Fragmento del libro Hágase el piola, usted que es un mamerto
de Nerdier Caseload Tortoni: Prólogo y cuento de mariposas y
viento.
Presentación del Traductor:
Muchos conocen el elaborado y frágil estilo que imprime en la
escritura el literato y dramaturgo Suizo Nerdier C. Tortoni.
Vale hacer una breve pasada por la vida de nuestro autor elegido
para este humilde pero sentido reconocimiento, en este libro de relatos. La
interpretación, el goce y el disfrute de sus obras se enaltecen con igual
proporción al conocimiento de su niñez, su crianza y los golpes que la vida -y
su madre- le han sabido ofrecer intempestivamente durante toda la vida de
nuestro artista.
Proveniente de una familia humilde del sur de Suiza, en la triste y
nevada ciudad de Bestchwanden, cercana a los montes Mittelwad, Nerdier
Caseload Tortoni, nace alrededor de 1945. Se cree que en el mes estival de
julio. Si bien la fecha de nacimiento está asentada en el registro de personas
Suizas con fecha 12 de noviembre de 1951, se sabe que ésta es ficticia. Su
propia autobiografía, en la página 170, hace referencia a su supuesta fecha de
nacimiento y a sentirse una persona menos jovial de lo esperado, y aclara, sic:
“…me siento mas o menos 6 años mas viejo… si es que tal cosa pudiera
sentirse con seguridad. Es posible que semejante hecho deba atribuirlo a mi
vida poco sana o que mi fecha real de nacimiento se corresponde con algún
día del mes estival de julio del año 1945 y no con el 12 de noviembre de 1951,
como acusa mi documentación peronal”. Y agrega: “Desde muy pequeño
sospeché de mi verdadera edad, pero confirmé mis teorías acerca del asunto
el primer día de clases cuando mi madre me trataba de explicar y justificar,
con excusa de la alimentación rica en grasas, acerca de mi cambio de voz y mi
barba prematura para un niño de 6 años, cosa que llamaba la atención de
madres, alumnos y docentes. Incluso sentía la mirada y el señalamiento por
parte de algunos de ellos, cuando no la burla. Acto seguido a su disquisición y
ante mi expresión de descreimiento y desazón, me confesó que yo ya tenía
alrededor de 12 años en ese momento, y que, si seguía llorando me borraba la
sonrisa de un golpe certero entre los dientes”.
Por ese entonces, y con la segunda guerra mundial en auge, de moda
digamos, las instituciones estaban desordenadas y abocadas mas vale al
registro de bajas que de altas, por lo tanto era bastante común no tener una
fecha exacta de nacimiento, lo cual genera una incerteza sobre la edad de
Nerdier, y también este hecho se hace responsable del apodo que supiera
recibir en su niñez. Nerdier “impreciso” Tortoni fue el nombre con el que se
lo conoció durante toda su educación inicial y hasta el momento actual. Aquí
aprovecho la disertación para despejar las dudas sobre el mote asignado,
ganado a fuerza de burocracia institucional y no por su torpeza e
impuntualidad en el juego de cestobol, como se cree en general. Nuevamente
citándolo en su autobiografía, página 286: “Si bien era un desastre para
cualquier expresión deportiva y de coordinación corporal, parecería que
poseía un don especial con el cestobol, en donde era singularmente
enclenque. Ya desde mis primeros pasos me era muy difícil coordinar la
caminata, el movimiento de pies uno tras otro, mucho mas complicado me
resultaba entonces el cálculo de trayectoria de una pelota viajando a través
del aire, bajo la acción gravitatoria, hacia mi persona para poder atraparla de
un movimiento certero. Los abrazos desafortunados que terminaban por
saludar el balón en retirada al suelo, y que se representaban como manotazos
desesperados al aire, eran frecuentes, y los brazos siempre llegaban tarde al
paso de esférico, lo cual era bien recibido por los rivales, y generaban cierto
odio de algunos de mis compañeros de equipo, mientras el resto sólo avisaba
de lo observado con risas y carcajadas. Impuntuales eran mis atrapadas, al
punto que nunca pude concretar una. El mote de impreciso, entonces había
tomado otro sentido, y describía otra parte de mí personalidad.”
Su familia fue crucial en la conformación del temperamento de
Tortoni. Recordemos que su padre era un italiano, sastre de oficio. Lampiño y
de rostro aniñado; portaba un esqueleto alto, pero de contextura delgada, lo
cual generaba una curvatura en la parte superior de su espalda, y se asemeja
al bien parecido Nerdier, o al revés. Don Antoni Di Tortoni había abandonado
su tierra natal de joven como contramaestre y costurero -y vaya uno a saber
que más… - dentro de la tripulación de un barco mercante, surcando las aguas
de los mares Adriático y Mediterráneo. Toda su vida mantuvo el oficio de la
costura, con la cual sustentaba el hogar.
Se arraigó en Suiza años mas tarde, yendo por tierra esta vez –Suiza
carece de puertos-, escapando de la primera guerra mundial y en busca de un
buen reloj. Por este hecho, y sumado a su oficio, se cree que era fanático de
las agujas.
Su madre era una alemana gimnasta, una corpulenta dama de rasgos
sajones. De cabellera rubia y corta que llegaba por sobre los nutridos
hombros, poseía ojos azules e intimidantes, la cara se designaba firme con
pómulos marcados y llenos de un rosa profundo, circundado por varias venas
y arterias rojas y azulinas. Con un rictus de seriedad emblemático y distintivo
de los pueblos alemanes. Podíamos definirlo como un rostro casi inexpresivo.
Fue medalla de bronce en la categoría de lanzamiento de martillo en los
Juegos Olímpicos de Alemania 1936, y medalla de plata en la categoría lucha
libre en Inglaterra 1944. Por ese entonces la lucha libre era sólo para el
género masculino, por lo cual, Christina Schütze, la madre del susodicho, tuvo
que dejarse la barba para confundir al jurado y poder participar en la
competencia. Con un vello facial tupido y cerrado -el cual posiblemente se
veía ayudado en su crecimiento por hormonas esteroideas- y con su morruda
contextura no le fue difícil embaucar a los organizadores y jueces, ni obtener
el segundo lugar en el torneo.
Treinta años mas tarde don Nerdier imitaría a su progenitora.
Imitaría el hecho de dejarse la barba, no el de practicar la lucha libre. Las
imágenes que fueron tomadas a Nerdier tenían un denominador común: el
perfil bordeado de una prolija cabellera, una pipa y su barba. La barba era un
símbolo propio de su señora o señor mamá y su imitación era, no tanto por
una cuestión de estética propia y narcisista, sino mas bien en honor a su
madre. Porque él admiraba lo bien que le quedaba enmarcando su rostro
anguloso y reservado de mujer mayor.
La dificultad para la comunicación en la niñez de Tortoni era
adecuada a las épocas del hombre de neandertal. El diálogo era por demás
escaso. Era muy difícil para una alemana entender un italiano hablado
alemán y viceversa, al padre de Nerdier le costaba mucho comprender a una
alemana hablando italiano. Sumado al hecho que eran marido y mujer, lo cual
empeoraba la situación de poder o querer entenderse. Sin embargo, el
lenguaje de señas y gruñidos, que son una herramienta universal, fue la mas
utilizada en la casa del joven Nerdier. Por lo tanto Nerdier de niño era algo
tímido y temeroso, pero disfrutaba mucho y comprendía a la perfección los
shows de mimos.
Nunca tuvo hermanos y hasta ahora se cree que es adoptado, o
simplemente no se encontraron razones científicas, ni otras, para poder
asumir una relación carnal entre la corpulenta madre y el afeminado padre,
sin que el segundo hubiera muerto en tal suceso. Su autobiografía aclara en la
página 369, haciendo referencia a la sexualidad de sus padres y las sospechas
de no ser hijo natural: “Viendo las cosas con un poco de objetividad, creo que
mi padre era homosexual, y mi madre era padre... de ahí mi sospecha que soy
adoptado”
Poco se sabe de sus estudios y su formación. Si bien su autobiografía
da cuenta de varios colegios de letras, universidades europeas y charlas en
bares, no hay registros acerca de un título formal en su paso académico. Es
muy posible que su tenaz convicción por las letras lo hay llevado a ser
autodidacta. En la página 938 de su biografía, hace referencia a las tertulias y
encuentros académicos con grandes pensadores y filósofos de la época: “tal
era mi tozudez en aprender los temas relacionados con la filosofía y el
conocimiento, que luego de ser expulsado de varias universidades y
colegiados de letras por presuntas actuaciones que aberraban la paz
estudiantil y acusándome a su vez de estar bajo el efecto de drogas ilegales, es
que encuentro un lugar beneplácito en las reuniones que realiza el Grupo de
Filósofos Suizos, en diferentes bares de las ciudades mas importantes del
país, en donde se recrudece mi amor por la escritura, el conocimiento y los
estupefacientes. Todo eso era necesario, no habría manera de poder
sobrellevar esas reuniones de otra manera. Las reuniones se plagaban de
profesionales de distintas áreas relacionadas con el saber, con la ciencia y los
estupefacientes”.
Sus obras, escasas pero sentidas, recorren en un amplio espectro los
relatos y racontos cotidianos. Mezclan con una profunda dicotomía, lo banal
con lo inentendible del ser humano, llevándolo al absurdo. Sus seguidores
creemos que esa forma de arribar al arte viene dada por una excepcional
visión del mundo. De un poder especial de resumir y a su vez, contraencarar
lo maravilloso con lo mundano. Que su supremacía literaria se enmarca en un
raro desorden neuronal, alguna enfermedad extraña, que deriva en la
genialidad excelsa. También, por un lado, algunos especialistas literarios
hablan de una simple dislexia exaltada por una ignorancia galopante. Por otro
lado los médicos afirman que es un caso de estupidez, y que sus obras son
basura pura. Pero qué saben los críticos de arte de medicina y los médicos de
literatura. De esta manera desestimamos los comentarios maliciosos y con
falta de potestad académica de ambos rubros profesionales, para evaluar sus
trabajos desde la simpleza del hombre común y de la conexión de éste con
aquellos.
Cada relato nos llega a lo profundo de nuestro ser, a nuestras
entrañas. Tal es así que nos conmueve, o al menos eso creemos, ya que nos es
difícil seguir un hilo conductor e interpretar plenamente la idea de la obra, y
lo complejo de su escritura, para poder descifrar entre la conmoción del
espíritu y el enojo pujante. Nos es difícil enlazar y vislumbrar su estructura
endeble y retorcida. A la vez en cada nueva entrega nos regala un
cuestionamiento acerca de su salud mental. Ya lo habría expresado el crítico
de arte y conductor de televisión Alexandre Engelhardt de la cadena Suiza de
noticias Alpen Welle TV, en su columna semanal Literatura y otras porquerías
contemporáneas: No ha existido una crítica puritana e imparcial que haya
podido expresar el sentimiento que el artista vuelca en sus escritos. Nosotros
no vamos a ser la excepción, me siento herido personalmente y atacado
intelectualmente al leer parte de sus cuentos. ¡Es simplemente desastroso!
Estas idas y vueltas literarias, tan propias de su talante, los giros
descontrolados, las obras inconclusas, los insultos y manifestaciones de ira
que se encuentran prolíferas dentro de sus obras, eran reflejo de su propia
personalidad. Tal vez, toda su niñez y parte de su vida de adulto entreverado
en gruñidos y golpes le había generado algunos traumas psicológicos y
también marcas a nivel corporal, problemas médicos que marcarían el
sendero sinuoso de las palabras. Y también el acercamiento a los
psicofármacos, los cuales nunca pudo dejar.
Tal vez la personalidad ambigua, oscura, un poco indescifrable pero
a la vez, directa y franca que poseía Don Nerdier, se debía a pertenecer a una
familia disfuncional que hacía que su personalidad mutase raudamente y se
veía forjada también por una infancia violenta y una dudosa reputación de
literario mezclada con supuestas adicciones y malos hábitos, estos últimos
sostenidos por las acusaciones de quienes, creemos, lo envidiaban
profundamente en su habilidad nata para con las letras. No podemos afirmar,
si bien los jurados han fallado a su favor reiteradas veces, en su pronta
inocencia sobre los procesos judiciales que aún enfrenta, con la cabeza en
alto, escondido en la aparición pública y los paseos matinales, por miedos a
reprimendas y por temor a justicia por mano propia. Tal vez por estos
motivos, y otros mas, es que se ha convertido en un controversial escritor y
vanguardista en la literatura que él mismo denomina “movimiento literario
sentido”, haciendo referencia a la búsqueda de sentimientos, no importa
cuales sean, en los lectores.
La complejidad y desarreglo de sus escritos, el modo en que trataba
los temas mas vulgares y comunes, y a su vez, su lenguaje soez y de mal gusto
sumado al intrincado camino de las historias llegaban a ser tan embrolladas y
arremolinadas que muchos de sus lectores terminaban exhaustos,
nauseabundos, mareados o directamente vomitando el almuerzo sobre el
libro, inclusive sin haber leído o almorzado.
Con esta pequeña introducción damos paso al trabajo que creemos
su obra prima, o póstuma, aún no lo sabemos. En ella podremos apreciar un
pequeño prólogo que realiza el autor, previo al cuento central de su libro
“hágase el piola usted, que es un mamerto”. Cabe destacar que se trata de una
pequeña adaptación realizada con el fin de no perder el valor nativo del
relato por la traducción.
La historia se desarrolla en tierras argentinas. Posiblemente le fue
acercada al narrador en unos de sus frecuentes y secretos viajes por
Sudamérica. Las excusas de viajar a tierras del nuevo continente para
conseguir un buen café, recuerdos baratos del obelisco o pelos de burro para
sus cepillos dentales, pronto fueron tomadas por poco serias y desestimadas,
luego que se hiciera público un romance con la hija de uno de los
narcotraficantes mas importantes del cono sur.
El traductor.
Prólogo (adaptación)
Éste el resumen de una historia real. Me atrevo a decir que es un buen
resumen, no porque lo escriba yo, ni mucho menos por la calidad sino más bien
por lo escueto de la redacción. Asintamos con la cabeza mientras digo que un
buen resumen, debe ser corto. Estamos de acuerdo entonces. Sumar al hecho la
veta concisa del asunto también que, si es bueno y breve, entonces dos veces
bueno, o al menos, malo y breve, una vez malo.
A su vez, no quiero desmerecer la anécdota que me contaron y en tal
sentido, trataré de hacer mi mejor esfuerzo en reivindicarlo, si no es que lo hago
directamente sin tratarlo.
Para la persona -la cual prefiere mantenerse en total anonimato- no es
poca cosa, ya que me ha compartido una vivencia. Y eso es, para mí, invaluable.
Por varios motivos. Por el acto de compartirse, y también por el hecho que me
había caído justo. Justo en un momento donde tenía la percepción avivada y por
ahí en esos momentos, cualquier palabra te dice algo, entre líneas, o mas allá.
Me había calzado justo. Me cae bien para tratar de entender, un poco al menos,
algunas situaciones que suceden y que no vienen al caso explicarlas ni
explicitarlas, por más que sean sencillamente la raíz de haber aprovechado el
relato, y en principio también, dilucidado lo que la historia decía; mas de lo que
el locutor tal vez quería comunicarme. Mucho mas de la superación personal,
de su alegría, de lo maravilloso y fuera de lo común del asunto.
Entonces, para ser concreto en la fe de la buena voluntad, uno trata de
hacer lo mejor que puede. He escuchado esa frase hasta el hartazgo
últimamente. No deja de ser cierto por reiterativo que se vuelva. Uno hace lo
que puede, como le sale, digamos. Y no sé si uno debería sentir culpa por eso. Tal
vez si, tal vez la culpa dependa de qué tan fuera de lo pautado uno se aleje en lo
que le sale, de qué tanto sabe que se hace el idiota por mezquino o angurriento.
Claro, hay que aclarar que poco tiene que ver la culpa con hacerse cargo, pero
eso es otra historia. Mas larga, más áspera, mas difícil y habría que agarrarla
con más ganas. Y ahora no tengo, tengo ganas de pasar otra a historia. Por eso
pido disculpas de antemano, a quien, gentilmente, me ha prestado una parte de
su vida, que desde ya se ve que fue importante, para que yo pueda deformarla
hasta hallar un resumen que me satisfaga y a la vez, pueda libremente
tomarme el atrevimiento de hacer hincapié sobre las ideas que a mí me llegan
diferente y me dicen algo.
No está de más recordar entonces, que me han contado esta historia
en un momento bastante preciso para mi persona, en donde la precisión tiene
que ver con la búsqueda de respuestas, respuestas que no están, que ni siquiera
habría que buscar, pero yo las busco, al menos un rato… dentro de cierto dolor y
rabia, sin embargo en contraposición a eso, fue narrada con cierta alegría,
porque fue un momento especial para quien ha cedido los derechos de la
narración en mis torpes pero verborrágicas manos.
En ningún momento esto trata de convertirse o de ser una historia de
autoayuda, de encuentro con la verdad, con el ser, con el yo, el queseyó y todas
esas mierdas. Si esperan algo así, ya les digo que cierren donde están. Que
agarren la 38special de un amigo y se peguen un tiro en la sien, lejos de mi
casa, ya que no me gusta la sangre. Me hacen un favor. Y se hacen un favor a
Uds. y a la humanidad.
La siguiente historia, podría intitularse Mariposas o Mariposas
blancas. Mas allá de lo afeminado del título, de lo romántico que puede llegar a
sonar, me parece un buen título. Contundente, preciso, definido. Sólido. Sin
embargo, es posible que devele cierto misterio que se quiere generar en el
relato, y por eso no lo utilizo, y llamo al el relato Mariposas, el mas allá. Lo cual
no sólo no tiene ningún significado directo ni conciso, al menos para mí, y deja
con intriga, mínima pero intriga al fin, sobre el desarrollo de la historia, sobre
el mensaje, la combinación de el mas acá y el mas allá, y sobre todo, la pregunta
tácita y directa acerca si es que estoy drogado. Por tal motivo, y para no andar
generando sospechas de mi estado farmacéutico, es que cambio nuevamente de
idea, porque como dice la frase, latiguillo de los panqueques y arrepentidos:
“solo los muertos y los estúpidos mantienen siempre la misma opinión”. Y como
el dicho no habla de drogadictos, por ahí creen que nada tiene que ver con esto,
pero como no me considero muerto, por lo tanto no me quedan muchos
conjuntos de pertenencia en esa sentencia si es que podríamos hacer diagramas
de Venn, los cuales serían conjuntos mutuamente excluyentes, no obstante, si
bien es factible mi estupidez, me obliga a cambiar de opinión, al menos, por
conveniencia de imagen.
Evitando entonces las sospechas sobre mi sobriedad y mi adicción a las
drogas duras, es que intitulo el ensayo previo a la redacción final como
Dragones, blancuras, y la masa de los quassars: Una historia de vientos y
puertas. Con esto ya queda claro, luego de leer el cuento, mi comunión con los
estupefacientes y los cambios en la percepción y cordura o bien que me he
recibido de físico teórico, que al parecer según mi experiencia es mas o menos lo
mismo.
Siguiendo en el mismo camino, el de la búsqueda del mejor título y el
de no ir en cana, luego de arduas reflexiones mentales y por consejo de amigos,
parientes y dealers, es que vuelvo al título original. Pero agrego, para
ahuyentar la credulidad y las conjeturas fáciles, una cola pequeña de algunas
palabras, para por fin dar por terminado el título, empezar a escribir la historia
y echar por vuelo cualquier acusación de venta de narcóticos en los colegios
primarios.
Dos juicios, algunas acusaciones infundadas y otras un poco menos, me
han dado cierto tono de malhabido. Sin embargo, si bien no puedo exaltar una
inocencia inmaculada, puedo al menos caminar más o menos tranquilo por la
absolución de los letrados y sus magisterios a la vez que me conformo con un
“no hubo pruebas suficientes”. No es lo mas decente del mundo, pero reitero, me
conformo con eso. Quiero dejar bien en claro este asunto antes que lean el
cuento que estoy presentando, para esfumar ciertos prejuicios que se puedan
dar por asentados y desdeñen el valor primordial literario, y de vida, que esta
narración lleva en su seno. O en ambos.
Cuento de mariposas y vientos. (adaptación)
Yo sé que muchos de Uds., como yo mismo, no se erigen en cosas fantásticas.
Yo se que algunos de Uds. se niegan a creer en que la realidad puede ser tan
asombrosa que nos deja estúpidos, pasmados, boquiabiertos y desorientados.
El amor sin ir mas lejos, el amor a una mujer, o a un hombre, creo que posee
éstas características, y otras, pero al menos éstas de las cuales nos hacen
descreídos. Es posible que en la historia personal de cada uno, a veces nos
hagan salir de esas creencias, al menos por momentos.
Quiero en principio dedicar este cuento, entonces, a Candelabra Ani Liege, la
cual murió de cobardía hace un tiempo. Mi memoria atesorará de manera
invaluable, cada rato de plenitud que nos supimos entregar, haciéndolos
simplemente fantásticos.
En memoria de Candelabra Ani Liege.
Había pasado la noche, el sol entrerriano tardaba en mostrarse y poco
se dejaba adivinar detrás de los nubarrones. Hacía ya varios días que la lluvia
había ganado por sobre el celeste cada vez mas preciado por los veraneantes
amigos del rio Uruguay. La lluvia no refrescaba. Al menos no hacía que Madam
Celandine Fonur se olvide de su preciada estación anual, de lluvias y sol.
Irse de campamento a veces recuerda a cuando uno es niño, o niño
explorador, a risas, noches de fuegos, de juegos también, amistades, charlas
interminables, contemplaciones del cielo, las constelaciones, guitarreadas y
partidos de truco. También ayuda a recordar los dolores de espalda por las
incomodidades, a bañarse en baños precarios, a esperas de retretes, a
mosquitos en danza, chapuzones, afonías, quemaduras de sol y cansancio
extremo; pero todo eso carecía de importancia, porque se disfrutaba. Y Madam
Celandine Fonur llevaba un poco de eso bajo la piel. Aunque no pareciera,
porque era tan pituca ella, que para cualquiera que no la hubiera visto en esa
situación, acampando, le resultaría casi imposible adivinarlo, o siquiera
acercarse al gusto de la señora pacata a los ruedos del campamentismo.
Siempre arreglada, uñas, de pies y manos, iba siempre bien combinada de
colores, era llamativa pero a la vez rozaba lo elegante y señorial. Era difícil
imaginársela así nomas, ducha en cuestiones de estar embebida en el entorno
foráneo y forestal.
No sabemos bien porqué, y escapa al alcance de esta narración, una de
esas mañanas de lluvia decidió salir a caminar, bajo la lluvia. Tal vez la noche
álgida, los instigadores mosquitos, o la humedad perenne del piso de la carpa
fueron la causa… no sabemos y no importa. El asunto es que salió a caminar.
Sano ejercicio.
El lugar de acampe se encontraba recónditamente escondido de la
ciudad, a varios kilómetros de la primera ruta cercana, y sólo podía accederse
por caminos de tierra, algunos mejorados, y algo de ripio.
Los campos que circundaban los caminos eran despoblados de gentes y
aunque mantenían cierta fauna autóctona, no era común ver paisanos ni otras
bestias del lugar.
Madam Celandine Fonur había decidido, por puro capricho tal vez, y
aquí podemos darnos cuenta que no sabemos porque hace lo que hace, había
decidido ir hasta la ruta caminando, recorriendo el paisaje que la lluvia le
dejaba.
El camino era sinuoso, pero dejaba verse bastante y casi seguro se
vería hasta la última curva si no fuera por el torrencial. Los pastos altos
custodiaban como alfiles la lengua de tierra mojada que ofrecía el piso de la
entrada. Cada tanto un árbol apoyado en el alambrado divisor de la propiedad
privada, se asomaba medio tumbado hacia el norte, cubriendo parte de la zanja
colmada de agua. Una mata de pasto especial, que se distinguía del resto por lo
alto y por un degradé perfecto de un verdecito oscuro a un verde, casi amarillo
maíz que terminaba en la punta despilfarrada de peluchines blancos, iba
pasando del frente al costado, hasta haberla pasado por completo, y la cortina
de agua hacía su trabajo de olvido prematuro a la vista de la Madam.
Los pájaros ajetreaban el aire húmedo, con plumas secas, con esa
maldita capacidad de los pingüinos de mantenerse secos en el agua. Las colas
bífidas y largas de estas osadas aves, zapaban dibujos circulares y espiralados
por sobre el pelo mojado y suelto de la caminante, sobre un fondo de cielo gris
moteado entre claroscuros, pero iluminado, anunciando que era de día
plenamente, mientras el astro radiante persistía en su juego de escondidas.
Un principio de frío que no terminaba de declararse ganador se
asomaba por los hombros y espalda, mientras el pelo goteaba la liquides en
aumento que se juntaba entre mechón y mechón, sobre la camisa de hilo. El
sonido de los pies apretando los charcos desalineados e impredecibles que los
desemparejes del suelo creaban, se mezclaba con la armonía sonora del agua
sobre los pastizales y el desagradable chasquido de las zapatillas hechas sopa.
No podía escucharse nada mas. Cada tanto, impuntual y desaprendido, como
allá al fondo, un graznido de algún animal de corral y una ráfaga de viento que
le chiflaba en el oído, con ruido a viento. A poco de prestar atención empezaba
a sentir su propia respiración, que ganaba cuerpo ayudada por el paso
dificultoso que propiciaban las gotas que resbalaban por su nariz y mejillas. Las
pestañas húmedas y la verticalidad del agua que caía le hacían achinar los ojos
para poder ver cada tanto las aves y el cielo gris. Y veía todo mas o menos, y
cada tanto se refregaba los ojos, como si eso ayudara a ver.
Había un viento sin dirección establecida, mareado entre tanta
cuchilla, que era suave, como una caricia húmeda, pero decididamente aire de
campo. Que aunaba religiosamente los aromas de trigo, bosta y lluvia.
El camino, era mas o menos el mismo durante todo el trayecto. Sin
embargo una pequeña encrucijada, un cambio en el viento, o tal vez la
disminución en la intensidad de la lluvia, o el tomar conciencia de encontrarse
totalmente solitaria transitando el camino, hizo dudar a Madam Celandine
Fonur. De repente un miedo la ganó de pies a cabeza. Un temor se le hizo
presente en el andar tranquilo.
Sin más decidió, condicionada por lo irracional de su pánico, detener
su marcha y girar en torno a sus talones para emprender la marcha, veloz,
sobre sus pasos. Pero lo bello del camino, ya no se veía y no se apreciaba de la
misma manera que lo hacía momentos antes. El retorno, apresurado y bajo una
preocupación estúpida, generaba desagradables las imágenes que hasta hacía
un rato se esparcían plácidas como pinturas acuarela. El chiquero que
soportaba dentro de del calzado le generaba cierto asco y hasta el gris del cielo
parecía mas plomizo, como zincado dejando escondido por completo al sol.
Luego de unos cuantos pasos. Frenó nuevamente su andar. Mirando el cielo, se
preguntaba en que clase de estúpida se había convertido para no seguir
adelante en la empresa que se había encomendado en un principio. No estaba
dispuesta a prohibirse del placer del camino por semejante tontería. No sabía
cómo, o al menos yo no sé cómo, el valor le nacía tras esas palabras, brotaba de
su interior y le enmarcaba la cara de inamovible decisión. Crecía osada la
valentía y le tomaba todo el cuerpo, y la mente, el camino volvía ser el mismo.
Tomó nuevamente el rumbo inicial de su caminata y atravesó con
paso firme y con un aumento en su ritmo cardíaco, la encrucijada que tenía por
delante.
Al instante de haber atravesado el punto de retorno infructuoso, unos
metros en frente de su mirada lo mágico parecía concentrarse ante su
impávida, pero todavía concentrada mirada. Innumerables mariposas del
tamaño de la palma de su mano, transitaban de un lado a otro el camino. Eran
cientos. Cientos de mariposas blancas revoloteándole derredor a su humanidad.
El camino embarro se había transformado en la escena de un relato fantástico
inmejorable. En un acto de libertad plena y de satisfacción profunda, danzaba
junto a ellas en un vals imaginario, casi perfecto. Giroteando y despegando los
pies del suelo, realizando trompos inelásticos y chapoteando con la punta de las
zapatillas al mejor estilo del tap. Gritaba y cantaba, sin que los insectos con alas
inmensas y de recubrimiento micrométrico sintieran molestia alguna. Toda
acción de liberación volvía el cuadro mas increíble y mas íntegro. La felicidad la
colmaba por completo. La sonrisa vencedora la hacía verse joven y bella. Y el
instante inefable quedaba estampado en el sistema límbico y en las membranas
oculares, tomando el espacio entre conos y bastoncillos de cada ojo, para
siempre.
El cambio de percepción de su propio ser y el tomar el coraje le había
brindado un momento mágico, único por irreverente y surrealista. Y habría
tomado conciencia que vencer el miedo, no era mas que tener actitud y las
agallas para ello. Y fue tan fácil, que parece absurdo no haber seguido adelante,
una vez que pasaste la ocasión.
Anotó en su diario, al regreso del paseo: No hay mas que tomar el
valor. Pero esto es para los que tienen el temple necesario, los demás, no
entienden nada. Ahí los ves, volviendosé a la casa con "el que habrá sido"
entre las patas.
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