2015.02.23. Del gesto de doña Gesta.
Quizás el olor metálico de doña Gesta, sólo pueda hacer suelo propicio de sus avatares, entre el mercado de la
colina o las escogencias políticas en el supermercado. Pero cierto es que pasan las horas, los días implacables,
con sus nubes y arreboles, con su límpido azul precedido de puntillosas gotas que nombran los tiempos de los
días raros, desavenientes y telúricos. Lenguajes de un paisaje ajeno y propio; típico sin lugar de doña Gesta y
sus aconteceres.
Nunca como antes jugaba tanto con sus monedas de pensamientos-plomo, con sus letras escurridas entre
dígitos y pieles, encerramientos imaginativos o florecimientos vegetales. Nunca como hoy había querido
hacerse al cálido abrigo de otros tiempos más sombríos, entre bohemias consabidas hasta los pelos, las
esquinas, el desprestigio social y esas cosas de las buenas gentes del lugar. Doña Gesta, la única sobreviviente
de la dionisíaca fiesta moderna, coctel virtual de toda posibilidad democrática. Doña Gesta la imposible, la
impotable, hoy tan mesurada en su acontecer doméstico; entre los pagos y retribuciones al sistema
benevolente que le sobrevivía. Doña Gesta, señora de los pordioseros de manos alargadas y suplicantes,
benefactora de alcohólicos de andén y madruga; doña Gesta la sucesora de las damas grises y sus indulgentes
cariños por un paraíso lejano y efervescente.
Quizás los días se le hubieran sobrepuesto en el abrigo, pero nunca supo cómo de la compra de un atún pasó a
ser la más querida por todos aquellos pobres que le adoraban, que le alababan. Quizás el tiempo santiguaba
cada una de sus inmundicias de lozanía telúrica; tiempo profiláctico que como inscribía en su piel las hojas-
calendario, hacía lobotomías asépticas y escépticas de cuanto le convenía. Doña Gesta, ahora la pudorosa,
ahora la omnicontenta, ahora la conforme, imposible de un Gesto.