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EL SABIO DEL DESIERTO Un sabio anciano iba caminando solo por el desierto. Marchaba lentamente contemplando el camino. De cuando en cuando se detenía, observando el terreno y movía la cabeza como respondiendo a un pensamiento. De pronto, vio a lo lejos dos figuras que se acercaban, y se detuvo a esperarlas. Eran dos mercaderes que daban muestras de inquietud. Cuando llegaron a su lado, el sabio les preguntó: - ¿Habéis perdido un camello? - Sí, lo hemos perdido –dijeron ellos extrañados. - ¿No era ciego de su ojo derecho y cojo de su pata izquierda? –insistió el sabio. - Lo era –replicaron los mercaderes. - ¿No llevaba una carga de miel en un lado y de trigo en el otro? - ¡Sí! ¡Ése es nuestro camello! Y ya que lo has visto, dinos a dónde se dirigía –le dijeron. - Amigos míos, jamás he visto vuestro camello, ni había oído hablar de él, hasta que vosotros lo habéis hecho. - ¡Bonito cuento! –exclamaron los mercaderes. –¡Venga! Dinos inmediatamente dónde están las joyas que formaban parte de su carga. - No he visto vuestro camello ni vuestras joyas –repitió el sabio. Los mercaderes lo denunciaron y fue detenido. Pero por más que lo registraron no encontraron nada, y no pudieron acusarlo de ladrón, aunque todos lo creían así. Antes de dejarle libre le preguntaron el juez y los mercaderes: -¿Cómo sabías tantas cosas sobre el animal, si dices que ni siquiera lo habías visto? El sabio con gran calma, se dirigió al tribunal y contestó: -He vivido largo tiempo solo y me he dedicado a observar bien las cosas. Supe que me había cruzado con la pista de un camello que iba sin dueño porque no vi huellas de pisadas humanas en la ruta; supe que el animal era ciego de un ojo porque sólo había pacido algunas hierbas a un solo lado del camino; que era cojo de una pata, porque la huella de esa pata en la arena era más débil; y concluí que el animal llevaba trigo y miel, porque las hacendosas hormigas me informaron de que era trigo a un lado, y las apiñadas moscas de que era miel en el otro. - Verdaderamente, eres un hombre sabio –dijo el juez –y veo que dices la verdad. ¿Qué pensáis vosotros? –añadió dirigiéndose a los dos mercaderes. Los dos hombres reconocieron que el viejo era inocente y, tras pedirle disculpas por sus sospechas, se marcharon admirados por tanta sabiduría.

Leyenda africana