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Del odio al amor
Andrea Milano
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“El odio no disminuye con el odio… el odio disminuye con el amor”
-Buda-
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© Abril 2012-Segunda edición.Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total oparcial sin autorización.Edición y diseño de portada: de la autora
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Prólogo
Lookwood, Inglaterra, 1997.
Las campanadas de la catedral anunciaron el final de la misa. Los feligreses, como
cada domingo a la mañana, fueron abandonando lentamente el lugar. Una sonrisa
sobria se dibujaba en sus labios después de oír el sermón del reverendo Bennet.
Arielle Gibson, de catorce años, caminaba con parsimonia al lado de sus
padres. Asistía religiosamente a misa cada domingo desde que tenía uso de razón.
Helen y John Gibson venían ambos de familias con fuertes convicciones religiosasy habían sabido inculcarle su fe a su única hija. Nadie, en Lookwood, dudaba que
fueran las personas más devotas del pueblo.
Helen sostenía la mano de su hija entre las suyas mientras bajaban las
escalinatas de la catedral en dirección a la calle. Detrás de ellas, John Gibson las
seguía bien de cerca.
Arielle alzó un poco su cabeza y observó a su alrededor. Los asistentes a lamisa dominical se iban dispersando y el lugar se fue quedando desierto. El corazón
de Arielle dio un vuelco en el pecho cuando alcanzó a divisar a un grupo de
muchachos en el parque ubicado frente a la catedral. Eran de su escuela y los
reconoció de inmediato; pero sin dudas, uno destacaba del resto.
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Los curiosos ojos de Arielle se posaron en él. Su apariencia siempre la había
intrigado, no era como los demás muchachos a los que estaba acostumbrada a
tratar. Llevaba el cabello negro largo hasta los hombros y se vestía de una manera
que estaba segura hubiera escandalizado hasta al mismísimo Satanás. Pantalonesvaqueros raídos y camiseta sin mangas. Además fumaba y siempre estaba rodeado
de chicas, como en ese momento en el cual una pelirroja menuda y demasiado
efusiva se colgaba de sus brazos.
Arielle apartó la vista cuando se dio cuenta que él la había atrapado
mirándolo.
No sabía mucho del muchacho, compartían la misma escuela aunque él ya
estaba cursando el último año. La única información que tenía de él era que se
llamaba Noah Macfadden, que había llegado hacía poco desde algún lugar de
Londres y que vivía junto a su madre cerca de la vieja fábrica Newton, en las
afueras del pueblo.
Cuando pasaron junto al grupo de adolescentes, los padres de Arielle les
lanzaron miradas desaprobatorias, como condenando el hecho de que perdieran eltiempo en el parque en vez de asistir a misa.
Arielle volvió a agachar la cabeza pero pudo escuchar los cuchicheos y las
risas a sus espaldas. Helen y John aceleraron sus pasos y Arielle tuvo que hacer lo
mismo.
—¡Habéis visto, chicos! ¡ Arielle, la puritana ni siquiera se ha dignado a
saludarnos!
Arielle se detuvo en seco. Su madre apretó su mano con fuerza y trató de
obligarla a continuar pero ella no pudo.
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—Hija, no los escuches. —Miró hacia el grupo que se burlaba de su hija—.
Llevan el demonio en el cuerpo, su maldad no puede tocarte.
Arielle hizo un gran esfuerzo por controlar las lágrimas que amenazaban
con brotar de sus ojos. En la escuela muchos de los chicos se burlaban de ella y de
su apariencia pero era la primera vez que la llamaban así. Y no necesitó darse
vuelta para saber quién era el que lo había hecho. Noah Macfadden no se detenía
ante nada cuando se trataba de herir a los demás. En el poco tiempo que llevaba en
la escuela había sabido ganarse su lugar; era temido por muchos y respetado por
pocos. Gamberro, rebelde y manipulador eran los adjetivos que mejor lo definían.
Quizá su madre tenía razón y Noah Macfadden llevaba el diablo en el
cuerpo. Cerró los ojos para evitar las lágrimas y miró a su madre. Helen la
contempló comprensivamente y le sonrió.
—Nada ni nadie podrá hacerte daño, hija. El Señor te protegerá.
Y Arielle deseó creer con todas sus fuerzas en las sabias palabras de su
madre.
***
Una semana después del incidente a la salida de la misa, Arielle se preparaba para
asistir a su clase semanal de solfeo ya que su madre había insistido en que su hija
estudiara música desde muy pequeña para poder integrar el coro de la iglesia. La
verdad es que Arielle nunca supo si había sido aceptada por sus cualidades vocales
o por las influencias de sus padres. Poco le importaba; le gustaba el canto y a pesar
de que su madre no veía con buenos ojos que ella entonara canciones que estaban a
la moda, siempre conseguía hacerlo a escondidas, gracias a Pippa, una de sus
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compañeras del coro, quien le conseguía los discos de Take That o Westlife , sus
grupos favoritos. También le prestaba las revistas que las demás chicas de su edad
devoraban y comentaban en clases. Claro que Arielle las guardaba en un lugar
apartado de su armario para evitar que su madre las encontrara.
Se ató el rubio cabello en una cola de caballo y se miró al espejo una vez
más. Su vestuario, el que elegía su madre para ella, consistía casi siempre en
blusas impecablemente blancas con el cuello cerrado y faldas que llegaban más allá
de las rodillas. Nunca había usado maquillaje cuando sus compañeras de escuela
hacía mucho que habían aprendido a maquillarse para sacar provecho de sus
encantos.
Respiró profundamente, cogió su mochila y salió hacia la sala. Allí, se
despidió de su madre con un beso en la mejilla y recibió su bendición. La academia
quedaba a tan solo unas pocas calles y se iría caminando para aprovechar la tarde.
Miró su reloj, iba a llegar tarde si no se daba prisa. Decidió cortar camino y
para hacerlo, atravesó el terreno baldío ubicado detrás de la pescadería del señor
Dempsey.
Iba tarareando una de las últimas canciones de su grupo favorito,
concentrada en la letra, cuando creyó escuchar un ruido. Continuó caminando,
ahora en silencio, mientras trataba de descifrar qué era aquel sonido. Rápidamente
se dio cuenta que aquella especie de gemido gutural provenía del interior de uno
de las tantos vehículos abandonados en el predio. Se acercó sigilosamente y
entonces distinguió una cabeza recostada en el respaldo del asiento delantero deun coche. Desde donde estaba no podía ver de quién se trataba y si ese alguien
estaba solo o no. Si pudo darse cuenta que era un muchacho. Tenía que acercarse
más si quería descubrir quién era. A medida que avanzaba, los gemidos se hacían
más fuertes. Arielle vio que se removía inquieto y tiraba la cabeza hacia atrás.
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Y fue en ese momento que reconoció a Noah Macfadden.
Se detuvo en seco cuando creyó que él había notado su presencia y la
descubriría.
—¡Oh, Dios! ¡Si… así… así!—lo escuchó decir entre gemidos.
Entonces descubrió que no estaba solo.
Observó, atónita, como la pelirroja que había visto con él al salir de la
iglesia, una semana atrás, sacaba su cabeza de la entrepierna de Noah y le sonreía.
Arielle se llevó la mano a la boca.
¡Aquella chica estaba…estaba…! ¡Oh, Dios Santo, ni siquiera podía decirlo!Cerró los ojos y se persignó tres veces en su afán por borrar aquella escena de su
mente.
Sin embargo, una fuerza desconocida, la obligó a abrir los ojos nuevamente.
Ahora Noah había sentado a la pelirroja sobre su regazo para enterrar su rostro
entre los pechos de ella que se asomaban por encima de su sujetador.
De repente, una oleada de calor subió por el cuello de Arielle. Sabía quetenía que marcharse; lo que sus enormes ojos azules contemplaban en ese
momento por primera vez, era la viva imagen del pecado. Noah y la pelirroja iban
a ser castigados por su comportamiento pero no dudaba que también ella sería
condenada a las llamas del infierno por quedarse a ver.
Retrocedió lentamente con las piernas temblorosas; asegurándose de que no
la descubrieran. Se giró sobre sus talones, dispuesta a salir de aquel lugar lo antes
posible, pero sin saber por qué, echó una última mirada al interior del coche.
Comprendió que se arrepentiría toda la vida de haberlo hecho.
Noah Macfadden la miró directamente a los ojos. Mientras tanto, la pelirroja
lo cabalgaba frenéticamente.
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Arielle se quedó paralizada cuando él le tiró un beso. Aturdida y
tambaleante, salió corriendo de allí y ya no volvió a mirar atrás.
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Capítulo 1
Londres, trece años después.
Arielle se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja mientras observaba su
reloj por quinta vez aquella noche, luego alzó sus ojos hacia la puerta de entrada
del bar y se dispuso a continuar esperando. Se había citado con Frankie, su novio, a
las nueve y él aún no había aparecido.
El camarero se acercó para preguntarle si deseaba algo más y ella le dijo que
no con una sonrisa. El pobre muchacho se quedó viéndola, embobado, sin poder
creer que le había servido un trago nada más y nada menos que a Arielle Gibson,
una de las modelos publicitarias con más renombre del país, la más deseada sindudas.
La puerta de calle se abrió y Frankie Ramsey atravesó el local raudamente
en dirección a donde estaba ella. De inmediato, Arielle percibió que miró de mala
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manera al camarero. Venía malhumorado y seguramente terminaría peor cuando
ella le dijera el motivo de aquella cita.
—Hola, cariño. —Se acercó y la besó en la boca, restregándole en la cara a
todos los hombres presentes que ella era de su propiedad.
—Hola, Frankie.
Frankie se sentó frente a Arielle y cogió su mano por encima de la mesa.
—Se me hizo tarde, perdona –se disculpó él sonriéndole cariñosamente.
—Frankie… debemos hablar –dijo en un tono serio Arielle retirando su
mano.
Frankie frunció el ceño.
—¿Qué sucede?
Arielle respiró profundamente. No sería sencillo decirle a Frankie que ya no
quería tener nada con él.
—Frankie… sabes que las cosas entre nosotros no han funcionado bien
últimamente –comenzó a decir tomando coraje—. Siento que me controlasdemasiado. Ayer recibí quince llamadas tuyas. ¡Quince llamadas, Frankie! Eso no
es normal.
Frankie se movió inquieto en su silla.
—Cariño, sé que quizá soy un poco exagerado, pero soy tu novio y te amo.
Lo único que quiero es cuidarte… saber con quién estás, qué haces…
—Ese es exactamente el problema, Frankie. Me presionas demasiado y no
estoy dispuesta a seguir así. Pasé toda mi vida bajo el yugo de mis padres,
haciendo lo que ellos querían, obedeciendo ciegamente, dejando que controlaran
cada cosa que hacía… no voy a volver a pasar por lo mismo.
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—¿Qué quieres decir?
—Creo que lo mejor es que terminemos. Me asfixias, Frankie… y no son
solamente los llamados continuos; me celas sin ninguna razón; le preguntas a
Wendy cosas de mí a mis espaldas –continuó hablando cuando vio que él
pretendía defenderse— , no lo niegues, Wendy me ha dicho que has estado
indagando sobre Richard. Me he cansado de decirte que es un amigo y nada más,
la persona que me dio mi primera oportunidad como modelo y le estaré
eternamente agradecida por ello.
—Arielle…
—¡No! Vas a escucharme. –Los clientes del bar, atraídos por la discusión,
levantaron sus cabezas y los miraron—. Creí que lo nuestro podía prosperar pero
me equivoqué y estamos a tiempo de no cometer el peor error de nuestras vidas.
—Yo te amo.
—No, no me amas. Tú estás obsesionado conmigo y eso es muy diferente,
Frankie –replicó ella tratando de hacerle entrar en razón.
Frankie volvió a tomar su mano, esta vez con más fuerza.
—No me dejes, Arielle. No podré vivir sin ti.
Arielle intentó soltarse pero no lo consiguió.
—No tiene caso que supliques, Frankie. La relación que tenemos no es
sana… ya no puedo seguir así y tú tampoco. No quiero volver a verte –sentenció.
—No… no puedes dejarme – balbuceó él apretando sus manos hasta elpunto de causarle dolor.
—Frankie, por favor, déjame ir. –Arielle se puso de pie y buscó zafarse de su
agarre, pero él no la soltó, por el contrario, se levantó de repente de su silla y se
plantó frente a ella, a tan solo unos pocos centímetros de su rostro.
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—No vas a dejarme, Arielle. Eres mía… siempre lo serás.
Por primera vez en su vida, Arielle sintió temor de la mirada de un hombre.
Vio rabia e impotencia en los ojos de Frankie y cuando él finalmente la dejó ir,
supo que las cosas entre ellos no habían terminado.
Salió del bar y se subió a su coche. Encendió el motor y cuando alzó la vista,
descubrió a Frankie, de pie, en medio de la acera, observándola y en su mirada,
Arielle descubrió una silenciosa promesa.
Las palabras pronunciadas minutos antes, retumbaron en su mente.
Eres mía y siempre lo serás.
***
Cedric Vermont observó al hombre que estaba sentado frente a él. Conocía a Noah
Macfadden desde hacía más de dos años y le costaba creer que hubiera sido capaz
de entorpecer la investigación que la agencia estaba llevando a cabo.
—¿No vas a decir nada a tu favor? –inquirió Cedric con una expresión seria
en su rostro bronceado.
Noah se encogió de hombros. Sabía que cualquier cosa que dijese sería
inútil. Cedric jamás creería la verdad.
—Ya te he dicho que yo no destruí esas fotos, alguien más lo hizo y me tiró
el fardo a mí. –Noah sabía perfectamente quién lo había inculpado pero no podía
revelar su nombre. ¿Qué diría el bueno de Cedric si se enteraba que su futura
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esposa había urdido aquella treta para vengarse de él por no querer acostarse con
ella?
—¿Por qué no me dices quién es? Podrías salvar tu pellejo dándome solo su
nombre –le dijo, impaciente, Cedric.
—Vas a despedirme de todos modos, Cedric. No tiene caso que te lo diga,
no vas a creerme –replicó Noah poniéndose de pie.
—Debo hacerlo y lo sabes.
Noah sonrió irónicamente. Le costaba creer que el hombre que tenía frente a
él fuese tan ingenuo al punto de no darse cuenta que su prometida había intentado
meterse en su cama los últimos cinco meses. Pero él no arruinaría su boda ni su
vida; el tiempo se encargaría de hacerlo seguramente cuando Molly, ya convertida
en su esposa, se buscase a alguien más para que saciara sus bajos instintos.
Noah extendió su brazo.
—Fue bueno conocerte, Cedric.
Cedric estrechó la mano de uno de sus mejores detectives con fuerza.
—Lo mismo digo, Macfadden… lástima lo sucedido.
—No te preocupes, quería cambiar de aire de todos modos –mintió. Se había
quedado sin empleo y si no encontraba algo pronto, empezaría a pasar
dificultades, pero no se lo diría a Cedric.
Abandonó la agencia de detectives donde había trabajado los dos últimos
años con una sonrisa amarga en los labios. Le hubiera gustado que las cosasresultaran de otra manera. Quizá si se hubiera follado a la prometida de Cedric
aún conservaría su empleo, pero a pesar de todo, él le debía lealtad a su socio y por
una vez que había actuado bien en su vida, terminó pagándolo caro.
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Compró el periódico de regreso a su apartamento y se concentró en los
avisos clasificados; pero nada colmaba sus expectativas.
Respiró profundo y miró al cielo encapotado. No tenía caso preocuparse
demasiado todavía; con el dinero que la agencia le iba a pagar podría subsistir por
un tiempo, al menos, el necesario para poder encontrar un empleo acorde a sus
habilidades.
***
Unos meses después
El teléfono sonó por tercera vez esa mañana y Wendy Carlson dudó en responder;
estaba segura que quién fuera que llamaba no la buscaba a ella sino a Arielle, pero
ella no había llegado aún, por lo tanto no tuvo más opción que contestar.
—Diga.
Desde el otro lado de la línea solo hubo un inquietante silencio.
—¿Hola, hay alguien ahí? –Insistió Wendy dejándose caer sobre el sillón—.
Oiga, no tengo tiempo para estos jueguitos, ¿por qué no dice de una vez quién es y
qué es lo que quiere?
Pero nuevamente no obtuvo más que silencio.
En ese preciso momento, Arielle llegó de la calle luego de su rutina de
ejercicios mañaneros y cuando vio a su amiga, evidentemente enfadada con el
teléfono en la mano, supo que la persona que llamaba y colgaba si ella no atendía,
había vuelto a las andadas.
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—Cuelga, Wen –le ordenó Arielle dejando su botella de agua mineral
encima de la mesita.
Wendy lo hizo y miró a su amiga con preocupación.
—Arielle, no me gustan para nada estas llamadas. Ya hace más de dos
semanas que comenzaron y lo más extraño es que cuando atiendo yo se quedan
callados.
Arielle dejó escapar un suspiro y se sentó junto a su amiga.
—Lo sé, Wen. Solo cuando respondo yo comienza a respirar de esa manera
obscena que me da escalofríos –dijo Arielle pasándose una mano por la frente
sudada.
—Deberías llamar a la policía. El sujeto se ha atrevido a llamarte aquí y solo
Dios sabe cómo ha conseguido nuestro número.
Arielle frunció el ceño. Su amiga tenía razón, primero llamaba solamente a
la agencia pero desde hacía unos días lo hacía también a la casa.
—No creo que debamos alarmarnos demasiado, Wen, seguramente es algún
chico que me ha visto en la televisión o en uno de los afiches que cuelgan de la
ciudad –alegó tratando de restarle relevancia al asunto pero en el fondo
comenzaba a sospechar que no era tan así—. Muchas chicas de la agencia han
pasado por lo mismo y nada les ha sucedido; ya se cansará y dejará de molestar. –
lo dijo más para convencerse a sí misma que a su amiga. Se puso de pie y recogió
la botella de agua mineral—. Iré a darme una ducha porque en menos de dos horas
tengo una sesión de fotos para la nueva campaña.
—¿De qué se trata esta vez? –preguntó curiosa Wendy un poco más
calmada.
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—Una línea de esencias corporales de una importante empresa francesa.
Richard me dijo que los dueños me vieron en una foto y quieren que sea la imagen
de su nuevo producto –respondió con una sonrisa.
Wendy suspiró profundamente.
—¡Esa es la clase de campaña en la que me gustaría participar! –replicó
cansada de ser llamada siempre para promocionar pastas dentales y jabones.
—No desesperes Wen que a ti también te llegará esa oportunidad que tanto
esperas –auguró Arielle entrando en el cuarto de baño.
Wendy no le dijo nada, muchas veces envidiaba el optimismo de su amiga
Arielle. La escuchó entonar una canción de moda mientras se preparaba el baño y
sonrió. Luego echó un vistazo al teléfono y frunció el ceño. No le gustaban nada las
llamadas que Arielle estaba recibiendo; su amiga parecía no darle la importancia
debida y con esas cosas no se jugaba. Quizá debía hablar con Richard para que
tomara cartas en el asunto.
Arielle se quitó la ropa sudada y comprobó que el agua de la bañera
estuviera templada, echó una de sus sales favoritas y se metió dentro. Cuando se
recostó, el piso de la bañera aún estaba frío pero lentamente fue tomando
temperatura. Se sumergió hasta que el agua la cubrió casi por completo y apoyó la
cabeza en el extremo de la bañera. Cerró los ojos y dejó que las sales hicieran efecto
en su cuerpo; respiró hondo y se sintió embargada por el aroma a almendras que la
fue envolviendo lentamente. Le encantaba aquella parte del día; se levantaba
temprano, siempre y cuando no tuviera sesión de fotos y luego de correr por elparque que estaba a dos cuadras de su casa se daba aquel baño relajante que la
preparaba para iniciar su diario trajín. Ser modelo podía ser a veces un martirio
pero adoraba su profesión y había luchado mucho para llegar donde estaba. Con
apenas diecisiete años se había marchado de su pueblo natal para vivir en Londres
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en casa de su madrina que no dudó en recibirla con los brazos abiertos cuando ella
se apareció con su maleta y un montón de sueños por cumplir. Ya habían pasado
diez años y muchas cosas habían cambiado. Ya no vivía con su madrina sino que
se había mudado con Wendy a quien conocía desde su primer día en la agencia.Tampoco era la jovencita tonta y santurrona que había abandonado su pueblo
persiguiendo sus ideales. Ahora tenía veintisiete años recién cumplidos y no había
nadie en Londres que se moviera dentro del mundillo de la publicidad que no
supiera quien era Arielle Gibson. Había sabido forjarse un nombre y una carrera
con mucho esfuerzo y había logrado acostumbrarse a la fama que eso traía consigo.
De repente las llamadas que recibía desde hacía exactamente tres semanasvinieron a su mente; las demás chicas de la agencia le decían que no se preocupara,
que era normal que algunos chicos se entusiasmaran con ella luego de verla en la
televisión o en alguna revista. Arielle había recibido varias invitaciones de
hombres que se acercaban a ella en fiestas, en reuniones de trabajo e incluso en la
calle o en el supermercado cuando salía a hacer las compras, pero nunca nadie se
había atrevido a llamarla por teléfono y asustarla de aquella manera. Porque ella
estaba asustada a pesar de lo que pudieran decirle las demás chicas. Y como si
fuera poco, ahora el sujeto había conseguido el teléfono de su casa lo que
significaba que sabía dónde ella vivía. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al
pensar en semejante posibilidad. Había tratado de restarle importancia al asunto,
sobre todo frente a los demás, pero ya no podía estar tranquila. Muchas veces
incluso le había parecido que alguien la seguía. De pronto pensó a Frankie;
después de que ella lo había dejado, él había insistido en reiniciar la relación. La
llamaba a cada rato y se había visto obligada a cambiar su número telefónico;
entonces se le aparecía en la agencia o la esperaba fuera de la casa. Parecía que él
no estaba dispuesto a dejarla ir, pero de improviso, dejó de perseguirla y ya no
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supo más de él. Intentó apartar aquellos pensamientos preocupantes de su mente,
no le hacía bien. Ningún empresario quería que su modelo estrella saliera en las
fotografías con el rostro demacrado por la preocupación. Abandonó la calidez
reconfortante del agua y se colocó el albornoz; se envolvió la rubia y larga cabelleracon una toalla y fue a la habitación.
El teléfono sonó y dio un respingo al escuchar su repiqueteo. Dudó un
instante antes de responder pero finalmente lo hizo.
—Hola.
—Arielle, soy yo, te llamo para recordarte que la sesión de hoy se va a
retrasar unos minutos para poder darle tiempo al señor Gauguier de llegar a la
agencia.
Arielle respiró aliviada al escuchar la voz de su jefe, Richard.
—Si, Rich, no lo había olvidado.
—Me ha pedido expresamente estar presente en la primera sesión de fotos;
quiere conocerte en persona –dijo entusiasmado Richard Holbrook.
Arielle sonrió.
—Espero que se quede conforme conmigo; me has dicho que ha insistido en
que sea yo la imagen de su nuevo producto y tengo miedo de defraudarlo a él y a
Impact –comentó algo preocupada.
—¡Nada de eso, tontita! –Se apresuró a decir Richard—. El señor Gauguier
ha visto todas tus fotos y ha quedado encantado contigo al punto de decirme que
no iba a permitir que otra modelo hiciera la campaña –le recordó él con orgullo.
—Aun así no puedo evitar sentirme nerviosa –confesó. Le sucedía siempre
que iniciaba una nueva campaña y más con esta última, en donde el cliente, un
importante empresario francés, había puesto tantas expectativas en ella.
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—Lo harás más que bien, Arielle. Eres el orgullo de la agencia –dijo Richard
incapaz de ocultar su emoción.
Arielle notó el tono de su voz. Richard Holbrook era no solo su jefe; era su
amigo, el hombre que le había dado su primera oportunidad. Se conocían desde
hacía ya casi ocho años y confiaba plenamente en él como no confiaba en nadie. Él
era su mentor y el hombre que sin dudas había hecho que ella, Arielle Gibson fuera
en la actualidad, una de las modelos publicitarias más cotizadas de Londres.
Terminó de hablar con él y se vistió de prisa para llegar a tiempo a la
agencia, el señor Gauguier se retrasaría pero ella prefería ser puntual, además
quería ver a las demás chicas antes de comenzar con el ajetreo que significaba
pasar por maquillaje, luego por vestuario y por último ponerse a las órdenes de
Sean, el fotógrafo que llevaría a cabo la campaña.
Se vistió con unos jeans ajustados en las caderas que se ensanchaban en las
piernas y le permitía moverse con comodidad. Una blusa sin mangas color
terracota con escote en V completaba su atuendo informal, aquel que más le
gustaba llevar y con el que se sentía más a gusto.
Se recogió el cabello en lo alto de la cabeza en una cola de caballo y no se
maquilló; gracias a Dios su rostro no lo necesitaba. Tenía una piel tersa y algo
pálida que le daba un aire angelical, sus enormes y expresivos ojos azules
ayudaban a proyectar esa imagen. Una nariz pequeña y algo redondeada en la
punta y una boca de labios gruesos hacían de Arielle Gibson una mujer preciosa;
de esas que los hombres hasta se giraban en la calle para mirar. Si su rostro parecíael de una niña angelical su cuerpo era todo lo contrario. Parecía estar tallado por
un demonio; era tentador, con curvas pronunciadas y capaz de enloquecer a
cualquier hombre que se volteara tan solo una vez para mirarla.
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Y Arielle Gibson no siempre había sido así. Evocó su época de adolescente,
en su pueblo, cuando era una chica completamente diferente, criada en una familia
protestante de creencias arraigadas, hecho que la había convertido en una
muchacha algo pacata que asistía a misa cada domingo del brazo de sus padres. Lehabían puesto un mote en la escuela. Arielle, la puritana. Había sido objeto de burlas
y de toda clase de habladurías sobre su vida social, que si había tenido novio
alguna vez, que si ya había sido besada por un chico e incluso se preguntaban si
alguien se había atrevido a desvirgarla. Una sonrisa amarga se dibujó en el rostro
de Arielle mientras se contemplaba en el espejo una última vez.
Arielle, la puritana.
Ese mote que había cargado durante su adolescencia y que ahora había
dejado completamente atrás. Y claro que recordaba quien se lo había puesto; Noah
Macfadden. El chico más rebelde de la escuela y quien siempre parecía adorar
burlarse de ella.
Maldijo su nombre en silencio. Nunca le perdonaría lo que le había hecho
pasar durante aquella época. No pudo evitar recordar la fatídica tarde en que lohabía sorprendido in fraganti con la chica pelirroja en el terreno detrás de la
pescadería. Esa imagen se le quedó grabada en la mente durante mucho tiempo;
incluso por las noches soñaba que Noah se metía a hurtadillas en su habitación y le
hacía lo mismo que le había hecho a la pelirroja. Afortunadamente, cuando Noah
terminó la escuela, se marchó del pueblo y no volvió a verlo, pero si alguna vez se
lo encontraba cara a cara, le diría lo que pensaba de él.
Y si ese día por casualidad llegaba, Noah Macfadden tendría que cuidarse y
mucho.