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Elespectador.com. 10 de junio, 2021
Alfonso Valdivieso Sarmiento: “Mi
decisión fue continuar en política y
mantener al margen los resentimientos”
En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por
Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con Alfonso Valdivieso
Sarmiento.
Isabel López Giraldo
Alfonso Valdivieso Sarmiento estudió Derecho en la Universidad Javeriana en el periodo de
decanatura del Padre Gabriel Giraldo.
Archivo Particular
La influencia del núcleo familiar inmediato ha sido determinante en la formación de mi
carácter, en mi manera de ser, en las oportunidades de estudio, así como en las
posibilidades que he tenido de actuar en la sociedad.
Diversas circunstancias me orientaron principalmente al sector público, que he considerado
fundamental para el bienestar colectivo y que desde un primer momento entendí como una
responsabilidad noble, anteponiendo siempre el interés general, el verdadero sentido del
servicio a cualquier deseo de satisfacer expectativas personales o particulares. Así, he
contribuido al avance de la comunidad con una aproximación constructiva, carente de
radicalismos o sectarismos.
Satisfecho con el desempeño de las labores que se me han confiado, las adelanté sin
dejarme seducir por el poder que conlleva ese ejercicio, por la notoriedad pública o por la
vanidad. Con sinceridad puedo decir que si hay algo de lo cual me pueda ufanar es de haber
actuado de manera discreta, sin ostentaciones, como creo deben cumplirse funciones
públicas, actividades profesionales o labores ciudadanas.
Orígenes familiares
De mis ancestros maternos, originarios de Charalá y Oiba, tengo muy buenos recuerdos,
principalmente por la personalidad, las grandes condiciones de verdadera matrona y la
influencia que tuvo en toda la familia nuestra abuela “Mamía”, María Suárez de Sarmiento.
Vivió los últimos años en Villa de Leyva y allá íbamos a oírle sus crónicas y recibirle sus
apreciados consejos. Para nosotros, sus nietos, fue un gran referente, afectuosa, enterada de
cuanto acontecía en el país y siempre deseosa de saber de nosotros y nuestros hijos.
Mi abuelo, Luis Francisco Sarmiento, murió a temprana edad, inclusive no alcanzó a
conocer a la menor de sus hijos, lo que obligó a “Mamía” a sortear grandes dificultades. Al
no encontrar solidaridad entre quienes tenían negocios con él, que exigieron liquidarlos y
de manera abrupta el pago de obligaciones, debieron trasladarse de Charalá a San Gil donde
ella trabajó en la oficina de telégrafos y con mucho esfuerzo logró que sus hijos tuvieran
una formación básica, así no fuese profesional, suficiente para que se abrieran camino.
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Los Sarmiento Suárez fueron seis. Tres mujeres: Cecilia, casada con Mario Galán Gómez;
Luisita, fallecida recientemente; y Mercedes, mi mamá. Y tres hombres: Benjamín,
Guillermo y Eduardo.
Merceditas, como todos llamaban a mi mamá, estudió en Charalá y se desempeñó como
profesora de primaria. Se hacía querer de quien la trataba, de carácter suave, austera en su
manera de vivir y aún de vestir, de tono bajo al hablar, lo cual era llamativo por contrastar
con el que nos suele caracterizar a los santandereanos. No ofendía a nadie, no daba órdenes
a manera de regaño y puedo decir que aprendimos ante todo de su forma de ser y de su
ejemplo.
De ella heredé, entre muchas otras, esa característica del tono de voz, como me decía
Hernando Santos Castillo cuando trabajé en El Tiempo: “Usted no parece santandereano
porque no grita, no habla duro”. Exactamente así era mi mamá.
La familia Valdivieso Serrano proviene de Girón, Santander. Conocí a mi bisabuela,
Manuela Ordoñez, a sus noventa y ocho años, es decir, en su etapa regresiva a la niñez. La
recuerdo en su cuarto jugando con muñecas.
Con mi abuelo Crisanto Valdivieso en su casona de Girón y en sus fincas de Lebrija,
compartimos gratos momentos en la niñez y juventud oyéndole anécdotas, experiencias en
la actividad agrícola y ganadera, y aprendiendo de su larga vida. Por esa influencia nos
familiarizamos con la producción del agro, la elaboración artesanal de la panela, el cultivo
y procesamiento del tabaco, el tomate, la ganadería y todo lo que nos permitió adquirir
sensibilidad especial hacia el campo.
El Espectador en video: 00:01
Mi abuela Dominga Serrano murió muy joven y no alcancé a conocerla. Mis tíos
Valdivieso Serrano fueron seis: Delia, Guillermo, Esther, Cecilia, Ernesto y Enrique.
Mi papá, Roberto, no llegó a ser profesional universitario, pero su formación de tecnólogo
en temas administrativos y financieros le permitió vincularse a la fábrica de gaseosas
Hipinto, luego Posada Tobón – Postobón. Allí se desempeñó como administrador hasta su
jubilación e inclusive fue llamado luego a reincorporarse durante otros cinco años para
manejar situaciones laborales difíciles en la empresa.
El trato que le daba a la gente, tanto a la que manejaba camiones de distribución, a
operarios, como al personal de oficina, llamaba la atención por la amabilidad, las buenas
maneras y porque nunca tuvo actitudes ofensivas ni autoritarias ni humilló o maltrató a
alguien. Nos enseñó a ejercer autoridad, sin agredir a los subalternos ni marcar distancias,
generando afinidades de manera civilizada. En el relacionamiento social fue siempre
cordial y apreciado por su alegría y espíritu festivo.
Como mi papá había heredado parte de una propiedad rural cerca a Girón y comprado otra
extensión aledaña, en temporadas de cosecha madrugaba varios días a la semana a recibir el
tabaco, el tomate y la panela de la finca para vender esos productos en las plazas de
mercado locales.
El hogar de nuestros padres
Mis papás se casaron jóvenes e integraron un núcleo familiar muy interesante. Nací en una
casa pequeña del barrio Sotomayor de Bucaramanga, y a los pocos años nos trasladamos a
la que construyeron en La Aurora, barrio típico de clase media en la misma ciudad, donde
pasé la mayor parte de la niñez y juventud. En la obra ayudaron los recursos producto de
una reclamación al Estado en su condición de maestra. Esa casa todavía se conserva con las
mismas características externas de hace más de sesenta años, en un vecindario que tanto
disfrutamos con amigos de la cuadra entretenidos con juegos callejeros.
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Fui el segundo de cinco hermanos, tres hombres, los mayores: Rafael Crisanto, Roberto y
yo el segundo, y dos mujeres: María Mercedes y Elsa Beatriz. Como lo hiciera Crisanto,
también Roberto se casó con una prima hermana, y, hasta donde tengo entendido, mis
hermanas menores tuvieron algunos flirteos con los primos hermanos. Estas circunstancias,
entre otras, evidencian las relaciones tan especiales que tuvimos con los Galán Sarmiento.
El mayor, quien lleva el nombre del abuelo, estudió Administración de Empresas y
Derecho. Desempeño cargos públicos en la Alcaldía de Bucaramanga y en la Gobernación
de Santander. Fue diputado y congresista. Tiene seis hijos: Daniel Roberto, Susana, Javier
Alberto y Andrés, de su matrimonio con Elsa Galán Sarmiento. Con Arlethy Márquez, su
actual esposa, tiene dos hijas: María Beatriz y María Mercedes. Está dedicado a actividades
relacionadas con el campo, en Lebrija, Santander.
Roberto fue siempre muy alegre y algo parrandero, aunque con los años se aplacó tal vez
demasiado. Estudió Economía y se casó con María Victoria Galán Sarmiento con quien
tiene tres hijos: Felipe, Diego, y Ana María. Continúa dedicado a su actividad profesional
en el ramo de seguros.
María Mercedes es sicóloga, está casada con Miguel José Pinilla, padres de Miguel Andrés,
Catalina y Santiago.
Elsa Beatriz, administradora de Empresas, esposa de Ricardo Serrano con quien tiene tres
hijos: Silvia, Elsa María y Laura.
Infancia
Con mis hermanos crecimos libres de relaciones tóxicas, en un ambiente agradable que
favoreció lo que bien puede llamarse el desarrollo de nuestras personalidades, sin sentirnos
en momento alguno presionados por imposiciones, guiados por unos padres comprensivos
y siempre dispuestos a colaborarnos con afecto. Nos brindaron las condiciones apropiadas
para tener lo indispensable, en medio de limitaciones que iban forjando nuestra forma de
ver la vida, sin privaciones extremas, pero también sin lujos ni excesos.
Así se fueron estableciendo los parámetros de lo que habría de ser el proceso de formación
y los valores que son algunos de los que ahora en nuestros hogares intentamos transmitir.
No tengo recuerdos infantiles de la primera vivienda. Al trasladarnos a la residencia en La
Aurora, pudimos gozarnos esos primeros años en compañía de vecinos y amigos con
quienes jugábamos en la calle con trompos, latas de gaseosa para organizar competencias,
futbol, pepas de cristal, cometas hasta la diversión de Navidad elevando globos y
manipulando pólvora, por fortuna ya prohibida.
Colegios
Estudié con mis hermanos la primaria en el Colegio Divino Niño. El bus nos recogía para
asistir a las dos jornadas diarias. Los resultados académicos me permitieron recibir una
beca para cursar el primer año de bachillerato en el Colegio San Pedro. Descarté la
oportunidad pues tenía cierta prevención o prejuicio al considerarlo elitista, de niños
consentidos.
Preferí presentarme a un colegio público, técnico, el Instituto Dámaso Zapata, luego
Instituto Tecnológico Santandereano, dirigido por la comunidad lasallista. Al no pasar la
prueba de admisión, la rectora, a quien le habían ofrecido dirigir el que estaba fundando
precisamente esa comunidad religiosa en la ciudad, les dijo: “¿Cómo voy a aceptar el
ofrecimiento si ustedes no le dan la oportunidad de estudiar a uno de los buenos alumnos de
primaria?” Fue así como pude ingresar y logré un desempeño académico suficientemente
satisfactorio en este gran centro educativo.
Los primeros años fueron duros, pues nos debíamos enfrentar al trabajo pesado en los
talleres de fundición y mecánica. Resultaba exigente y en mi caso con mayor razón por no
ser de contextura fuerte, comenzando por mi estatura, pero fui acostumbrándome. Llegaba
a la casa con las manos peladas por el calor de los materiales que utilizábamos y por la
fuerza que había que hacer, pero consideré muy formativa esa etapa, que hace parte de mis
gratos recuerdos.
Allí recibíamos refrigerio diario a manera de complemento nutricional, que viene siendo un
antecedente del programa de alimentación escolar PAE por medio del cual se suministra
alimentación en los planteles oficiales.
En quinto año se culminaba un énfasis o especialidad, en mi caso la de electricidad que se
formalizaba con el título de Experto. Nunca llegué a poner en práctica esos conocimientos
y en broma comentaba que fue más adelante en mis estudios profesionales cuando volví a
oír de “circuitos” al hablar de los juzgados de esa categoría.
Durante ese período me vinculé a la publicación de una revista, El Crisol, en la que
comentamos temas propios de nuestros estudios y algunos de coyuntura. Una valiosa
experiencia.
Diez estudiantes decidimos retirarnos de la formación técnica que implicaba dos años más
para llegar a ser bachilleres. Teníamos ya preferencias sobre los estudios futuros y ese nivel
significaba un año adicional en secundaria en comparación con los de formación clásica.
Así fue como replanteé mis reservas con el San Pedro y allí obtuve el título de Bachiller.
Fui admitido por desempeño académico, no sin antes validar unas treinta materias que
tenían diferente intensidad horaria a la del Tecnológico, como Filosofía, Historia y aún
Educación Física.
Tengo muy presente al prefecto Álvaro González, S.J. cuando al final de año me dijo que le
llevara varias hojas de papel de examen, las que fue marcando una a una con el nombre de
la materia que debía validar y me mandó para la casa a “responder” las preguntas o temas
que yo escogiera.
Al profesor de matemáticas le pareció llamativa mi decisión de estudiar Derecho luego de
una formación técnica con buenas bases y comentaba al curso la importancia de la lógica
tanto para contenidos de matemáticas como de humanidades.
Quizás el primer contacto directo con temas comunitarios lo tuve cuando organizamos con
un grupo de compañeros en ese año del San Pedro la recolección de libros usados para
llevarlos a sectores muy pobres. Esa actividad, a la que llamamos: “Marcha del libro”, fue
un inolvidable y exitoso ejercicio.
Si desea leer otro texto de El Magazín Cultural, ingrese acá: El enigma Gordimer
Luis Carlos Galán
Tuve un vínculo muy estrecho, no sólo por el parentesco sino por la amistad que
mantuvimos con mi primo Luis Carlos Galán Sarmiento. Esto fue así pese a la diferencia de
edades, pues él me llevaba seis años que son notorios, especialmente en la juventud.
Durante las vacaciones del colegio iba a Bogotá a casa de mi tía Cecilia, Mario y su
numerosa familia. Me sentía como un hijo más y así fui tratado. La relación con Mario la
consideré siempre muy especial para mi formación.
En uno de esos viajes, cuando él terminaba su bachillerato, tuvo su primer trabajo en el
naciente Servicio Nacional de Aprendizaje – SENA. Debía visitar empresas para obtener
información sobre el personal que requería capacitación, la misma que brindaría la
Institución.
Con once años, Luis Carlos me llevaba a esos recorridos y lo esperaba mientras hacía su
trabajo. Ocasiones como esas contribuyeron a unirnos entrañablemente. En la casa de la
calle 75 durante mis estudios universitarios compartimos habitación.
Destinaba varias horas a jugar con sus hermanos y primos. Organizaba concursos muy
divertidos. Le gustaban las marchas militares y las ponía a todo volumen. Observé la
manera como valoraba la lectura tanto de la historia como de autores que fueron influyendo
en su formación, en sus expectativas y fortaleciendo su personalidad.
Era algo tímido, poco parrandero, pero compartía con alegría las reuniones con un buen
grupo de sus amigos, a quienes conocí. No consumía licor, su vocabulario era bastante
pulido, carente de expresiones vulgares y disfrutaba argumentando y ejerciendo la
pedagogía en temas complejos o que generaban polémicas, sin incomodarse con
interlocutores imprudentes. Entre las incontables anécdotas de las giras de campaña,
advertimos desde un primer momento cómo al llegar a las reuniones el licor que se
acostumbraba a repartir era inmediatamente camuflado en presencia de Galán.
La política fue su dedicación predilecta, tanto en activismo, como en sus escritos y
conversaciones. Desde un primer momento se interesó por su tierra santandereana, donde
tuvo las primeras experiencias electorales, que lo llevaron a dos Concejos Municipales y al
Senado.
Le dedicaba todo el tiempo que fuera necesario a escuchar a la gente y por hacerlo se
volvió impuntual, pero nunca incumplido. En los recorridos que hacíamos en un
todoterreno Daihatsu que compramos en compañía y destinamos a las campañas, algunas
veces recogíamos a alguien para llevarlo a su destino en la ruta. Luis Carlos les preguntaba,
entre muchas cosas, si habían oído hablar de Alfonso Valdivieso y les decía: “Tengan muy
presente ese nombre”. También preguntaba: “¿Han oído hablar de Luis Carlos Galán?…
¡Ese soy yo!”. Las reacciones y comentarios nos divertían.
Alguna vez, de gira política, mientras dormíamos en el Hotel Campestre Los
Arrayanes saliendo de Barbosa hacia Moniquirá, bien tarde en la noche oímos unos
disparos y de inmediato nos lanzamos al piso, donde estuvimos por largo rato. Al día
siguiente preguntamos qué había pasado y nos dijeron que eran borrachos acostumbrados a
disparar al aire. A propósito del tema de armas, varios años atrás nos fuimos por unos días a
la finca que tenía la familia cerca de Sasaima en el plan de pintar la casa y lograr algunos
recursos para el cine y las salidas. Unos vecinos le habían prestado un revolver y temprano
en la mañana me dijo: “Vamos a dispararlo a la quebrada donde no nos vean”. Nos
acompañaba la inocencia propia de esos tiempos, al pretender disparar y simultáneamente
taparnos los oídos para silenciar el ruido.
Para mi fue un privilegio la amistad que nos unió. Consideré incuestionable que debía
mantener el parentesco con la mayor discreción, como me lo hizo saber Emilio Aljure, un
colega del Valle en la Cámara de Representantes, cuando ya íbamos por el tercer año del
período: “Todo este tiempo y apenas me entero de que usted es primo hermano de Galán”.
Universidad Javeriana
En buena parte tomé la decisión de estudiar Derecho por ser la profesión que tuvo Luis
Carlos. Mientras él adelantaba su carrera y yo mi bachillerato, me fui condicionando para
ser también abogado.
Ingresé a la Universidad Javeriana de la comunidad de los padres jesuitas, la misma del
Colegio donde terminé bachillerato. Conté con una ventaja enorme y era que la Facultad de
Derecho, de manera simultánea, ofrecía materias de Economía que eran de mi interés y me
permitieron especializarme en ciencias socio económicas, adicionando unas horas
semanales a la formación básica.
Durante la carrera construimos una relación que perdura con un numeroso grupo de
compañeros que en parte veníamos de diferentes regiones del país, seis de nosotros de
Bucaramanga. En ese momento la Facultad era más pequeña de lo que hoy es, funcionaba
en un edificio ya envejecido y hacía parte de una Universidad con la mitad de los
estudiantes que ahora tiene. Disfrutamos y vivimos a plenitud ese lustro.
El padre Gabriel Giraldo, S.J. hizo época durante su prolongada decanatura, entre otras
razones por su fama de quitar y poner funcionarios de alto nivel en distintas entidades del
Estado y en prestigiosas empresas. Inolvidables docentes, profesionales comprometidos con
la academia y catedráticos de altas calidades.
La carrera me gustó desde el primer momento, así como la Universidad. Aprecié la
disposición de los jesuitas –comunidad confesional de altas calidades académicas– de
practicar la amplitud conceptual con mente abierta y comprensiva hacia los alumnos
contestatarios, que no se exponían a mayores consecuencias.
Primeros pasos en política
El periodo universitario influyó en la afinidad que venía sintiendo hacia la política y la
gestión de lo público. En un primer momento intentamos continuar la Revista Vértice que
había fundado Luis Carlos con un grupo de sus condiscípulos, sin haber podido concretar
esa opción, en parte porque había dejado de ser novedosa y, además, por los nuevos temas
que nos convocaban a los estudiantes en los años 70′s.
Tuve oportunidad de participar en las discusiones sobre los cambios propuestos para el
nuevo Estatuto de la Javeriana, en medio de la tensión estudiantil que se vivía frente a las
políticas públicas de entonces.
En 1970, cuando cursaba la mitad de la carrera se adelantaron marchas contra el Gobierno
de Misael Pastrana por la reforma a la educación y otras medidas, siendo Galán ministro de
Educación. Me uní a una que llegó al centro de la ciudad, pasando por El Tiempo, al que
señalábamos de gobiernista.
Hice parte de los procesos políticos de la democratización liberal que había creado el
expresidente Carlos Lleras Restrepo. Fueron mis primeros pasos en política, motivados por
las inquietudes y expectativas que fluían en conversaciones con Luis Carlos y su decisión
de avanzar hacia la participación electoral. Por sus contactos, fuentes periodísticas y acceso
a dirigentes políticos, disponía de valiosa información acerca de la política regional y sus
actores que yo complementaba con datos de Santander.
Revisábamos sus posibilidades de hacer “política de provincia”. Su interés se enfocó en lo
que ocurría en los territorios, por ser el nuestro un país de regiones. Varias conversaciones
sostuvimos sobre la conveniencia de iniciar su incursión en las regiones para conocer a
profundidad el país en lugar de limitarse a la visión lejana desde Bogotá.
El Tiempo - Sección Internacional
Estando de vacaciones de la Universidad, me llamó Luis Carlos a Bucaramanga para
comentarme sobre una vacante de medio tiempo en el periódico El Tiempo. Regresé para
entrevistarme con el director de la sección internacional, habiendo acordado no mencionar
nuestro parentesco. Sin embargo, fue lo primero que me preguntó Jorge Nieto, quizás por
cierto parecido físico.
Durante dos años, mientras estudiaba en la Javeriana trabajé en el periódico. Salía de clases
al medio día y me iba para la Jiménez con Séptima, regresando al final de las tardes a las
sesiones de la especialización.
Dedicaba al trabajo mis fines de semana, desde las seis de la tarde hasta las una de la
mañana, con descanso los lunes. Como asistente de la sección recibía los cables de los
teletipos de UP, Reuters, AP y otras agencias, los cortaba, los organizaba por temas,
estimaba la importancia de las noticias y establecía una cierta prioridad para que el director
tomara las decisiones. Algunas veces diagramaba la página. En ocasiones sugerí titulares,
aprendí a que fueran atractivos y reflejaran la información indicando la relevancia de las
noticias, tratando de lograr la ubicación de algunas en primera página.
Si bien se tomaban textuales la mayor parte de contenidos que llegaban, debíamos elaborar
los encabezados, los primeros párrafos, mezclando información de diferentes fuentes. Se
armaban las páginas con lingotes de plomo producidos en las máquinas instaladas en el
sótano del Edificio. Debíamos calcular el espacio y muchas veces era necesario cortar con
habilidad, convirtiendo comas en puntos, entre otras medidas de emergencia para no
levantar nuevos lingotes.
Así fue como ocupé mis fines de semana privándome de compartir con los compañeros de
promoción las parrandas y fiestas que relataban con tanto entusiasmo. Las jornadas
nocturnas se extendían mínimo hasta la una de la mañana, cuando nos repartían en una
camioneta del periódico.
Esta fue mi primera responsabilidad laboral en la que ganaba mil quinientos pesos
mensuales.
Fedesarrollo
Hernando Gómez Otálora sugirió mi nombre como asistente en un proyecto de
investigación que él manejaba en Fedesarrollo sobre Derecho y Desarrollo.
Por ser estudiante de último año calificaba para hacer parte del estudio. Y,
afortunadamente, se trataba de la relación de temas jurídicos con los económicos, que se
fue convirtiendo en parte importante de mi actividad profesional.
Eran las etapas iniciales de lo que llegó a ser el más prestigioso centro de investigación en
políticas económicas y sociales, dirigido por Rodrigo Botero. Desde la sede ubicada en la
carrera séptima con calle 15, en el viejo edificio de Colseguros, vimos el incendio del
edificio Avianca, en el Parque Santander, que exigió la evacuación de la zona en menos de
dos horas.
Planeación departamental
Una vez graduado de abogado me vinculé como técnico de la oficina de Planeación
Departamental en Bucaramanga por invitación de Eduardo Camacho Barco, su director.
Nuevamente asumí temas un poco más cercanos a la órbita del desarrollo económico.
Tenía mucha sensibilidad alrededor del funcionamiento de las instituciones. Llegar a un
cargo departamental, no de primer nivel, pero sí interesante, fue buena oportunidad. Las
instalaciones eran pequeñas pero acogedoras y facilitaba un agradable ambiente de trabajo.
Logré conocer muy de cerca la realidad de nuestras provincias.
En ese entonces adelantaba trámites para estudiar en el exterior. Me inscribí en el programa
de maestría en Desarrollo Económico Latinoamericano de Boston University. Sabía que
sería exigente, pues mi formación era básicamente jurídica con solo algunos fundamentos
en economía, mientras la mayor parte de los estudiantes se habían graduado de
economistas.
Italia
Luis Carlos Galán fue nombrado embajador en Italia una vez concluyó su labor en el
Ministerio de Educación, que había desempeñado con dedicación, entereza y creatividad en
medio de fuertes convulsiones.
Me invitó a visitarlo en Roma. Organicé el viaje y desde allá continué los preparativos para
estudiar en los Estados Unidos, desde la obtención de la visa, que llamó la atención al
Consulado de Estados Unidos por tratarse de un colombiano solicitando el documento fuera
de su país. Debí cancelar un valor extra por el procedimiento.
Llegué a Italia en pleno racionamiento de energía por la crisis que se presentó al comienzo
de esa década, obligando a varios países a establecer programas de racionamiento. Resulté
afectado por la situación. En pleno invierno, al final del día, Luis Carlos me dejó en un
parque de diversiones para recogerme luego de una recepción diplomática, sin que
hubiésemos tenido en cuenta la reducción de la hora de cierre.
Intenté la ruta en bus tratando de hacerme entender. Me indicaron equivocadamente el
paradero donde debía bajarme para ir hacia la residencia. Caminando supuestamente al
destino, advertí la presencia de un carro de Policía que me seguía y finalmente se detuvo
para interrogarme. Ya dentro del vehículo entendí la alerta causada por la ruana colombiana
que llevaba como abrigo. Nada más ni nada menos que se pensaba en que fuese un
“fedayín” que por esos años era sinónimo de terrorista. Finalmente verificaron datos y me
llevaron al destino que buscaba.
Universidad de Boston
Antes de iniciar la maestría llegué a Washington a mejorar el inglés. Me acogieron
generosamente mi prima Helena Galán y su esposo Tom Hutcheson. En esos días se
adelantaba el proceso contra el presidente Nixon por el escándalo de Watergate, uno de los
de mayor resonancia en la política de los Estados Unidos, que concluyó con la renuncia del
mandatario. Además de los cursos, seguía por diferentes medios los reportes noticiosos
sobre el proceso judicial, lo cual me ayudó a mejorar el nivel del idioma extranjero.
Viajé en tren hasta Boston y al llegar me enteré de que aún no habían girado los recursos
de ICETEX a la oficina de estudiantes extranjeros, y yo sólo contaba con unos cuantos
dólares. Me facilitaron una llamada a la oficina de la entidad en Bucaramanga. El director
se sorprendió y de manera espontánea, sin pensar en mi angustia, me preguntó: “Si a usted
no le llega la plata, ¿qué hace?”
Por fortuna esa noche había un open house que me dio acceso libre a la cafetería, donde
todo era gratis. Comí en abundancia y logré ubicación provisional en residencias
universitarias. Para esa época no contábamos con las facilidades de comunicación ni de
giros que hoy se tienen ni yo conocía a nadie en la Universidad. Finalmente, a los tres días,
la situación se normalizó.
Compartí vivienda con un chileno a quien le habían dado una beca parcial en el programa,
aunque simultáneamente seguía tramitado el ingreso a una universidad canadiense que le
resultó y optó por trasladarse. Por fortuna, sugirió que me adjudicaran la beca que él tenía y
así sucedió.
En su reemplazo llegó un compañero de México con quien también establecí buena
amistad. De esa convivencia me queda, entre otros, el recuerdo del malabarismo para
mejorar el rendimiento de nuestros presupuestos, como las compras al por mayor en una
típica plaza de mercado, en condiciones bien favorables.
La aproximación latinoamericana al tema del Desarrollo Económico me acercó a la región
a través de lecturas, conferencias y diversas discusiones académicas. El aporte de estos
estudios de maestría los he seguido aprovechando y no deja de sorprenderme el dinamismo,
dificultades y oportunidades que sigue mostrando nuestro vecindario.
Entre tantas experiencias, una en particular se me convirtió en problema mayor. Estábamos
presentando evaluaciones finales y me ubiqué en un sector del aula para la prueba escrita,
donde los vecinos seguramente tenían acordado un fraude para intercambiarse textos y fue
así como el profesor encargado de vigilar la prueba advirtió lo que sucedía. Sin mayores
aclaraciones anuló los exámenes de quienes estábamos por esa zona. No logré convencer al
Programa de que para mí era lo suficientemente complejo concentrarme en las respuestas
como para dedicar tiempo y esfuerzos a cometer la falta. Debí repetir la prueba.
Docencia y administración universitaria
A mi regreso a Bucaramanga Enrique Galán Gómez me acogió en su oficina desde la que
inicié el ejercicio profesional.
De forma simultánea me vinculé a las universidades Autónoma y Santo Tomás de
Bucaramanga. En la primera enseñé Hacienda Pública, en la Facultad de Derecho, y
Macroeconomía en la Facultad de Contaduría, así como Desarrollo Económico en la de
Administración de Empresas. En la Santo Tomás dicté Macroeconomía en el programa de
Economía.
La distancia entre las dos universidades era grande, pero yo la recorría caminando en medio
de la tranquilidad de nuestra ciudad de hace casi medio siglo.
Durante un período corto fui secretario de la Facultad de Derecho de la UNAB para ser
nombrado luego por el rector Alberto Montoya Puyana, como director de Planeación y más
adelante vicerrector Administrativo.
Con Alberto mantenemos una fluida amistad desde cuando fui secretario general de su
Gobernación. Me correspondió coordinar la elaboración del informe de actividades durante
su gestión en los años 77 y 78 que refleja una etapa de realizaciones donde profundicé el
conocimiento del sector público.
En esa primera etapa estuve catorce años como catedrático. A propósito de la academia,
cuando la Corte Suprema de Justicia me eligió fiscal general de la Nación, acredité el
requisito de docencia en una asignatura jurídica como profesor de Hacienda Pública en la
Universidad Autónoma de Bucaramanga. Algunos, sin razón, consideraron que la materia
no era del área del Derecho, sino económica, porque suele confundirse con finanzas
públicas.
Fui profesor de Marta Cecilia León Reyes, quien entonces era mi novia. Con seguridad
dedicó mayor tiempo a esa materia. Había comenzado estudios de Ingeniería Industrial en
la Universidad Industrial de Santander, pero debió tramitar la transferencia a Economía en
la Universidad Santo Tomás por el nombramiento de su mamá, Cecilia Reyes de León,
como rectora de la UIS, lo que le generaba evidentes problemas de seguridad.
En esos años, las células subversivas infiltradas en algunas instituciones de educación
superior y múltiples situaciones sociales dieron lugar a amenazas y atentados, como el
estallido de una bomba de alto poder en la residencia de la Rectora.
Actividad política
Comencé el activismo político como coordinador de la campaña de Galán en Santander en
un movimiento que duró muy poco tiempo, la Unión Liberal Popular – ULP, conformado
por disidentes del Partido Liberal y posteriormente del Nuevo Liberalismo, que significó un
verdadero suceso en la política nacional.
Participé con un grupo sobresaliente de militantes a quienes nos cautivó la propuesta del
ejercicio político en el que Galán fue elegido concejal en Charalá y Oiba en 1976 y, dos
años más tarde, senador por Santander. Mientras tanto, teniendo en cuenta la relación
familiar, coincidimos en que no era conveniente mi inclusión en listas a cargos de elección.
En el año 80 Luis Carlos presentó una lista al Concejo de Bogotá con excelentes resultados
y en el año 82 se lanzó nuevamente al Senado, ya no por Santander, sino por Bogotá y
Cundinamarca, lo que permitió mi ingreso al escenario electoral en Santander.
Cámara de representantes
Para el período 82 – 86 no tenía la edad exigida a los aspirantes al Senado. Nuestro
candidato a esta corporación, Ernesto Suárez Rueda, fue elegido y me correspondió
encabezar la lista a la Cámara que también logró un renglón.
El paso por la Cámara de Representantes a nombre del Nuevo Liberalismo fue un especial
momento en mi actividad parlamentaria. Todos los procesos legislativos, los trámites, las
discusiones de proyectos de ley, las posiciones del movimiento, las contrastábamos,
estudiábamos y analizábamos antes de plantearlas en la respectiva Corporación. Las
sesiones semanales de coordinación eran ejemplares, algo poco común en el Congreso.
Participé activamente en el trámite de leyes para reformar el Código de Régimen
Departamental y Municipal promovido por Jaime Castro, ministro de gobierno, como
complemento de la reglamentación constitucional a la elección popular de alcaldes.
En las discusiones internas para definir las calidades que deberían tener los alcaldes, así
como su régimen disciplinario, me correspondió presentar una propuesta en la reunión de
nuestra junta de parlamentarios. Propuse establecer categorías por tamaño de ciudades y
calidades a los candidatos. Luis Carlos, quien presidía las deliberaciones del equipo de
congresistas, me preguntó por las calidades exigibles a los candidatos a la Presidencia de la
República e hizo la reflexión de que si no se consagraban para ser presidente carecía de
sentido proponerlas para alcaldes.
Valoro las responsabilidades que tiene la rama legislativa del poder público y estoy
convencido que hace algo más de lo que se cree, pero mucho menos de cuanto debería.
Creo firmemente que es una verdadera tragedia el deterioro de la actividad política, el
descrédito de los partidos y la poca confianza que se tiene en quienes nos representan en las
corporaciones de elección popular. Para mí fue evidente desde ese periodo en la Cámara la
degradación creciente que se observa en esa dirección.
Advirtiendo excepciones, puedo señalar la prevalencia de los intereses personales,
individuales. Un buen número de congresistas tan solo se presenta para el llamado a lista y
de inmediato se retira. Durante el día los debates cuentan con precario quorum que se va
diluyendo al punto de que las sesiones muchas veces carecen de esa exigencia hasta cuando
se pide la verificación y se dan por terminadas,
Entre las causas de las crisis que se advierten en nuestra sociedad sobresale el
envilecimiento de la política. Es urgente dignificarla. Un cambio real en la manera de hacer
política resulta inaplazable, como lo proclamaba Galán.
Matrimonio
A comienzos de 1983 solicité licencia en la Cámara de Representantes para iniciar nuestra
vida matrimonial con Marta, luego de casi cinco años de noviazgo. Tomamos la decisión, la
comunicamos muy cerca de la fecha prevista para la ceremonia, y sus padres radicados por
ese tiempo en Bogotá debieron organizar a control remoto y velozmente los preparativos,
que no son tan sencillos.
Nos llamaba la atención dedicar los meses siguientes al estudio, el turismo y sin duda a una
temporada de descanso.
Viajamos a Oklahoma a tomar unos cursos de inglés y luego, con el apoyo del Centro de
Cooperación Canadiense, participé durante cuatro meses en unas clases de desarrollo
regional y urbano en la Universidad de Toronto. Temas de actualidad, exposiciones de
calidad y oportunidad para pensar y repensar en cuanto debemos hacer por nuestras
entidades territoriales.
Regresamos a finales de ese año. Me reincorporé al Congreso y muy pronto se inició el
proceso electoral que me permitió llegar al Senado de la República en la legislatura 1986-
1990.
Muerte de Galán
Me posesioné el 20 de julio de 1986 como senador y cuando terminaba mi gestión de
segundo vicepresidente en 1989 ocurrió el atentado a Luis Carlos Galán en Soacha.
El 18 de agosto se había programado un homenaje en Valledupar a Alfonso Araújo, quien
me reemplazó en la Vicepresidencia. Galán estaba invitado, pero optó por hacer presencia
esa noche en la gran concentración organizada por dirigentes de Cundinamarca en Soacha y
delegó a Gaviria, jefe de su campaña, para representarlo en el homenaje a Araujo.
Viajamos por tierra desde Bucaramanga. Al estar próximos a entrar al evento recibimos la
noticia del atentado, que obviamente conmocionó a la asistencia. La reunión fue cancelada
de inmediato.
Pendientes de las informaciones, muy pronto nos enteramos del fallecimiento. De
inmediato llamé a Marta, que estaba en Bucaramanga, para comentar sobre la tragedia y
preguntarle por las reacciones, que por el momento eran de total perplejidad en medio de la
indignación.
Esa noche recibí una llamada del alcalde Alberto Montoya muy preocupado con la
situación, pues temía que ocurrieran graves desórdenes. Recuerdo que le dije: “a diferencia
de lo acontecido por la muerte de Gaitán considero muy remota una situación similar en
este caso porque en el Nuevo Liberalismo no hay gente incendiaria”.
Regresé al día siguiente a Bucaramanga y hacia el mediodía gran cantidad de gente estaba
en la Sede del Nuevo Liberalismo y procedí a compartir con la multitud los sentimientos de
pesar por la orfandad en que habíamos quedado, invitándoles a actuar en consecuencia con
el legado y el compromiso que teníamos con Galán.
Al día siguiente viajamos con Marta al sepelio a Bogotá. El presidente Virgilio Barco invitó
al Capitolio a los congresistas del Nuevo Liberalismo, que ya se había desintegrado como
organización política a raíz de la cancelación de su personería, determinada por el propio
candidato debido al proceso de unificación liberal.
Entramos al salón en el que el presidente Barco dirigió unas palabras leídas de una libreta
de apuntes. María Cristina Ocampo, representante a la Cámara, se enfureció pues no
entendía que necesitara apoyarse en el texto para expresar esos sentimientos en lugar de
manifestarlos de manera espontánea. Eventualmente eran síntomas de la enfermedad
progresiva que comenzaba a padecer el jefe de Estado.
Sin duda fue inmenso y devastador el dolor y el impacto que sentí por lo ocurrido en
Soacha. Recordaba cómo en varias ocasiones Galán tuvo que salir de su casa acostado en la
silla del carro y cubierto para camuflarse, pues con frecuencia recibía informes sobre
intentos de eliminarlo.
Era obvio que se había convertido en objetivo de estructuras delictivas que sabían de su
carácter y determinación para actuar contra las mafias del narcotráfico y fuerzas oscuras de
diferente origen. Galán constituía un real muro de contención para quienes, respaldados por
organizaciones criminales, pretendían llegar al poder.
Mi decisión fue continuar en política, mantener al margen los resentimientos y la sensación
de frustración para que no interfirieran en lo que seguía. Por supuesto repudié el hecho, el
tremendo golpe que significó para millones de colombianos y muy particularmente para
quienes, como era mi caso, estuvimos tan cerca de él. Nos habían dejado sin el guía, sin el
gran orientador de cuanto nos había integrado como equipo político, pero ante todo habían
aniquilado la esperanza del verdadero cambio que merecía y anhelaba el pueblo
colombiano.
Tomé parte en las deliberaciones internas que decidieron el nombre de Gaviria para
competir en la consulta liberal sobre candidatos presidenciales. Si bien algunos
cuestionaron lo acordado por considerar que se trataba de un recién llegado al Nuevo
Liberalismo, estuve de acuerdo.
Reflexioné mucho, era un momento muy difícil, pero de gran importancia para demostrar
que el país tenía que ser capaz de sobreponerse a este y a tantos otros episodios tan
dramáticos. No era del caso pensar en salir corriendo, irse del país ni, menos aún, dejar de
asumir responsabilidades.
Me incorporé entonces a la campaña de César Gaviria, como candidato de nuestro sector
político, que resultó triunfador en la consulta liberal y elegido presidente.
En la actividad de la Constituyente nos sintonizamos con el ejercicio entusiasta de jóvenes
como Fernando Carillo, y tantos otros que, entre varios acontecimientos importantes,
lograron que el pueblo definiera ese mecanismo para reformar la Constitución, labor que
asumió el presidente Gaviria.
Sentí que estábamos haciendo lo deseado por Galán, quien había dispuesto y dirigido la
elaboración del proyecto de reforma constitucional, base del acuerdo de unidad liberal,
cuyos principales elementos terminaron incorporados en la Constitución del 91, entre ellos
la Carta de Derechos del actual título segundo.
Ministerio de Educación
El presidente Gaviria en vísperas de su posesión me llamó para invitarme a integrar el
gabinete como ministro de Educación. En ese momento me fue posible aceptar pese a ser
congresista, por cuanto eran dignidades compatibles antes de la nueva Constitución.
Asumió mi suplente, Silvia Rúgeles.
La Constituyente estableció que los congresistas ya no podrían ser ministros, les revocó el
mandado a senadores y representantes, y nos inhabilitó a los miembros del gabinete
ministerial. En ese momento era el único ministro-congresista y resulté directamente
afectado, pues no tuve la oportunidad de presentarme a las elecciones para el nuevo
Congreso.
Durante mi período en el Ministerio se comenzaron a implementar las normas que
disponían la descentralización del servicio, trasladando a Gobernaciones y Alcaldías la
responsabilidad de la ejecución de los recursos nacionales destinados a la educación y la
supervisión de los procesos administrativos.
Fue creado el Fondo de Prestaciones del Magisterio y se formalizó el cruce de cuentas entre
la Nación y las entidades territoriales, un complejo problema que había causado graves
dificultades durante décadas.
Embajada en Israel
En el escenario de la nueva Constitución sobrevino el cambio en varios ministerios, entre
ellos el que estaba a mi cargo. El presidente me designó embajador de Colombia ante el
Gobierno de Israel.
Muy próximo al viaje, el ministro de Justicia, Fernando Carrillo, me transmitió el deseo del
Gobierno de incluir mi nombre en la terna para elegir el primer fiscal general de la Nación.
Aun cuando la misión fue muy corta por la necesidad de regresar a la campaña para el
Congreso, tuvimos un período tanto en lo familiar como en el contacto con esa apasionante
región que no olvidaremos. Conocimos el país, interactuamos con las comunidades judías y
varios árabes integrados a Israel.
Mi conocimiento de la historia del pueblo judío era precario y decidí tomar un curso en la
Universidad de Tel-Aviv a fin de comprender mejor el conflicto árabe-israelí, busqué
visiones más neutrales y no movidas por un interés especial, lo que me fue muy útil para
entender el contexto geopolítico y comprender con mejores fundamentos cuanto allí
acontecía.
Intento fallido de volver al Congreso. ¿Y ahora qué?
Regresé a las elecciones del 94 y me presenté al Senado, cuando se iniciaba la
circunscripción nacional. No logré el objetivo a pesar de recibir una buena votación.
Tratando de explorar alternativas intenté ser incluido en la terna para contralor general de la
Nación, iniciando contactos con el Consejo de Estado.
De otro lado, ante esa misma opción, me recibió en su despacho el magistrado
santandereano Ricardo Calvete, quien presidía la Corte Suprema de Justicia. Llegó con
algún retraso y me comentó que se había demorado la sesión en Sala Plena debido al debate
planteado por la consulta del doctor De Greiff acerca de la aplicación del límite de edad de
retiro forzoso a los sesenta y cinco años que estaba próximo a cumplir.
La decisión fue positiva y debió presentar renuncia, con lo cual el gobierno procedió a
integrar una nueva terna. Una curiosa situación o coincidencia que días después me
significó un cambio drástico en mis expectativas.
Comenté con el magistrado mi intención de inscribirme como aspirante a la Contraloría y
me dispuse luego a evaluar la estrategia más conveniente para iniciar la ronda de visitas en
una u otra Corte.
Estuve muy cerca de iniciar las entrevistas de rigor, cuando el destino intervino y ocurrió
algo inesperado.
Meses antes con mi mamá habíamos tenido que viajar de Bucaramanga al municipio de
Oiba donde había fallecido el tío Guillermo. Continuamos hacia Bogotá para atender citas
médicas de ella que concluyeron en la necesidad de realizar una cirugía, en principio
rutinaria, que terminó mal y le causó una severa infección.
Estando en la habitación de la clínica recibí una llamada del presidente Gaviria que me
resultó extraña y sorpresiva, pensando inicialmente que se relacionaba con la salud de mi
mamá, pero el motivo era otro. Me planteó la inclusión de mi nombre en la terna que debía
enviar a la Corte para elegir nuevo fiscal general de la Nación. Vueltas que da la vida.
Fiscalía General de la Nación
No comenté a la familia el motivo de la llamada que acaba de recibir de la Presidencia.
Estaba pendiente de ir a comer con Antonio Lizarazo, quien me esperaba en la recepción de
la Shaio. Por el camino le relaté la conversación con Gaviria y al llegar al restaurante, casi
de inmediato, el noticiero de televisión instalado en el lugar anunció la terna con mi
nombre.
Me quedó claro que fui el último en ser incluido. Competía con dos personajes de la vida
nacional de gran trayectoria: el procurador Carlos Gustavo Arrieta, y el decano de la
Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana, Juan Carlos Esguerra. Yo era el menos
conocido en relación con los temas propios de la Fiscalía y no ayudaba para nada el que
hubiese sido congresista.
Obviamente dejé de lado los contactos para aspirar a la Contraloría y decidí solicitar citas a
los magistrados de la Corte. Me interesaba presentarme y aclarar que no era un candidato
“de relleno”, como se alcanzó a insinuar, es decir, que estaba ahí simplemente para
completar la terna.
Antes que mis conocimientos sobre las labores propias de la Fiscalía, les expuse mi
concepción sobre el servicio público, la independencia como garantía y la actitud de bajo
perfil entendido como discreción y ponderación con la que debe actuar quien asume
funciones judiciales.
El primer magistrado con quien hablé y a quien no conocía, integrante de la Sala Laboral, al
concluir el breve encuentro me manifestó su apoyo, recomendándome hacer el mismo
ejercicio con cada uno de sus colegas. Solo un magistrado escogió reunirnos a almorzar en
el Hotel Tequendama, frente al edificio de la Corte, cuando se estaba construyendo el
nuevo Palacio de Justicia. Hablé con todos, a excepción de uno que estaba en licencia.
El periódico El Tiempo tituló a dos columnas en primera página el día de la elección:
“Entre Arrieta y Esguerra se elige fiscal”. En otras palabras, Valdivieso no contaba. Sin
embargo, el generoso respaldo de la Corte me honró con la elección en la primera ronda.
El día de la elección estuve en la sede de la campaña de Samper y desde allí tomé un taxi
para ir a la Shaio a visitar a mi mamá, cuya salud empeoraba. En la ruta oí por radio la
noticia de mi elección, que no alcanzó a conocer mi mamá pues sus condiciones eran muy
precarias y murió unos días después.
Comencé a concebir algunas ideas para transmitirlas a los medios de comunicación.
Expresé que ser penalista no era indispensable ni, probablemente, conveniente para el
desempeño adecuado del cargo. Me propuse hacer valer y capitalizar mi falta de
conocimiento profundo y especializado en esa rama del derecho, para ser más cauteloso en
las opiniones sobre procesos y situaciones específicas a cargo de los fiscales.
Luego vino el ejercicio de integrar el equipo de colaboradores. Busqué para la vice fiscalía
un penalista que no estuviera vinculado al litigio, pues pensé que así se podrían evitar
reservas sobre la designación.
Me sugirieron el nombre de Adolfo Salamanca, de quien, sin conocerlo, tenía buena imagen
por su labor como Alto Comisionado para la Policía. Lo designé y de inmediato fuimos
construyendo una apreciable amistad. Trabajó con gran dedicación y profesionalismo, así
como lo hicieron los demás integrantes del equipo directivo y de todos los niveles. Mística,
solidaridad, acertado criterio y un deseo inmenso de trabajar de manera coordinada,
orientados en resultados que favorecieron el fortalecimiento de la Institución.
En los primeros momentos del denominado Proceso 8000, una de las actuaciones
investigativas y judiciales de mayor recordación de los últimos años, cuando los alcances
iban llegando a personas que se consideraban intocables por parte de la justicia, fiscales
asignados al caso me hicieron llegar la inquietud de “hasta dónde quería el fiscal general
que fueran en sus responsabilidades”. De inmediato les hice saber que tuvieran la absoluta
seguridad de que no había ni podía haber límite alguno.
Una buena evidencia del compromiso con la justicia fue la actuación ante el Gobierno
Samper. Si bien apoyé su campaña a la Presidencia y él mi candidatura al Senado en el 94,
las investigaciones contra integrantes de su entorno se adelantaron sin que mediara
preferencia alguna ni deseo o actitud de afectación más allá de lo estrictamente ajustado a
la ley.
De otra parte, en cuanto al presidente, la fiscalía general, no siendo competente para
investigarlo, limitó su labor a consolidar el documento-denuncia que oportunamente y en
cumplimiento de mis funciones constitucionales presenté en la Comisión de Investigación y
Acusaciones de la Cámara de Representantes.
Me dirigí un día, sin previo aviso, hacia las cinco de la tarde, al llamado Edificio Nuevo del
Congreso a radicar el documento en la oficina correspondiente, en ausencia de periodistas,
porque no quería hacer del hecho un espectáculo.
Mi expectativa era que adelantaran una investigación a fondo para establecer lo sucedido en
la campaña del 94, que se realizara una investigación seria y objetiva para que los
congresistas pudieran valorarla debidamente. Pero esto no ocurrió, porque absolvieron a
Samper sin haberlo investigado. Un precedente grave para la democracia.
Mi convicción ha sido siempre la de que el candidato Samper conocía de los dineros de
procedencia ilícita recibidos por su campaña.
Fueron cerca de tres años de una labor frenética, con entrega y compromiso, que permitió
profundizar la consolidación de la Entidad y evidenciar la importancia que le asignaron los
constituyentes del 91.
Aspiración a la presidencia
Con el anuncio de retirarme de la Fiscalía planteé una expectativa de aspirar a la
Presidencia de la República. La primera decisión fue correcta y la segunda equivocada,
como varias veces lo he expresado.
La decisión de la Cámara de absolver al presidente transmitía la falsa sensación de que era
inocente y mi permanencia en el cargo exponía a la Fiscalía a un efecto adverso. Era
altamente probable que se tratara de señalarme como causante de una pretendida injusticia
o de haber adelantado una persecución sistemática contra Samper, algo que golpearía a la
Institución.
En cuanto a la eventual candidatura, resultó claro que no logré captar la percepción de
sectores significativos de ciudadanos como aspirante viable. Se me siguió considerando
como fiscal general o como exfiscal y esto equivalía a estar en el lugar equivocado. Lo que
alcancé a plantear no logró convocar. En fin, no fue una decisión acertada.
Optamos con un buen número de amigos por apoyar al candidato Andrés Pastrana a través
de la Alianza por el Cambio, como integrantes de sectores liberales.
A pesar de mi cercanía con Horacio Serpa, de quien, en lo personal, no tenía reservas, pero
en lo político sí, era imposible apoyarlo. Para el país era incompresible que él llegara a la
Presidencia con el respaldo de Samper luego de lo ocurrido en su campaña, equivalía a que
eligiera su sucesor.
Algunos desarrollos políticos me llevaron a reflexionar sobre el papel que pudiera cumplir
en el gobierno que se iniciaba. A través de Rafael Pardo se exploró la posibilidad de mi
participación en contactos con el ELN, tema atractivo, aunque algo ajeno a mi formación y
experiencia.
También se nos planteó desde el Gobierno a los compañeros de la alianza la necesidad de
apoyar con amigos en el Congreso a uno de los candidatos a la Contraloría General que no
resultó elegido. Este episodio lo entendí como sintomático de lo que sería hacia adelante
aparecer como poseedor de un relativo poder en las altas esferas del Estado sin tener una
efectiva capacidad de gestión. Vendrían nuevos retos.
Naciones Unidas
El generoso ofrecimiento del presidente Pastrana de representar a nuestro país ante
la Organización de Naciones Unidas en Nueva York la consideré como un inmejorable reto.
Formar parte del más importante escenario del multilateralismo me atraía, luego de mi
experiencia diplomática ante el Gobierno de Israel.
Tuve la oportunidad de concentrarme en temas de la Asamblea General durante el primer
año, en asuntos del Consejo Económico y Social en el segundo y los dos últimos en esa
exclusiva e interesantísima labor en el Consejo de Seguridad. La coincidencia de la
elección de Colombia como miembro del Consejo fue en realidad de gran significado para
mí.
El manejo de las decisiones críticas como consecuencia de los actos terroristas del 11 de
septiembre de 2001 y sus posteriores efectos en términos del papel universal de la ONU
fueron apasionantes. Se creó el Comité contra el Terrorismo para hacerle seguimiento a las
obligaciones impuestas a todos los países frente al terrorismo de alcance global.
Participé en varias misiones del Consejo de Seguridad: a África, a la antigua Yugoslavia,
especialmente en Kósovo y a Eritrea-Etiopia. Estas experiencias me permitieron estar en
contacto con diversos conflictos, regiones y visiones históricas, que tantas enseñanzas
dejan.
Regreso al país
Regresé al ejercicio profesional en asesorías jurídicas, trabajé en temas de prevención del
lavado de activos y fui retomando la docencia.
En el 2006 participé, por invitación de Germán Vargas Lleras, quien ya estaba en el
partido Cambio Radical, en las listas al Senado. Llegué al Congreso por reemplazos en el
2008.
Este Partido se fundó originalmente bajo el nombre de Valdivieso 98, cuando, como parte
de las actividades adelantadas a mi salida de la Fiscalía, se recolectaron firmas y se solicitó
el reconocimiento de personería jurídica.
Durante mi permanencia en Nueva York, quienes participaron en la creación del Partido, de
la cual formalmente no hice parte, decidieron conservar la personería. Ante las instancias
electorales plantearon el cambio de nombre, proponiendo el de Liberalismo Independiente,
que no fue aceptado. Como alternativa escogieron el de Cambio Radical, partido que ha
tenido una evolución “agridulce”, por decir lo menos.
De nuevo a la docencia
De nuevo retomé la docencia como profesor universitario en el Colegio de Estudios
Superiores de Administración – CESA, en la Escuela de Administración de Negocios –
EAN y en la Universidad Javeriana. También he dictado módulos en diplomados en
la Sergio Arboleda y en especializaciones en la Santo Tomás de Bucaramanga. Durante
cinco años, entre 2014 y 2019, representé al presidente de la Republica en el Consejo
Superior de la Universidad Industrial de Santander- UIS.
La docencia es una vocación que me ha acompañado siempre y que he ejercido por décadas
desde 1975 con algunas interrupciones, convencido de poder aportar conocimientos y
experiencias alrededor de la trayectoria en el sector público. Así, las asignaturas que dicto
tienen contenido jurídico, económico y estatal, lo que bien puede ser de utilidad para los
estudiantes.
Es un ejercicio que exige disciplina, que implica estar actualizado, organizar contenidos e
ideas para las exposiciones. Con la pandemia he hecho la transición a la virtualidad. Mi
estilo al enseñar pasa por ser muy próximo a los alumnos, acercando la figura del docente a
los estudiantes.
Puedo asegurar que es una actividad que me ha brindado siempre satisfacciones.
Familia
Mi matrimonio con Marta Cecilia León Reyes ha significado un valioso soporte durante
gran parte de mi vida.
Marta es economista, con sobresalientes cualidades personales, comprometida con mis
actividades, entre ellas el desempeño de cargos públicos, las campañas políticas y el
ejercicio profesional. Es incansable promoviendo la cohesión familiar y ayudando a la
gente. Generosa, responsable, organizada, metódica y gran trabajadora.
Nuestros dos hijos ya avanzan en sus propios planes de vida.
Sergio, nació en Bucaramanga, estudió en Tel Aviv-Israel, en Nueva York y se graduó de
Bachiller en el Gimnasio Moderno en Bogotá. Sus estudios profesionales fueron en
Administración de Empresas y Ciencias Políticas en la Universidad Javeriana y maestría en
Desarrollo Económico Local en London School of Economics- LSE. Ha trabajado en
el Ministerio del Trabajo, en Planeación Nacional, en la Presidencia de la República y en
el Ministerio de Educación Nacional. Es muy analítico y disciplinado, con interés especial
en el sector público.
Camilo nació en Bogotá el día en que terminé mi labor como ministro de Educación
Nacional. Tenía cuatro meses cuando viajamos a Israel. Asistió al colegio en Nueva York y
se graduó de bachiller en el Gimnasio Moderno, en Bogotá. Estudió Derecho en
la Universidad de los Andes, carrera que ha ejercido durante un buen tiempo en la Corte
Constitucional. Está próximo a iniciar sus estudios de Maestría en Derecho en
la Universidad de Columbia, Nueva York. Tiene una vocación muy definida hacia lo
jurídico, para lo que ha demostrado gran compromiso.
Nuestros hijos han tenido total independencia para tomar sus propias decisiones y son muy
exigentes en hacer valer su propio esfuerzo y dedicación.
Las familias Valdivieso Sarmiento y León Reyes han sido muy importantes en nuestras
vidas y de gran apoyo. Durante varios años Arturo León y Cecilia nos brindaron
hospitalidad en su casa, con afecto y generosidad. Y siempre solidarios en los momentos en
que con Marta y nuestros hijos les hemos necesitado.
Reflexiones
¿Cuál es su sentido real de la existencia?
Actuar correctamente y dar ejemplo.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Como una persona que ha sido consecuente con los altos intereses de la vida en sociedad,
que ha contribuido a mejorarla y que nunca ha dejado de considerar que Colombia es un
Estado que sigue mejorando aún en medio de no pocas dificultades.
¿Cuál debería ser su epitafio?
No he terminado de concebirlo.
Historias de Vida
Isabel López Giraldo
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