ACTIVIDADES DEL CUADERNO SOCIEDAD- 1ª EVALUACIÓN - NIVEL2
NOMBRE: CURSO
(En el cuaderno (alambre-A4), las actividades propuestas se realizarán en estricto orden para no
perder su validez. Sólo se pueden entregar antes del primer examen que se haga sobre el tema.
¿CÓMO SUBE LA NOTA? puede compensar el 4 (*); puede compensar el 3,5 (* y &))
BLOQUE 1 FECHA: (Según te indique tu profesor/a)
APARTADOS 1-LÍNEA DEL TIEMPO (personalizada) * 2-RESUMEN-ESQUEMA personalizado de los siguientes temas *
La revolución francesa: causas, desarrollo y consecuencias 3-APLICACIONES A MI VIDA DIARIA* 4-FRASES-ILUSTRACIÓN: Elige un texto o tres frases y las explicas y aplicas a la
actualidad con tus palabras & 5-Resume y comenta los videos que te proponemos: Versalles, Causas de la Revolución
Francesa, la Guillotina y M. Antonieta *
6- Visualiza la película la pasión del rey. Haz un resumen describiendo la vida en la corte
y la sociedad estamental. Realiza una valoración personal
7- Otras actividades que proponga tu profesor/a de presencial
BLOQUE 2 FECHA: (Según te indique tu profesor/a)
APARTADOS 1-RESUMEN-ESQUEMA personalizado (webcepacoslada) * de los siguientes temas:
Sistemas económicos y formas de intervención del Estado
Factores que explican la revolución industrial (Inglaterra, siglo XVIII)
Imperialismo colonial: factores y consecuencias 2-Dibuja y colorea un mapa político actual de Europa y otro de América indicando el nombre
de los países (aprende con internet) (*) 3-Relación entre los SECTORES PRODUCTIVOS Y el NIVEL ECONÓMICO de un país * 4-Resume los siguientes vídeos y valora aspectos positivos y negativos de cada sistema
económico: liberalismo-A. Smith , marxismo-K. Marx y economía mixta-J. Keynes *
5- Actividad financiera: Valora el contenido del vídeo, EL CONCURSANTE 6-OCIO ALTERNATIVO * 7- Resumen del documental LA PESADILLA DE DARWIN (doc) & 8-Enseñanza de TIEMPOS MODERNOS (film) & 9-Conclusiones de GERMINAL (film) & 10-APLICACIONES A MI VIDA DIARIA* 11- Otras actividades que proponga tu profesor/a de presencial
MAPAS HISTÓRICOS
TEXTOS Y FRASES EN SINTONÍA CON LA ILUSTRACIÓN
Atrévete a conocer. Ten el valor de usar tu propia inteligencia. (Kant)
Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que
tienen una. (Voltaire)
Sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos.(Voltaire)
Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo. (Voltaire)
El que revela el secreto de otros pasa por traidor; el que revela el propio secreto pasa por
imbécil. (Voltaire)
El amor propio, al igual que el mecanismo de reproducción del género humano, es necesario, nos
causa placer y debemos ocultarlo. (Voltaire)
Una colección de pensamientos debe ser una farmacia donde se encuentra remedio a todos los
males. (Voltaire)
Azar es una palabra vacía de sentido, nada puede existir sin causa. (Voltaire)
Hay alguien tan inteligente que aprende de la experiencia de los demás. (Voltaire)
Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero. (Voltaire)
Todo les sale bien a las personas de carácter dulce y alegre. (Voltaire)
Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber
lo que se ha dicho. (Rousseau)
Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos
esclavizan. (Rousseau)
La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que
pretender sustituirlas por las nuestras. (Rousseau)
Una de las ventajas de las buenas acciones es la de elevar el alma y disponerla a hacer otras
mejores. (Rousseau)
Pueblos libres, recordad esta máxima: Podemos adquirir la libertad, pero nunca se recupera una
vez que se pierde. (Rousseau)
El hombre ha nacido libre y por doquiera se encuentra sujeto con cadenas. (Rousseau)
Quitad de los corazones el amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida.
(Rousseau)
La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces. (Rousseau)
Siempre he creído que lo bueno no era sino lo bello puesto en acción. (Rousseau)
Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden
frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía. (Rousseau)
Liberté, Égalité, Fraternité
Lema de la Revolución Francesa
Perdimos, no pudimos hacer la revolución. Pero tuvimos, tenemos, tendremos razón de intentarlo.
Y ganaremos cada vez que un joven sepa que no todo se compra, ni se vende y sienta ganas de
querer cambiar el mundo.
Envar El Kadri
El peor enemigo de la revolución es el burgués que muchos revolucionarios llevan adentro.
Mao Tse Tun
No hay Revolución sin Revolucionarios - Los revolucionarios de todo el mundo somos hermanos.
Jose de San Martín
El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan.
Karl Marx
Si tomáramos el poder , tendríamos la tarea de limpiarla de burguesía y de mantener a la gente
en un estado mental revolucionario.
John Lennon
En los momentos de crisis sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.
Albert Einstein.
No os dejéis arrastrar a la catástrofe. Si os empujan, sublevaos. Muramos por la libertad de la
Patria y no al servicio de los patrones extranjeros.
Raul Scalabrini Ortiz
Si los pueblos no se ilustran, si no se divulgan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que
puede, vale debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y será tal vez nuestra suerte cambiar
de tiranos sin destruir la tiranía.
Mariano Moreno
Tendremos que arrepentirnos en esta generación, no tanto de las malas acciones de la gente
perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena.
Martin Luther King
No podemos tener una revolución que no involucre y libere a las mujeres.
John Lennon.
Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de
transformarlo. Karl Marx
Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre
me llamaron comunista.
Obispo Helder Camara
Estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de
Latinoamérica.
Ernesto Che Guevara
Por los clamores que con generalidad han llegado al cielo, en el nombre del Dios Todopoderoso,
ordenamos y mandamos que ninguna de las personas dichas, paguen ni obedezca en cosa alguna a
los ministros europeos intrusos.
Tupac Amaru
El poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra.
Karl Marx
Los buenos guerreros primero triunfan y luego combaten.
Los malos guerreros primero combaten y luego intentan triunfar.
Sun Tzu
Brindo por las alianzas fraternales de pueblos, continentes y destinos. Brindo por una América
capaz de abatir a las bandas imperiales !
Raúl Gonzáles Tuńon.
Mientras luchan por separado, son vencidos juntos.
Tácito
El principal campo de batalla es la mente del enemigo.
Mao Tse Zung
Nadie está obligado a cooperar en su propia pérdida o en su propia esclavitud, la Desobediencia
Civil es un derecho imprescriptible de todo ciudadano.
Mahatma Ghandi
Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera.
Eduardo Mignogna
Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una
victoria completa.
Mahatma Ghandi
¡No pasarán, no pasarán!
Jose Tchercawski
Podrán arrancar mil flores, pero no podrán detener la primavera.
German Abdala
No estamos contra nada ni contra nadie, sino con todos y para el bien de todos.
Hipólito Yrigoyen
El único héroe valido, es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo.
Hector German Oesterheld
El hombre no encuentra su patria sino allí donde no es extranjero y en donde su dignidad humana
no sufre.
Felipe Varela
TEXTO DE JEFFERSON
ESPECULANDO CON BURROS
Un señor se dirigió a una aldea donde nunca había estado antes y ofreció a sus habitantes 100 euros por cada
burro que le vendieran. Buena parte de la población le vendió sus animales.
Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio, 150 por cada burrito, y otro tanto de la población vendió los suyos.
Y a continuación ofreció 300 euros y el resto de la gente vendió los últimos burros.
Al ver que no había más animales, ofreció 500 euros por cada burrito, dando a entender que los compraría a la
semana siguiente, y se marchó.
Al día siguiente mandó a su ayudante con los burros que compró a la misma aldea para que ofreciera los burros
a 400 euros cada uno. Ante la posible ganancia a la semana siguiente, todos los aldeanos compraron sus burros
a 400 euros, y quien no tenía el dinero lo pidió prestado. De hecho, compraron todos los burros de la comarca.
Como era de esperar, este ayudante desapareció, igual que el señor, y nunca más aparecieron.
Consecuencias:
La aldea quedó llena de burros y endeudados.
Los que habían pedido prestado, al no vender los burros, no pudieron pagar el préstamo.
Quienes habían prestado dinero se quejaron al Ayuntamiento diciendo que si no cobraban, se arruinarían ellos;
entonces no podrían seguir prestando y se arruinaría todo el pueblo.
Para que los prestamistas no se arruinaran, el Alcalde, en vez de dar dinero a la gente del pueblo para pagar las
deudas, se lo dio a los propios prestamistas. Pero éstos, ya cobrada gran parte del dinero, sin embargo, no
perdonaron las deudas a los del pueblo, que siguió igual de endeudado.
El Alcalde dilapidó el presupuesto del Ayuntamiento, el cual quedó también endeudado.
Entonces pide dinero a otros Ayuntamientos; pero estos le dicen que no pueden ayudarle porque, como está en
la ruina, no podrán cobrar después lo que le presten.
El resultado:
Los listos del principio, forrados.
Los prestamistas, con sus ganancias resueltas y un montón de gente a la que seguirán cobrando lo que les
prestaron más los intereses, incluso adueñándose de los ya devaluados burros con los que nunca llegarán a
cubrir toda la deuda.
Mucha gente arruinada y sin burro para toda la vida.
El Ayuntamiento igualmente arruinado.
Solución:
Para solucionar el problema económico y salvar a todo el pueblo, el Ayuntamiento decidió bajar el sueldo a sus
funcionarios, congelar las pensiones...
MORALEJA.
Si te dan duros a peseta, desconfía. Si algo ayer valía 3, hoy no vas a ser tú el que le saque 6 por las buenas. Si quieres prosperar, trabaja, no especules. En toda especulación siempre hay alguien que resulta engañado.
Creando un tiempo auténticamente libre: ocio alternativo La actual dinámica de la sociedad de consumo causa una creciente desigualdad entre los
pobres y los ricos del mundo. Nuestra sociedad del desarrollo está agotando los recursos naturales
de la Tierra y está convirtiéndola en un gigantesco basurero.
Muchos afirman que esta situación descrita ni siquiera consigue su objetivo prioritario, a
saber: generar felicidad en los miembros de la sociedad opulenta. La abundancia material de por sí
no genera armonía, bien al contrario, puede introducirnos en una espiral de soledad, debilidad e
insatisfacción. La depresión y la ansiedad-estrés es la enfermedad de nuestra época. Sea esto cierto
o no, estés de acuerdo, o no, lo que sí parece necesario es desligar la calidad de vida con el nivel de
consumo (M. Ludevid), es decir, se puede vivir mejor con menos (Wagman y Arrizabalaga).
Una actividad fundamental en la cual encajar lo dicho anteriormente es el ocio, el tiempo
libre. Es difícil definir con claridad este término. Algunos autores lo definen en relación a tres
componentes (J. Dumazedier): Descanso, Diversión y Desarrollo personal. En el fondo el tiempo libre
no es un tiempo para rellenar actividades sino para crecer como personas
Descanso: Parece insuficiente considerar libre y liberador únicamente el tiempo dedicado a un descanso imprescindible y necesario producido por el agotamiento del trabajo (laboral, académico, doméstico). Debe ir a más nuestro tiempo libre y permitir la relajación y no la manipulación. ¿No te parece exagerado la media de televisión diaria sea de 4 horas por persona?
Diversión: Su función es liberar del aburrimiento y la monotonía. Si se absolutiza esta función se corre el riesgo de la superficialidad y el borreguismo. Conviene evitar tanto el extremo de la hiperestimulación como el de la pasividad rutinaria. Además, con nuestro ocio otros hacen negocio. Alrededor del 25% del presupuesto anual se dedica al ocio (espectáculos, cultura, hoteles, cafés, restaurantes, transportes...)
Desarrollo personal: Crecer personalmente favoreciendo la reflexión, la libertad, la actividad creadora y artística, la alegría, la imaginación, la cultura y las relaciones personales gratuitas.
ACTIVIDADES:
17) ¿El uso de tu tiempo libre te libera, te relaja, te llena, te cultiva, te enriquece, te estimula? Diseña un fin de semana alternativo. No es necesario que se cumpla pero sí que se planifique y sea realista
Revisa los criterios que aparecen en el recuadro de al lado para adaptarlos a tu forma de entender el ocio.
Programa un fin de semana (de viernes tarde a domingo tarde) con actividades personales y sociales
Anota los sitios, direcciones, precios para cada actividad.
Verifica que sea un fin de semana más barato, más alternativo, más cultural y más ecológico que otro fin de semana cotidiano.
POSIBLES CRITERIOS PARA UN
OCIO ALTERNATIVO
Creativo, no estereotipado y gregario
Nos transforma y nos enriquece
No consumista (abaratar costes)
Fomenta la salud, no la destruye
Alegre y festivo
Dosis de cultura
Reflexión
Fomenta relaciones sociales gratuitas
Consciente, no ciego
Ecológico
Relajante
Desarrolla nuestras capacidades
Comprometido en algo útil
....
Ficha de sistemas económicos
Transferir los conocimientos sobre los sistemas económicos al análisis de un texto (Leonardo Boff,
Ecología, grito de la Tierra, grito de los pobres)
SISTEMAS ECON. Elementos comunes
negativos
Diferencias
Sistema
liberal-capitalista
Sistema
socialista-marxista
Todo la modernidad, sea de corte liberal-capitalista, sea socialista-marxista, vive de esta
presuposición común: lo importante es crecer, expandir los mercados y llenarlos de bienes y
servicios. Sólo que con una diferencia no sin consecuencias. En la sociedad liberal-capitalista, esos
bienes y servicios son accesibles a una élite de países o de grupos sociales dentro de esos países, en
tanto que en la sociedad socialista se intenta distribuir el mayor número posible de personas los
beneficios del crecimiento económico construido con el trabajo de todos. Es el ideal socialista.
Esa diferencia se debe al hecho de que los modos de producción son profundamente
diferentes en uno y otro tipo de sociedad. En la liberal-capitalista, el énfasis se pone en la propiedad
privada y en la supervaloración del individuo. La hegemonía en la organización de las relaciones
sociales está en manos de los que detentan el capital (los medios de producción tales como la
tecnología, las fábricas, las tierras y el dinero), que someten a su dominio a los que únicamente viven
de la fuerza de trabajo, sea muscular o intelectual. El motor del proceso productivo es la ganancia,
garantizada mediante la productividad y la competencia. En la sociedad socialista, por el contrario, el
eje lo constituye la propiedad social, administrada por el estado, a través del partido único (en el
socialismo real de matriz marxista-lenninista), como único propietario y gestor del bien común. La
tierra es socializada pero queda desposeída de todo atractivo y reducida en su capital originario.
Lo constatable universalmente es que el crecimiento económico, tanto en un modelo de
sociedad como en el otro, no ha producido desarrollo social. En el primer tipo de sociedad (liberal-
capitalista) se ha generado una gran asimetría social, lucha de clases, de sexos y de generaciones,
injusticia y una mala calidad global de vida. En el segundo (socialista), una gran masificación,
autoritarismo, falta de participación y de creatividad de los ciudadanos. El estado socialista puede
ser benéfico pero es escasamente participativo. Ha integrado a la mujer en el mundo del trabajo pero
no ha superado la cultura machista y patriarcal. Socializa los medios de producción pero no los
medios del poder (democracia) y del ocio. Y el ser humano no sólo quiere recibir, sino también dar y
colaborar en la construcción de lo que es colectivo, ya que por naturaleza es un ser creativo y
cocreativo, y mostrar la gratuidad y la entrega afectuosa.
Estos dos modelos de sociedad han roto con la Tierra. La han reducido a una reserva de
materias primas y recursos naturales. Las personas han sido cosificadas como recursos humanos o
capital humano, formando parte del gran ejército de reserva a disposición de los dueños de los
medios de producción (estado o capital). La Tierra y la comunidad cósmica ya no son escuchados en
sus mil voces y lenguas. Ningún ser de la naturaleza es respetado en su valor intrínseco, en su
autonomía relativa y en su antigüedad, mucho más elevada que la de los seres humanos, toda vez
que estos son los últimos que han llegado en la cadena de los seres vivos.
Profundos dualismos subyacen a estos dos tipos de sociedad. Se han separado el capital del
trabajo, el trabajo del ocio, la persona de la naturaleza, el hombre de la mujer, el cuerpo del espíritu,
el sexo de la ternura, la eficiencia de la poesía, la admiración de la organización, Dios del mundo. Y
uno de estos polos ha pasado a dominar sobre el otro. Así han surgido el antropocentrismo, el
capitalismo, el materialismo, el machismo, el exitismo…Y lo peor de todo, el ser humano se ha
aislado de la comunidad cósmica, se ha replegado sobre sí mismo.”
Texto de ficha 1
LA CRISIS ECONÓMICA 1
Raíces históricas y alcance de la crisis (Luis González-Carvajal-2010)
Durante los primeros años de esta década, los tipos de interés estaban muy bajos en Estados Unidos, lo que animó a comprar una casa a muchas personas. Lógicamente, ese incremento de la demanda inmobiliaria hizo subir los precios. Los bancos norteamericanos no podían obtener rendimientos elevados, dados los bajos tipos de interés. Entonces decidieron conceder hipotecas a los que en aquel país conocen popularmente como «ninja» (acrónimo en inglés de no income, no job, no assets); es decir, personas sin ingresos fijos, sin empleo fijo y sin propiedades; personas, en definitiva, de escasa solvencia. Al conceder tantos préstamos hipotecarios, los bancos se quedaron sin dinero y recurrieron entonces a la titulización, un invento nuevo de ingeniería financiera consistente en hacer paquetes en los que camuflaban las hipotecas «subprime» entre las hipotecas «prime» y venderlos a través de entidades filiales. En un primer momento los morosos eran sólo los ninja, pero pronto se vio que nada relacionado con el mercado inmobiliario estaba libre de riesgos, porque también entre quienes no pertenecían al colectivo de los ninja se daban circunstancias que les impedían hacer frente al pago de la hipoteca. Por ejemplo, un divorcio, la pérdida del puesto de trabajo o un gasto médico inesperado. Y, para colmo de males, a principios de 2007, ocurrió lo que antes o después debía ocurrir: Estalló la burbuja inmobiliaria. Los precios de las viviendas alcanzaron tal nivel que muchos estadounidenses de ningún modo podían plantearse ya la compra de una casa, con lo cual las ventas —y con ellas los precios — comenzaron a descender. En ese momento, «otra fea verdad salió a la luz: la ejecución de una hipoteca no es solamente una tragedia para los propietarios, sino también un engorro para el prestamista». Y, dado que las entidades financieras de todo el mundo —también las españolas — habían hecho grandes inversiones en activos tóxicos en Estados Unidos, la crisis financiera se extendió en 2008 como una mancha de aceite por todo el planeta.
La crisis económica global La crisis financiera desencadenó una crisis económica global. Es fácil de comprender porque una crisis del sistema financiero puede compararse a lo que ocurre en el cuerpo humano cuando el corazón deja de bombear la sangre al resto del cuerpo. Muchas entidades financieras se habían quedado sin recursos para continuar su actividad normal y, además, ante la falta de información veraz sobre la situación en que habían quedado unas y otras, dejaron de prestarse dinero entre sí o bien lo hacían con unos tipos de interés muy altos. Como consecuencia de todo ello, se interrumpió bruscamente la concesión de créditos —hipotecarios o de otro tipo — frenándose tanto las inversiones de las empresas como el consumo privado y la adquisición de viviendas, todo lo cual ha tenido un efecto negativo sobre la producción y sobre el empleo. El resultado de todo ello ha sido la peor crisis económica ocurrida desde la Gran Depresión de los años 30. Casi todos los países entraron en recesión por tener tasas de crecimiento del PIB negativas durante al menos dos trimestres consecutivos (en el momento que escribo, en España llevamos ya cinco), y los más agoreros llegaron a pensar que podríamos estar entrando en una depresión comparable a la de los años treinta del siglo pasado. Afortunadamente no parece que vayan a cumplirse esos presagios porque varios países industrializados han recuperado ya las tasas de crecimiento positivas y los demás —excepto España — lo harán a lo largo del próximo año, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional.
La crisis en España Si nuestro país es la única gran economía que seguirá en recesión durante todo el año 2010 debemos preguntarnos a qué se debe ese comportamiento diferencial. Nuestra economía tenía, ciertamente, debilidades de carácter estructural que han agravado la crisis importada desde Estados Unidos. Las locomotoras de los trece años de crecimiento económico que terminaron en 2008 fueron el consumo privado y la construcción. La canalización de la renta nacional hacia el consumo, y no hacia el ahorro, impidió que nuestra industria realizara las inversiones necesarias para aumentar su competitividad. Lógicamente, el crecimiento económico continuado es engañoso si no está basado en la productividad y la ventaja competitiva. En cuanto al sector de la construcción, tenía una importancia desmesurada en nuestra economía (dos tercios de las viviendas construidas en la Unión Europea entre 1999 y 2007 se sitúan en España). Además, la facilidad para obtener créditos alimentó compras de vivienda de carácter especulativo. Pero, aparte de esas debilidades estructurales, nuestra situación se ha agravado todavía más por la mala gestión política de la crisis. Las primeras medidas llegaron muy tarde porque, debido a intereses electorales, durante mucho tiempo los gobernantes negaron la existencia de la crisis. Y, en segundo lugar, cuando por fin reaccionó el Gobierno fue con una política económica llena de improvisaciones y medidas contradictorias que no ha hecho sino empeorar las cosas.
La Crisis Económica, una encrucijada ética Ver la crisis desde abajo La sociología del conocimiento ha puesto de manifiesto que no existe un pensamiento «objetivo», si con esa palabra queremos decir que lo que pensamos podría ser independiente de la situación del que lo piensa. Como decía el poeta uruguayo Mario Benedetti, parafraseando a nuestro Campoamor, «todo es según el dolor con que se mira». Por tanto, vamos a estar condicionados tanto si vemos la crisis desde arriba como si la vemos desde abajo. Si no nos ponemos en el lugar de los banqueros de Wall Street, sino en el lugar de nuestros compatriotas que están en paro, con las consecuencias que eso trae consigo. Ampliando un poco más la perspectiva debemos pensar que, si muchos españoles lo pasan mal, la situación de la mayoría de los inmigrantes que viven entre nosotros es todavía mucho más difícil. Y, ampliando todavía más nuestra perspectiva, debemos ser conscientes de que peor todavía que los inmigrantes están los países del Sur.
Exigencia de responsabilidades Cuando no se ven las cosas desde Wall Street, sino desde abajo, la primera exigencia ética es exigir responsabilidades a quienes nos han metido en este lío. Herbert Clark Hoover, que era presidente de Estados Unidos cuando estalló la Gran Depresión, refiriéndose a los causantes de la misma, escribió en sus memorias: «Hay crímenes mucho peores que el asesinato y por los cuales los hombres deberían ser amonestados y castigados». Es verdad que muchas veces no resulta fácil identificar a los responsables concretos de las grandes injusticias económicas porque aparecen difuminados detrás de unas estructuras de injusticia. Pero en este caso hay personas de carne y hueso perfectamente identificables en el origen inmediato de la crisis que padecemos: los responsables de las entidades financieras norteamericanas que no sólo concedieron créditos de modo irresponsable, sino que además recurrieron a una complicada ingeniería financiera para endosar a otros las hipotecas basura. Resulta incomprensible que, según el fiscal general del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo, los responsables de los grandes bancos norteamericanos que han necesitado recibir fondos públicos por importe de 124.000 millones de euros para evitar la quiebra, no sólo no han sido castigados sino que se repartieron durante 2008 primas por un valor superior a los 23.000 millones de euros. Ciertamente, aunque los gobiernos no hayan garantizado explícitamente los depósitos, no pueden permitir que quiebren las entidades financieras por las graves consecuencias que eso tendría para la economía nacional; pero si transmiten la idea de que siempre que los bancos se encuentren en situación apurada los salvarán sin exigir responsabilidades a nadie, en la práctica estarán premiando las prácticas imprudentes y estimulando a los directivos a seguir actuando así. Como mínimo debería exigirse que cuando se utiliza dinero público para salvar bancos sea a cambio de propiedad.
Regulación eficaz de la economía En los años ochenta las restricciones fueron desapareciendo poco a poco en todas partes bajo la piqueta ultraliberal con su cruzada para desregular la economía. Especial gravedad tuvo la derogación de la Ley Glass-Steagall por el Congreso de los Estados Unidos en 1999, durante la Administración Clinton; una ley promulgada en 1933 que separaba la banca de inversión de la banca comercial para evitar que las prácticas especulativas de la primera desestabilizaran a la segunda, como ocurrió durante la Gran Depresión y ha vuelto a ocurrir ahora. Debemos ser conscientes, sin embargo, de que en una economía globalizada las entidades financieras pueden eludir fácilmente los intentos de control por parte de los gobiernos nacionales. Los paraísos fiscales «han sido un nudo importante, tanto en la transmisión de la actual crisis financiera, como en haber mantenido una trama de prácticas económicas y financieras alocadas: fugas de capitales de proporciones gigantescas, flujos ―legales‖ motivados por objetivos de evasión fiscal…». Los gobiernos de cada país tienen también dificultades para regular las economías nacionales, porque en el mercado global deben competir con otras economías muy poco reguladas.Mientras no exista una autoridad mundial será necesario que los gobernantes alcancen acuerdos y establezcan reglas internacionales para evitar que cada país persiga por separado sus intereses propios. De hecho, los líderes del G-20 se han reunido varias veces desde que estalló la crisis, supuestamente con el propósito de «refundar el capitalismo» —al menos eso dijeron antes de las reuniones de Washington (15-11-2008) y Davos (1-2-2009)—, pero al final todo se ha reducido a una tibia declaración de intenciones, sin lograr consensuar medidas concretas.
Cambio de valores Por otra parte, aun cuando llegaran a buen puerto las negociaciones para establecer un nuevo marco jurídico internacional, debemos ser conscientes de que «ninguna intervención reguladora puede ―garantizar‖ su eficacia prescindiendo de la conciencia moral bien formada y de la responsabilidad cotidiana de los operadores del mercado, especialmente de los empresarios y de los grandes operadores financieros. Las reglas de hoy, diseñadas sobre la experiencia de ayer, no necesariamente preservan de los riesgos del mañana. Así, aunque existan buenas estructuras y buenas reglas que ayuden, es necesario recordar que por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser cambiado desde el exterior. Es necesario llegar al ser moral más profundo de las personas». Según un experto, «lo que tiene menos importancia en esta crisis es lo económico (…). Ésta es una crisis de ambición»: personas que han querido vivir por encima de sus posibilidades, banqueros cuya avaricia rompió el saco, etc. Detrás de la crisis financiera adivinamos fácilmente la cultura del «lo quiero todo y lo quiero ya» que expresa tan significativamente el término «nownowism». Nunca superaremos nuestros problemas económicos sin luchar por un cambio en profundidad del sistema de valores imperante. En una anterior crisis económica —mucho menos grave que la actual, por cierto— un conocido catedrático de Estructura Económica (José Luis Sampedro) afirmó que confiaba más en los filósofos que en los economistas para salir de la crisis. Estas fueron sus palabras:«Me parece muy difícil corregir el paro manejando solamente variables tecnoeconómicas e incluso sociopolíticas,porque los posibles enfoques (tales como otra relación capital– trabajo en la estructura productiva, o la reducción de jornada con otra educación para el tiempo libre) son incompatibles con los valores individualistas y competitivos del nivel cultural. (...) Para salir de esta crisis confío mucho más en los artistas y filósofos que en los economistas; en la cultura más que en la técnica económica».
Tres manifestaciones de solidaridad La solidaridad —entendida como «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos» será siempre imprescindible para la convivencia humana, pero en tiempos de crisis se vuelve especialmente urgente. He aquí tres manifestaciones de solidaridad cuya actualidad resulta evidente: 1. Crear puestos de trabajo Más importante que extender el seguro de desempleo es crear puestos de trabajo. Pero, ¿basta crear cualquier empleo? Juan Somavía dio el título de Trabajo decente a su primer Informe como Director General de la Organización Internacional del Trabajo, en junio de 1999. En él afirmaba que «la OIT milita por un trabajo decente. No se trata simplemente de crear puestos de trabajo, sino que han de ser una calidad aceptable». Es sabido que en las últimas décadas, dominadas por la ideología ultraliberal, se ha implantado una flexibilidad laboral que permite disponer de los trabajadores, cuando, dónde y en las condiciones que convienen a la empresa, prescindiendo de ellos con un coste mínimo cuando no sean necesarios. Lo malo es que los procesos vitales y sociales que configuran la vida de los seres humanos «son procesos continuos poco flexibles —hay que alimentarse, hay que pagar la hipoteca, los estudios, la energía eléctrica, el gas, el teléfono, los seguros, los impuestos, etc.— con una regularidad y rigidez que contrasta con las ―bondades‖ de la flexibilidad laboral». Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad. «Pero ¿qué significa la palabra ―decencia‖ aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación. Naturalmente, todos sabemos que la economía se caracteriza por disponer de recursos escasos y susceptibles de usos alternativos para alcanzar sus fines. No todo lo deseable es posible ya. De modo sencillo podríamos comparar el mundo económico a las personas cubiertas con una manta pequeña, que si tiran de ella para taparse por un lado, se destapan por el otro. Frecuentemente serán necesarias soluciones de compromiso que permitan conciliar del mejor modo posible, o del modo menos malo, la flexibilidad reclamada por las empresas para mejorar su competitividad en un escenario caracterizado por la inestabilidad y la seguridad reclamada por los trabajadores. Para ello se ha acuñado el término «flexiguridad»; un acrónimo de flexibilidad y seguridad. La seguridad no se identificaría, como en el pasado, con el mantenimiento del mismo puesto de trabajo durante toda la vida, sino con la capacidad de progresar en la vida laboral y encontrar pronto un nuevo puesto de trabajo si fuera necesario. En Austria, por ejemplo, que tiene una de las menores tasas de paro de Europa (4,2%), la empresa aporta cantidades periódicas a cada trabajador y, cuando se queda en paro, puede cobrarlo como un fondo de pensiones. Si se
cambia a una nueva compañía, se lleva el fondo y sigue acumulando hasta su jubilación. En España, hoy por hoy, aunque se habla de armonizar la flexibilidad que exigen los empresarios con la seguridad que demandan los trabajadores, la relación entre ambas «se ha decantado básicamente hacia la flexibilidad». También cabría tomar en consideración una alternativa al salario fijo propuesta por Martin Weitzman, economista de la Universidad de Harvard, consistente en una remuneración proporcional a los beneficios de la empresa. De este
modo los trabajadores tendrían un salario más elevado cuando la empresa vive tiempos de prosperidad y ganarían menos en tiempos de crisis, pero conservarían sus empleos. 2. Repartir el trabajo escaso Por muy responsables que seamos todos ante la exigencia de generar empleo que acabamos de exponer, será cada vez más necesario compartir el trabajo escaso y preparar a los individuos para vivir creativamente el tiempo libre, puesto que el incremento de la productividad disminuye las horas de trabajo necesarias y por razones ecológicas no deberíamos intentar compensarlo aumentando más y más la producción. Si seguimos considerando las 40 horas semanales de trabajo como punto de referencia, será necesario que nadie las supere como consecuencia del pluriempleo o las horas extra. Sería necesario remover los obstáculos legales que obstaculizan el trabajo a tiempo parcial. En España sólo el 12% de los trabajadores tienen un contrato a tiempo parcial. Estamos muy lejos de Holanda (48%), pero también de Suecia (27,3%), Alemania (25,9%) o el Reino Unido (25,8%). En Alemania, por ejemplo, las empresas cuyos ingresos mensuales han disminuido más del 10% pueden reducir los horarios —y, por consiguiente, los sueldos de los empleados—; lo que llaman kurzarbeit («trabajo breve»). El Estado aporta un complemento al salario pagado por la empresa y contribuye también a pagar las contribuciones e impuestos sociales. De este modo los trabajadores trabajan menos y cobran menos que antes, pero mantienen el empleo. Hay países donde el trabajo a tiempo parcial se contempla como una opción deseable también en situaciones de bonanza económica, porque resulta atractivo para ciertos colectivos como matrimonios que desean compartir entre ambos cónyuges un único puesto de trabajo remunerado y las tareas domésticas; personas que, a partir de cierto nivel de remuneración, preferirían «comprar tiempo libre» para ciertas actividades no lucrativas e incluso para llevar una vida personal más agradable; personas que por su edad, estado de salud o alguna minusvalía les resulte demasiado penoso trabajar la jornada completa; etc. En algunos países los dos trabajadores que van a compartir un puesto de trabajo firman un solo contrato, mientras que en otros firman dos, pero en ambos casos la pareja se responsabiliza solidariamente, de forma que si uno se retrasa cuando llega la hora del relevo, el otro debe esperarle; si uno está enfermo o de permiso, el otro debe suplirle; etc. Además estas fórmulas de trabajo compartido serían beneficiosas para la productividad de las empresas al ser menor la fatiga de los trabajadores y reducirse el absentismo, tanto justificado como injustificado. 3. Compartir la riqueza nacional con los desempleados Las dos exigencias éticas anteriores se proponían disminuir el número de parados mediante la creación de nuevos puestos de trabajo o, al menos, una mejor distribución del trabajo escaso. La que ahora abordamos se preocupa por la suerte de aquellos a quienes, a pesar de todo lo anterior, no les haya sido posible acceder a un empleo; y afirma que debemos compartir con ellos la riqueza nacional. La Declaración Universal de Derechos Humanos afirma: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad». La Constitución española afirma: «Los poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos, que garantice la asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo». Como todos sabemos, el sistema español de protección pública a los desempleados, similar al de otros países, tiene dos modalidades: una contributiva (la prestación por desempleo) y otra asistencial, complementaria de la primera (el subsidio por desempleo) para quienes no tienen derecho a las prestaciones básicas y cumplen determinados requisitos. Al ser la prestación por desempleo un seguro financiado mediante las aportaciones de los trabajadores ocupados y las empresas, sólo será posible ampliar su cobertura evitando cualquier fraude, tanto en las aportaciones como en las percepciones. Y, dado que el subsidio por desempleo se financia con cargo a los presupuestos del Estado, es igualmente urgente acabar con el fraude fiscal. Hoy es más necesario que nunca hacer un «llamamiento a la austeridad en las actuaciones públicas y privadas de los gobernantes, partidos políticos y entidades y en los gastos personales y familiares de todos».
LA CRISIS ECONÓMICA 2
¿Qué revela de nosotros
la crisis que estamos padeciendo?
Pedro José GÓMEZ SERRANO
En la experiencia humana es fácil constatar cómo los momentos difíciles sacan de nosotros lo mejor y
lo peor. Las adversidades de la vida ponen a prueba la calidad de las amistades, de las relaciones de
pareja, de los vínculos familiares, del compañerismo..., pero también la solidez de nuestros valores y
la mayor o menor distancia que existe entre aquellos que proclamamos públicamente y aquellos que
se encuentran efectivamente enraizados en nuestra personalidad. Los periodos de crisis constituyen
una especie de «prueba del algodón» con respecto a nuestra autenticidad, y fácilmente «nos ponen
al desnudo». Por eso puede ser bueno que, cuando el paso del tiempo ha permitido captar y divulgar
las principales causas inmediatas de la crisis internacional, nos preguntemos qué revela este
acontecimiento del mundo en el que vivimos y de nuestra participación en su dinámica.
Como si de una cebolla se tratara, que en su superficie muestra los fenómenos económicos de
todos conocidos y en los que no vamos a detenernos ahora, procederemos a ir observando las
sucesivas capas de la crisis, considerándolas una oportunidad reveladora de la configuración
profunda de la sociedad actual y una llamada posible al cambio. Al tiempo, sensibles a la tragedia en
la que viven en estos momentos tantos de nuestros hermanos, no estaría de más que la sencilla
«autopsia de la cebolla» que vamos a efectuar generara en nosotros –como ocurre habitualmente en
la cocina– las lágrimas que todo sufrimiento debería causar en quienes tienen un corazón humano y
el deseo de hacer todo lo posible para que las cosas cambien.
Lo que la crisis revela tiene, a mi modesto entender, dos dimensiones claramente diferenciables:
la que podríamos identificar como los «fallos técnicos en el mecanismo económico» y la que se
refiere a los «fallos humanos». Ambas dimensiones remiten a la necesidad de cambiar o convertir
profundamente tanto al «sistema» como al «sujeto».
En concreto, nos vamos a ir preguntando, progresivamente, por lo que los recientes
acontecimientos nos enseñan del funcionamiento del mundo de las finanzas, del código genético del
sistema económico capitalista, de los valores dominantes en la cultura actual, de algunas tendencias
inscritas en la naturaleza humana.
1. Lo que la crisis revela del sistema financiero
Para los profanos en el campo de la economía me parece oportuno iniciar esta reflexión señalando la
necesidad que tiene cualquier país de disponer de un sistema financiero ágil, eficiente y seguro para
impulsar el desarrollo económico. La función esencial del sistema financiero consiste en canalizar los
recursos de las personas o entidades que en un determinado momento tienen ahorro, hacia aquellas
que no lo tienen pero que necesitan recursos para llevar a cabo inversiones productivas o ciertas
actividades de consumo que reclaman más fondos de los que poseen en ese momento. De este
modo, quienes ahorran obtienen cierta «recompensa» por no consumir todo lo que ganaron y
ponerlo a disposición de quienes lo necesitan en forma de intereses, y quienes usan el ahorro
pueden acometer proyectos que impulsen la actividad económica y que no habrían podido afrontar
con sus propios fondos. La diferencia entre lo que los bancos pagan a los ahorradores por sus
depósitos (tipo de interés pasivo) y lo que cobran a los clientes a quienes conceden préstamos (tipo
de interés activo) se denomina «margen de intermediación» (los bancos hacen de intermediarios
entre ahorradores e inversores o consumidores), que es el grueso de los ingresos de las entidades
financieras. Cuando el sistema financiero de un país funciona bien, los ahorradores tienen sus
ahorros asegurados y obtienen una remuneración por ellos, y los recursos del país se dedican a
aquellas actividades potencialmente más rentables.
Ahora bien, la crisis actual ha puesto de relieve que a los sistemas financieros les amenazan
diversas dolencias que conducen reiteradamente al desastre. No olvidemos que desde el siglo XVII,
cuando en los Países Bajos se produjo la «crisis de los tulipanes» –una burbuja financiera que
permitió que se pagaran 100.000 florines por 40 bulbos, en la insensata creencia de que los precios
de esta planta aumentarían indefinidamente–, este fenómeno se ha repetido de forma recurrente. A
mediados del siglo XIX, el estallido de otra burbuja inmobiliaria redujo los precios de las casas de
Madrid al 50%. Mas recientemente, el crac del 29, la gran depresión de los años 30, las quiebras
posteriores a la denominada crisis del petróleo, la crisis de la deuda externa de los países
subdesarrollados en los años 80, las crisis financieras de las economías emergentes a finales del siglo
pasado y comienzos de éste o el desplome bursátil en los Estados Unidos de las empresas «punto
com» (de nuevas tecnologías de la informática y las telecomunicaciones), que se produjo por las
mismas fechas, han mostrado claramente la vulnerabilidad intrínseca del sistema financiero.
Y, como todos hemos podido comprobar, la quiebra de los bancos y otras empresas afines tiene
consecuencias de enorme alcance para el conjunto de la economía. Por una parte, porque los bancos
no operan prestando su dinero (que es utilizado para poner en marcha el negocio y crear los
establecimientos, oficinas, equipos y fondos necesarios para su funcionamiento), sino «el dinero de
los otros». De tal modo que la quiebra de cualquier banco arrastra en su caída a miles de
ahorradores y empresas, así como a otras entidades financieras con las que forma una tupida red de
interdependencias. El fenómeno tiende a realimentarse en un efecto de «bola de nieve» que va
contaminando cada vez a más entidades. Y, en la época de la globalización, la «epidemia» traspasa
fácilmente las fronteras nacionales, como hemos tenido ocasión de observar recientemente. Pero,
por otra parte, a ello hay que añadir que toda la actividad bancaria se asienta sobre la confianza de
todos los agentes involucrados en ella, ya que, si el miedo hiciera reclamar sus depósitos a todos los
clientes de un banco, éste quebraría irremediablemente, porque, como es natural, no tendría esos
recursos en sus cajas fuertes, ya que su misión es, precisamente, prestárselos a quienes los necesitan
para que lleven a acabo alguna actividad económica. De tal modo que el pánico financiero puede
acabar con el banco más sólido y saneado y, si se extiende, destrozar la economía de un país que, sin
el lubricante del «crédito», se colapsaría sin remedio.
¿Qué defectos del sistema financiero ha revelado esta crisis? Podemos enumerar varios
someramente:
En primer lugar, se observa que, cuando los tipos de interés son demasiado bajos –algo que
los gobiernos persiguen para «alimentar» la inversión y el consumo, que son las fuentes del
crecimiento económico y de la generación de empleo–, los ahorradores –que ven que los
bancos no les dan nada por su dinero– tienden a buscar instancias alternativas donde colocar
sus recursos, aunque resulten más arriesgadas, ya sea invirtiendo en bolsa, en viviendas o en
nuevos instrumentos financieros (opciones, futuros, etc.) que, por falta de espacio, no puedo
describir aquí.
Del mismo modo, el bajo precio del dinero –que abarata el coste de los créditos– alienta a los
bancos a concederlos con poca prudencia y a recomendar a sus clientes que realicen
operaciones de inversión más arriesgadas en las que pueden entrar ellos mismos como
participantes. Ni que decir tiene que la entrada masiva de compradores en operaciones de
riesgo dispara la cotización de estos productos, ya sean las acciones de Telefónica o los pisos
en Alcorcón (pongamos aquí el equivalente americano sin que varíe el argumento).
Peor aún, en este tipo de «negocios redondos» entran empresas y particulares que no tienen
liquidez, pidiendo prestado a los bancos a bajo interés, esperando ganar mucho en poco
tiempo. Esto es lo que los economistas denominan «apalancamiento», porque, al igual que
con una palanca, se pueden elevar grandes pesos con poca fuerza, en la economía con pocos
recursos propios alguien puede participar en operaciones muy cuantiosas que, además,
tengan un alto riesgo.
Lo razonable sería que, teniendo en cuenta la particular naturaleza del ámbito financiero y los
riesgos inherentes a este tipo de actividades, los gobiernos realizaran una rigurosa labor de
vigilancia que garantizara la seguridad de las operaciones y la solvencia de las entidades. Pero
lo cierto es que, en esta crisis, se ha producido una negligencia generalizada: los bancos
concedieron créditos hipotecarios muy arriesgados (los conocidos como NINJAS); trasladaron
a otros bancos unos paquetes opacos de hipotecas de difícil cobro; las empresas encargadas
de valorar esas operaciones lo hicieron a la ligera; los legisladores relajaron los criterios de
valoración contable; y los gobiernos y los bancos centrales fueron notablemente permisivos,
porque esta situación favorecía el crecimiento económico y porque la continua «innovación
financiera» va más rápida que el desarrollo de mecanismos para controlarla.
Finalmente, este comportamiento condujo a que el ahorro prefiriera ir al circuito financiero o
inmobiliario, en lugar de fortalecer el aparato productivo (la economía «real», como señalan
los periodistas). La especulación permitía hacer ganancias rápidas. Por poner un ejemplo:
entre 1995 y 2005, el precio de la vivienda en USA aumentó un 10% cada año, el doble del
nivel de los beneficios de las empresas no financieras, que se situó en un 5%7.
A la postre, la financiarización de la economía y el auge de la especulación conllevan dos
problemas serios de «riesgo moral». El primero es que los gobiernos no pueden permitirse que las
entidades financieras quiebren, por el peligro global que ello comporta; pero si transmiten la idea de
que salvarán a los bancos cuando éstos se encuentren en situación de riesgo, estarán enviando
estímulos a sus directivos para que actúen con poca prudencia, porque, si les salen bien sus
operaciones, ganan ellos, y si les salen mal, el Estado les sacará del precipicio. El segundo problema
ético para los gobiernos radica en que quienes participan en el mercado financiero son unos (parte
de las clases altas y medias), pero quienes acaban resultando perjudicados principalmente por esta
dinámica son otros: las clases medias y bajas, que dependen en mayor medida de los servicios
públicos. Los tres billones de dólares que, hasta ahora, han comprometido los gobiernos de los países
desarrollados para salvar el sistema financiero internacional no irán a parar a otros usos socialmente
más necesarios. Por no hablar de la Ayuda al Desarrollo, que se reducirá por tercer año consecutivo y
que no asciende a la treintava parte de esa cantidad, a pesar de que el desafío de la pobreza mundial
deja pálido el problema económico del Norte. Y, como estamos viendo, la contracción del crédito no
afecta ahora sólo a los especuladores, sino al conjunto de empresas y trabajadores autónomos que
nada tuvieron que ver con el fenómeno, o a países que se han visto contaminados por este nuevo
tipo de «gripe económica» sin responsabilidad alguna en su génesis. De donde se deduce la
necesidad de reformar profundamente los organismos reguladores internacionales, buscar
respuestas coordinadas a esta situación y supervisar de un modo mucho más riguroso el conjunto del
sistema financiero, para que esté al servicio de las necesidades más sanas de la economía.
2. Lo que la crisis revela del sistema capitalista
La magnitud de la crisis ha puesto en circulación de los medios de comunicación social expresiones
que habrían resultado impensables hace sólo un par de años. Así, el presidente francés, Nicolás
Sarkozy ha hablado nada menos que de «refundar el sistema capitalista»; y otros, más audaces, se
han preguntado si nos encontrábamos ante una crisis en el sistema o ante una crisis del sistema.
¿Qué cabe decir al respecto?
Lo primero es señalar que la crisis ha venido a recordarnos abruptamente algunas tendencias
profundas del sistema económico en el que «vivimos, nos movemos y existimos». El capitalismo ha
demostrado ser un sistema enormemente poderoso en cuanto a la capacidad de promover el
crecimiento económico, ampliar el número de bienes y servicios disponibles, estimular el uso
eficiente de los recursos, adaptarse a cambios sociales y económicos de todo género con gran
flexibilidad, potenciar la innovación científica y su aplicación al campo de la producción, el
intercambio y el consumo. La combinación entre la propiedad privada de los medios de producción
(que otorga a sus titulares el derecho a organizar la actividad económica y a retener los resultados –
positivos o negativos– de la misma), las relaciones sociales de producción de corte salarial (en las que
el trabajador vende su fuerza de trabajo a cambio de una retribución pactada de antemano), la
búsqueda del mayor beneficio como motor de la actividad económica (que depende sobre todo de
las reglas del juego, y no tanto de la mayor o menor avaricia de los empresarios) y la utilización de la
competencia en el mercado como modo de regulación fundamental de la actividad económica han
demostrado ser capaces de alentar y coordinar multitud de iniciativas y esfuerzos económicos
individuales y colectivos cuyo resultado, en los países desarrollados, ha sido un enorme aumento del
crecimiento económico y del bienestar social de la mayor parte de la población, así como la
capacidad de financiar el Estado de Bienestar.
Al mismo tiempo, las deficiencias de este sistema están también a la vista: crecimiento desigual
de la economía mundial, que ha generado un centro próspero que vive al margen o a costa de una
periferia entre empobrecida y marginada; sucesión de periodos de estabilidad y crecimiento con
otros de graves turbulencias y recesiones; profunda desigualdad en la distribución de la renta a nivel
nacional e internacional; concentración del poder económico en reducidas élites; una tendencia
natural a la explotación (de los trabajadores, de los consumidores o del medio ambiente); propensión
recurrente a facilitar las prácticas especulativas; etc. Suelo señalar a mis alumnos que el capitalismo
está aquejado de tres graves patologías oftalmológicas: el daltonismo –porque es un sistema que
sólo detecta el «color del dinero» y, en consecuencia, desatiende todas las necesidades humanas que
no estén respaldadas con capacidad de pago–, la «falta de visión lateral» (como la que padecen los
conductores que han consumido alcohol), ya que la obsesión por el crecimiento y la rentabilidad
impide ver el enorme colectivo de víctimas que quedan a la vera del camino y que para el sistema
sólo son «daños colaterales» (parados, pobres, poco productivos, subdesarrollados, excluidos, etc.);
y, por último, la miopía, que impide distinguir con nitidez las consecuencias del modelo de desarrollo
a largo plazo, debido a la obsesión por alcanzar resultados a corto plazo (las empresas tienen que
alcanzar resultados «ya»), lo cual conduce a que la «racionalidad económica» resulte
«ecológicamente irracional». Desde luego son bastante cuestionables los propios fundamentos del
capitalismo: la defensa del propio interés, la competencia extrema, la obsesión por el crecimiento, el
dominio de unos pueblos sobre otros o de unas clases sobre otras, el predominio de la preocupación
por las necesidades materiales, etc. Hace falta «mucha fe» para creer, sin más, las célebres palabras
de Adam Smith que legitiman moralmente el capitalismo: «Ningún individuo se propone, por lo
general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve; únicamente considera su
seguridad, sólo piensa en su ganancia propia; pero en este, como en otros muchos casos, es
conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no
implica mal alguno para la sociedad el que tal signo entre a formar parte de sus propósitos, pues al
perseguir su propio interés promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto
entrara en sus designios». No parece que la situación actual avale el idílico matrimonio entre el
egoísmo individual y el bienestar colectivo que describía este padre del liberalismo.
Y, si bien es cierto que todos los males no pueden ser atribuidos en exclusiva al «sistema» mismo
y sus normas –ya que también influyen en el resultado final del proceso el papel de los gobiernos, el
acierto de la política económica, la acción de los agentes sociales (sindicatos y organizaciones
empresariales) y el mismo comportamiento de los ciudadanos, que somos ahorradores, trabajadores,
empresarios y consumidores–, también lo es que el «rostro humano del capitalismo» sólo ha
aflorado cuando la política ha regulado inteligentemente el comportamiento de los mercados, ha
puesto límites a su lógica interna y ha creado mecanismos correctores que han redistribuido los
ingresos, han igualado las oportunidades de los individuos y han protegido a los sectores sociales
más vulnerables.
Queda clara, así mismo, la necesidad que tiene el sistema de reproducir en forma ampliada el
circuito producción-consumo y su misma fragilidad. Como la tecnología eleva continuamente las
capacidades de producción de las empresas y como nada garantiza que la capacidad de la demanda
crezca al mismo ritmo y, menos aún, que esté equitativamente repartida, existe el riesgo de que, si
este circuito se detiene en algún momento, se inicie un círculo vicioso que reduzca el consumo, la
inversión y el empleo, tal y como ocurre en estos momentos. Lo que conduce a la identificación de
los límites físicos, sociales y económicos del capitalismo: la posibilidad de sobrepasar la capacidad
ecológica del planeta, la amenaza derivada de mantener fuera del bienestar a tres cuartas partes de
la humanidad y el riesgo de que la producción y el consumo se desajusten radicalmente, generando
situaciones masivas de paro e inequidad. Si no somos capaces de gestionar con algún acierto estos
límites, generando mayor sostenibilidad ambiental (frenando el deterioro de la naturaleza), social
(reduciendo drásticamente el abismo Norte-Sur) y económica (mediante modos más acertados de
reparto del trabajo y de los ingresos) –algo que jamás hará el capitalismo por su propia lógica–, nos
enfrentamos a un panorama global extraordinariamente amenazador para todos.
Llegados a este punto, resulta oportuno preguntarse si –con esta crisis– el capitalismo va a caer, y
si será sustituido por otro modo de articular la economía más justo y solidario. Al fin y al cabo, este
sistema es histórico: tuvo un inicio y puede tener un fin. La cuestión entra de lleno en el terreno de lo
opinable e incluso de la futurología. A pesar de ello, me gustaría hacer algunas consideraciones al
respecto encontrándome, a nivel personal, claramente entre quienes tienen poca simpatía por este
sistema económico, por considerarlo culturalmente pobre, socialmente injusto y ecológicamente
peligroso.
No creo, sinceramente, que estemos cerca del final del capitalismo, por varios motivos. En primer
lugar, porque carecemos de un modelo teórico global alternativo. El análisis detenido del fracaso del
sistema comunista no sólo puso de relieve su carácter totalitario y alienante en lo político, sino
deficiencias económicas de enorme calado: rigidez burocrática, notable falta de eficiencia en el uso
de los recursos, incapacidad para generar estímulos significativos para el trabajo, la iniciativa o la
creatividad, imposibilidad técnica de planificar procesos productivos crecientemente complejos,
divorcio entre la producción y las demandas y necesidades de la población, ausencia de innovación
científica y técnica aplicada al sector civil, caída de la productividad de una fuerza de trabajo poco
motivada, etc. La apelación a consignas puramente ideológicas (el éxito de la revolución, el valor de
la solidaridad, etc.) o al miedo, en contextos dictatoriales, tienen efectos temporales limitados. A
medio y largo plazo, la inercia, la corrupción y la pasividad parecen haber afectado a la mayor parte
de la población.
Muy distinta de la concepción del «hombre nuevo proletario» es la visión antropológica del
liberalismo económico, que, aunque no desecha totalmente el dinamismo cooperativo o solidario,
tiende a considerar que su vigencia se circunscribe al campo de la proximidad (amigos, familia...) y
que, en el ámbito económico, el mejor modo de incentivar el esfuerzo consiste en alinearlo con el
propio interés. Lo cierto es que conocemos las potencialidades y límites de la iniciativa privada, así
como los de la acción del Estado (que no deja de presentar luces y sombras muy marcados) e incluso
los del ámbito del tercer sector (entidades sin ánimo de lucro, cooperativas, empresas de inserción,
ONGs, voluntariados, etc.) que, junto a intuiciones que apuntan a un mundo más digno, no deja de
poseer profundas debilidades técnicas y sociales. Hoy por hoy, no disponemos de un sistema
alternativo sino, todo lo más, de unas experiencias que permitirán ir ensayando su búsqueda y que se
tornarán más plausibles en la medida en que los efectos de la crisis afecten a más personas.
Pero hay otro motivo, aún más evidente, para sospechar que al capitalismo le queda recorrido, y
es el que se refiere al hecho de que, en el campo económico, no basta con tener una solución teórica
a los problemas, sino que resulta igualmente necesario disponer de la fuerza social suficiente para
impulsarla. En esto la Economía no se parece a la Matemática. En ésta, el conocimiento teórico de las
relaciones lógicas insertas en un problema lleva a su efectiva resolución; en la economía, por el
contrario, la configuración de sus reglas de funcionamiento y la consolidación del conjunto de
instituciones que modelan el modo en el que producimos y repartimos el producto depende
directamente de intereses de grupos sociales concretos, que defenderán con uñas y dientes sus
posiciones de poder. Y no pensemos aquí sólo en la fuerza de las grandes corporaciones
transnacionales, en la de los gobiernos de las grandes potencias o en la correspondiente a los
organismos multilaterales, sino también en los intereses de todos los ciudadanos de los países
económicamente desarrollados (trabajadores y consumidores) que nos beneficiamos de esta
situación, que no deseamos cambiar nuestro estilo de vida y que no nos aventuramos a participar en
experiencias económicas de corte alternativo. Lo que nos sitúa directamente en el nivel siguiente del
análisis.
Aunque antes de entrar en la dimensión cultural de la crisis deseo aclarar que el diagnóstico
anterior con respecto a la durabilidad del capitalismo no implica indiferencia alguna con respecto a la
forma o «versión» que adopte y a las posibilidades existentes de configurarlo de un modo más
humano y que, llegado el momento, pueda superarlo. En concreto, no son equiparables los modelos
de capitalismo norteamericano, alemán japonés, español o sueco, por no hablar del brasileño, el
coreano, el argentino o el nicaragüense. Son tan abismales sus diferencias en términos de eficiencia
económica, equidad social y respeto al medio ambiente, que me parece de la mayor urgencia ética
investigar el modo en que puede caminarse hacia modelos económicos más inclusivos que aborden
también, y sobre todo, las desigualdades internacionales «mientras» dure el capitalismo.
3. Lo que la crisis revela de nuestra cultura
El capitalismo no es sólo un sistema que ha tenido un extraordinario éxito en la producción de bienes
y servicios, sino que también lo ha tenido en la producción de valores, deseos y aspiraciones. A través
de los medios de comunicación, la publicidad y la imitación espontánea, el capitalismo se ha
convertido en el gran «maestro» o «educador» de nuestra sociedad. A lo largo de las últimas
décadas, ha logrado que el «american way of life» se haya convertido en el «everybody way of life».
De hecho, la economía no funcionaría en absoluto si la cultura vigente no alimentara continuamente
nuestros deseos de consumo y, en consecuencia, la disposición a trabajar intensamente. Quienes se
han dado cuenta de este fenómeno subrayan, con razón, el poder potencial que tienen los
consumidores para orientar la economía en un sentido o en otro, aunque no lo ejerzan.
Que la economía no es sólo un asunto técnico o practico, sino que afecta «del alma a su más
profundo centro», ha quedado de manifiesto en nuestro país cuando hemos constatado cómo se ha
producido una «depresión colectiva» aun antes de que la crisis hiciera sentir sus efectos en los
campos objetivos del paro, la caída de la actividad o la falta de crédito. Por utilizar una terminología
de corte «inmobiliario» –que viene muy al caso–, podemos decir que el hundimiento de la «burbuja
del ladrillo» muestra que buena parte de nuestra sociedad había construido su casa sobre arena. Han
venido las lluvias, han llegado los torrentes, y la casa existencial o anímica –además de la economía
doméstica de las gentes sencillas– se ha hundido. Por eso podemos afirmar que, más allá de la crisis
financiera coyuntural y la de la economía productiva, existe desde hace varias décadas una profunda
crisis de valores y de sentido que el bienestar y el entretenimiento tienden a disimular, pero que en
ocasiones como las actuales salen a relucir con toda nitidez.
Los análisis sociológicos de los valores españoles y europeos coinciden en señalar que, tras el
cuidado de la salud y el mundo de los afectos (familia, pareja, amigos), los valores materiales y la
búsqueda de un nivel de vida creciente predominan netamente sobre los artísticos, filosóficos,
intelectuales, sociales, políticos o religiosos. De forma franca, los jóvenes españoles se caracterizaban
a sí mismos, hace poco tiempo, con estas palabras: «consumistas», «pensando sólo en el presente»,
«egoístas» y «con poco sentido del deber y del sacrificio». Por el contrario, parece que los rasgos que
menos mencionaban para autodefinirse eran: «maduros», «generosos», «tolerantes»,
«trabajadores», «solidarios» y «leales en la amistad». Y en este terreno cabe hacer también una
diferenciación de niveles que ayude a matizar las cosas.
Por una parte, la economía capitalista se asienta sobre algunos contravalores «altamente
perjudiciales para la salud individual y colectiva» a los que realimenta continuamente: la defensa del
propio interés frente a la solidaridad con los más débiles y el cuidado del bien común; el predominio
del principio de la competencia sobre la actitud de la cooperación; la inmoderación del deseo a pesar
de la limitación física de nuestro mundo; la urgencia de la satisfacción de las necesidades materiales
frente al cultivo de las demás facetas de la vida menos rentables (arte, razón, afecto, política,
mística), la absolutización del trabajo remunerado con respecto a otras formas de la acción humana y
la participación social... A mi modo de ver, la exacerbación de la cultura de la satisfacción y el
individualismo posesivo no generan, desde luego, el mejor de los mundos posibles
En segundo lugar, a lo largo del tiempo algunas de las dinámicas propias de la economía se han
ido trasladando, imperceptible pero eficazmente, al mundo de las relaciones humanas,
contaminándolas con una lógica que no es la suya propia. Desde la costumbre de que la competencia
rija el comportamiento empresarial, se va generando, poco a poco, una actitud hacia las demás
personas caracterizada por el recelo o la rivalidad. Si los otros son «competidores» frente a mí por el
empleo, el bienestar, el éxito, etc., mi predisposición hacia ellos difícilmente facilitará el encuentro
amistoso. Desde la afición a las rebajas y las ofertas, nos acostumbramos a buscar relaciones que se
distingan por su bajo coste, aunque la calidad deje mucho que desear, aunque «la apariencia y el
marketing» primen sobre la consistencia del intercambio personal. Y así, poco a poco, el envoltorio
de las personas va teniendo más importancia que el contenido; la imagen más que el corazón. Desde
el hábito de usar y tirar las cosas, pasamos con relativa facilidad a usar y tirar a las personas.
¡Cuántas veces las relaciones se establecen y rompen desde perspectivas puramente utilitarias...!
Desde la práctica de hacer contratos y perseguir ganancias surge, de forma espontánea, una actitud
«contable» que nos lleva a calcular cuántos «gastos» y cuántos «beneficios» me reportan mis
vínculos personales, cuáles son «rentables» y cuáles «deficitarios», si los demás «cumplen su parte
del contrato» o si yo «soy un primo» porque aporto más de lo que recibo (y esto puede aplicarse al
campo laboral, pero también al del matrimonio, las amistades, etc.). Desde la persecución del triunfo
económico se nos estimula a excluir a los débiles, a los que cuentan con pocos recursos, a los poco
productivos, a todos aquellos que puedan ser un lastre para el logro de nuestras aspiraciones
(inclúyase en este apartado a enfermos, ancianos, niños...). Por el contrario, unirse al equipo ganador
a tiempo, o conseguir la influencia de quienes ocupan puestos de poder, resulta fundamental para
medrar en la competición olímpica de la vida corriente. Sin duda, estos fenómenos no definen la
totalidad de las relaciones sociales actuales; pero en la medida en que se extienden, van
carcomiéndolas de manera casi inconsciente. La «mercantilización de las relaciones personales» es
un fenómeno digno de ser considerado. Se trata, claro está, del tipo de valores de fondo que
configuran nuestras sociedades «avanzadas».
Añadamos, finalmente, que este proceso cultural ha debilitado mucho la capacidad de los
individuos para reaccionar frente a situaciones de crisis, pues en los últimos años se han roto o
debilitado muchos lazos familiares, amistosos y organizativos, ante el predomino de la postura del
«sálvese quien pueda» sobre la búsqueda de soluciones colectivas a problemas comunes. Con
empleo, un buen sueldo y fácil acceso a los servicios públicos, los demás no nos resultan tan
necesarios. No por casualidad los mecanismos voluntarios de solidaridad y sus valores (acogida,
ayuda mutua, etc.) están tan desarrollados en países cuyos ingresos per capita son bajos. Pero la
autosuficiencia pasa también su factura. Ahora muchos se preguntan cómo podrán vivir con menos o
como podrán enfrentarse solos a la crisis. Es un dato contrastado en los despachos de trabajadores
sociales que las personas que se acercan se encuentran aquejadas de tres heridas: la soledad, la
impotencia y la angustia.
4. Lo que la crisis revela de la naturaleza humana
Más allá de la situación sociocultural vigente, la crisis que padecemos nos recuerda algo que todas
las tradiciones espirituales subrayan: el enorme poder del dinero.
Y es que, además de por los «defectos del sistema» anteriormente mencionados, la crisis ha
estado causada muy directamente por «fallos humanos». El comportamiento irresponsable y egoísta
de unos miles de personas está ocasionando un mal extraordinario a millones de inocentes. Puede
esto tematizarse de muchas maneras, pero hace unos meses cayó en mis manos un ingenioso
artículo de Ignacio Escobar, director del periódico «Público», que se refería a los clásicos siete
pecados capitales aplicados al capitalismo y que he adaptado para referirlos, más expresamente, a la
crisis financiera actual e ilustrar la enorme capacidad del dinero para atrapar nuestra voluntad y para
generar comportamientos muy dañinos.
Podemos enumerar, efectivamente, los siete pecados capital...istas que la crisis actual ha dejado
al descubierto:
a) La lujuria especuladora. Desde las inversiones en bolsa en nuevas tecnologías hasta los contratos
de futuro del petróleo (cuyo precio pasó de 40 a 140 dólares en 4 años), pasando por la
«inversión en ladrillo» (al doble en 10 años en USA), con ahorro, con apalancamiento o
hipotecando la propia casa, muchas personas y empresas se han dedicado a estas actividades
impunemente, con tipos de interés muy bajos y ganancias muy altas. Se creó así una euforia
psicológica adictiva con estas actividades que ha capturado el deseo de muchas personas, lo que
permite hablar de lujuria con propiedad.
b) La pereza de los reguladores. No cabe ninguna duda. Los bancos centrales han sido pasivos en su
tarea de prevención y control. Las normas de Basilea-II ofrecían a los bancos comerciales una
regulación a la carta. Las empresas calificadoras eran clientes, así como los auditores de las
empresas que evaluaban. Algunas administraciones públicas han sido incluso cómplices de la
situación, como en el caso de la construcción en España y los Ayuntamientos. Hace falta cambiar
profundamente las normas y las actitudes de vigilancia de los organismos nacionales y
supranacionales.
c) La envidia de los actores económicos ha jugado un papel crucial en el origen de esta crisis. El
deseo de tener también un coche como el de los vecinos, o de disfrutar de unas vacaciones como
las de los colegas, o de aprovechar los «chollos» en la construcción, como hacían nuestros
conocidos más «avispados», ha generado comportamientos imitativos que muchas familias no se
podían permitir o que ponían en riesgo su solvencia económica. Los modelos de éxito que tanto
se han divulgado durante estos años estimulaban ese sentimiento malsano y el deseo de poder
decir, como en el anuncio: «Yo no soy tonto».
d) La codicia de los directivos. Como indicaba Ignacio Escobar en el artículo citado, «en 1980, un alto
ejecutivo estadounidense ganaba de media 42 veces más que un trabajador. Hoy gana 364 veces
más: en solo un día, lo que los demás en todo el año. El problema no es sólo la desigualdad social,
que también. Lo más preocupante es que se premie a los ladrones. Es lo que pasa cuando la
retribución del primer ejecutivo está supeditada al corto plazo de la bolsa y no al largo plazo de la
empresa. A la larga, la cotización bursátil también se hunde. Pero suele ser después de que el alto
directivo haya vendido sus stock options».
e) La gula de los inversores, reflejada en la búsqueda de una rentabilidad que superaba con mucho
la normal (que oscila entre el 5 y el 8% para empresas no financieras). «Lo que es bueno para el
directivo puede no serlo para su empresa. Lo que es bueno para el especulador del petróleo no
es bueno para la economía mundial. Lo que es bueno para el vendedor de hipotecas subprime no
es bueno para el banco que presta el dinero. En todos los fallos del capitalismo que ahora han
aflorado hay un elemento común: una distorsión perversa en el sistema de recompensas, donde
no se premia al que genera riqueza con esfuerzo, sino al que la obtiene rápidamente, aunque
luego la destruya».
f) La ira de los que pagan los platos rotos. Los políticos y la gente corriente tienen la consiguiente y
justificada indignación. En palabras de la canciller alemana Angela Merkel, «comprendo que gane
mucho quien hace mucho por su empresa y sus empleados; pero ¿por qué se debe ahogar en
dinero a los incompetentes?». Ahora tendrán que pagar los ciudadanos, en especial los más
humildes y quienes se ganaron a pulso sus ingresos trabajando, los excesos de los acaudalados y
la irresponsabilidad de los «jugadores». Ahora que los bancos van mal, escucharemos que no hay
tanto dinero para salvar al planeta del cambio climático, ni para financiar los Objetivos del
Milenio, ni para acometer mayores políticas de cohesión social.
g) La soberbia del mercado. Como hemos indicado, el capitalismo se asienta sobre la premisa de
que la búsqueda del mayor interés individual conduce al mejor resultado posible para la
colectividad, y que el mercado, además de premiar a los que lo merecen y penalizar a los que no
lo hacen bien, tiende a autorregularse solo. Los líderes del Norte han mirado por encima del
hombro a los del Sur muchas veces; pero ahora han fallado «los listos», y la consecuencia de
aplicar el discurso neoliberal ha conducido al sorprendente resultado del intervencionismo
masivo. Esta crisis muestra que ni el mercado se regula solo ni la persecución del interés
particular conduce necesariamente al mejor resultado para la sociedad como conjunto.
Puede que, de ahora en adelante, la crisis saque a la luz otras tendencias de la naturaleza
humana, como la del instinto de supervivencia, que puede conducir al rechazo de quienes amenazan
nuestra seguridad –por desgracia, mientras escribo estas líneas la prensa se hace eco del aumento
del rechazo a los extranjeros en nuestro país, denunciado por numerosa ONGs– o a impulsar alguna
modalidad de la solidaridad restringida: sólo con mi familia o con mis compañeros o con mis
compatriotas, etc. Ojalá esta difícil situación contribuya, sin embargo, a generar actitudes y
comportamientos que también forman parte de la naturaleza humana: la capacidad de abrirnos y
empatizar con las necesidades de todos, la práctica de compartir, la relativización de la riqueza, la
opción por los más pobres, los sentimientos de acogida, escucha y afecto, la lucha por la justicia, el
cultivo de la creatividad y la esperanza... No son menos humanas estas actitudes que aquellas otras –
mucho más dañinas– que la crisis ha desvelado.
Cuando, en el año 2008, Alan Greenspan, el que fuera durante dos décadas célebre y admirado
presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos (su Banco Central), afirmó que «el problema
no han sido los mercados e instrumentos financieros, sino la codicia de los inversores», puso de
manifiesto que podía ser un economista brillante, pero que tenía un desconocimiento clamoroso de
la naturaleza humana. Si alimentamos culturalmente la codicia, no nos extrañe que arrase con todo.