136
Adolfo CAstAñon
Esas breves líneas del epitafio son reveladoras: para Usigli,
la muerte no es el lugar donde se descansa en paz: es todavía
un lugar donde se espera ¿el juicio final? El lugar de la espera
puede ser también el de la Esperanza, virtud teologal que de-
jan los que entran al Infierno descrito por Dante —una de las
lecturas del autor y que es el nombre del albergue en que se
desarrolla esta Obliteración. La otra revelación no es menos
insondable: Usigli se declara no “ciudadano del mundo”, sino
de su representación: el teatro y declara así que su verdadera
patria no es ni puede ser un lugar concreto, sino un espacio
situado fuera del tiempo regular y convencional: el tiempo del
teatro, el de la representación, el de la “conversación deses-
perada” que es el poema y la narración, el de la lectura de
una leyenda enigmática como ésta.
Desde niño, el futuro escritor gozaba con la lectura de no-
velas policiacas y de misterio, según él mismo confiesa:
Quizá por mi afición a las novelas policiacas —el primer libro
que leí en mi vida, a los siete años, fue una aventura de Sherlock
Holmes— me han fascinado siempre los acertijos y enigmas de
toda índole, las palabras cruzadas y los rompecabezas lo mismo
que los secretos de la historia, El hombre de la máscara de hie-
rro, etcétera, y en particular los misterios literarios. El caso de
Ossián, que durante medio siglo casi mantuvo en expectación y
suspensión a la intelligentsia británica y a la europea en general;
lo que llamaría la traviesa aventura de Pierre Louys cuando atri-
buyó sus Canciones de Bilitis a un poeta de la anti güedad griega
y sustanció tan sólidamente su fantasía que por algún tiempo hizo
creer a la crítica autorizada que decía verdad; la teoría, de hace
treinta y tantos años, que pretendía que Oscar Wilde, después de
la cárcel de Reading, había escrito una fasci nante novela: Viento
del sur, firmándola con el nombre de Nor man Douglas, y por su-
137
PreParativos Para un acto final
puesto, más que todo, la pregunta sin respuesta a la fecha de la
identidad del autor de las obras de Shakespeare. Debo confesar
con toda sencillez, sin embargo, que en este último caso me im-
portan las obras más que la persona y que en el de Traven me
satisface haber podido conocer al hombre, sea o no autor de las
diecisiete novelas.1
Sin embargo, su vocación había nacido en la infancia más
temprana:
desde la casa de vencidad de mi infancia, ya me valiera yo de
títeres de barro o, sin dinero para comprarlos, hiciera dialogar
mis dedos (el meñique era el paje; el anular la princesa o reina;
el cordial, el rey; el pulgar el bufón o el traidor, y en cada mano
existe así un país, una nación, un Estado, una corona, y todo lo
demás es batalla y diálogo), desde entonces no ha habido en
mis sueños o en mis realizaciones dramáticas más que un sólo
héroe, un sólo personaje central, un centro del equilibrio y de la
vida. Quiero decir, un Teatro mexicano. Éste es el único perso-
naje que me ha interesado crear para el drama evolutivo de la
vida, de la cultura y de la grandeza del país en que nací, por-
que “un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad”. Por eso
repruebo y rechazo todo aquello que lo adultera o desfigura y
traicina y lo convierte en un payaso barato y sin raíces, o en una
muñeca Pompadour o en una falsificación con o sin mito. O tea-
tro o silencio. O teatro o nada.2
1 Rodolfo Usigli, Teatro completo, t. V. Escritos sobre la historia del teatro en México, Pró-logo y notas Luis de Tavira, compilación Luis de Tavira y Alejandro Usigli, México: Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 559-560. [Bibliografía: Teatro completo t. I, Fondo de Cultura Económica, México, primera edición, 1963, segunda reimpre-sión, 1997; Teatro completo t. II, (idem), Teatro completo t. III, (idem), primera edición, 1979, segunda reimpresión, 2001, Teatro completo t. IV (idem), primera edición, 1996.2 Rodolfo Usigli, Teatro completo, t. I, “Advertencia general”, op. cit., p. 11.
138
Adolfo CAstAñon
A Usigli lo devoraban los misterios y los sueños, ya fuese
en la literatura de los otros o en la que se iba inventando este
mexicano singular que pudo vivir los episodios de la Decena
Trágica y en cierto modo formarse a su sombra, hijo de dos
extranjeros relativamente recién llegados al país.
Rodolfo Usigli es uno de los grandes escritores del Mé-
xico del siglo xx y quizá el dramaturgo más completo y
complejo de su época. Es al teatro mexicano lo que Diego
Rivera a la pintura o Mariano Azuela, Agustín Yáñez, o Carlos
Fuentes a la novela; lo que Octavio Paz —su amigo y co-
rresponsal— a la poesía y al ensayo; como Alfonso Reyes un
hombre de letras. Usigli es el autor —cito a Pacheco— de
“una Comedia Humana representable, en mural escénico,
una literatura dramática unipersonal en que un solo ac-
tor hizo el trabajo de muchos escritores; tragedia, drama,
piezas, comedias, farsas, teoría crítica, innumerables tradi-
ciones”. Como se sabe, Usigli se abrió paso en el mundo
literario y teatral mexicano gracias a la publicación de una
obra controvertida, El gesticulador, que lo situó de inme-
diato en el centro del escenario nacional, tanto por lo que
hacía a los poetas y pintores como por lo que tocaba a los
políticos y aún a los filósofos como Emilio Uranga. El ges-
ticulador (1947), no sólo le valió el puño y el aplauso de la
clase política, sino que le abrió las puertas del diálogo, pre-
sente y por venir, con el pensamiento crítico y la filosofía,
como muestran sus intercambios con Emilio Uranga, otra
figura incómoda en el tablado y tablero de la cultura mexi-
cana, cuyas bambalinas ambos conocieron y tanto y tan bien
supieron exhibir. Desde 1944 había llamado la atención de
Marte R. Gómez —fundador de la Escuela de Agricultura
de Chapingo y secretario de Agricultura y Ganadería en
1929 y durante 1940-1946— quien le escribiría una "carta-
139
PreParativos Para un acto final
comentario" acerca de su pieza teatral Corona de Sombra,
publicada en la edición de Cuadernos americanos en 1967,
en la que se incluyeron también las Dos conversaciones con
George Bernard Shaw. Por cierto, a lo largo de los años Usi-
gli tendría con Marte R. Gómez un intercambio epistolar
crítico y no exento de humor. En una de esas cartas Marte
saca a relucir a George Bernard Shaw para encararlo:
al anunciarme que piensa publicar su Corona de fuego con un
prólogo, me siento en el deber de suplicarle a usted que lo haga
sin el menos deseo de cobrarse en él los agravios por los
que se siente víctima, sino, muy por el contrario, burlándose
un poco de sus tribulaciones —porque no ser comprendido
es quizá una de las cosas que más nos duelen—, para escribir
con ligereza y en un tono de fina ironía. No en balde Stéphane
Mallarmé dijo alguna vez que todo escritor completo acaba en
humorista.
Éste es, además, un género que, si no me equivoco, a usted le
agrada. Lo digo así porque lo admiró usted y cultivó amistad con
un gran maestro del humor, inglés, por supuesto: Bernard Shaw.
Al nombrarlo me acuerdo de una de sus ingeniosas salidas.
Estrenaba una pieza y el público asistente aplaudía con calor,
pero un expectador, enemigo personal quizá, envidioso a lo me-
jor, desde lejos, en lo alto de la galería protestaba.
Entonces Shaw hizo ademanes para que el público gurdara
silencio y, dirigiéndose al que protestaba, le dijo con sencillez:
—Yo estoy de acuerdo con usted... pero usted y yo solos con-
tra tanta gente: ¿qué quiere usted que hagamos?
Eso es lo que me parece importante para su consagra-
ción. Que la calidad de su obra teatral se imponga en el ánimo
de nuestros compatriotas, y que usted se ponga entonces del
lado de sus opositores y los ayude a patear, inclusive: con la
140
Adolfo CAstAñon
seguridad de que ellos y usted, contra la opinión general ya es-
tablecida, nada podrán.3
A Rodolfo Usigli se le podría caracterizar como un devo-
rador, ya no sólo de sueños sino de lenguajes: la poesía, el
teatro, la novela y aun el cine no le serían ajenos —precisa-
mente la novela Ensayo de un crimen fue llevada a la pantalla
por Luis Buñuel (1955)— y, desde luego, el ensayo y, más allá,
la filosofía. Una muestra de esa preocupación por la conviven-
cia de los géneros se prueba en el texto de 1935 titulado La
novela disuelta en el cine el cual termina así:
lo más demostrativo en este caso es tal vez la organización del
cine como arte tan pronto como rechaza la experimentación
teatral y nos ofrece novelas. Novelas policíacas, de viajes, de
aventuras, de horror y de sentimientos en abonos y, finalmente,
cuentos para niños, que son la perfecta obra del cine. El es-
fuerzo del escritor, por excelente que sea, rinde resultados
menores que la película con un personaje selva, mar, buque,
tren de ferrocarril, avión, masa popular. No hablemos de las sen-
suales películas por episodios, magnificación del folletín, ni del
periódico de apasionante movimiento que son las revistas de
sucedidos. Nada se asemeja más a nada por otra parte, que la
novela al periódico.
Yo seguiré escribiendo para el teatro, leyendo Los Tres
Mosqueteros y La Aguja Hueca, por tradición muy personal, y sa-
boreando en las películas la realización de la novela, disuelta en
el cine.
3 Marte R. Gómez, Vida política contemporánea. Cartas de Marte R. Gómez, Fondo de Cultura Económica, dos tomos, primera edición 1978, primera reimpresión 1994, pp. 431-432, t II.
141
PreParativos Para un acto final
Octavio Paz (1914-1998), un joven amigo de este Usigli de
apellido italiano, nombre germánico y pasaporte mexicano,
también escritor y poeta, también diplomático a la sazón,
le escribió a Usigli el 21 de diciembre de 1949 desde Pa-
rís acusando recibo del libro, pero también, en cierto modo,
abriendo la perspectiva sobre el sentido de su audaz em-
presa intelectual.
Embajada de los Estados Unidos Mexicanos en Francia
París, a 21 de diciembre de 1949.
Sr. Don Rodolfo Usigli,
Tigris 42-7, México, D. F.
Recibí El gesticulador. Muchas gracias. Tu ensayo sobre la ac-
tualidad de la poesía dramática, que no conocía, me parece
capital. Tanto el pequeño preámbulo, dedicado al teatro y al
tiempo, como las reflexiones sobre nuestra realidad. Tu defini-
ción de la obra teatral es aplicable a todas las formas poéticas.
Un poema, una tragedia o una novela, si lo son de verdad, ha-
cen tictac, son tiempo. El ensayo no es nada más una defensa
de El gesticulador, sino algo que trasciende la polémica actual
y que muestra hasta qué punto tu obra de dramaturgo parte de
la conciencia, padecida hasta la exasperación de nuestra ambi-
gua realidad. La llamo ambigua porque en México la realidad
es algo vivo y fluido, sin contornos y sin conciencia; sólo el arte
o la acción superior pueden fijarla sobre sí misma y hacer de
su amorfa sucesión un objeto significante y vivo, con principio
y fin, pies y cabeza. La mentira, que permite el triunfo de los
gesticuladores, de pronto se transforma en la verdad que los sa-
crifica y los redime. El gran tema de México es ése: ¿la muerte
redime a César Rubio, lo hace un héroe? Eso es lo que tú —en-
mascarado en la figura de Miguel, el hijo, el heredero, el joven, sí,
142
Adolfo CAstAñon
pero sobre todo la inteligencia, la conciencia de la pieza, la con-
ciencia de México— te preguntas. Eso es lo que nos pregunta
a todos la muerte de César Rubio y a esa pregunta deberá
contestar tu teatro o el de tus descendientes. (Nada de lo que
está destinado a perdurar nace solo o aislado. Y si tu obra no
tiene continuaciones y respuestas, si no engendra la tradición
que merece, estaremos perdidos como pueblo y cultura). Tu en-
sayo, sin proponérselo, ilumina muchos personajes de tu teatro,
en los que más o menos, tú te viertes, espectador y actor a un
tiempo, de tu teatro y de la vida de México. Si alguna vez es-
cribo el ensayo que medito, me detendré en esas figuras, que
introduces en varias piezas, y que no encarnan nada más la vieja
disputa de las generaciones, sino el nacimiento de la conciencia
mexicana. El historiador de Corona de Sombra y el Miguel de
El gesticulador son algo más que la paralítica inteligencia mexi-
cana —paralítica a fuerza de inclinaciones y sonrisas, desde Sor
Juana hasta...—; son una nueva inteligencia, que participa en el
drama, que quiere saber la verdad y que sabe que toda verdad
implica participación y acción. No hay espectadores. Ése es el
principio del teatro, y el de la vida. Sin ese amor por la verdad,
que es acción, tu teatro sería simplemente “costumbrismo” y no
la admirable construcción poética que es. Pues, parecen decir-
nos tus personajes, a la hora de la verdad, que es la hora de la
catástrofe, la hora del teatro, el hombre se arranca su rostro —he-
cho de historia y lugares comunes— y nos hace una pregunta, la
que Miguel se hace al terminar la pieza.4
Como diría María Zambrano: Usigli no necesitaba ni ne-
cesita protección, y su talento polémico de esgrimista de las
4 “Correspondencia Octavio Paz-Rodolfo Usigli/Bitácora de una amistad con-flictiva” en Revista Literaria AZUL@RTE, dimanche 25 mars 2007. Ramón Layera/Correspondencia Octavio Paz-Rodolfo Usigli.
143
PreParativos Para un acto final
ideas, así como su oficio teatral, teórico y crítico lo demues-
tran: México en el Teatro (1932), Caminos del teatro en México
(1933), Itinerario del actor dramático (1940). Usigli no sólo
pertenece a la historia del teatro en México: también debe
leérsele en un panorama cultural más amplio, de las ideas y
de la sensibilidad.
Por esos años milagrosos Usigli dio a la estampa su novela
Ensayo de un crimen (1944) que refrendó su presencia en los
ambientes literarios, políticos y artísticos de México y que le
siguió abriendo paso a su vocación de ciudadano del teatro
hecho historia. José Moreno Villa recuerda así a Usigli:
Rodolfo, nombre germánico; Usigli, nombre italiano. Aunque el
germánico se escribe Rudolf, al españolizarlo resulta con tres ad-
mirativas oes. A éstas van a seguir las dos penetrantes, insinuantes
íes y la u del apellido italiano. No vemos una a, ni una e para un
remedio, y esto me parece ya un designio, porque éstas son las
vocales menos dramáticas. Las suyas meten miedo. U… O… I…
Con todo esto no quiero expresar otra cosa sino que sus
nombres son apropiados para un dramaturgo: suenan bien, se
distinguen.
Usigli ha ido elevándose sobre la escena mexicana desde
hace años y ya lo tenemos en pleno triunfo con las doscientas re-
presentaciones de su obra El niño y la niebla.
Yo tenía la seguridad de que le estaba reservado esto desde
que leí Corona de Sombra y una novela, Ensayo de un crimen.
Esta obra fue la que me hizo amigo suyo. Cayó en mis ma-
nos sin buscarla. Me entretuvo, la leí como se leen los buenos
libros de diversión, sin notar que está uno leyendo, arrastrados
por el interés del asunto y sin tropezar con alambicamientos de
lenguaje ni falsedades o incongruencias. Y la leí en esta edad
madura en que ya no se resisten tantas cosas como antes.
144
Adolfo CAstAñon
A los pocos días de esta experiencia me encontré con Ro-
dolfo en la puerta revólver de Sanborns. Le espeté mi felicitación
como un disparo, porque la puerta nos impelía en sus revolu-
ciones. Desde aquella demostración de pláceme fuimos amigos.
Sin duda comprendió que en mis palabras había otra cosa que
lisonja: veracidad. Y desde entonces pone al llamarme Pepe un
tono de compañerismo de buena ley que le agradezco.
Usigli no es nada fácil de dibujar. No se está quieto, habla
pensando (cosa no tan frecuente) y al pensar sufre modificacio-
nes faciales de gran importancia. Pasa de lo serio a lo irónico
sin mudar de tono: deja la u o la o por la incisiva i, que a veces
parece tan afilada como una daga italiana. No me cabe duda
de que es mexicano, pero muchas veces le miro como a un eu-
ropeo. Tiene un nivel de crítica o de juicio por encima de lo
usadero. Es ágil mentalmente, y siempre fino.5
Aunque centrada en el teatro, la vocación literaria de Usigli
desbordó la escena o más bien se podría decir que su vo-
cación poética lo llevaría al teatro y a la novela. Se le conoce
como uno de los integrantes periféricos del grupo asociado
en torno a la revista “Contemporáneos”. Fue amigo de Xa-
vier Villaurrutia con quien visitaría New Heaven en 1933.
Tan amigo que en muchas de las cartas que éste le man-
daba a Salvador Novo había posdatas de Usigli. La amistad
con Salvador Novo se rompería unos años más adelante…
Usigli es autor de una obra poética sólo parcialmente re-
cogida en 1981 en Tiempo y memoria en conversación
desesperada (Poesía 1923-1974), por José Emilio Pacheco;
escribió una novela precursora del nuevo arte de novelar la
ciudad: Ensayo de un crimen (1941), además de El gesticu-
5 Moreno Villa, José, Memoria, edición de Juan Pérez de Ayala, México: El Colegio de México/Madrid: Residencia de Estudiantes, 2011, pp. 453-455.
145
PreParativos Para un acto final
lador, Corona de Sombra, y los textos ensayísticos anexos,
como “Gesticulación de las derechas”, “Gesticulación del
comunismo”, “La verdad fabricada en México”, “Esperanza
y demagogia”, “Heroes y heroes universitarios”, “Gesticu-
lación, ninguneo y libre voz”. Viene a cuento recordar aquí
Del fraude al milagro, visión de la historia en Usigli de Bruce
Swansey.6
Entre los miembros de la generación de “contemporá-
neos”, Usigli fue el más contemporáneo, el más capaz de ir
al encuentro y de conversar con los autores protagonistas de
sus admiraciones, a los que tradujo, entrevistó y comentó. T.
S. Eliot fue su amigo y Usigli tiene el mérito indiscutible de
haber sido uno de los primeros en difundir su obra incandes-
cente en México e Hispanoamérica, a partir del conocimiento
personal y de la lectura previa y posterior a éste, y de conta-
giar a otros su entusiasmo. Es cierto que Eliot ya era conocido
en México por Xavier Villaurrutia y otros de “Los Contem-
poráneos”, por ejemplo a través de la traducción que haría
Enrique Munguía, “miembro ancilar” de aquella generación,
según lo recuerda Guillermo Sheridan en el artículo “Mo-
mentos mexicanos de Eliot”.7 Usigli se hizo amigo de Eliot,
como contó en su memorioso ensayo: “T. S. Eliot testigo y voz
de un mundo hueco” donde relata ampliamente su encuen-
tro, primero con la poesía y luego con el poeta. En el curso
de esa narración, Usigli evoca su visita a Eliot en Inglaterra en
6 Bruce Swansey, Del fraude al milagro, visión de la historia en Usigli, Universidad Autó-noma Metropolitana, 2009.7 Gaceta Fondo de Cultura Económica, T. S. Eliot, septiembre de 1988, pp. 73-75. [El director de la Gaceta era Jaime García Terrés y la redacción la componían Adolfo Castañón, Christopher Domínguez, Daniel Goldin, Francisco Hinojosa, Ju-lio Hubard, Jaime Moreno Villarreal y José Luis Rivas. Sheridan recuerda que la traducción de Enrique Munguía, El páramo de T. S. Eliot, fue publicada en “Contem-poráneos” núm., 26-27, julio-agosto 1930 y reeditada por el suplemento “La letra y la imagen” con una evocación de Octavio Paz y unos apuntes de José Luis Martínez].
146
Adolfo CAstAñon
noviembre de 1944 y su regreso a Londres “en la primavera
de 1945 para dar una serie de conferencias sobre México”.
Son precisamente los momentos en que se gestaba Oblite-
ración, la obra aquí presentada. La Segunda Guerra Mundial
acababa de concluir, y como ha escrito José Emilio Pacheco:
Con el arrojo de los tímidos, Usigli tuvo la increíble osadía de
visitar a Eliot en su oficina [donde “Eliot hacía solitarias guar-
dias de noche en su editorial Faber & Faber”], que era también
su puesto de vigilancia, y de leerle traducidos sobre la marcha,
los tres actos de su tragedia inédita Corona de Sombra. Usigli
describe esa noche en su formidable colección de crónicas
Conversaciones y encuentros.8
Pacheco evoca en su sugerente y hermoso ensayo “Poesía
y guerra, Eliot y Usigli”9 el momento histórico que envolvió
la escritura de Obliteración. En esa época, en Londres, Usi-
gli también pudo acercarse y entrevistar al arisco y genial
George Bernard Shaw a quien fue a visitar a Inglaterra en dos
ocasiones. Usigli fue con el argentino Enrique Anderson Im-
bert, uno de los pocos amigos hispanoamericanos de G. B.
S.10 Quizá no sea tan casual que el personaje personal de El
gesticulador se llame César, justamente como el protagonista
de una de las obras más célebres de G. B. S. César y Cleopa-
tra.11 Shaw, por cierto, había sido traducido en México desde
8 “Conversaciones y encuentros”, Teatro completo de Rodolfo Usigli t. V, prólogo y no-tas de Luis de Tavira. Compilación de Luis de Tavira y Alejandro Usigli, p. 510 y ss.9 “Poesía y guerra, Eliot y Usigli”, José Emilio Pacheco, en Proceso, México, 2 de oc-tubre de 2011. No. 1822, pp. 58-59.10 Anderson Imbert, Enrique, Comedias de Bernard Shaw, México: UNAM, 1977.11 Shaw, G. Bernard, César y Cleopatra/La comandante Bárbara/Cándida, traducción de César y Cleopatra por Julio Broutá, Buenos Aires: Hyspamérica Ediciones Argentina, S. A., 1985. pp. 11-145.
147
PreParativos Para un acto final
1917 por Antonio Castro Leal12 y había sido también leído
con entusiasmo y fervor por Alfonso Reyes, Pedro Henríquez
Ureña y Jorge Luis Borges. Este último se ha expresado así so-
bre G. B. S.:
Se lo ve como un ingenioso, pero el hombre que dejó escrito
Ser usado para fines innobles es la única tragedia; lo demás es
mera mortalidad e infortunio o He dejado atrás el soborno del
cielo o Ser maltratado no es un mérito ciertamente fue mucho
más [...] Casi cuarenta años tardó en descubrir su genio dramá-
tico. Su primera pieza data de 1892. Comprendió que la sátira de
Inglaterra conviene para el éxito en Inglaterra. En 1901 apare-
cieron en volumen sus Three Plays for Puritains, título paradójico,
ya que los puritanos prohibieron las representaciones teatrales
[...] Predicó la longevidad y murió a los 94 años. En su Unter-
gang des Abendlandes, Oswald Spengler escribe que la última
obra significativa de la cultura fáustica fue Major Barbara. [...].
Los escritores de nuestro siglo se deleitan en las flaquezas de la
condición humana; el único capaz de imaginar héroes fue Ber-
nard Shaw.13
II
Durante la Segunda Guerra Mundial, la representación diplo-
mática de México en Francia siguió funcionado en la ciudad
de Vichy dominada por el régimen fascista francés y la Ale-
mania nazi. En agosto de 1944, una vez cumplida la liberación
12 Shaw, Bernardo, Vencidos, edición de Antonio Castro Leal, México: Cvltura, 1917.13 Shaw, Bernard G., César y Cleopatra/La comandante Barbara/Candida, prólogo de Jorge Luis Borges, Buenos Aires: Hyspamérica Ediciones Argentina – Biblioteca per-sonal Jorge Luis Borges, 1985.
148
Adolfo CAstAñon
de París, el gobierno de México buscó volver a instalar la re-
presentación mexicana, que tenía rango de legación y no
de embajada. Se nombró como ministro al general coahui-
lense, maderista y carrancista de cepa, Antonio Ríos Zertuche
(1893-1980), y se designó a nuevos representantes diplomá-
ticos, entre los cuales se encontraba Usigli, quien para llegar
a París tuvo que pasar por Londres, todavía estremecido por
los efectos de las bombas y artefactos explosivos que lanza-
ban los alemanes para intimidar a los ingleses a fines de 1944.
Antes de salir de Inglaterra, Usigli pudo dar dos conferencias
y fue autorizado a dar una lectura pública de Corona de Som-
bra, su más reciente obra, en la que se detallan los tropiezos
mentales de Carlota, la esposa del emperador Maximiliano.
Una coincidencia: la emperatriz belga compartía el nombre
con Carlota Wainer, autora de los días del dramaturgo y a
quien está dedicado el Teatro completo, después de su es-
posa Argentina y sus cuatro hijos: “a la dulce memoria de mi
maravillosa madre”.
Usigli se encaminó luego a París a realizar su tarea diplo-
mática, que consistió en cifrar los mensajes confidenciales
enviados de París a México. En mayo de 1945 volvería a Lon-
dres.
Ahí, además de impartir algunas conferencias, le tocó ser
testigo del gran festejo popular en el cual las multitudes vi-
torearon a Jorge VI y a Wiston Churchill su primer ministro,
se congregaron para entregarse a jubilosas manifestaciones
en Picadilly Circus y otros lugares públicos; Usigli presenció
ahí casos de “embriaguez, de excesos de carácter sexual y
acumulación callejera”, como informó a Ezequiel Padilla, se-
cretario de Relaciones Exteriores. La evocación de algunas
de estas circunstancias abren Obliteración. Huelga decir que
realidad, historia, sueño se entreveran en el curso de esta fá-
149
PreParativos Para un acto final
bula en que se espejean sueño y realidad. En Londres se
encontró con Shaw, quien había pedido por su cuenta la tra-
ducción de Corona de Sombra. El exigente dramaturgo lo
elogió, le abrió las puertas de su casa y de su conversación
y lo consagró con unas líneas: “Si necesitara usted alguna
vez un testimonio de que es usted un dramaturgo lleno de
fuerza poética, yo firmaría ese certificado. México lo puede
matar de hambre, pero no puede negarle el genio”. Usigli te-
nía 40 años, acababa de estrenar en México El gesticulador,
y regresaría a París para elaborar una lista incómoda de es-
critores ilustres perseguidos por el gobierno de Charles De
Gaulle que no habían cometido otro “delito que seguir es-
cribiendo y publicado obras o artículos de su especialidad
particular durante la ocupación, en órganos financiados por
los ocupantes alemanes o por el gobierno de Vichy”.14 La so-
licitud de Usigli no tuvo eco, por razones que ahora pueden
parecer obvias. Esta experiencia lo puso en contacto con los
perseguidos y derrotados de la guerra e inspiró Obliteración,
“fascinante relato onírico”, en palabras de Christopher Do-
mínguez Michael, fábula novelada en la cual una aristócrata
alemana —la baronesa van Helder—, se entretiene durante
la guerra en armar células de resistencia anti nazi. A fines de
1945, Gabriela Mistral recibiría el premio Nobel y pasaría por
París donde se encontraría con Usigli. A principios de 1946
se iniciarían los Procesos de Núremberg cuya crónica haría
Victoria Ocampo en sus Cartas de posguerra. Para llegar a
Alemania, la escritora argentina tenía que pasar antes por Es-
tados Unidos e Inglaterra. La directora de Sur percibió así a su
querido Londres:
14 Escritores en la diplomacia mexicana t. II, “Corona de instantes de la vida del em-bajador Rodolfo Usigli”, José Manuel Villalpando César, México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 2000, p. 146.
150
Adolfo CAstAñon
La noche del 30 de abril de 1946
La primera impresión de Londres es la de llegar a una ciudad
que fue una gran ciudad y que hoy es el fantasma de lo que
fue [...] Tengo la impresión de que realmente algo ha terminado
en las ciudades que hemos conocido y querido [...] Esta noche
comí con unos escritores [...] y salimos a caminar hasta Picadi-
lly. Quise pasar por mi hotel de Half Moon Street. Qué oscuridad,
qué pobreza. ¿Qué ha pasado?15
Acababa de pasar la Segunda Guerra Mundial. Londres y
sus alrededores habían sido ferozmente bombardeados e in-
cendiados. Usigli no podía ignorarlo. Probablemente vio o tuvo
entre sus manos el libro Línea de combate. Crónica oficial de la
defensa pasiva de la Gran Bretaña editado en México en 1941
con numerosas (espeluznantes) fotografías y publicado por el
Ministerio de Seguridad Interior y distribuido aquí por la Ofi-
cina de Información Aliada.16
Si bien es cierto que México no había conocido directa-
mente la guerra, también lo es que en el territorio mexicano
las furerzas combatientes con las armas en el mundo, se en-
frentaban. El fantasma de la guerra se sentía como prueban
las páginas de Usigli “el gran teatro del mundo”17 y de los
temas de política internacional que en aquel momento con-
movían a la opinión pública.
Al ir hacia Europa, el joven y talentoso dramaturgo sabía
bien que iría a palpar y a respirar “la agonía de Europa”, para
15 Victoria Ocampo, Cartas de posguerra, Nueva York-Londres-París. Marzo-diciembre 1946. Traducción y notas de Eduardo Paz Leston. Buenos Aires: editorial Sur, 2009. P. 76.16 Línea de combate 1940-1941. Front line 1940-1941. The Official Story of the Civil De-fense of Britain. México: Ediciones Minerva. Trad., B. Riera, 1941.17 Rodolfo Usigli, Conferencias, discursos, artículos y ensayos varios, “El gran tea-tro del mundo”, Teatro completo t. V, op. cit. pp. 693-701.
151
PreParativos Para un acto final
citar a María Zambrano, y a cumplir allá delicadas misiones
diplomáticas entre ciudades arruinadas por la conflagración
y castigadas por el fuego.
III
Obliteración se firma en Le Zoute, la estación balnearia belga
de Knokke-Le Zoute a donde Usigli iría más tarde como en-
viado del gobierno mexicano al prestigioso festival de cine
que tenía lugar en ese sitio.
Terminaba la Segunda Guerra Mundial, como él mismo
sabía y expresa en el texto que Las semanas del jardín salvan
aquí de su obliteración editorial. Si bien esta novela no ha reci-
bido tantas apreciaciones críticas como merece, ha suscitado
algunas. Es sin duda una obra que oscila entre la experimen-
tación surrealista, el relato fantástico y aun el relismo mágico.
Entre sus lectores, se encuentra Guillermo Schmidhuber de
la Mora:
La trama presenta cómo el azar se introduce en la vida de un
hombre —sin nombre, pero que pudiera llamarse Rodolfo—
para que conozca a la baronesa van Helder, una anciana que
ayuda al protagonista narrador a ampararse de una tupida llu-
via, quien era hija de un militar belga que acompañó a México
a Maximiliano y Carlota. El encuentro no puede repetirse por-
que se desvanece la mujer y la villa La Esperanza; sin embargo
el hombre se ha enamorado más de una escultura de la mujer
que de ella misma. Una obsesión oscurece la mente del hom-
bre, quien viaja a Londres para buscar más datos de la dama,
pero los años pasaron y ahora sólo vive un sobrino del hombre
a quien la dama amó. El sobrino posee la escultura y ésta pasa a
152
Adolfo CAstAñon
manos del hombre, quien la entroniza en un nicho. Sin embargo,
la efigie tiene que ser destruida por petición del testamento del
tío, como condición obligatoria antes de recibir su herencia, así
que el hombre compra un martillo y destruye la obra de arte.
Dentro descubre un papel que prueba que la dama ayudó a la
resistencia francesa y fue procesada durante la Segunda Guerra
Mundial, así que nunca la pudo conocer personalmente el hom-
bre. ¿Sueño evanescente o imaginación enferma? La narración
se interrumpe sin final para el personaje protagónico cuando
ha destruido el busto y encontrado un documento dentro que
prueba las labores de la resistencia en Bélgica de la baronesa
van Helder. El hombre va a salir a Bélgica para asegurar que el
nombre de la heroína anónima sea conocido junto con su sacrifi-
cio, ya que fue fusilada por la milicia nazi-fascista.
La narración está hilvanada en primera persona, con un len-
guaje literario de un soliloquio no escuchado por nadie. Es un
cuento de misterio de largo aliento cuyo verdadero protagonista
son las palabras y los espacios pincelados. Para el año de 1973
no tiene novedad literaria, pero para 1949 es un antecesor del
realismo mágico. Esa fue la razón por la que Usigli dejó la fecha
de la primera parte, para probar que es un texto pionero en una
forma de estilo, que sería continuado por Aura, de Carlos Fuentes.
Por desgracia el cuento no llegó a ser terminado en la década de
los cuarenta y sólo vio la luz cuando la literatura latinoamericana
había experimentado el “boom” [...] En resumen, Obliteración
es una pieza usigliana escrita a manera de rompecabezas na-
rrativo, que muestra y enaltece las enormes capacidades de su
autor en la narrativa.18
18 Guillermo Schmidhuber de la Mora, Rodolfo Usigli, ensayista, poeta, narrador y drama-turgo, www.cervantesvirtual.com, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006.
153
PreParativos Para un acto final
Pedro Gringoire declina algunas de las razones por las
cuales este relato se ha transformado en objeto de culto:
hallaremos en “Obliteración” y que es una de las características
más admirables de la prosa de Usigli: la fuerza expresiva, la ca-
pacidad de crear una impresión o pintar un cuadro con unos
cuantos toques y a veces con una sola pincelada. “La tarde era
azul y clara. Había un saldo de sol todavía.” “Tiempo” —el del
diplomático— “roído por los ratones insaciables que son los
deberes oficiales”. “Un barniz de sol empujaba a salir para en-
contrarse, afuera, con un viento inclemente soplado por el mar
del Norte”. “Tormentas secas, erizadas de relámpagos como
un cacto de espinas”. “Un pájaro que pía descaradamente”. Su
descripción de una “tormenta de aire” en “Obliteración” es sen-
cillamente fantástica y sobrecogedora. “Mataba el tiempo —que
es el que nos mata— como mejor podía”. “Y me tendí en la no-
che como en un féretro”.
En sus descripciones predominan las impresiones sensorias.
Tal vez porque, como él mismo explica, “la memoria de los sen-
tidos es la más exacta, la más inflexible de todas las formas de
memoria” (“Oblitaración”). Veamos unos cuantos ejemplos espi-
gados al azar, y agrupados más o menos según las sensaciones
predominantes. Por ejemplo este soberbio retrato al aguafuerte
de la vieja baronesa van Helder en sensaciones visuales: “Tenía
cabellos de un blanco sucio tramado de incontables conatos de
tintura rubia con algunas raíces negreantes. La nariz era aguda y
larga, y la dentadura postiza exhibía sin decoro toda la serie de
artificios áureos con que los dentistas intentan siempre disfra-
zar la falsedad del aparato y que más bien lo denuncia a gritos.
Pero los ojos eran extraordinarios. De un profundo azul, impe-
riosos y dulces, elocuentes y curiosos, presidían y ordenaban
154
Adolfo CAstAñon
aquel rostro arrugado, aquellos cabellos repelentes, aquella gar-
ganta disecada, como dos arcángeles”.
Sensaciones auditivas: “Una voz que sonó ásperamente,
como una pedrada…”. O bien, “una voz cálida y llena, segura
y brillante”. “Las voces le recorrían a uno el cuerpo igual que
una corriente eléctrica”, en que la sensación auditiva se traslada
a la táctil y la corporal en general. Y hasta el silencio le produce
una sensación del oído. Así el de un cementerio. Al efecto, es-
cribe: “Este silencio acompasado, alto como una voz —porque
el silencio tiene y sigue sus escalas propias y puede llegar a ve-
ces a clamor, a ensordecernos— del pequeño cementerio”.
En materia de sensaciones del tacto, quizá el pasaje más
impresionante —e impresionista— sea su descripción de un
viento helado en “Obliteración”, como una tormenta de alfi-
leres. Y también cuando el protagonista de “Ensayo de un
crimen” “sintió de pronto sus labios como cosas extrañas, como
dos pedazos de pergamino que se juntaran en un crujido”. Y así,
para no alargarnos demasiado, sensaciones olfatorias como és-
tas: “Olorosas maderas cuyo aroma pertinaz y vivaz se mezcla
al olor del podrido papel viejo […] emanaciones húmedas, pe-
netrantes como cuchillos oxidados”. Y sensaciones gustativas,
como esa acidulada sensación en la garganta. O como, cuando
la baronesa van Helder se ha quitado la dentadura, y su sonrisa
“completamente desdentada” le parece, quién lo creyera, “sa-
brosa como un pedazo de pan remojado en chocolate”.19
El otro es Manuel Mejía Valera. Se referiría así a este sueño
poético sostenido durante dos décadas:
19 “Usigli, en el ensayo y la novela”, Pedro Gringoire, Revista de la Comunidad Latinoa-mericana de Escritores, No. 15, México, 1974, pp. 29-30.
155
PreParativos Para un acto final
En un estilo sencillo, fidelísimo reflejo del lenguaje hablado, al
que ni siquiera afean las repeticiones de vocablos en un mismo
párrafo y, a veces, hasta en la misma línea, Rodolfo Usigli des-
pliega una imaginación fértil en Obliteración, faceta novedosa
dentro de su vasta obra de dramaturgo.
El argumento podría resumirse así: una extraña y fantasma-
górica pasión surge de la visita de un viajero mexicano a una
villa europea, La Esperanza, que, por las trágicas consecuencias
que después se narran y allí se originan, pudiera haber exhibido
con mayor propiedad el lema que Dante puso en la puerta del
infierno: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”. El objeto de la
pasión: la baronesa Anne van Herder (y su escultura), compro-
metida con la resistencia a la ocupación nazi. Tiempo después,
desaparece la villa y sus antiguos conocidos niegan la existen-
cia de la baronesa.
A partir de entonces el mexicano inicia una pesquisa, cuyos fra-
casos lo conducen hasta un intento de suicidio. En suma, la azarosa
búsqueda de una escultura, con un empeño más obsesivo que el
relatado por Maupasant en “La cabellera” y muy próximo al que
muestra el personaje de Melville en La ballena blanca.
Pero adentrémonos en los detalles del relato, cuyo contrapunto
de realidad e irrealidad, sueño y vigilia es sólo aparente, pues la
vida solitaria y montaraz del protagonista de Obliteración no apa-
rece, en esencia, distinta a la de todo hombre que se debate entre
las arbóreas sombras de un camino a diario desandado.
En esta búsqueda del evanescente busto de la baronesa, el
protagonista habla de un “vértigo doloroso y sutil”. Y cuando
se entera de la muerte del coronel Thorton (último vínculo con la
baronesa) afirma: “Un golpe de vacío, repentino, contrajo mi es-
tómago hasta hacerme sentir tan próximo a la náusea”, aunque
más adelante, en una actitud reflexiva, sentencia: “suicidarse es
proscribir para siempre toda posibilidad de cambio”.
156
Adolfo CAstAñon
Estas ideas nos hacen dudar de la autenticidad de “una pro-
testa excesiva contra el existencialismo contemporáneo”, que
anuncia Usigli en su “Nota y Advertencia”, puesto que en los re-
covecos de Obliteración se deba ver la técnica sartreana, que en
alguna medida también se advierte en Trizadero de Tomás Sego-
via y, aquí y allá, a pesar de la avasallante influencia joyceana, en
Otros son los sueños de Esther Seligson. Recordemos que el per-
sonaje de La náusea, Roquentín, por cierto también entregado a la
indagación de los pormenores de la vida de M. Rollebon, afirma:
“No olvidar que M. de Rollebon representa, en la hora actual, la
única justificación de mi existencia”. Y en otro lugar: “mi pasado
ha muerto, M. de Rollebon ha muerto, Anny volvió para quitarme
toda esperanza, estoy solo en esta calle blanca… solo y libre. Pero
esta libertad se parece un poco a la muerte”.
Hay, sin embargo, una radical diferencia entre Obliteración y
La náusea. En tanto que Roquentín jamás escribe la biografía de
Rollebon y el relato de las circunstancias de su frustración deter-
mina su único éxito, el personaje de Usigli sí encuentra el busto
de la obliterada baronesa van Herder: “Había yo negado a La Es-
peranza, claro, y estaba, ahora sí, en la realidad”. De este modo
continúa dentro de la irrealidad que impregna las cosas reales
y que culmina en la destrucción del busto y la pulverización del
antifaz con los ojos azul zafiro y verde esmeralda, en cumpli-
miento de la decisión testamentaria de ella, escrita antes de su
fusilamiento.
En Obliteración de Rodolfo Usigli se alían y se confunden la
experiencia humana directa y el desborde de la imaginación
para configurar, con el pretexto de “un viaje entre cuatro pare-
des” —¿Huis Clos?— en una Europa erizada de relámpagos
como un acto de espinas, un tiempo cíclico donde “en cada
generación hay una mujer que repite a otra de una genera-
ción más vieja”. Tiempo cíclico que, como en Otros son los
157
PreParativos Para un acto final
sueños, oblitera hasta la imprecisión de los sueños más so-
ñados.20
IV
Ese primer viaje a una Europa devastada realizado por el hijo
de un italiano y de una austrohúngara pobre, fue un encuen-
tro acidulado con el viejo mundo del que habían salido sus
padres a principios de siglo. El que viajaba era un mexicano
electivo que se sabía y sentía a sí mismo como un “ciuda-
dano del teatro”. Estaba apunto de cumplir por segunda vez
20 años y era muy consciente de ello:
Primeros veinte años: el infierno.
Qué confusión de ciencia y de inconsciencia,
crueldad, ternura, espera sin esencia,
egoísmo, ambición, deseo eterno.
Veinte segunda vez. En un alterno
juego mortal, memoria, ser, consciencia:
Bajo las canas, qué Vesubio interno.21
Era ya el autor de una serie de obras teatrales, de una
novela, de muchos poemas inéditos y de otra cantidad de en-
sayos disfrazados de prólogos y epílogos a sus propias obras.
Iba enviado por el gobierno mexicano a una Europa que ¿sa-
20 “Narradores mexicanos contemporáneos”, Manuel Mejía Valera, Cuadernos Ame-ricanos, núm. 3, mayo-junio, 1977, pp. 266-267.21 Rodolfo Usigli, “En los 60 años de Alfonso Reyes”, soneto escrito el 9 de mayo de 1949, sólo se transcriben los primeros versos. Tiempo y memoria en conversación desespe-rada, selección y prólogo de José Emilio Pacheco [portada de Vicente Rojo], México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, p.170.
158
Adolfo CAstAñon
lía? de la pesadilla de una guerra que acababa de perder
la Alemania nazi. Desde que empezaron en 1946 los Proce-
sos de Núremberg la realidad de lo que había sucedido en
la Segunda Guerra Mundial con el holocausto, los campos
de concentración, la prosecución a las minorías, la actua-
ción revulsiva de la Gestapo era un secreto a voces que se
pasaban como una contraseña o una moneda para sobrevi-
vir entre los emigrados. Bajo el cielo oscuro de Europa se
advertía el proyecto de obliteración de la especie humana.
Quienes lo advertían no podían dejar de tener encontrados
sentimientos en torno a la cultura cuyo malestar era per-
ceptible.
V
La composición, escritura y desde luego reescritura de
esta obra duró, según se puede documentar, algo más de
veinte años (1949-1969). Es una de las primeras manifesta-
ciones poéticas y artísticas que la realidad de la Segunda
Guerra Mundial suscitó en México y probablemente en
América. Tiene algo de novela romántica, cuento de las Mil
y una noches y thriller, novela de detectives. Colinda con
la novela Morirás lejos de José Emilio Pacheco. Oblitera-
ción se arma como un sueño ordenado en ocho tiempos: I.
La precisión de los sueños no soñados / II. La realidad de los
sueños soñados / [sin número] Interludio / III. La irrealidad
de las cosas reales, la fantasmagoría de la realidad / IV. Sue-
ños de realidad / V. Realidad sin sueños, realidad del sueño /
VI. Sueño en la realidad / VII. Sin realidad y sin sueño / VIII. El
sueño sin fin. (Cabría cotejar esta graduación onírica con
las escalas del sueño presente en la Obra poética).
159
PreParativos Para un acto final
Los tiempos del relato y el sueño se confunden y se trasla-
pan, fluyen a un ritmo acompasado por el sueño y la simetría,
donde los contados personajes —el narrador, la baronesa van
Helder y su busto esculpido, el mayor Thorton y su sobrino—
tienen tanta realidad como el viento, el ambiente inhóspito de
aquella Europa gélida, como la lluvia, la presencia envolvente
del Infierno de Dante y las voces soterradas, disimuladas en el
relato de Oscar Wilde, T. S. Eliot y Góngora. Magnético y axial,
el personaje clave de esta obra de teatro (¿o será película?) na-
rrada es la inolvidable baronesa van Helder, una de esas junkers
alemanas que supieron simpatizar y actuar con la resistencia.
Como la humedad que se trasmina entre las piedras de una
casa en ruinas, prosperan entre las páginas de este palacete na-
rrativo ecos y resabios amorosos por esa amada, desconocida
para nosotros, de cuya imagen lleva en su cartera un retrato el
narrador y que se parece sospechosamente a la anfitriona, a la
escultura que la eterniza… la cruda truculencia de una novela
de fantasmas o de espionaje está amortiguada por la alfom-
brada evolución del relato, donde tan pronto la baronesa y La
Esperanza, aparecen y desaparecen en un complejo juego de
intermitencias informativas, del mismo modo que la crudeza
de obliteración de miles de seres humanos queda cancelada
No tengo criados, ¿sabe usted? En esta casa hubo hace meses,
todavía durante la ocupación, un triple crimen. Desde enton-
ces nadie quiere servir aquí, y se habla de fantasmas y de
tonterías. ¡Figúrese usted! Hablar de fantasmas donde ha ha-
bido tantos horrores verdaderos.
La risa no era amable, ni justificable, ni siquiera en una mu-
jer tan vieja. Sonaba a alguna cosa húmeda golpeada y a las
veces frotada contra un cristal estrellado. (Página 24 y 25 de la
presente edición)
160
Adolfo CAstAñon
Con letras y notas cristalinas que gotean en la memoria
se recrea la verdad del viento helado de la historia que reco-
rrió Europa después de la guerra. Obliteración no sólo es una
impecable pieza literaria, es ante todo una escultura verbal,
cosa mentale:
El mirar de una estatua su mirada semeja
y su voz, grave, quieta y lejana, refleja
la inflexión de la voces queridas que han callado.22
VI
El relato estuvo en el telar dos décadas; la demorada compo-
sición expresa la parsimonia con que fue escrita y reescrita
esta novela donde los grados del sueño, la lucidez y la fan-
tasía se traslapan en torno al tema de la destrucción, de la
obliteración. Es probable que el manuscrito haya conocido
tachaduras, arrepentimiento y obliteraciones. En su estructura
ovoidal y parabólica se vuelve una y otra vez sobre ese se-
creto a voces y que al final nombra el texto y que tiene que
ver con la realidad de la guerra, la resistencia y el holocausto.
Obliteración debe inscribirse en el horizonte de narraciones
que buscan decir la ignominia.
VII
Desde “su soledad de istmo” Usigli teje sus Baladas de los es-
pejismos. El nombre propio de la baronesa no lo conocemos;
22 Rodolfo Usigli, “De Paul Verlaine” en Tiempo y memoria en conversación desesperada, op. cit., “Baladas de los espejismos” (fragmento), p. 240.
161
PreParativos Para un acto final
sólo sabemos de su presencia eficaz y milagrosa durante la
guerra. ¿Será ella una de las mujeres evocadas por los ver-
sos de Usigli?
¿Dónde la holandesa beldad
que bajo las bombas V-2
quizá buscaba en mí su dios,
su amor, su pan y su verdad?
¿Y la francesita burguesa
que se parecía a su padre
y que por ser como su madre
gritaba como una posesa?
¿Dispersó su frágil doblez
el viento de mi madurez?
Ay, que no dejé puerta abierta
es la única cosa cierta.23
VIII
Un hombre encuentra por azar en una ciudad extraña a una vieja
dama en cuya casa hay un busto que la representa cuando era
joven: la mujer se parece a otra cuyo retrato lleva el narrador
en la cartera (¿alguna antepasada?) el hombre descubre
que se encuentra cautivo de esa tercia de miradas que se
alternan y corresponden desde los tres rostros. Obliteración
narra la historia del final de ese cautiverio. La materia mis-
teriosa de la novela contagió su publicación. Su forma es tan
enigmática como una de esas construcciones dibujadas por
Escher donde cada estancia, cada escalera, cada capítulo
23 Op. cit., pp. 243-244.
162
Adolfo CAstAñon
se buscan en su revés y la memoria cobra cuerpo en una
tonificante visión estereoscópica. Poco antes de cumplir 70
años, Usigli se las arreglaba para lanzar una gran novela se-
creta para un público no sólo selecto, sino quizá por nacer.
Una bomba de tiempo distinta de su otra novela Ensayo de
un crimen.
IX
"–Don Rodolfo, ¿no le asusta el poder?
– Le diré lo que dijo Arsenio Lupin respecto al kaiser
Guillermo II: 'La mano de un emperador
no tiene más que cinco dedos' ".
Rodolfo Usigli (1977). En entrevista de Cristina Pacheco,
Al pie de la letra, Fondo de Cultura Económica
México, 2001, p. 47.
Obliteración se publicó algunos meses después de que Usi-
gli recibiera el Premio Nacional de Literatura en 1972. El 22
de agosto de 1991, Octavio Paz evocó en una entrevista es-
crita sus encuentros a lo largo de la vida con Rodolfo Usigli.
Ahí evoca cómo en 1946, en París, la amistad que los unía
se profundizó y, me atrevo a decirlo, se volvió íntima. Rodolfo
atravesaba por un período difícil. Acababa de divorciarse pero
no se resignaba a esa separación. Como escritor se enfrentaba
también a una situación nueva. En Londres, unos meses antes,
había sido recibido con gran cordialidad y simpatía por Bernard
Shaw y por T. S. Eliot, un reconocimiento que provocó, entre sus
colegas mexicanos, la conocida reacción de envidias silencio-