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MadridJUAN JOS MILLS 06/04/1990 So que llegaba a una ciudad fantstica que llamaban Madrid. Varios millones de habitantes esperaban su fin en el interior de fabulosos automviles alicatados hasta el techo. Estos vehculos podan alcanzar velocidades siderales, pero permanecan quietos, rugiendo levemente, frente a semforos que les guiaban el ojo ajenos al colapso circulatorio. Los conductores parecan satisfechos dentro de sus mausoleos motorizados. Unos aliviaban la espera llegando hasta lo ms hondo de s mismos a travs de los orificios nasales; otros escuchaban la radio; algunos jugaban con su propia memoria y sonrean.Entre los huecos formados por las poderosas mquinas desfilaban manifestaciones y ambulancias. Grupos de indigentes comerciaban con pauelos de papel, telfonos porttiles y ambientadores con olor a pino. En todas las esquinas estratgicas enormes mquinas, con aspecto de animales prehistricos, cavaban zanjas y construan tneles en los que de cuando en cuando perecan los obreros. No haba autobuses.Penetr en una ereccin con forma de torre que llamaban Picasso. A la entrada te daban una piedra de plstico gracias a la cual tu cuerpo no pitaba al pasar frente a unas barreras electrnicas. Todo era limpio y luminoso excepto la piedra, que era negra y sucia porque haba sido manipulada por cientos de personas que sin duda tenan el hbito de llegar a lo ms hondo de s mismas por el sistema ya descrito. Los ascensores tenan las paredes de mrmol. Gracias a este dato, advert que me hallaba en el interior de un sueo, pues ni al que concibi la Cruz de los Cados, en el valle homnimo, se le habra ocurrido un disparate de este tamao. Lo curioso es que despert y las paredes seguan siendo de mrmol, la ciudad continuaba llamndose Madrid, los obreros perecan en los tneles municipales, y los habitantes esperaban su fin en el interior de poderosos automviles alicatados hasta el techo. Qu raro.


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