin ningún tipo de magnanimidad ni reconocimiento. Consolidó
una herramienta electoral novedosa (el Frente Para la Victoria) con retazos de distintos materiales
(un poco de radicalismo, huestes perdidas del ex Frepaso, un poco de peronismo clásico con
sectores gremiales incluidos, expresiones guevaristas, algunos remedos del montonerismo,
algunos independientes que habían tenido sus minutos de auge en las asambleas barriales, y hasta
algunos ex menemistas), así acuñó el concepto un poco abstracto de “transversalidad” que encajó
bien con el nuevo tipo de paradigma político-partidario de estructuras centradas en liderazgos
mediáticos y flexibles, formaciones ad hoc que se apoyan en el marketing dirigido al costado
emocional de los electores . Todo muy posmoderno, pero a la vez, desde ese sentido catalizador y
ecléctico, guardando cierta relación con el surgimiento histórico del peronismo en la década del
´40 del siglo XX .
Obviamente para que este dispositivo pudiera ser competitivo, y progresivamente ganar densidad
territorial y sectorial, no dejó de aceitarse desde la misma cúspide del Estado, a la vez que
mantenía una conveniente alianza con otros actores de la constelación heterodoxa, como fue el
caso del Grupo Clarín que presentaba la política del nuevo gobierno con el elogioso y conveniente
calificativo de “neo-desarrollista”.
Los pasos que iba dando el kirchnerismo afirmaban cada vez más la nueva trama de dominación y
su posición gerencial dentro de la misma. Los cambios regionales en Latinoamérica, el
realineamiento de la política exterior (que tuvo su hito más firme en el desplante a la propuesta
del ALCA, como área de libre comercio impulsada por Estados Unidos) y la negociación con los
organismos crediticios, en especial con el FMI, le dieron al kirchnerismo un punto de apoyo desde
donde diferenciarse marcadamente de sus antecesores, el gobierno nacional tuvo la capacidad de
acomodarse al nuevo escenario regional e internacional, negociando y articulando entre facciones
de la alta burguesía nacional, internacional, y a la vez con expresiones políticas como el PT
socialdemócrata de Lula Da Silva, la corriente socialista bolivariana de Chávez Frías, o el
indigenismo socialista de Evo Morales. Posiblemente haya sido el gobierno que mejor se movió,
con más oportunismo, en esta etapa de reacomodamiento regional, de declive neoliberal y de
llegada de nuevos actores al continente. Podríamos decir que el Kirchnerismo fue como ese
pariente que aparece en todas las fotos del cumpleaños en la pose apropiada para la circunstancia.
Así alcanzó en pocos años, desde una posición marginal dentro de la Constelación de poder
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neoliberal, desde una zona marrón de la democracia, una posición de centralidad política no solo
en Argentina sino en el marco de las naciones sudamericanas (aunque Néstor Kirchner, ya
finalizado su mandato presidencial, no pudo coronar esa influencia con una presidencia pro
tempore de Unasur al ser vetado por Uruguay, por el gobierno de Tabaré Vázquez).
Ante el éxito de su operatoria política, la recuperación económica (expresada por ej. en la
disminución del desempleo, el crecimiento del PBI, y la conformación de un superávit tanto en la
balanza comercial como en las cuentas públicas) y el repliegue de la conflictividad social más
extrema, el Kirchnerismo tiene margen para ir ensamblando un discurso particular, un mensaje o
relato Épico-nacionalista-revisionista que eclipsa su pasado neoliberal, y también disimula la falta
de una verdadera renovación ética en las formas de hacer política, ya que si bien el programa
neoliberal es sustituido en varios de sus puntos, y hubo un cierto recambio dirigencial, las
prácticas prebendatarias y corruptas de la política argentina se mantienen vigentes en la nueva
constelación de poder.
El nuevo entramado de poder, o sea el “ovillo de fracciones de clase” y de relaciones de interés
mutuo entre ciertos actores políticos, sindicales, religiosos, económicos, intelectuales,
comunicacionales, con capacidad de acción militar o intimidatoria, etc., tiene, a pesar de tanta
variedad, una misma esencia reconocible en casi todos sus integrantes, y es su sed de ganancia y
de obtención de privilegios en el más puro sentido capitalista, su desinterés por el largo plazo y el
bienestar general de la sociedad, su tendencia a formar oligopolios o monopolios con la mayor
impunidad posible, su operatoria prebendataria y rentista, y su desprecio por los límites éticos o
legales. Tales actores tienen precaución y reparos solo frente a la competencia de otras elites,
ante la necesidad de una cuota de legitimidad social mediante el apoyo electoral, y frente a la
rebeldía social de las multitudes cuando estas se levantan y se deciden a enfrentar las acciones
represivas.
A pesar de lo atronador de su avance, el kirchnerismo debió enfrentarse a nuevas demandas
sociales, de distinta índole que las de la crisis 2001-2003 y que se levantan como oleadas que traen
nuevos elementos a la superficie. Así fue que en abril de 2004, tras el asesinato de un joven
previamente raptado, grandes contingentes sociales se movilizaron convocados por el padre de la
víctima, en las que se conocieron como las “marchas de Blumberg” en reclamo de mayor
seguridad frente a un avance del delito y de la violencia en la criminalidad. La constelación de
poder pudo campear estas demandas a través de un rápido tratamiento legislativo de nuevas
normas, más estrictas, pero la demanda por mayor seguridad iba a ser uno de los problemas
irresolutos que arrastraría la gerencia kirchnerista, que trató de minimizar la magnitud del
problema y de identificar estos reclamos como peticiones de la derecha política ideológica. A los
pocos días el dirigente social Luis D´Elia, recientemente aliado al kirchnerismo, dirigía la ocupación
de una comisaría en Capital Federal tras el asesinato de uno de sus militantes, la situación no pasó
a mayores pero demostraba que a pesar de un mejoramiento de la situación económica e
institucional la sociedad arrastraba heridas, desconfianza hacia las autoridades, y una
efervescencia mucho más acentuada que en los primeros años de democracia y durante el primer
lustro de la constelación neoliberal.
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Hacia finales de 2004, otro suceso incidiría sobre el tablero político e indirectamente sobre el
curso de acción del kirchnerismo, se trató del incendio de un auditorio de recitales donde
perecieron casi dos centenares de jóvenes asistentes. Tal tragedia derivó en un coletazo mortal
para uno de los principales aliados del kirchnerismo en su fase de consolidación, nos referimos a
Aníbal Ibarra, que dirigía una expresión residual del Frepaso que gobernaba la Ciudad de Buenos
Aires, uno de los principales distritos electorales y quizá el de mayor peso simbólico.
El titular del gobierno porteño, que desde una posición de centro izquierda se había acercado
tempranamente al kirchnerismo, contaba con buena imagen y grandes posibilidades de extender
su proyección política, pero la tragedia del boliche Cromañón levantó un manto de sospechas
sobre complicidades con empresarios, corrupción y fallas de controles que derivó en un proceso
de juicio político promovido por la oposición a su gobierno y por las movilizaciones de los
familiares de las víctimas. Hacia fines de 2005 Ibarra fue suspendido de su cargo y herido
gravemente en su carrera política.
De esta forma, el importante casillero de la Ciudad de Buenos Aires quedó servido para otra
formación política que ya había hecho pie en este territorio, se trataba de una nueva expresión
política de derecha posmoderna (apoyada veladamente por grupos económicos, incluido el Grupo
Clarín) y referenciada en el liderazgo casi unipersonal de Mauricio Macri, miembro de un clan que
gerenció uno de los grupos económicos más preponderantes en la constelación de poder
neoliberal. Pese a la inevitable identificación de su apellido con el menemismo y el
neoliberalismo, Mauricio Macri había tenido un baño de popularidad y obtenido reconocimiento
social luego de su exitosa gestión como presidente de uno de los clubes de fútbol más importantes
del país, ese fue su trampolín para el salto a la disputa política-electoral.
Esta sucesión de eventos en el centro político –simbólicamente hablando- del país le significó al
kirchnerismo perder posibilidades de influencia y control sobre uno de los presupuestos públicos
más importantes, y tener que cohabitar territorial/institucionalmente con una formación política
que, por derecha, le disputaba el control gerencial de la constelación de poder. La caída del
frepasista Ibarra le implicó perder un aliado y fue un golpe a su esquema transversal, pero a la vez
Ibarra era un potencial competidor por centro izquierda, con lo cual lo que perdía por un lado lo
ganaba por otro en la posibilidad de captar una porción de electorado que quedaba huérfano de
dirigentes. Pero justamente esa posibilidad fue malograda por el kirchnerismo, en el importante
casillero de la Ciudad de Buenos Aires no pudo hilvanar algo parecido a lo que logró en la Provincia
de Buenos Aires, luego de la caída de Aníbal Ibarra no pudo levantar una propuesta de su propio
cuño que fuera atractiva electoralmente para los porteños, como tampoco apoyarse en algún
aliado “domesticable” como hizo en los casos de Felipe Solá y Daniel Scioli en territorio
bonaerense.
Hacia principios de 2005, tomó fuerte repercusión en el sur de la provincia de Entre Ríos un foco
de conflicto que tendría ribetes nacionales e internacionales, se disparó una reacción de protesta
ciudadana por el avance de proyectos de industrialización para la producción de papel sobre los
márgenes uruguayos del Rio Uruguay, frontera natural con el vecino país. Fue sobretodo la ciudad
de Gualeguaychú la que levantó la mayor protesta a través de su asamblea ambiental, rompiendo
con representaciones tradicionales y poniendo en un fuerte entredicho a los gobiernos nacionales
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de ambas orillas, en un principio el movimiento fue visto con cierta simpatía por sectores de la
población que apoyaban la defensa medioambiental frente al interés de corporaciones
internacionales. El kirchnerismo tuvo una posición tolerante hacia los cortes de protesta del
puente que unía ambos países, con lo que se ganó la crítica y el resentimiento de la administración
socialdemócrata del Frente Amplio que recientemente había accedido al poder central en
Uruguay. El gobierno argentino acusó la violación por parte de Uruguay de un tratado binacional, y
se llegó a una instancia internacional de arbitrio. El gobierno uruguayo hasta estimó seriamente la
posibilidad de una escalada bélica.
No obstante lo combustible aún de la situación general, tal como los mencionados hechos señalan,
la marcha de los acontecimientos encontró al kirchnerismo haciendo un amplio festejo de su
primer año en el gobierno con un gran acompañamiento popular, con expectativas renovadas tras
lograr una importante restructuración del pago de una parte de la Deuda Externa (contendiendo
con el FMI, un destacado y poco simpático actor durante la Constelación Neoliberal), y dejando lo
peor de la crisis económico-política atrás. La hegemonía capitalista, y el encuadramiento
dependiente de nuestro bloque histórico capitalista se sostenía en la mutación de una
constelación de poder a otra, no se discutía a la serpiente, se discutía su piel, y la piel había
mudado.
Por otra parte, los eslabones o actores del establishment económico de la constelación dominante
fueron reacomodándose entre la amenaza, tibia, pero amenaza al fin, de procesos de
cooperativización obrera como los de la fábrica ceramista Zanon (que fue el punto más avanzado
de un fenómeno que involucró alrededor de ciento cuarenta empresas que habían sido vaciadas o
cerradas por sus propietarios), y por otro lado el fuerte proceso opuesto de transnacionalización
capitalista con la llegada de inversores que se quedaban con activos privados y recursos naturales.
Ese proceso de transnacionalización ya había tenido un antecedente importante durante la
constelación neoliberal y el proceso de privatizaciones del menemismo, que se enfocó como
objetivo central a empresas públicas (muchas de ellas monopólicas), y que fue enmarcado por
tratados bilaterales de inversión donde el capital extranjero contaba con ventajas y garantías,
aunque en ningún caso se le exigía una transferencia de conocimientos y tecnología hacia nuestro
país (la transnacionalización de la economía también iba a estar apalancada por el esquema de
convertibilidad cambiaria que semi-dolarizó la economía, por el endeudamiento externo, y las
políticas de desregulación).
En el proceso de transnacionalización durante la constelación heterodoxa hay distintas variantes,
como la llegada privilegiada de explotaciones sobre recursos naturales, para poner un caso
paradigmático se puede mencionar el de la canadiense Barrick Gold, o también mediante la
compra de porciones de empresas o holdings de la alta burguesía nacional, como en el caso de la
adquisición de PeCom (del holding Peréz Companc) por parte de la empresa brasilera mixta
Petrobras, o bien mediante la asociación de sectores de la alta burguesía vernácula y capitales
extranjeros como en el caso del Grupo Bridas donde confluyen capitales nacionales de la familia
Bulgheroni y de la autocracia china, que empezó a tener cada vez más peso e influencia en las
inversiones y como actor económico-político.
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Si bien es cierto que hay un cambio en el sentido de la transnacionalización económica durante la
gestión kirchnerista y el apogeo de la constelación heterodoxa, de ninguna manera se puede decir
que existió un corrimiento o una modificación importante del bloque histórico, la esencia del
bloque histórico de capitalismo dependiente en el que está enmarcada la realidad argentina
remite a su dependencia cultural, tecnológica, a su vulnerabilidad militar en defensa y
contrainteligencia, a la falta de producción de un conocimiento autónomo y competitivo, y
además a la dependencia extrema de sus recursos naturales ya que sigue siendo la producción
agropecuaria uno de los motores fundamentales de la economía, una producción de pobre valor
agregado. La dialéctica entre la dinámica política, la constelación dominante, y su gerencia política,
no han afectado la esencia del bloque histórico de nuestro capitalismo dependiente.
“La madre de todas las batallas” y el giro autocrático.
Para las elecciones legislativas de 2005, el gobierno puso audazmente en juego a su Reina, Cristina
Fernández de Kirchner se presentó a la candidatura de senadora por la provincia de Buenos Aires
enfrentando a la esposa de Duhalde, y llevando a la escena electoral el conflicto planteado entre
las dos facciones políticas que rivalizaban por quedarse con la gerencia política de la dominación.
Se ponían face to face el Frente Para la Victoria del kirchnerismo y el Partido Justicialista
Bonaerense donde revistaban aún muchos dirigentes de peso leales al duhaldismo. En ese comicio
el kirchnerismo cosechó los frutos de todos sus hábiles movimientos y oportunas medidas, además
de recibir el empuje del viento de cola que traía el nuevo contexto económico mundial. Los
resultados de la elección fueron contundentes y dejaron knock Out al duhaldismo, y alineó a todo
el peronismo tras la figura de Néstor Kirchner y la nueva senadora provincial. Fue el cenit de la
consolidación, luego de ganar “la madre de todas las batallas” ya nada parecía imposible a los ojos
del kirchnerismo.
Y acá se produce otro momento bisagra, se marca el inicio de una nueva etapa del kirchnerismo.
Ya con todo el respaldo de las estructuras políticas y sindicales del peronismo, con los
gobernadores alineados, el kirchnerismo se empieza a desembarazar de funcionarios heredados
de la administración duhaldista. La salida del ministro de economía Lavagna fue un hito de este
proceso. El kirchnerismo se retraía sobre sí mismo con una concentración de decisiones en su
núcleo duro y acercándose a posiciones más nepotistas y herméticas, se empezaba a deshilachar
el equilibrio de elites que balanceó esta experiencia bonapartista en sus primeros meses de
gestión. Hay una narcotización megalómana, propia de líderes que tras algunas victorias
importantes empiezan a vislumbrarse como infalibles, insustituibles, y predestinados, efecto
reforzado por toda una horda de aduladores que especulan con llegar a buenos puestos no por
mérito profesional sino por lealtad incondicional. Se produce un avance lento pero sostenido del
relato místico-mesiánico sobre el realismo político.
Esos cambios, a su vez iban acompañados de una iniciativa para formar cuadros juveniles propios,
de pura cepa kirchnerista como una apuesta a un oportuno trasvasamiento generacional en el
ejercicio del poder. Para capitanear esta iniciativa se apostó al hijo mayor del matrimonio
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presidencial, Máximo Kirchner, aunque este no parecía combinar las mismas aptitudes de sus
padres ni sentir la política de idéntica manera. Nació así “La Cámpora”, como una apuesta
fogoneada desde la cima de las estructuras de gobierno para tener una base de militancia de
absoluta lealtad, donde se combinaran la fuerza y entusiasmo de la juventud y la aparición de
nuevos cuadros técnicos. Pretendiendo emular el fenómeno de la “gloriosa JP” de los años
setenta La Cámpora se fue armando en base al aporte de algunos sectores juveniles de
organizaciones de DDHH, de algunos grupos universitarios, más toda una nueva camada de
jóvenes atraídos por las figuras de Néstor y Cristina y que iban a hacer sus primeras armas en la
militancia política. El debut en una tarea de importancia fue la administración de Aerolíneas
Argentinas, empresa aérea de bandera que había pasado por traumáticos procesos de
privatizaciones, y que fue estatizada en 2009. Aerolíneas Argentinas se convirtió en la experiencia
piloto de gestión para estos jóvenes kirchneristas y también en una plataforma económica para
sostener la organización, que se fue rápidamente expandiendo hacia distintas reparticiones del
Estado. Más adelante volveremos a mencionar la peripecia de este ensayo kirchnerista para
asegurar su continuidad.
El Kirchnerismo, a diferencia de formaciones políticas anteriores, no solo buscaba enriquecerse
con el paso por la función pública, sino ir más allá y convertirse en un verdadero holding
económico-político a través de toda una red de empresarios testaferros, y mediante un juego de
postas entre Néstor y Cristina para cederse el control gubernamental de uno a otro y
oportunamente heredarle la conducción política a sus ahijados políticos. Cuando aquello fue
percibido y dimensionado por otros actores de la constelación se fueron agravando las fricciones y
las disputas al interior del entramado dominante.
Néstor Kirchner llegaba al término de su mandato con un alto nivel de aprobación de su figura, y
una situación ya mucho más ordenada tanto de las cuentas públicas como a nivel de sus alianzas y
control político. La dinámica económica de la konstelación Heterodoxa había logrado estabilizar la
dominación capitalista, dotando de mayor dinamismo al mercado interno, haciendo crecer el PBI,
controlando las variables cambiarias y la inflación, logrando un superávit gemelo, y reduciendo los
niveles de desempleo. La estrategia elegida para darle continuidad a su gerencia política no fue
presentarse a la reelección sino postular a su esposa, acompañada en la fórmula de un aliado
radical, el mendocino Julio Cobos (para ese momento gran parte de lo que había sido el otro gran
partido nacional, el radicalismo, se había convertido, aparentemente, en un inofensivo furgón de
cola del justicialismo y la transversalidad kirchnerista).
Durante el año 2006, a instancias de un Congreso Nacional dominado por el oficialismo, se
prorrogó la Ley de Emergencia Pública, a pesar de que la situación política y económica se había
estabilizado y ya no existía la coyuntura crítica del momento de su asunción presidencial. No solo
se prorrogó esa normativa que había nacido como excepcional, sino que además se reforzó la
discrecionalidad del manejo de los fondos públicos a través de la ley 26.124 (conocida como ley de
“superpoderes”) que le daba a la jefatura de gabinete facultades para reacomodar partidas del
presupuesto nacional. También ese año se debatió en el Congreso Nacional una modificación a la
forma en que se tenía integrar el Consejo de la Magistratura, un órgano del Poder Judicial para el
nombramiento y suspensión de jueces. La Senadora Cristina Kirchner tuvo una destacada
intervención a favor de la iniciativa. Fue a partir de estas circunstancias, y seguramente muchas
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otras de tenor más reservado, que empezaron las asperezas y oposiciones con el grupo
multimediatico Clarín que desde su línea editorial sugería que esas normativas y reformas
implicaban un retroceso republicano. El blindaje mediático al kirchnerismo empezaba a
resquebrajarse. Ese mismo año también se inicio una desprolija intervención del gobierno sobre el
principal organismo de estadísticas del Estado, el Indec, el cual difundía toda una serie de
estadísticas sobre el desenvolvimiento de la economía, esto también fue advertido con un avance
regresivo del poder estatal, es decir como una acción dirigida a obstaculizar la transparencia de
ciertos datos. A pesar de que el gobierno de Néstor Kirchner favoreció a varios grupos
económicos-comunicacionales con la revalidación de concesiones en sus licencias televisivas (y
particularmente benefició al grupo Clarín en su proceso de monopolización de la transmisión por
cable, permitiéndole la fusión de Multicanal y Cablevisión), la época de romance entre el
kirchnerismo y el grupo Clarín había terminado, y la aversión y crítica de otros sectores
importantes del periodismo también se fueron acentuando. Para algunos integrantes de la
Constelación de poder dominante se hizo palpable que lo del kirchnerismo no era un fenómeno
meramente coyuntural, había un esquema bonapartista-hiperpresidencialista que lejos de
desactivarse se acentuaba. Como ya señaláramos se empezaron a agravar las fricciones intra-
dominación, y esto tuvo cierta repercusión en la campaña para la elección de Cristina Fernández
en 2007.
Hechos luctuosos como el rapto de Julio López (ex detenido durante la dictadura, y testigo
importante en los nuevos juicios contra los represores), o el asesinato en Neuquén del gremialista
Carlos Fuentealba, eran indicadores de nichos de violencia y represión que permanecían vigentes,
aún con la nueva gerencia política y la nueva constelación de poder. La dinámica del sistema
político había salido del vacío de poder, pero lejos estaba de pacificarse totalmente.
En aquella ronda electoral ejecutiva y legislativa de 2007, la victoria de Cristina Fernández de
Kirchner no resultó ser lo holgada que se hubiera esperado teniendo en cuenta el crecimiento de
la economía y el apoyo con que terminaba el mandato de su esposo, incluso se dieron graves
denuncias por evidentes maniobras fraudulentas contra opositores en el día de la elección general.
En la provincia de Buenos Aires, en el densamente poblado Conurbano bonaerense,
desaparecieron masivamente boletas de quien era la candidata opositora mejor posicionada, Lilita
Carrió (una líder residual del radicalismo, con gran carisma mediático, pero poca capacidad de
construcción política territorial y sectorial). Con aquella maniobra de evaporación de boletas se
evitaba cualquier eventual sorpresa que condujera a un ballotage entre las dos opciones más
votadas. Cristina asumió despreocupada por esa mácula del proceso eleccionario, y heredando
una burocracia estatal reconstituida por su esposo, quien era todavía visto y se movía como el
líder político con quien negociar o a quien oponerse.
Dentro de los primeros anuncios de Cristina como presidenta se presentó una iniciativa para
construir un tren bala que uniría las principales ciudades argentinas, Cristina inauguraba su gestión
a toda pompa, pero iba a tener que afrontar duros reveses en poco tiempo.
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El primer mandato de Cristina, crisis capitalista internacional y rebelión agraria.
Desde principios de 2008 se iban a ir concatenando una serie de fenómenos globales que
alterarían el funcionamiento de los centros capitalistas y las condiciones macroeconómicas hasta
entonces imperantes. Con el aumento del precio del petróleo, de algunas materias primas, y la
explosión de una burbuja hipotecaria y crediticia en USA, el capitalismo especulativo y financiero,
que había tomado primacía por sobre el capitalismo industrial, empieza a producir una especie de
efecto dominó sobre el resto de la economía global. Una sombra de incertidumbre se expande
sobre todos los bloques históricos capitalistas, mientras que China con su economía mixta
autocrática inflaba el pecho.
El nuevo gabinete de la presidente Cristina Fernández de Kirchner intentó tomar previsiones sobre
esta situación y propuso un proyecto para aumentar las retenciones impositivas sobre la
producción agrícola. La medida, conocida como resolución 125, despertó una unificada reacción de
protesta y repudio de parte de distintas fracciones de clase vinculadas a la producción
agropecuaria y sus correspondientes organizaciones, esta vez también amplificada por la
cobertura de medios de comunicación opositores y del multimedios Clarín que ya hizo más nítida
su nueva postura.
La situación se dimensionó como una importante crisis de coyuntura, esa protesta se convirtió en
el catalizador de diversos disconformismos que ya se venían acumulando con la gestión
kirchnerista en distintas capas sociales. El kirchnerismo enfrentó por primera vez una resistencia
articulada con cierta densidad sectorial y territorial, que le sirvió además a figuras político-
partidarias de la oposición para potenciarse. La situación de debate y enfrentamiento fue in
crescendo desde mediados de marzo hasta mediados de julio, incluyendo fuertes lock outs
patronales, con masivas manifestaciones, escraches, cortes de ruta, desabastecimiento de
productos, y pequeñas escaramuzas entre partidarios del gobierno y opositores. Cuando el
gobierno advertía que iba perdiendo la pulseada en la opinión pública y no podía quebrar la
unidad de las organizaciones ruralistas nucleadas en la “Mesa de Enlace” involucró al Congreso
Nacional para darle más legitimidad a la norma que impulsaba. Pero dentro de los mismos
sectores que acompañaban al kirchnerismo se presentaron dudas por la magnitud de la movida
social, y la poca capacidad negociadora del núcleo duro kirchnerista, hasta que finalmente en la
votación en el Senado fue el mismo vicepresidente Julio Cobos el que con su voto terminó de
sepultar la pretensión del oficialismo. De esta forma se produjo la otra gran sorpresa que marcó
un final a otra etapa del kirchnerismo.
Este proceso decantó entonces en una dura derrota del gobierno, una importante caída de su
popularidad, y una crisis interna que señalaría el definitivo fin de la “transversalidad” y el inicio de
una serie de purgas internas. Así mismo el régimen quedaba en una situación institucional precaria
por el manifiesto enfrentamiento entre la presidenta y el vicepresidente. A partir de ese momento
no solo se desmontó la idea de esa primer “transversalidad” o “concertación plural”, se reforzó un
discurso épico identificando como enemigos apátridas a Clarín y la Mesa de Enlace, y se
constituyeron núcleos sociales kirchneristas y antikirchneristas, aunque estos últimos sin una
identificación partidaria unificada.
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Algunos analistas habían predicho que el gobierno de Cristina iba a estar caracterizado por un
fortalecimiento institucional (al estilo de una democracia representativa liberal desmontando el
bonapartismo), y por la llegada de una renovación generacional, estética y ética, pero se
equivocaron de cabo a rabo, sobretodo en el último punto. Lo que sobrevino fue un mayor
retraimiento sectario del kirchnerismo y la inclinación por los lazos y acuerdos con segmentos del
peronismo tradicional como la CGT y los intendentes de los principales distritos electorales. El líder
del gremio de camioneros, Hugo Moyano (que dirigía una formación política que guardaba
similitudes al kirchnerismo, sobretodo en su estructura de “clan”), y varios intendentes del
conurbano bonaerese se convirtieron en los laderos privilegiados de la gestión cristinista, con
Néstor como gran armador y operador político desde la jefatura del Partido Justicialista. Este
acercamiento del gobierno con los sectores más conservadores del sindicalismo abortó cualquier
tentativa democratizadora del sindicalismo argentino desde arriba, desde una acción reformista de
los poderes estatales. Al mismo tiempo se profundizó una estrategia de demonización contra el
grupo Clarín, que a su vez reforzaría su línea editorial antikirchnerista, de uno y otro lado se
empezaban a sacar los trapitos al sol. La dinámica política interna señalaba una mayor polarización
a partir del eje Kirchnerismo-antikirchnerismo, pero sin niveles de polarización ideológica tan
marcados, es decir, eran más bien pujas dentro de la constelación de poder dominante, la
hegemonía capitalista dependiente no se veía realmente amenazada por el surgimiento de una
constelación de poder alternativa.
Ante la imposibilidad de obtener mayores rentas de la producción agropecuaria, el gobierno
siguió buscando fuentes de ingreso para prevenirse ante los avatares de la crisis capitalista que
seguía asustando a muchos analistas económicos y funcionarios. La llave para abrir nuevas fuentes
de financiamiento al Estado Nacional provino de una decisión atrevida y trascendental: la
estatización de las AFJP. Las administradoras privadas de fondos de pensión y jubilación, eran una
de las obras de la constelación de poder neoliberal que todavía seguían en pie a pesar de haber
sido objeto de duras críticas sobre su viabilidad a futuro y por la amenaza que representaban para
muchos trabajadores y jubilados. A finales de 2008 el Poder Ejecutivo presentó un proyecto para
que el gobierno tomara el control de los fondos y activos que controlaban estas entidades.
Sectores de la oposición de centro izquierda y el radicalismo apoyaron la iniciativa, de esta manera
la oposición al kirchnerismo quedó nuevamente fraccionada y el gobierno cerró el año de su
derrota con la Mesa de Enlace mostrando iniciativa y acercamiento a las necesidades populares, y
de paso fortaleciendo su tesoro con fondos que iban a ser manejados de forma muy discrecional.
El sector financiero y bancario, que fue el principal perjudicado con esta medida no pudo articular
una respuesta en la misma forma en que lo había hecho la Mesa de Enlace agropecuaria, y para el
gobierno esta medida significaba además poner un pie en varias empresas a través de los títulos
accionarios de los que se apoderaba.
En 2009 se preparaba una nueva ronda electoral, las perspectivas eran confusas, con la
polarización que había comenzado a emerger desde el conflicto con el campo, o incluso un poco
antes, y con la sombra de una crisis económica mundial expandiéndose. El núcleo duro del
kirchnerismo decide una nueva jugada de gran impacto, el adelantamiento de las elecciones
legislativas nacionales, y sobre esto hacer jugar en las listas a los nombres con más reconocimiento
público, así el mismo Néstor Kirchner se implicó en la lista bonaerense a diputado junto con el
gobernador Scioli, que obviamente no iba a dejar su cargo ejecutivo para asumir como diputado, a
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esta estrategia, inusitada en la historia política argentina, se la conoció como candidaturas
“testimoniales”. La intención más clara de esta jugada era tratar de hilvanar el nuevo proceso
electoral con el reciente éxito de la estatización de las AFJP y además adelantarse a lo que se
presuponía podía ser un efecto negativo de las variables económicas sobre la gestión en la
eventualidad de de profundizarse la crisis económica capitalista. La otra intención que también
podía estar jugando en la decisión de semejante jugada era la de agarrar distraídas o
desacomodadas a las fuerzas políticas opositoras.
Lo que quizá no pusieron adecuadamente sobre la balanza los arquitectos de esta estrategia era
que todavía se mantenía fresco en el recuerdo de mucha gente tanto las maniobras electorales
fraudulentas en el comicio que condujo a Cristina al gobierno, como la beligerancia y los traumas
generados por la crisis con los ruralistas. Y esto sobre el trasfondo de una evidente desaceleración
del consumo, de incertidumbre respecto del curso de la economía, y de un imponderable que
desde fuera de la dinámica política se coló en plena campaña electoral, la pandemia de la Gripe A.
Con respecto a aquello último existió una torpeza inicial por parte de los entes estatales en el
tratamiento de esta epidemia que se disparó rápidamente en Argentina y se cobró varias víctimas
fatales pocas semanas antes de los turnos electorales más importantes. El impacto de este factor
disruptivo es difícil de calcular pero no se debería desestimar como propagador de un desánimo y
psicosis generalizada que terminó afectando principalmente al oficialismo.
Comúnmente las elecciones de medio turno en Argentina, las elecciones para cargos legislativos,
son eventos donde el electorado apuesta más libremente a terceras fuerzas o se inclina por
mandar mensajes de aprobación o rechazo hacia el oficialismo, es poco o casi nulo el debate que
existe propiamente sobre las propuestas legislativas que eventualmente presentan los candidatos
a legisladores. El peso del clientelismo político, y las ataduras que tal fenómeno conlleva, también
es menos determinante en este tipo de contienda electoral, ya que no están en juego los cargos
ejecutivos, los que generalmente manejan la disposición sobre esos recursos prebendatarios.
Así se fueron dando una serie de circunstancias, que más allá de los operativos del kirchnerismo le
terminaron jugando en contra. Por los costado del kirchnerismo se pudieron conformar una
alianza de centro izquierda, el Frente Cívico y Social (con rejuntes del radicalismo y el socialismo), y
una alianza de centro derecha con el macrismo y cierto andamiaje del peronismo que no se alineó
al gobierno nacional. Y estas fuerzas le representaron una dura disputa electoral al kirchnerismo
en los distintos distritos.
Particularmente inesperada y dolorosa resultó la derrota del kirchnerismo en la provincia de
Buenos Aires, el distrito electoral por lejos más importante por su caudal de votos, y justamente
donde el kirchnerismo había destacado a sus principales figuras. La victoria en este casillero se lo
llevó una alianza improvisada entre peronistas liderados por Felipe Solá (ex gobernador
bonaerense, que abandonó su entendimiento con el kirchnerismo durante el conflicto con el
campo), el empresario filo-peronista Francisco De Narváez (quien encabezaba la lista y que
recientemente se había volcado a la política apoyado por su participación en el sector de medios),
y grupos que respondían a Mauricio Macri quien fogoneaba la jugada desde la Capital Federal. La
lista de esta unión aventajó al kirchnerismo por apenas dos puntos porcentuales, pero alcanzaba
para estamparle a la gerencia de la constelación de poder un cachetazo estruendoso. Las listas
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opositoras sumadas superaban ampliamente el favor oficialista, y de haber sido una elección
presidencial el kirchnerismo hubiera quedado expuesto a un ballotage donde hubiera sido
derrotado en forma contundente. El fin de la gerencia kirchnerista parecía inminente luego de
semejante traspié utilizando a sus mejores piezas.
Pero a pesar de su giro autocrático, y de su cerrazón cada vez más manifiesta, el núcleo duro del
gobierno nacional aún conservaba capacidad para entender su encrucijada, y margen de
maniobra para gambetear el derrumbe completo de su poder.
El bicentenario, el luto, y la recuperación.
Tras la derrota electoral la primer actitud del oficialismo fueron algunos cambios en gabinete y la
convocatoria a un dialogo con sectores opositores, tendiéndoles una alfombra roja hacia la Casa
Rosada para tratar temas “vitales” para el país. Se mostró conciliador pero sin ceder realmente la
iniciativa. Las formaciones políticas opositoras fueron en parte presa de esta modalidad en donde
la presidenta parecía tender una mano, mientras su esposo continuaba y redoblaba su
enfrentamiento contra actores como el grupo Clarín y había operaciones para evitar que el
sindicalismo se desboque. Al poco tiempo y por fuera de estos diálogos insustanciales a los que
fueron conducidos algunos opositores el gobierno lanzó un proyecto de ley para una nueva Ley de
Comunicación Audiovisual, las intenciones argumentales del complejo texto de la norma
apuntaban a reforzar la pluralidad de señales y voces en el campo comunicacional,
fundamentalmente de radio y televisión. Los actores opositores de la constelación de poder se
tensionaron aún más con esta iniciativa, algunos opositores conciliaron con el gobierno e hicieron
causa común contra los grandes oligopolios comunicacionales y otros se radicalizaron aún más. El
kirchnerismo una vez más lograba tirar la pelota al campo contrario y dividir a sus opositores
frenando de esa manera el avance sobre sus posiciones de poder y estableciendo un efecto de
confusión en la opinión pública.
Pasados algunos meses el gobierno venía lentamente remontando posiciones a caballo de cierta
mejora en la economía que se recuperaba de su caída en 2008 y 2009, a lo que se agregaba el
reforzamiento de los lazos clientelares a través de “cooperativas” de trabajo manejadas por el
Ministerio de Desarrollo Social y los intendentes, por la extensión de una red de asistencia social
que tuvo a la Asignación por Hijo y a mejoras en beneficios jubilatorios como novedades centrales,
y algunos golpes de efecto simbólico como los festejos del Bicentenario del primer gobierno patrio
y la llegada de la prestigiosa competencia del Paris-Dakar a Argentina, o también el despliegue del
Plan Conectar-Igualdad y la entrega de miles de netbooks a estudiantes secundarios, y la apertura
de algunas nuevas universidades nacionales en el conurbano bonaerense.
Dentro de la conducción económica se imponía gradualmente un grupo de funcionarios técnicos
que ante los nubarrones de la crisis capitalista proponían caminos menos ortodoxos, y a su vez
eran alentados por dirigentes políticos que ansiaban obras y medidas que pudieran traducirse en
resultados electorales en el corto plazo. De esta forma el andar con espalda ancha del gobierno
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nacional con importantes reservas en el Banco Central fue modificándose para impulsar políticas
anti recesivas, y también, como se describía líneas arriba, para ampliar cierta cobertura social y al
mismo tiempo reforzar estructuras clientelares, todo en un mismo combo.
Como factor adicional que le fue útil al gobierno en su recuperación, la Central de los Trabajadores
Argentinos, la CTA, finalmente se fracturó tras su caótico proceso de elecciones internas donde las
dos principales corrientes se adjudicaron la victoria, de esta manera la formación sindical que
había nacido en las luchas contra el neoliberalismo de los años noventa, y que pretendía disputarle
la representación a la CGT, terminaba disminuyendo su nivel de influencia política en cuanto a
representación de las fracciones de clase subalternas. Una parte de los gremios de la central
sindical empezaron un camino de fuerte alineamiento con la conducción del gobierno nacional y el
intento de un armado político electoral que le sumara “por izquierda” al kirchnerismo, mientras
que otro sector hacia lo mismo pero en el sentido opuesto, o sea buscaba constituir una opción
política-electoral opositora. Con este transcurrir de los acontecimientos políticos el gobierno, y la
constelación de poder, podían tener bajo cierto control a los distintos grupos y organizaciones del
mundo del trabajo, del “proletariado integrado”, cada vez más complejo y disgregado.
Pero hacia Octubre iban a ocurrir otros tres hechos de gran magnitud política aunque de efectos
muy contrarios.
El efecto de las elecciones de 2009, con la llegada de muchos legisladores opositores al congreso,
había sido bien atenuado por el kirchnerismo y sus iniciativas legislativas, pero hubo un avanzada
opositora que no pudo detenerse en el Congreso, fue la ley que convalidaba el pago del 82 % móvil
a los jubilados tal como propone la Constitución Nacional, las distintas bancadas opositoras por
primera vez lograban imponer un proyecto propio pese a la oposición del gobierno y sus
legisladores. Esto fue para la primavera de 2010, hacia principios de octubre, pero la magnitud de
esta primer ofensiva política contra el oficialismo quedo rápidamente minimizada ya que la
presidenta devolvió el golpe con un decreto que vetaba ipso facto la norma. Cristina, acusando a
los legisladores de irresponsables por plantear un esfuerzo económico que el Estado no podía
atender, les tiro encima el poder del presidencialismo, aún contra una ley que trataba de hacer
operacional lo que claramente establecía la Constitución. La oposición no pudo sostener la
ofensiva, ni redoblar la apuesta, hasta ahí llegaron sus convicciones. Se conformaba con que los
medios de comunicación opositores le hicieran pagar un costo político al gobierno por no apoyar
una medida a favor de los jubilados y de la Constitución. Las fuerzas del gobierno se mantuvieron
inmutables y disciplinadas, no se abrieron brechas, y los líderes opositores que mejor habían salido
parados del comicio de 2009 no convocaron a las multitudes para reclamar desde las calles,
simplemente pasearon por algunos estudios de televisión para expresar su indignación.
El otro de los hechos destacados de octubre de 2010 sirve para describir muy bien las
características de la constelación heterodoxa y la gerencia política kirchnerista. Se trata de los
hechos que derivaron en el asesinato del joven militante trotskista Mariano Ferreyra. Este hecho
luctuoso fue consecuencia de una violenta escaramuza entre un grupo de trabajadores y
militantes de izquierda que pedían un cambio en ciertas condiciones de trabajo, y un grupo de
choque que respondía a uno de los mayores burócratas sindicales de los gremios ferroviarios. El
conflicto estuvo enmarcado en la pelea de ciertos grupos de trabajadores de base y de izquierda
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contra las políticas de tercerización y precarización laboral. La tercerización de servicios entre
empresas es una práctica que, escuetamente, significa que una empresa contrata a otra para
tareas específicas, pero los trabajadores de la empresa contratada no tienen una relación laboral
formal con la empresa contratante. En general la empresa contratante es una empresa de gran
escala, y la empresa contratista es una empresa de menor escala y muchas veces de una
constitución legal más precaria. Para el trabajador de la empresa contratada, terciarizada, las
condiciones de estabilidad laboral y amparo sindical no están garantizados como si fuera
contratado directamente por la empresa mayor a la que va a prestarle un servicio. Estas
modalidades comúnmente se asocian a políticas de precarización y flexibilización laboral, que a los
capitalistas les sirven para reducir costos y mantener divididos a los trabajadores. En Argentina
estas modalidades se empezaron a abrir paso desde la última dictadura pero tuvieron una
aceleración con la transnacionalización de la economía y las políticas neoliberales de los años
noventa. En la constelación de poder heterodoxa estas prácticas se mantienen y profundizan en
algunos casos, es una las dimensiones subsistentes de la constelación neoliberal, aquí tenemos
una gran línea de continuidad entre ambas matrices de poder. El conflicto puntual que lleva al
desenlace fatal para el militante trotskista permite explicar la conformación y funcionamiento de
la constelación de poder heterodoxa. Tal matriz de poder reúne a organizaciones y personas de
muy distintos sectores sociales, pertenecen a ella tanto el CEO de una empresa transnacional,
como el burócrata sindical, como el lumpen de una barriada marginada, como también los
funcionarios del Estado Nacional que llevan las riendas políticas-institucionales de la constelación,
obviamente el que parte y reparte se lleva la mejor parte, y los que manejan la constelación de
poder capitalista no son los segmentos que pertenecen a las clases bajas.
En la constelación de poder neoliberal la represión y control social necesarios para la acumulación
capitalista se hizo en gran medida a través de las mismas fuerzas de seguridad del Estado,
mediante la represión de protestas o mediante detenciones y apremios ilegales en un marco de
gran impunidad luego del indulto de Menem y las leyes que limitaron los juicios al terrorismo de
Estado sancionadas promediando el gobierno de Alfonsín. La constelación heterodoxa había
comenzado de la misma manera durante el interinato de Duhalde, pero luego de los asesinatos de
Maxi Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda, el repudio social y la vulnerabilidad aún de la nueva
matriz de poder produjeron un cambio, un reajuste. Al llegar el kirchnerismo al poder se volcó a
una importante alianza con organizaciones de derechos humanos y se relanzaron los juicios contra
los responsables de la dictadura. Las formas de control y represión debieron mutar hacia formas
más sutiles, sofisticadas, y que de requerir del uso de la violencia dejaran con las manos limpias al
Estado Nacional. Así se produce una tercerización del apriete y la represión, se refuerza una
velada alianza con grupos de choque ligados a barras bravas del fútbol o de los sindicatos o bien
sicarios de bandas delictuales, para ciertas tareas esta iba a ser la mano de obra que tendría vía
libre para actuar (muchos adolecentes de barriadas humildes y villas, manejados a través de sus
adicciones y del suministro de drogas, también iban a formar parte de patrullas zombies para
tareas de intimidación, pero siempre como material descartable). Esta situación lleva a una
necesaria reformulación del interesante concepto marxista de “ejército industrial de reserva” muy
apropiado para otro momento del capitalismo.
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Es así como en el caso del asesinato de Mariano Ferreyra, la constelación de poder dominante
recurre a mano de obra terciarizada justamente para intimidar un reclamo contra la tercerización
laboral.
Mientras en una dimensión más sutil la conducción gerencial de la Konstelación heterodoxa utiliza
los servicios de espionaje de las fuerzas de seguridad, o la cooptación económica de dirigentes, o
la judicialización de la protesta, en otra dimensión recurre lisa y llanamente a la fuerza pero a
través de la cultura del aguante, la cultura del apriete, de la patota, cultivada por sectores
subalternos marginales reunidos en bandas que operan en forma mercenaria o cuasi mercenaria.
A estas bandas, que muchas veces actúan con el desordenado espíritu de la horda, se les permite
armar “microemprendimientos” delictivos o participar de la corrupción de los sectores políticos,
judiciales y policiales, esa es la tajada diferencial por la que estos grupos sociales subalternos
actúan, y descargan su violencia, absolutamente en contra de los que serían sus verdaderos
intereses de clase. Pero a la vez estos grupos pueden entrar en choque entre sí, o actuar
anárquicamente, y traerles costos políticos a los eslabones superiores de la constelación
dominante.
Es uno de estos grupos, patrocinado por el sindicato de la Unión Ferroviaria conducido por el
jerarca José Pedraza (aliado del kirchnerismo) el que interviene para correr y despejar un corte de
vías, una protesta que paralizaba el servicio de una línea de trenes, y en la que trabajadores de
una empresa terciarizada reclamaban con estos métodos coactivos por su incorporación como
empleados directos del ferrocarril. La pelea entre los dos grupos, de un lado la patota armada por
el sindicato aliado al gobierno, y del otro lado los trabajadores precarizados apoyados por
militantes de izquierda termina en el asesinato de Mariano Ferreyra, hecho que produciría una
gran movilización de repudio y una causa judicial que amenazaba a un importante aliado del
gobierno, y al gobierno mismo. Por un momento la sombra de Puente Pueyrredon, y los fantasmas
de Kosteki y Santillán se le aparecieron al kirchnerismo (veo al futuro repetir el pasado, veo un
museo de grandes novedades, y el tiempo no para).
Pero en el mismo mes, otro hecho dramático eclipsaría el efecto de la muerte de Mariano y el
veto al 82 % móvil…. Se trató del inesperado deceso del mismo Néstor Kirchner.
El efecto de polarización social que había comenzado desde 2006 y se hace más evidente en la
posterior crisis coyuntural con las organizaciones rurales, tenía como eje principal la figura de
Néstor. A pesar de saberse de sus problemas de salud, su desaparición física fue un cimbronazo
que alteró la dinámica política de forma sustancial. La dirigencia opositora se quedó sin su
némesis, un tanto paralizada por tener que mantener las formas y respetar el luto, y además un
poco desacomodada frente a la convocatoria popular que tuvo su funeral, sobretodo la
espontánea presencia juvenil.
El efecto de la inesperada viudez de Cristina, fue un poco sobrevalorado por muchos especialistas,
sin duda en muchas personas de distintos sectores sociales se produjo una empatía con la
mandataria. Pero durante el lapso de tiempo que transcurrió entre la derrota del 2009 y los
primeros meses de 2011, el gobierno nacional supo mantener la iniciativa y el control sobre la
propia tropa, mientras que las formaciones políticas de la oposición se iban desgranando y
atomizando, sin poder ofrecer una propuesta superadora que enamorara al electorado. Poco a
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poco la torpeza opositora se transformó en el principal capital político del kirchnerismo. Muchos
opositores ya habían descontado el final del ciclo kirchnerista y perdieron el rumbo ensimismados
en sus propias disputas internas.
El año 2010 terminaba con recuperación económica, y mayor movimiento del mercado interno
(sobre todo en rubros de pequeña electrónica ensamblada en Tierra del Fuego, y el mercado
automotriz), con un crecimiento del PBI de alrededor del 9 %. La progresiva fragmentación política
opositora por un lado, y el fracaso de los peores pronósticos sobre el impacto de la crisis
capitalista en Argentina iban a ser el prólogo de una nueva ronda electoral. También, y para mayor
complejidad del escenario, iban a formar parte del contexto pre-eleccionario los hechos de
violencia en la ocupación por parte de cientos de familias de un predio público del sur de la Capital
Federal (el Parque Indoamericano), con gente de diversos puntos y de diferentes organizaciones
que intentó establecerse en el lugar y presionar por ser incluidos en programas de viviendas, lo
que generó una mini crisis, con muertos de por medio, y nuevos cortocircuitos entre la
administración macrista y el gobierno Federal. El fin de la primavera de 2010 se presentaba álgido
y dramático, con todos estos ingredientes y además protestas salteadas por cortes en el
suministro eléctrico. Sin embargo, los meses de enero y febrero suelen marcar un impase en el
ritmo de la dinámica política, y lo que parece que va a desembocar en una sucesión de eventos
catastróficos, de pronto se termina frenando como una bicicleta en la arena.
En los códigos no escritos del fútbol hay un viejo apotegma, se dice que terminar ganando un
primer tiempo dos a cero no es bueno, el sentido del dicho se refiere a que el equipo que logra ese
resultado parcial ya descuenta que el triunfo es suyo, y psicológicamente deja de jugar, dándole la
oportunidad al adversario para dar vuelta el resultado en el segundo tiempo. Algo así sucedió en la
dinámica política argentina en el lapso entre los resultados de las elecciones de 2009 y la nueva
ronda de 2011. Las condiciones macro de la crisis capitalista no impactaron tan duramente en el
país como algunos pronósticos sostenían, y a la vez la gerencia kirchnerista supo flexibilizar
posiciones, lanzar nuevas medidas de inclusión social y clientelismo, entrampó y dividió a grupos
opositores (por ejemplo a través del tratamiento legislativo de la nueva Ley de Medios), se apropió
simbólicamente de los festejos del bicentenario, lanzo el Plan Conectar-Igualdad, apoyó reclamos
de grupos homosexuales permitiendo el matrimonio igualitario, y a la vez manteniendo un
acuerdo con los sectores más conservadores de la iglesia para no tratar iniciativas a favor del
aborto libre y gratuito y sostener importantes subsidios a la educación privada, hizo reformas
electorales que sorprendieron a sus adversarios (básicamente la introducción del sistema de
Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias), y sobre todo eso sacó además provecho de la
empatía emocional hacia la presidenta tras la muerte de su marido. Adicionalmente el
kirchnerismo mantenía el control de algunos resortes claves del proceso eleccionario, una ventaja
que nunca debe menospreciarse.
El momento de la elección presidencial se inscribía en una ronda general de elecciones ejecutivas a
gobernadores e intendentes (hay que aclarar que en muchas provincias las elecciones a estos
cargos son en otra fecha que la elección presidencial, pero en la Provincia de Buenos Aires desde
hace tiempo las dos elecciones coinciden y eso tiene efectos muy determinantes), el resultado fue
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un demoledor mazazo sobre las expectativas de los opositores, que presentaron una oferta
desarticulada y que estallaba en cortocircuitos internos. Los nubarrones de incertidumbre sobre la
economía, la inseguridad cada vez más dramática, y los hechos de corrupción que no paraban de
salir a la palestra no alcanzaron para impactar la línea de flotación del kirchnerismo. La oposición
primero fue arrasada en el debut del sistema de las PASO, y se quedó sin la reacción suficiente
para mejorar el papel en la elección definitiva, donde Cristina llegó a un 54 % de los votos, lejos de
cualquier posibilidad de ballotage.
Victoria y cristinismo recargado
El gobierno, a lo largo y ancho del país, había recuperado el voto de importantes sectores medios,
y mantuvo el voto de capas populares y trabajadoras. Cristina pudo quebrar el eje de la
polarización y dividir a sus opositores políticos. Podríamos simplificar un poco y decir que una
parte del voto a Cristina provino de los beneficiarios de las nuevas políticas asistenciales y de la
profundización clientelista (es decir mantuvo una base histórica de apoyo al peronismo), otra
parte provino de un electorado de sectores más acomodados de los trabajadores y capas medias
que hicieron un voto pragmático-economicista ya que se sentían medianamente conformes con
las posibilidades de consumo y crédito que las políticas kirchneristas sostenían (lo que algunos
llamaban voto-cuota), y una parte provino de electores disconformes pero que no encontraban
una alternativa seductora dentro de los opositores y decidieron apostar una ficha a esta nueva
etapa del kirchnerismo con la conducción de Cristina, dándose así el efecto paradojal de buscar un
cambio apostando a lo mismo, dentro de esta última porción de los electores de Cristina también
jugó el efecto de identificación con el dolor de la pérdida familiar ante una mandataria que en los
meses de campaña (buena campaña) se mostraba menos beligerante y soberbia. Se pueden
descubrir ocasiones del funcionamiento de la dinámica política en que una fuerza o energía social
que tiende hacia un cambio digamos progresista, o reformista democratizador, si no encuentra
oportunamente el cauce organizacional para expresarse puede rápidamente cambiar de curso y
terminar fluyendo hacia una propuesta reaccionaria, conservadora, o violenta en ciertos casos.
Pero este hecho, la victoria del oficialismo, también marcaría una nueva etapa dentro del
kirchnerismo, ya que del doble comando, del tándem donde Néstor conducía principalmente las
estrategias de alianzas y con otro ojo atendía a las principales variables económicas, se pasaba a
una conducción todavía más acotada, donde la última decisión recaía en Cristina y un reducidísimo
círculo de consulta, se entraba en la fase netamente cristinista. Y esta nueva fase incorporaría un
giro más marcado hacia sectores juveniles, principalmente La Cámpora, y aliados políticos por
fuera de las estructuras tradicionales del peronismo, particularmente desairados comenzaron a
verse algunos sectores sindicales, en especial el clan moyanista.
El moyanismo, a través de la conducción del gremio de los choferes de camiones, se venía
perfilando desde la época del menemismo como una formación política combativa y ambiciosa, y
en los últimos momentos de la constelación neoliberal, ya durante la gestión de De La Rúa, había
sido parte de la férrea resistencia a medidas de ajuste sobre los trabajadores. Con la formación de
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la constelación heterodoxa, los afiliados de su gremio se empezaron a ver muy beneficiados por los
logros de sus reclamos y medidas de fuerza, y a la vez, con el visto bueno del kirchnerismo,
extendió su base de apoyo y captó trabajadores que históricamente se desempeñaban en otros
gremios (esta práctica iba a generar fuerte recelos de parte de otros dirigentes sindicales del
entramado peronista). El moyanismo fue un aliado recio durante enfrentamiento contra la Mesa
de Enlace en el conflicto con los ruralistas del 2008, y también un ladero que no titubeó cuando el
gobierno rompió lanzas con el Grupo Clarín, esto le sirvió para gozar de algunos privilegios y un
lugar especial dentro del entramado de alianzas kirchneristas. Pero el moyanismo tenía sus
propios planes, y su propia lógica de acumulación de poder. Esto era demasiado evidente para
todos y lo ponía en una ruta de colisión directa con la estrategia autocrática kirchnerista y con
otros aliados de la constelación dominante.
Con la desaparición de Néstor, el moyanismo intentó pasar un cambio y hacerle una encerrona a
Cristina adelantándose a otros competidores, movilizó los recursos a su alcance para marcarle los
tiempos a la presidente, y colocar candidatos que le respondiesen en las listas para la disputa
electoral de 2011. Incluso ambicionaba colocarse en la línea sucesoria con un compañero de
fórmula para Cristina. Sin disimulos el moyanismo planteaba una disputa, o una redistribución de
poder, entre las facciones sindicales del peronismo y las facciones más bien políticas de ese
movimiento, incluso hasta amagaba con correr programáticamente por “izquierda” al gobierno y
además desarrollar su propia agrupación juvenil-sindical. El cristinismo le dio la espalda, lo
despreció, y lo aisló, y esto incluso le sirvió para congraciarse con el mundo empresarial y otras
facciones del peronismo que vieron a Cristina como una garante frente al avance de esa facción
sindical. La consecuencia de esto iba a ser una nueva ruptura de la CGT, ya que muchos gremios y
dirigentes sindicales se quedaron del lado del gobierno, mientras que el moyanismo asumiría cada
vez más el rol opositor, pero sin contar con verdadero peso electoral o acogida en la opinión
pública y por lo tanto el camión se fue a la banquina en su estrategia de acumulación política. Más
allá de su gran poder de presión (cabe señalar que el gremio de camioneros podía afectar el
suministro de combustible, como también el abastecimiento de dinero en los cajeros automáticos,
y solo con esas dos acciones podía producir una verdadera conmoción social) el moyanismo no
había trabajado bien el tejido de alianzas hacia el interior de la CGT y otros grupos de los
trabajadores, como tampoco sus estrategias comunicacionales fueron propicias y coherentes con
sus ambiciosos planes políticos.
Para fines de 2011 los principales oficialismos fueron ratificados en sus mandatos, pero esto
conllevaría una compleja situación principalmente para el territorio más poblado del país, el área
metropolitana de Buenos Aires, conformada por la Capital Federal, y los municipios bonaerenses
que la rodean. En tal espacio territorial intervienen tanto el gobierno nacional, como el gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires, como la gobernación bonaerense y los intendentes de los
municipios conurbanos. La conflictividad institucional de este espacio, en el que ya había
problemas de gestión por la descoordinación y enfrentamientos políticos entre el gobierno
nacional y el de la ciudad capital, se ve aumentada por la declaración del gobernador bonaerense,
Daniel Scioli, de sus pretensiones presidenciales para el próximo turno. Inmediatamente se da un
escenario de competencia y conflicto entre el kirchnerismo, el macrismo, un Scioli sin gran
estructura pero que amaga con abrirse del kirchnerismo, y además toda una serie de intendentes
que van optando por uno u otro bando. Esto va a agravar las fallas de gestión en temas que
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requerirían la colaboración o concertación de políticas entre varios distritos y niveles de gobierno,
lo que produce un lento aumento de la insatisfacción social por la falta de atención en temas como
el transporte, la vivienda, la recolección y deposición de residuos, salud o seguridad por mencionar
algunos. Al mismo tiempo que no se allana el camino para una planificación urbana consensuada
y participativa, son varios los intereses empresariales que pisan cada vez más fuerte en ese
pantano institucional, y así es como continúa creciendo la construcción privada de forma
desordenada y especulativa, destruyendo barriadas y amontonando gente en ciertas zonas o
haciendo burbujas protegidas (barrios cerrados, countries, etc.), así es como los servicios de
seguridad privada continúan su expansión fabulosa, como también crecen las iniciativas de salud
o educación privadas. Importantes contingentes sociales se ven forzados a buscar en el mercado
privado soluciones que la administración pública no les da, ya sea por ineficacia o complicidad con
el sector privado. Esto también está marcando una enorme transferencia de recursos y una
distribución del ingreso regresiva. Esta situación señala una importante línea de continuidad entre
la anterior constelación de poder neoliberal y la constelación de poder heterodoxa.
Antes de seguir avanzando en la descripción del segundo mandato de cristina, nos detendremos a
explicar más profundamente algo ya mencionado, el problema de la crisis de representatividad de
la clase dirigente, en especial la clase política. La Crisis de representatividad, es un fenómeno con
muchas aristas que podría ocupar las páginas de todo un libro, específicamente tal situación alude
al descrédito de las formaciones política tradicionales, con sus liderazgos y metodologías de
acción, a una marcada brecha entre representantes y representados. En Argentina, luego de
reinstalada la democracia en 1983, la crisis de representatividad empieza a asomar promediando
el mandato del radical Raúl Alfonsín hacia fines de los años ochenta. El nuevo paradigma cultural
que trajo consigo el neoliberalismo implicó un retraimiento de grandes contingentes sociales hacia
lo privado, y paralelamente la dinámica política siguió abonando el escepticismo social hacia las
formas tradicionales de política. La crisis orgánica de 2001-2003 representó también un punto muy
alto y candente de esa crisis de representatividad que confluyó con crisis coyunturales de ese
momento y generaron un gran tembladeral en el tablero sociopolítico. Con los éxitos iniciales de la
nueva constelación heterodoxa y su gerencia kirchnerista aquel fenómeno quedó eclipsado, pero
latente tras bambalinas. La crisis de representatividad, que es una situación extendida a varios
países y regímenes políticos, es un fenómeno intermedio entre una crisis política coyuntural, y la
crisis orgánica de un bloque histórico. Podríamos decir que es como un virus de autodeficiencia
adquirida que permanece inmanente en el devenir de un sistema político y su dinámica, pudiendo
hacer ocasionalmente de articulador entre una crisis política de coyuntura y una crisis orgánica. Es
una ruptura que puede permanecer velada o naturalizada, pero que potencia situaciones críticas
que eventualmente envíen al fondo del mar a una gerencia política, o a toda una constelación de
poder, e incluso herir de muerte a todo un bloque histórico. Esa crisis de representatividad
también le da espacio a nuevas experiencias, el caso de Mauricio Macri podría atribuirse en parte
a esa crisis. Aunque el susodicho estaba identificado con la desacreditada constelación neoliberal,
sin embargo reunía dos condiciones valoradas en el marco de la crisis de representatividad, por un
lado ser un out sider del sistema de las burocracias partidarias, es decir venir de afuera del
mundillo de “la política”, y por otro lado tener una demostrada capacidad de gestión luego de su
éxito en el famoso club deportivo cercano al Riachuelo. Esa valorización de la “capacidad de
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gestión” es como un resguardo psicológico imperante en gran parte del electorado frente a tantos
políticos que demostraron su consumada inoperancia en puestos ejecutivos clave. Sintetizando, la
crisis de representatividad está, y más allá de su silueta fantasmagórica es un fenómeno de gran
importancia política.
Volviendo a la descripción de la dinámica política post electoral, a partir de 2012 empezaron a
dispararse o detonarse problemas ocasionados por malas políticas, por cuellos de botella en
ciertos rubros económicos, o por situaciones ajenas a la administración (como cuestiones
climáticas o de los mercados externos), pero en casi todos los casos la respuesta del gobierno
nacional fue correr los problemas de atrás, y encima correrlos con zapatones de payazo.
Una situación económica significativa se relacionó con la salida de capitales, esto en parte fue un
efecto de la transnacionalización cada vez más profunda de la economía, ya que en cierto
momento las casas matrices deciden dejar de invertir en el país y tomar ganancias de sus
operadoras locales, la crisis de los centros capitalistas y la creciente desconfianza con la gerencia
kirchnerista dispararon este proceso. Esto muestra otra de las características centrales de un
bloque histórico capitalista dependiente, es decir, puede atraer capitales y tener una primavera
económica, pero como su carácter dependiente significa que no desarrolla conocimientos o
tecnología por sí mismo, a la larga se queda sin el pan y sin la torta. En un país como Argentina se
debe agregar que la matriz económica sigue siendo fuertemente agro-industrial (el país tuvo un
fuerte salto a mediados del s. XX en la industria metal-mecánica, pero quedó muy relegado en las
posteriores revoluciones tecnológicas del capitalismo), por lo que los factores climáticos también
pueden marcar coyunturas críticas o cuellos de botella.
Por imprevisión y cortoplacismo, el kirchnerismo se había ganado la herencia negativa de sus
propias políticas públicas. En consonancia, y paralelamente, se estaba profundizando un
corrimiento del realismo político hacia el relato místico o mesiánico. La “sintonía fina” que el
gobierno, prudentemente, había anunciado tras la victoria electoral para corregir y ajustar ciertas
políticas económicas no se implementó o se ejecutó parcial y deficientemente. La misma
presidenta, con aires envalentonados había agitado a sus jóvenes seguidores mediante la arenga
de “vamos por todo” desde la tribuna de un acto. En vez de aquella “sintonía fina”, se entonó un
partitura de iniciativas en dirección a asegurar una reforma constitucional para una eventual re-
reelección de Cristina, particularmente se reforzó la disputa con el multimedios Clarín (dándose
operaciones de prensa cruzadas que enfervorizaban más a los distintos segmentos sociales) y
contra diversas instancias judiciales, cuando no contra la propia Corte Suprema o contra
funcionarios de su propio cuño (Como el caso del Procurador General de Justicia, Esteban Righi,
que abandonó su puesto en el medio de escaramuzas por las investigaciones al vicepresidente
Amado Boudou). Pero todo esto estaba alejado de la agenda de prioridades de la mayor parte de
la ciudadanía. Muchos segmentos de clase media y trabajadora que habían votado por Cristina
rápidamente se empiezan a desencantar dado el desmejoramiento de la situación económica por
la creciente inflación, la falta de insumos y la presión tributaria, por algunas medidas arbitrarias
como el cepo cambiario que atentaba contra las posibilidades de ahorro, todo esto sazonado con
un estilo arrogante de parte de la presidenta y varios funcionarios de primera línea. Este cambio
de humor social se produjo aún cuando muchos sectores de clase media seguían percibiendo
29
subsidios en distintos servicios, y el país contaba con una de las estructuras de asistencia social
más importantes de América.
La impericia o desatención en los temas económicos como la deficitaria política de seguridad que
repercutía en un aumento de hechos delictivos cada vez más violentos, sumado a las denuncias y
sospechas de corrupción y complicidad entre funcionarios y otros actores de las constelación de
poder (como la ligazón entre el gobierno y el Grupo Cirigliano, que tomó gran exposición pública
luego del fatídico choque de un tren en la estación de Once), fueron los ingredientes que formaron
un caldo de cultivo para una protesta social que iba a desbordar los canales tradicionales de
participación, y que traería de nuevo a las líneas de análisis el ya viejo tema de la crisis de
representación.
“Década ganada” y cambio de humor social.
En 2012 la gran apuesta del gobierno para mantener la iniciativa política y poner coto a
turbulencias de las variables económicas fue la avanzada sobre YPF desplazando al grupo Repsol
de la dirección de la compañía, en una especie de semi-estatización exprés. Pero tal jugada,
realizada bajo una gran prédica chovinista, no le ofreció los réditos que hubiera esperado. Las
simpatías populares con la “re-estatización” de la principal empresa de combustibles no
significaban esta vez la llegada de nuevos adherentes al proyecto kirchnerista. Más allá de su
efecto simbólico la medida no repercutió en una notoria mejoría ni del servicio ni del precio de los
combustibles, aunque sí se resolvieron ciertos problemas de suministro que venían golpeando el
ánimo social.
El gobierno había invertido fuertemente y ganado mucho terreno en la conformación de un
multimedio comunicacional en el que se entremezclaban medios privados con financiamiento
estatal, y medios públicos netamente oficialistas, por ejemplo las transmisiones de fútbol
arrebatadas al multimedios Clarín tenían una indisimulada utilización partidaria, a lo que se fue
sumando un uso exacerbado de la Cadena Nacional. Luego de la derrota electoral del 2009 el
proyecto de la Ley de Servicios Audiovisuales (“Ley de medios”) le sirvió para retomar iniciativa, y
al mismo tiempo dividir y entrampar a la oposición, el recorrido del proyecto finalmente
sancionado no significó un aumento del pluralismo de voces, sino, como se señaló más arriba, la
aparición de un conglomerado de medios para-oficialistas. Pero había un nicho comunicacional
sobre el cual el kirchnerismo no había podido establecer un férreo control, se trataba de Internet,
y particularmente de las nuevas redes sociales como Facebook, que en Argentina experimentó una
explosión de adherentes. La reacción popular a los intentos del gobierno de manipulación de la
opinión pública emergieron desde allí, se puede decir que ese espacio digital se constituyó como
cabecera de playa desde la que se conformó una poderosa barricada a los avances del
kirchnerismo. Al principio desde las redes sociales se auto-convocaron en Capital Federal algunos
“caceroleros” que tuvieron poca convocatoria, pero pronto la situación iba a cambiar, a las pocas
semanas sectores medios y trabajadores, principalmente de las grandes ciudades, protestaron
desordenada pero contundentemente con dos manifestaciones en la primavera de 2012
30
mostrándose en las principales avenidas y plazas, importantes contingentes pasaron de la
comodidad de “postear” al involucramiento de “poner el cuerpo” para protestar (Para más
profundidad sobre este ítem sugerimos nuestro artículo “Multitudes de primavera agitada”). Esas
multitudes no crearon nuevas organizaciones, fue más un espasmo de reservas democráticas y de
protesta contra la gestión kirchnerista.
Varias organizaciones gremiales, circulando por un carril paralelo y más tradicional de protesta, a
través de paros y actos, también levantaron su voz para denunciar las medidas impopulares de la
gestión kirchnerista. En el interior del país, aunque con menos repercusión mediática, también
existieron pequeñas puebladas o manifestaciones contra las políticas del gobierno nacional o
contra actores aliados del kirchnerismo.
Esta nueva efervescencia potenció la resistencia de los otros actores de la constelación de poder
que querían disputarle la gerencia política al kirchnerismo. Tanto desde las formaciones políticas
opositoras como desde corrientes coaligadas al kirchnerismo, se empezó a advertir la debilidad del
gobierno ante un cambio en el clima social.
Hasta un grupo de gendarmería y prefectura, fuerzas de seguridad con características de
verticalismo militar había producido una especie de huelga y manifestación en reclamo de una
recomposición salarial. Con lo que al kirchnerismo se le presentó por un breve instante la visión de
un incipiente levantamiento como los que ya se habían producido en otros países de
Latinoamérica.
La respuesta del kirchnerismo cristinista a esta movida social, a este cambio de humor ciudadano,
fue perseverar en los desatinos, menospreciándolo, y continuando su desgastante
enfrentamiento contra Clarín y el Poder Judicial, mientras aumentaba el déficit público y el
crecimiento del PBI se desmoronaba casi hasta los niveles del estancamiento (mientras que en
2011 el PBI alcanzó a crecer entre un 8 y 9 %, en 2012 solo llegó a casi un 2%).
Por fuera de todo cálculo posible, el kirchnerismo también vino a recibir el golpe de un
imponderable donde se entremezcló lo nacional con lo internacional, lo político y lo simbólico, ese
hecho fue la elección del Cardenal Bergoglio como Papa a principios de 2013. Ante este hecho
histórico de repercusión mundial el elenco gobernante quedó nuevamente en off side, es decir
tuvo que morderse los labios ante un liderazgo que tomaba una dimensión inusitada y que no
procedía de su redil, sino más bien todo lo contrario, y significaba la revitalización de una
organización que había formado parte de todas las constelaciones de poder dominantes desde
tiempos coloniales, pero que en la actualidad tenía una posición marginal dentro del entramado
dominante.
En 2013 se cumplen los 10 años del kirchnerismo en el poder, y también es el momento en que la
dinámica política gira sobre las implicancias de la nueva ronda electoral, esta vez solo de cargos
legislativos. A pesar del cambio de ánimos que ya se venía manifestando desde 2012 el oficialismo
kirchnerista no solo no mostró voluntad de cambio de políticas o ministros, sino que además
dedicó fuertes recursos propagandísticos a instalar el concepto de “la década ganada” en
referencia a sus diez años de gestión. El cristinismo se respaldaba en el entusiasmo de su juventud
militante y en las declaraciones y medidas de algunos funcionarios y legisladores que actuaban
31
como heraldos de la presidenta, aunque con poca eficacia y bajísima aceptación popular (tal era el
caso de Guillermo Moreno, Larroque, Axel Kicillof, Ricardo Etchegaray, Kunkel, Abal Medina;
Randazzo, Aníbal Fernández y varios más, como el caso de algunos que si bien mantenían un bajo
perfil mediático tenían mucha cercanía con la presidente y formaban su círculo de consulta y
acción, dentro de ese reducido politburó se encontraban Carlos Zanini y Oscar Parrilli, avezados
operadores políticos, más otros funcionarios del area de inteligencia más dedicados a hacer
espionaje político interno que a tomar medidas de contrainteligencia contra grupos mafiosos o
potencias extranjeras).
Mientras el gobierno comenzaba el rodar político de 2013 haciendo sonar las trompetas y
fanfarrias de la “década ganada” como nueva consigna épica, otro factor disruptivo se encaramó
en la dinámica política, una tormenta que precipitó un milimetraje inusual de agua en algunos
puntos dejó un impresionante tendal de anegados, evacuados y muertos tanto en Capital Federal
como en distintos puntos del conurbano, especialmente en la ciudad de La Plata, de donde es
oriunda Cristina. Esto ocurrió en abril y le hizo bajar varios puntos más de popularidad a los
oficialismos del área metropolitana por su falta de previsión y torpeza a la hora de atender
situaciones de emergencia. Esta es la muestra de lo vulnerable que pueden ser los ídolos con pies
de barro de una constelación de poder que a pesar de todos los recursos que puede movilizar, no
deja de ser inestable y cambiante.
Llegando a mitad de 2013, la nueva contienda electoral tiene el trasfondo de un leve repunte de
la actividad económica impulsada por algunos rubros específicos, aunque con una inflación
todavía preocupante y pocas medidas efectivas para contenerla. A pesar de algunas otras medidas
progresistas impulsadas desde el oficialismo como por ejemplo el reconocimiento legal a la
participación estudiantil secundaria (que complementaba el reciente derecho al voto voluntario
desde los 16 años), o el avance sobre una nueva normativa de fertilización asistida que le
arrancaba una nueva prestación a coberturas médicas privadas, a pesar de ellas, decíamos,
muchos votantes ya tenían decidido su voto desde la “ruptura” producida durante el 2012, ya se
habían decidido a votar contra el gobierno, solo les quedaba identificar quién sería el mejor
catalizador para ese rechazo y esperar que las propuestas partidarias opositoras no se
fragmentaran.
A las formaciones políticas con aspiraciones de tener peso en la dinámica política actual, les es
indispensable reunir varias características a la vez, como tener liderazgos capaces de combinarse
virtuosamente sin destrozarse a sí mismos en una feria de vanidades, capacidad de acceso a los
medios masivos de comunicación y de transmisión de mensajes a través de los mismos, elaborar
propuestas programáticas que conecten con las necesidades y el sentir de importantes segmentos
sociales, desarrollar influencias y acuerdos territoriales y sectoriales, y como un punto de apoyo
muy importante sin duda lograr mostrar capacidad de gestión, ya sea en un gobierno local,
provincial, un ministerio o en una organización de cierta magnitud. Sin duda son pocas las
formaciones políticas que actualmente cuenten a la vez con todos aquellos atributos, pero aún
teniendo varios de los mismos, serían fuerzas competitivas, lo cual no significa que no puedan ser
golpeadas y alcanzadas por los coletazos de la Crisis de representación aunada a una crisis
coyuntural y ser enviadas al fondo del mar. ¿Qué se necesita entonces para campear semejantes
tempestades y lograr una gerencia política estable y estabilizadora? Posiblemente a demás de
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todas las características citadas precedentemente sea necesaria una revolución ética, con una elite
dirigencial que pueda hacer efectivo un cambio de valores en la gestión pública, ejercitando una
praxis de vocación de servicio, visión de más largo plazo, y coherencia entre lo que se propone y lo
que se hace. Parece que “dejar de robar” no es solo ya una consigna idealista o irónica, sino que
debería formar parte de un pensamiento pragmático realista.
Volviendo al escenario previo a las elecciones legislativas de 2013 el gobierno parecía muy seguro
del efecto de su aparato de propaganda, de la fidelidad social hacia sus políticas de subsidios y
clientelismo, del aprecio por sus leyes que ampliaban derechos para algunos segmentos, del
efecto amansador del aguinaldo y su endeble control de precios y, sobretodo, de la poca
capacidad de las formaciones políticas opositoras para enfrentarlo. En los meses previos hubo
algunas especulaciones con que Daniel Scioli rompería lanzas con un kirchnerismo que lo mantenía
dentro de su redil pero con desconfianza y malos tratos notorios que afectaban la gestión del
gobernador de Buenos Aires. Desde algunos factores de poder de la constelación dominante que
ya no toleraban la gerencia política del kirchnerismo se buscaba alentar al gobernador para que
asumiera el liderazgo del peronismo no kirchnerista y de una franja importante del electorado
independiente que lo veía con buenos ojos. Pero el gobernador bonaerense no asumió el desafío,
y quien sí se desgajó del conglomerado kirchnerista fue el intendente de Tigre, Sergio Massa, que
también contaba con una buena imagen dentro del peronismo y del electorado independiente por
su gestión al frente de aquel municipio y por medidas contra la inseguridad que parecían más
efectivas que en otras zonas. El intendente realizó también un prudente y metódico trabajo de
hormiga, manteniendo sus cartas en la manga hasta último momento, con un ritmo que le evitó
cortocircuitos antes de tiempo con el oficialismo kirchnerista. La candidatura de Massa a diputado
nacional con un armado político constituido casi en tiempo record en la provincia de Buenos Aires
dejó desairado al kirchnerismo y sus sectores aliados en la provincia, incluido el mismo gobernador
Scioli. El aspirante de las riberas del Delta tomó la posta que Scioli no supo atrapar, es decir la
posta de un inconformismo creciente y manifiesto contra la administración nacional. Massa, quien
había sido ministro del gabinete kirchnerista podría haber sido una carta importante para el
oficialismo, aunque desde las filas kirchneristas nunca se le dio una gran acogida, esta figura tenía
sus propios objetivos, y conjugó la rebeldía y el oportunismo leonino de una manera muy
semejante a como el kirchnerismo se manejo en su primer etapa al frente del gobierno nacional.
Mientras que los dirigentes de La Cámpora agitaban el discurso de una supuesta rebeldía, al
tiempo que se mantenían en la más absoluta obsecuencia con Cristina, el intendente de Tigre supo
reunir a dirigentes que tenían diferencias con el manejo de las políticas públicas y además habían
quedado relegados o castigados en el reparto de ventajas. La guerra relámpago de Massa arrastró
a sus filas a buena parte de dirigentes y grupos militantes que habían quedado huérfanos con el
eclipse político del duhaldismo, y con la poca penetración que el macrismo tenía en la provincia,
además de captar la simpatía de los electores independientes que añoraban un contendiente que
pudiera golpear al kirchnerismo y darle un fuerte llamado de atención sobre sus políticas públicas.
El armador (los armadores) del Frente Renovador, se había sabido granjear el apoyo de figuras
más allá del peronismo y de otros ex funcionarios del primer ciclo kirchnerista en el poder,
asimismo supo contar con el visto bueno y el apoyo clandestino de importantes grupos del
establishment económico y comunicacional. A pesar de ser una fuerza de reciente constitución, y
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de un anclaje territorial acotado, tenía enormes posibilidades de crecimiento en la medida que el
mismo kirchnerismo perdía apoyo popular e incidencia institucional.
El caudal electoral que Sergio Massa logró en las PASO (primarias abiertas simultaneas
obligatorias) superó por varios puntos al Frente Para la Victoria, que había tenido a la presidenta y
al gobernador casi como jefes de campaña poniendo el cuerpo y apoyando en cada acto a los
candidatos a diputados elegidos desde el despacho de CFK. Más significativo que el apoyo
logrado por el massismo, lo que resultó un dato trascendental era lo que había perdido el
kirchnerismo en dos años, más de 20 puntos porcentuales de apoyo en el principal distrito
electoral del país. Y ese resultado fue acompañado también de malas elecciones en casi todos los
otros distritos donde perdió frente a diferentes adversarios. Como en el cuento clásico de
Christian Andersen el portador del trono se encontraba desnudo creyendo que lucía la mejor
prenda, nadie del séquito se animaba a contradecirlo, y la fatalidad del ridículo se hizo inevitable,
pero aún con la contundencia del resultado y de la burla de la plebe, la reina y su séquito
intentaban continuar con las pretensiones de un mundo mágico, solo atinando a una tardía
reacción y reacomodamiento de algunas políticas y medidas para que el temblor no derrumbara
todo de un solo sacudón.
La situación de esta ronda fue bastante similar, con otros actores, a la derrota del kirchnerismo en
2009, salvo por algunos elementos, en primer lugar por el desgaste acumulado que ya tenía sobre
sus espaldas el elenco K, y porque en 2009 a pesar de la derrota, que tuvo como principal
responsable y víctima a Néstor, le quedaba una carta que jugar para la continuidad en el gobierno
a partir de la reelección de Cristina, mientras que en esta oportunidad la derrota invalida la
posibilidad de reforma constitucional para habilitar una nueva reelección, y además el
kirchnerismo no pudo construir (hasta el momento) desde su núcleo duro un candidato alternativo
y competitivo electoralmente para disputar la presidencia, los intentos de trasvasamiento
generacional a través del armado de La Cámpora tampoco fueron efectivos porque de este grupo
no emergieron liderazgos con reconocimiento social. Con el tiempo esta nueva fuerza dentro del
kirchnerismo había demostrado ser nada más que una expresión de voluntarismo, sin que le
pudiera aportar sustancia y verdadero capital dirigencial de reserva al kirchnerismo. Los jóvenes
de La Cámpora, moldeados con sentido autocrático verticalista, contradictorio, y sostenidos en
declaracionismos y recursos aportados desde arriba, no podían convertirse en otra cosa que en un
coro de aplaudidores, sin temple verdadero para afrontar el barro o levantar oportunas
autocríticas en el seno kirchnerista. La rebeldía no se proclama, se actúa. No surgió de este espacio
juvenil una dirigencia capaz de obtener el reconocimiento social y político para convertirse en el
relevo de la experiencia kirchnerista, y por otra parte también fueron vistos como una amenaza
por los dirigentes peronistas que adherían coyunturalmente al kirchnerismo pero tenían sus
propios cotos de poder semifeudal, se daba así una especie de desconfianza mutua entre una
progresía juvenil entusiasta pero superficial por un lado, y factores de poder locales-territoriales
de carácter más bien conservador por otro. También fue llamativo que el oficialismo desistiera de
hacer jugar a la hermana de Néstor Kirchner, a Alicia, quien se mantenía sólida en el Ministerio de
Desarrollo Social, tenía buena llegada con los intendentes peronistas, y no era una figura tan
bombardeada por la oposición mediática dado su bajo perfil y estilo menos confrontativo.
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La otra nota que nos interesa destacar con respecto a la elección de 2013 es la nueva chance
perdida para el avance electoral de una fuerza que represente los intereses del mundo trabajador.
Se puede hacer la salvedad de algunos dirigentes gremiales que desde segundas líneas
acompañaron a Massa, y algún contingente de corrientes combativas que tuvieron una pequeña
alegría con la buena performance nacional de la alianza trotskista FIT (buena performance debido
a una persistente tarea de militancia y con muchos recursos volcados a la propaganda en una
elección legislativa que generalmente se muestra más amigable con las “terceras” fuerzas, pero
hay que tener en cuenta que esa formación tiene mayor anclaje en la juventud estudiantil que en
los sectores gremiales, y que para crecer electoralmente deberá superar ciertas muletillas de
dogmatismo clasista que la alejan de capas medias disconformes). La mayor parte de las
expresiones sindicales quedaron relegadas, a la sombra o directamente mordiendo el polvo en
esta experiencia electoral. El moyanismo se jugó con Francisco De Narváez y su oferta electoral fue
absorbida por la jugada massista, la CTA y la CGT oficialistas jugaron con el gobierno y el resultado
fue amargo, y la CTA opositora no pudo constituir un frente electoral competitivo y quedó
rápidamente fuera de carrera. Esto evidencia que no existe aún una elite dirigencial sindical capaz
de extender su influencia más allá de su propio coto sectorial, con lo cual es difícil que puedan
torcerle la muñeca a las castas de políticos profesionales en las que se engloban tanto las figuras
mediáticas, los punteros barriales, los expertos en tejes y manejes electorales, y hasta los
eventuales out siders, es para pensar por ejemplo cómo un Miguel Del Sel, candidato que viene
del espectáculo y el humor, tiene más chances de encumbrarse y acceder a puestos políticos
importantes que el representante gremial de toda una rama de actividad industrial o de servicios.
Esta situación está señalando la debilidad y vulnerabilidad de los sectores subalternos, y su poca
capacidad real para incidir en la dinámica política desde sus propias expresiones organizativas.
Luego de las elecciones primarias de agosto, se sucedieron una serie de hechos que profundizaron
el mal momento político del gobierno. A las pocas horas del resultado, notoriamente desalentador
para el oficialismo, la presidenta volvió a ningunear a los opositores a la vez que aseguraba que
Argentina presentaba algunos indicadores que la ponían por encima de Canadá y Australia, dos
países que si bien no son potencias están dentro de un lote de países capitalistas competitivos y
con un tejido social menos desgarrado que el nuestro. No obstante la insistencia en imponer un
relato que ya no convence al electorado y genera fastidio social, el gobierno efectuó algunos
cambios en el impuesto a las ganancias para aliviar la presión fiscal sobre los trabajadores, y a la
vez lanzó a la gendarmería a tareas de prevención policial en zonas del conurbano y se dispuso el
cambio de ministro de seguridad en la provincia de Buenos Aires, tratando de mostrar reflejos
frente a la problemática de la inseguridad que fue uno de los puntos débiles de la gestión por el
que el electorado decidió darle la espalda. Pero la conducción de la campaña del Frente Para la
Victoria empezó a entrar en una zona confusa, el candidato oficialista, Martín Insaurralde, buscaba
despegarse del gobierno nacional mostrándose más riguroso y planteando un debate por la baja
de la edad de imputabilidad penal, lo cual agitó las aguas dentro del mismo kirchnerismo que se
mostraba reacio a la propuesta. El gobernador Scioli intentó comprometerse aún más en la disputa
electoral acompañando al candidato y llevándolo por una estrategia más light, menos
confrontativa, pero al mismo tiempo más insustancial. Mientras tanto la presidenta salía
sorpresivamente de escena por un desarreglo en su salud y una intervención quirúrgica de
urgencia que le imponía un reposo estricto, quien había sido la jefa de campaña de pronto ya no
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estaba, y a la vez asumía la dirección del gobierno nacional el vicepresidente Amado Boudou,
sobre el que pendían varias causas judiciales por corrupción con cada vez mayores posibilidades
de procesamiento, como otro hecho destacado vale resaltar que en el intersticio entre las PASO y
la elección general el kirchnerismo logró convalidar en el Congreso una nueva prórroga a la Ley de
Emergencia Económica que era uno de los pilares del hiperpresidencialismo, algo absolutamente
desfasado de la coyuntura política que se vivía. A todo esto a pocos días de la elección se produce
un nuevo accidente en la estación de Once que trajo a la memoria popular la tragedia acaecida a
principios de 2012, y por otra parte el candidato camporista para una diputación porteña Juan
Cabandié es filmado en un confuso incidente en el que se comporta de forma prepotente con una
agente de tránsito.
La nave insignia del kirchnerismo, o sea el Frente Para la Victoria, esta vez había sido impactado
por un misil exocet y no encontraba una costa para recalar en forma segura, navegaba a la deriva.
Finalmente en las elecciones legislativas de octubre los rivales del kirchnerismo en los principales
distritos del país se impusieron, y en la provincia de Buenos Aires la diferencia se hizo todavía más
abultada con lo que Massa había dado una estocada profunda tanto al cristinismo como al
gobernador Scioli. La gran esperanza que le queda al Kirchnerismo es que todos esos rivales
victoriosos, cada cual en su distrito, no puedan terminar de armar una alternativa de alcance
nacional verdaderamente competitiva. Más adelante expondremos algunos escenarios tentativos
para el próximo bienio 2014-15.
En política y en economía las perspectivas a futuro juegan un rol tan importante como las
condiciones objetivas en el presente, y las perspectivas a futuro que ofrece el kirchnerismo para
sus funcionarios y militantes dejan de ser alentadoras, no obstante aún le pueden quedar cartas
en la manga.
Etapas y caracterización del bonapartismo kirchnerista en el gobierno nacional.
Dentro de la tradición conceptual del marxismo, el autor italiano Antonio Gramsci fue uno de los
que tomó la idea de bonapartismo, y especuló con que podían existir fenómenos de este tipo que
fueran “progresistas” en el sentido de favorecer condiciones para una futura revolución socialista,
y a su vez fenómenos bonapartistas “regresivos” que serían los que alejan la posibilidad de romper
con el capitalismo y la dominación burguesa. Interpretamos que someter al kirchnerismo a este
examen nos daría algunos dolores de cabeza, y realmente tampoco es el objetivo del trabajo ya
que lograr una definición absoluta sobre este ítem requeriría una comparación histórica de mayor
alcance. Pero más allá de una categorización sobre aquel dualismo, podríamos señalar una serie
de características que lo han acercado o alejado de la anterior constelación de poder capitalista, o
sea la constelación neoliberal.
Sin pretensiones de ser totalmente abarcativos, como los aspectos más reaccionarios y que lo
identifican con la anterior constelación neoliberal, podríamos mencionar:
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-Se desactivan las asambleas barriales como expresión novedosa de poder popular, y se frena el
proceso de cooperativización autónomo, el cooperativismo se levanta desde un enfoque
clientelar.
-Se perfeccionan los métodos de control, represión y espionaje estatal.
-No se promovieron procesos importantes de descentralización administrativa, ni de
descentralización política desde el Estado Nacional. Tampoco se avanzó en la utilización de las
tecnologías digitales para procesos de democratización participativa. Justamente la característica
saliente de un fenómeno cesarista o bonapartista es la concentración de poder, no su
redistribución.
-No se utilizaron herramientas de consulta popular como plebiscitos por temas específicos.
-Alguna de las leyes respaldadas por el oficialismo, y acompañadas por otras formaciones políticas,
no se condujeron hacia sus fines más democratizantes, el caso emblemático fue el de la Ley de
Medios.
-No se favoreció la democracia sindical y en cierto momento se forjaron alianzas con las
burocracias sindicales más conservadoras.
-No se introdujeron mejoras realmente significativas en el proceso electoral. El sistema de las
PASO ha servido principalmente para “limpiar” del escenario a agrupaciones políticas
testimoniales, para anular el sentido del afiliado político, y para igualar a los partidos de la
oposición en su acceso a la publicidad directa en televisión y radio. Pero no se avanzó en dotar de
mayor transparencia y verdadera igualdad de oportunidades a todas las posturas. La contienda
electoral sigue siendo costosa y muy enmarañada, solo estructuras de mucho poder económico, o
con una muy extendida red de militantes comprometidos, pueden resultar competitivas. El
sistema electoral sigue siendo hostil a la posibilidad de surgimiento de agrupaciones provinciales y
vecinalistas que no estén sustentadas o alentadas “desde arriba”.
-Desde lo específicamente económico, como ya señaláramos, continuó el proceso de
transnacionalización de activos nacionales, aunque por otros carriles, ya no a través de
privatizaciones del sector estatal.
-La inflación que se empieza a acentuar más marcadamente desde 2009, y los impuestos al salario
funcionaron como un ajuste heterodoxo generando efectos redistributivos regresivos. La
tolerancia hacia la tercerización y la economía informal son otras formas de ajuste regresivo,
algunos casos, como en el de ciertas prácticas de la economía informal, están directamente
relacionados también con la corrupción que nutre la acumulación patrimonial de corporaciones
burocráticas.
A su vez, por el lado de los aspectos más progresistas, se podrían mencionar:
-Se avanzó en derechos de participación política de los jóvenes y en algunos nuevos derechos
civiles para minorías sexuales.
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-Se promovió una línea de planteamientos políticos e históricos revisionistas y críticos del
paradigma neoliberal.
-Se abandonaron las “relaciones carnales” con USA, y la obediencia ciega a los dictámenes del FMI,
reemplazándolos por un acercamiento y mayor involucramiento con los procesos político-sociales
del subcontinente.
-El gobierno nacional logró mayores márgenes de autonomía para enfrentar los intereses y
presiones de algunos conglomerados económicos. Uno de los caso más emblemático fue el
representado por la re estatización del sistema de aportes jubilatorios.
-La extensión de asignaciones y beneficios sociales a un importante segmento de la población
(corriendo paralelamente al reforzamiento de las prácticas clientelares) sirvió para sostener a
parte de las clases subalternas en un nivel de subsistencia que amortiguó la vorágine cada vez
más expulsiva de la dinámica sociopolítica del capitalismo. La palabra que elegimos es
“amortiguar”, ya que si bien el desempleo bajó fuertemente durante los primeros años del
kirchnerismo los niveles de pobreza no se redujeron ni se verificaron grandes corrientes de
ascenso social tal como se había experimentado en el país hacia la mitad del siglo pasado, donde la
participación de las capas trabajadoras en la distribución de la riqueza fue muy equitativa, lo que
le permitió a Argentina contar con una numerosa clase media propietaria con acceso a servicios
públicos aceptables, y que fue un factor distintivo respecto de otras realidades latinoamericanas.
Además de estas consideraciones sobre las características progresistas y regresivas del
kirchnerismo, en el presente ensayo también nos parece apropiado definir más claramente
algunas de las etapas de esta corriente política que hemos tratado. Una primer etapa se puede
ubicar conteniendo sus primeros años de militancia en el peronismo, y luego su traslado hacia el
sur patagónico para el ejercicio profesional. Acá se afianzan los lazos familiares y se dan los
primeros contactos políticos definiendo a Santa Cruz como cabecera de playa para la expansión de
las aspiraciones políticas y familiares. Esa primer etapa llega hasta la victoria que hace acceder a
Néstor a la intendencia de Rio Gallegos a través del justicialismo. Desde ahí se empieza a forjar el
estilo político en la gestión pública y a definir los roles de cada integrante en una formación
política que se iba expandiendo, es el génesis del “doble comando” y de una sociedad política-
conyugal muy estable. Esta segunda etapa abarca desde la asunción de Néstor como intendente
de Rio Gallegos, y su posterior escalamiento en la gobernación provincial, donde como ya
señaláramos comienzan los acuerdos y relaciones con otros actores importantes y de alcance
regional, nacional e internacional. Esa segunda etapa es la de la incorporación satelital a la
constelación de poder neoliberal que dirige las líneas fundamentales de la dinámica política
argentina desde la década de los noventa. En esta época es donde se termina de definir su férreo y
verticalista estilo de conducción, su carácter autocrático y pragmático, y sus aspiraciones de dar un
salto al centro del escenario político. La tercer etapa del kirchnerismo se despliega desde la crisis
orgánica de 2001 y la gestación de una nueva constelación de poder, e incluye su acuerdo con
otras formaciones políticas como el duhaldismo, que contaba con un armado nacional, y su
escueta victoria electoral en 2003. En esta tercer etapa es donde a través del
hiperpresidencialismo se coloca en una posición bonapartista y de gerencia o conducción política
de la nueva matriz de poder tal como venimos describiendo, y mediante lo que se entendió como
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“transversalidad” se llegaron a acuerdos con otros actores políticos más allá del peronismo que
permitió un reequilibrio de elites, programas, discursos y actitudes en los liderazgos. Esta etapa
concluye con la definitiva consolidación del kirchnerismo en la conducción del Estado Nacional y
del peronismo tras la victoria electoral de 2005 donde la candidatura de Cristina Kirchner le dio
una paliza electoral al duhaldismo en el importantísimo casillero bonaerense. A partir de ahí
comienza una cuarta etapa del kirchnerismo, donde se producen reajustes en la “transversalidad”
y un viraje donde cobran más importancia los elementos netamente peronistas, y empieza un
creciente proceso de autocrático, también es el momento donde se inician las tensiones con otros
actores relevantes de la nueva constelación de poder heterodoxa. Con algunas subfases esta etapa
llega hasta el fallecimiento de Néstor Kirchner, y luego comienza una quinta etapa de esta
formación política donde la centralidad recae sobre Cristina y un reducido número de
funcionarios, apostando a nuevos liderazgos juveniles de su propio cuño, principalmente de La
Cámpora. En esta etapa quedan apenas residuos de aquella primera “transversalidad”, más bien
quedan en pie alianzas con algunos gobernadores y con corrientes que hacen un credo y un
negocio de la obsecuencia. Bajo la dirección de Cristina hay un alejamiento de ciertos grupos del
peronismo como quedó expresado en la rápida ruptura con el moyanismo, y también importantes
tensiones con otros dirigentes como Daniel Scioli, aunque con este último no se llegó a una
ruptura definitiva por necesidades electorales y falta de liderazgos atrayentes netamente
kirchneristas en este importante distrito. Por lo menos estas han sido las etapas más marcadas
hasta la elección legislativa de 2013 donde el cristinismo experimentó un duro rechazo a sus
políticas, y a su estilo, a través de la derrota electoral en los principales distritos.
Escenarios políticos posibles para el bienio que sigue.
Qué escenarios se pueden presentar desde este punto en la dinámica política hasta 2015 y un
poco más allá. Algunos escenarios que presentamos tienen que ver con el mantenimiento de la
constelación heterodoxa, y otros incluyen la posibilidad de una reconfiguración del tablero político
y social con la aparición de fuertes crisis.
Un escenario podría estar representado por una especie de contraataque kirchnerista mientras
aún pueda sostener y aprovecharse del esquema hiperpresidencialista, a través de una especie de
shock con un cóctel reformista-populista-progresista para enfrentar a los otros factores de poder
de la constelación dominante, neutralizar el avance de las formaciones políticas competitivas y
contener a los gobernadores con la renegociación de deudas provinciales y promesas de obras. Al
gobierno aún le queda margen para un recambio de gabinete, reasignación de recursos, moderar
las disputas palaciegas, redireccionar el eje comunicacional de confrontación, y nuevas medidas
que apacigüen los ánimos populares. En este caso se trataría de ganar tiempo, esperar que las
condiciones macroeconómicas e internacionales no traigan graves problemas (y que el clima
ayude) reconcentrarse en la gestión y recuperar apoyo popular, esperando que sus oponentes
políticos se bloqueen entre sí, den pasos en falso y no consoliden una opción de recambio a nivel
nacional. De esta forma se tendría una chance con la puesta en juego de un candidato de su
propio cuño (o una fórmula con un outsider o candidato atrayente bendecido desde la cúpula
kirchnerista) para tentar suerte en las elecciones presidenciales y llegar a una definición aunque
39
sea en ballotage para continuar en el gobierno más allá de 2015. Como dice un refrán popular “los
muertos se cuentan fríos”, así que los que afirman categóricamente que el kirchnerismo llegó a su
final podrían estar incurriendo y generando una profecía autofrustrada.
Otro escenario podría ser el de la velada resignación, el de pactar con otras formaciones políticas
que le aseguren cierta impunidad e influencia en una nueva gerencia política, sería un acuerdo de
gobernabilidad por impunidad. En este caso el kirchnerismo renegaría de la continuidad en el
gobierno y se haría cargo del costo político de algunas medidas de ajuste para emprolijar las
cuentas públicas y hacer un relanzamiento de la constelación heterodoxa (ya no Konstelación) con
una gerencia más cercana al republicanismo liberal y federal aunque en un escenario salpicado de
zonas marrones (cuasi feudales). Fuerzas nucleadas alrededor de los liderazgos de Scioli, Massa o
gobernadores peronistas del interior podrían ser socios de esta estrategia, incluso sectores del
socialismo y el radicalismo pueden ser tributarios de este escenario dándole un cariz
socialdemócrata-partidocrático a la matriz de poder.
Estos dos escenarios precedentes son tendencias modélicas y demasiado lineales, en realidad es
más plausible que la dinámica política genere un tercer escenario dialéctico que sea un camino
intermedio entre los dos mencionados. En todos estos casos estamos hablando del mantenimiento
de una constelación de poder heterodoxa capitalista dentro de un bloque histórico de capitalismo
periférico y dependiente.
Otros escenarios alternativos puede constituirse por la no consolidación de los mencionados
anteriormente, porque las coyunturas de la dinámica sociopolítica disparen nuevas crisis o
profundicen las existentes. En esos casos puede haber realineamientos y polarizaciones que lleven
a la desarticulación de la constelación heterodoxa, a su colapso, y al resurgimiento de una nueva
constelación decididamente pro-mercado y pro-USA, como también podría erigirse una
constelación alternativa instituyente de radicalización democrática (donde algunos actores
puedan hacer confluir lo marginado, lo explotado y lo disconforme en un agrupamiento de fuerzas
interclasista, solo en este caso la hegemonía capitalista se vería amenazada), como tampoco
podría descartarse del todo que un nuevo vacío de poder produzca la aparición de un Leviatán, o
sea un actor político que en estos momentos se encuentre agazapado, y que levantando las
banderas del orden y la ética arremeta contra derechos y libertades reproduciendo un nuevo tipo
de versión bonapartista.
A pesar de desenvolverse en un bloque histórico dependiente, con baldíos institucionales cuasi
feudales, y una economía poco diversificada por el rezagamiento tecnológico y el lastre de
ineficientes y corruptos monopolios públicos y privados, aún así la dinámica sociopolítica argentina
tiene una complejidad importante, con numerosos y volubles actores y fenómenos poco
predecibles, por lo que una afirmación categórica sobre su curso y posibilidades en el largo plazo
escapa a las intenciones de un buen análisis político.
“El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos
que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.”
Extracto de “El analfabeto político” de Bertold Brecht
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