Maestría en Filosofía de la Ciencia, UNAM.
Primer semestre: Teoría del conocimiento.
Capítulo 9. “Pragmatismo vulgar: Una perspectiva nada edificante” Haack, Susan, Evidencia e investigación. Hacia la reconstrucción en epistemología, Madrid, Tecnos, 1997.
Edith Jiménez Rolland
Agosto de 2015
La presente reseña tiene como propósito el análisis del capítulo noveno “Pragmatismo vulgar: Una
perspectiva nada edificante” de la obra “Evidencia e investigación. Hacia la reconstrucción en
epistemología” de Susan Haack.
Haack escribe su libro en 1993 como una “contribución a la epistemología del
conocimiento empírico” [Haack, 1997: p. 13] en apoyo a su reconstrucción. Comenzaré
recapitulando las motivaciones –explícitas en el escrito– que impulsan a la autora a defender dicha
postura:
- Dar respuesta a argumentos dirigidos contra los planteamientos epistemológicos
tradicionales, que podrían evocar a considerarlos como ilegítimos o mal concebidos.
- Abordar algunos de los problemas “legítimos” de la tradición epistemológica, como el
proyecto de explicación –justificación– de los criterios de evidencia y el proyecto de
ratificación.
- Evidenciar la falsedad de las dicotomías, que se han presupuestado y que sólo han
propiciado dificultades, en las diversas explicaciones de la justificación epistémica –
fundacionalismo, coherentismo, fiabilismo, entre otras–. Lo cual, a su vez, ha llevado a
malos entendidos en cuanto a la concepción del proyecto epistemológico.
- Presentar una nueva explicación, propia de la autora, de la justificación epistémica. El
“fundherentismo” y su metáfora del crucigrama como una alternativa de orden naturalista al
fundacionalismo y al coherentismo.
Así pues, en esta obra y como parte de su búsqueda de reconstrucción de la epistemología Haack
escribe su noveno capítulo, del cual nos ocuparemos de aquí en adelante.
En este apartado la autora se propone dos objetivos, encaminados ambos a derribar
argumentos planteados en contra de los proyectos epistemológicos. Por ello, tal como lo hace
Haack, dividiré esta reseña en dos: reconstruiré brevemente, en primera instancia, la crítica a la
postura de Richard Rorty en su Philosophy and the Mirror of Nature y, en segundo término, la
crítica a la postura pragmatista “vulgar” de Stephen Stich.
a. Crítica de Susan Haack a los argumentos de Richard Rorty en contra de la
epistemología. El conversacionalismo una alternativa relativista y cínica.
La autora comienza su argumentación mostrando que la propuesta de Rorty, el conversacionalismo,
tiene fuerza en tanto que rechaza el representacionalismo –búsqueda de “fundamentos” del
conocimiento en “representaciones privilegiadas”– y a su vez, pretende que no hay ninguna otra
opción para la explicación de la justificación epistémica.
Haack desmantela la propuesta de Rorty al mostrar una ambigüedad en el uso del término
“fundacionalismo” por parte del mismo. Así, explica tres concepciones de este término que dividen
y debilitan el argumento: 1) Fundacionalismo* como distinción entre creencias básicas, justificadas
por la experiencia, y creencias derivadas, justificadas en las primeras. 2) Fundacionalismo** que
concibe a la epistemología como ciencia base, donde los criterios de justificación y de ratificación
deben ser a priori para ser indicativos de verdad. 3) Fundacionalismo*** donde los criterios de
justificación requieren una base objetiva y se fundamentan en su relación con la verdad.
Dado que estos conceptos no son interdependientes –atacar ó defender uno no implica
involucrar a los otros–, es posible diferenciar en el argumento de Rorty varios subargumentos que
divergen.
La crítica al mito de lo dado –inicialmente de Sellar– que pone en cuestión la confusión
entre causalidad y justificación sólo afecta la primera concepción del término –fundacionalismo*–,
pues ataca la justificación de las creencias básicas. Aún así, y aunque Haack no pretende defender
esta concepción de fundacionalismo, sí plantea –como parte de su propuesta fundherentista– que el
componente causal es relevante en la justificación de las creencias empíricas del sujeto.
La crítica a la noción de lo analítico –inicialmente de Quine– parece mostrar que es inútil
continuar buscando fundamentos de carácter a priori y por tanto debilita la segunda concepción del
término –fundacionalismo**– que relaciona intrínsecamente lo a priori con los fundamentos. Haack
así mismo considera esta crítica insuficiente –conlleva el supuesto de que sólo las verdades
analíticas pueden conocerse a priori– e innecesaria –bastaría el rechazo de lo sintético a priori para
mostrar que este fundacionalismo es falso– para demostrar que esta concepción del término no se
sostiene.
La crítica de Rorty a la metáfora ocular, que muestra la idea de verdad por correspondencia
como “imagen fidedigna” pero en el fondo “ininteligible”, es la que parece peligrosa para la tercera
concepción del término –fundacionalismo***– de la cual, dice Haack, “depende la legitimidad de la
epistemología” [Haack, 1997: p. 256] pues pone en juego las consideraciones sobre la verdad. Para
mostrar que las razones de Rorty son erróneas, Haack ataca el punto débil de su argumento, el
dualismo “indefendible” que presupone con respecto al término “verdad”, del que depende a su vez
su ataque al fundacionalismo*** y consecuentemente la legitimidad de la epistemología. Es esta
falsa dicotomía en que Rorty se respalda para pretender que debe aceptarse una de sólo dos
opciones. La autora ejemplifica al menos seis concepciones que van desde la irrealista como la de
Rorty “lo que se puede defender en contra de todos” [Haack, 1997: p. 258], la pragmatista, las
mínimamente realistas, la fuertemente realista hasta la enormemente trascendental. Al no
considerar las concepciones intermedias del concepto, el argumento de Rorty queda desprovisto de
fuerza.
Este rechazo del ataque de Rorty hacia la epistemología, no prueba en sí que ésta sea
legítima. Por ello, Haack vislumbra el panorama “desolador” de abandonar la epistemología, como
propone Rorty.
El conversacionalismo de Rorty considera que “la justificación de una creencia es una
cuestión de costumbre social o una convención, ambas variables dentro de las culturas y entre ellas,
y nada más que eso” [Haack, 1997: p. 260], y conlleva la conjunción de dos tesis, un
contextualismo –el sujeto debe satisfacer las pautas epistémicas de la comunidad epistémica a la
que pertenece para justificar sus creencias– para la explicación y un convencionalismo –las pautas
epistémicas son enteramente convencionales y no tiene sentido preguntarse si los criterios de
justificación son correctos o indicativos de verdad– para la ratificación.
Haack está convencida de que el conversacionalismo es una concepción relativista y cínica.
Relativista en el sentido en que la justificación depende únicamente de la comunidad epistémica en
cuestión –por el contextualismo– y no hay cabida a un tribunal de apelación que garantice que la
justificación sea realmente indicativa de verdad, debiendo tomar las pautas de todas las
comunidades epistémicas por igual –por el convencionalismo–. Para escapar de este relativismo,
Rorty en ocasiones sustituye la tesis contextualista por un tribalismo –donde el sujeto se
“solidariza” y considera los criterios de su comunidad epistémica como mejores que los de otras
comunidades– que lo lleva a un conversacionalismo incoherente, pues esta última postura va en
contra del convencionalismo. La propuesta de Rorty a su vez orillaría al sujeto a tomar una actitud
cínica ante la aceptación de criterios de justificación que careciesen de una base objetiva,
establecidos meramente por convención.
Vislumbrar una conversación entre discursos inconmensurables, como esboza Rorty en su
propuesta, sólo parece conllevar una “inevitable incomprensión mutua” [Haack, 1997: p. 266].
b. Crítica de Susan Haack al pragmatismo “vulgar” de Stephen Stich. El valor
epistémico de la verdad.
Como objetivo secundario en este capítulo, Haack se plantea continuar defendiendo la legitimidad
de la epistemología ahora frente a las críticas de Stich en su The Fragmentation of Reason, donde
éste insiste en que el valor de verdad de las creencias no debería resultar de importancia para las
creencias del sujeto, pues “la verdad no es una propiedad valiosa ni intrínseca ni instrumentalmente
que tenga que tener una creencia” [Haack, 1997: p. 268]. Esta conclusión, parece haberse obtenido
del considerar que hay muchos valores posibles de tipo de verdad que podrían adjudicársele a una
creencia. En una propuesta que se dice “pragmática”, Stich da valor a las creencias por su calidad
de “herramientas” que conducen a algo que el sujeto valora; y no por su relación con la verdad,
pues ésta no siempre asegura los intereses del mismo.
Haack desaprueba totalmente esta postura y la califica de relativista y pluralista. Para ella,
el argumento de Stich no prueba de ningún modo que la verdad no sea valiosa, ni tan solo intrínseca
o instrumentalmente, mucho menos en otros sentidos. Argumenta que el considerarla “sólo una de
las muchas propiedades semánticas que podría tener una creencia, la que casualmente ha resultado
elegida por nuestra cultura” [Haack, 1997: p. 271], no tiene que ver con su valor intrínseco. El
argumento de Stich únicamente le permitiría afirmar que no siempre las creencias verdaderas
aisladas son las óptimas con respecto a un punto de vista instrumental.
En defensa de la verdad, la autora se enfoca en defender se valor epistémico a través de su
relación intrínseca con los conceptos epistémicos investigación, justificación y creencia. Susan se
refiere a la investigación en el sentido filosófico, como aquella donde se tiene el objetivo de
“obtener la mayor cantidad posible de verdad interesante e importante acerca del mundo” [Haack,
1997: p. 273]. Visto de este modo, la verdad constituye un aspecto del objetivo de la investigación.
En cuanto a la justificación, la verdad tiene un papel central, pues “la indicación de verdad es la
virtud característica de los criterios de justificación” [Haack, 1997: p. 273]. Para la creencia, Haack
afirma que no cabe duda que el “asentimiento, el reconocimiento de la verdad, forma parte del
concepto de creencia” [Haack, 1997: p. 267].
Esta valoración de la verdad no es algo como una tendencia cultural, considerando que el
ser humano es un animal con creencias e intenciones, el valor epistémico de la verdad constituye
más que un rasgo cultural.
Aunado a esto, el argumento de Stich podría fácilmente voltearse concluyendo que –si bien
no en todas– en la mayoría de las veces la verdad sí resulta instrumentalmente valiosa: nos permite
alcanzar los objetivos deseados y evitar los no deseados. Para la autora, la propuesta de Stich de
aceptar proposiciones como verdaderas –lo sean o no– únicamente para obtener alguna ventaja, no
constituiría nada más que un autoengaño.
Reafirmando su compromiso con el pragmatismo de una tradición que viene desde Peirce, Susan
finaliza denominando “pragmatismos vulgares” a las posturas de Rorty y de Stich antes criticadas,
ya que no consideran que la verdad sea algo valioso para la justificación de las creencias, posición
que difícilmente podría eliminarse de un pragmatismo tradicional.
Comentario personal
Resulta motivante leer una defensa tan arraigada como la de Susan Haack a la epistemología, al
igual que ella creo que el reformular los problemas y depurarlos es una manera de mejorar.
Admito que me sería necesario profundizar en el tema, sobre todo en las obras de Rorty y
de Stich en que la autora centra sus críticas, para detectar si la interpretación de sus argumentos es
la más apropiada. Pues es sencillo quedarse con la versión que Haack da de dichas posturas, pero
aceptarla sin más constituiría lo que ella misma descalifica, una actitud cínica y de autoengaño.
Aunque comparto varias de las opiniones de la autora –con respecto al valor epistémico de
la verdad por ejemplo–, considero que algunos de sus argumentos requieren reforzarse,
principalmente el que va en contra de la propuesta de Rorty, el conversacionalismo. En éste Susan
menoscaba totalmente la perspectiva de Rorty, que a mi parecer, tiene elementos rescatables: sería
enriquecedor incorporar a su propia propuesta la idea de diálogo, sin asumir las consecuencias
relativistas de aquella. Además –como ella misma reconoce–, demostrar la debilidad de los
argumentos de Rorty, rescata a la epistemología de un ataque, pero no garantiza su legitimidad. Ni
tampoco lo hace el vislumbrar el panorama desolador que supondría el elegir la propuesta contraria
–táctica de convencimiento que el mismo Rorty utiliza y que Haack critica–.
A mi parecer la autora ha librado a la epistemología de algunas críticas fuertes que pusieron
en tela de juicio su concepción, pero aún no demuestra –al menos en este capítulo– su
“legitimidad”.