V Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea, Bs.
As. 2014.
AISTHESIS. La implicación estético-política, en el pensamiento de
Jacques Rancière.
Dra. Guzmán Liliana (UNSL); Chirino Maximiliano (UNSL).
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Resumen Ampliado.
Este escrito es un aporte para pensar el dispositivo de las democracias
contemporáneas a la lupa de los aportes biopolítico (en las lecturas de Foucault y de
Agamben) y ver si es posible desde esa lupa ensayar una interpretación del pensamiento
de Jacques Rancière, especialmente por su aporte a las “políticas estéticas y estéticas
políticas”. Desde este marco, intentamos pensar así la constitución de la subjetividad:
como aquel punto de convergencia de las líneas estéticas y políticas del dispositivo
biopolítico en las democracias contemporáneas, y que tejen la trama en la que el ser
vivo deviene en zoon politikon, en ese animal político que es, en efecto.
La "estética", como dispositivo de saber/poder/subjetivación ha sido velo de
numerosas ocultaciones y afirmaciones carentes de sentido respecto al arte, y a la
repartición, interpretación y representación del sensorium que define lo artístico. La
estética como dispositivo de saberes sobre el arte, se configuró en la relación entre la
radicalidad artística y la radicalidad política, hoy relación quebrada. En este sentido,
Rancière ahonda en la configuración histórica de “lo estético” como régimen general de
visibilidad y de inteligibilidad del arte; y como modo de discurso interpretativo, para
pensar hoy a la estética tras ésta relación de arte y política rota.
El nudo de complejidad de tal emprendimiento, supera la dicotomía
naturaleza/sociedad, opresión/emancipación, de la que Rancière y su obra (se) escapan.
Por momento que para el filósofo francés lo estético es policial – en tanto y por cuanto
separa y divide los espacios, los tiempos y las actividades que terminan modos de hacer
o de sentir preconfigurados – y es político – en tanto y por cuanto se remite a las formas
de producción o de visibilidad artísticas intrínsecas a la división policial –, por ende se
vuelve menester desentrañar cómo aun hoy, lo artístico y lo político son configurativos
de la subjetividad, en el régimen policial del dispositivo del arte y los regímenes
estéticos.
Quizás desde esta perspectiva, pensar otra política estética (y especialmente para
la microtransformación de los espacios o dispositivos pedagógicos y políticos) sea no
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sólo posible sino también políticamente transformadora y estéticamente liberadora de
nosotros mismos. Hoy (nos) convoca no sólo la problemática en torno a las políticas del
arte, sino que también el sentido del arte, de “lo artístico” en los espacios públicos, en
las instituciones y/o espacios culturales y educativos; el sentido del arte y su rol en las
democracias contemporáneas, en la era de un neoliberalismo tardío y de los populismos
progresistas. Se trata de señalar hacia la pregunta, para que sea provocadora y para que
convoque y nos reúna, nos invite para en comunidad pensar (nos) “lo común”, “lo
comunitario”, tal sería ¿es el arte un dispositivo político?
Introducción.
El presente trabajo, es un aporte para pensar el dispositivo de las democracias
contemporáneas a la lupa de los aportes biopolíticos (en las lecturas de Foucault y de
Agamben), y para ver si es posible, desde esa lupa, ensayar una interpretación del
pensamiento de Jacques Rancière, especialmente por su aporte a las “políticas estéticas
y estéticas políticas”.
La "estética", como dispositivo de saber/poder/subjetivación ha sido velo de
numerosas ocultaciones y afirmaciones carentes de sentido respecto al arte, y a la
repartición, interpretación y representación del sensorium que define lo artístico. En éste
sentido, Rancière ahonda en la configuración histórica de “lo estético” como régimen
general de visibilidad y de inteligibilidad del arte; y como modo de discurso
interpretativo. Intentamos pensar así la constitución de la subjetividad: como aquel
punto de convergencia de las líneas estéticas y políticas del dispositivo biopolítico, y
que tejen la trama en la que el ser vivo deviene en zoon politikon, en ese animal político
que es, en efecto.
El nudo de complejidad de tal emprendimiento supera la dicotomía
naturaleza/sociedad, opresión/emancipación, de la que Rancière y su obra (se) escapan.
Por momento que para el filósofo francés lo estético es policial – en tanto y por cuanto
separa y divide los espacios, los tiempos y las actividades que terminan modos de hacer
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o de sentir preconfigurados – y es político – en tanto y por cuanto se remite a las formas
de producción o de visibilidad artísticas intrínsecas a la división policial – se vuelve
menester desentrañar cómo aun hoy, lo artístico y lo político son configurativos (y
constitutivos) de la subjetividad, en el dispositivo policial y en los regímenes estéticos.
1. Políticas estéticas y estéticas políticas: policía, estética y política.
En el año 2002, Jacques Rancière dicta un Seminario en el Museu d’Art
Contemporani de Barcelona (España), para exponer sus tesis en torno a la relación
entre la estética y la política. “Hemos terminado, se afirma, con la utopía estética, es
decir con la idea de una radicalidad del arte y de su capacidad de contribuir a una
transformación absoluta de las condiciones de existencia colectiva”, afirmaba el
filósofo francés1. He aquí la denuncia que (nos) convoca.
Frente a éste escenario “post-utópico” del arte, pueden distinguirse dos grandes
concepciones. Por un lado, una concepción más propia de historiadores y filósofos, que
pretende “aislar la radicalidad de la búsqueda y la creación artísticas de las utopías
estéticas de la vida nueva con las que se han comprometido...”2. Se trata de la
radicalidad del arte como potencia de presencia, que viene a romper con lo cotidiano, lo
ordinario de la experiencia. Se acentúa de éste modo la potencia liberadora del arte
ligada al distanciamiento de lo cotidiano.
En cuasi oposición a esta mirada, surge una visión más circulada entre artistas,
donde “en lugar de oponer la radicalidad artística y utopía estética, se prefiere
mantener tanto a una como a la otra a igual distancia”3. Se trata de pregonar
micropolíticas transformativas, apuntar a crear o recrear lazos entre los individuos, a
constituir modos de confrontación y participación nuevos.
1 Rancière, J., El Malestar en la Estética, Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011, p. 27
2 Ob. Cit. P. 28
3 Ob. cit. p. 29
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Sin embargo, ambas visiones, no son más que miradas fragmentarias de un
mismo objeto roto, quebrado. Se trata de la alianza rota entre la radicalidad artística y la
radicalidad política. Alianza que, hasta el momento, designaba al término estética.
Miradas que, en última instancia, reafirman la misma función “comunitaria” de arte: la
de construir, proponer, promover espacios y relaciones para (re) configurar material y
simbólicamente la territorialidad de “lo común”.
2. Las democracias contemporáneas a la lupa de los aportes de Rancière en diálogo
con Foucault y Agamben.
¿Qué papel y función “política” tiene hoy el arte? ¿Qué lugar ocupa el arte, en
tiempos de Biopolítica? Sin poder hacer aquí desarrollos de mayor extensión teórica -
en razón del tiempo y espacio específico de las Jornadas- acerca de las líneas
interpretativas que de la Biopolítica nos dan Michel Foucault y Giorgio Agamben,
trataremos de situar el planteo de las políticas estéticas de Jacques Rancière como un
horizonte de contraluz a lo descripto por dos de los pensadores más representativos del
paradigma conocido hoy como la “Biopolítica”. Primero que nada, cabe recordar lo que
Foucault define por Biopolítica, en tanto “proceso por el cual, en los umbrales de la
vida moderna, la vida natural empieza a ser incluida en mecanismos y cálculos del
poder estatal”4. En este marco conceptual, la especie y el individuo devienen en
objetivo de las estrategias políticas de un Estado de Población cuya máxima
preocupación, u objeto de gobierno, pasa a ser la vida, cual “problema específico del
poder soberano”. Gobernada mediante un control disciplinario (de la animalización, de
la multiplicación de posibilidades humanas y sociales y posibilidades para proteger la
vida y autorizar su sacrificio), la vida deviene en el objeto puntual de las tecnologías del
poder para la domesticación de “cuerpos dóciles”.
4 Foucault, M. Historia de la Sexualidad 1, México: Fondo de Cultura Económica, edic. varias, p. 173.
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Giorgio Agamben da un paso más allá del disciplinamiento y de las éticas de la
subjetividad para pensar el poder sobre la vida, y elabora una genealogía del poder en
Occidente y en particular, en las ruinas de los totalitarismos del siglo XX, a fin de
concebir a la Biopolítica como ese modelo jurídico-institucional en el que Occidente
fusiona Poder y Nuda Vida. Para Agamben, la politización de la Nuda Vida es la tarea
metafísica por excelencia, y en tanto la misma es aquella vida a la “que cualquiera
puede dar muerte pero que es a la vez lo insacrificable del Homo Sacer”. Al
comprender al Homo Sacer como la figura sagrada que constituye el primer paradigma
del espacio político de Occidente, símbolo del poder sobre la vida en el Imperio
Romano, para Agamben, el espacio de la nuda vida “va coincidiendo progresivamente
con el espacio político de tal forma que inclusión/exclusión, exterior/interior, zoé/bíos,
derecho/hecho entran en una zona de indiferenciación5”.
Los planteos teóricos de Rancière no se inscriben, al menos no explícitamente,
en lo que hoy se conoce como el paradigma de la Biopolítica. Rancière, en el legado del
post-estructuralismo, ofrece un dispositivo conceptual que ensambla campos conexos
pero diferenciados del pensamiento contemporáneo: la filosofía política, la teoría
educativa, y la estética. Ante todo, Rancière parte de dos premisas desde las cuales
construye su pensamiento político a través del cual toma cuerpo su reflexión sobre la
estética y la educación. Tales premisas parten de una pregunta clave en Rancière, tal es
“¿existe la filosofía política?” Ante ello, las dos premisas de Rancière establecen que,
primero, “la reflexión sobre la comunidad y su fin, sobre la ley y su fundamento, está
presente en el origen de nuestra tradición filosófica y no ha dejado de animarla”, y
segundo, “la filosofía política afirma ruidosamente su retorno y su nueva vitalidad”6.
La política, y la filosofía política, tendrán entonces un punto de convergencia
fundado en el gesto y el acto del “desacuerdo”. Pero tal “desacuerdo” es desarrollado en
esta hermenéutica de Rancière por la misma definición clásica de la política como acto
5 Agamben, G. Homo Sacer 1: el poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pretextos, p. 19.
6 Ranciére, J. El Desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión, 1996, p. 5
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propio del animal que habla: el hombre. Rancière desarrolla su tesis sobre la política
como desacuerdo en dialéctica con el precepto aristotélico sobre el hombre como animal
político. Dice Aristóteles: “Sólo el hombre, entre todos los animales, posee la palabra.
La voz es, sin duda, el medio de indicar el dolor y el placer (…) Pero la palabra está
presente para manifestar lo útil y lo nocivo y, en consecuencia, lo justo y lo injusto.
Esto es lo propio de los hombres con respecto a los otros animales: el hombre es el
único que posee el sentimiento del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Ahora bien,
es la comunidad de estas cosas la que hace la familia y la ciudad.7”
Es en este dispositivo conceptual, en diálogo con la teoría clásica y en
consonancia con una lectura post-modernista de la filosofía política, que Rancière
desarrolla así una teoría educativa para otra política pedagógica (de la igualdad
emancipatoria) y una teoría estética para otra política del arte (como acontecimiento
político, como juego de poder).
3. Arte y política: hacia dispositivos de microtransformaciones.
En una panorámica general de su pensamiento, las políticas estéticas elaboradas
por Rancière asumen como primera condición la del radicalismo del arte, según el cual
la obra de arte es ser-en-común y también lo “sublime radical”. Esto supone pensar que
lo propio del arte es distribuir el espacio material y simbólico, según define su tarea en
tanto “política”: “la política no es en principio el ejercicio del poder y la lucha por el
poder. Es ante todo la configuración de un espacio específico, la circunscripción de
una esfera particular de experiencia, de objetos planteados como comunes y que
responden a una decisión común, de sujetos considerados capaces de designar a esos
objetos y de argumentar sobre ellos8”.
7 Aristóteles, Política, I, 1253a 9-18
8 Rancière, J. Sobre políticas estéticas, Barcelona: MACBA, p. 18
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El arte es, entonces, como la política: son dos formas de división de lo sensible y
ambas prácticas se implementan en formas de vida en común. Estas formas de vida en
común ponen en relación dialéctica y complementaria aquello que Rancière denomina
“políticas de la estética” y “estéticas de la política”. Dice: “la política tiene su estética:
en el fondo, la política es la constitución de una esfera específica de objetos
supuestamente comunes y de sujetos supuestamente capaces de describir esa
comunidad”9. De esta forma, el régimen estético del arte según Rancière implica una
política, y con ella, una reconfiguración de lo sensible. Esta reconfiguración de lo
sensible determina, en cierto modo, los mismos elementos que lo hacen con la
comunidad política y el desacuerdo, ellos son los regímenes de policía y de política.
Dice el autor: “la esencia de la policía consiste en ser en sí misma una división de lo
sensible”10
, la misma es caracterizada por una adecuación de funciones, de lugares, y de
maneras de ser. Pero a su vez, “la esencia de la política consiste en perturbar este
acuerdo mediante operaciones disensuales (…) la política, de acuerdo con esto, es obra
de actores concretos, de sujetos que construyen la esfera verosímil del disenso (…) son
sujetos políticos en tanto dan lugar a escenas de enunciación y de manifestación que
pleitean hasta con los datos sensibles de la comunidad. La política es la constitución
“estética” de un espacio que es común en razón de su misma división.11
”
Configurado el arte como política, y la política como estética, los espacios del
arte devienen así en los microespacios políticos en los cuales el arte asume una función
más política de lo aparentemente visible. El arte asume, como política estética, una
configuración trazada en formas de intervención política. Estas formas políticas serían:
la posibilidad de reedificar un espacio público dividido (y que con el arte toma otra
configuración), y la capacidad de restaurar ciertas competencias o tareas del arte
mediante la apropiación de dispositivos donde la historia de los objetos comunes
9 Ob. cit. p. 55
10 Ob. cit. p. 56
11 Ibid.
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deviene en memoria de un espacio territorial común: el de la comunidad política, sus
desacuerdos y proyectos. Ambas formas de las políticas estéticas, la reedición de un
espacio público y la restauración de tareas específicas del arte, convergen en una
política concreta: la constitución de un espacio público, lo cual implica “constituir un
espacio de discusión de las cosas comunes (…) transformar los espacios materiales de
la circulación de personas y bienes en espacios disensuales12
”.
Finalmente, una política estética configurada cual dispositivo de división de lo
sensible para nuevos territorios y espacios comunes, orientan la mirada de Rancière al
horizonte clásico de la función del arte: o a las políticas del arte como poética, pero de
una poética para lo colectivo y para emergencia de lo anónimo. Dice el autor: “definir
hoy día una política del arte es (…) pensar una nueva clase de espacio colectivo, a
partir del trabajo sobre las zonas de indeterminación y sobre las capacidades de lo
anónimo”13
.
4. (In) conclusiones.
Pensar al arte y su sentido, su tenor político, sus límites y sus horizontes hoy, no
parece tarea fácil. Lo escrito forma parte no sólo de un dispositivo de trabajo en común
que llevamos adelante para pensar al arte y su implicancia en los espacios de la vida
comunitaria, sino que se trata además de la construcción de un horizonte para construir
contemporaneidad, para sentirnos y pensarnos en tanto contemporáneos de nuestra
época. En términos de Agamben, “contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de
su tiempo como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo, algo que, más que
cualquier luz, se dirige directa y singularmente a él. Contemporáneo es aquel que
recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo”14
.
12
Ob. cit. p. 62
13 Ob. cit. p. 67
14 Agamben, G., Desnudez, Cap. “¿Qué es lo contemporáneo?”, Bs. As.: Adriana Hidalgo, 2009, pág. 32
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De ello se trata, y por tanto la pregunta será quien convoque e invite a pensar
(nos) en ésta trama histórica que nos interpela y nos configura, epocalmente. ¿Qué es
hoy el arte? ¿De qué se trata “lo artístico”? Y ante todo ¿en qué medida las políticas de
las democracias contemporáneas piensan y trabajan “lo artístico”? No sólo es dialogar
entre nos, sino que también es dialogar con otros pensamientos, con los diferentes
sistemas de pensamiento y sus autores. Un diálogo con los autores del pasado y del
presente para pensar, para pensar-nos en el porvenir, en la intempestividad del futuro y
del ser contemporáneos. Promover el diálogo, instaurar la pregunta y ante todo, estar-
siendo contemporáneos en cada experiencia.
Bibliografía.
Agamben, G. Homo Sacer 1: el poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pretextos.
Agamben, G., Desnudez, Bs. As.: Adriana Hidalgo, 2009.
Aristóteles, Política, edic. varias.
Foucault, M. Historia de la Sexualidad 1, México: Fondo de Cultura Económica, Edic.
Varias.
Ranciére, J. El Desacuerdo. Política y Filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión, 1996.
Rancière, J. Sobre políticas estéticas, Barcelona: MACBA.
Rancière, J., El Malestar en la Estética, Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011.
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