Actores e imágenes de la caricatura en el Ecuador
Ángel Emilio Hidalgo
La caricatura es un medio artístico que propone una reali-
dad alternativa ante las condiciones de existencia de una
sociedad. Cuando se trata de caricatura política, se sitúa
frente al poder para cuestionarlo, asentando una línea
poética que se vincula con la sátira. Dicho de otro modo,
se trata de una representación satírica como producto
artístico que conecta dos tradiciones que conviven –y lo
han hecho desde siempre- en la historia de la caricatura.
Ética y política son las fuentes semánticas y discursivas
que anteceden la operación caricaturesca, sin las cuales
un dibujo humorístico no alcanzaría la resonancia que
tiene en las sociedades occidentales contemporáneas.
La caricatura es propia de la modernidad occidental
como sensibilidad de época, pues se vincula al estudio y
crítica de la subjetividad, cuyo ascenso se produce a partir
del humanismo renacentista. Posteriormente, jugará un
papel clave en el proceso revolucionario francés del siglo
xviii. A partir de la Revolución Francesa (1789), la cari-
catura se abrió un espacio propio, emergiendo como una
voz subterránea en el aquelarre de los cuerpos sociales
enfrentados y permaneciendo con su eco vital, en la arena
que a la postre le resultó más propicia: la prensa política.
Así llegó al Ecuador, hacia la segunda mitad del siglo
xix, cuando todavía era un pasatiempo de ilustrados. El
primero de estos fue un liberal masón que participó en
todos los movimientos artísticos y culturales del Quito
de su tiempo: Juan Agustín Guerrero (1818-1886), quien
elaboró un puñado de imágenes humanas y animalescas
que retrataron la podredumbre del siglo. No importa de
qué color fueran los sujetos aludidos, si azules o rojos,
Prólogo
conservadores y liberales… En todos los casos, los carica-
turistas mostraban sus debilidades, las que eran oreadas
públicamente por el aroma del lápiz fino.
Junto a Guerrero, un liberal costeño llamado Francisco
Martínez Aguirre hacía su aparición. Justo cuando el país
sufría el desgobierno de un conservador terrateniente disfraza-
do de “progresista”. Pero este sería un caricaturista que
traspasaría las fronteras
ideológicas que la sociedad
ecuatoriana le marcaba,
imprimiendo sus humores
en un periódico satírico que
se convirtió en su proyec-
to personal de artista y
signo de identificación.
Así nació El Perico (1885)
y fue Martínez Aguirre el
promotor de una nueva
prensa de agitación políti-
ca que daba sus primeros
“vuelos”.
La alusión a la fábula que hacían estos narradores de
lo cotidiano traería una línea de continuidad que aún hoy
puede rastrearse en los editoriales gráficos de la prensa
ecuatoriana. Pero él y otros como R. Chiesa, F.G. Queirolo
y Policarpio Ventorrillo Opinionitis fueron pioneros en
un medio sociocultural azotado por la confrontación y el
debate político-ideológico entre liberales y conservadores.
Anticlericales los unos, “curuchupas” los otros, exponían
sus diferencias en múltiples escenarios, desde el discurso
parlamentario hasta el campo de batalla. Y en medio de
esos “extremos”, un puñado de radicales guayaquileños se
erigían como los portadores de un nuevo lenguaje, aquel
que por primera vez exteriorizaba su acción comunicativa.
Surgió así la caricatura política en el puerto de Guayaquil,
con afán moralizante y orientada a convertirse en instru-
mento de propaganda política e ideológica de los liberales
radicales, desde la más gravitante de las plataformas: la
prensa.
Una caudalosa producción humorística basada en décimas
y coplas populares de origen montubio (amorfinos), junto
a litografías impresas de caricaturas fue el repertorio
de estos folios de pequeño formato tildados de “prensa
menor”. Pero, más allá de sus críticos, este tipo de produc-
ción gráfica y literaria resultó clave para difundir las ideas
de Eloy Alfaro y los liberales radicales entre un público
mayoritariamente analfabeto que a partir del contenido
humorístico simpatizó con la causa montonera.
Convertidos en los “montoneros emplumados” en este
volumen, los caricaturistas radicales del puerto abrieron
el espacio para que la “prensa seria” acoja la caricatura
en sus páginas, como ocurrió a partir de 1898, cuando El
Grito del Pueblo contrató al dibujante A. Narváez, garanti-
zando así un espacio sostenido que aprovecharon los cari-
caturistas del futuro.
La popularidad de El Perico y otros periódicos satíri-
cos de la segunda mitad del siglo XIX se debió a que
estos “montoneros de la gráfica” supieron enfrentar
los problemas cotidianos con ironía y hasta con
sarcasmo, al tiempo que blandieron su lenguaje
para enrostrar, sin temores, los defectos de
los políticos y otros aventureros públicos.
De ahí en adelante, los caricaturistas se
convirtieron en voceros del sentir popular
e intérpretes privilegiados de la opinión
pública, a lo largo de más de un siglo rubri-
cado por nuevos actores que empuñaron la idea
del “pueblo”, un significado empleado por políticos, ideól-
ogos y demagogos de todos los pelajes.
El dardo de la sátira envenenada también recayó en
los caudillos del siglo xx, entre los cuales destacó el “loco”
Velasco. Su estampa de faquir maravilló a decenas de
caricaturistas, que se entretuvieron con sus anécdotas y
frases célebres, convirtiéndolo en un personaje que pobló
la prensa escrita durante décadas, tantas como el número
de sus periodos presidenciales.
Cocoricó (1932-1934) fue el medio que congregó a talen-
tosos dibujantes que simpatizaron con la izquierda marx-
ista, entre ellos, Virgilio Jaime Salinas y Galo Galecio. El
evento que disparó la atención de estos iconoclastas fue la
declaración del presidente electo Neptalí Bonifaz, quien en
su juventud se había reconocido “peruano”.
Posteriormente vendrían publicaciones como Zumbambico,
La Calle, Mañana, La Bunga, esta última de gran recor-
dación como se reseña en las siguientes líneas. Y como
colofón, la obra de un caricaturista político extremo:
Pancho Jaime, mezcla de rockero, adventista, proletario e
insultador profesional, quien dejó detrás de sí una estela
de historias truculentas.
Los ejemplos que aparecen en esta publicación no
engloban toda la historia de la caricatura en el Ecuador; sin
embargo, abordan casos paradigmáticos donde el papel del
dibujante se muestra vital para entender la virulencia de
las imágenes, en relación a los modelos que las anticipan.
Todos los relatos de Truculento y Político tienen dos ejes
en común: el estremecimiento que significó para la opinión
pública ecuatoriana su participación en los hechos y
coyunturas que les precedieron, y la valentía que tuvieron
los caricaturistas para no callar frente al autoritarismo y
la injusticia.
Guayaquil, febrero de 2015