nº 179 diciembre 200618
Excursiones
Fue en Boca Sanibeni donde, según una versión, germi-
nó la decisión de realizar cambios de fondo en el alto
mando del Ejército.
Un grupo de ministros viajó recientemente por la
complicada geografía que encierra una corta sigla: el
VRAE, el valle de los ríos Apurímac y Ene. Escenario de
colonización y resistencia, de coca y de guerra. El lugar
en el que se sabe dónde está Sendero pero nadie puede
entrar. El ministro de Defensa, Allan Wagner, condujo
la excursión ministerial a lo largo de horas y de ríos,
de pueblos y de guarniciones, de historias trágicas y
presentes mal cicatrizados. Entre los ministros hubo
por lo menos dos a los que el aerotransporte por esos
caminos les adelgazó (aunque temporalmente) la figura
y les ensanchó la sensibilidad.
En Boca Sanibeni, cuenta una fuente que estuvo entre
los burócratas peregrinantes, la población que rodea
la guarnición militar se acercó a saludar y homenajear
a ministros y comitiva. Junto con los adultos, había
varios niños de pelo rubio que llamaron la atención
de los visitantes. Mira qué lindo, dicen que exclamó
una Ministra.
Pero la ministra del Interior Pilar Mazzetti (otra versión
dice que lo hizo el ministro de Salud, Carlos Vallejos)
despejó encandilamientos. Los niños rubios no sugerían
que Érik el Rojo hubiera navegado hasta el VRAE, sino
revelaban una tremenda desnutrición.
Con los corazones así encogidos por la manifestación
local del Perú profundo que uno puede escoger no ver
en los semáforos, los visitantes (ministros, jefes mili-
tares, policiales, funcionarios de prensa, fotógrafos,
periodistas) llegaron a la guarnición donde un joven
teniente y sus soldados aguardaban la revista con la
firme determinación y el peso de la responsabilidad
de dejar bien puesto el nombre del Ejército. Sobre todo
teniendo en cuenta que su Comandante General y el Jefe
del Comando Conjunto estaban entre los visitantes.
Enérgicos, marciales, disciplinados y precisos, oficial y
soldados con la apostura de orden cerrado que destaca
El periodista Gustavo Gorriti desarrolla en este artículo información y un análisis sobre las denuncias de corrupción que se acaban de hacer públicas respecto de determinados gastos militares, y que, por su gravedad, han conmocionado al país, al punto que el Gobierno ha adoptado un conjunto de medidas de la máxima importancia en el sector.Y, a manera de colofón, nos narra también su encuentro con el ex presidente Alejandro Toledo.
inclusionEscrónica de ExcursionEs, galonEs,
19Política
frente a cualquier ejército del mundo. Pabellón al tope,
Señor Ministro, moral al tope, Señor Ministro. Daba
gusto, dice la fuente, ver cómo habían ordenado y lustrado
la escasez. Soldado peruano, estoico y orgulloso, especial-
mente cuando es joven, sobre todo cuando hay que dejar
bien a la institución y a su Comandante General.
Cuando entraron a las cuadras, sin embargo, ministros
y acompañantes vieron que, debajo de las camas arre-
gladas, era evidente que los colchones estaban ya tan
desgastados que no servían ni como metáfora.
¿Cómo era posible que los soldados durmieran sobre
esa arqueología de colchón?, se interesó un Ministro.
¡Dormimos muy bien, Señor Ministro!, contestó el joven
teniente. ¿Era un fakir? No. Tenía delante de él, entre
otros, al general César Reinoso, comandante general del
Ejército, y a su secretario general, el general Wilfredo
Valencia. Bajo ningún concepto iba a dejarlos mal.
El ministro de Agricultura, Juan José Chiquito Sa-
lazar, es también —cosa rara en un Gabinete en el
que una neuróloga lleva Interior y un diplomático
Defensa— agricultor. Hombre habituado a solucionar
problemas prácticos en la chacra, no perdió tiempo
con preguntas generales.
¿Cuánto cuesta cada colchón, teniente? Este le dio el
precio al ¡Señor Ministro! Chiquito Salazar contó los
colchones, recordó sus clases de aritmética, hizo la
multiplicación del caso, sacó la billetera del bolsillo y
le entregó cerca de 600 nuevos soles al agradecido y
confundido teniente. Este es mi obsequio personal,
dijo Chiquito. Para que les compre colchones nuevos
a sus soldados.
La buena voluntad del agricultor lambayecano había
punzado el trigémino institucional. Los otros oficia-
les miraron con disimulo elocuente a Reinoso y a su
secretario. “Valencia tenía la cara azul”, dice un oficial
del Ejército que estuvo ahí, “y Reinoso la tenía hasta el
piso.” Las cosas que en el Lejano Oriente hacen perder
cara, en el Perú la agrandan.
galones
Cuando las denuncias y los furtivos informes sobre
corrupción empezaron a hacerse oír en el Ministerio
de Defensa, la visión de la estoica guarnición de Boca
Sanibeni esforzándose por dejar bien parado a su Co-
mandante General a costa de su propio malestar, debe
de haber actuado como el contrapunto que gatilla la
acción por medio de la indignación.
Como me dijo el ministro Wagner (en “Cuestión
de galones”, Caretas n.º 1953), él mismo “propició”
la intervención de la Contraloría para examinar el
manejo de fondos y recursos dentro del Ejército, par-
ticularmente en rubros pasibles de manejo corrupto.
El combustible, sobre todo.
El combustible es propicio para el robo, pues su uso no
deja, en principio, otra huella que no sea aquella que
provoca en la capa de ozono. Por eso, si no hay una fis-
calización precisa del uso de maquinaria, especialmente
de vehículos, es muy difícil detectar si se ha utilizado
efectivamente o no.
Los informes que empezaron a salir de diversas unidades
militares este año indicaban un incremento sustantivo
de la corrupción en, como diría un policía, la modalidad
del combustible. No se trataba, afirmaron las fuentes
Gustavo Gorriti
crónica de ExcursionEs, galonEs,
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militares que con gran riesgo profesional y hasta perso-
nal proporcionaron la información, de una corrupción
que surgía desde el interior de las unidades, sino de
una que les era impuesta “desde arriba”. El combustible
supuestamente asignado no llegaba, y se obligaba a los
comandantes de unidad a “justificar” el uso de diésel
o gasolina que nunca vieron y menos usaron. Esa era
la fuerza y a la vez la debilidad del esquema de corrup-
ción. Por un lado, convertía en cómplices efectivos a
los oficiales obligados a “justificar” con su firma el uso
inexistente de combustible, blanqueando así un robo.
Pero, a la vez, creaba el resentimiento profundo de
ser utilizados en contra de su voluntad y de ver que
el beneficio delictivo de unos pocos jerarcas militares
representaba solo costo y peligro para ellos, amén de
un profundo deterioro para la institución.
A mayor combustible robado al Ejército, mayor com-
promiso de los oficiales obligados a “justificar” su uso.
Y, aparentemente movida por la codicia, la supuesta
“asignación” de combustible en el Ejército creció casi
cinco veces entre febrero y octubre de este año. Fue
de 1,2 millones de nuevos soles en febrero y de 5,2
millones de nuevos soles en octubre. Según fuentes
que han proporcionado información precisa sobre el
tema, menos de 20 por ciento de esa suma llegó a las
unidades en forma de combustible. El resto fue a parar
al bolsillo de los militares corruptos.
En la Primera Brigada de Fuerzas Especiales —donde se
hizo un cambio fraudulento de vehículos para “justifi-
car” el supuesto uso de combustible a los auditores de
la Contraloría—, la cantidad de diésel asignado saltó
de 1.435 galones en enero (que ya era exagerado) a
11.185 galones en agosto. La gasolina de 84 trepó
de 480 galones en febrero a 3.480 galones en junio,
julio y agosto. “En el mejor momento de la Brigada”
—me dijo una fuente con conocimiento de causa— “se
recibían alrededor de 800 galones de gasolina y mil
de petróleo. Ahora es menos.” La diferencia nunca fue
combustible: pasó de vales a dinero robado al Ejército,
al Estado y al pueblo.
Esa fue corrupción impuesta desde los niveles más altos
de comando y que enriqueció a muy pocos militares
ladrones, en desmedro de una cantidad mucho mayor
de oficiales de rango intermedio que fueron obligados
—por la verticalidad institucional, la disciplina, la ame-
naza implícita o explícita a sus carreras— a convertirse
en cómplices. Pero el efecto corrosivo de esa corrupción
fue el de una degradación de estándares morales en
aspectos tan básicos como la alimentación de oficiales
y, sobre todo, de soldados.
Incluso en una unidad de élite como la Brigada de
Fuerzas Especiales, hubo inspecciones realizadas por
oficiales que se mantuvieron, por fortuna, inflexibles en
el cumplimiento de su deber, que mostraron evidencias
de robo en la alimentación del personal militar. El 21
de agosto de este año, una inspección del “rancho de
tropa” llevada a cabo por el capitán de día de la Escuela
de Paracaidistas reveló que la ración de carne pesaba
un tercio de lo que debería pesar. El 13 de setiembre,
la inspección a cargo de un mayor que se encontraba
como jefe de un área de cuartel, arrojó que la ración de
cuestión de galones
21Política
pota que se servía a la tropa tenía también un tercio
del peso requerido. Lo mismo había sido detectado el
día anterior. Otro informe, de agosto, denunció que
hasta a los enfermos internados en el policlínico de la
Brigada de Fuerzas Especiales se les daba apenas una
fracción del alimento programado y presupuestado. Si
esto se hacía en una unidad selecta, donde lo exigente
del entrenamiento requiere una alimentación especial,
¿qué no se habrá hecho en otras unidades, sobre todo las
alejadas, donde la disciplina y el orgullo obligan a sufrir y
callar; a sacrificarse no solo por el bien de la Patria sino
—con los dientes apretados— para el beneficio de ladro-
nes; a sentir cómo el idealismo inculcado en la Escuela se
va haciendo pedazos, mientras se persiste en tratar de
cumplir la misión como se pueda, sin otra queja que las
del pensamiento, mientras se hace fuerza y se responde
con orgullo marcial: “¡Muy bien, Señor Ministro!”.
Un grupo pequeño de auditores de la Contraloría Ge-
neral de la República fue posiblemente el catalizador
que impulsó a varios oficiales a perder la inhibición y el
temor y denunciar en detalle a los mandos corruptos. A
la vez, los auditores —que ya llevan algunos meses en su
labor— han ido aprendiendo a torear mañas y mecidas.
Luego del cambiazo de vehículos que les hicieron en la
Brigada de Fuerzas Especiales (trayendo transportes
de la División Blindada y pintándoles las placas de
vehículos inutilizados para ‘justificar’ así el supuesto
uso de combustible), los auditores regresaron dos veces
a la Brigada para chequear esos vehículos que, según
ya sabían, estaban de regreso en la Blindada. En cada
oportunidad les dijeron, con creciente preocupación,
que los carros estaban en provincias. “El problema”,
dice una fuente familiarizada con la Contraloría, “es
que obligaron a firmar a los oficiales jefes de batallón.
Mientras no haya una ley que permita la inmunidad a
quien denuncie a jefes corruptos, va a ser muy difícil
que se animen a decir la verdad.”
Los auditores estuvieron en Ayacucho a comienzos de
diciembre y coordinaron su visita, como están obligados
a hacerlo, con el enlace de la Comandancia General.
¿Qué les interesaba ver a los doctores? Pues comprobar
el rancho y los borceguíes, dijeron ellos. Ningún proble-
ma. Al día siguiente, previsiblemente, el rancho era de
gourmets y los borceguíes relucían. Perfecto, dijeron los
auditores. Ahora querían ver los vehículos para verificar
el uso de combustible. “[Los auditores] agarraron con
los pantalones abajo [a sus contrapartes militares en
Ayacucho]”, dice una fuente militar.
A esas alturas, Reinoso y su grupo más cercano ya ha-
bían perdido el control de la información y empezaban
a perder también el de la situación. El ministro Wagner
como me dijo el ministro Wagner, él mismo “propició” la intervención de la contraloría para examinar el manejo de fondos y recursos dentro del Ejército, particularmente en rubros pasibles de manejo corrupto. El combustible, sobre todo.
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—que, en efecto, había “propiciado” la intervención de
la Contraloría y encargado a la viceministra Esparch
una investigación propia— consideró, según parece,
que no era ya momento para cautelas diplomáticas y
se movió en forma decisiva. Su ultimátum del 28 de
noviembre a Reinoso (redactado cuando supo que iba
a salir la investigación de Caretas n.º 1953) fue un
jaque en la jugada previa al mate burocrático. Reinoso
no tenía ninguna posibilidad de responder satisfac-
toriamente a las informadas y precisas exigencias del
Ministro. Apenas podía intentarlo, atollándose más
en el proceso, como en efecto hizo, para permitirle
a Wagner declararse insatisfecho con las respuestas
y hacérselo saber al Congreso (por intermedio del
congresista Gonzales Posada) y la Contraloría. A esas
alturas Reinoso ya aparecía totalmente descalificado
para el comando y no le quedaba otra cosa que renun-
ciar, como en efecto hizo.
Lo más interesante de ese proceso fue la negociación
entre Wagner y García. Todo indica que este tuvo poca
disposición para realizar los cambios expeditivos que
Wagner propuso, pero que se vio obligado a proceder
cuando el Ministro de Defensa jugó las cartas del ulti-
mátum y su pública insatisfacción con Reinoso.
Wagner, leal ministro al fin, lo explica de forma diferente.
Según él, cuando estalló la crisis de acusaciones mutuas
entre Reinoso y el general EP Rafael Hoyos, García le dijo
que el Ejército era una “institución con graves proble-
mas… hagamos los cambios en el momento oportuno”.
Eso quería decir a fin de año, señala Wagner. “Hemos
venido aguantando”, dice el Ministro, “pero decidimos
hacerlo para que todo estuviera listo antes del Día del
Ejército.” En ese trance, sin embargo, García tuvo palabras
gentiles hacia el renunciante general EP Reinoso.
¿Por qué habría querido García suavizar el aterrizaje de
Reinoso? Creo que hay dos razones. La primera es la in-
fluencia que tienen sobre él algunos militares del arma de
Ingeniería. Ingeniería es desde el 2000 lo que Artillería fue
en la década de 1990. Hay una protección mutua dentro del
arma y el propósito de mantenerse en control del Ejército.
Algunos de los militares retirados que estuvieron cerca de
García durante la campaña, como el general EP (r) Carlos
Tafur, ex comandante general del Ejército, y el general
EP (r) Luis Palomino, son de Ingeniería. También lo son
el general EP Reinoso, el comandante general saliente, y
el general EP Edwin Donayre, el entrante.
Según fuentes cercanas a la toma de decisiones en Pala-
cio, es probable que García haya sido, antes que Wagner,
el factor decisivo en el nombramiento de Donayre como
Comandante General. Y que el Ministro de Defensa
haya logrado, en cambio, los otros nombramientos,
que han significado un remezón en la estructura de
mando del Ejército.
Wagner niega que el proceso haya sido así. “Yo propuse
a Donayre” —dice—. “Había que escoger un divisio-
nario y mantener a la vez el objetivo de renovación
generacional… que suban las promociones del 75 y el
76… eso forzó, por ejemplo, la salida de Williams, por
quien tengo mucha estima.”
No solo Williams. Todos los otros generales de división
(Prado, Hoyos, Soto Hoyos, Cárdenas, Martos, Vera,
Contreras y Sánchez) fueron dejados de lado. El Go-
El combustible es propicio para el robo, pues su uso no deja, en principio, otra huella que no sea aquella que provoca en la capa de ozono. Por eso, si no hay una fiscalización precisa del uso de maquinaria, especialmente de vehículos, es muy difícil detectar si se ha utilizado efectivamente o no.
23Política
recién nombrado comandante general Edwin Donayre.
bierno ascendió, en cambio, a tres generales de brigada
(Cateriano, Vargas y Guibovich) para colocarlos, ya en
el rango de divisionarios, como Jefe de Estado Mayor,
Inspector y Jefe de la Región Militar del Centro. Esto
no fue solo un seísmo institucional (aunque menor),
sino representó un nuevo mapa en la proyección de
liderazgo futuro en el Ejército. El cambio, de paso, ha
sido tomado, hasta donde he podido ver, muy positi-
vamente por los militares.
¿Qué representa Donayre en ese esquema? Difícil sa-
berlo, por ahora. Quechuaparlante, dinámico, capaz,
Donayre era considerado, sin embargo, como un militar
particularmente cercano a Reinoso, a quien sucedió en
la Región Militar del Sur y quien lo trajo a Lima luego de
defenestrar al general Rafael Hoyos. Hay quienes creen
que ha mantenido el objetivo de cuidarle las espaldas a
Reinoso y velar por la predominancia de su arma sobre
las demás. Pero otros piensan que Donayre tiene un juego
independiente y que difícilmente va a contaminar el inicio
de su gestión con la defensa o protección de quien deja
el cargo bajo la sombra de graves cargos y acusaciones.
Fue Donayre, en efecto, quien firmó la carta en la que
se denunciaba la mala calidad de una serie de compras
en el Ejército: desde raciones de campaña malogradas o
fermentadas hasta cuerdas inseguras. Eso alimentó el
proceso de investigación que terminó con la salida de
Reinoso. ¿Se le pasó a Donayre? “Qué va” —dice una
fuente militar—: “ese fue un error muy meditado.”
Wagner, quien “investigó bien” a cada uno de los
oficiales promovidos, tuvo por lo menos una charla a
puerta cerrada con Donayre, y salió satisfecho de ella.
“No oculta su amistad con Reinoso, pero me pareció
claro que es un hombre de criterio independiente”,
dice el Ministro, “y que participará activamente en las
reformas que vamos a llevar a cabo.”
¿Será así? Las primeras semanas de gestión indicarán
a qué atenerse respecto de Donayre. Hay, para empe-
zar, algunas decisiones prontas que serán reveladoras.
¿Ordenará facilitar el trabajo de la Contraloría, o no?
¿Dará pasos decididos para eliminar la corrupción y las
prácticas que la favorecen dentro del Ejército, o no?
El cambio de comando en el Ejército no resuelve nada
por sí mismo. Solo si se energizan más las investiga-
ciones y se procesa a los responsables, y si se establece
mejores sistemas de control, fiscalización y rendición
de cuentas, se podrá eliminar la hemorragia de recur-
sos, el socavamiento de eficacia y la erosión de moral
que representa la corrupción enquistada en el tope de
una institución vertical.
Después del deprimente retroceso de estos años, tanto el
Ministro de Defensa como el comando del Ejército tienen
por un corto lapso la oportunidad renovada de iniciar la
reconstrucción moral y profesional de lo que Montesinos
y sus cómplices demolieron en el Ejército.
“No tendría sentido haber hecho ningún cambio si
no fuéramos a proceder con reformas inmediatas”,
dice Wagner, “y el nuevo equipo garantiza que así
será.” Por lo pronto, añade, las investigaciones
están en marcha. Además, la Dirección de Logística
va a pasar por “una reorganización total”. Si hasta
ahora había una gran discrecionalidad de los jefes
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en la administración del presupuesto y “un enorme
manejo en efectivo”, ahora “hasta el último centavo
pasará por el SIAF”.
En los otros institutos armados no llueve como
en el Ejército, pero tampoco escampa del todo. En
la Fuerza Aérea hay una confrontación casi abierta
entre el saliente comandante general, teniente ge-
neral FAP Felipe Conde, y el jefe de Estado Mayor,
teniente general FAP Augusto Mengoni. Conde, que
pasa al retiro, trata de evitar que Mengoni asuma la
Comandancia General. Tiene buenas posibilidades
de lograrlo. Aparentemente, el candidato de Wagner
para la Comandancia General de la FAP es el teniente
general FAP Miguel Gómez.
En la Marina, de los seis vicealmirantes, dos tienen me-jores posibilidades de asumir la Comandancia General: Eduardo Darcourt y Jorge Montoya. El vicealmirante José Aste es considerado todavía joven como para ter-ciar en la competencia. Darcourt sería normalmente el favorito, excepto por una razón: es un Foes, un oficial de la Fuerza de Operaciones Especiales. Y tradicional-mente en la Marina no comanda el anfibio ni el que se
sumerge sino el que flota.
“Eso no es determinante”, dice Wagner. Además, parece
que ninguno de los dos afrontará problemas de desem-
pleo. El que no sea Comandante General de la Marina
pasará a ser Jefe del Comando Conjunto.
En el Ejército, de nuevo, el nombramiento de los nuevos jefes de región se hará virtualmente a la par con las listas de invitación al retiro. “No se va a reabrir el proceso de ascensos” —dice Wagner—; “solo se ascendió a tres brigadas al grado de divisionarios… pero cuando no haya divisionarios para cubrir un comando, se nombrará un brigada… buscaremos que el proceso de ascensos el próximo año sea limpio y
transparente.”
“Lo que no hemos querido hacer”, concluye el Mi-
nistro de Defensa, “es salirnos del marco de la ley
vigente. Cabía la posibilidad de promulgar un decreto
de urgencia para reorganizar el Ejército, pero eso
hubiera sido inconveniente. Hemos procedido dentro
de la ley. Fuerte, pero dentro de la ley vigente… la
serenidad rinde frutos.”
Difícil decirlo en la estación de siembra. Habrá que ver
cómo se llega a la cosecha.
En el Ministerio del Interior, el estilo impuesto por los médicos y ex funcionarios del Ministerio de Salud que asesoran a su colega Ministra es ya evidente. La traducción de métodos de salud al orden público resulta interesante y, en por lo menos un caso, el de la Sanidad
de las Fuerzas Policiales, positivo.
En lo demás, se aproximan cambios importantes en el
liderazgo de la Policía Nacional. Todo indica —por lo
menos es lo que pude sacar en claro de una conversa-
ción con la ministra Mazzetti— que a fines de diciem-
bre el general PNP Luis Montoya dejará el comando
de la Policía. Operativo, adicto al trabajo, Montoya ha
tenido un liderazgo confiable y en general eficiente,
que ha trascendido la gestión de varios ministros. La
selección del nuevo Director General de la PNP va a
ser, sin duda, una de las mayores responsabilidades de
Mazzetti en estos meses. Parece que ella piensa tam-
bién en un “cambio generacional”. Hay, por lo pronto,
varios generales ambiciosos que ya mueven fichas, ope-
rativas y de inteligencia, para que los enfoque la mejor
luz en el momento adecuado. Por eso es importante
que la decisión sea tomada relativamente temprano
en el mes. Sobre todo teniendo en cuenta que es muy
probable que tengamos un verano proceloso.
inclusiones
Dado que en el número pasado entrevisté al Pri-mer Ministro, quise hacerlo en esta ocasión con el Presidente de la República. Pero como no logré otra respuesta que el silencio burocrático, busqué a Alejandro Toledo cuando llegó a Lima. Se trataba, al
fin, de entrevistar al Presidente.
Lo encontré el domingo 3 en una fiesta por su propio
cumpleaños que hizo Adam Pollack en las afueras de
Chaclacayo. Era una combinación de pachamanca recar-
gada con festín transilvano, en la que Pollack lograba
esplendores medievales de horno y de parrilla. Toledo
fue aplaudido al llegar y rodeado por nostalgias tem-
pranas del grupo heteróclito de invitados que convoca
Pollack, el Mynheer Peeperkorn de Chaclacayo.
Al día siguiente fui a entrevistar a Toledo a su casa
en Camacho. Estaba preparándose para salir al
aeropuerto, rodeado por parte de su entorno de Pa-
lacio (entre ellos Luis Alberto Chávez) y por Carlos
Ferrero —actuando siempre como el Pepe Grillo del
entorno—. Es decir, pidiendo moderación, ponde-
ración y formalidad a un Toledo que, como siempre,
25Política
se complace en contradecirlo y en contradecir a sus
diversos interlocutores.
Estaba con una gripe fuerte, pero animado. Su gramática castellana, me temo, había retrocedido algunos pasos. No sé si a causa de Stanford o del Panadol. Pero estaba muy animado. Había tenido un desempeño exitoso frente a la paupérrima comisión que lo interrogó y, en términos generales, su retorno al Perú había sido
positivo para él.
Ahora, parecía decidido a mandarle un mensaje a Gar-cía. Había convocado a periodistas de los medios, que
esperaban en la puerta de su casa.
Ante ellos, atacó al procurador Ríos Patio y prometió enjuiciarlo hasta el fin, sin explicar qué quería decir exactamente con eso. Luego, cerró bruscamente su declaración con el golpe buscado de efecto. “Si me quieren revisar cada factura para ver cuándo mandé flores, está bien. ¡Que me revisen la compra de flores, pero revisemos también la compra de Mirage!”. Media vuelta y entró en su casa.
La transmisión había sido en directo, y el mensaje, enviado.
Veinte minutos después, mientras trataba de sacarle una declaración on-the-record sobre el TLC, vino su
secretaria con un celular en la mano.
Lo llamaba Alan García.
Riendo, Toledo tomó el teléfono. Por lo que pude
escuchar, el diálogo fue entre dos cundas que se dri-
bleaban para lograr una mejor posición verbal. García
lo invitaba a Palacio. Toledo decía que tenía que ir al
aeropuerto. Finalmente fue y, en medio de un diálogo
que en lo privado siguió siendo entre criollo y acriollado
y en lo público entre estadistas (pese a las rispideces
gramaticales y las eventuales huachaferías), García
y Toledo se aproximaron a una tregua y un mayor
entendimiento.
¿Es eso positivo para el país? Sí, en tanto el acercamiento
sea puntual, sobre temas de Estado, y no excesivo.
“Esto es histórico”, dijo en algún momento Toledo entre
la risa y la típica modestia.
Lo que confirma que la historia (a veces la historieta)
se escribe también con faltas de ortografía.
Dado que en el número pasado entrevisté al Primer Ministro, quise hacerlo en esta ocasión con el Presidente de la república. Pero como no logré otra respuesta que el silencio burocrático, busqué a alejandro Toledo cuando llegó a lima. se trataba, al fin, de entrevistar al Presidente.