12 de septiembre de 201024 Tiempo ordinario (C)
Lucas 15, 1-32
Red evangelizadora BUENAS NOTICIASAnuncia a Dios, Padre Bueno. Pásalo.
Red evangelizadora BUENAS NOTICIASAnuncia a Dios, Padre Bueno. Pásalo.
José Antonio Pagola
Música:MelodyOfLove:present:B.Areskurrinaga;euskaraz:D.Amundarain
En ninguna otra parábola ha querido
Jesús hacernos penetrar tan
profundamente en el misterio de Dios y en
el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros
como ésta del "Padre bueno".
El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia».
Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre.
Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre
desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra:
el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en
su horizonte.
Dios ha de desaparecer de la sociedad y
de las conciencias.
Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda
silencio. Dios no coacciona a
nadie.
El hijo se marcha a «un país lejano».
Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia.
El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará
esperando.
El hijo se marcha a «un país lejano».
Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia.
El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará
esperando.
La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su
recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos
perdiendo de vista?
Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada».
El término original no sugiere sólo un desorden moral sino una existencia
insana, desquiciada.
Al poco tiempo, su aventura empieza a
convertirse en drama. Sobreviene un
«hambre terrible» y sólo sobrevive
cuidando cerdos como
esclavo de un extraño.
Sus palabras revelan su tragedia:
«Yo aquí me muero de hambre».
Al poco tiempo, su aventura empieza a
convertirse en drama. Sobreviene un
«hambre terrible» y sólo sobrevive
cuidando cerdos como
esclavo de un extraño.
Sus palabras revelan su tragedia:
«Yo aquí me muero de hambre».
El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de
nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad.
¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón?
Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?
¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón?
Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?
El joven «entró dentro de sí mismo» y,
ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre
asociado a la abundancia de pan: en
casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de
hambre».
En su interior se despierta el deseo de
una libertad nueva junto a su padre.
Reconoce su error y toma una decisión:
«Me pondré en camino y volveré a mi padre».
En su interior se despierta el deseo de
una libertad nueva junto a su padre.
Reconoce su error y toma una decisión:
«Me pondré en camino y volveré a mi padre».
¿Nos pondremos en camino hacia
Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si
conocieran a ese Dios que, según la parábola
de Jesús, «sale corriendo al
encuentro de su hijo, se le echa al cuello y
se pone a besarlo efusivamente».
Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de
teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad
más digna y dichosa.
UNA PARÁBOLA PARA NUESTROS DÍASEn ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el
misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como ésta del "Padre bueno".
El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.
El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?
Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere sólo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada, caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y sólo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».
El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?
El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».
¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.
José Antonio Pagola