INTRODUCCIÓN
“…non in destructionem, sed in aedificationem Ekklesiae” (Pablo, Segunda de Corintios 13:10).
El sábado 1 de noviembre del 2008, 10:45 am
-¡No! - Me gritó aquél hombre, mientras una mujer se atrevía a tirar con fuerza de mi brazo
izquierdo. - ¡Eso es imposible! – Continuó él con impertinencia -Tenemos órdenes estrictas de
que nadie, nadie, puede salir de este salón. ¡Regrese a su lugar!
- ¡Estoy muy enfermo! – le imploré al tiempo que tironeaba para recobrar mi brazo izquierdo y
salvarlo de las violentas sacudidas propinadas por la mujer. Instante mismo en que mi mano
derecha se posaba con cierta firmeza en mi abdomen evidentemente enfermo, un movimiento
inconsciente que procuraba en vano aliviar el intenso dolor.
Un día antes, el viernes 31 de octubre del 2008, 5:30 pm
Al ingresar todos éramos despojados de un sinnúmero de objetos personales. El reloj para
evitar que tuviéramos una noción clara del tiempo, el teléfono celular para bloquear todo tipo
de comunicación con el exterior del recinto, las llaves del vehículo para evitar una huida
repentina. También debíamos entregar nuestros medicamentos con la promesa de que nos
brindarían las dosis en el horario establecido por la prescripción médica. Esto último provocaba
una sensación de total dependencia y también de ansiedad. ¿Se acordarán que necesito la
pastilla para el corazón? ¿Se habrá pasado ya la hora? Nos sentíamos desubicados en un
espacio intemporal, acumulando ansiedad y a la merced de ellos.
¿Dónde se desarrollan estos hechos? ¿Será durante una de las represivas dictaduras militares
de algún país Latinoamericano? O, quizás ¿En algún nefasto régimen carcelario
deshumanizante que podríamos encontrar en cualquier país del orbe? En estas pocas líneas se
coarta la libertad de movimiento (tránsito), se atenta contra la integridad física al ignorar el
fuerte dolor abdominal, se violenta físicamente y se incurre en abuso de la autoridad. ¿Es la
escena de un secuestro? ¿Es el ingreso a uno de los famosos Gulag, campos de trabajo forzado
descritos por Solzhenitsyn?
A partir del martes 4 de noviembre del 2008
Un doloroso proceso inquisitorial se cierne sobre mí. Todo un grupo de testigos anónimos e
invisibles, liderados por un matrimonio, lanzan sus acusaciones exageradas, inverosímiles y
famélicas de veracidad. Fui sometido a reiteradas reuniones de enjuiciamiento, en las que mis
interlocutores se complacían en lanzar airadas aseveraciones que rayaban más en lo fantástico
que en lo posible. Aquello, que era llamado “dialogo” nunca lo fue. Quienes me acusaban
dirigían sus palabras siempre a una tercera persona, quien fungía de moderador en el proceso.
Una y otra vez expongo los hechos tal y como verdaderamente sucedieron. Pero eso nunca fue
suficiente para esos oídos acostumbrados a la adulación, para aquellos corazones sedientos de
poder. No, lo que deseaban no era una exposición sencilla de la verdad, ellos anhelaban
arrancarme, al más puro estilo inquisitorial, una confesión de culpabilidad que los eximiera de
todo error. En todo el proceso no hubo una sola muestra de humildad de parte de mis
inquisidores. No hubo disculpa alguna. Cada vez que expongo los hechos con veracidad, añado
la aceptación de mi responsabilidad en los puntos donde reconozco haber cometido una falta.
Pero una disculpa sincera por mis faltas puntuales tampoco es lo que desean de mí. Su deseo es
la inculpación total del acusado y la exculpación absoluta de los acusadores.
¿Un interrogatorio policiaco?, ¿Una burda imitación de un proceso kafkiano?, ¿Un juicio legal
por haber cometido una acción delictiva?, ¿Un acontecimiento desplegado por instancias que
actúan bajo un sistema de derecho? No, nada de eso. La penosa escena que narro se
desarrolla, por desgracia, en el ámbito de algo que he amado y amo con todo mi corazón: La
iglesia.
Siempre supe que existía el abuso en la iglesia. Con mucha frecuencia me percataba de casos
específicos de violencia psicológica y hasta de la vulneración de derechos fundamentales. Sin
embargo todo me parecía lejano, pensaba que eran situaciones excepcionales que no se
ajustaban a la regla. Era una verdad lejana hasta que saboreé con mis propios labios la copa
amarga de la injusticia eclesial. Fui juzgado y condenado sin derecho a un tratamiento justo. Mi
pecado imperdonable: Un intenso dolor abdominal. Pero ¿Por qué suceden todas estas cosas
en medio de una comunidad eclesiástica? Pienso que la raíz de todos estos males no se funda
en la maldad, sino en el desconocimiento.
La comunidad cristiana mundial ha sido testigo de la pérdida radical de dos valores supremos,
esencia, insignia y núcleo, del verdadero espíritu cristiano. Estos valores fueron un sello
distintivo del mensaje y obra de Jesús. Me refiero al AMOR y al RESPETO. Todo lo que dijo e
hizo Jesús contenía el halito vivificante de estos dos valores. Es como si cada acto y cada
palabra de Jesús estuvieran rematadas con su firma y una consigna: “Yo, Jesús, con profundo
amor y sumo respeto”. La pérdida de ellos es en sí una dolorosa desavenencia del carácter
cristiano en el seno mismo de su Comunidad y actúa como factor corrosivo en dirección
centrífuga y centrípeta a la vez.
Esta es la iglesia universal que amo. Millones de personas se sienten íntimamente ligadas a
ella. A su liturgia, sus cantos, sus tradiciones, sus edificios; pero cada vez más desligadas de sus
estructuras, sus imposiciones y sus líderes. Esta es la iglesia confundida que amo. Es la iglesia
que quiero ver avanzar y evolucionar. No la quiero destruir, sino animarla a emprender el
hermoso camino de la renovación, quiero verla correr hacia un nuevo impulso de amor
anquilosado en una incorruptible coraza de respeto. Todas las páginas de este libro fueron
escritas con el mayor anhelo de aportar constructivamente. Hoy puedo decir con Lutero “Aquí
estoy. No puedo proceder de otra manera. Que Dios me ayude. Amén.” (Martín Lutero, Discurso
en la Dieta de Worms, abril de 1521).
En las páginas de este libro procuraremos recorrer, a grandes zancadas, el interesante
derrotero que ha transitado la comunidad de los seguidores del Cristo. Derrotero en el cual, a
medio camino, fueron transmutados el AMOR y el RESPETO, siendo sustituidos por otros dos
valores: PODER y TEMOR. Pero no nos quedaremos en ese punto del camino, no nos
detendremos satisfechos al constatar el estado de las cosas. Queremos avanzar de forma
propositiva, trazando rutas hacia el destino al que creemos que se encamina la iglesia, porque
creemos en ella y porque queremos vivirla intensamente. Sin embargo, antes de entrar en
materia, permítanme narrar, a manera de preámbulo, la historia que dio origen a todas estas
reflexiones. Es la historia de una pequeña comunidad de creyentes que se esfuerza por
perseverar en el AMOR y el RESPETO (Colosenses π).