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El amor al maíz en el mes de la patria

Para los europeos y en general para los países del Norte del mundo, el pan de trigo

es el alimento básico por excelencia. Y en torno al pan se ha ido configurando la vida

y la cultura de muchos pueblos. Unos años atrás, Francia rindió tributo al pan,

presumiendo que ese producto básico lo elaboraban con el mejor trigo del planeta.

En ese país europeo, el oficio de panadero es de los más celebrados y respetados y

existe una historia muy rica sobre dicho trabajo. Se tienen, por ejemplo, memorias

históricas de los primeros panaderos y de las primeras escuelas para enseñar el arte

de hacer buen pan, y del invento de las máquinas y las fórmulas de hornear para

lograr un producto a la altura de su exquisita cocina.

¿Por qué, dirá Usted, amable oyente, nos metemos hoy con temas que podrían

formar parte de programas de cultura y de cocina, y no de un editorial de nuestra

Radio? Lo hacemos porque nosotros, en nuestra área mesoamericana de

Centroamérica y México, tenemos la planta del maíz de la que nos debemos sentir

orgullosos.

Somos un pueblo que con orgullo debemos decir que somos hijos e hijas del maíz, y

toda nuestra cultura se ha tejido en torno a dicho cultivo y a la diversidad de

comidas que se elaboran con ese maravilloso grano. Así como para Francia y los

países europeos el trigo representa el alimento básico, y así como para los asiáticos

lo es el arroz, para nosotros el maíz es, desde hace miles de años, nuestro alimento

por excelencia.

Los campesinos de nuestro país y de toda nuestra región mesoamericana han

sabido conservar el maíz durante siglos, y les sirve para elaborar una variedad de

comidas que podrían ser más extensas que las que se preparan con el trigo. Sin

embargo, no todo es hermoso en este tema del maíz. Mientras el trigo, por ejemplo,

es defendido por los gobiernos europeos, los funcionarios de nuestro país al igual

que los de Centroamérica y de México miran con desdén al maíz, y lo ven más como

símbolo de pobreza y de atraso. El ejemplo más dramático es el apoyo incondicional

que ofrecen los funcionarios de los gobiernos para que las multinacionales de

alimentos atenten y destruyan las variedades más antiguas de la semilla de maíz

para sustituirlas por el maíz transgénico.

El buen vivir, la seguridad, la independencia y la soberanía de un país descansan en

bocas bien alimentadas, en comida bien preparada y de buen sabor. Los sustitutos

engañosos del maíz atentan contra el campesino y en contra de lo mejor de nuestra

tradición. Ese mensaje lo dejan bien claro los europeos con la defensa de su trigo y

de su pan. Mientras tanto, nuestros gobiernos aprueban, con orgullo mercenario,

Tratados Comerciales que mandan el maíz y la tortilla al carajo, y nos ponen a

merced de una economía que nos quita la tortilla para llenarnos la mente y la boca

de comida chatarra.

Nuestra Palabra | 23 SEPTIEMBRE 2011

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