SARPI 01
Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular
Publicación Anual: 2014 ISSN: 2341-2496 Dirección: Primitiva Bueno Ramírez (UAH) Subdirección: Rosa Barroso (UAH) Consejo editorial: Manuel Alcaraz (Universidad de Alca-lá); José Mª Barco (Universidad de Alcalá); Cristina de Juana (Universidad de Alcalá); Mª Ángeles Lancharro (Universidad de Alcalá); Estibaliz Polo (Universidad de Alcalá); Antonio Vázquez (Universidad de Alcalá); Pie-dad Villanueva (Universidad de Alcalá). Comité Asesor: Rodrigo de Balbín (Prehistoria-UAH); Margarita Vallejo (Historia Antigua- UAH); Lauro Olmo (Arqueología- UAH); Leonor Rocha (Arqueología – Uni-versidade de Évora); Enrique Baquedano (MAR); Luc Laporte (Laboratoire d'Anthropologie, Université de Rennes); Laure Salanova (CNRS). Edición: Área de Prehistoria (UAH)
SUMARIO 1.– PREVIO 04-21 Más sobre cronología del Paleolítico cantábrico: Tito Bustillo. Asturias De Balbín Behrmann, Rodrigo y Alcolea González, Javier 2.– ARTICULOS 22– 46 Restos óseos y contextos arqueológicos neanderthales en el Levante y Sur peninsular. Pérez Hernán, Rebeca 47– 63 Inicio al estudio de la piezas de arte mueble finipaleolóticas y azilienses sobre soporte lítico. De Juana Ortín, Cristina 64– 85 Dinámicas de ocupación y transformación del territorio medieval en el Alto Tajo (Guadalajara). Checa Herraiz, Joaquín 86- 108 Sur del Tajo, 1937. Patrimonio de una batalla de la Guerra Civil. Ruiz Casero, Luis Antonio 109- 120 La documentación epistolar como fuente Arqueológica Sánchez Salas, Francisco 121– 142 La Web en la investigación bibliográfica. Una herramienta para el historiador. Barco Belmonte, José María
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DINÁMICAS DE OCUPACIÓN Y TRANSFORMA-
CIÓN DEL TERRITORIO MEDIEVAL EN EL ALTO
TAJO (GUADALAJARA)
Joaquín Checa Herraiz (1)
Resumen
En el presente artículo, presentamos las conclusiones alcanzadas acerca del desarrollo de la sociedad
medieval mediante la transformación y adaptación que esta hace del territorio sobre el que se asienta, desde
su configuración inicial, tras el colapso del Imperio Romano de Occidente y la configuración del reino visigodo
de Toledo, hasta su resultado final, con la consolidación del feudalismo. Espacialmente nos centramos en la
región suroriental de la actual provincia de Guadalajara. Concretamente en el Alto Tajo y las inmediaciones de
la localidad de Molina de Aragón.
Con todo ello pretendemos contribuir al aumento del conocimiento histórico de una de las regiones más
marginadas por los investigadores para época medieval. Al tiempo que se presentan una serie de yacimientos
inéditos hasta la fecha.
Palabras clave: Arqueología del paisaje, Alto Tajo, Molina de Aragón, Edad Media, análisis territorial.
Abstract
In this paper we present the conclusions regarding the development of Medieval societies by means of
its transformation and adaptation to the territory, from its very origins at the time of the collapse of the Ro-
man Empire and the formation of the Visigothic kingdom of Toledo up to the emergence and consolidation of
the feudal system. This study will pay particular attention to the south-eastern corner of the province of Gua-
dalajara, the regions of the Upper Tagus Valley and the environs of Molina de Aragón.
All in all, we intend to contribute to the general historic knowledge of a region which has been set aside
by researchers on the Middle Ages, and at the same time a series of new archaeological sites will be presented.
Key words: Landscape archaeology, Upper Tagus, Molina de Aragón, medieval landscapes, territorial
analyses.
(1) Universidad de Alcala - Área de Arqueología- [email protected]
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1.- INTRODUCCIÓN
Entre las varias y diferentes formas que
existen de estudiar y observar el paisaje, la arqueo-
logía, como ciencia, ofrece una aproximación ana-
lítica, crítica y diacrónica a través de las huellas,
que a causa de la actividad humana, se han ido
plasmando en la configuración de las diferentes
regiones que se han visto afectadas de una u otra
forma por la presencia de sociedades a lo largo del
tiempo. Estos espacios, definidos como yacimien-
tos, salpican todos los rincones en los que la pre-
sencia del ser humano se hace posible. Puntos que,
analizados en conjunto y en relación con el espacio
en el que se insertan, arrojan luz acerca de una
serie de patrones de comportamiento que se dilu-
yen cuando los yacimientos son analizados de for-
ma individual. Todo ello justifica la necesidad de
realizar un análisis arqueológico del territorio en su
conjunto, presentándose el paisaje como produc-
tor de conocimiento histórico y objeto de preserva
y tutela.
La línea teórica seguida se basa en los tra-
bajos precedentes de una serie de grupos de inves-
tigación internacional, procedentes del ámbito de
la reacción postprocesual y humanista, que vienen
utilizando, a lo largo de las dos últimas décadas, la
idea del paisaje para capturar las complejas inter-
secciones entre las situaciones humanas, arqueoló-
gicas y geográficas en las que ellos trabajan
(Ashmore 2007: 255). Grupos caracterizados por la
importancia que han prestado en sus investigacio-
nes a las formas organizativas del paisaje de las
sociedades medievales y postmedievales en la
cuenca mediterránea (Barker y Mattingly 1999).
Todo ello como fruto de la influencia de la Escuela
francesa de los Annales, y su crítica al análisis del
acontecimiento histórico y su apuesta por un análi-
sis históricos basado en los procesos de larga dura-
ción.
El análisis se ha realizado sobre un área de-
terminada del curso alto del río Tajo en la provincia
de Guadalajara (Fig. 1). Para la ubicación temporal
Fig. 1.– Localización del área de estudio y términos municipales actuales.
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de los materiales observados en superficie como
resultado de las prospecciones realizadas, funda-
mentalmente la cerámica, contamos con un escaso
número de publicaciones que se hayan hecho eco
de aquellos hallazgos localizados dentro de la re-
gión sobre la que se ha planteado el presente estu-
dio y correspondan al periodo medieval (Retuerce
1984 y 1998; Lázaro 1995). Por lo que se hace to-
talmente indispensable superar esta zona y com-
parar los materiales con aquellos que han sido re-
cuperados como consecuencia de las campañas
arqueológicas que se han efectuado en la provincia
de Guadalajara (Cuadrado y Crespo 1992; Castillo
2002; Serrano y Torra 2002; Serrano et al. 2002;
Olmo 2005; Olmo y Castro 2008), así como en
otros ámbitos más alejados como el Levante y el
resto de la Meseta Sur (Gutiérrez 1986; Turina
1995; Presas et al. 2009). Materiales todos ellos en
relación con la estratigrafía cuando fueron localiza-
dos, aspecto que les confiere un valor indiscutible
para su adscripción crono-cultural.
2.- EL ALTO TAJO ENTRE LA TARDOANTIGÜE-
DAD Y LA ÉPOCA VISIGODA (SIGLOS V-VI)
La actual despoblación de la comarca del
Señorío de Molina de Aragón (García Quintana,
2008:51) no parece haber sido tan acusada a lo
largo de la historia, de hecho se presenta como
una región con una relativa intensidad poblacional
durante el periodo prerromano (2). Territorio que
no pareció acusar una importante romanización,
donde los treinta y cinco yacimientos de época
romana documentados “reflejan una mínima enti-
dad; y se encuentran dispersos, y casualmente la
mayoría en áreas clave, tanto para el control del
territorio como para el control de la explotación de
determinados recursos” (Chordá 2007: 424).
Durante los primeros siglos de la Alta Edad
Media, el espacio geográfico en el que se inserta el
Alto Tajo, se encuentra dentro de los límites de la
Celtiberia heredada del mundo clásico. Territorio
que comprendía la zona Este de la meseta Central
y la parte meridional de la cuenca hidrográfica del
Ebro. Aunque en época visigoda parece producirse
una reducción de la Celtiberia a los territorios si-
tuados al Sur del Sistema Central (Olmo 2011: 41).
Dentro del área de estudio, únicamente se
ha documentado un yacimiento que pueda adscri-
birse al periodo denominado como época visigoda.
Se trata del poblado del Cerrillo del Moro (Olmeda
de Cobeta) (Arenas et al. 2008: 212). Depósito que
se suma a las necrópolis de Villel de Mesa y a la de
Establés, mencionadas por J.M. Santa-Olalla y Me-
néndez Pidal respectivamente (Sanz y Díaz 1982:
62), si aumentamos la visión al conjunto que a día
de hoy conforma la comarca de Molina de Aragón.
Evidencias que, si por una parte se muestran insufi-
cientes en la actualidad para defender hipótesis
alguna en lo que a la ocupación de este espacio se
refiere durante los siglos V a VII, corroboran que el
vacío existente es debido a la falta de investigación
y no a la ausencia de población.
(2) Ver los siguientes artículos: Martínez, J.P. 2005: Poblados del Alto Tajo-Alto Jalón, en Celtíberos: tras la estela de Numan-cia: 97-102; CERDEÑO, Mª.L. y García Huerta, R. 2005: Las necrópolis celtibéricas del Alto Jalón-Alto Tajo, en Celtíberos: tras la estela de Numancia: 239-244 o García Huerta, R., Arenas, J. A. y Cerdeño, Mª.L. 1995: El poblado celtibérico en la región del Alto Jalón y Alto Tajo, en Poblamiento celtibérico: 157-178. Debe tenerse en cuenta el hecho de la preponderancia del estudio de este periodo sobre los demás, lo que ocasiona que de los yacimientos catalogados, en la Carta Arqueológica de esta comarca, la mayoría sean celtíberos (Chordá 2007: 420).
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La inexistencia de estudios arqueológicos
de época visigoda centrados en la comarca de Mo-
lina, dejan como única vía la interpolación de ejem-
plos de ocupación rural exógenos. En este sentido
el conjunto arqueológico de El Tesoro-
Carramantiel (Gualda, Cifuentes), del siglo VII
(Cuadrado 2002), se presenta como el ejemplo
más próximo de asentamiento visigodo estudiado,
cuyas características pudieron repetirse en otros
espacios de la provincia de Guadalajara. Hipótesis
que será válida, siempre y cuando aceptemos que
durante la etapa visigoda se observa una mayor
homogeneidad del paisaje entre los diferentes
tipos de asentamientos, máxime si lo analizamos
desde una perspectiva diacrónica en relación con
otros periodos, reflejándose un grado de coerción
sobre el territorio y la ciudad ejercido desde el Es-
tado menor que en otros periodos (Olmo 2002:
475).
De tal modo que mientras los poblados ex-
cavados sigan ofreciendo dicha homogeneidad,
podríamos suponer, salvando las diferencias físicas
del terreno, que en caso de hallarse asentamientos
rurales de época visigoda dentro del área de estu-
dio, estos respondieran a un esquema similar al
poblado de Gualda (Cifuentes), compuesto por una
serie de casas formadas por habitaciones rectan-
gulares construidas con muros de mampostería;
con unos habitantes dedicados principalmente a la
explotación ganadera (Cuadrado 2002) y que no
descuidarían las producciones salinas y metalúrgi-
cas heredadas del periodo anterior y que transmiti-
rán a sus sucesores (Olmo 2002: 472).
Sin embargo, es esencial para un conoci-
miento de la época el incidir en estudios de ar-
queología del territorio en los que se puedan inves-
tigar y analizar todo el marco de relaciones que se
establecen en una región entre los diferentes tipos
de asentamientos y entre estos y los espacios pro-
ductivos (Olmo 2002:473; Ariño et al. 2004: 187).
Aunque carecemos de estudios arqueoló-
gicos que nos permitan hablar de un modo especí-
fico sobre el extremo nororiental de la Celtiberia
Tardoantigua y Altomedieval, contamos con una
serie de datos recogidos en distintos puntos de la
Península Ibérica que posibilitan generalizar en
torno a una serie de cuestiones.
El conjunto de los análisis polínicos efectua-
dos en territorios tan dispares como el Pirineo
oriental, el delta del Ebro, Tarraco, Mérida o Sala-
manca evidencian, en torno al siglo VII, una
“intensificación de la deforestación y una degrada-
ción del medio vegetal, proceso que se considera
consecuencia directa de un cambio radical en la ex-
plotación del medio” (Ariño et al. 2004: 189). Carac-
terizado por una disminución notable de la activi-
dad agrícola y un gran desarrollo de la ganadería
extensiva y del pastoreo como actividad económi-
ca principal. Reorientación económica que se ma-
nifiesta sobre el territorio de forma apreciable, al
menos, en dos sentidos. La transformación del
hábitat y su distribución en el territorio, en los ám-
bitos rurales, está asociada con la pérdida de la
función original de las estructuras agrarias como
ejes rectores en la planificación y desarrollo del
territorio. Cambio que enlaza con la inutilización
de las villae tardoantiguas como residencias seño-
riales, producida en algún momento entre los si-
glos V y VI, que sin embargo no significa que se
conviertan en lugares deshabitados. “Las transfor-
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maciones y reutilización de antiguas estructuras
rurales dan testimonio de la existencia de una pobla-
ción rural dispersa, difícil de evaluar pero que sin
duda desarrolla una cierta actividad productiva,
dentro de un contexto de cambio económico” (Ariño
et al. 2004: 196). En segundo lugar, en el mismo
momento en el que asistimos a una degradación
del medio vegetal, a lo largo del siglo VII, asistimos
a la configuración y potenciación de una seria de
vías que comunican los pastos de invierno con los
de verano. Caminos que terminarán por configu-
rar, en algunos casos, las rutas de la trashumancia
medieval y, a menudo, reaprovechan y deforman
las vías heredadas del periodo precedente. Esta
transformación de las vías se ha documentado en
regiones mediterráneas como Barcino, Emporiae o
Tarraco. Rutas en torno a las que se configuran los
asentamientos de época tardoantigua, indepen-
dientemente de que sean zonas en las que se ob-
serve o no una disminución de la ocupación huma-
na (Ariño et al. 2004: 189-195).
Características documentadas en varias
zonas de la Península Ibérica, entre las que tam-
bién se encuentra la actual comunidad autónoma
de Madrid (Fernández 2006: 112-113). Incremento
de las labores pecuarias, una ocupación del espacio
rural de forma dispersa, carente de elementos mo-
numentales y ligada a las vías que se emplean para
vincular los diferentes espacios destinados a pas-
tos, así como aumento de los espacios destinados
a estos.
Con todo, asistimos a un cambio en las con-
cepciones del espacio y en el modelo de territorio.
En el que la relevancia, en la economía y organiza-
ción paisajística, del auge del pastoreo durante
época visigoda, contribuye con el abandono defini-
tivo de buena parte de la estructura territorial crea-
da en época tardorrepublicana y altoimperial. Des-
apareciendo en este momento el modelo de ges-
tión del territorio basado en la centuriación (Ariño
et al. 2004: 199).
Fig. 2.- Siglos V a VII: Vías de comunicación y yacimientos.
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Centrándonos de nuevo en el espacio objeto
de estudio, si bien solamente podemos hablar del
Cerrillo del Moro (Fig. 2), como espacio de hábitat,
sí contamos con una red de vías de comunicación
heredadas del mundo romano. Y consideramos
que éstas aun mantuvieron su carácter como tales
durante este periodo. Ya que aún fueron emplea-
das durante la época islámica, como veremos más
adelante. Caminos que seguramente ya venían
empleándose desde épocas anteriores (Arenas
1997).
La mención de estas vías en diferentes
obras (Coello 1897: 24-25; Blázquez y Blázquez
1921; Almagro 1952: 179-183; Abascal 1982: 66-67,
70-76 y 96-100; Manzano 1991: 128) nos permite
establecer una red aproximada de circulación que
cruzaba el extremo suroriental de la actual provin-
cia de Guadalajara. Caminos que se articulaban en
torno al eje que unía Laminio con Caesaraugusta,
uniendo así las ciudades de la Bética con Zaragoza.
Y de la que hemos podido documentar un trazado
de unos nueve kilómetros dentro del término mu-
nicipal de Zaorejas (Fig. 2).
3.- LA LLEGADA ISLÁMICA: HACIA UNA NUEVA
CONFIGURACIÓN DEL TERRITORIO (SIGLOS
VIII-IX)
La situación descrita en el punto anterior
se verá alterada a causa de los cambios que co-
menzaron a producirse en la Península Ibérica a
comienzos del siglo VIII, cuando se produce la lle-
gada de un contingente de tropas beréberes norte-
africanas y árabes, dirigidas por el gobernador de
Tánger, Tāriq ben Ziyād. Este momento supone el
inicio de una ruptura entre la sociedad que venía
gestándose desde la tardoantigüedad y la que ter-
minará por desarrollarse durante la Alta Edad Me-
dia. Se inician, por tanto, una serie de procesos de
cambio que darán lugar a una nueva sociedad, la
andalusí.
De este modo, más de dos tercios de la Pe-
nínsula Ibérica, pasan a englobarse dentro del te-
rritorio conocido como Al-Andalus. Incluyéndose la
totalidad de la actual provincia de Guadalajara, y
con ella el Alto Tajo. Espacio que el cronista cordo-
bés Ahmad al-Rāzī sitúa dentro de la jurisdicción
de Barusa y que describe de la siguiente manera:
“Parte el termino de Baruxa con el de Çaragoça. / E
Baruxa yace cerca de Santa Bayde [Santaver]. E es
por termino despoblado, e en su termino ha muy
grandes llanos, e en su termino ha muy fuertes casti-
llos e muy buenos, de los quales vno el castillo a que
llaman Pedro; e yace sobre agua corriente a la qual
non fallan fondo e es muy fuerte a maravilla. Otrosy
castillo a que llaman Molina. En Molina ovo vna çib-
dat antigua a que llaman Bartuza, en que ovo fechos
antiguos e muy maravillosas señales. / E de Molina a
Çaragoça ha çient migeros” (Al-Rāzī 1975: 57-58).
Término que limitaba con los de Zaragoza, Medi-
naceli y Santaver (Vallvé 1986: 143), al norte, no-
roeste y sur-suroeste, respectivamente. Parece ser
que los límites de Barusa lindaban también con
una parte del territorio de los Bānu Razin, cuya
capital era Santa Mariya de al-Sahla, actual ciudad
de Albarracín (Vallvé 1986: 307).
Para valorar la información que nos ofrece
Al-Rāzī sobre esta región debemos tener en cuen-
ta, al menos, dos factores. En primer lugar, el he-
cho de que su obra fue redactada durante la prime-
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ra mitad del siglo X, coincidiendo en el tiempo con
el califato de ‘Abd al-Rahmān III. Por tanto, más de
doscientos años después de la conquista, en un
momento de consolidación y afirmación del proce-
so de transformación social que ya venía gestándo-
se desde el gobierno de los ermires al-Hakam I y
Muhammad I. En segundo lugar, debemos tener
presente que en época islámica se produce una
reducción del territorio englobado dentro de los
límites de la Celtiberia, que en época romana in-
cluía la mayor parte del interior peninsular. Exten-
sión territorial que ya sufrió su primera reducción
durante época visigoda y que continuó en época
islámica, además de cambiar asignación nominal
de Celtiberia a Šantabariyya, al producirse la arabi-
zación del nombre. (Olmo 2011: 41). Esta extensa
cora tenía su núcleo en la actual provincia de Cuen-
ca, extendiéndose por los valles de los ríos Tajo,
Tajuña y Henares en Guadalajara y por la provincia
de Teruel (Olmo 2011: 41), llegando a zonas de la
de Valencia (Vallvé 1986: 308-309).
Recapitulando, consideramos que la región
de Barusa, mencionada por Ahmad al-Rāzī en su
crónica, es el resultado de la nueva ordenación
territorial realizada en el año 957 por el califa ‘Abd
al-Rahmān III, que dará lugar a la frontera interme-
dia o Marca Media, al tagr al-awsat, con capital en
Medinaceli. Quedando el distrito de Barusa englo-
bado dentro de la Marca Superior, al tagr al-a’là,
que estaría compuesta a su vez por los de Barbita-
niya (Barbastro-Boltaña), Huesca, Lérida y Zarago-
za (Pérez 1990: 22).
Mientras que durante los dos siglos si-
guientes a la conquista islámica de la península
Ibérica, cabe suponer que el Alto Tajo continuó
englobándose dentro de los imprecisos límites de
la Celtiberia-Šantabariyya (Vallvé 1986: 308-309).
Región en la que, al igual que en el resto del país,
nos encontramos ante una sociedad en proceso de
transformación, que adopta diferentes desarrollos
en función de las diversas regiones o tipos de asen-
tamientos pero que, “en definitiva refleja por un
lado el proceso de transición hacia una nueva estruc-
tura social y por otro los intentos del poder, en este
caso de los emires omeyas, por imponerse y lograr
articular un Estado centralizado” (Olmo 2011: 41-
42).
A partir del siglo VIII, a la población penin-
sular que previamente ocupaba la región de Šanta-
bariyya, hay que añadir nuevos componentes hu-
manos sobre los que estamos bastante mal infor-
mados, pero que parecen haber sido principalmen-
te beréberes (Guichard 1976: 404), que pertene-
cían a diferentes tribus encuadradas en el grupo de
los Butr (Guichard 1976: 392-396; Manzano 1991:
238-252). Componente beréber, asentado en la
región, que indica su existencia a partir de una nu-
merosa cantidad de familias pertenecientes a di-
versas tribus: los Banū Zannūn de la tribu
Hawwāra, los Banū ‘Awasaŷa de la tribu Malzūza,
los Banū Azzūn de la tribu Zanāta, los Banū Nu’mān
de la tribu Ulhāsa, o los Ban Hudayl de la tribu
Madyūna (Manzano 1991: 250; Olmo 2011: 42).
Favoreciendo la presencia de un verdadero
‘mosaico étnico’ que conservaría una fuerte indivi-
dualidad hasta, por lo menos, comienzos del siglo
X (Guichard 1976: 403), lo que explicaría el escaso
control del Estado cordobés sobre la zona. Dato,
este último, que además viene apoyado por las
continuas rebeliones y conflictos que se suceden a
partir de mediados del siglo VIII (Guichard 1976:
392-393; Manzano 1991:250; Olmo 2002: 473-474).
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Dentro del marco configurado por el esta-
blecimiento de estas tribus en el ámbito peninsular
y las revueltas beréberes de la segunda mitad del
siglo VIII, tiene lugar un nuevo proceso de ordena-
ción del territorio. Momento en el que se consolida
un control dual entre los linajes beréberes y el emi-
rato cordobés que perdurará hasta la primera mi-
tad del siglo IX (Olmo 2002: 473 y 2011: 42). Para
comprender el desarrollo de esta nueva configura-
ción, en la región centro-oriental peninsular, debe
tenerse en cuenta la importancia que tuvieron la
tribu beréber de los Madyūna y la de los Hawwāra
a través del linaje de los Banū Zannūn, arabizado
en los Banū Dī l-Nūn, que dominarán la región du-
rante la segunda mitad del siglo VIII y la primera
del IX, respectivamente.
El control efectuado por estas tribus sobre
Šantabiriyya se veía reforzado por el apoyo del
poder emiral cordobés, tal y como se puede inter-
pretar a partir de la confirmación de la autoridad
del jefe de los Madyūna, Hilāl al-Madyūnī, sobre el
territorio que ya gobernaba, por parte del emir
‘Abd al-Rahmān I en el año 771-772 (155 H.). Otro
acontecimiento de estas características lo encon-
tramos durante el emirato de Muhammad (852-
886), cuando le fue reconocido el título de
‘gobernador’ a Sulaymān ibn Zanūn, miembro de
los Banū Zannūn, quien, sin duda, ya ejercía una
preponderancia de hecho sobre la zona. Sus hijos
llegarían poco después a consolidar la dominación
de esta estirpe sobre las regiones montañosas que
se extienden entre Toledo y el mar Mediterráneo
(Guichard 1976: 394-396). Esta situación refleja una
necesidad, por parte del estado omeya, de pactar
con los jefes de las tribus para conseguir imponer-
se en la región, mediante el otorgamiento de iqtā’
de señorío, lo que supone un dominio territorial.
Estas acciones llevadas a cabo por los emires se
integran dentro del proceso de consolidación del
Fig. 3.– Siglos VIII a X: Yacimientos islámicos
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control espacial, provocando la consolidación de
los linajes mencionados (Olmo 2011: 53).
El afianzamiento de las tribus beréberes
instaladas en las regiones colindantes con la co-
marca de Molina y el Alto Tajo dibuja un mapa en
el que los Banū Zannūn, a partir de este momento
Banū Dī l-Nūn, ya establecidos desde los orígenes
de la conquista en la zona, tal como señala Ibn
Hayyan (Manzano 1991: 252), controlaban la ma-
yor parte del territorio de Šantabariyya, que co-
rrespondería a casi toda la provincia de Cuenca y
zona meridional y oriental de la de Guadalajara.
Junto al linaje de los Banū Dī l-Nūn, va a ser deter-
minante en esta zona el de los Banū Sālim, perte-
necientes a la tribu de los Masmūda, que controla-
ron todo el espacio del valle del Henares hasta fi-
nales del emirato. Extensión que comprendería
desde el territorio de Madīnat Sālim (Medinaceli)
hasta el de Complutum (Alcalá de Henares), y su
extensión hasta Maŷrīt (Madrid), tal y como refleja
la presencia en la ciudad de gobernadores de esta
familia en época de Muhammad I y a comienzos
del Califato. Entre el territorio de estos dos linajes,
de capital importancia para el desarrollo de toda la
región de Šantabariyya durante los primeros dos
siglos de ocupación islámica, y siguiendo la cuenca
media del Tajo, se encontraba el espacio controla-
do por el linaje de los Banū ‘Abdūs. Situando su
centro de control en la ciudad de Recópolis y su
sucesora Zorita. Linaje que perdurará hasta la épo-
ca de ‘Abd al Rahmān III (Olmo 2011: 53-54).
Para completar esta visión de conjunto,
debemos incluir al linaje de los Banū Razīn, que
pasaron a la Península en la época de la conquista
para establecerse en la región de Albarracín, ciu-
dad que les debe su nombre, y que sirve de cabeza
de la comarca designada “Shala de los Banū
Razīn” (Bosch 1959: 68; Guichard 1976: 397) (Fig.
4).
Fig. 4.– Tribus beréberes y ruta de ‘Abd al-Rahman III.
(Basada en Manzano 1991: 425 y Olmo 2011: 50).
El control del territorio de Šantabiriyya
por parte de los linajes beréberes se manifestará
en “el inicio de un proceso de transformación que
afecta a los ámbitos urbano y rural, ofreciendo los
primeros síntomas sobre la formación de un nuevo
paisaje diverso al que se había venido desarrollando
desde el siglo VI” (Olmo 2011: 45).
Durante la segunda mitad del siglo VIII se
documenta, dentro del ámbito rural, la existencia
de una serie de cambios en el paisaje. De hecho
para esta fecha se defiende el abandono de una
serie de aldeas, granjas y caseríos, que suponían la
estructuración del medio rural que había definido
este paisaje entre los siglos VI al VIII. Estructura-
ción que, sin embargo, se seguirá manteniendo en
el Norte peninsular a partir de estas fechas (Vigil-
escalera 2007: 263-267). “De confirmarse, estos
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datos transmiten un elemento cronológico de gran
importancia, ya que documentan un proceso de
cambios de gran calado iniciado por el abandono de
una estructura de poblamiento y explotación rural,
en un espacio que se orienta a nuevas pautas de
organización social y económica que apuntaría al
inicio de una ordenación diferente del ámbito rural, a
partir de la segunda mitad del siglo VIII” (Olmo
2011: 49-50).
Dentro de este proceso de cambios que
afectan al paisaje rural, asistimos a la creación de
nuevos hábitats establecidos sobre antiguos cas-
tros de la Edad del Hierro o asentamientos en ce-
rros de la Edad del Bronce, así como en lugares no
habitados hasta el momento. Espacios que perdu-
rarán más allá de la segunda mitad del siglo IX. En
la comarca de Molina de Aragón se han documen-
tado dos yacimientos que sustentan esta hipótesis:
La Coronilla (Chera) y El Turmielo (Aragoncillo),
ambos situados sobre asentamientos prerromanos
(Lázaro 1995: 134-136). Para los que se ha propues-
to, en función de la cerámica, una cronología entre
los siglos VIII y primera mitad del IX (Olmo 2002:
476-478). A los que deben sumarse el castro de
Peña Moñuz (Olmeda de Cobeta) y el yacimiento
de La Torre (Escalera) (Fig. 3). La excavación del
primero ha permitido registrar un episodio de ocu-
pación medieval reconocible sobre todo a nivel
estructural, sobre un asentamiento protohistórico
(Arenas 2008: 156-157). En función de los materia-
les observados en superficie, la ocupación de am-
bos lugares puede adscribirse a los siglos VIII y pri-
mera mitad del IX.
Aunque los datos hasta la fecha no son
abundantes, sobre todo en lo concerniente al pe-
riodo precedente, se observa una desvinculación
entre los asentamientos rurales de época visigoda
con los de época islámica. Hecho que la investiga-
ción arqueológica viene demostrando para otros
ámbitos del interior peninsular (Olmo 2002 y 2011;
Ariño et al. 2004).
A lo largo de la primera mitad del siglo IX,
asistimos a un proceso de restructuración del siste-
ma de asentamientos que había definido, hasta
ese momento el territorio andalusí. Documentado
a través de los cambios que se producen en el pai-
saje de las antiguas ciudades (3) así como su aban-
dono posterior a mediados de la centuria, la funda-
ción de nuevos centros urbanos, bien durante las
primeras décadas, Madīnat al Faraŷ (Guadalajara),
o bien a mediados de siglo, Zorita y Peñafora, y el
proceso de abandono de asentamientos rurales
fundados en el siglo anterior. “Toda esta restructu-
ración del territorio, constituye un elemento funda-
mental para entender el avance del proceso de isla-
mización que, igualmente, está reflejado, en el pro-
pio afianzamiento del emirato cordobés” (Olmo
2011: 53). Consecuencia de esta nueva articulación
del espacio debe ser considerada la fundación de la
actual ciudad de Molina de Aragón, cuyos testimo-
nios “más antiguos encontrados en torno al castillo
de Molina son fragmentos de cerámica árabe de los
siglos IX y X” (Pavón 1984: 203).
Dentro de esta restructuración del paisaje,
el abandono de asentamientos es un reflejo más
de todo un proceso de reorganización del patrón
(3) La arqueología ha documentado, en el caso de Recópolis, una continuidad con el paisaje urbano de la última fase de época visigoda que finalizará con la destrucción violenta de una parte del conjunto palatino, acontecida a finales del siglo VIII, como consecuencia de la situación de enfrentamientos de los siglos VIII y principios del IX (Olmo 2002: 474-475).
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 74
de asentamiento que afecta tanto al ámbito rural
como urbano. Desembocando en la formación
definitiva del paisaje andalusí a finales de este si-
glo. Proceso que en la región de Šantabariyya ad-
quiere una gran intensidad, dado que ninguna de
las antiguas ciudades de época visigoda perduró en
la segunda mitad del siglo IX, siendo sustituidas
por una serie de nuevas medinas que articularon el
nuevo espacio social y que reflejan el éxito del mo-
delo social andalusí durante el emirato de Muham-
mad. Aunque existen evidencias que permiten ha-
blar de un proceso de urbanización más temprano,
en época de al-Hakam I (Olmo 2011: 61-63).
En este proceso de sustitución de las ciuda-
des, de época visigoda, por las nuevas medinas
impulsadas por el estado emiral, Occilis-Madīnat
Sālim, Recópolis-Zorita, Complutum-Madīnat al-
Faraŷ, Segóbriga-Uqlis o Arcávica-Huete, podría
incluirse, Molina La Vieja-Molina de Aragón. Siem-
pre y cuando tengamos como cierta parte de las
noticias transmitidas por los cronistas locales que
vienen ubicando, desde Sánchez Portocarrero (4),
la existencia de una medina islámica en Rillo de
Gallo. La extensión del yacimiento, de unas diez
hectáreas, su proximidad al núcleo de Molina de
Aragón y parte de la cerámica observada en super-
ficie apoyan esta hipótesis (Fig. 3).
El carácter de sede episcopal de la mayoría
de estas ciudades, transmite un dato de gran cala-
do, por la componente social que refleja. Está se-
ñalando la expresión espacial de un nuevo modelo
social que, en pocas décadas, se constituirá como
en el hegemónico y que ahora se manifiesta susti-
tuyendo los antiguos centros de poder que habían
articulado el territorio (Olmo 2011: 62-63). Al tiem-
po que indica un cambio del acuerdo existente
desde el inicio de la conquista entre el gobierno
cordobés y los obispos (Manzano 2006: 48-49), a
favor de los linajes beréberes, en quienes comien-
zan a apoyarse los emires desde mediados del si-
glo VIII para hacer más efectivo su control del terri-
torio. Este cambio político muestra sus primeros
síntomas de éxito en el momento en el que, a tra-
vés de la fundación de ciudades, que hasta enton-
ces había sido llevada a cabo por los linajes domi-
nantes, el Estado también consigue manifestarse
en el territorio.
4.- LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO SOCIAL
ANDALUSÍ (SILGOS IX-XI)
Ya en el siglo X, coincidiendo con la llegada
al poder de ‘Abd al-Ramān III y su reinado, asisti-
mos a una nueva ordenación territorial. Por lo que
podemos hablar de una segunda fase durante el
periodo islámico.
Pero antes de nada nos gustaría hacer men-
ción a un párrafo del Muqtabis II (Ibn Hayyān
2001). Donde se hace mención de manera explícita
del territorio objeto de estudio.
“Subiendo él [‘Abd al-Ramān III] a la fortale-
za de Alagón, hacia Tudela, por el camino usual, a
quince millas de Zaragoza, de cuyo distrito es, a
guarnecer la zona y conocer sus intereses, tras lo
cual paró en Murbit el viernes 14 de du l-qa’da [15
(4) “En el Señorío de Molina ay dos Molinas: una despoblada junto al lugar de Rillo que llaman la Vieja, porque estuvo allí la Cabeça de este señorío en tiempo de los Moros: Otra, que es la que habitamos, adonde después lo traslado esta por cerca de los años mil y ciento y quarenta, que la pobló el Conde Don Manrique de Lara su primer Señor” (Sánchez 1641: cap. 11)
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 75
octubre 935], / hizo alto en Muel sobre el Huerva, y
de allí fue a la fortaleza de Rynws, a la de Daroca, a
la laguna de Gallocanta, a la fortaleza de Molina, a
la acampada de al-Aybul sobre el Tajo en su salida al
valle, a Alcantud, a la fortaleza de Santa María en el
distrito de Santaver, a las fortalezas de Huete y
Uclés […]” (Ibn Hayyān 1981: 271) (Fig. 4).
Nos interesan dos localizaciones de manera
explícita. La primera, Molina, capital del distrito y
seguramente el enclave más importante del mis-
mo, y de la que ya se hace mención a su fortaleza.
Para la segunda, la acampada de al-Aybul, no con-
tamos con ninguna referencia acerca de su ubica-
ción actual. Pero el texto de Ibn Hayyān, la sitúa
sobre el Tajo, a la salida de su valle, lo que la ubica
dentro de la zona de estudio abarcada en este tra-
bajo. Por lo que seguramente fue empleada parte
de la vía Laminio-Caesaragusta, concretamente el
tramo localizado (Fig. 2), del que ya hemos habla-
do más arriba.
El viaje de Zaragoza a Córdoba que se reco-
ge en esta fuente corresponde a un momento de
tensión que enfrentó al poder califal de Córdoba
con la capital del Ebro y sus territorios vecinos en-
tre los años 934 y 937 (Manzano 1991: 353-358). A
pesar de que la victoria finalmente se decantara
del lado de los Omeyas, las cláusulas firmadas en-
tre ‘Abd al-Ramān y los linajes rebeldes, genera-
ron unas circunstancias que permitieron a los últi-
mos consolidarse definitivamente en las diferentes
áreas donde venían asentándose. Llegando incluso
a sobrevivir a la dinastía Omeya tras su desmoro-
namiento a comienzos del siglo XI. Parece ser que
los diferentes gobernadores de las zonas fronteri-
zas se vieron beneficiados de la derrota califal en
Alhándega (Soria), en agosto del año 939, apenas
veinte meses después de que toda la Frontera Su-
perior hubiera capitulado. La situación de ‘Abd al-
Ramān III tras el desastre fue aprovechada por las
familias dirigentes para fortalecer su situación de
control y dibujar, de esta forma, un mapa fronteri-
zo en el que los Tuŷībīes dominan en Zaragoza,
Daroca, Calatayud y Lérida, los Banū al-Tawil o
Banū Sabrit en la región de Huesca, los Banū Rāzin
en Albarracín, los Banū Ḏī l-Nūn en Šantabariyya, y
los Banū Gazlun en Teruel y Villel (Manzano 1991:
358).
Las victorias Omeyas durante este periodo
también supusieron la culminación de un proceso
de homogeneización social de al-Andalus, definido
por Manuel Acién como “formación social de al-
Andalus” (Acién 1998). Proceso sin precedentes en
épocas anteriores, alcanzado en buena medida por
la consolidación del poder en manos de la autori-
dad omeya (Manzano 2006: 356-359).
Este momento de consolidación de la hege-
monía de la sociedad andalusí y del Estado Califal
Omeya comienza a reflejarse en el paisaje (Olmo
2002: 480). Para el conocimiento de este periodo
contamos con la documentación arqueológica ob-
tenida en las excavaciones de los yacimientos del
despoblado de Los Casares (Riba de Saelices)
(García Soto y Ferrero 2002) y “El Prao de los Ju-
díos” (Molina de Aragón) (Arenas 2002; Arenas et
al. 2007), ambos dentro de la comarca de Molina.
Así como con una serie de asentamientos adscritos
cronológicamente, a partir de la cerámica recogida
en superficie, al periodo califal y situados en los
cauces de los ríos Cabrillas, Bullones y Gallo
(Retuerce 1998).
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 76
Gracias a la documentación arqueológica
generada en los yacimientos situados dentro de los
límites de la comarca de Molina, se comienza a
reflejar una estructuración de las alquerías en dife-
rentes zonas de la provincia de Guadalajara. Uno
de los asentamientos de este tipo mejor documen-
tados es el de Los Casares, donde, a finales del
siglo IX y comienzos del X, un grupo de campesi-
nos y ganaderos se estableció en la parte superior
de una ladera que da acceso a la cueva que da
nombre al yacimiento, para lo que tuvieron que
realizar obras de acondicionamiento de cierta im-
portancia como el aterrazamiento necesario para
estructurar el poblado en una serie sucesiva de
niveles entre los que se dispusieron estrechas ca-
lles para la comunicación interna, la edificación de
viviendas a partir de un zócalo de pierda y pavi-
mento de pizarra o el levantamiento de una torre
próxima a las casas (García Soto y Ferrero 2002:
516-517). Por lo que se presenta un modelo de
asentamiento en ladera, con una torre en la cima
como único elemento defensivo. Esquema que se
repite en otros yacimientos de la provincia de Gua-
dalajara como Cueva Harzal (Olmedillas) o la torre
de Bujarrabal (Sigüenza) (Olmo 2002: 481).
La localización de yacimientos andalusíes
de esta misma época, pertenecientes al mismo
entorno que Los Casares –despoblado de Casarejo,
La Loma y Collado de la Torre– indican una explo-
tación intensiva del valle y un gran interés por con-
trolarlo y defenderlo (García Soto y Ferrero 2002:
524-526).
Este mismo modelo de ocupación puede
observarse en varias zonas del Alto Tajo (Fig. 3).
Los yacimientos de Torrecilla del Pinar
(Corduente) y El Castillo (Torete, Corduente)
(Retuerce 1984 y 1988), relacionados con el control
y explotación del territorio situado en el margen
derecho del río Gallo, poco antes de que este vierta
sus aguas sobre el Tajo. El denominado Castillo de
Garabatea (Zaorejas), que tanto por su ubicación,
situado entre dos vados que cruzan el río Tajo, co-
mo por las estructuras defensivas que pueden do-
cumentarse, lo relacionamos con el control directo
del barranco en el que se encaja el río y sus pasos.
Y la alquería de Las Hortezuelas II (Olmeda de Co-
beta), así como los dos espacios fortificados –El
Escalerón y El Castillejo– próximos a la misma
(Arenas 2008; Arenas et al. 2008). Espacios ocupa-
dos que en virtud de los materiales observados en
superficie deben situarse entre la segunda mitad
del siglo IX y el X.
En relación con la explotación mineral del
territorio, se han documentado asentamientos
califales vinculados a la explotación metalífera de
Sierra Menera, como el de Fuente del Moro
(Setiles) (Olmo 2002: 482). Y dentro del área de
estudio, se ha podido constatar la existencia, du-
rante el siglo X, de una serie de yacimientos rela-
cionados con la actividad salinera. Siendo en este
periodo, en función de los datos con los que conta-
mos hasta el momento, cuando se inicia una explo-
tación intensa de las salinas del río Bullones (5).
Los yacimientos de Fuente del Barranco (Terzaga),
Fuentejimena (Terzaga) y Castillo de los Moros
(5) Afirmación basada en la ausencia de materiales romanos en torno al área salinera. A este respecto, debe apreciarse el hecho de la escasez de cerámicas de época romana –campanienses y sigillatas, en sus diferentes producciones-, localizadas durante el transcurso de las prospecciones que se vienen realizando desde hace ya unos años en la provincia de Guadalaja-ra, refleja uno de los problemas de la investigación arqueológica en esta región.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 77
(Tierzo) están claramente relacionados con las
salinas de Almallá (Olmo 2002: 482) y Terceguella
o Tercezuela (Fig. 3). Explotaciones que se suma-
ban a las de Sigüenza –salinas del río Salado– y a
las de Medinaceli, para configurar la mayor zona
de producción salinera de la meseta oriental y que
estaría controlada por el Estado Omeya a través de
los enclaves de Sigüenza, Medinaceli, Riba de San-
tiuiste y Molina de Aragón (Echeverría 2009: 185-
186). El inicio de esta actividad ha sido interpreta-
do por algunos investigadores como el intento de
controlar una producción que no pasara por las
mismas manos que las salinas anteriores, garanti-
zando la explotación estatal que debía abastecer
directamente a Molina, centro ganadero de prime-
ra importancia (Echeverría 2009: 192).
Podemos suponer que este modelo de ocu-
pación y explotación del territorio perdura tras la
descomposición del estado Omeya. Ante la falta
de datos que nos indiquen lo contrario. La época
andalusí que comienza tras el colapso del califato,
es la menos documentada por la arqueología den-
tro de la provincia de Guadalajara en general y de
la comarca de Molina particular. Pero no debemos
perder de vista el hecho de que en el periodo tem-
poral que comprende los dos últimos tercios del
siglo XI y el primero del XII, se sucedieron impor-
tantes acontecimientos de índole política como la
desarticulación del Califato, la aparición de los
reinos Taifas y la conquista cristiana de la región.
Al desaparecer el sistema califal, se configu-
raron una serie de taifas “menores” que quedaron
a la sombra de los principales reinos que se repar-
tieron el territorio del al-Andalus. Tal sería el caso
de Albarracín, Alpuente, Sagunto-Murviedro, Jéri-
ca, etcétera, y entre ellos Molina. La clave de la
existencia de estas pequeñas taifas puede buscarse
en su alejamiento de los grandes centros de la
Marca Superior, Media, Inferior y del Levante, por
lo que no resultaron aglutinadas en ninguno de
estos conjuntos (Viguera 1994: 81).
La existencia de la taifa de Molina se ha ba-
sado fundamentalmente en la mención, por parte
de las fuentes escritas, de cuatro personajes, deno-
minados como alcaides o reyes, que por orden
cronológico serían Hucalao, Abén-Hamar, Moha-
med y Abén-Galvón (Pérez 1990: 23). Sin embargo,
el hecho de que los mencionados reyes no aparez-
can reflejados en estudios como el de Antonio
Prieto Civies (Prieto 1926), donde sí se mencionan
los próximas de Albarracín, Calatayud, Guadalaja-
ra, Huete, Medinaceli, Rueda, Santaver y Teruel,
hacen que la existencia de un reino que gozara de
cierta independencia en Molina pueda ponerse en
duda, sin la necesidad de cuestionar la existencia
real de los citados personajes. A quienes sí se men-
ciona en la Primera Crónica General, mandada
componer por Alfonso X, así como en la Historia
Arabum y el Cronicón Rerum in Hispania gestarum
del arzobispo toledano Rodrigo Ximenez de Rada.
Lo que sí parece más claro, es la vinculación
del territorio de Molina con la taifa de Toledo pri-
mero (González 1975: I, 64) y con la de Zaragoza
después, quedando en una situación difícil de pre-
cisar desde la conquista de Zaragoza (1118) hasta
el inicio de su configuración como señorío feudal
(1134). Por lo que sería más prudente considerar a
Hucalao, Abén-Hamar, Mohamed y Abén-Galvón
como gobernadores subordinados a las taifas de
Toledo y Zaragoza, más que tratarlos como reyes
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 78
independientes.
La coyuntura de enfrentamientos entre las
taifas fue aprovechado por los reinos cristianos del
Norte peninsular, que consiguieron establecer un
sistema de pago de parias basado en la ayuda mili-
tar y la presión sobre aquellos territorios islámicos
que les resultaban más accesibles. El monarca leo-
nés Fernando I fue de los primeros en utilizar las
tensiones existentes entre los reinos de Zaragoza y
Toledo en su propio beneficio, apoyando en primer
lugar a Sulaymán ben Hud al-Musta’in, monarca del
primero, a extenderse por el valle del Henares,
para después ayudar a al-Mamún a recuperar este
mismo territorio y extenderse hasta los distritos de
Molina y Medinaceli en torno al año 1044
(Gónzalez 1975: I, 65).
De esta forma los reyes taifas se convertían
en tributarios de los monarcas cristianos, siendo su
territorio objetivo de razias en el momento que no
cumplieran con el pago acordado. A este respecto,
el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximenez de Rada,
recoge una noticia en la que se hace mención al
territorio de Molina, donde se explica que “como
los moros de la Celtiveria negasen el tributo al rey D.
Fernando I de León, habiendo pasados con sus ejér-
citos, les obligó a pagar el vasallaje antiguo; por lo
que el rey moro de Molina Abenamar, prosiguió en
pagar su tributo” (Sanz 1982: 73-74). Se considera
que este hecho tuvo lugar entre los años 1057 y
1059, cuando el rey de León realizó una campaña
de castigo sobre los reinos de Zaragoza y Toledo.
Tras la muerte de al-Mamún (1076), la taifa
de Toledo entrará en un proceso de disminución
tanto de su influencia como de su territorio, situa-
ción que se prolongará hasta la conquista pactada
de su capital (1085) por parte de Alfonso VI. Es en
este momento, cuando sus fronteras comienzas a
ser absorbidas por los reinos vecinos, extendiéndo-
se entonces el poder de al-Muqtadir, rey de Zara-
goza, sobre las comarcas de Medinaceli y Molina.
Lo que supondría que estos territorios no pasaran a
manos cristianas tras la caída de Toledo (González
1975: I, 70-82).
La llegada de los almorávides a la Península
Ibérica, en junio de 1086, y su victoria sobre el mo-
narca castellano Alfonso VI en octubre de ese mis-
mo año, en la batalla de Zacala, supondrá un cam-
bio de la situación que hasta entonces se había
venido desarrollando (González 1975: I, 85). Du-
rante estos años, todas las taifas, a excepción de la
de Zaragoza, serán reagrupadas bajo el poder al-
morávide, que alcanzará su máxima expansión
durante el sultanato de Alí ben Yusuf. Tras la muer-
te de al-Musta’in II (1110), la situación de presión
que sufre la taifa zaragozana, acosada por cristia-
nos y almorávides, se hace insostenible, siendo
derrocada la dinastía hudí en favor de un goberna-
dor almorávide, bajo cuyo dominio se mantendrá
hasta la conquista de la ciudad por parte de Alfon-
so I de Aragón (1118).
En este momento se inicia una expansión
del monarca aragonés proyectada al sur del río
Ebro, que le llevará a hacerse con el control de los
valles del Jalón y del Jiloca, conquistando Calata-
yud (1121) y Daroca (1122). Proceso expansionista
que le llevará hasta la región del Alto Tajo, toman-
do Molina el mes de diciembre de 1128 (Lacarra
1982: 163, 176-177 y 189).
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 79
De este modo, el Alto Tajo se nos presenta
como una región fronteriza, donde las tensiones
consecuencia de los enfrentamientos bélicos de los
siglos XI y XII –hasta la conquista de Cuenca (1177)–
se tuvieron que dejar notar y sobre cuyo desarrollo
paisajístico muy poco o nada sabemos.
5.- IMPLANTACIÓN Y DESARROLLO DEL MO-
DELO FEUDAL (SIGLOS XII Y XV)
De la misma manera que el desarrollo de la
sociedad andalusí generó un sistema de asenta-
mientos para la explotación y control del medio
rural que se desvinculaba del de época visigoda, la
conquista de la región por los cristianos, durante la
primera mitad del siglo XII, volvió a suponer una
ruptura.
Tradicionalmente se ha considerado, que
una vez fue conquistada Molina por Alfonso I el
Batallador (diciembre de 1128), la ciudad permane-
ció en manos cristianas, hasta que Manrique de
Lara reciba el título de conde y las tierras de Moli-
na en señorío (1137). Sin embargo, la ausencia de la
citación de Molina en la concordia que tuvo lugar el
26 de mayo de 1135 entre los obispos de Sigüenza
y Tarazona, mediante la cual el primero se queda-
ba con Calatayud y el segundo con Daroca
(Gónzález 1975: I, 162-163), así como el hecho de
que tampoco se nombre en las entregas territoria-
les de Zaragoza a Garcí Ramírez (13 de noviembre
de 1135) y a Ramiro II (24 de agosto de 1136), por
parte de Alfonso VII, en las que éste retiene en su
poder Soria y Calatayud (González 1975: I, 163),
permiten plantearse que tras la muerte de Alfonso
I el Batallador en Fraga (1134), Molina debió de ser
abandonada (Martínez 1984: 244).
Probablemente, será a mediados de la ter-
cera década del siglo XII, cuando Manrique Pérez
de Lara, muy afincado en tierras de Atienza y Me-
dinaceli, ocupa, con el conocimiento del monarca
castellano Alfonso VII, las ruinas abandonadas de
Molina, e inicia la restitución de la villa y la repobla-
ción de su Tierra, a la que otorga fuero en 1154.
Esta situación se ve reforzada por la introducción
de este texto al mencionarse “Yo el conde Almerich
fallé lugar mucho antiguo desierto el cual quiero
quesea poblado” (6) (Sancho 1916: 63). A partir de
este momento, comienza a hacerse mención de la
ciudad en documentos como la bula pontificia de
Inocencio II (6 de marzo de 1138), en la que se
menciona Molina como parte de la diócesis de Si-
güenza (Minguella 1910-1913: I, 363), o el diploma
otorgado por Alfonso VII (14 de septiembre de
1139), por el que se concede a la iglesia de Sigüen-
za el diezmo de todos los ingresos regios de varias
villas, entre ellas Molina. Esta ciudad se convierte
en la cabeza de un distrito muy amplio, que limita
con la con la comunidad de Medinaceli al noroeste,
con la tierra de Cuenca al sur, con el reino de Tole-
do al suroeste y con el de Aragón al Este (Martínez
1984: 244). Incluyéndose el margen derecho del
alto Tajo como un territorio organizado dentro del
conjunto del Señorío. No ocurriendo lo mismo con
(6) Este fragmento ha sido interpretado por la mayoría de los cronistas locales como una afirmación indiscutible de la situa-ción de abandono y despoblación en la que se encontraba Molina durante estos primeros años del siglo XII, bien fuera que a por la situación que había soportado de tierra fronteriza durante los últimos decenios o bien por la escasez de población con la que había contado durante época islámica. Pero también ha sido considerado el hecho de que esta despoblación hiciera únicamente referencia a que había sido abandonada por los cristianos o perdida en la batalla (Sancho 1916: 63).
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 80
los parajes situados al sur de su cauce, que se in-
corporaron al término de Cuenca tras la conquista
de esta ciudad (1177).
En este último espacio mencionado, es de-
cir, en los territorios englobados dentro del área de
estudio y situados al sur del Tajo, se ha documen-
tado el yacimiento de El Castillejo (Peñalén), cuya
adscripción, en función de los materiales, a los si-
glos XII y XIII coincide con instalación de la orden
de San Juan de Jerusalén en este espacio (García
López 2010: 32). Fortaleza construida con los ma-
teriales de la zona, tal y como prueba la existencia
de una cantera de roca caliza situada a escasos
metros del yacimiento.
El fuero otorgado el 21 de abril de 1154 por
el ya mencionado conde Manrique y confirmado
por Alfonso VII y sus dos hijos, Sancho y Fernando
(Martínez 1984: 244), establece una Comunidad de
Villa y Tierra plenamente estructurada con sus al-
deas y sus términos, al tiempo que se establece su
indivisibilidad (Sánchez 1916:65-66) y sus límites:
“a Tahuenz. A Sancta María de Almallaf. A Bestra-
diel. A Galliel. A Sisamón. A Jaraua. A Cimballa, A
Cubel. A la laguna Gallocanta. Al Poyo de Meo Cit. A
penna Palomera. Al puerto d’Escorihuela. A Cansa-
dor. A Darmuz. A Cabrihuel. A la laguna de Bernal-
det. A Huelamo. A los Casales de Garci Ramirez. A
los Almallones” (Sánchez 1916: 146). Pero la ads-
cripción de un tan amplio territorio comprendido
por los límites expresados en el fuero, no deben
considerarse de forma literal, sino como orientati-
vos, ya que lo que se cita son los términos que ha-
cen frontera con el señorío. A este respecto, en la
delimitación de los concejos de Calatayud o Daro-
ca podemos observar cómo se hace mención de
una serie de lugares situados dentro de los límites
del señorío de Molina.
La nueva formación social, que se genera
tras la conquista cristiana, se consolida entre los
siglos XII y XIII, encontrando su máxima manifesta-
ción, en lo que a nuestra zona de estudio se refiere,
en el establecimiento del señorío de Molina. El
nuevo modelo social trae consigo una nueva orga-
nización, control y explotación del espacio, cuya
fragmentación se ha registrado en los documentos
donde se han plasmado los sucesivos intercambios
territoriales que realizan los distintos señores –
laicos y eclesiásticos– entre sí, como el cambio de
una parte de la villa de Beteta (Cuenca) por un mo-
nasterio de Molina entre el conde Manrique de
Lara y obispo de Sigüenza, y las donaciones, como
las registradas en el testamento de doña Blanca de
Molina, quinta señora de Molina, a favor de una
serie de caballeros a finales del siglo XIII o las reali-
zadas por Pedro IV de Aragón, ya en el siglo XIV.
También conocemos la organización territo-
rial interna del señorío, dividido en cuatro sexmas
–El Campo, El Sabinar, El Pedragal y La Sierra–,
que a su vez fueron divididas en veintenas, que
corresponden en gran medida con los actuales
límites municipales. Siendo cada veintena frag-
mentada en quiñones, que viene a ser la quinta
parte de un término, lotes de tierra que eran entre-
gados a una serie de individuos para que hicieran
productivo su pedazo. División que no podía alte-
rarse durante el periodo de la Edad Media que aquí
nos ocupa (Herrera 2000: 18-19).
Durante este periodo tenemos documenta-
da la instalación de monasterios para hacer más
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 81
efectivo el control sobre el territorio. A este res-
pecto, ya en los primeros años de la ocupación
cristiana, se establecen en la comarca de molina
una serie de monasterios, fundados por los canóni-
gos regulares de San Agustín, que se asentaron,
durante el reinado de Alfonso VIII, en Alcallech
(Aragoncillo) y Buenafuente (Olmeda de Cobeta).
Las fuentes ponen en nuestro conocimiento la do-
nación, por parte del rey Alfonso VIII, en 1188, de la
heredad de Campillo (Zaorejas) en beneficio de los
canónigos regulares de San Agustín (Villar 1978:
45), para que estos establecieran una nueva funda-
ción del carácter de las anteriores. Lugar que se-
gún algunos autores no llegó nunca a configurarse
como tal (Herrera 2000: 150), pero donde la apari-
ción fortuita de una necrópolis nos indica una ocu-
pación continuada del sitio durante algún tiempo.
El origen de estos enclaves tiene un objetivo co-
mún, la repoblación y la puesta en producción, así
como la defensa, de los territorios recién conquis-
tados. Lo que podría explicar la desaparición de
algunos de ellos, como el de Alcallech, durante el
transcurso de la Baja Edad Media, mencionado ya
como abandonado en el siglo XV.
Los datos referentes al periodo de domina-
ción cristiana, nos muestran un espacio definido
por la implantación de una formación feudal sobre
un territorio que anteriormente había conocido un
orden social islámico de carácter. Pero los argu-
mentos con los que se ha venido defendiendo han
sido fundamentalmente extraídos de la documen-
tación escrita, quedando numerosas cuestiones
pendientes para la investigación arqueológica, ya
que se trata de la época menos investigada ar-
queológicamente en la provincia de Guadalajara
(Olmo 2002: 483).
La consolidación feudal entre los siglos XIII y
XV favoreció la aparición de varios centros de po-
der independientes en mayor o menor medida. A
este respecto responden la construcción del casti-
llo de Santiuste o Santijusti, durante la primera
mitad del siglo XV (López de la Torre 2011: 106) y
la fortaleza de los Arias (Tierzo), que gracias a su
ubicación desarrollan un control exhaustivo sobre
la producción económica de las vegas de Gallo y el
Bullones respectivamente (Fig. 5). La aparición y
consolidación de estos poderes generó diversas
situaciones de tensión, como las documentadas
entre la villa de Cobeta, donde se levantó una for-
taleza en este momento, y el Monasterio de Bue-
nafuente del Sistal (Villar y Villar 1994). A finales
del siglo XIII, el control del monasterio de toda su
área de influencia situada al Norte del río Tajo se
ve confirmada en el Testamento de Doña Blanca
(1293), donde se hace mención de las villas de Co-
beta, Olmeda de Cobeta y Villar de Cobeta. Pero
las aspiraciones de la familia Tobar por controlar
parte de este mismo territorio provocará que, en-
tre la segunda mitad del siglo XIV y la primera del
XV, se apropien de algunas zonas. Viéndose las
monjas destinadas en Buenafuente obligadas a
recurrir ante los diferentes señores de Molina. Fi-
nalmente, en 1444, el monarca castellano Juan II
reconoció a Íñigo de Tobar como señor de las villas
mencionadas (López de la Torre 2011: 99).
Arqueológicamente se ha documentado la
reocupación de asentamientos islámicos abando-
nados en el siglo IX –La Torre (Escalera)–, y de
otros que pertenecían a la nueva estructuración del
territorio que se lleva a cabo entre los siglos IX y X
–El Castillo del Moro (Tiezo) y El Castillo (Torete)–
(Fig. 5). Yacimientos, todos ellos que coinciden no
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 82
solo en el hecho de ser reocupaciones en época
feudal sobre asentamientos andalusíes, sino tam-
bién en hallarse situados en la ladera del cerro en
cuya cima se encuentra el islámico. Datos inéditos
en la región, que nos ofrecen un nuevo patrón en la
organización de un territorio sobre el que tan poco
se sabe. Información que hemos interpretado co-
mo un interés por parte del nuevo poder de mante-
ner una serie de espacios que ya fueron explotados
durante época islámica, pero de los que abandona
la característica de servir al mismo tiempo como
puntos de control visual del territorio.
En relación con la distribución de los espa-
cios de producción, en el ya mencionado fuero se
hace mención de la organización de las acequias
existentes en la vega del río Gallo, donde se explica
cómo tomar el agua y repartirla, cómo deben repa-
rarse y que espacios están reservados para el abas-
tecimiento del ganado (Sancho 1916: 140-141).
Vega controlada directamente por la ciudad de
Molina, y sobre la que se asienta, en parte de ella,
el ya citado castillo de Santiuste.
Dentro de los aspectos económicos del se-
ñorío, debe resaltarse el hecho de que la organiza-
ción de la Mesta, durante el reinado de Alfonso X,
así como la creación de una sola Cabaña Real
(1347), con Alfonso XI, y la incorporación a la mis-
ma de toda clase de ganado, realizada por Enrique
IV (1454), fueron acontecimientos fundamentales
para que la explotación ganadera tuviera un gran
éxito en toda la comarca, convirtiéndose en la acti-
vidad económica principal. Beneficiándose asimis-
mo del paso por sus tierras de la Cañada Real que
vinculaba Andalucía con Zaragoza, y que cruzaba
esta zona.
Vinculados a la actividad ganadera parecen
estar relacionados una serie de yacimientos que
Fig. 5.– Siglos XII a XV: Yacimientos de época feudal.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 01– 2014 83
tuvieron su origen durante la última etapa de la
Edad Media. Las bibliografía ya señala los despo-
blados de Cañizares (Corduente), del que se tiene
constancia en los siglos XII y XIV y donde se esta-
bleció un lavadero de lanas en el siglo XIX
(Minguella, 1910-1913: II, 339; López de la Torre
2011: 105), Villaluengo (Ventosa) (Martínez 1983:
252) o los de Cerromirilla, Cuacerezo y La Herrera
(Villar de Cobeta, Zaorejas), abandonados supues-
tamente entre los siglos XV y XVIII (Ranz et al.
2004: 38-46). Mientras que en el término de Zaore-
jas, se han documentado arqueológicamente dos
yacimientos –Las Atalayuelas y Pozo de la Calzada
–, ocupados entre los siglos XIII y XV y relacionados
con la actividad ganadera (Fig. 5).
La mayor parte de los espacios citados en el
párrafo anterior fueron abandonados de forma
paulatina desde finales del siglo XV. Asistimos en-
tonces a una reagrupación de la población y de la
explotación del territorio en torno a una serie de
municipios, también fundados durante el periodo
medieval de ocupación cristiana, que se irá consoli-
dando durante la Edad Moderna, estableciéndose
la red de municipios que hemos heredado en la
actualidad.
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