El fracaso, un brinco hasta el gran éxito
El libro es una pasión,
Y la pasión se divide...
Análisis SWOT
Proyecto – el libro El fracaso, un brinco hasta el éxito
Streghts – Puntos fuertes
El fracaso, un brinco hasta el éxito es el primer libro motivador escrito por un
rumano que experimentó personalmente tres quiebras y que vende una historia
VERDADERA.
Todo lo que está escrito en este libro es verdadero y puede ser controlado en
algún momento.
Es un libro corto, con un lenguaje muy accesible para el público-meta, los que
tienen entre 18 y 45 años, que han encontrado el fracaso a menudo y que buscan las
soluciones prácticas para alcanzar el éxito.
El libro puede ser la respuesta a una de las más frecuentes preguntas de los
últimos dos años: ¿Qué hago después de una quiebra? Por lo más, se puede extender a todos
los tipos de fracasos, no solo a la quiebra.
El proyecto no se quedará a este libro, seguirá un segundo manuscrito que
presentará treinta y tres métodos- estrategias para superar el fracaso.
Durante el tiempo, la prensa de la Rumanía (Gândul, Adevărul, Evenimentul
zilei, Ziarul de Iaşi, Ieşeanul, etc)1 presentó muchos artículos sobre „la historía de mi vida”,
hecho que puede ser especulado a favor del libro.
Weaknesses – Puntos débiles
Aunque soy una persona conocida al nivel local (Iasi) y tengo una colaboración
con la prensa nacional, no tengo una notoriedad muy grande.
No tengo una educación universitaria. Por ejemplo, el lenguaje y el estilo del
libro es uno que podría ser calificado como demasiado simplista.
Este libro se constituye en un volumen de cuentos de mis propias experiencias
acompañados por algunos consejos. No es un „manual” sobre „como se debe hacer”.
Mi calidad de debutante en este campo.
Opportunities – Oportunidades
La publicación del libro en un periodo de crisis económica durante el cual
sucedieron muchas tragedias relacionadas a la quiebra.
La posibilidad de una promoción del libro a través de las relaciones
cementadas del autor con la prensa local y central.
No hay en este momento, un proyecto contendiente ni tampoco un autor
rumano con una semejante experiencia de vida.
La distribución del libro puede empezar en Iasi, donde mi notoriedad es
bastante grande para aumentar las oportunidades de éxito del proyecto.
Threats – Amenazas
El mercado puede ser reservado frente a un autor rumano de libros
motivadores.
La competencia de los autores y de los títulos extranjeros mucho más
especializados en el campo de los libros motivadores.
A mi esposa y mis hijos,
Porque las cosas verdaderamente importantes
Se encuentran en nuestra alma y mente
Contenido
Palabras introductorias
¡Tienes qué creer qué a ti también pueden ocurrir cosas maravillosas! / 9
Preguntas frecuentes para todos los jóvenes deseosos de empezar un negocio / 13
¡Si no fuese el fracaso, el éxito no se podría relatar! / 19
Recomendación / 21
Argumento / 23
El fracaso hay que asumirlo y pagarlo / 25
Cuando el fracaso tiene el color amarillo / 35
Cuando el ejército te hace dejar de fantasías / 47
1- Diarios rumanos de la zona de norte-este del país, de la ciudad de Iasi
Un Romeo engañado / 57
El general / 67
La primera quiebra. Tres errores que han contribuido a la pérdida de un negocio / 79
El dulce sabor del éxito / 93
Como traicioné la escuela / 101
La segunda quiebra. Como me rompí los dientes en la economía del mercado / 111
Un plan de millones de dólares / 117
La última quiebra / 125
La crisis como una presa / 147
Enamorado de éxito, dependiente de fracaso / 159
Epílogo / 169
Ángeles sin alas / 175
Palabras introductorias
“¡Tienes qué creer qué a ti también te van a ocurrir cosas maravillosas!”
Leí algunas veces, sin pararme, el manuscrito del libro de Ionel Agrigoroaei,
preguntándome si los narradores talentosos nacen solamente en la zona de Moldavia, de
donde es el escritor de esta prosa interesante y educativa. Ser tan transparente con lo que es
sombreado de tu vida, revelar los propios fracasos y, además con un sano sentido del humor,
con una franqueza y con una cierta inocencia, en un periodo cuando la gente se alardea más
que reconoce los errores de su vida, cuando los empresarios renuncian después de un solo
fracaso (no después de tres), es una cosa poco común en Rumanía, y por eso loable. El autor
sabe reírse de los problemas y nos ofrece esta prescripción tónica.
Como economista, leyendo este manuscrito que el escritor me dio, no pude no pensar
en la teoría de Joseph Schumpeter, el gran economista austríaco, considerado “el profeta de la
innovación”, que glorificó la imagen del empresario, presentándolo como un héroe que sabe
asumirse los riesgos, un agente de la innovación y del cambio que puede asegurar el
desarrollo económico de cualquier país. Su construcción sobre “la destrucción creativa” y “el
empresario heroico” puede ser confirmada, una vez más, por los hechos descritos en este
libro.
Aunque soy profesor de economía, no quiero tener un curso sobre el papel del espíritu
empresarial y de las pymes en la economía del saber, sobre que se habla mucho en el último
periodo. Retóricamente, tanto en Rumanía, cuanto especialmente al nivel europeo, se
considera que las empresas tienen un papel importante en el aumento duradero, aunque en los
últimos años, debido a la crisis, muchas empresas desaparecieron. Según algunas estadísticas,
sólo en los últimos tres meses del año 2011, 5081 empresas estaban en varios estados de
insolvencia, que una vez empezada, va hasta la quiebra. Algunos de los que han visto sus
negocios destruidos, no teniendo la fuerza de empezar otra vez, decidieron acabar con la
propia vida.
Ionel Agrigoroaei nos habla de la quiebra de sus pequeños negocios no de la
perspectiva de un vencido, pero de un vencedor que, como el pájaro Phoenix, que tiene la
capacidad de quemar periódicamente y renacer de su propia ceniza, trasformó sus fracasos en
trampolines para el comienzo de nuevos negocios, que sarán, finalmente, exitosos.
Más allá de nuestra trasposición en el mundo de las dificultades a las cuales tienen que
hacer frente los empresarios en un mundo de los negocios dominado por incertidumbre y, a
veces, por la violación flagrante de los principios de una economía del mercado sana, Ionel
Agrigoroaei nos transmite muchas e importantes lecciones de vida.
Con los argumentos tomados de su propia experiencia, él ha desmentido el
prejuicio que existe todavía, y que provocó muchos debates, sobre “la condena de los
rumanos a los fracasos, desde la infancia”. Recibiendo una educación sana en la familia,
guiado por los principios cristianos, el autor apoya la idea que el fracaso del adulto puede
tener raíces en un desarrollo defectuoso del niño en la familia o en la escuela. La inhibición de
la creatividad y de la capacidad de asumir los propios fracasos, la falta de una sana estima de
sí mismo, que puede ayudarlo a superar con dignidad cualquier obstáculo, constituyen serias
desventajas, sobre todo para los que quieren asumirse el riesgo de empezar un negocio. El
descubrimiento temprano de las habilidades del niño y su desarrollo, la manifestación de
confianza por parte de los padres y los profesores en su capacidad de pensamiento, de
iniciativa constituyen las premisas del éxito de sus futuras acciones.
La selección inspirada, con discernimiento, de los lemas que abren cada capítulo,
elegidos de la multitud de citas o refranes celebres sobre el fracaso o el éxito, demuestra que
los fracasos que vivió Ionel Agrigoroaei, lo ayudaron a apropiarse de los principios valiosos,
que, con humildad, recomienda, en primer lugar, a sus dos hijos, pero no solamente.
Abandonado por los que consideraba amigos exactamente cuando los necesitaba más, ha
aprendido que tenemos que “estar lejos de la gente que nos disminuye las ambiciones y que
tenemos que acercarnos a aquellos verdaderamente grandes, que pueden hacernos sentir
grandes”. La modalidad como te reportes a la desconfianza de la gente, dice el autor del libro,
puede ser un barómetro de tu proprio éxito.
La visión optimista sobre su vida, expuesta sintéticamente en la declaración-principio:
“ Tienes que creer que a ti también te pueden suceder cosas maravillosas” y “No estoy nunca
vencido; estoy o arriba o a punto de levantarme” lo ayudaron a asumir los errores con
dignidad, sin dramatizar las situaciones muy difíciles, sin dejarse abrumado y derrotado por la
cobardía, indiferencia o el cinismo de la gente, que sean ellos los en los cuales confié y que
ayudó cuando, a su vez, estuvieron en dificultad.
Me pregunté cuál es el secreto de su fuerza de vencer las dificultades y de comenzar
siempre otra y otra vez. Encontré una respuesta, quizá no total, en los cuentos sobre la manera
en que su esposa y sus niños lo apoyaron, con estímulos y su propia implicación. Pero, sobre
todo, Ionel Agrigoroaei nunca perdí la esperanza en Dios, que tiene siempre un número
infinito de soluciones cuando el hombre no ve ninguna, en Dios que conocí a través de sus
padres, de su infancia. Como nos dijo, Dios fue y se quedó su única certeza.
Recomiendo con mucho calor a los lectores la lectura de este libro que espero sea para
ellos, como fue para mí, una agradable, pero también llena de lecciones, extraídas de una vida
vivida plenamente, con fuerza y confianza por su autor.
Doctor Steliana Sandu
Científico I grado, autor de muchas relaciones científicas, libros y artículos de
especialidad, publicados en Rumania y al extranjero. Su libro Innovación, competencia
tecnológica y aumento económico, publicado en 2002 editura Expert, recibió en 2004 el
Premio de la Academia Rumana “Victor Slavescu”.
Preguntas frecuentes para todos los jóvenes deseosos de empezar un negocio
El número relativamente reducido de páginas del libro pueden inducir, a primera vista,
la opinión que el autor lo había escrito o para divertirse, o porque no tuvo otra cosa que hacer.
La idea que no el volumen determina el valor de un obra escrita es combatida por muchas,
muchas obras literarias o científicas, con un volumen reducido, que pero quedaron, por su
valor, en la historia de la cultura y civilización humana, mientras que muchas otras, con un
contenido escrito en cientos o incluso mil páginas, llenas de balasto quedaron mencionadas
sólo como obras sin valor.
Entre muchos ejemplares de obras con un volumen muy reducido, pero con un valor
inestimable, me pasa ahora por la mente, respetando las proporciones, la tesis de doctorado
del gran filósofo alemán Immanuel Kant que, con el texto de sus diecisiete páginas
revolucionó toda la filosofía, empezando de la antigüedad hasta su tiempo.
Ionel Agrigoroaei tiene en la estructura bioquímica de su ADN, el gene de los
negocios, heredado de su padre que, bajo el régimen comunista, practicaba en Tibanesti, Iasi,
además de su trabajo de sastre, el de fotógrafo en los matrimonios, patrocinios y, en relación
con el Servicio de Evidencia de la población de la Policía, hacía también fotografías para las
cartas de identidad de la gente de los ocho pueblos del municipio, trabajo que dejó a su hijo,
Ionel, a la edad de trece años. Un pequeño error en la revelación de la película con las
fotografías para la carta de identidad de treinta aldeanos veló la película y provocó el primer
fracaso en los negocios del niño Agrigoroaei, que remedió su error recorriendo las calles de
las aldeas y tomando otra vez las fotografías, aguantando pero, las burlas y las mofas de
muchos de ellos. El fracaso lo hizo conocido en el pueblo a través de la frase “el muchacho de
la fotos”.
A dieciséis años, sufrió el segundo fracaso con las doscientas chaquetas hechas
después de una junta familiar, todas amarillas, a causa de la obstinación del niño, chaquetas
que no logró vender.
Siguió el periodo del ejército, que le dejó de fantasías y lo hice vivir en la realidad.
Vuelto al pueblo, se encargó del pequeño taller de sastrería, que amplió y desarrolló
continuamente, llegando a tener veintiocho empleados en 1989. Con la mercancía hecha,
recorrió el país por todas las partes, y en estos caminos, conoció en Poiana Narciselor2, una
bella joven de Maramures3, Corina, de que se enamoró perdidamente y que fue el motivo de
su primer desengaño en amor, que pero no le garantizó el matrimonio ni después de terminar
la escuela, desengaño, que relacionado a su edad, fue considerado por el autor como otro
fracaso doloroso de su vida.
Inmediatamente después de la revolución del 1989, Ionel Agrigoroaei, tomó la más
dotada sección de sastrería de UJCOOP4 – Iasi, de la calle Pacurari, que tenía diecisiete
empleados, y la perfiló en la producción de chaquetas y pantalones. En 1991 formó su propia
empresa, Agricompany”, que a final de año tuvo un beneficio de ciento veinte mil dólares,
pero todo se acabó el año siguiente, cuando, perdiendo todo, abandonó la ciudad de Iasi y se
trasladó a Razboieni, Tibanesti, para salir después de algunos meses con su esposa, a Eforie
Sud, donde elaboró el plan de su nuevo negocio, con un nuevo modelo de chaqueta – hecha,
al principio, por la falta de recursos financieros propios, a base de la confianza y con el
2 Poiana Narciselor – una regón muy bella del centro de la Rumania
3 Maramures – una región ubicada en el Norte de la Rumania
4 UJCOOP – es el nombre de una grande asociación de sastrería de Iasi
crédito de los proveedores de tela, chaqueta que se vendió rápidamente, obteniendo, en el
periodo de Navidad un beneficio de ciento ochenta mil dólares. Este negocio empezó, como el
otro, sin créditos bancarios. ¿Por qué? ¿Cómo? El autor mismo os explicará el secreto en su
futuro libro.
Llegado en el top de las más prolíficas empresas medias de Iasi, llegó a ser demasiado
seguro de sí mismo; creyendo que todo va a ser bien, recibe, en septiembre 1998, una
delegación de nueve chinos, a los cuales confía todos los detalles sobre el modelo, la marca
del producto, incluso la red de distribución, que los chinos utilizan después de algunos meses
para entregar a todos sus clientes el mismo producto, con la misma marca, pero a mitad del
precio, provocándole la segunda quiebra en la cual perdió, nuevamente, todo.
En 1998, era el primer empresario de Iasi, que había pagado todas las impuestas, para
que la primavera siguiente no tener dinero ni para pagar los sueldos de los empleados. Se
recuperó de esta quiebra, también, patentando a OSIM, un nuevo producto bajo la marca Aya
Sports, de una calidad superior, hecho con un material importado de Italia, producto que
vendió y que le permitió recuperar el dinero y volver a ser un hombre rico, sin creer y tener en
cuenta los signos de la crisis económica, que se asomaba en el mundo, amenazando nuestro
país, también. El autor había empezado algunos negocios inmobiliarios con terrenos y
edificios que le procuraban beneficios inmensos. Construyó una casa, compró un piso, un
coche lujoso etc.
En el mes de febrero de 2009, empezó la decadencia, la caída, y perdió todo en la
última quiebra, excepto la casa deseada por la directora de una sucursal de un banco de Iasi.
En abril de 2009, empezó el periodo más dificultoso para su familia, un periodo que duró
nueve meses, y que no habría sido tan difícil si no hubiese tenido la imprudencia de prestar
dinero de algunos amigos para pagar algunas deudas, amigos de los cuales muchos resultaron
ser verdaderos chacales y no amigos, recibiendo de esta manera una lección inesperada sobre
la amistad y las relaciones humanas.
Se repuso parcialmente de la quiebra provocada por la crisis, empezando un negocio
con una pastelería, negocio en un campo que no conocía, motivo por el cual lo vendió,
finalmente, obteniendo un beneficio.
Todos estos fracasos y quiebras, como también las humildades sufridas durante el
ejército están descritos con una sorprendida honestidad, con todos los detalles económicos,
pero, sobre todo son confesados los estados del ánimo, sus padecimientos psíquicos tras los
fracasos y las quiebras. El cuento de los tormentosos, intensos y graves estados anímicos que
le provocaron meses de insomnio, está formulado en un nivel literal agradable, ofreciendo
mucho encanto al texto.
Una sorprendente, pero agradable sorpresa la representa la relación de los motivos de
la interrupción del estudio en la escuela media, como en el liceo, interrupciones hechas por el
miedo de los golpes practicados como “métodos pedagógicos de educación” por parte del
maestro y de un profesor de liceo.
Si estos personajes están vivos, el autor tendrá que regalarles un libro con una
dedicatoria, que les confirme el perdón de un ex – alumno para los métodos bárbaros y
antipedagógicos, verdadera tortura e innoble humildad a las cuales fue expuesto ante sus
compañeros. ¡Cuánta razón! tuvo el autor cuando elegí, de los refranes del gran Albert
Einstein, el lema: “¡Dad a los profesores menos medidas coactivas, para que la única fuente
de respecto por parte de los jóvenes sea sus calidades humanas e intelectuales” para ponerlo
como lema de este capítulo.
¿Cuántos profesores saben y se esfuerzan poner en práctica esta indiscutible verdad?
Parece que siempre menos, aunque hoy en día el golpeo se prohíbe en las escuelas y su uso se
castiga.
Valorando, con objetividad y discernimiento, los prejuicios causados en las tres
primeras décadas de vida, el autor se esforzó y logró no sólo terminar sus estudios, sino
incluso licenciarse, y adquirió, a través de la auto-educación, muchos conocimientos de
cultura general que completaron, de una manera agradable, su ingenio literario que utilizó en
escribir este libro bien escrito, en un estilo directo, con frases cortas, utilizando metáforas
muy sugestivas.
La fe en Dios fue su principal suporte moral que, acompañado por el gene dominante
del negocio, la ayudó no sólo a soportar los fracasos y las quiebras, sino también a renacer
como un “verdadero pájaro Phoenix” de su propia ceniza y, probablemente, lo ayudarán
también en las futuras dificultades que la vida le portará en esta despiadada economía de
mercado.
Las páginas de este libro se leen muy rápidamente y su contenido constituye una
inestimable colección de preguntas frecuentes para todos los jóvenes deseosos de empezar un
negocio.
Me gusta creer que la intención del autor de ofrecer al lector un segundo libro –
probablemente si este se venderá rápidamente – no será solamente por su intención o por la de
la casa editorial de realizar un nuevo negocio rentable- pero de todos modos lo espero con
impaciencia.
Profesor Doctor Honoris Causa Constantin Vasilica
“¡Si no fuese el fracaso, el éxito no se podría relatar! ”
Intenté, muchas veces, penetrar debajo de la apariencia, aunque hoy, por varias
razones, parece algo casi prohibido (no pienso en las prohibiciones medievales, explicadas
religiosamente, como sacrilegio hecho a la “imagen y semejanza” de la divinidad); oro para el
alma de los fanáticos (sea el término entre comillas, porque la idea de dogma es conocida por
la ciencia, también), aunque estos ni leen mis obras, ni me escuchan.
A propósito de audiencia… Confieso que elegí para Ionel Agrigoroaei, para la
amistad que nos une, sin piedad y sin vergüenza, el primer término para algo que desea ser
una especie de lexicón – feed-back; algo cuanto más presente no sólo en el periodismo, pan
de todos los días, pero dondequiera en las manifestaciones del mundo conocido.
Sugestivamente, el término significa (en inglés que usurpó como lengua científica
universal, el latín medieval): nutrición mirando hacia atrás; dicho de otra manera, obligados a
aguantar las consecuencias de la acción. A diferencia de los mohos (cuando se puede hacer la
diferencia) tenemos la razón, nos sumergimos en meditación, para resolver las nuevas
situaciones, el vaso vacío del conocimiento. Y descubrimos, por ejemplo, que hemos
asimilado demasiado rápido en relación con nuestra habilidad de rellenar el vaso. Algo así
funciona la suprema racional, es decir la naturaleza: aquel que agota – localmente – un
recurso está obligado ayunar y desaparecer; implícitamente, el recurso, en su totalidad,
adquiere la protección necesaria para regenerarse.
La razón apenas mencionada juega malas bromas, es decir crea dicotomías al feed-
back – en algo con el signo más y en algo con el signo menos: feed-back negativo, aquel que
obliga a la cesación de la acción de un factor que produce una perturbación en el ordinario,
pero también un feed-back positivo, que es también una reacción a una acción, pero se
manifiesta a revés, en una estimulación de la acción disruptiva. En cuanto a la última idea,
cualquier reacción se produce sólo empezando con un cierto nivel de la intensidad de la
acción. El feed-back positivo, que amplifica el desequilibrio, acelera la creación de las
condiciones de la instalación del verdadero feed-back, aquel negativo…
Eventualmente, la dicotomía del feed-back llega a ser sólo una consecuencia de la
razón. Existe sólo un feed-back, el negativo, aunque el resultado puede ser uno benéfico, es
decir, la corrección de la calle que seguimos, a función de las consecuencias de nuestros
pasos. Considero que es la misma cosa se me nutro sólo materialmente o con ideas (prefiero
sobresalir en la última…).
Por esto es buena, en radiofonía y no sólo, la interactividad. Es el feed-back que
mantiene el paso en la dirección justa, la calle más corta entre dos puntos: la intención y el
resultado. Por esto no puedo concluir sino que en el espíritu de la espera del feed-back de
Ustedes para la expresión libresca de un hecho de conciencia. Que es siempre productivo, es
decir inspirador:
“¡Si no fuese el fracaso, el éxito no se podría relatar!”
Profesor doctor Nicolae Tomescu
Editor y director general del radio Radio Iasi
Recomendación
Escribir en un libro los éxitos es fácil. Y si no lo haces tú, los otros quieren hacerlo.
Sobre todo si aquellos éxitos se traducen en millones de dólares. Pero, para reconocer y narrar
tus fracasos necesitas un carácter muy fuerte.
Hojeando el libro, es fácil observar como ciertos trozos de vida tempranas han puesto
la marca en el comportamiento o en las acciones de empresario del autor. Un libro muy fácil
de entender a causa de la sencillez de las palabras. Una sencillez que encuentras en el ritmo de
crecimiento del negocio, pero también en la velocidad de la caída. Son dignos de apreciación
la honestidad, el optimismo, la fuerza y la voluntad de continuar. A pesar de los fracasos.
Teniendo en cuenta las cosas desconocidas a las cuales no piensas cuando empiezas un
negocio, te das cuenta y entiendes, andando, que la administración es una combinación entre
ciencia y arte. Además, se puede notar el carácter directo del autor, sobre todo en las
relaciones con los demás, indiferentemente de los tiempos prósperos o no.
Recomiendo este libro, con el deseo de bien y con mucha responsabilidad. No para
copiar el autor, pero, sobre todo, para acumular nuevos conocimientos para evitar o tratar el
fracaso. Y sobre todo, para acumular las calidades positivas de carácter en caso de fracaso.
Remus Benta
Presidente de la Junta Administrativa de S.C. CONTRANSCOM BENTA S.A. ,
Presidente ASI Rumania
Remus Benta es uno de los más conocidos empresarios de Transilvania. Sus negocios
lo han puesto en 2010 en el lugar 56 del Top Forbes 500, con una riqueza de cien millones de
dólares.
Argumento
El fracaso, un brinco hasta el éxito es un libro sencillo. Ni siquiera pudiera ser de otra
manera, porque yo, también, soy un hombre sencillo. No encontrarán aquí teorías muy
complejas, gráficos y fórmulas “prodigiosas” que garanticen el cumplimiento, material,
sentimental o espiritual. No tengo algo así y creo que no existe ninguna fórmula ganadora.
Porque nosotros somos diferentes. Porque nuestras vidas son diferentes. No existen dos
situaciones idénticas, como no existen dos soluciones idénticas.
Pero podemos encontrar, en los éxitos y los fracasos de la persona que está a nuestro
lado, en los hechos reales de la vida, ejemplos de los cuales podemos aprender algo. Yo no
soy un héroe, no construí imperios, ni hice cosas increíbles. Soy sólo un hombre de los seis
millardos de hombres que viven cada día con los buenos y los malos. Una vida que parece
sencilla a diferencia de las grandes aventuras o de los destinos únicos de los grandes
Hombres. Pero que es tanto más difícil en cuanto todos creemos que le potemos hacer frente.
Por esto, cuando crees que es más fácil, cuando crees que puedes controlar todo, entonces
aquellas cosas sencillas se transforman en un rollo, que te puede derribar si no eres fuerte.
Antes de entregar a la casa editora, rogué algunos amigos leerlo. Todos reaccionaron
de la misma manera. “Un libro pequeño, sencillo, que provoqué mi curiosidad.” Sobre todo
para ver el final. Estuve muy feliz. Es exactamente lo que quise.
Las bibliotecas están llenas de libros sobre el mundo y la gente. Complejas y llenas de
lecciones, trastornan la humanidad entera. Una vida entera no basta para leer los títulos. ¡Ni
palabra! hojearlos. En alguna parte, en un rincón estará este libro. No es una obra maestra.
Pero su fuerza consiste exactamente en el hecho que, entre las cubiertas, tiene una vida real y
normal de un hombre sencillo.
El fracaso, un brinco hasta el éxito es también el inicio de un proyecto al cual
trabajé por muchos años. Porque, según mi historia, seguirá un nuevo volumen en el cual
reuní, para Ustedes, algunas recetas para obtener el éxito. Una vez más, Les advierto que no
son garantizadas. Pero, podrán ver como reaccionamos concretamente yo y otros hombres en
situaciones de crisis. Habrán ejemplos sobre cómo se puede salir de una crisis financiera,
sentimental o profesional. Y además, cuál fue el secreto del éxito para una parte de los líderes
de la humanidad. Les contaré cómo se hace un plan de éxito y qué tendrá que contener. Les
mostraré cómo tienen que reaccionar frente aquellos que le ataquen, que es bien hacer cuando
están en la cumbre del éxito y que no tienen absolutamente qué hacer cuando están en el
fondo del hoyo, en completo fracaso.
Nuestra vida es siempre un nuevo terreno. Una inmensa desconocida que espera ser
descubierta cada segundo. Sobre todo para los que quieren más de ella. Haremos errores y
daremos el golpe. Nos hundiremos y nos levantaremos. Pero de todas estas cosas lo más
importante es aprender algo. Y sobre todo, añadir, cada día que pasa, un poco de humanidad.
Levantémonos un peldaño más a diferencia de lo que fuimos ayer. Si este libro, como los que
seguirán, les ayudará en este sentido, yo alcancé mi fin.
Te agradezco, querido lector, que has tenido la paciencia de escucharme y ofrecerme
en regalo una parte de tu tiempo tan precioso. Si te encuentras en mi historia, si te parece que
puede ser un estímulo para tus sueños, te invito hacer un viaje en el cual, cada uno de nosotros
vamos a buscar nuestro camino hasta las cumbres. Y cuando el tiempo pasará, seamos entre
aquellos que se quedan de pies, con la frente levantada.
“Quien nunca falla,
nunca hace algo”
(Abraham Lincon)
El fracaso tiene que ser asumido y pagado
No recuerdo bien el día que mi padre me dio la cámara fotográfica. Sé sólo que lo
había deseado desde hace muchos años. Cada noche soñaba con decenas de caras atrapadas
en fotos. Soñaba la luz fuerte del flash, el olor ácido de las pilas consumidas y las películas
largas, reveladas en el laboratorio arcaico de mi padre. Cuando cogí en las manos la
cámara, no tenía más de trece años. Con ella recibí también la primera prueba de mi vida.
Mi padre logró, en sólo pocos años, desarrollar un pequeño negocio. Durante el
comunismo, cuando la iniciativa privada era considerada una amenaza, mi padre logró
todavía hacer bastante dinero con una pequeña cámara fotográfica. Iba a matrimonios,
bautismos o bodas. Logró incluso hacer un acuerdo con los policías de la Evidencia de la
Población. Siempre él hacía las fotos para las cartas de identidad. Era fácil. El jefe de la
policía de la aldea recogía a la gente en el patio de la sede de la Policía local, mi padre
venía, hacía las fotos y recibía en cambio, el dinero que le debían. Entonces no se hacían
documentos, y tampoco existía contable. Mi padre, pero, decidió renunciar y entregar esta
actividad a mí. Todavía no sé porque y como se atrevió dejar una semejante fuente de dinero
en las manos de un niño de trece años.
En Razboieni, una aldea perdida en el barro de Moldavia, sólo la idea de tener una
cámara fotográfica significaba enormemente. En aquellos tiempos, existía apenas una
televisión a diez casas y aquí y allá una bicicleta. De las cámaras fotográficas ¡ni palabra!
Pueden entender, entonces, el orgullo que sentí cuando recibí, de sus manos, la cámara.
Aquella mañana, me presenté, presuntuoso a la sede de la Policía. El jefe de la policía
me miró con reserva. Tenía pero, mucha confianza en mi padre, un viejo amigo suyo. Uno
por uno, treinta rostros pasaron delante de la nueva cámara. Con mucho cuidado e
importancia, fotografié mis primeros clientes. Tenía cuidado a los detalles, a su posición, a
las contorsiones del rostro. Intentaba no hacer caso a los cometarios malévolos de algunos,
que mostraban, a viva voz, la desconfianza en el niño de trece años que tenían delante. Tenía
confianza en mí de que podría llevar a buen término mi trabajo y que nada me iba a detener
en obtener mi primer éxito. La tarde del mismo día, todo mi mundo será derribado.
En el laboratorio improvisado de mi casa, preparé todo lo necesario para la
revelación de las primeras treinta fotografías. Un pequeño error veló la película. Miré por
minutos, estupefacto, el largo pedazo de plástico, intentando identificar incluso sólo una foto.
Una esperanza vana. Más de dos horas, me quedé bloqueado, atónito de lo que había pasado.
Todos mis pensamientos eran en la reacción de mi padre. Me pasaban por la mente decenas
de escenarios, decenas de razones para justificar lo que había pasado. Ni siquiera una
solución real, para resolver la crisis. Me exasperé, mis piernas se mojaron, y todo mi fervor
desapareció, abrumado por todo lo que había pasado. En vez del entusiasmo, aparecieron el
miedo y la desesperación. Estaba frente a mi primer fracaso. Y lo sentía profundamente,
hasta los huesos.
“Los rumanos están programados al fracaso desde hace la infancia”. Encontré esta
afirmación en un fórum en internet. Allí, en el espacio donde muchos consideran que existe la
única democracia verdadera y absoluta, alguien dijo un axioma que yo, personalmente, nunca
lo sentí. Pero lo encontré, durante el tiempo, en decenas y cientos casos.
Quizás, tuve el privilegio de nacer en un familia en la cual la religión plasmó, para los
dos mis padres, una perspectiva un poco diferente sobre la vida.
No intento y tampoco demando enfocar diversas teorías sociales, psicológicas o
pedagógicas. No tengo la preparación necesaria ni el deseo de explicarme los fenómenos
circunstantes a través de teorías complejas. Intento darles valor y encontrar la explicación en
un razonamiento sencillo, así como intenta hacerlo la mayoría de nosotros. Muy pocos tienen
fuertes conocimientos sociológicos, politólogos, filosóficos que les permiten una explicación
científica argumentada sobre los hechos que les influye la vida. Aquí, entre la gente común,
desde este punto de vista, las cosas son más sencillas. Nos explicamos todo relacionándonos a
la propia experiencia de vida, a nuestros errores y fracasos, a los éxitos y alegrías diarias. Esto
intenté hacer yo también hasta ahora.
Mi primer fracaso me marcó profundamente. Nunca olvidaré aquella experiencia. Fue
un acontecimiento muy sencillo. No tuvo nada excepcional. Un niño de trece años hace una
estupidez, y después se bloca, esperando en la salvación divina. Lo que pasó a mí, pasó a
Nica5, también, en Recuerdos de la infancia, con su célebre abubilla del tilo
6. Y si van a
buscar entre sus recuerdos, estoy seguro de que cada uno de Ustedes, los que leen ahora estas
líneas, van a descubrir una aventura similar.
Importante no es el momento propiamente dicho del fracaso, sino lo que sigue
después. A trece años, nadie tiene la capacidad de analizar, de juzgar las cosas, con máxima
lucidez. A trece años, tienes que ser ayudado a juzgar o, mejor dicho, tienes que aprender
como juzgar. Por esto, es importante la reacción de la persona a la cual te relaciones. En este
caso, importante fue para mí la reacción de mi padre. Prácticamente, sus gestos y sus palabras
constituyeron la esencia del momento.
Recuerdo muy claramente, las palabras ligeramente indiferentes de mi padre, cuando
le mostré la película velada. Me miró por algunos segundos, y después me dijo con una
tonalidad calma: “Tendrás que arreglarte, la gente tiene que tener las fotos y es tu asunto
como lo vas a hacer.” Me pregunto, ¿cuántos padres de este país habrían reaccionado de esta manera, en
aquellos tiempos? En las dos frases de mi padre, y puede ser tan importante, en la calma de su
voz, estaba, y no exagero, la suerte de mi futuro, mi destino. Si hubiese sido castigado, si
hubiese sido golpeado, si las palabras hubiesen sido pesadas y duras, seguramente, hubiera
renunciado a todo. Y, la cosa más importante, hubiera adquirido un miedo obsesivo, que en el
futuro, se transformaría en una incurable enfermedad. Estoy seguro de que muchos padres
rumanos habrían reaccionado de la misma manera. Y no por su culpa, sino, porque, a su vez,
esto vieron a sus padres y a sus abuelos. “El golpeo es del Cielo”, dice un antiguo refrán
rumano, que está a la base de la educación que todavía ofrecemos a nuestros hijos. Sin
embargo, cada bofetada dada para castigar un fracaso de nuestro hijo profundice el
dolor y la fuerza de aquel fracaso. Cada bofetada cura, en realidad, un fracaso con otro
fracaso.
Tuve muchos amigos en infancia para los cuales el golpeo y el castigo de las
palabras pesadas eran habituales. Y todavía hoy encuentro padres que usan los mismos
métodos.
A esta educación arcaica se añade otro ingrediente: la educación del régimen
comunista, durante el cual la palabra “límite” gobernaba la razón y la vida de la gente. La
mentalidad comunista la vamos a encontrar en el imperativo: “Cada uno según sus fuerzas, a
cada uno según sus necesidades”. En el periodo comunista, todos los bienes pertenecían a la
sociedad como totalidad y todos sus miembros disfrutaban de lo mismo estatuto social y
económico. O, en otras palabras, todos somos iguales, pero esto es uno de los errores mayores
5 Nica es el protagonista del libro autobiográfico Recuerdos de la infancia, escrito por Ion Creanga, entre 1880-
1881, donde está descrita su infancia en una aldea de la zona de noro-este de Moldavia, historias muy alegres y traviesas en las cuales se podían reconocer todos niños de aquellos tiempos 6 El episodio de la abubilla del tilo es famosa y cuenta como Nica, molestado cada mañana por su canto, la
robo, la escondió por algunos días y quise venderla al mercado, pero un viejo se mostró interesado en comprarla, quiso pesarla y la eliberó
del comunismo. Personalmente, sentí y supe siempre que la igualdad entre personas se refiere
sólo a los derechos. Cada persona es pero, diferente. Tenemos que concientizar el hecho que
existen clases sociales, que existen diferencias, que uno tiene más y otro menos. Si no
hacemos esto, somos condenados al fracaso, sobre todo en una sociedad como la actual.
Con una tal mentalidad, juzga el padre los acontecimientos del niño;
desgraciadamente, muchos piensan de esta manera, todavía hoy. Y el niño, como cada
criatura, imita a sus padres. Con un tal comportamiento está condenado, una vez más, al
fracaso. Puede ser por esta razón empezó en aquel fórum, con la afirmación: “Los rumanos
están programados al fracaso desde hace la infancia.”, una discusión que quedó inconclusa.
Pero esta es una afirmación parcialmente verdadera. Más correctamente sería, quizás: “Una
parte de los padres rumanos programan sus hijos al fracaso” La programación se hace
sistemáticamente, con cada golpe dado.
Además, mi generación fue enseñada que el estado la cuida, que la iniciativa privada
es un factor negativo, prohibido. El fracaso es preparado, de esta manera, con la inhibición de
la creatividad y de la capacidad del niño de asumir sus fracasos.
La educación es el método más eficaz de programación. Los padres tienen que educar
a los hijos para que sean capaces, después, de sentir, percibir exactamente el significado del
fracaso y gestionarlo solos. Sólo así se puede asegurar el terreno fértil para los futuros éxitos.
Yo tuve, como ya lo he dicho, el privilegio de tener otro tipo de padre. Recuerdo, muy
bien, mi reacción también, un poco de sorpresa, cuando mi padre no me castigué para la
película velada. Más tarde entendí que, a través de las dos frases él me había ofrecido en aquel
momento un principio esencial de vida: “¡El fracaso tiene que ser asumido y pagado!”
El mismo día, fue al jefe de la policía y le conté toda la historia. Luego, caminé, calle
con calle, puerta con puerta, para encontrar las treinta personas fotografiadas. Fue una de las
experiencias más humillantes. No fue uno que no se burle de mí, que no me diga “este trabajo
no tiene que hacerlo un niño, porque ¡mira qué puede suceder!”. Puede ser que no me creen,
pero recibí todas estas palabras pesadas con una alegría secreta. Sentía como mi fracaso
encuentra, a poco a poco, la solución. El momento de crisis estaba, ahora, ya consumido. La
más importante era la reacción de mi padre. Era lo que contaba verdaderamente y no las
palabras de los otros. El hecho de que él me había estimulado a resolver solo mi crisis logró
esfumar todos los efectos negativos del fracaso. Prácticamente, entonces aprendí,
verdaderamente, tener confianza en mí.
Lo que siguió es el camino normal y habitual del éxito. Llegué a estar siempre más
apasionado de mi trabajo. A trece años ero conocido en todo el pueblo como el muchacho con
las fotos. Me gustaba muchísimo, en aquel periodo, este trabajo. Y los sueños cambiaron. Con
el trabajo empezó aparecer el dinero, también. Y en aquellos tiempos, en mi visión, el dinero
era la única unidad de medida del éxito. A trece años logré hacer mi primera inversión. Con el
dinero ganado de las fotos, compré una bicicleta, absolutamente necesaria para el transporte
en las calles polvorientas y en los largos viajes en la aldea. El auge lo toqué a los catorce años
cuando, con una parte del dinero que había ganado, ayudé a mi padre a comprar un coche
Dacia. Tenía éxito, o por lo menos así creía yo, pero el fracaso, el primero de mi vida que
sentí de verdad, era lo que me portó en este punto.
Durante el tiempo me volvió obsesivamente en la mente este acontecimiento. Pensé
mucho e intenté entender cuál fue el motor de mi primer éxito. Por primero, entendí que
aunque si yo había asumido integralmente el fracaso, tenía la edad cuando no podía entender
totalmente esta noción. Mi fracaso afectaba directamente sólo una persona: mí mismo. Era
sólo yo y mi cámara fotográfica. Y todo lo que yo hacía se relacionaba a mi padre. Él era el
centro de mi universo, la persona de la cual esperaba el juicio.
El comportamiento de mi padre tuvo un doble efecto sobre mí. Por un lado, de
confianza en mí mismo, entendiendo que el error, el fracaso no son fenómenos negativos
absolutos, pero sólo cosas habituales en la vida que vienen y pasan, si son percibidas
naturalmente, así como debía ser. El segundo efecto se refiere al respecto por parte de mi juez.
Un respecto consciente, nacido de un juicio sencillo: “Si me equivoco, mi padre será allá y
me mostrará lo que tengo que hacer”. Un juicio integralmente diferente de lo impuesto por la
educación espartana, dura que usa métodos violentos de coerción. Si hubiera recibido una
bofetada y una docena de amonestaciones, mi pensamiento habría sido seguramente, otro: “Si
me equivoco, mi padre me castigará, e yo sufriré”. En esta última situación, de ahora en
adelante, seré propenso a asconder constantemente los errores frente al juez. Y más
gravemente, quizás, cuando el juez desaparecerá de tu vida, intentarás esconder tus errores,
incluso frente a ti mismo. Y si no reconoces los propios fracasos, su permanente negación
inhibirá todas las oportunidades de tener éxito en futuro.
La reacción de mi padre me hizo pero elegir otro tipo de programación. Una
programación inmediata, de lograr a resolver el problema del fracaso, y otra en el futuro, de
aceptar el fracaso e identificar las soluciones competentes y verosímiles. Por mucho tiempo,
de niño, aprendí interpretar cada fracaso que tuve, del momento de la película velada, con un
respecto asumido hacia mi padre. Un respecto que, en el lenguaje coloquial, la mayoría de
nosotros lo llamamos vergüenza.
“El fracaso es la llave del éxito;
Cada error nos enseña algo.”
(El Arte de la Paz, Morihei Ueshiba,
El fundador del aikido, arte marcial moderna)
Cuando el fracaso tiene el color amarillo
Otoño con muchas lluvias, con barro y tierra negra que se transforma en cola
pegajosa. Olor de uvas aplastadas, campos desmallados, raspados de las cultivaciones de
maíz, como de un barbero macizo, y graneros altos, llenos de mazorcas amarillas. Amarillas
eran las hojas de los ciruelos de mi padre, amarillo, también, el grano llevado desde hace
mucho tiempo en el desván de la casa. Recuerdo esta imagen idílica, que se me impresionó
fuertemente en la retina y en el recuerdo de mi infancia, porque aquel amarillo otoñal
conducirá mi familia muy cerca a la quiebra.
En aquel otoño tardío, en una reunión de la familia en el cuarto grande de la casa,
decidí hacer, por la primera vez, un negocio. Mis padres tenían ya experiencia en la
sastrería, tenían también, algunas relaciones. Así que decidimos hacer un set de ropa, a
costa nuestra, para venderlo después, en los pueblos cercanos y en la ciudad, especialmente a
las personas que ya conocíamos.
Estábamos todos un poco nerviosos, sobre todo porque se trataba de una inversión de
casi veinte mil lei7, una cantidad bastante importante de dinero para aquellos tiempos, si
piensan que el sueldo medio alcanzaba apenas a dos mil lei al mes. Todavía hoy recuerdo con
precisión aquella reunión de familia, sobre todo a causa de lo que pasó después. Dentro de
una hora, todavía no alcanzamos un consenso.
- ¡Creo qué cada uno de nosotros tenemos qué pensar! dijo mi padre
mirándonos ceñudo a cada uno.
7 Lei – moneda rumana, todavía en vigor
- Pues, ¿qué es tan complicado? Hacemos las chaquetas y después las
vendemos, repliqué yo confiando.
- ¿Tú crees qué es tan fácil? A tu edad piensas que ¡todo lo qué vuela se come!
- ¡Así crees tú, papá!
Mi madre, siempre pacífica, intentó templarnos.
- ¡Vamos! ¡Dejad estas cosas ahora! ¿Qué hacemos?
- ¿Cómo qué hacemos? Buscamos los materiales, elegimos el color y ¡a
trabajar! Continué yo de la misma posición guerrera.
- Creo que tenemos que pensar para quien hacemos estas chaquetas… intentó
templarme mi padre.
Lo miré con superioridad, con la confianza ciega de la edad.
- ¿Cómo para quién? ¡Para los jóvenes! Al máximo veintitrés años. No van a
comprar los viejos. Estos van con la misma ropa vieja. No se deciden ellos a gastar dinero
para ropa nueva.
- Yo te dije que te precipitas siempre cuando juzgas a la gente y las cosas. De
vez en cuando es mejor pensar más. ¡Dígame!, ¿tú qué colores dices qué tendríamos qué
elegir, si lo sabes todo?
- ¡Las vamos a hacer amarillas! Padre, ¡escúchame! En Bucarest sólo este
color es de moda en las discotecas. ¡Verás cómo se venderán! ¡Se venderán todas
rápidamente!
- Muy bien. Las haremos amarillas. ¡Sea cómo tú dices!
Y con esto, mi padre acabó la discusión. Tenía dieciséis años y creía que todo el
mundo era mío.
Limitación, obstinación y la confianza de que detienes la llave del éxito. Estos son
los tres ingredientes que pueden generar, más que seguro, un fracaso. Si a estos ingredientes
de una mente inmadura añades un poco de exuberancia, tienes asegurado un camino cerrado
por una gran desilusión.
La historia con la cámara fotográfica se apagué bastante rápidamente en mi
memoria de niño. Había ganado una primera batalla con la vida y tenía la firme convicción de
que había ganado la guerra también. La experiencia me preparó muchas enseñanzas positivas,
pero también una gran desventaja. Me hizo tener confianza en mí mismo quizás, más de lo
que debía. En poco tiempo tendré que despertarme a la realidad de una manera bastante
violenta. Y más, esta cosa afectará toda mi familia. Y todo empezó con un color, que odié
después, involuntariamente, toda mi vida. Tanto que, en 1996, rechacé un entero pedido de
chaquetas amarillas, aunque, en aquel año, el color estaba de moda.
Después de la reunión en la casa de mis padres, en menos de algunas semanas
las chaquetas fueron hechas. No recuerdo cuantas eran. Recuerdo sólo un montón de ropa en
el desván. Creo que eran más de doscientas. Sentía en mí un orgullo estúpido. Estaba en la
onda e ya veía el montón de dinero ganados de este negocio. Todavía rio cuando recuerdo que
ya había hecho proyectos con ellos. Querría un coche sólo para mí. Y, claro, un traje nuevo.
No pensé, ni un segundo, que todo podría acabar de otro modo.
Así que, a finales de octubre, llevé el primer paquete de chaquetas, todas
amarillas, y me puse en camino para conquistar el mundo. No fui a todas las casas, empecé,
seguro de mi éxito, con los conocidos, amigos míos, que sabía que pudieran estar interesados.
El primero fue Matei, un compañero de escuela. Miró la chaqueta por algunos minutos. La
miró por todas las partes, se la vistió, se la quitó. A final me dijo directamente:
- ¿Pero amarilla? Parezco un pollo. ¿No tienes una azul o negra? – me preguntó.
No tenía. Tenía sólo amarillas. Crují.
- ¿Qué sabes tú? Este color está de moda.
- Será, pero a mí no me gusta.
Lo dejé. Continué mi camino, a otro amigo. Tuvo la misma reacción.
- Gustará a las muchachas. Yo no visto chaquetas amarillas. ¿Quieres qué se ríe
de mí todo el pueblo?
Todos mis amigos reaccionaron de la misma manera. Fui a las muchachas, también. Y
ellas, lo mismo. Que no saben, que ellas no visten ropa amarilla, que son caras. Después de un
día había vendido sólo una chaqueta y aquella a un relativo, por una deuda que tenía.
Ni mi padre, ni mi hermano no lograron vender mucho. Juntos vendimos apenas diez
chaquetas. En el desván, el montón parecía reírse de nosotros con dientes amarillos. “A partir
de mañana, me voy en todos los mercados y en todas las ferias cercanas. ¡Si no le vendo en
una semana me llaméis cuco8!”, dije yo despechado. Y me dijeron cuco. No después de una
semana, pero después de pocos días. De una manera hice el ridículo. “Pero, muchacho, ¿qué
voy a hacer con una chaqueta amarilla? Voy a espantar las ovejas. ¡Intenta con los jóvenes! o
¡Vaya, muchacho, con tus chaquetas qué no tengo tiempo para estas tonterías! o ¿Piensas tú
qué una vieja de setenta años va a llevar esta tontería amarilla?”. Con cada fiera en la cual no
vendía nada, crecía dentro de mí un odio insospechado. Logré odiar a los clientes. Por
estupidez, claro, porque la gente decía la verdad. Mi orgullo de dieciséis años hablaba.
En casa, mi padre ya pensaba en usar el paño de las chaquetas para hacer otra cosa.
“¡Venderemos estas chaquetas a las calendas griegas! ¡Nadie compra estas cosas amarillas!”
Cada palabra me rascaba el cerebro. No aceptaba, de ninguna manera, el fracaso. Estaba
convencido de que todos fallan y sólo yo tengo razón. Pero como no, si había visto yo, con
mis propios ojos, que ropa amarilla vestían los jóvenes de Bucarest en la ciudad y en las
discotecas.
Dentro de un mes, tomé cien chaquetas y me fui a la ciudad.
Recuerdo que llegué, en la ciudad, con la lluvia. Fui a la Hala Centrala9 y me quedé en
un rincón, con las chaquetas delante, cubiertas con una gran hoja de plástico. Pasaba la gente,
las miraba. Algunos las palpaban. Otros, muy pocos, las probaban. Nadie pero, quiso
comprar. Todos hacían la misma pregunta: “¿No tienes otros colores?” No tenía. Tenía sólo
mi testarudo color amarillo.
Aquella noche, no volví a casa. Caminé como un loco por las calles de la ciudad,
mirando las chaquetas de la gente. Buscaba, desesperadamente, una chaqueta amarilla, en
aquel inmenso de casas, gente y hormigones. La mañana, con los ojos rojos de insomnio,
penetrado por el frío y nervioso, eché todas las chaquetas en los brazos de algunos sin hogar
que vivían cerca de la estación.
Cuando llegué a casa, no hablé por algunos días. Salía siempre en el desván de la casa
y miraba el montón de ropa o me quedaba echado por horas en mi cuarto, intentando cubrir
mi vergüenza con una manta. Me dolía más el silencio de mi padre. No hablaba conmigo, no
me preguntaba absolutamente nada. Por la noche me agitaba en el sueño, soñando un mar de
gente vestida con mis chaquetas amarillas o desvanes llenos de ropa. En el pueblo, todos lo
sabían. Ero “el hijo de Agrigoroaei, aquel de las chaquetas amarillas”.
8 Decir cuco a alguien se dice cuando estás seguro de lograr algo
9 Hala centrala es uno de los más grandes mercados de la ciudad de Iasi
Mi madre fue la primera que me habló, una mañana. Me dijo: “¡No te quedas así!
¡Levántate y haz algo! ¿Crees qué te va a caer algo del cielo10
si vas a sentir lástima por ti
mismo? Nadie tiene piedad por ti. ¡Si has fallado intentas arreglar tu error!”
El ex presidente estadounidense, Bill Clinton, dijo en uno de sus discursos antes la
nación que “no existe en los Estados Unidos nada malo que no puede ser arreglado por lo
que es mejor en sí mismo”. Y no era Razboieni, los Estados Unidos y ni “el hijo de
Agrigoroaei”, un muchacho estadounidense, pero tenía bastante cosas buenas en mi mente y
en mi corazón para ser capaz de arreglar lo que hice mal.
Este fue el momento más difícil. Más bajo de así no pudiera caer. Me sacudí y empecé
a pensar. Después de muchas zozobras, llegué a una primera conclusión. Necesitaba un buen
plan. Necesitaba delimitar cuanto más claramente las direcciones. Fácil de hablar, pero
difícil de hacer.
En los primeros días de diciembre, por la primera vez, no pensé más en el desván de la
casa. La mañana salí en el primer coche, y me fui a Iasi, decidido de ir en todos los negocios
de textiles. Empecé con los negocios cercanos a la estación, hasta Tatarasi11
, después seguí de
Nicolina hasta Copou. Hablé con las vendedoras. Intenté saber que vestidos se venden, que
colores están de moda. Hice una tabla con las cantidades, las calidades, los modelos, los
colores. Algunas vendedoras me daban las informaciones gratuitamente, para las otras gasté
mis ahorros. Prácticamente, en una forma primitiva, hacía el primer espionaje económico de
mi vida.
Vuelto a casa con las informaciones había recobrado completamente la confianza en
mí mismo. En realidad, creo que esta es la ventaja más grande de la juventud. Pasa muy
fácilmente de los fracasos. Te levantas rápidamente y sigues caminando. Después de casi tres
meses de la memorable reunión de familia, reuní nuevamente mi familia, en el cuarto grande
de la casa.
- Primero, quiero deciros que el error, por todo lo que ocurrió, es mío.
Mi padre me miró en los ojos y me dijo directamente:
- Esto está bien. Está bien que reconoces.
Por un momento, me quedé confundido. Quizás, esperaba de él un poco de compasión.
Pero no la recibí. Más tarde entenderé porque.
- ¿Y ahora qué quieres hacer? – me preguntó directamente mi padre.
- Tengo un plan. ¡Vamos a recuperar las perdidas!
- ¿Cómo?
- ¡Siempre con las chaquetas!
- ¡Todavía las chaquetas! ¿No te bastó?
Estaba desanimado. Nunca mi padre fue tan cruel. Y además mi madre lo apoyaba.
- Sí, pero esta vez vamos a hacer sólo cincuenta. Tengo un modelo especial, con
mangas desmontable. Las hacemos en seis colores. Azul, negro, gris, rojo, verde y morado.
Necesito sólo cuatro mil lei.
10
Caer del cielo – expresión rumana para decir que si no trabajas, no haces algo, no vas a tener u obtener nada 11
Tatarasi – un barrio de la ciudad de Iasi
No recibí inmediatamente una respuesta. Dentro de una semana, mi padre vino en mi
cuarto.
- Escucha. Vamos a hacer una vez más como dices tú. Pero es tu
responsabilidad. E yo no te doy otra vez el dinero. Mira, ahorré con tu madre veinte mil lei,
para ti. Este dinero era para ti, para poder ayudarte a hacer lo que querías, para la tierra para
una casa cuando te habrías casado. ¡Tienes cuidado! ¡Esta vez vas a jugar con tu dinero! ¡Si
pierdes, vas a perder por tu culpa! ¡Yo no te voy a dar nada más!
Me quedé sin voz. Estaba por mi cuenta. Era otra cosa jugar con el propio dinero. La
mano te tiembla más y el miedo de fracasar es mayor. Aquella noche fue una de las más
difíciles de mi vida. No pude dormir para nada. Las chaquetas amarillas del desván me
tornaban continuamente en la mente. En realidad, ero aterrorizado pensando en un nuevo
fracaso. Por la mañana, había ya decidido. Recibí el dinero de mi padre y empecé el negocio.
En el final, todo se reveló a ser un inmenso éxito. En sólo algunos días, logré vender todas las
chaquetas. Y esto sólo en mi pueblo. A finales del verano, había ganado el dinero invertido y
aún más. Tuve algunos beneficios. Por la segunda vez en mi vida, encontré el éxito y siempre
por la segunda vez después de un fracaso que me hizo daño.
Para muchos, esta historia puede parecer una banal, aún sin sentido. De hecho, ya lo
dije en la historia anterior, y aunque si me repito, lo digo una vez más. Sé que no soy un
escritor. No tengo la pretensión de revelar acontecimientos extraordinarios. Les cuento sólo
algunos acontecimientos habituales, que todos han vivido en la vida. Les cuento con la
esperanza de que, por al menos un lector aprenda de mis errores y entienda que, como lo dice
en una manera muy sencilla Morihei Ueshiba, el maestro japonés que trastornó un mundo
entero con sus determinaciones: “El fracaso es la llave del éxito; cada error nos enseña
algo”.
Además, un verdadero escritor, Salman Rushdie, dijo que “un libro es una versión del
mundo. Si no te gusta, no le prestes atención. U ofreces en cambio tu propia versión”. Por
consiguiente, este libro no es que una versión del mundo, del mundo en que vivo yo.
El fracaso del color amarillo es el fracaso del orgullo y del ímpetu de la juventud. A
dieciséis años, estás capaz de apostar todo en un naipe, sin pensar en las consecuencias. Es
una edad en la cual – para usar una comparación de póquer, un juego que nunca logré
entender - no sabes que un full de rey con as vale menos que un póker de dos. Ahora, cuando
recuerdo aquellos acontecimientos, me doy cuenta de que mi primer grande error fue la
confusión que hice entre lo que gusta a mí y lo que gusta a los demás, es decir, a los clientes.
La falta de un elementar estudio de mercado. Elegí el amarillo porque en aquellos tiempos me
gustaba a mí y porque vi algunos adolescentes vestidos de este color en las discotecas de la
capital. Un inmenso error porque nunca la moda y el consumo de una zona geográfica son
iguales con los de otra zona geográfica. Cada región tiene sus particularidades. Si en Bucarest
están de moda los vaqueros amarillos, no significa que a los jóvenes de Moldavia o de
Oltenia12
les guste la misma cosa. Por fin, me basaba en unas informaciones subjetivas. Pero
en los negocios tienes que elegir el color que busca la mayoría del mercado. Y no puedes
saber qué color está buscando si están cerrados en casa. Tienes que preguntar, buscar,
investigar, apuntar todo. Es la lección que aprendí de este fracaso.
La segunda lección está relacionada al valor del fracaso. Cuando luché, para el color,
con una obstinación de mulo, en la primera reunión de familia, arriesgué todo con el dinero de
los otros, de mis padres. No sentí, ni un segundo, la presión del fracaso. No tuve tampoco la
conciencia del hombre que sabe que está en juego su única fuente de ingresos y que no se
12
Moldavia y Oltenia son regiones de Rumania, la primera se encuentra en el norte-este del país y la segunda en el sur-oeste.
permite ningún error. Cuando mi padre me dio los veinte mil lei, guardados para un terreno
para una casa, las cosas cambiaron radicalmente. Los planes llegaron a ser más complicados.
Las relaciones se pusieron más serias. Ahora estaba mi dinero en juego.
Y fue algo más. De la reacción de mi padre entendí que el bel tiempo, de sueño, de mi
infancia, llegó a finales. Todos me miraban como un hombre adulto, y me trataban como tal.
No había más lugar de compasión y autocompasión. El fracaso tenía que ser asumido
totalmente y tenía que ser entendido y aprendido.
“El éxito significa ir de fracaso en fracaso
sin perder nada de tu entusiasmo”
(Winston Churchill)
Como te hace el ejército dejarte las fantasmas
Un dicho antiguo dice que “lo que hace el hombre a sí mismo está bien hecho” Yo
entendí su significado a veinte años, cuando, en el entusiasmo de la juventud soñaba con una
carrera militar. Y no necesariamente con una carrera muy veloz, sino con mi imagen sobre
un tanque cruzando los campos del país. Una imagen estúpida. Todavía río cuando recuerdo
las noches cuando soñaba con ser un héroe militar. Creo que la culpa fue de las películas y
de los libros de guerra que leí en aquellos tiempos.
Cuando recibí el orden de ir en el ejército13
, estaba en lleno ímpetu económico. Sin
falsa modestia, puedo decir que había logrado hacer un negocio de confección. Tenía veinte
empleados, bastante pedidos, y de dinero, ¡ni palabra! Para un joven, esto era la cumbre de
la vida. No me faltaba nada. Puede ser la adrenalina. E yo creía que la encontraría en el
servicio militar. En vano me rogó mi familia e intentaron explicarme que la vida en el ejército
no es así como la creía yo. Mi hermano insistió mucho en abandonar esta idea estúpida. No
quise escucharlos ni muerto. Veía sólo a Ionel Agrigoroaei con el fusil en la mano, en
posición recta o de tiro, haciendo hazañas gloriosas de batalla, como los héroes de los libros
de mi infancia. Así que me inscribí en el ejército. Siguió una de las más duras lecciones que
me dio la vida.
La sala fría del Centro de Reclutamiento estaba llena desde la madrugada. Estudiantes,
muchachos de la ciudad y chicos de la campaña, que tenían apenas los bigotes, estaban
amontonados en grupos. Algunos llenos de miedo, otros relajados. Entre ellos, Ionel
Agrigoroaei, el héroe de carta de Razboieni. Relajado, intentaba explicar a un amigo de
infancia que bonita puede ser una carrera militar:
- Si me permiten, dejo la sastrería. Te miran de otra manera si tienes vestido
militar.
Dorin, el amigo con cual venía de Razboieni, me miró desconfiado:
- Yo no sé, Ionel, ¿para qué te sirve el servicio militar? Tienes dinero, tienes un
trabajo…
13
Durante el periodo del comunismo los hombres tenían que hacer el servicio militar por un año si no hubieran sido aceptados en una universidad y por seis meses si lo fueran; las mujeres tenían también que hacer el servicio militar durante los estudios universitarios por un año.
La discusión fue acabada por un oficial superior anciano, con galones y ropa
impecable.
- ¡Ionel Agrigoroaei!
Delante de la comisión, fui informado que puedo ser enviado a Bucarest.
- Querría un poco más cerca de mi casa. Tengo una familia que cuidar y tengo
que estarle cerca.
No tenía familia. Pero tenía un taller de sastrería, que a pesar de mi deseo de ser
militar, no podía dejar así, sin ningún control. Es verdad que antes de irme, había arreglado
contratos por seis meses. El servicio militar duraba, pero, dos veces más e yo necesitaba un
cierto control. Los que estaban delante intentaron explicarme que la única solución era
Bacau14
, una unidad militar de tanques. Pero tenía un problema. La unidad militar era formada
de “los muchachos con problemas”, jóvenes con antecedentes penales o muchachos que, a
causa de su origen, incomodaban el sistema comunista. Pero yo no quise escucharlos. Al fin,
pensaba yo entonces, ¿qué pudiera ocurrir? Para mí era importante estar cuanto más cerca de
mi casa. Y así me enviaron a Bacau.
Regresé a mi casa orgulloso de mí mismo. Por la última vez escuché los ruegos de mi
hermano de cambiar mi decisión. Pero era demasiado tarde.
- ¡Yo sé lo qué hago! Pero te ruego vigilar la sastrería hasta cuando regreso. Las
cosas están arregladas, pero tienes que tener cuidado que todo vaya bien. De todos modos, yo
veré a casa cuanto más frecuentemente posible.
Mi hermano administró el taller de sastrería aún mejor que yo cuanto estuve en el
servicio militar.
Cuando llegué a la unidad militar de Bacau, desde los primeros momentos, empecé
darme cuenta de que las cosas no son como tuvieran que fuesen. Inmediatamente fui a cargo
de un soldado. No recuerdo exactamente su nombre, pero no puedo olvidar el rostro, de una
brutalidad que se destacaba. Alto, de casi dos metros, y largo de espaldas, parecía que nadaba
cuando hablaba. Gesticulaba siempre con sus manos grandes como palas. El cuerpo era
discordante con la cabeza pequeña, perfectamente redonda, colocada directamente sobre los
hombros.
- ¡De hoy yo soy tu madre y tu padre! ¡Mejor qué no intentes hacer nada malo
porque…
Lo miré asombrado. Sabía de los muchachos de mi aldea que hicieron el servicio
militar como iban las cosas, pero, muchas veces, estaba convencido de que los abultaban así,
para impresionar a los otros. La primera lección la recibiría la misma tarde. Antes de ir a
dormir, el hombrón me ordenó traerle una taza con agua. Cumplí con la orden, pero estuvo sin
palabras cuando vi que vertí la taza después de dársela.
- ¡No está fría, sinvergüenza! ¡Deja el agua qué corra más!
La escena se repitió, idéntica una segunda vez. Los soldados reían a carcajadas. Pero
yo no estaba para bromas. A la tercera taza rehusé cumplir con sus órdenes.
14
Bacau es una ciudad de la Moldavia, cerca de Iasi
- ¡Vaya a traértela tú! ¡Yo no soy tu sirviente y no vino aquí hacer el servicio
militar para traerte agua a la cama!
- ¡Ah! ¿no? ¿Y para qué viniste aquí, sinvergüenza?
- ¡Para disparar con el fusil y para hacer carrera!
No puedo describir el rumor y las carcajadas que invadieron el inmenso cuarto.
- Pues, hasta que dispares tú con el fusil tienes que hacer el doctorado en la
limpieza de los servicios. Mañana por la tarde, no te hagas ningún programa porque tienes la
primera lección de disparar.
Toda la noche me torcí e hice planes de venganza. El día siguiente, por la mañana, era
decidido ir al comandante para pedir justicia. Me paré en tiempo. Un compañero de Caracal
me dijo:
- Yo digo que no hagas el valiente. ¡Vas a tener problemas muy graves! ¡Más
graves qué la limpieza de los servicios! Y, de todos modos, todos hemos limpiado los
servicios.
Lo escuché y la tarde, aprendí, humilmente, la primera lección. Como carácter, soy
una persona sensible a este tipo de actividades. Por lo menos, lo estaba, entonces. Después de
media hora renuncié a todos los caprichos. Limpié a fondo los aseos.
Fue el principio. La verdadera bomba verá a sólo dos días después de mi llegada. La
mañana, nos reunieron todos en el cuadrado. Habían llegado de Bucarest unos oficiales
superiores en inspección. Después de los discursos dijeron la novedad. Veinte soldados
tenían que ir, urgentemente, a trabajar en la mina, a Vulcan15
. Me quedé sin palabras. ¿Yo, en
la mina? En un segundo, como un cortocircuito, me pasó todo en la mente. El negocio, la
familia y un inmenso miedo de obscuridad. No sabía cómo es en la mina, pero había oído
mucho. En aquellos tiempos, los accidentes eran muy frecuentes. La gente moría y los
accidentes eran muy frecuentes. Por lo menos así hablaba la gente.
- A las 12, ¡todos os vais a presentar a la visita médica!
La orden fue gritada por un cabo idiota que me sacudí del choque. Hasta las doce tenía
que encontrar una solución que me haga salvar de la mina. Y la mejor solución fue aquella de
fingirme enfermo. Media hora antes del consulto, corrí como un loco. Cuando entré en el
cuarto del doctor, mi corazón casi me salía del pecho.
- ¿Qué tienes, soldado?
- Hipertensión. Respondí sin parpadear. En aquellos tiempos, ni sabía pronunciar
correctamente hipertensión. No sabía cómo se manifiesta la enfermedad, sabía sólo que el
corazón late muy velozmente e ya está. Y creo que el doctor entendió todo del primer
momento. Me preguntó si en mi familia hay otros relativos que tienen la misma enfermedad.
Le dije que sí, aunque mis padres no tenían ningún problema de salud.
- Siéntate y espera. Te voy a consultar más tarde.
El doctor me dejó una media hora. Claro que, entretanto me calmé, al control se reveló
que era sano. Estaba perfecto para sacar carbón de una profundidad de ochocientos metros.
Dentro de dos días de la visita médica, corrí como loco de un oficial a otro intentando
arreglar que no vaya a la mina. Llamé a mi hermano que me traiga dinero. Yo tenía conmigo
seis mil lei. Tenía una cantidad bastante de dinero, pero la desesperación me invadía, y estaba
capaz de hacer cualquier cosa para escaparme. Todos me hacían promesas pero nada más.
Ninguna certeza. Más tarde, logré dar lástima a un oficial que me explicó cómo estaba la
situación. El comandante de la unidad militar estaba enfadado conmigo. Lleno de miedo fui a
15
Vulcan es el nombre de la localidad donde se encuentra una mina de carbón
verlo. Me dejó esperar por diez minutos, mientras tomaba su café. A final, como si entonces
había observado que yo estaba allí, me preguntó que quería. Le dije, con voz trémula, que
tengo un negocio, que tengo familia y que no puedo ir en la mina. Que si puede ayudarme no
va a ser para nada, que tengo dinero.
Entonces se enfadó:
- ¿Qué quieres qué haga yo con tu dinero, especulador? ¿Tienes miedo de
trabajar? ¡El país necesita carbón! ¿Quién quieres qué lo saque a la luz? ¿Qué vaya yo? ¡A
trabajar! ¡Y deja las estupideces qué vayas a trabajar algunos años en la mina si te voy a
presentar delante del Consejo de guerra!
Salí aturdido del despacho. No entendía como había llegado en esta situación. Hace
una semana alcanzaba la cima. Tenía dinero, empleados, era el jefe de veinte personas, tenía
el futuro delante, y ahora todo se desmoronaba en mis alrededores. Me preparaba para trabajar
en la mina y pensaba sólo a la obscuridad de las profundidades y en la muerte.
Jueves por la mañana, aturdido, me presenté con todo mi equipo en el cuadrado.
Teníamos que ir, en fila, a la estación, con el destino Vulcan. Ni hoy en día no puedo
explicarme lo que pasó en aquellos momentos, pero, después del saludo, el comandante, con
odio en la voz, me pidió hacer un paso adelante.
- Soldado Agrigoroaei, tú te quedas. ¡Mañana por la mañana te vayas en
Vrancea!
Y sólo esto. Viernes, por el mediodía, llegué en una aldea pequeñita, olvidado de
todos. Había sido enviado junto a un compañero, para trabajar en agricultura, a quitar las
panojas del maíz. Estaba feliz de haber escapado, por lo menos así pensaba entonces. Un
caporal bajo, de piernas arqueadas, me dijo:
- ¿No te gusta la mina? Te salvaste. Pero te vamos a sacar los humus aquí.
Fui muy sorprendido de cuanto puede gritar una persona. El caporal tenía los ojos
rojos. Veía los vasos de sangre.
- Cada mañana, tienes programa. Hasta las cinco de la mañana cuando los otros
se despiertan, la comida tiene que ser lista y todas las botas pulidas y brillantes. ¡te vas a
arrepentir si voy a encontrar una mancha!
El sábado, a las tres de la madrugada empezó el calvario. Toda una semana no hice
otra cosa que limpiar las botas, las escudillas, y quitar las panojas del maíz. No exagero si
digo que, junto con otros diez soldados hemos quitado las panojas a un convoy de tren de
maíz. El colmo sucedió una mañana de otoño, cuando el mismo caporal de piernas arqueadas
me informó que tengo el “honor” especial de limpiar la cocina. No creo haber visto algo más
sucio. No respiraba para no vomitar. Pero, dentro de un día de trabajo logré el imposible. La
cocina era más limpia que una sala operatoria. El caporal y los otros soldados se quedaron sin
palabras cuando vieron mi “obra de arte”. Desde aquel día pero, cambié el servicio militar
para mí. E yo entendí que si aceptas la humildad y la finalices en un ejemplo remarcable,
entonces ganas el respecto de los otros. Los soldados ancianos me enseñaron que el mejor
método para liberarme del servicio militar era estar en el hospital. Cosa difícil, cuando yo era
muy sano y hasta entonces no estuve enfermo muchas veces. Por esto empecé por mi cuenta
un estudio. Elegí una primera enfermedad y aprendí todos sus síntomas. Por esto pagué un
doctor de una aldea con 500 lei. Mi primera enfermedad fue el reumatismo. Dentro de una
semana de “curso” me presenté al doctor de la unidad militar. Logré desde la primera vez. Fui
hospitalizado por dos semanas. Y esto fue sólo el inicio. Desde aquel momento hice el
servicio militar en los hospitales. Creo que más de tres meses estuve en los trenes y en los
hospitales. Inventé muchas enfermedades. Donde no lograba obtener hospitalizarme, lo
“arreglaba”. Gradualmente logré hospitalizarme al Hospital Militar de Iasi, de donde pude
recoger el control del taller de sastrería. Estuve completamente curado de mi amor por el
ejército. No quería oír más de ejército, no soportaba el olor de la uniforme ni los gritos de los
caporales.
Creo que muchos de los que leen estas líneas pasaron por experiencias símiles. Hay un
dicho, que se dice sobre todo en campaña: no eres hombre hasta que no haces el servicio
militar. En mi caso, fue un poco diferente. No fui verdaderamente maduro hasta que no
terminé el servicio militar. La experiencia de las armas acabó mi adolescencia. En primer
lugar, entendí que una mala decisión, sobre todo cuando la tomes con el corazón y no con la
mente, puede desmoronar, en un momento, tu entero universo. Entendí que hay momentos
cuando, no importa el dinero que tienes, todo puede ser contra, y el destino juega contigo. Así
pasó conmigo cuando fui muy cerca de ser enviado a trabajar en la mina. Todavía no me
explico que pudo suceder entonces. ¿Qué o quién determinó mi comandante renunciar
enviarme a Vulcan? Quedo con la convicción de que fue sólo una inspiración divina, que Dios
me escuchó durante los tres días de espera torturante y de larga oración. Para mí, el servicio
militar fue un fracaso. Un fracaso doloroso que sentí plenamente. Esta experiencia me ayudó
llegar lo que soy hoy. El servicio militar me endureció y me dio la fuerza de buscar el éxito en
la vida. Me ofreció los principios de base de las relaciones interhumanas. Durante el servicio
militar conocí todos los tipos de hombres. Hombres malos, hombres fríos y todavía capaces
de hacer un hecho bueno cuando menos lo esperes, hombres que son un cero a la izquierda,
pero también hombres de honor. Siempre durante el servicio militar vi lo que puede hacer
alguien cuando se le ofrece el poder sobre otros seres humanos y como puede transformar la
sensación de poder una persona. Todavía hoy, cuando hablo con un empleado me retumba en
los oídos los gritos del caporal idiota de Vrancea, recordándome la idea de que cada individuo
tiene que ser tratado con respecto. “¡El fracaso es la calle hacia el éxito!” Esta fue la idea que
está a base de mi libro. El servicio militar fue el fracaso que me abrió el camino hacia los
éxitos de la vida. Y cuando pienso que durante todo el servicio militar disparé sólo seis balas,
al mi primero y último ejercicio de mi vida…
“El amor no significa mirar hacia el otro,
pero que ambos miren en la misma dirección.”
(Antoine de Saint-Exupéry)
Un Romeo engañado
Cuando decidí empezar a escribir estos cuentos, me atormenté noches y noches,
estremecido por profundas inquietudes. Me preguntaba si lo que escribiría servirá a alguien,
si tendrá sentido para alguien, si mi trabajo no parecerá a los otros ridículo o inútil.
Mis cuentos no son extraordinarios. Su hilo épico no tiene nada asombroso. Estoy
convencido de que cada uno de Ustedes va a encontrar muchas cosas comunes. ¿Y entonces,
por qué tendría qué escribirle? ¿Cuál sería la razón de este proyecto? La respuesta la
encontré un día, cuando un conocido, buen amigo, me preguntó repentinamente:”¿Tú puedes
vivir sin dinero?” No le contesté inmediatamente. ¿Qué pudiera decirle? Tengo una casa
grande, un coche, un negocio próspero. Nunca pensé en este asunto. Con pequeñas
excepciones, en mi vida, nunca me faltó el dinero. Más tarde, pero, después de pensar más en
la pregunta de mi amigo, entendí, verdaderamente el significado. La mayoría de la gente
valoriza la vida según un sólo patrón: el dinero. Aunque pocos reconocen, los demás se
esconden bajo razones como la familia, el saber o el amor, el dinero es lo que da forma a los
sueños, pero también lo que nace, en la profundidad de la consciencia, los monstruos de las
pesadillas.
Abro con sinceridad mi alma y les digo que cuando no tengo dinero, yo tampoco
parezco la misma persona. Cuando tengo periodos malos en los negocios, no puedo
concentrarme en otra cosa. Toda mi energía y atención se concentran hacia el único fin de
hacer dinero. Cuando lo tengo, pero, me doy cuenta del error que hago. Y me avergüenzo, y
me siento humilde, sobre todo cuando miro en los ojos mis dos hijos. En estos momentos
realizo que tengo que dejar más de una cuenta en un banco, un coche o una casa, para poder
decir que mi vida tuvo un sentido.
El dinero lo haces. La experiencia se adquiere con sacrificios y errores. En esto
encuentra su sentido este libro. Quiero transmitir a mis hijos por lo menos una parte de mis
experiencias, con la esperanza de que quizás, tendrán algo que aprender. Estas líneas son
para ellos, pero también para todos los que intentarán encontrar respuestas en las cosas más
sencillas.
La había encontrado de nuevo hace unos años. No la encontré tan hermosa como
antes. El tiempo había pasado para ella también, como para todos nosotros. Era gordita y tenía
grandes ojeras. Pero, como decía ella, era feliz. Desgraciadamente, en aquellos tiempos no
creía más en la felicidad. Encontrarla me había trastornado los recuerdos. Sentí un fuerte olor
de narcisos. Aquella noche recordé imágenes de mi adolescencia. Tuve muy claro en la mente
todos los momentos…
Había acabado el servicio militar desde hace poco tiempo. Era hombre, como se dice,
con actos. El negocio iba muy bien y empecé hacer muchos viajes en el país y al extranjero.
No tenía tiempo y ojos para otra cosa sino para mi pequeño taller de Razboieni. Me había
convertido en un salvaje y mis padres se dieron cuenta de esto.
- Muchacho, quizás, es el momento de pensar en hacerte una familia. Tienes
todo lo que necesitas, terminaste el servicio militar. Tienes que ser tú también como los otros,
tener hijos, porque de otra manera trabajas para nada.
- No tengo tiempo para estas estupideces, padre, le dije. Tendré tiempo para
todo.
Se entristeció cuando oí mis palabras. Para mí fue una primera señal de alarma.
Aprecié siempre sus consejos y sentía que tenían razón. Yo también sentía que necesitaba
alguien junto a mí. Hasta entonces mi experiencia en amor no era para nada diferente de
aquella de un joven de mi edad. Una excepción, quizá. Tenía una verdadera fobia para un
cierto tipo de reacción de las chicas. Todas las muchachas con las cuales había trabado
amistad hasta entonces no hacían ni un solo paso sin preguntar: “¿Pero mamá qué va a decir?”
o “Vamos a ver si mi mamá me lo va a permitir.” Pero a mí, el muchacho de entonces, me
estremecía cualquier ser tan dócil y completamente sin independencia y propia voluntad. Esto
puede parecer infantil, y muchos de los que leen ahora estas líneas van a reírse, claro,
pensando que estos tipos de respuestas eran de alguna manera reacciones normales para la
mentalidad y la modalidad de vida del pueblo tradicional rumano. Para mí, en aquellos
tiempos, era una cosa muy seria, que no podía superar tan fácilmente.
Acostumbrado a escribir sobre el papel cualquier plan de negocio, decidí aplicar las
mismas reglas en este campo también. Y empecé con la idea que, si quieres algo bien hecho,
tienes que hacerlo tú mismo desde el principio y modelarlo como quieres. Y en mi mente de
veinte años brotó una idea grandiosa: buscar una chica más joven que yo y, como se dice,
criarla yo. Con este plan en la mente empecé buscar mi pareja. La encontré en la Valle de los
Narcisos, cerca de Brasov16
, en la primavera de 1989.
Corina, así se llamaba mi nuevo “negocio”, tenía dieciséis años. Era morena, con los
ojos verdes, un poco gordita. Me gustó su acento de Maramures17
. Vivía en Sighetul
Marmatiei, lugar de peregrinaje para Ionel Agrigoroaei.
La primera charla fue al nivel de dieciséis años. Pegué la hebra con ella y no fue muy
difícil causarle impresión. Le conté de mi negocio, de los viajes y los lugares que vi al
extranjero.
En los meses que siguieron, viajaba algunas veces al mes hasta Maramures. A poco a
poco, “mi plan de negocio” se volvió en un amor ciego. Cuando estaba solo en Iasi, quería
terminar cuanto antes el trabajo para correr en Sighet. Pasé de un extremo a otro.
La familia de Corina me aceptó inmediatamente. Aunque era mucho mayor que su
hija. Puede ser porque, para causarles impresión cada vez cuando los visitaba, el maletero de
mi coche blanco, recién comprado, estaba lleno de regalos. Cuando iba al extranjero, al
regresar siempre me paraba en Maramures y les traía regalos y recuerdos.
Durante las vacaciones llevaba Corina con mi coche y viajábamos juntos en el país,
como chicos. Vacaciones en montaña. Vacaciones al mar. Compras al extranjero, vestidos,
joyas. Salía viernes con todo el dinero ganado entro la semana, que no era poco, y llegaba
lunes o martes a casa sin blanca.
Había cambiado mucho. Mi hermano me lo hizo notar. Pero yo no quise escuchar a
nadie. Corina había cambiado también. De la chica callada y tímida, vestida con un vestido de
tela blanco, se había convertido en una señorita muy elegante. Empezaron también los
conflictos. Ella tenía siempre más demandas, pedía siempre más. Lo que me hacía más daño
era que sentía que la estoy perdiendo a lo largo del camino. Sentía que el lugar del amor – y
sinceramente no sé si por su parte se trató de amor por mí de una manera real y profunda – fue
tomado por la locura de las excursiones, de las compras… Sentía, sabía esta cosa, pero no
tenía el valor de abordar directamente el problema. Tenía miedo de perderla.
Ni en aquel momento no preví el gran fracaso hacia el cual me dirigía. Ofrecí todos
mis ahorros y compré un piso en Iasi, seguro de que así la voy a traer junto a mí. Me
equivoqué otra vez. Se escapó con las palabras que yo odiaba tanto: “No sé, Ionel, voy a ver
lo que dirá mi madre.”
Me despertaron sus confesiones durante una conversación con otra pareja.
Preguntados si queríamos casarnos, Corina contestó precipitosamente: “¿Pero qué te pasa
hombre? ¡Ahora no tenemos tiempo para estas estupideces!”
Sus palabras me perturbaron completamente. Recordé después, de una vez, el fin con
el cual empecé esta relación. Buscaba una mujer junto a la cual construir un futuro y encontré
una niña que apenas había entrado en la adolescencia.
Dentro de dos años después del encuentro en la Valle de los Narcisos, reajusté el plan
en la carta. Me atormenté por semanas, como un ingenuo que estaba y escribí en una hoja
blanca todo lo que estaba dispuesto a hacer para ella. Renunciar a mi familia y transferirme a
Iasi, abrir un nuevo taller. Le prometía una vida bella, tranquila, con hijos, una casa grande y
sin preocupaciones. Con este papel, plegado con cura y escondido en un sobre, fui por la
milésima vez, quizás, a Sighetul Marmatiei. Encontré Corina al peluquero. Se preparaba para
una nueva excursión. Le había prometido ir a Budapest. Dentro de una larga y cansada
discusión sobre nosotros, nuestro futuro, le pide decir cómo nos ve ella en un futuro cercano.
16
Brasov es una ciudad muy hermosa, al centro del pais, en una zona montañosa 17
Maramures es una región muy pintoresca al norte de la Rumania, famosa para sus portales de madera esculpidos, para sus iglesias en madera muy altas y con una arquitectura especial
- Te escribí aquí todo lo que yo estoy dispuesto hacer para ti, para nosotros, para
nuestra felicidad. Abres, por favor, el sobre sólo después de haberme dado la respuesta.
Quiero saber dónde estamos. Necesito una certitud de tu parte.
Me miró con ojos grandes de niño, sin comprender, de hecho, lo que yo quería. Para
ella, la vida estaba por empezar y no comprendía por qué yo necesitaba certitudes.
- Te digo sinceramente que no sé. Es posible, en un futuro más lejano, estar
casados, pero ahora tengo que terminar los estudios. Y no sé lo que va a decir mi madre…
La dejé. Desde aquel día nunca la vi. La dejé vivir su adolescencia. Quizás, para ella,
la separación no tuvo ningún efecto. Para mí, el fracaso de la relación dejó huellas profundas.
Apliqué en amor el pensamiento y los principios de un negocio y fallé. Invertí muchísimo en
un terreno virgen y en vez de obtener seguridad me quedé con muchas incertidumbres.
Pasaron más o menos dos años desde cuando me separé de Corina. Era un bel verano y
pasaba mis vacaciones al mar. Entonces la conocí. Una noche entera hablábamos sólo de
confecciones, telas y modelos. Por la mañana, cuando la acompañé a casa en coche, la
pregunté con voz indiferente. “Vamos a suponer, por absurdo, que nos vamos a casar mañana,
¿tu madre qué diría?” Me miró algunos segundos intensamente y después me contestó: “¿Qué
interesa a mi madre lo qué hago yo?” Dentro de dos meses estábamos casados.
No sé si había logrado emocionarlos. No este fue el fin. Fue un cuento sencillo, que se
consumó de una manera muy bonita, aunque no tuvo nada de las tragedias de las grandes
historias de amor. Este fue un momento de encrucijada en mi vida, un desengaño doloroso,
sobre todo porque sólo muchos años después entendí que ella no tuvo ninguna culpa. Era sólo
una niña a la que, de una vez, le fue permitido el acceso sin límites a la bolsa con juguetes de
Santa Claus. Mi pretensión de modelar una persona fue irreflexiva y por una parte, ridícula.
Más tarde entendí más cosas. Entendí que en la vida es muy importante encontrar tu
pareja, pero tan importante es que ella resuena al unísono contigo, que elije el mismo camino
junto a ti en la vida, al bien y al mal, para siempre, en libertad y armonía, con la frente alta y
la sonrisa en la boca, superando todos los obstáculos para el maravilloso ideal de tener una
familia unida y feliz, recibiendo constantemente energía con una efusión luminosa de
sentimientos y pensamientos positivos, con tus ideas, tu imaginación e tu valor. No puedes
conseguir, verdaderamente, éxito en la vida, en la familia, en los negocios, si tu socia no es tu
par, si no se implica, cuerpo y alma, junto a ti en el trepidante flujo y reflujo de la vida.
Cuando encontré a mi esposa, supe que ella tiene todas estas cualidades y supe que todo
estaba listo para buscar el éxito. Vi en ella, más allá de todas las cosas tácitas entonces y
quizás, en los años que siguieron, bajo todas las apariencias, no sólo una mujer hermosa, pero
también un índole sensible, creativo y fuerte, que emanaba aquella fuerza que tanto necesitaba
y a la cual no pude renunciar desde hace cuando la conocí, para llevar el mundo, para siempre
a nuestros pies. Desde aquel momento todo fue en nuestro poder y en nuestra voluntad.
“En pleno invierno aprendí
que en mí hay un verano indestructible.”
(Albert Einstein)
El general
Querido lector, ahora le propongo un ejercicio. Yo le doy una palabra, y usted tendrá
que asociarlo inmediatamente con el primer pensamiento que le sale en la mente.
¡FRACASO! ¿Es verdad qué es una palabra que se asocia, inevitablemente, con la idea de
dinero? Ahora intenta imaginarse cómo sería perder todo lo que conseguí en años de trabajo.
¿Cree qué es una situación gravosa, una situación límite terrible? Le diré un pequeño secreto
que estoy seguro que ya lo sabía en una cierta medida: el dinero es de carta y se puede
obtener. No importa si tienes catorce o noventa años. Hay pero cosas al mundo que ni
siquiera las más grandes riquezas pueden comprar. La más sencilla, pero también la más
conocida definición del fracaso está relacionada a los negocios. La mayoría de la gente lo
percibe como un término económico y piensa que si no está implicado en un negocio tampoco
va a conocer su rostro siniestro. Sin embargo, si miramos con atención al nuestro alrededor,
veremos que estamos circundados de decenas de quiebras. La mayoría no tienen a que ver
con el dinero. Y son de una crueldad que deja huellas irreparables en la memoria afectiva de
la víctima. Cada uno de nosotros, de una u otra manera, en un campo u otro, entramos, más
temprano o más tarde, en quiebra. Uno falla en su tentativo de ofrecer una educación viable
a sus hijos, echándolos como presas en la selva de la vida, donde sobrevivir es un juego que
no puedes evitar. Otro divorcia, sintiendo el fracaso de su relación que empezó con un
“capital social” llamado “hasta que la muerte nos separe”. Otro, después de años de
trabajo, en el mismo cargo, recibe, de repente, la decisión de despidida. Y esto porque
vinieron lobos jóvenes, con una preparación mejor, más adaptables y más baratos. Entre
tantos, un adolescente que parecía tener la vida a sus pies se convierte en un tóxico-
dependiente e inconscientemente se auto-destruye. Su compañero se licencia, sigue los
estudios de máster, aun el doctorado. Pero la realidad lo recompensa con un diploma de….
parado. Otro trabaja de día a noche. Hace juegos malabares con las decenas de cafés y las
noches blancas en el intento desesperado de mostrar que es una persona responsable y
competente. Contracta créditos, compra una máquina para lavar ropa y dos cortinas. Hasta
el día cuando el corazón rechaza el calvario y se para. Otro deja todos sus sentimientos a la
puerta de la consciencia y registrado en el concurso para dinero o poder, se transforma en
un rapaz chacal social, para que, a finales de su vida se despierte solo, circundado sólo de
objetos de lujo inertes, que había creído con firmeza por toda la vida que lo van a hacer feliz.
La lista queda siempre abierta, los ejemplos pueden continuar al infinito.
El hombre fue construido por una serie cerrada o infinita de fracasos. La diferencia la
hace, cada vez, la capacidad de superarlos, de aprender de los errores. De ir adelante. Y
exactamente en esto se encuentra la gran fuerza de la vida: modelar la propia psicología de
vencedor. El tiempo interior de este tipo humano no se mide en dinero, en diplomas o
victorias. Muchas veces se mide en tristeza, dolor, pero también en coraje, confianza y
paciencia.
Así que, en medio del más terrible invierno, cuando la nevasca del fracaso le paraliza
las manos y las piernas, parándole de repente la respiración, entonces puede decir que
descubrió, de verdad, el grande y maravilloso secreto del sobrevivir.
Lo más fuerte “manager de crisis” que conocí no está relacionado al ambiente de los
negocios. Fue asombrosa su capacidad de adaptación, de resistencia al sufrimiento y, no por
último, la fuerza de tomar, con mucho discernimiento, las decisiones más radicales, todo esto
me impresionó profundamente. Y me hicieron ver mis fracasos como un juego de niños. No
importa cuánto nos gustaría creer que vivimos en una sociedad en la cual las mujeres tienen
las mismas oportunidades que los hombres, pero la realidad es diferente. Somos todavía
misóginos, fuertemente dominados, en varias situaciones de la vida, por el lugar común de la
inferioridad de la mujer. Para tener éxito, una mujer, a veces, tiene que trabajar dos veces más
que un hombre. Al mis alrededores, no encontré en ningún hombre tantos sueños quebrados,
como en estas “expertas de las crisis”. Como nunca encontré una forma de determinación más
imperiosa, o una capacidad de sacrificio más chocante para salvar su “negocio”, no importa
cuál sea. Y la estrategia que utilizan las mujeres para solucionar el fracaso tendría que ser
enseñada en cada curso sobre el arte del éxito.
Conocí Ioana desde la escuela. Su historia no es una singular. La encuentras
frecuentemente en la vida. Sea que sucede en una casa de un pueblo muy pobre, sea en un
piso de una gran metrópoli, o en una casa de un barrio lujoso; por doquiera tiene las mismas
coordenadas. Y empieza de esta manera… Ella es una chica llena de vida. Es la más diligente
de la clase. Viene cada día con los deberes hechos. Nosotros, los bribones, nos peleamos
durante los descansos por sus cuadernos para poder copiar los deberes. Es siempre muy
ordenada y emana un aire calmo y equilibrio. Deja la sensación que si el viento soplara un
poco más fuerte rompería en llanto. Si pudieses entrar en el diario íntimo de su corazón,
estarías sorprendido de la lista de sus sueños. Cualquier sueño, cualquier deseo tendría
oportunidades muy reducidas de cumplirse si no tuviese un plan hecho antes, un buen
proyecto bien pensado. También, es muy importante la motivación, creer en la realización del
proyecto. Sobre todo a la edad de la adolescencia, las chicas son expertas en estas cosas. La
mayoría ya saben desde cuando tienen dieciséis-diecisiete años lo que quieren hacer en la
vida. Pregunte una chica como se ve dentro de diez años y estará sorprendido de la larga y
detallada lista de sueños que le va a revelar. Ioana sabía exactamente, desde entonces, que
quiere hacer en la vida. Quería llegar una experta en economía, licenciarse y profesar.
Encontrar su mitad, tener una familia, dos hijos hermosos y ser feliz. En la fase de proyecto,
todo parecía perfecto. En realidad, pero, el destino le reservará otra cosa.
Cuando empieces un negocio, tienes muchas ilusiones. Si abres un pequeño negocio
en un barrio, sueñas con una cadena entera de negocios. Y ¿por qué no? Un supermercado con
escalera mecánica, con una gran palma al centro y escaparates luminosas que no dejes de
mirar. Atrapado en el remolino y el cepo de la imaginación, no te paras ni un momento para
mirar hacia las paredes que esconden el ilusorio universo económico. Hipnotizado por las
quiméricas luces de los tesoros, no observas las pequeñas manchas de moho en los rincones.
No te das cuenta que las ventanas son de madera podrida y que en el invierno por allí entrará
el cierzo. Y bajo el tablado hay colonias enteras de caries seca que lentamente pero
irresponsablemente muele la madera. Te encanta el color vivo de la cal y los fascículos
luminosos del techo postizo.
Cuando empezó el gran negocio de su vida, la formación de una familia, Ioana eligió
una tal ubicación. Eligió a Tudor porque era callado, calmo, equilibrado, tranquilo. Incluso
demasiado tranquilo. Y porque no era como los otros chicos. Tudor era perfecto. Veía en él el
futuro. Y qué futuro… Una casa grande bajo las montañas, escondida entre abetos, en una
pequeña ciudad tranquila. Una familia grande, recogida durante las fiestas alrededor de la
misma mesa. Alegría, regalos, toques delicados, rostros felices. Y además de todo esto, una
tranquilidad que sólo la felicidad puede ofrecer. Ioana había ya construido su propio
“negocio” en la mente, y también en el corazón. Nada no predecía lo que pasaría.
Las primeras señales de la crisis invadieron como sombras espantosas el mundo de
sueños de Ioana, poco tiempo después de haberse jurado fe antes Dios. El moho escondido en
los rincones empezó extenderse velozmente y llegó a ser, de repente, visible. Por primero se
enteró de que Tudor era dependiente de cigarrillos y alcohol. Al principio intentó abordar muy
discretamente este problema, pensando en una solución favorable. No logró, al contrario,
despertó una tormenta que nunca lograría parar. Su comportamiento cambió, de repente,
radicalmente. Empezaron aparecer las malas palabras, las ofensas, las acusas sin fundamento.
De allí en adelante, el entero “negocio” se transformó en una verdadera lucha para sobrevivir.
En el mundo de los empresarios, las cosas son, creo yo, un poco más sencillas. Cuando
sientes que una empresa no va, la cierras o suspendes su actividad. Es sin sentido obstinarse
perder tiempo y dinero. Sobre todo porque en cualquier momento puedes empezar otro
negocio, puedes venir con una nueva idea y empezar otra vez. ¿Pero qué haces cuándo la
empresa es, en realidad, una familia, que tiene ya un hijo? No puedes, simplemente cerrar,
poner un candado sobre la puerta y salir adelante, despreocupado. Muy bien, van a decir que
hay también personas que se comportan de esta manera sin remordimientos. Pero la mayoría
de nosotros somos muy legados a la familia, y el menor temblor nos puede trastornar la vida.
En estas situaciones, decimos que hacemos inversiones muy importantes para intentar
salvar el negocio. Para Ioana, las primeras inversiones de “capital” fueron los sentimientos.
Aprendió aceptar las humildades. Con calmo, casi todos los días, absorbía como una esponja
todas las frustraciones y las iras de Tudor. En este tiempo, invertía cantidades inmensas de
energía en la educación de la niña. El sueño de tener una carrera en el campo económico se
había derramado desde hace mucho tiempo. Entre tantos, para poder trabajar cuanto antes,
siguió los cursos de un colegio. Su trabajo era mal pagado en Rumania, como todos.
Después, en un intento desesperado de salvar el “negocio”, decidió buscar sus
respuestas en otro país. Se fue al Oeste, en Irlanda, a trabajar, como otras miles rumanas.
Empezó con los trabajos de abajo, aunque tenía preparación en el campo sanitario. Luchó,
suportó, esperó. Mientras tanto, la familia aumentó con otro miembro, un niño. Pero sólo esto,
porque el fantasma del fracaso los apretaba siempre más fúnebremente. En realidad, el fracaso
era desde hace mucho tiempo, ahora se daban sólo cuenta del peligro que representaba. Ioana
pero rechazaba reconocerlo, rechazaba aceptar la realidad. Rechazaba reconocerse vencida. Y
todos los momentos reunidos, todos los días empujados uno tras otro llegaron a ser, a poco a
poco dieciséis años. El fracaso fue declarado oficialmente en una sala fría de tribunal. Ioana
recibió todos los derechos sobre los niños. Y, de esta manera, el “negocio Tudor” cerró.
¿Su historia les parece algo conocida, verdad? Muchos de nosotros experimentaron
todo esto. Si no, es posible oír hablando los parientes, los amigos o los vecinos. Creo que no
hay una sola persona que no conozca por lo menos un caso similar. Algunos de un
dramatismo, quizás, mucho más estremecedor. En la existencia cotidiana, historias como esta
se convirtieron a través de sus actores y los dramas puestas en escena, en algo habitual. Y por
esto, la idea de que podemos encontrar en estos tipos de ejemplos de vida las respuestas
respecto al obtener éxito, puede parecer a muchos ridícula. Pero no es así.
Ioana, como otras muchas mujeres como ella, es una mujer que luchó hasta el
agotamiento para salvar su familia. Para que sus niños tengan siempre un padre junto. Y para
esto fue capaz de un inmenso sacrificio. Renunció a la propia vida, a las pequeñas alegrías
que componen la trama de la felicidad de cada persona. Resistió hasta cuando tocó el fondo de
la degradación humana. Llegó hasta el margen del precipicio, teniéndose, permanentemente,
como un títere, de los hilos de una felicidad imposible. Hasta un día cuando dijo ¡alto!
Es muy difícil, casi imposible cortar de una vez los enlaces con una vida que te
manipuló por años. Es difícil separarnos de nuestro coche, de un libro o de un amigo. ¿Qué
haces pero cuando tienes que renunciar a un marco en el cual viviste por dieciséis años? ¿Un
cuadro sobre el fondo del cual has construido sueños y esperanzas? ¿Un cuadro que has
amado con todo tu ser y para el cual, en algunos momentos, estabas dispuesto a dar tu vida?
Incluso para el manager de crisis mejor clasificado en el mundo de los empresarios, esta
situación sería una de las más complicadas, y para solucionarla necesitaría una artillería entera
de fuerza, diplomacia, inteligencia, paciencia y estrategia.
El verano del 2010, cuando supe de unos amigos que Ioana regresó a casa, salí hacia
su ciudad natal, deseando encontrar un “general” que llevó una guerra de deterioración por
muchos años. Esperaba encontrar una persona dura, con huellas profundas, llena de cicatrices
y heridas en el alma y en la voz. Delante de mí, pero, apareció una mujer de una ternura
indescriptible. Emanaba sólo calmo y equilibrio. Como antaño. Además su cara tenía una
tristeza tierna, controlada. Cuando le expliqué que investigaba para un libro sobre el fracaso y
el éxito, me preguntó si su fracaso era tan evidente. Se sentía vencida. Después de cada
fracaso que viví, pasé por periodos cuando creía que todo estaba perdido. Aunque había
terminado con los viejos negocios y no existía más la presión de aquellos días locos, cuando
corría en el intento de salvar algo, fui invadido por un estado de abatimiento cercano a la
renuncia total. Me permití entonces retirarme en la casa de mis padres, o al mar, a la madre de
mi esposa. Cerrar el teléfono, olvidar de todo y no interesarme de nada. Después, dentro de un
periodo de “luto”, renacía, rehacía mis planes y empezaba de nuevo. Ioana no pudo permitirse
un semejante lujo. Ella tenía seguir con el trabajo, cuidar a los niños. Su marcha no se paró ni
siquiera el día del divorcio. Al contrario. De entonces se hizo más intenso. Más fuerte, más
valioso. Sin descansos. No podía permitírselos. Además, luchó sola. Y por esto, quizás, no se
dio cuenta que estaba desde hace mucho tiempo a la limite más baja y que desde entonces no
podía que empezar a subir. Con beneficios, como se dice en el mundo de los negocios. Una
gran diferencia a diferencia de mí. Porque yo, cada vez cuando llegué en un punto muerto o
en una situación de crisis, tuve la suerte de tener a mi lado un verdadero luchador, a mi
esposa, siempre lista a tomar la guerra cuando la fatiga o la depresión me inmovilizaban, me
acaparaban. Después la discusión con Ioana, me di cuenta todavía más, cuanto es importante
una relación estable y fuerte en la familia. Cuanto es importante tener junto gente que
entendió que la quiebra en los negocios no significa, implícitamente, la pérdida de todas las
posibilidades, de los sueños y de las esperanzas.
¡Y no creed qué fue algo fácil! Los momentos tensionados son inevitables en
situaciones-límite como estas. A veces estuvieron discusiones, peleas, acusaciones. Algunas
fundamentadas, otras dichas por enojo y agotamiento físico y psíquico. Pero en los momentos
más difíciles, cuando tuviéramos sostenernos, todos, yo, mi esposa y nuestros dos hijos nos
colocamos espalda en espalda, nos basamos en nuestro amor y nuestra fuerza como familia y
seguimos adelante.
Pero si uno de nuestros socios hubiera querido imponer su supremacía, intentando
controlar despóticamente el entero universo familiar, entonces la guerra con el mundo se
habría transformado en la guerra del hogar. Y cada miga de energía hubiera sido gastada en
un conflicto fatigoso y humillante, la idea de familia se convertiría inevitablemente en un
fracaso. Los verdaderos enemigos no son los con los cuales compartimos la cama. No son los
niños que duermen en el cuarto al lado. Al contrario, ellos son la razón de la lucha en la vida,
de la búsqueda del éxito. A pesar de la generosidad que puede mostrárnosla un amigo o un
vecino, ninguno de ellos no nos van a apoyar, con devoción, en los momentos difíciles. Los
únicos que nos van a respaldar sin condiciones son sólo los miembros de la familia.
¡Mirad Ioana! Dieciséis años apoyó, de una manera u otra, a su esposo. Cuando
otros le decían de irse, renunciar, bajó la cabeza y siguió adelante. Para sus hijos, para él.
Encontró increíbles reservas de energía, intentando mostrar así cuanto es importante la unidad
en la familia. El desenlace de la guerra te hace pensar que no logró lo qué se propuso. Que fue
vencida. Que fracasó. Y por un cierto punto de visto puede ser así. Los niños no tienen un
padre junto. Pero, por otra parte vieron en su madre una luchadora. Entendieron cuanto puede
ser importante una familia, y quizás, en futuro, ellos mismos evitaran hacer los mismos
errores. E Ioana fue ascendida por la vida al grado de general. ¿Qué otro puedes llegar
después de una semejante guerra qué acabas de pie? Incluso sólo porque la acabó en posición
vertical merece toda la admiración. El principio del camino en la vida familiar es esencial.
Como en un negocio, la estrategia del principio te puede asegurar un éxito a largo plazo o un
fracaso doloroso que puede durar decenas de años. Ioana, creo yo, es un caso feliz. Muchas
familias se quedan, hasta el final, en esta situación de fracaso. Muchas veces, pero, el final
viene debido a una tragedia terrible. Cuando eliges construir tu vida junto a otra persona, es
mejor tener en cuenta todas las probabilidades. La prisa, el amor ciego, como se dice, tiene,
pocas veces, oportunidades para lograr. Es difícil pensar objetivamente a veinte años, cuando
decides atar tu vida a otra persona. Pero, con un poco de valor puedes hacer algunas pruebas
para saber si, de verdad, es la persona con quien podrás pasar el resto de tu vida. ¿Pero qué
digo? Sucede, a veces, repetir los mismos errores más adelante en la vida. Hay personas que
pasan por dos o tres divorcios.
Tienes que sentir que la persona que eliges, varón o mujer, es, verdaderamente, tu
mitad. Esto lo puedes comprobar sólo en las situaciones-límite. En los momentos
verdaderamente difíciles. Porque cuando brindas con el champán, o en una cama llena de
pétalos de rosa el amor es siempre sonriente y dulce. En el dolor y en la desesperación las
cosas como el perdón, la aprensión, la compasión y el apoyo sin condiciones son los que dan
valor al amor. Así que, como dice un viejo dicho alemán: “Mejor un final difícil que
dificultades a final”.
“El fracaso es el condimento
Que da sabor al éxito.”
(Truman Capote)
La primera quiebra. Tres errores que
contribuyeron a la pérdida de un negocio
¿Han perdido alguna vez dinero? Creo que cada uno de nosotros llegó, por al menos
una vez, al negocio o a casa y se dio cuenta que le falta del bolsillo el dinero para hacer
compras. ¿Recuerdan el sentimiento de frustración, de nervosidad acentuada cuándo se
preguntan dónde y cómo pudieron perder los billetes? ¡Bien, intentan vivir otra vez aquella
sensación multiplicada cien y cien veces! Hacen después un ejercicio de imaginación
equivaliendo este dinero perdido con una metáfora para su trabajo durante años que, por un
error sencillo, desapareció, se vaporizó como si todo hubiera sido una quimera. Intentan
imaginar que en un solo día perdieron la casa en la cual viven con su familia, el coche que
conducen. Que en un solo día se derriban, de repente, todos los sueños, los planes del
presente y del futuro. Más, intentan imaginar que con Usted, por Usted, otras ochenta
personas son en la misma situación. ¿Qué hacen? ¿Qué piensan hacer en una tal situación?
Siempre tuve dinero. Nací en una familia en la cual la iniciativa privada existía en el
código genético. Mis padres entienden de textiles, y esto los ayudó en el periodo comunista
vivir mejor que el resto de los rumanos. “Habíamos inventado” una seudo-democracia, una
seudo-economía de mercado. Y cuando digo que teníamos dinero, no piensan en un lujo
excesivo. Tuvimos quizás, más dinero que otros cerca de nosotros. Y para darse cuenta les
voy a contar que, aunque nací y viví en Razboieni, una antigua aldea moldava, en los años „80
mis padres tenían un coche, una Dacia, que cambiamos una vez cada dos o tres años.
Teníamos una grande hacienda, y un ingreso mensual que, en los buenos tiempos llegaba a
veinticinco mil lei. Y en aquellos tiempos, el sueldo medio mensual llegaba a dos-tres mil lei.
El sistema que permitió esto es y fue poco conocido. Deseoso de conocer más sobre
aquellos tiempos, busqué estudios, investigaciones o cuentos en los archivos y en los antiguos
documentos, pero no encontré muchas informaciones.
Y para comprender mejor de donde salí y que me plasmó como empresario les
explicaré en pocas líneas, los principios y la manera de funcionamiento del sistema
comunista. Las asociaciones de artesanos se formaron, conforme la ley, en 1968, y eran
“organizaciones socialistas de ciudadanos con carácter económico, que se constituyeron por
medio de la asociación, por iniciativa propia de los artesanos, de las personas que hicieron
aprendizaje en la asociación artesana”. Prácticamente, los comunistas aceptaron una forma de
iniciativa privada, colocada, al principio, a la periferia del sistema económico. Es decir, mi
padre y mi madre, sastres, recibieron por parte del estado el derecho de trabajar y la libertad
de conducir el negocio como querían. Mis padres emplearon personas, compraron utillajes
específicos para la industria textil. En aquellos tiempos no existía el concepto de patrón. Así
que, el taller de Razboieni no era de mis padres en los documentos, sino que del régimen
comunista. En realidad, pero, ellos “hacían las reglas” para usar una expresión de la
administración del capitalismo salvaje. Ellos empleaban, ellos buscaban pedidos, ellos
compraban utillajes con su dinero.
La relación con el estado era esta: recibías un pedido, decimos, de mil chaquetas y con
un documento del centro, podías comprar la tela de las grandes empresas estadales. Aquí
estaba la llave del negocio. En la manera como era construida la relación asociación-estado,
los pequeños empresarios no podían tener ningún beneficio. El nuestro beneficio era uno
escondido. Si el pedido era de mil chaquetas, nosotros solicitamos tela para mil ciento
chaquetas. Lo que quedaba era nuestro beneficio. Todavía, el negocio no estaba reducido sólo
a esto. El secreto era ser capaz de reunir los trabajadores mejores, comprar la mejor tela e
invertir en utillajes, construir un plan de acción viable. Más o menos lo que hace ahora cada
patrón. El sistema era uno semi-abierto. El estado no nos controlaba constantemente. Nos
dejaba en paz para hacer nuestro trabajo y una vez al año, estábamos controlados por los del
Control Financiero Interno u otros órganos estadales.
Tales talleres artesanos se desarrollaron fuertemente durante el periodo comunista. El
ejemplo de mi familia es uno menos importante. Fueron empresarios que hicieron riquezas
impresionantes con estos seudo-negocios. Al principio de los años 80, aparecieron los
verdaderos millonarios, cosa que llamó la atención a los comunistas. ¿Recuerdan la célebre
película El secreto de Bachus18
? Bien, el papel desempeñado por Stefan Mihailescu-Braila es
de un tal millonario. Claro, fue presentado por los comunistas como un gran delincuente,
algunas cosas siendo exageradas en modo intencional, pero la película es la prueba de que
estas asociaciones artesanales llegaron a ser “peligrosas” para la economía centralizada
comunista.
Nosotros nunca llegamos a este nivel. Creo, pero, que si la Revolución19
hubiera
retrasado de un año, yo también habría dado el golpe de fortuna. En la primavera del 1989,
ero el “propietario” de un taller de veintiocho empleados en Razboieni. Tomé el taller en
1986. Como tenía sólo dieciocho años y la ley no me permitía tener derecho a la gestión, en
los actos, eran mis padres. En tres años logré empezar un pequeño negocio, así que, en
aquellos tiempos había obtenido beneficios totales de más de un millón de lei. Una cantidad
de dinero inmenso, con la cual podría comprar una flotilla de coches Dacia.
Aquella primavera, con el dinero que tenía, empecé el gran negocio. Con un sistema
de relaciones coyunturales, tuve una gran amistad con un director de una empresa de
Transilvania20
, de Abrud21
. El plan era obtener la tela para casi un millón de camisetas. ¡La
cantidad era inmensa! ¡Algunos vagones de tela! Además, la mercancía era para la
exportación, lo que complicaba mucho las cosas. No les voy a explicar cómo logré aclarar las
cosas. Es cierto que en octubre de 1989, logré realizar el entero sistema. Tenía los
documentos, es decir el derecho de comprar la tela, lo que significaba casi 95% del negocio,
tenía los recursos humanos, esperaba sólo llegar la mercancía. Recuerdo exactamente aun los
cálculos que había hecho entonces. Si lograba traer la tela a Iasi, podía obtener un beneficio
18
El secreto de Bachus es una pelicula rumena de 1984, en la cual un periodista descubre grandes irregularidades en una empresa agrícola estadal, iiregularidades hachas por el director, llamado Bachus 19
El diciembre de 1989 en Rumania estalló la Revolución que derribó la dictadura comunista 20
Transilvania, junto a Moldavia, Muntenia, Oltenia y otras más son las regiones de Rumania 21
Abrud – una pequeña ciudad de Rumania
de más de dos millones de lei. Río todavía cuando recuerdo como había dicho a mi padre que
o saldría millonario de este negocio, o me detendría la Seguridad22
.
En diciembre, estalló la Revolución y todo se deshizo. El enero de 1990, intenté
relacionarme con el director pero no logré.
Para las asociaciones artesanas, la Revolución no fue un choque tan fuerte como para
el resto de la población. De alguna manera, nosotros estábamos preparados para la economía
de mercado. Desde hace treinta años, esto era lo que nosotros hacíamos. Quizá, por esto fui
uno de los primeros inversores privados de Iasi. Tomé uno de los talleres más dotados de
UJCOOP23
que tenía sólo diecisiete empleados. En seis mese logré traer otros setenta
empleados. Invertí en la nueva empresa todo el dinero que tenía en diciembre 1989. Había
recibido un espacio de casi siete cientos metros cuadros para el taller de sastrería en
Pacurari24
. Allí quise invertir dinero por la primera vez. Desgraciadamente cada vez cuando
quería comprar aquel espacio tropecé con el rechazo de algunos directores. Así que acepté la
situación. Con el millón de lei compré un coche Dacia nuevo, uno Olcit y dos coches de
transporte y la materia prima. Y empecé a correr por todas las partes. Más de un año estuve
más viajando y en los hoteles. Mi programa de dormir no superaba cuatro horas la noche.
Viajaba por todo el país de Constanta a Arad, de Satu Mare a Craiova. Corría continuamente
para comprar la materia prima y para obtener contractos de distribución. En sólo diez meses
mi coche había ciento cincuenta mil kilómetros. Los primeros y grandes contractos los hice
con ICRTI, organización que abastecía los grandes negocios del país, como Moldova25
, de
Iasi o Unirea26
de Bucarest. Toda la producción era concentrada sólo en dos productos:
pantalones y chaquetas. Al inicio de 1991, creé mi propia empresa, Agricompany. Todo
andaba bien, quizá, demasiado bien. A finales del año tuve un beneficio de más de ciento
cincuenta mil dólares. Y mi vida cambió. Renuncié definitivamente a Razboieni. Compré un
piso en Iasi. Lo renové completamente. Los pedidos venían en un ritmo bueno y constante y
con ellos el dinero. Todo cuando la economía rumana era en colapso. El aprecio del dólar
cambiaba muy frecuentemente. Los precios crecían en un ritmo infernal. La contabilidad era
un infierno, pero a mí me salía todo bien.
El año 1992 empezó tempestuosamente. El 15 de enero, recuerdo muy bien la fecha,
salí por Timisoara. El proveedor de la ciudad andaba muy bien, me había dado tres pedidos
que valoraban algunas decenas de millones de lei. Después de la charla en el despacho del
director me parecía que volaba hacia Iasi. Nos habíamos puesto de acuerdo por un pedido que
superaba todo el volumen de ventas del 1991 y que tenía ser hecho en un periodo
extremamente corto.
La primera entrega llegó a algunos millones de lei. Y esto con el pagamento a dos-tres
días. Prácticamente, hasta llegar el coche de transporte con la mercancía de Timisoara a Iasi,
yo tenía ya el dinero. Fue el momento cuando hice mi primer grande error y quizá, el más
grave. Ciego a causa del valor del contracto, renuncié a los otros clientes. La primera razón fueron los empleados. Con los ochenta empleados que tenía, podía
apenas hacer el pedido para Timisoara. Ni un segundo no pensé hablar con los otros talleres.
Quería los beneficios sólo para mí y no estaba dispuesto compartirlos con nadie. Y ni siquiera
deseaba dar ideas a los otros.
La segunda razón fue la conveniencia. Preferí tener un solo problema, un solo cliente
que valoraba cuanto diez, cuanto tenía entonces. Era más fácil. Menos documentos, sólo una
22
La Seguridad era es servicio secreto de seguridad del país que seguía a las personas consideradas enemigos del estado, o aquellas que no eran de acuerdo con la política del estado 23
UJCOOP – fue una de la empresa más grande de confecciones de Iasi 24
Pacurari es una de los barrios de la ciudad de Iasi 25
Moldova era el negocio más grande de la ciudad de Iasi, como un supermercados 26
Unirea como Moldova
ruta para los coches. Así cometí uno de los errores más graves de administración. Porque en
los negocios, nunca tienes que depender de un solo cliente.
En el mes de febrero mi negocio era en plena ascensión. Una falsa ascensión porque
todo mi sistema se basaba sobre un único contracto, y como se comprobará más tarde sobre
una única persona. A finales del mes hice una nueva entrega importante. Vino el mes de
marzo, y el tercer pedido. Normalmente, el 25 de marzo, el dinero habría tenido que llegar en
las cuentas de Agricompany. No pasó así. El 1 de abril, el Día de los tontos, salí
personalmente por Timisoara. Sentía algo. Empezaron a seguirme los presentimientos más
negativos. Pero no quería permitirles dominarme. En Banat recibí la noticia. No tenían más
dinero. E yo tenía que esperar. ¿Por qué? ¿Cuánto? Nadie me contestó. Estaba desesperado.
No podía pensar en otro pedido cuanto tiempo todas las liquideces fueron invertidas en
materia prima para el último contracto. Para empezar de nuevo la producción necesitaba por
lo menos mitad de la cantidad de dinero. No recibí ni un billete. Ni dentro de un día, ni dentro
de una semana, ni dentro de un mes. La cosa más grave era que a finales de mes tenía que
pagar un préstamo de algunos millones de lei que había contratado para pagar la materia
prima. En aquel momento hice el segundo error. Me bloqué. Mi mente paralizó. No lograba
encontrar soluciones, y más grave, no intentaba buscarlas. Mi entera energía era canalizada,
inútilmente hacia la recuperación de la deuda de Timisoara. Si hubiera intentado un nuevo
préstamo quizá, habría podido retomar los viejos contractos o no importa qué cosa, pero
habría podido salir de la dificultad. Me faltaba la experiencia de unas situaciones semejantes.
Hice muchísimas llamadas, todas las intercesiones posibles. Amenacé y llegué a rogar
con los ojos llenos de lágrimas para recibir mi dinero. Me paré sólo cuando supe lo que había
pasado. El ex – director había usado el dinero de la institución para un asunto personal.
Compró más de mitad de millón de chaquetas de remiendos de cuero de Turquía – recuerdan
las famosas chaquetas de cuero, hechas de pedazos de cuero cosidas al exterior o al interior,
que estuvieron muy de moda a principios de los años ‟90 en Rumania. Normalmente, él habría
podido devolverme el dinero, pero dentro de tres meses y sólo si las chaquetas importadas se
venderían. Pero para mí, aun sólo un mes podría ser fatídico. Además, en aquellos tiempos, no
existía ninguna disposición legal para obligarlo a pagarme. Los contractos eran hechos
conforme al mismo sistema comunista, cuando no existía el problema de no pagar. Tenía sólo
un papel, sin mucho valor, con lo cual demostraba de haber entregado la mercancía, las
chaquetas y los pantalones a Timisoara, nada más.
A mediados del mes de junio, tuve que despedir los primeros empleados. No pueden
imaginar lo difícil qué es estar en una situación semejante. Fue, quizá, mucho más difícil que
renunciar a la casa y a los coches. No quiero asombrar, pero no puedo no preguntar cuantos
son los que habrían podido resistir cuando decenas de personas los preguntan: “¿Pero nosotros
con qué dinero vamos a criar nuestro hijos, qué les vamos a dar de comer?” No les escondo
que fui implicado en situaciones muy tensionadas y desagradables. En semejantes momentos
es casi imposible no estallar conflictos. Para mí el choque más fuerte fue cuanto me encontré
entre los primeros empresarios de Iasi que tuvieron que despedir a sus empleados. Y con cada
palabra oída, la confianza en mí mismo disminuía siempre más.
A finales de 1992 vendí mi piso. Todo el dinero que ahorré después la Revolución
desapareció todo de una vez. Los coches también. La única que guardé fue una vieja Dacia.
Con mitad del dinero que cobré con la venta del piso y de los coches logré pagar el préstamo
en banca.
Fue el momento cuando hice el tercer error y el último. Bajo la presión de mis
padres, decidí transferirme, con mi esposa, en Razboieni. Elegí entonces escaparme de la
ciudad, escaparme de todo lo que fue, hasta entonces, mi universo y esconderme en mi aldea
natal, lejos del mundo tumultuoso de los negocios, lejos del espejismo del dinero. Todavía
hoy creo que fue un gesto de cobardía. Claro que tengo circunstancias atenuantes: era la
primera quiebra, estaba a tierra. Son pocos los que en situaciones dramáticas como esta son
capaces de recogerse, rehacerse y resistir. Además, en la Rumania de aquellos tiempos no
existía el concepto de quiebra. El país era en gran pobreza y habían aparecido desde hace
poco tiempo pocos empresarios. Pero ellos eran los que perdían, de repente, de un día a otro,
todo. Yo ero entre los primeros que perdían repentinamente, todo.
Es difícil explicar lo que puede sentir una persona en una situación como esta. Llegar,
en pocos días de arriba abajo. Dos meses antes alojaba en los hoteles más lujosos de
Timisoara y Bucarest. Tenía coches, dinero a discreción, gozaba de todos los placeres de la
vida. Ad un cierto momento hacía planes de exportación. Y de repente, te despiertas que
revuelves el armario con ropa buscando desesperadamente algunas mil lei. En situaciones
como esta no sabes ni siquiera quien eres, pierdes tu identidad, la motivación, la razón de
vivir.
No me faltaba el dinero. Me faltaba el negocio en su totalidad. Me faltaban los viajes,
la gente, la vida atormentada, llena de tensión, pero también de satisfacciones, de un hombre
activo. Me faltaba el olor de la tinta recién escrita sobre las hojas de un contracto importante,
el teléfono que anunciaba su pagamento, signo de la confirmación de un éxito financiero.
La última noche pasada en nuestro piso fue una de las más difíciles. Dormí con mi
esposa entre las cajas. De hecho, es mucho decir que dormí. Yacimos hundidos en un tipo de
coma del choque. Mis pensamientos eran esparcidos por todas partes, como si alguien había
entrado en mi mente y había disparado mi consciencia de muy cerca. Oía como en sueño la
voz del director de Timisoara que me decía serenamente que no tiene el dinero – dentro de
sólo algunos meses desapareció y con él mi última oportunidad de recuperar el perjuicio - ,
oía el traquear del motor de los coches vendidos, el obsesionante rumor de las máquinas a
coser, sentía en las narices el olor de la tela fresca y sobre todo, veía ochenta pares de ojos
acusadores y oía la pregunta que se repetía como un eco multiplicado al infinito: “ ¿Nosotros
cómo vamos a criar a nuestros hijos?”
El día después salí por Razboieni, con el coche que nos transportaba los muebles.
Desgraciadamente, no salíamos para un nuevo principio, sino hacia lo que para mí llegará a
ser un infierno. Amontoné todas las cosas que me quedaron en mi antiguo cuarto. Los
muebles los deposité en un depósito. El primer choque fue a la entrada, donde mi padre me
esperaba:
- ¿Qué hiciste, hijo?
Sólo esto me dijo, pero las palabras, la mímica y el tono de la voz expresaron todo el
dolor y decepción acumulados en sí mismo. No contesté. Ni siquiera lo miré.
Por la tarde por los caminos de la aldea recibí en segundo golpe. Oí un ex compañero
de clase mientras hablaba con los otros:
- ¡éste es el que perdió la casa!
Y así me llamaron. Ero “el que perdió la casa”. Toda la aldea me conocía e yo sentía
como me juzgaban todos. Más doloroso era que mis padres me juzgaban y todavía más
duramente. Dos semanas iba como un borracho, sin fin. Yacía por horas en la cama. No decía
ni una sola palabra. La noche, a cena, me hacían decenas de preguntas, pero no tenía la fuerza
de contestar. Mi esposa contestaba a todos. A media voz.
Más tarde mis padres tuvieron una idea. Nos habían quedado sólo dos millones de lei
de la vendida del piso:
- Con este dinero pueden terminar de construir la casa de aquí, en la aldea. Os
vais a quedar con nosotros y vamos a trabajar juntos en el taller. ¿Qué otro podéis hacer?
¡Dónde os vais a ir, qué no tenéis más nada!
No dije nada. Fue la única vez cuando presté atención al miedo y al susto de los otros.
Ellos veían mi futuro gris y empañado. En aquel momento, yo también elegí verlo así, incluso
si en los profundos de mi ser sentía que lo que hacía era equivocado.
El día después empecé trabajar a la casa. Invertí todo el dinero en ella. Cuando
estaba por acabarla, sentí, en mi alma, un terremoto. Me veía a sesenta años, vivir en la
campaña, con algunas hectáreas de tierra, con las azadas y las horcas en el establo. Un futuro
que no quise aceptar, pero que me pareció de repente, siempre más verosímil. Nunca terminé
la casa. Sabía que nunca la terminaría con aquel dinero. No podía permitirme pagar los
mejores trabajadores para finalizarla como quería yo. Empezaba a odiar toda la aldea. Odiaba
hasta el aire que respiraba. Entonces, en un estado cerca a la desesperación, me escapé, a
Eforie Sud, el lugar de donde era mi esposa. Allí, a la orilla del mar azul, refrescante,
tranquilo, en paz conmigo, pensaré en un nuevo plan de éxito. Me había hundido hasta la
cabeza en desilusión y entonces me enteré que más de así no podría sufrir. Me di cuenta que
de aquel día en adelante dependía sólo de mí llegar de nuevo donde ya había sido.
Sabía que me había equivocado. Sabía también donde me había equivocado.
Quizá, si hubiera tenido una experiencia más rica con dos o tres años, hubiera podido evitar la
catástrofe. Pero a veintitrés años, sin estudios económicos, sin muchos conocimientos sobre
un mercado que apenas se formaba, con principios que metía el honor en primer lugar en las
relaciones con los socios, fue muy fácil caer en la primera trampa que encontré. Y la caída
fue tan dramática cuanto, en un periodo muy corto de tiempo, había logrado llegar bastante
lejos, arriba en el mundo de los negocios. Además, no tenía a nadie con experiencia de quien
aprender. No tenía ningún mentor que me diga unas palabras de estímulo y explicarme que lo
que había pasado no era nada extraordinario. Que otros también habían pasado por esto y no
acabó el mundo con esto. Al contrario, al mis alrededores estaban, en aquel momento sólo los
que miraron la quiebra como un fenómeno irreversible y definitivamente traumatizante. Esta
era la mentalidad en aquellos años; fundamentalmente, no era la culpa de nadie. En aquellos
tiempos la economía de mercado era apenas al inicio.
“Todos estamos en el foso,
Pero algunos de nosotros miran la estrellas”
(Oscar Wilde)
El dulce sabor del éxito
La mayoría de los libros sobre el éxito fue pensada y concebida como un negocio. En
el mundo moderno, en el cual todo pasa con una velocidad vertiginosa, muchos no logran
coger la oportunidad. Nos quedamos perplejos, sin fines y sin planes. De modo que, los libros
sobre éxito, que tienen la pretensión de tener recetas seguras, llegan a ser fuentes de
beneficios para los autores. ¿Cuántos de Ustedes no han leído un tal libro y no han intentado,
después, aplicar las fórmulas matemáticas, psicológicas o de otro tipo recomendadas allí?
Reconozco que yo también leí este tipo de libros, y todavía los leo. Tienen pero que saber,
que en muy pocas ocasiones aquellas fórmulas les llevan a un éxito garantizado.
En este libro no encontrarán ninguna fórmula de este tipo. Yo no podría ofrecérsela.
No soy un experto en psicología, sociología u otras ciencias. Dejo estas cosas a los
especialistas. En cambio, soy experto en mi vida. Y creo que el poder del ejemplo es, para
usar un término del negocio, mucho más rentable a largo plazo que una fórmula
aparentemente universalmente válida. No sé si mis experiencias ayudarán a alguien, pero si
encuentro sólo una persona que encontrará algo útil en mis palabras, entonces seré,
seguramente, contento.
Creo que aquellos meses cuanto yací en la campaña, después de la quiebra, fueron los
más difíciles de mi vida. Ahora todavía cuando recuerdo aquel episodio de mi vida, tengo la
sensación que pasaron muchos años. De todas maneras, después de haber gastado todo el
dinero con la casa de Razboieni, tuve el valor de sacudirme y empezar de nuevo. Verdad, la
idea no fue una muy original. En el mismo periodo, en Iasi, existía una empresa exitosa, Casa
Grig, así se llamaba. El patrón era Grigore Abuhnoaiei, y tenía mucho éxito con sus negocios
en agricultura. Y según su ejemplo re-empecé yo también. En el barrio de Pacurari, tenía un
pequeño espacio, alquilado del Ayuntamiento. Con el poco dinero que me quedó abrí una
tienda de comestibles en el barrio. La primera cosa que hice fue organizarla de otra manera
que las antiguas tiendas de comestibles grises que existían durante el periodo comunista.
Compré unos estantes grandes, hermosos, blancos que decoré y después expuse con mucho
cuidado la mercancía. Ordené por clase las verduras y les puse precios diversos. Ahora, esto
parece una estrategia elementar de marketing, pero entonces era una novedad. La tienda era
muy bien arreglada, y atraía a la gente. Tenía aun la ventaja de estar en Pacurari, barrio que no
tenía un mercado propiamente dicho.
Alquilé un piso en el barrio de Tatarasi, y comencé de nuevo, a pies. Cada mañana, a
las 4 estaba en el mercado Piata Alexandru o Nicolina, donde compraba la mercancía al por
mayor. El primer golpe que di, conservando las proporciones, fue con el ajo. Transportaba
con mi viejo coche Oltcit centenas de horcas de ajos desde el mercado hasta la tienda. Vino la
crisis de patatas. En los mercados los podéis encontrar pero a precios muy altos. Con la ayuda
de unos amigos supe que a Constanta, se podían traer transportes enteros. Así que recogí
todos los ahorros y compre tres transportes grandes de patatas. Todo andaba muy bien, pero
sentía que no estaba hecho para este tipo de negocio. Era también muy arriesgado. La
mañana, compraba los tomates del mercado con mil-dos mil lei al kilo y por la tarde, cuando
el mercado estaba lleno de tomates el precio bajaba a algunas centenas de lei. Para no salir en
pérdida, muchas veces, tenía que vender bajo el precio del mercado. Había también el peligro
que la mercancía se alterara en el estante, porque era perecedera. Y muchísimo trabajo. No sé
si yo y mi esposa dormimos algunas horas la noche. Vendíamos cuando uno cuando el otro.
Más tarde empleé un muchacho y una chica, pero parece que hice mal. Porque muchas veces
faltaba dinero de la caja.
Sin querer, entré en un círculo vicioso. Por primero, el negocio con verduras era una
copia. No tenía nada original y para obtener beneficios importantes necesitas algo inédito. Por
segundo, no sabía hacer esto muy bien. Había aprendido muchas cosas haciéndolas, pero el
mercado en este campo era extremamente inestable. No podía hacer ningún plan y
prácticamente estaba a la mano de la suerte.
Continué así por un año y medio. Ganaba poco dinero. Sentía, nuevamente, en el aire
el olor de la quiebra. Las zozobras y los pensamientos pesimistas aparecieron de nuevo. La
noche soñaba que regresaba humillado a Razboieni. Tenía pesadillas con una vida entre las
cuatros paredes de una casa rural, perdido, cansado, sin un fin en la vida, sin ningún
cumplimento. Así que el verano de 1994 abandoné la tienda de comestibles y me escapé
nuevamente, junto a mi esposa, a Eforie Sud, a sus padres. Allí busqué la respuesta en un libro
de Jay Conrad. No sé si entendí muy bien el mensaje y tampoco si adquirí correctamente las
estrategias propuestas por el célebre creador de anuncios publicitarios estadounidense. Lo que
recordé muy bien fue el concepto de guerrilla en los negocios. La economía rumana y el
ambiente de negocio a mediados de los años ‟90 era, de hecho, un tipo de capitalismo salvaje.
Nada era seguro, las leyes cambiaban de mes en mes, y el dinero se devaluaba con una
velocidad asombrosa. La vida era como una yungla. No existía ni el concepto de marketing
aplicable, ¡ni palabra! de publicidad u otros aspectos de este tipo, indispensable en una
economía sana. Demasiado tarde me di cuenta que significaba, verdaderamente, la transición
– los negocios ilegales. Entonces estaba convencido que, para lograr, tenía que pensar
velozmente, eficientemente y lo más importante, trabajar con los medios de los otros. Todo
tenía que desenvolverse como un plan de ataque de una lucha de guerrilla. Tenías que elegir el
lugar propicio donde lanzar el ataque, calcular los movimientos y después, retirarte con el
botín.
En una solo noche, pensé todo. La mañana dije a mi esposa que tengo un plan que, a lo
más de tres meses nos va a traer unos beneficios de casi ciento veinte mil dólares. ¿Cómo?
Muy fácil. Con sesenta mil chaquetas vendidas. Me miró con un poco de desconfianza. Tenía
todas las razones hacerlo. ¿Cómo puedes tener todavía confianza en alguien que te dice que
está listo hacer riqueza, cuando sabes que no tiene los recursos financieros para empezar un
semejante proyecto? ¿Cómo puedes tener confianza en alguien junto al cual hoy estás arriba,
mañana abajo, obligándote, a través de las coyunturas creadas, cambiar radicalmente tu vida?
Estaba consciente de todo esto y la querría quizá, más porque lograba, finalmente, superar
todo esto y apoyarme cada vez en mis proyectos.
Mi plan de negocio no tenía que empezar con el dinero. Tenía apenas algunas decenas
de mil lei. En estas condiciones, me quedaban sólo las relaciones que tenía en el mundo de las
textiles y mi creatividad. El primer elemento que necesitaba era un modelo de chaqueta con el
cual conquistar el mercado. Por dos semanas trabajé a los proyectos diseñando, cortando,
rediseñando. La semana siguiente compré algunos metros de tela y junto a mi esposa,
confeccioné las primeras cuatro chaquetas. Tenía el producto final. De ahora en adelante, todo
dependía sea de la objetividad de mi análisis, sea de otras muchas variables inevitables en un
mercado inestable.
En septiembre, en los primeros días del mes, regresé a Iasi. La primera parada fue a
Mica Industrie. Necesitaba empleados, los recursos humanos representando la componente
más importante del plan de negocio que había hecho. Por cuatro horas hablé con el director,
intentando convencerlo del valor y de la seguridad de mi proyecto. Le mostré las cuatro
chaquetas y sin falsa modestia les digo que estuvo impresionado. Llegamos a un acuerdo, y el
pagamento tenía que hacerlo dentro de un mes. Para sesenta mil chaquetas no era suficiente.
Necesitaba más empleados. Así que, la segunda parada fue a Tomiris. Aquí las negociaciones
duraron poco y logré llegar a un acuerdo para lohn con tres cientos empleados en sastrería
disponibles. ¿Qué presuponía este lohn? Yo venía con el modelo, pagaba los salarios de los
empleados y además un interés, me encargaba de la distribución y de la materia prima, y la
empresa tenía sólo que hacer las chaquetas.
Con la materia prima fue bastante fácil. Un ex socio de Oradea fue dispuesto a darme,
más por palabra de honor, la tela para las tres mil chaquetas. No era mucho, pero ni poco. El
25 septiembre, salí de la fábrica el primer lote de mil quinientos chaquetas.
Se vendieron velozmente. Las llevé todas a Bucarest y en sólo pocos días
desaparecieron de los estantes. Pero esto fue sólo el principio. Con el dinero obtenido cubrí
los gastos de fabricación y de la materia prima. Después todo anduvo como una bola de nieve.
Fueron, al principio, tres mil, después diez mil, después treinta mil. El negocio empezaba a
contornearse. El trabajo era pero inmenso y agotable. Había viajado miles kilómetros. Cogía
la mercancía, traía el dinero. Largas noches sin dormir, emociones, pero otro tipo de
emociones. Sentía que esta vez no podía perder la oportunidad y cada día llegaba a ser
siempre más seguro de mí mismo y tener siempre más confianza en mi estrella. A mediados
del mes de octubre, alquilé un espacio, siempre en el barrio Pacurari. La mercancía era traída
de las fábricas directamente allí, después la ponía en coches de transporte. Los pedidos
corrían y en diciembre, había superado con mucho el límite de las sesenta mil chaquetas. Por
la Navidad, calculé. Tenía beneficios de casi ciento ochenta mil dólares. Había encontrado de
nuevo el éxito después de casi dos años de agitación y tormento.
En 1996, me colocaba al segundo lugar en el top de los empresarios medios del
contado; tenía más de cien empleados y tres cientos colaboradores.
En la casa de Razboieni no viví nunca. La usé más tarde como garantía pedida para los
préstamos por los bancos.
La historia no es una extraordinaria. Reconozco que no todos hubieran podido
desarrollar un negocio como este. Mi grande ventaja fue que había fuertes relaciones
establecidas durante los años difíciles de trabajo en la industria textil. Estoy seguro de que,
por ejemplo, si el director de Tomiris no me hubiera conocido, no habría aceptado trabajar
conmigo sin darle el dinero antes. ¡Ni palabra de la materia prima prendida en deuda las
primeras semanas!
Tienen que tener en cuenta el hecho que el éxito no significa sólo dinero o negocios.
El dinero es sólo un trampolín que puedes usar para acceder a un cierto ideal. La finalidad, la
verdadera satisfacción viene del hecho que lograste llevar a cabo un proyecto. La satisfacción
es más grande cuando al primer intento has fallado y sin embargo no has renunciado y has
encontrado la fuerza de levantarte e intentar una vez más. No les puedo ofrecer una receta
ideal para obtener el éxito. No puedo decir a un joven que falló un examen que tiene que
hacer para superarlo. No puedo dar lecciones a nadie sobre como pudiera ganar un millón de
euro. Les puedo decir pero dos cosas claras. Si quieren verdaderamente algo, no renuncien
nunca a su sueño. Y si deciden perseguir su sueño, miren bien alrededor. Eligen con
mucha atención los elementos seguros que les pueden garantizar el éxito. No capitulen
nunca. Muchas veces, aparentemente, el destino gana las batallas y quizá, menos veces
van a salir vencedores. Es importante que a final de la guerra tenga la cabeza alta,
conscientes de las propias capacidades y fuerzas.
Desde el 2004 hasta el 2007 desarrollé mis negocios sin apelar a los créditos
bancarios. Les diré pero en otra historia sobre como vienen los bancos a portarte un paraguas
cuando hay sol y te lo llevan cuando empieza la lluvia.
“Entreguen en las manos del maestro cuanto menos medidas
Co-activas posibles, de manera que la única fuente del
respeto de los jóvenes por él sean sus calidades humanas e intelectuales.”
(Albert Einstein)
Como traicioné la escuela
Renunciar a la escuela fue y es el error más grande de mi vida. A dieciséis años,
cuando decidí que no necesitaba más la escuela, creía que el mundo puede ser mío sin saber
resolver ejercicios matemáticos y sin conocer todos los escritores rumanos de los manuales
de literatura. Me equivoqué. De esto me di cuenta más tarde, mucho más tarde.
No imaginen cuánto es importante la escuela. Cuánto puedes sufrir si no termines los
estudios. Y lo difícil que es más tarde intentar resolver esta falta.
Abandoné la escuela por un error. No porque no fuera capaz. Ero un alumno normal,
sin grandes pretensiones. En la segunda clase del liceo preferí renunciar a los estudios por
miedo de un profesor. Un orgullo mezclado entonces con la ingenuidad de la infancia.
Renunciar a la escuela fue otro fracaso de mi vida. Un fracaso que, desgraciadamente,
no me hice llegar a ningún éxito. Por esto, la historia que sigue es diferente del resto de los
acontecimientos descritos en este libro. Quizá, no se armoniza muy bien con la textura del
entero, pero tengo mucho que Ustedes la conozcan. Quizá, porque así espero que les
convenga no repetir mi error. Y más importante, como padres o futuros padres, no permiten
nunca a sus hijos abandonar la escuela. De otro modo, no hacen que llegar cómplices
conscientes de la creación de un hándicap con el cual se confrontarán toda la vida.
La antigua escuela de Razboieni había llegado una especie de espantajo para mí.
Estaba en la cuarta clase y cada mañana cuando tenía que ir hacia el edificio con las ventanas
grandes era un tormento. El miedo no era a causa de los deberes que no había hecho o las
lecciones que no había aprendido. Era a causa de las ganas que tenía mi maestro en
golpearnos con un palo largo y sutil sobre las manos.
La clase – un cuarto oscuro y frío. El fuego débil de la estufa ni siquiera lograba
deshelar el suelo de tablas podridas. Aquel día de invierno, retrasé a las clases. Sabía el
castigo que recibiría, pero, como todos los niños, esperaba salvarme. No recuerdo que me
preguntó el maestro, ni las mentiras que le dije, con la esperanza de no ser golpeado.
Recuerdo muy bien el dolor de cada uno de los palos sobre mis palmas heladas. Me dejó por
dos horas en pies, delante de la clase, como “recompensa” para el “increíble” acto que hice.
Creo firmemente que la mayoría de los enseñantes hace su trabajo como se debe, e yo
los respecto. Pero no puedo perdonar el comportamiento salvaje que algunos de los
practicantes de este noble trabajo tienen con los niños. Nunca entenderé porque para un
maestro o un profesor es más importante golpear con crueldad un niño, humillarlo delante de
la clase, en vez de enseñar. Este tipo de comportamiento está a la base de mi drama.
En la primera clase de gimnasio, me liberé de los golpes en las palmas. Pero no me
liberé del golpeo. Este comportamiento parece ser una tradición entre los profesores.
Afortunadamente, no se repitieron las humillaciones y las violencias de los años anteriores. Al
liceo, pero, encontré el terror.
Hice la primera clase del liceo en la escuela de Tibanesti. Era durante el periodo
cuando había empezado mi primer negocio, las fotografías. Por esto me ausentaba a veces de
la escuela, con permiso o sin permiso. Claro que esto comportaba algunas consecuencias.
Recibía notas bajas, estaba amonestado. Todo esto no fue suficiente para un profesor auxiliar.
El día cuando abandoné la escuela coincidió con el día cuando él decidí vengar su
orgullo. Recuerdo perfectamente su mueca de hiena sobre su rostro cuando entró en la clase.
Lanzó el catálogo sobre la cátedra y pedí a uno de los compañeros, el más grande y más
“concienzudo”, vigilar la puerta. Quizá, si hubiera sabido que quería hacer, hubiera corrido al
instante. Luego, con el aire de un chacal que brotó su presa, sin mirar hacia mí, me pedí hacer
algunos pasos adelante. “¡Oh, señor Agrigoroaei! ¡Bienvenido! ¡Sales adelante, vil! Y en
aquel instante empezó gritar hacia mí diciéndome las palabras más malas y terribles posibles.
Por mi asombro, ni un compañero de clase no parecía ser contrariado de todo lo que pasaba.
Salí delante de la clase. El profesor envió otro mi compañero afuera para buscar el arma de la
humillación. “¡Búscame un palo! Grueso como una pluma. No más grade, ¿entendiste?”
Cuanto tiempo faltó mi compañero para buscar el “palo”, el profesor tuvo que
recordarme con mucho odio la entera avalancha de invectivas y reproches. A final, dijo la
sentencia: cien golpes en la palma. ¿Recuerdan los castigos que los turcos daban a los
esclavos o presos? Tienen que haber leído sobre estas prácticas salvajes en los libro de
historia… cincuenta, cien azotes sobre las espaldas. ¡Bien!, yo tenía también a mi turco que se
preparaba castigar, con un placer casi sádico, el preso.
Por el miedo rechacé extender las palmas. Sabía que dolorosos pueden ser los golpes.
Las huellas de los espantos y de las violencias de las clases de la escuela primaria no fueron
todavía olvidadas, y aquel día estallaron en mi alma con una fuerza todavía más grande. Ni
los fuertes gritos, ni las amenazas del profesor no pudieron determinarme extender,
voluntariamente, las palmas. Enojado, el profesor empezó golpearme los pies con el palo
largo y sutil. No sé cuantos golpes fueron. Recuerdo que cuando acabó estaba empapado de
sudor. Más allá del dolor, estaba oprimido por la humillación. Quizá, porque a quince años,
no puedes aceptar un golpeo como lo harías a diez años.
Estoy seguro que no fui el único a recibir golpeos en la infancia. Estoy seguro que
muchos de los que leen estas líneas vivieron semejantes experiencias traumatizantes. Pero yo
no pude soportar tales humillaciones. Sobre todo por parte de un extranjero.
Después de haberme golpeado el profesor pidió a dos compañeros que tengan cuidado
para que no salga de la escuela. Probablemente se dio cuenta que le podía causar problemas si
regresaba a mi casa en aquellas condiciones. No pudieron detenerme. Huí sin mirar atrás y
juré no volver nunca a la escuela.
Después de un mes de estar a casa, mi director de clase, Adrian Bratoi, intentó
convencerme regresar a la escuela. Intentó a principios con mis padres. Mi madre y mi padre
le dijeron que todo dependía de mí y si yo había decidido que no necesitaba más la escuela,
entonces así era. El profesor, un enseñante ejemplar, por el cual tuve y tengo todavía mucho
respeto, no abandonó e intentó hacer un cambio conmigo. Me prometió que no voy a ser
golpeado y que puedo regresar a la escuela, pero no voy a tener otras notas que cinco. ¡Y así
fue! Las primeras dos clases del liceo las terminé con cinco en todas las materias.
La tercera clase del liceo fui a Negresti – Vaslui. Y aquí acabó definitivamente mi
aventura escolar. Dentro de un mes tuve que salir de una clase. Mientras andaba hacia la
estación, encontré al profesor Corneliu Bichinet, uno de los profesores del liceo que admiraba
muchísimo. Todavía, como un estúpido, ni siquiera lo saludé, sin pensar que habría debido
anunciarlo por lo menos que no voy a estar en su clase. La siguiente clase el profesor
precipitó hacia mí, sólo con la palabra. Me amenazó directamente, como lo hacen muchos
profesores para imponer límites a sus alumnos. Me aseguró que nunca voy a superar la clase.
La amenaza me hice recordar todos los golpeos y las humillaciones de los años pasados. Me
recordó los golpes sobre las palmas heladas, las patillas arrancadas en las clases del gimnasio,
el golpeo recibido por parte del orgulloso profesor auxiliar de Tibanesti. Me puse muy
ansioso, esperando que la clase acabe. Contaba los segundos en la mente, uno a uno. Cuando
fue el descanso, sin una palabra prendí mi cartera y me fui hacia la casa con el primer tren.
Estoy seguro de que el golpeo y el terror no fueron las únicas razones del fracaso más
feo de mi vida. Quizá, puede ser que no habría abandonado la escuela, si hubiera tenido junto
a mí a alguien que me explicase la importancia del estudio y de los diplomas, cuanto difícil es
en la vida y el gran hándicap que tienes a diferencia de todos los otros.
En los años de la juventud nunca me afectó el no haber acabado los estudios. Veía sólo
el dinero y estaba convencido de que basta para tener el respecto de los otros. Esto fue válido
en una sociedad arcaica, como era la aldea rumana de aquellos tiempos. Cuando me trasladé a
Iasi, empecé a recibir los primeros golpes.
El dinero me ayudó hacerme relaciones. En cada discusión aparecía la pregunta:
“¿Qué estudios tienes?” Cada vez cuando me preguntaban esto me ponía rojo, me cortaba y
evitaba cuidadosamente la respuesta. ¿Qué podía contestar? Ni siquiera estuve capaz de
terminar el colegio. La humillación más cruel la viví una tarde de verano, cuando sorprendí
una conversación de mis empleados. Desde hace dos meses, había logrado, finalmente,
formar, con dificultad, un equipo de creación y marketing, constituida por jóvenes
licenciados. Eran sin experiencia, pero yo creía que con sus conocimientos y mi experiencia
en este campo se podía construir algo. Aquella tarde, oí un diálogo entre dos de estos jóvenes.
Y me quedaron en la mente las palabras: “¿Cómo diablo, éste sin facultad, sólo con diez
clases es millonario y nosotros, con facultad, trabajamos como estúpidos para él?” Entonces
entendí que todos a mis alrededores, aun sin decírmelo abiertamente pensaban como él. Ero
Agrigoroaei – diez clases. Con dinero en el banco, pero sin el diploma en la mano. No era
importante que hubiera logrado hacerme una autoeducación, que había leído más libros que
una persona con estudios universitarios. Sin el diploma en la pared, me consideraban un
nadie.
Tenía que hacer algo en este sentido. Tenía dinero, un cierto estatuto social, pero ero
consciente que sin diploma, mi ascensión se pararía allí. Nunca lograría subir más en alto. Por
esto, a treinta años decidí terminar el liceo. No pueden imaginarse ¡cuánto es difícil estudiar a
esta edad! Con dos niños a casa y con un negocio que conducir. A todo esto se añade la
sonrisa de humillación de la persona que se entera que todavía estás al liceo. No les preste
atención. Ni siquiera intentaba esconderlo. Todos mis amigos sabían que andaba a clases.
Muchos hacían bromas a cuenta de mis deberes, de los trabajos escritos. Las aceptaba como
tal. El deseo de terminar la escuela fue demasiado grande. Y la importancia del diploma me
hacía pasar sobre todo esto. Les digo sinceramente que podría ser más fácil pagar y recibir el
diploma. Pero quise aprender. Quise recuperar lo que había perdido hace quince años. Como
evidencia que no pague logré superar el bachillerato en la segunda sesión, la de otoño. En la
sesión de verano no superé el examen de biología. Pero no me importó y no sentí ninguna
humillación. Actualmente soy en el último año de facultad, estudiando administración. Y
quiero seguir los cursos de la facultad de derecho.
Ahora estoy feliz y contento. Desgraciadamente no puedo decir que transformé este
fracaso de la escuela en un éxito. La escuela es necesaria y obligatoria. No importa cuánto
dinero tienes, cuánto sabes hacerlo, si no tienes estudios, serás siempre considerado inferior.
No te la dirán directamente, pero puedes estar seguro de que todos pensarán en ti como en un
millonario analfabeta. Pero no es esta la cosa más importante. No tienes que estudiar por los
otros, sino por ti. Necesitas conocimientos para poder platicar con los otros, para poder
integrarte socialmente, para poder tener dignidad delante de tus hijos, para poder tener acceso
a los espacios elitistas, donde, sin estudios no es posible. Necesitarás siempre la escuela,
querido lector, en cualquier situación, por esto prepárate para la vida, haz los estudios cuando
debes cuando tu única preocupación es estudiar. Más tarde será, seguramente, más difícil.
“El éxito es un profesor incapaz.
Él empuja a la gente creer que es infalible.”
(Bill Gates)
La segunda quiebra. Cómo me rompí los dientes en la economía de mercado
La vanidad y la convicción que eres infalible. Estos son los pecados que te roen
cuando encuentras el éxito. Son pocas las personas capaces de discernir el significado del
acontecimiento y aceptar el éxito sólo como un peldaño que alcanzaron y no como un estado
de hecho eterno. Son, quizá, palabras, que no necesitan explicaciones pero yo necesito
acentuarle. El pasaje del éxito al fracaso, a la quiebra, es, desde el punto de vista
psicológico, extremamente delicado, difícil y complejo, en igual medida. La caída del estado
psíquico que te lo ofrece la aura del éxito en la de los meandros del fracaso es repentina y en
una cierta medida, traumatizante.
Después de haber superado la primera quiebra, estás convencido de que sabes todos
los secretos y que nunca vas a llegar en esta situación. Por lo menos así creí yo. No pasaron
ni seis años hasta el momento cuando tuve otro colapso. Esta vez fue más brutal y perdí
mucho más. Perdí la confianza en mí mismo. Perdí la esperanza y llegué a ser timorato. La
segunda quiebra entró profundamente en mi alma, destruyó mis nervios y deshizo mis
pensamientos en mil pedazos. Y todo esto porque me consideré infalible y desconsideré la
verdadera fuerza del destino. Y cuando andaba todo a maravilla recibí el golpe. Lo que
siguió…
A final de los años ‟90 estaba en la cima. Después de haber superado la primera
quiebra, con las lecciones ya aprendidas, había logrado obtener unos beneficios más que
satisfactorios. Invertí mucho en el departamento de creación y logré dar algunos golpes en el
mercado. Mi entera producción se vendía en el oeste del país y en Bucarest. De hecho, raras
veces, hice negocios con los proveedores de Moldavia. No por una cierta convicción, sino,
simplemente porque mis relaciones más fuertes eran con socios de Timisoara, Bucarest, Cluj
o Constanta.
Muy pronto, empezaron a verse los beneficios. Había rehecho el parque de coches.
Había comprado un piso en la zona central de Iasi, algunos terrenos, y las cuentas corrientes
del banco se llenaban. Estaba de nuevo en la cima y de allí no sentía ni la mínima brisa del
fracaso. A poco a poco llegué a ser demasiado seguro de mí mismo. Y con cada leu que
entraba en mi cuenta aumentaba el deseo de tener siempre más. De doblar, de triplicar el
dinero. No por la necesidad de dinero, sino, simplemente por el juego. La cumbre la toqué en
el periodo 1995-1997, cuando mi empresa fue incluida en el top de las empresas más exitosas
de Iasi, top realizado por la Cámara del comercio. El nuevo éxito me había provocado un
estado de euforia. Como consecuencia de esto, el orgullo y mi insaciable apetito por negocios
aumentaron proporcionalmente. ¡Bien!, en este estado me encontró la quiebra en el otoño del
‟98, cuando vino bajo la forma de una delegación de nueve chinos, exactamente en mi
despacho de la empresa.
Sentí por la primera vez de esta delegación a una reunión de la Cámara de Comercio.
Se anunciaban como inversores fuertes, llegados a Iasi en búsqueda de nuevos socios. Sin
pensar mucho, eché cuentas: es gente con dinero que no sabe qué hacer con él, pero necesita
una idea excepcional para llegar a ser socios. Ellos vienen con el dinero, yo con los modelos y
mi red de distribución. ¡Y empecé a soñar! A exportación, a cantidades inmensas de
productos fabricados y vendidos. ¡Soñaba con un futuro radiante!
El 14 septiembre 1998, los nueve chinos se amontonaron en el vestíbulo de mi
empresa. Nosotros también estábamos muy preparados, con la intención muy evidente de
llegar a un acuerdo con uno de ellos. Hablábamos mediante un intérprete. En realidad no
puedo decir que hablábamos, porque durante los treinta minutos cuanto se quedaron en mi
despacho, sólo ellos hicieron las preguntas. Preguntas sobre modelos, venditas, stock, sobre
dónde y cómo vendía, sobre colores y materiales usados. A cada pregunta respondía sin
vacilar. Estaba convencido de que sólo así podía demostrarles que merece invertir su dinero.
Ni un segundo no pensé otra cosa. A un cierto momento, uno de ellos que tenía una bolsa
grande me propuso hacer un cambio de muestras. Elegí dos de las más hermosas y vendidas
chaquetas y se las ofrecí sin pestañear. Recibí, en cambio, muchos productos tradicionales. Un
segundo quedé perplejo, pero no tuve mucho tiempo para pensar porque la ola de preguntas
empezó de nuevo.
Dentro de una hora salieron y nunca regresaron. Ni una palabra, ni una promesa. Sólo
un cabeceo y un “la revedere” 27
mal dicho en rumano. No tuve noticias de ellos hasta el mes
de diciembre.
El 1 de diciembre tuve el primer choque. Los agentes de vendas me informaron que
todos mis clientes tenían ya mercancía como la nuestra. Y además, aquistada a mitad precio.
Pedí, estupefacto, ver las chaquetas. A primera vista eran idénticas con las mías. A un análisis
muy atento pude observar que son de una muy mala calidad. En algunos segundos, me pasó
delante de los ojos la escena de los nueve chinos: todas sus preguntas, todas mis contestas, y
27
La revedere – adiós
sobre todo el momento cuando les di, con la sonrisa en los labios, los modelos. Los chinos
habían conquistado mi entera red de clientes, con mercancía más barata, pero de una calidad
inferior. No sé cuánto tiempo me quedé así, bloqueado, con el montón de chaquetas chinas en
los brazos. De todos modos, creo que fueron algunos minutos, porque mi secretaria necesitó
sacudirme fuertemente para despertarme, nuevamente, a la realidad.
La noche de 5 diciembre, los coches de transporte estaban en Iasi, delante de la sede
de la empresa, con la mercancía intacta. Y con esto empezó todo. Todo mi trabajo y de mi
esposa de los últimos tres años se desmoronó como un castillo de naipes.
Dentro de tres semanas, empecé a vender. Al inicio los coches. El dinero cubrió los
salarios de los ciento ochenta y cinco empleados y los créditos en el banco.
Recibí un nuevo golpe. Desde hace más de un año, trabajaba con un proveedor de
materia prima que me abastecía con tela para las chaquetas. Había tenido ya nueve
transportes. La primavera de ‟99, cuando esperaba una recuperación de mi negocio con un
modelo de verano, tenía que recibir el décimo transporte. Todas mis esperanzas se
concentraban en este negocio. Esperaba que todo anduviese bien para poder equilibrarme
desde el punto de vista financiero y psíquico. El 27 marzo, cuando la mercancía llegó a mi
puerta, verifiqué las primeras cajas y luego firmé para la entrega. Pagué, casi inmediatamente,
cincuenta mil dólares, mi último dinero de la banca. Sólo cuando entró el segundo lote de tela,
me di cuenta de la desgracia. La tela era de una calidad inferior, siendo apropiada al máximo,
para forros. Llamé el proveedor, desesperadamente, por semanas. No me contestó. Había sido
engañado y no tuve que hacer. El dinero era enviado, la mercancía tomada.
Todo pasaba con una velocidad asombrosa. Prácticamente, todavía no había logrado
recuperarme de un golpe que recibía otro. Y además, en la empresa empezaron a llegar los
inspectores financieros para el pagamento de los impuestos. Imagínese que en ‟98, era el
primer empresario de Iasi que había pagado, cada año, por entero, todos los impuestos
estatales. La primavera de ‟99 no tenía más dinero ni para los salarios de los empleados. Dos
meses intenté llegar a un acuerdo con los inspectores financieros. Pedí clemencia y una
reprogramación de las deudas. Inútilmente. Esta fue la última gota que destruyó mi negocio.
En agosto, declaré la quiebra. Estaba nuevamente a tierra y esta vez, parecía que no tuviera
ninguna esperanza.
La humillación fue tan abrumadora cuanto yo estaba consciente que todo se produjo
por culpa de mi infatuación. Si, sea sólo por un segundo, hubiera mirado con sospecho a los
nueve chinos, si hubiera tenido la inspiración de verificar toda la materia prima comprada o si
hubiera estado más prudente, no hubiera llegado en esta situación. De todos modos, ya no
importaba. Mis coches ya no estaban más. Las cuentas en el banco desaparecieron, y en su
lugar quedó sólo un gran vacío. Por la segunda vez en la vida, el futuro me parecía sin
sentido.
“En la vida no necesitas que ignorancia y confianza;
luego, el éxito está garantizado.”
(Mark Twain)
Un plan de millones de euro
Puede ser que se preguntan porque elegí la cita de Twain. O más bien, qué relación
hay entre la ignorancia en los negocios y la vida cotidiana. ¿Ser ignorante en los negocios,
ignorar a la gente? Es como firmar la propia condena. Todavía, hay momentos en la vida
cuando tienes que ser ignorante. Cuando sientes que todos están contra de ti, cuando el
estado, que tendría ofrecerte un mínimo de apoyo y clemencia cuando estás a tierra, cuando
tus socios te persiguen como hienas que husmean el olor de la presa, tienes que ser
ignorante.
Ni mi modo de ser, ni la religión y ni siquiera la familia en la cual crié no me
enseñaron esta lección. Siempre fui un hombre normal, con un cierto cuidado hacia los
sentimientos de los otros, con respeto por el próximo. ¿Qué les puedo decir más? En 1998,
cuando mis negocios andaban muy bien, yo era el más cuidadoso pagador de impuestos de
Iasi. La primera cosa que hacía al principio y a finales del año era recoger dinero en mi
cuenta y verterlo en los grandes bolsillos del estado. Mis empleados recibían los salarios a
tiempo, y cuando negociaba con mis socios de negocios, usaba obsesivamente, de manera
infantil, a veces, la palabra, “gracias”. Hoy, también, cuando hablo con alguien y me ofrece
un favor o un consejo, tengo la costumbre de agradecerle muchas veces. Un gesto hermoso,
dirán… Pero, también, muy peligroso. Porque muchas veces arriesgas estar subestimado. Y
en el matorral de la economía del mercado, cuando estás minimizado y te catalogan de esta
manera, existe siempre el peligro de caer en varias trampas.
En 1999, cuando la cadena de la quiebra se enrollaba por la segunda vez, entorno a mi
cuello, aprendí la lección de la ignorancia. Aprendí que para levantarte necesitas un poco de
dureza y un porciento de agresividad. Todo consta en saber controlar la situación para no
llegar en la parte opuesta, es decir, para no llegar un empresario sin escrúpulos.
Les voy a decir un secreto. Si has pasado de la primera quiebra, la segunda es muy
fácil. La lección aprendida en la primera experiencia de este tipo te ayuda levantarte mucho
más fácilmente. Aun si parece que has perdido todo, que no tienes ninguna oportunidad, que
todo tu mundo se derrumba como un castillo de naipes chinos, una información guardada en
profundidad desencadena el clic tan necesario para la recuperación. Por lo menos así fue para
mí. En el mes de julio de 1999, declaré la quiebra de Agricompany. Desagradable sentimiento
ver tu trabajo destruido con una firma… Los que tienen un negocio pueden comprenderme
mejor. Pero si nunca en tu vida no has intentado construir algo, entonces es mucho más difícil
entender. Un día de trabajo de un empresario vale diez de un empleado. El estrés cotidiano,
las decisiones que tiene que tomar, los problemas imprevistos que aparecen siempre, el dinero
perdido, pero también aquello ganado, todo esto forma un campo de batalla donde no vas a
encontrar nunca la compasión. Como les podría explicar… Les voy a dar un ejemplo. En
1998, una tarde, me llamó uno de mis empleados que me comunicó que el entero tablero de
mando de la corriente eléctrica del taller de confecciones había quemado. Tenía, en aquel
periodo, un pedido inmenso que entregar y cada día de retraso habría podido significar
pérdidas y penalidades muy grandes. A las 11 de la noche rogaba mis amigo recomendarme
un electricista capaz y dispuesto a trabajar a aquella hora. Después de haber buscado por dos
horas encontré uno que fue de acuerdo venir. Luego, otra desgracia. Uno de los cables se
había roto en la pared. He debido traer otras personas. Rompieron el hormigón, buscaron los
cables. Me quedé una noche entera junto a ellos. La mañana, a las 7, esperé que se abra la
primera tienda de materiales eléctricos para poder comprar un tablero de mando, y a las 8,
cuando llegaron los empleados al trabajo, todo era resuelto. ¡Bien! Este es sólo un
acontecimiento de muy poca importancia. En la vida de un verdadero empresario cosas de
este tipo suceden muy a menudo. El estrés, los nervios consumidos y las noches blancas,
recuerdas todo cuando firmes el certificado de muerte de la empresa.
En el mes de agosto de 1999, empecé otra vez. Fui al Registro del comercio, depuse
otra demanda para reservar el nombre y abrí una nueva sociedad comercial: Aya Sports. De lo
que me quedó logré recoger veinte mil dólares. Con este dinero hice un nuevo plan de
negocio. Siempre en las confecciones, porque esto era lo que sabía hacer mejor. Y tenía una
ventaja – una red sólida de más de tres cientos clientes.
Necesitaba un producto que no pudiera ser copiado. Visité todas las tiendas de la
ciudad y del país. Intenté documentarme, informarme el más posible, observar con más
atención, entender cuanto más. Fue chaqueado saber que, prácticamente no existe un producto
que no haya un hermano gemelo chino. Todo lo que significaba mercancía podía ser copiado
por los chinos. La variante de encontrar el producto-maravilla ya no era una idea valida.
La inspiración vino, pero, al momento oportuno, de una revista. Por casualidad, había
recibido de un amigo estadounidense la célebre revista “Forbes”. Entonces no sabía mucho
inglés y tampoco sé ahora. Pero eran allí algunas frases, cuando logré yo entender, que
hablaban de la clase media de la Europa de Oeste. Un artículo relacionado al nivel de las
ganancias y al modo de vivir. Rogué una amiga profesora traducirme todo el artículo. Creo
haberlo leído decenas de veces. A finales sabía lo que tenía que hacer.
Entendí que en el mercado existe una categoría de clientes para los cuales la calidad es
más importante que el precio. Gente que cuando entra en una tienda no va directamente al
distrito de rebajas, pero busca una cierta marca, verifica los aspectos tecnológicos y las
coordinadas estéticas del producto, está todavía interesada de la manera de producción. Lo
que tenía yo que crear era un producto único y de calidad superior. El tiempo de los camiones
con chaquetas a precios muy bajos había pasado. Para poder entrar de nuevo en el mercado,
necesitaba un nicho todavía inexplorado. Y necesitaba un producto que guste, que conquiste
el mercado y responda a las necesidades del momento.
Entonces, apelé a mi esposa. Le propuse concebir juntos un nuevo modelo. Dentro de
un mes de proyectos, esbozos, dibujos, noches blancas y cientos cafés había realizado dos
modelos: una chaqueta unisex con cuello doble y un vestido sin mangas para las señoras.
En la fase de proyecto, todo parecía estar bien. Pera para obtener productos de calidad
necesitaba materia prima de calidad. No tenía que renunciar a nada. Empecé buscar, en Oeste,
a un proveedor conocido. Me paré en Italia, a Radici Grup.
Para el target de clientes que me propuse no era suficiente. Para vender un producto de
calidad superior, es imperioso detener una imagen como tal. Tienes que ser conocido e
inspirar confianza. Así nació la marca Aya Sports. Pagué miles dólares en folletos y en un
sitio. Registré la marca a OSIM.
El paso siguiente fue elegir mis colaboradores de distribución. De tres cientos
quedaron sólo ciento, porque no puedes vender mercancía de calidad superior en cualquier
tienda y en cualquiera ciudad. En octubre salí del taller el primer lote de productos. Como
esperaba, se vendió velozmente. A poco a poco, el dinero empezó acumularse en las cuentas
corrientes. La primera inversión la hice en transporte.
Hoy todavía sonrío cuando recuerdo la reacción de algunos colaboradores importantes,
de una grande cadena de supermercados cuando les entregué los productos en un coche Dacia.
No entendían cómo puedes transportar productos de una calidad superior con un tal coche.
Así que hice todos los esfuerzos para comprar coches de transporte nuevos. En este tipo de
negocio, cada detalle es importante. Del botón que coses hasta como está vestido el chofer
que transporta la mercancía. No puedes descuidar nada, y si la haces, arriesgas hacer una mala
impresión. De aquí hasta perder los clientes no queda que un paso.
A Iasi, en los talleres hice todo lo posible para evitar un escurrimiento de
informaciones. Llegué a ser mucho más suspicaz hacia todas las delegaciones extranjeras
interesadas a cambios económicos. Los nuevos modelos no venían presentados a nadie. Sólo
yo y los empleados del departamento de creación tenían acceso a estas informaciones.
Además, apelé a empresas especializadas que me crearon un sistema de protección. Era por la
primera vez cuando los servicios agotaban gran parte de mis gastos. De los de marketing e
imagen, a los de producción. Sin ellos no hubiera logrado. En los años 2000, la economía
rumana había salido de la zona del capitalismo salvaje caracterizado por engaño, falta de
respeto por el cliente y negocios de calle con los cuales dabas el golpe y desaparecías. La
sociedad empezaba a sentarse, nosotros habíamos empezado a tomar los modelos
occidentales. Estábamos educados por las grandes empresas entradas en el nuestro mercado,
por las políticas impuestas por el Oeste. Entonces nacieron las grandes marcas rumanas. Aya
Sports no llegó a ser una marca prestigiosa. Era pero una marca estable y conocida, cosa muy
importante para mí. De una cosa estoy seguro. Nada no es garantizado. Aun sin problemas, es
posible que en el momento cuando tú, lector, estás leyendo estas líneas, yo estuviera en otra
quiebra. Puedes estar seguro de que voy a comenzar, cada vez, de nuevo. Porque la vida es
una lucha, e yo no voy a ceder nunca. Espero que tú, también, hagas lo mismo.
Las líneas de arriba fueron escritas en el año 2007. En aquellos tiempos, el libro fue
olvidado, así como era, en un cajón. No sabía que las últimas líneas llegarían a ser, muy
pronto, realidad. Aunque parece casi imposible, encontré nuevamente, la quiebra. Esta vez,
pero, será mucho más duro.
Ahora, cuando escribo estas líneas, me alegro que haya olvidado del libro. Porque de
esta manera, les puedo decir una historia sobre un fracaso y un éxito, una historia vivida por
mí mismo.
“Si A representa el éxito en la vida,
entonces A= x+y+z.
El trabajo representa x, y significa juego,
y z saber callar”
(Albert Einstein)
La última quiebra
Se dice que un terremoto lo puedes sentir algunos momentos antes. Los primeros que
entienden los signos son los animales. Se ponen nerviosos, perplejos. El instinto ancestral les
induce un estado de pánico que puede ser esencial para sobrevivir. Para los seres humanos,
este instinto llegó a ser sólo un apéndice. Buscamos al nuestro alrededor sólo los signos
racionales de advertencia. Por esto, mi abuela me contaba que antes que la tierra se mueva,
se oye un retumbo prolongado, que parece llegar de otro mundo. Otros dicen que el cielo se
enrojece o que aparecen juegos de luces. Y otros muchos signos, que no tomamos en
consideración, otros más difícil de entender. Los hombres están seguros de que han oído,
visto, sentido cosas antes que el infierno de bajo la tierra se desencadene. Después el
terremoto, estos llegan a ser evidentes. Y aparecen los pesares.”Si hubiera reaccionado más
rápidamente, si no hubiera entrado en pánico, quizá, hubiera podido…”Esta es la cosa más
trágica que nos puede pasar en situación de crisis, de cataclismo. Sea que venga de exterior,
bajo la forma de un fenómeno natural, económico o social. Sea que venga de nuestro interno,
bajo la forma de una desilusión o un fracaso en amor. La palabra “si” bloquea toda la fuerza
creativa, porque genera sueños con “como sería si…” Y nunca lograremos salir de apuros.
Moriremos ahogados en un océano de quimeras, mientras las ruinas del nuestro alrededor se
desmoronarán bajo el peso del fracaso.
A principio del año 2008, Dinu Patriciu28
advertía, por la primera vez en público,
sobre la catástrofe que golpeará el mercado inmobiliario. Desde el calor de mi sillón, recibí la
información con una sonrisa de superioridad. Todavía tenía granos de arena del complejo
vacacional de lujo egipcio de donde era apenas regresado. Las pilas de billetes se encontraban 28
Dinu Patriciu es uno de los más importantes y ricos empresarios rumanos, que tiene una cadena gasolineras y una refinería de petróleo
en todos mis bolsillos, y hacer compras era uno de los placeres diarios. Los negocios llegaron
a ser un juego, en el cual la única imagen plausible eran los beneficios. Y estos los calculaba
en decenas de porcientos. Inmobiliarios, terrenos y edificios eran mis nuevos juguetes.
Brillaban, te hacían sentirte importante, muy seguro de ti mismo.
En mi ingenuidad, me consideraba el empresario experimentado, que entendió
perfectamente todas las reglas del mercado. Y era tan entusiasta de la “carrera por el oro” de
aquellos años. Cuando los terrenos y los edificios se transformaban, de repente, en mucho
dinero y cuando, si no eras un empresario en este campo te consideraban un nadie. Y como no
creer que el millonario rumano dice estupideces, cuando yo apenas había logrado vender un
terreno con un beneficio de casi 300%.
Desde entonces, aquella tarde me quedó muy clara en la memoria. Lleno de
infatuación, explicaba a mi mujer que Patriciu se propuso espantar el mundo, con la esperanza
de que los precios bajaran, para poder comprar él más barato. No intenté pero, ni un segundo,
pensar lejos. Los terrenos entrados en mi posesión de “gran” empresario me habían cegado. El
olor del dinero, que mi mente hechizada por el espejismo inmobiliario lo veía multiplicado
como los campos en verano, por los mil metros cuadrados en los documentos, me quemaban
las narices y me inflamaban la razón. Llegaba a ser un mulo orgulloso de la silla de montar
que lleva, olvidando que aquella silla es el signo de la esclavitud. Tenía las orejas arriba, las
narices en viento y creía que el mundo es sólo lo que veo yo.
Así que dejé Patriciu con sus previsiones y continué con mis negocios inmobiliarios.
Como hicieron casi todos los rumanos. Cazaba terrenos y edificios en las páginas de los
periódicos, de las informaciones recibidas de amigos o desconocidos. Como recibía una
información corría en banca, firmaba para un préstamo. Luego al notario y después, con el
documento de propiedad en mano, sonreía satisfecho. Ni un segundo no pensaba que aquel
terreno fue comprado con el dinero de los otros, que no era normal hacerme ilusiones con
cosas que, en realidad no eran mías. Y más gravemente, cuando compraba un pedacito de
tierra con dos lei, creía que llegará a valorar diez lei en dos-tres años y lo consideraba ya
vendido. El proyecto de un bloque con ocho pisos era casi al final y los cuatro ciento
cincuenta mil euros, cuanto me habían ofrecido sólo para el terreno, los consideré una broma.
Yo ya me veía millonario con el edificio construido y vendido a la gente que empeñaba su
futuro y lo de sus hijos para un desgraciado de piso de cincuenta metros cuadros.
En el negocio con textiles, la euforia era por lo menos tan contagiosa como en los
inmobiliarios. Los contractos venían sin que yo le buscara. La producción crecía de una
semana a otra, los cobros también. Había llegado a rechazar pedidos, porque no tenía la
capacidad de producción adecuada. Los empleados de la industria ligera batían récord según
récord en el aumento de los salarios, a diferencia de los años pasados. Mi cliente más
importante, una empresa multinacional, se enfadó conmigo por no haber aceptado el aumento
de los pedidos con 40 %. Además, cada semana, los directores de las decenas de bancos de
Rumania venían con ofertas de “financiación” una más “ventajosa” que otra. Muchas veces, si
yo quería veinte mil euros, ellos insistían, días seguidos, ofrecerme doscientas mil y esto
porque había demostrado en los diecisiete años de relación con el banco que soy una persona
muy creíble.
El dinero llegaba de todas partes, la vida era bella e yo estaba alzado como una
cigüeña en mi castillo de empresario, con la impresión de que todo el mundo estaba a mis
pies. Y no veía, no sentía que abajo, a la base de mi construcción, los ladrillos empezaban a
poco a poco a derrumbarse.
El primer signo apareció en el verano de 2008. Las noticias de América y Europa de
oeste anunciaban el desastre. Los bancos entraban en quiebra, los mercados se derrumbaban.
Yo miraba todo como un espectáculo que pasaba lejos de mí. Un espectáculo en el cual yo
nunca tendré un papel. Juzgaba como juzga un hombre la guerra que existe a miles kilómetros
de su casa, y no cree ni un segundo que las bombas podrían afectar su mundo. Estaba
convencido de que esta vez, Rumania no va a ser implicada en el vórtice. No era sólo mi
opinión. Todos a mis alrededores pensaban de esta manera.
Ahora, cuando escribo estas líneas, miro “Rumania, te amo”, una emisión transmitida
por ProTv, un reportaje terrible que tiene como protagonista a un empresario que volvió de
Italia en 2006. Chocante era que la misma persona había sido héroe de noticias en 2008,
siempre en ProTv. Ahora es en quiebra, pero antes de presentar la historia actual ha
transmitido en reestreno el material de 2006. En aquellos tiempos, era uno de los pioneros de
los negocios inmobiliarios, un rumano que se fue a trabajar en Oeste que tuvo el coraje de
regresar a Rumania y con el dinero ganado empezar un negocio. Miraba estupefacto cuanto
optimismo irradiaba hace tres años. Estaba delante de un bloque que estaba construyendo.
Estaba feliz, lleno de confianza mientras daba algunos órdenes a los obreros en los andamios.
Hablaba de cuánto había trabajado en Italia, en qué condiciones difíciles y como había
regresado en Rumania para construir algo de que sea orgulloso. Se lamentaba que no tiene
tiempo para descansar y que tiene demasiados pedidos. En el reportaje, estaban su esposa y
sus hijos, y la casa grande en la cual vivían y el coche lujoso. Eran todos felices. A un cierto
momento el reportero le pregunta si no tiene miedo de la crisis inmobiliaria que había
estallado en Italia. Con voz segura, respondió que en Rumania ni se hablaba y que ahora
espera a los italianos a venir a trabajar para él. Luego siguió el reportaje con él en 2010. Junto
al mismo bloque, en los andamios del cual no había ningún obrero. Tenía grandes ojeras y
apenas hablaba. Siguieron imágenes con sus hijos que se lamentaban haber regresado en
Rumania. El hombre mostraba a la cámara las palmas de las manos agrietadas. No entendía
que le había pasado. Ayer era un próspero empresario y ahora pensaba regresar a Italia para
buscar desesperado un trabajo. Las imágenes eran más expresivas que mil palabras. Y cuantos
otros miles dramas pasaron, en el último año en Rumania…
Exactamente como este rumano ero yo también, en 2008. Pensaba y accionaba de la
misma manera. Pero yo, a diferencia del “italiano” trabajaba desde hace muchísimo tiempo en
el mundo del espíritu empresarial. Por lo menos aquel hombre tiene una escusa. Pero yo, que
había ya experimentado dos quiebras, que tenía la pretensión de businessman, ¿por qué no
había sentido, no había pensado no había imaginado nada? ¿Por qué? Porque el dinero distrae
la atención de las cosas importantes. Porque cuando ves que algunos ganan en un mes cuanto
otros en una vida, sólo con un pedazo de tierra, te transformas también, intentes identificarte
con ellos, hacer como ellos para ganar como ellos. Estoy seguro de que algunos de Ustedes,
los que intentaron este tipo de transacciones con terrenos, encontraron situaciones en las
cuales un amigo o un conocido les habían aconsejado esperar precisamente para vender más
caro. No bajar el precio porque van a viciar el mercado. No retroceder ni un paso porque se
trata de su trabajo y su dinero. Y ahora quizá, lamentan no haber accionado de otra manera,
como yo.
De todos modos, así era en 2008. Entonces, ya habían pasado diez años de la última
quiebra. Los últimos cinco años fueron maravillosos, con beneficios fabulosos. Algunos se
habían materializado en coches caros. Otros en vacaciones de lujo. Una parte en la casa con el
jardín con la cual había siempre soñado. El negocio con los textiles prosperaba. Yo estaba
atrapado en una carrera contra cronómetro para cazar informaciones inmobiliarias. Corríamos
como obsesionados adelante, sin darnos cuenta que teníamos los ojos vendados y las manos
atadas.
El primero cayó en septiembre. Un amigo cercano. Me llamó una tarde y me dijo que
había entrado en un bloqueo financiero. Había olvidado que existía una tal situación en la
economía. Dije que no tuvo suerte. El segundo cayó en octubre. El olor de podrido se sentía
ya alrededor. Empezaba a temblar, pero ignoré completamente las premoniciones. Me
encorajaba siempre pensando en mis terrenos en los cuales había puesto todas mis esperanzas.
Porque ya había sido inteligente y había invertido mis beneficios en algo extremamente
seguro.
El primer golpe lo recibí el mismo mes. Uno de los bancos con el cual tenía contractos
de financiación ha reducido a mitad mi línea de crédito, de tres cientos mil lei a ciento
cincuenta mil lei. Y esto sin un anuncio anterior, sin negociar. Además, a esta cantidad de
dinero el interés aumentaba con 160%. El 1 diciembre, otro banco procedió de la misma
manera, disminuyendo masivamente la línea de crédito. Aquel día fue el momento cuando me
di cuenta de la gravedad de la situación. Me di cuenta que la economía de la Rumania era en
dificultad. No podía apreciar la gravedad, y tampoco sabía cuánto duraría. Pero había
entendido que derrumbará a muchos. Esperaba sólo que yo no estuviera entre ellos. Sueños
vacios.
En la empresa de textiles la situación era preocupante. Por la primera vez en ocho años
aparecieron los primeros retrasos en la cobra de dinero. El cliente más importante había ya
superado treinta días. Una multinacional muy puntual en su presteza en honrar sus
obligaciones financieras. Dos semanas intenté hablar con alguien de su dirección. Hice
decenas de llamadas, fui personalmente a su oficina. Parecía que todos habían desaparecido.
Para mí fue el principio del calvario.
Todos los instrumentos de pago que había contratado tenían que ser pagados. Y el más
velozmente posible. Las cuentas pero no eran alimentadas, de modo que elegí la peor solución
posible. Empecé prestar dinero de mis amigos y conocidos, con la promesa que en dos meses
voy a resolver el problema y voy a devolvérselo. En este tiempo los bancos me asfixiaban con
llamadas y solicitudes de cerrar las líneas de crédito, con la promesa de que si honrara las
solicitudes beneficiaría de una puntuación excelente para las operaciones futuras. Por la
primera vez en los últimos años, los banqueros no me ofrecían dinero al contrario me lo
pedían. ¡Empezaba a llover!
Cuando hace sol y no hay ni una nube, los bancos vienen y te ofrecen, con mucha
amabilidad, en regalo, paraguas- sustituto. Grandes, colorados, con empuñadura dorada. Te
aseguran que no la necesitas inmediatamente, pero es mejor tenerlo. Tú te lo llevas feliz, y no
te das cuenta que no es tuya. Cuando las nubes negras empezaron a cubrir la economía
mundial, entonces los bancos entraron en la carrera de recuperación de los paraguas. No les
importaban las consecuencias. Así dejaron a muchísima gente sin protección en medio de la
tormenta. ¡Así dejaron a mí, también! E yo me dejé atrapado en el círculo venenoso del
sistema financiero.
Lo que más me daba miedo era entrar en la Evidencia de los Incidentes Bancarios.
Una vez registrado en aquella base de datos todos los bancos me cortaban el acceso a las
líneas de crédito. Y las líneas de crédito, por lo menos así creía yo, eran esenciales. Tenía los
instrumentos de pago extendidos anteriormente que tenía que pagar. Pero no les podía pagar
con el dinero de las líneas de crédito, sino que con el de los cobros que realizaba. E yo no
recibía más dinero. La única solución para conservar la línea de crédito era traer dinero de
afuera, de mis amigos, conocidos. Mi intención y esperanza era lograr resistir hasta recuperar
las deudas de mis clientes. Pagar todas mis deudas y mantener abierta la línea de crédito. Y
por seis meses logré con decenas, mil juegos malabares no entrar en incapacidad de pagar.
Todo hasta el 28 de febrero de 2009, cuando el tercer banco y el principal con el cual
trabajaba me hizo una propuesta. El director regional del banco en el cual tenía el crédito
principal y la mayoría de las hipotecas, me prometió que si lograra cerrar la línea de crédito a
la fecha debida, esta sería reactivada e incluso aumentada con 35%. Al momento no realicé la
trampa que me preparaba. Sobre todo porque los otros bancos intentaban restringir la cantidad
de dinero debido por los clientes y no apoyar los que estaban en dificultad. Todavía teniendo
una relación más cercana con este funcionario, siendo en una cierta manera amigos, esperé
que no haya nada que esconder bajo sus promesa. Además, conforme con mis planes, si
lograba obtener esta prolongación tenía la oportunidad real de “vivir” por lo menos otros
nueve meses, hasta el final de 2009. E intenté el imposible, presté, irracionalmente, de todas
partes, para cubrir aquella línea de crédito. Para enterarme, a final que todo fue un inmenso
engaño y que no habría recibido nada.
De otra parte, la multinacional con la cual había trabajado se había comprometido,
con contracto firme, pagar en ochenta y ocho días, la mercancía entregada. Los retrasos
llegaron a ciento y cuarenta días. En las disposiciones del nuevo contracto la mercancía
entregada no podía ser devuelta que dentro de seis meses y sólo si no era vendida después de
tener una rebaja de 50%. Además, las diferencias tendrían que ser compensadas con las
siguientes entregas. Con otras palabras, todo el riesgo lo tenía el fabricante. Y si el contracto
hubiera sido respetado, entonces hubiera logrado superar la crisis.
Como los bancos, las multinacionales sabían desde hace mucho tiempo que el mundo
estaba en crisis y aprovechando de la ingenuidad y la desesperación de las empresas
pequeñas, se aseguraron la sobrevivencia. Muchas de las disposiciones del contracto no
fueron respetadas. Los plazos de facturación, los plazos de rebajas, los plazos de devuelta.
Además, en vez de dinero me ofrecían siempre mercancía. No se respetaba ninguna regla,
ningún orden. El pánico se estableció en toda plenitud. E yo, desesperado, pensando que voy a
recibir algún dinero, a un cierto momento, acepté tácitamente, todas estas irregularidades. Y
qué bueno hubiera sido tener la fuerza de terminar desde hace entonces…
Dentro de veinticinco años en un así llamado mundo de los negocios, en el cual viví
bastantes experiencias, de las más humillantes a las más bellas, no había todavía logrado
aprender bien y entender que no siempre estoy en el centro del universo. No había entendido
que ero sólo una hoja en un agua tumultuosa y que cada intento de oponerme me arrastraba en
la profundidad. No había entendido que para superar una vorágine tenía dejarte llevar por la
corriente y no oponerte intentando desesperadamente llegar a la orilla. El más grande
reproche que me hago es que no tuve la inspiración de abrirme una cuenta corriente de
ahorros con algunas decenas de mil euro para los días difíciles. Tuve la falsa impresión de que
puedo tener acceso cuando quiero a algunos cientos mil euro con los terrenos y los edificios
que tenía. Sabía que en cada crisis los precios van a calar, pero hacía un cálculo erróneo,
según el cual, incluso si lograba venderlos a mitad, traía beneficios. No pensé ni un segundo
que podría quedarme con ellos, sin poderles vender.
Un grande cómico estadounidense, Bill Cosby, tenía una teoría interesante relativa al
fracaso. El genio de la comedia decía: “no conozco la solución para obtener el éxito, pero
sé que para fracasar, es suficiente intentar satisfacer a todo el mundo”.
En los últimos tres meses del año 2008 y en los primeros de 2009, esto es lo que yo
había hecho. Había intentado satisfacer a todo el mundo. Bancos, autoridades, proveedores,
empleados, amigos, clientes. Me levantaba la mañana y hasta la noche corría para obtener
dinero para los otros. Llegué incluso sentir una especie de orgullo estúpido por haber logrado
todos estos juegos malabares sin molestar a nadie. Viví un periodo según las leyes no escritas
de un maratón del infierno, en el cual los nervios eran extendidos al máximo y el organismo
se había transformado en un automático que arriesgaba no poder ser resucitado. Hubo días
cuando tenía que pagar cincuenta – setenta mil euro. Me acostaba el día anterior sin saber
cómo los voy a obtener. Mi primera esperanza era en Dios. Me quedaba solo una hora o dos y
rogaba recibir la inspiración para resolver todo. De niño aprendí que donde yo creía que no
existiese ninguna solución, Dios tiene preparadas mil. Todo consiste en ser capaz de
identificar la mejor. Y quizá, van a creer que soy místico. Pero yo no creo en destino,
coincidencias, acontecimientos o suerte. Mi única certeza siempre fue y es Dios. Y conservé
estas convicciones tanto cuando me iba bien, cuanto cuando toqué el fondo del abismo. Y si
logré salir de éste, entonces lo hice sólo con Su ayuda.
Luego tenía esperanza en los amigos. En la gente que yo había ayudado cuando lo
había necesitado. Y en aquellos momentos, vi cuanto es importante en la vida saber y querer
ayudar a quien lo necesita. Hay una cita en la Biblia que siempre me inspiré y me inspira.
“Lanzas el pan en el agua y volverá diez veces”. Así hice yo, en los momentos difíciles de
los años 2008-2009, recibí ayuda de las personas que menos pensaba que lo hicieran. Decenas
de amigos me prestaron dinero con el cual logré satisfacer, por un tiempo, a todos. Y tomaba
de uno para dar a otro. Llenaba el estómago del banco, que parecía siempre más insaciable,
pagaba las deudas al estado, a los proveedores, otros. Hice así, convencido que pudiera pagar
todas las deudas con una gran cantidad de dinero que esperaba recibir de la multinacional. Y a
finales del mes de marzo, todo mi castillo de naipes, pegadas con noches blancas y nervios, se
derrumbó. El pago que tanto esperaba, el dinero al contado con el cual soñaba vino bajo
mercancía que no se vendió. Veía como todo el mundo a mis alrededores se derrumbaba.
Fracasaba por la tercera vez.
Lo más difícil es aceptar que llegaste a final. Cicero decía que “nada no puede ser
eterno una vez que nació”. Cuando lo que nació es tu creación, entonces tú, hombre tanto
menos crees que puede acabarse. La empresa Aya Sports que junto a mi esposa habíamos
creado y llevado hasta el tercer lugar en el top de los proveedores de dos multinacionales, que
eran famosas en el mundo de la industria textil, tenía que ser desconectada de los aparates de
respiración artificial. Rechacé, por seis meses, aceptar que mi empresa sufría de cáncer en
fase final. La atraqué con pastillas esperando que se tratase de una enfermedad pasajera.
Cuando estuve delante de la pila de ropa devuelta por la multinacional, entendí que todo se
acabó. En diez años, Aya Sports, fue la creación que me ayudó cumplir con mis sueños,
sostener mi familia y fortalecer mi estatuto. Ahora era el momento de dejarla ir. Fácil de
decir, casi imposible de hacer. Porque la quiebra significa el estallar de una tormenta, a finales
de la cual no sabes si vas a estar en pie.
Reevalué mi situación. En vez de recibir una gran cantidad de dinero, era el posesor de
una gran cantidad de mercancía que no podía vender. En un periodo de crisis, los vestidos
nuevos son entre las primeras cosas a las cuales la gente renuncia. Cada cobro futuro era del
banco, no teniendo ni una oportunidad de beneficiar de él.
Retrasé los salarios de los empleados con más de cuarenta y cinco días. De otro lado,
el banco preparaba un nuevo asalte, intentando convencerme hipotecar el poco que me
quedaba. Pero la cosa más desastrosa era no poder pagar las deudas a mis amigos. Y en
aquellos momentos, la gente que, otros meses antes me habían ayudado con dinero, ahora se
transformó en una pesadilla. El término de uno o dos meses, cuanto creía yo que necesitaba
para restituir el dinero prestado llegó a prolongarse por lo menos dos años. Tenía que
encontrar explicaciones para ellos también. Llamarles, encontrarlos y decirles que ya no
puedo pagarles el dinero que les debía. Por lo menos no inmediatamente. Algunos tenían
obligaciones familiares, otros - inversiones importantes y el dinero que me habían prestado
les ponía en peligro la estabilidad, la seguridad. No sabía que excuses inventar. Y después de
cada llamada, después de cada discusión, algo se rompía dentro de mí. Prometía que voy a
pagar todas las deudas. El deseo era grande, pero la fuerza de realizarlo casi inexistente. Por
meses me llamaron estas personas y me pidieron el dinero. Algunos me hablaban bien, me
rogaban, otros me amenazaban, gritaban, me ofendían. Porque la mayoría de ellos no podían o
no querían creer que ero sin dinero.
Pero no creen que los más agresivos eran los que tenían que recuperar más dinero o
aquellos que estaban en una situación más complicada. El terror vino de donde menos
pensaba. De los que consideraba los amigos de mi familia, que comieron a la misma mesa
conmigo, que yo o mi esposa habíamos ayudado muchas veces en el pasado.
Una cosa es rebelarse y enojarse por no recibir el dinero a tiempo. Después de todo
tiene razón, es su derecho expresar su descontento. Pero otra cosa es que la persona que
habías considerado tu amigo se transforme repentinamente en un torturador de crisis. En
momentos como este vi cuanto placer sádico puede esconderse en algunos cuando sus amigos
están en dificultad. Tuve dos tales “amigos” que lograron transformar este periodo negro de la
crisis en un infierno. Empezaron con ironías bajas y expresiones viles. Después pasaron a
ofensas y amenazas groseras. Cada vez yo les contestaba con excusas. Me mordí los labios
para no devolver los golpes recibidos. Porque sabía: les debía dinero y tenía que devolvérselo.
Continuaron con denuncias penales, acciones en tribunal, presiones hechas por otras personas,
calumnias cotidianas.
Uno de ellos intentó, bajo presión, determinarme firmar un documento con el cual el
débito de la empresa fuese transformado en obligación personal, para que después poder
venderla con sólo 20% de su valor a un recuperador profesional. Entonces entendí que estaba
interesado menos en recuperar su dinero y más en destruirme psíquicamente. Y todo esto por
quince mil euros. Dos años antes la misma persona había recibido de mí una inmensa ayuda
para garantizar algunos préstamos de más de tres cientos mil euros. Parece que me equivoque.
Tanto cuando lo ayudé como cuando acepté su ayuda.
La historia del segundo “amigo” es todavía más fea. Este me había ofrecido su ayuda
sin pedírsela. Ayudarme con dos mil cinco cientos euros. En aquellos tiempos pensaba que
era un regalo de Dios. Fui muy contento. Cuando le pedí que espere un poco para devolverle
el dinero, toda su bondad se transformo en un odio indescriptible. La persona, que nunca
había oído decir una mala palabra, cambió radicalmente cubriéndome y aterrorizándome con
una avalancha de horrores verbales. Y no se paró aquí. Hizo una denuncia penal para engaño.
Siguió un proceso al cual no me presenté que pero gané.
Más allá de todo esto reconozco el derecho del hombre de perder la calma cuando no
recibe el dinero que se le debe. Soy consciente que tanto estas dos personas como todos los
amigos que me ayudaron tienen que recibir su dinero. Y esto pasará seguramente. Pero no
puedo aceptar la grosería y el placer de hacer mal de manera gratuita, sobre todo cuando se
trata de una persona que está en un bloqueo total. Cada vez, después de cada quiebra pagué
mis deudas. Y esto es lo que algunos tendrían que entender. Que para recibir su dinero tenían
que dejarme un poco de tiempo. Tenían que ofrecerme un momento de relajación. Una
persona que quiere hacerte daño y quiere derribarte usará todas las oportunidades para
cumplir con sus planes. Porque no está interesado necesariamente en el dinero. Su propósito
es destruirte.
En el mes de abril 2009, empezaba, para mí y mi familia, el periodo más negro, que
duraría más de nueve meses. Por primero, tenía que convencer mi esposa que todo va a salir
bien. Tenía, después, explicar a mis hijos que seguirá un periodo muy difícil. En aquellos
momentos, realicé que toda la culpa para la tormenta a la cual todos teníamos que hacer frente
era sólo mía. Porque yo, el hombre que había vivido ya dos quiebras, que sabía que significa
perder todo, habría tenido ahorrar dinero para los periodos difíciles. Todavía me reprocho esto
y creo que es tanto más grave cuanto, por mi incapacidad de aprender de los errores del
pasado, puse en peligro todas las personas que más amo. Cuando pienso que en ocho años
cuando los negocios anduvieron muy bien, habría podido ahorrar, sin mucho esfuerzo
cincuenta mil euros, quizá, cien mil euros, me invade una furia cercana a la desesperación.
Con aquel dinero hubiera podido asegurar a mi familia una vida sin preocupaciones y así
hubiera tenido yo también la tranquilidad de buscar la mejor solución para renacer. Pero así,
nuestra vida fue un infierno.
El 1 de julio de 2009, la empresa Aya Sports fue declarada en insolvencia general. No
tenía más dinero ni para los salarios de los siete empleados, cuanto dejaron. En agosto, el
último empleado nos abandonó. El mismo mes, quedé sin coche. La familia vio la pérdida de
la primera cosa personal. La empresa de leasing llevó el coche Mercedes E-classe por no
haber pagado los plazos. Mi esposa lloraba desesperadamente, e yo quería golpear todas las
paredes, abrumado por la impotencia del momento. Y nuevamente, me reproché que no fui
capaz de evitar tales situaciones. Pero esto fue sólo el principio. En sólo pocas semanas
lucharemos desesperadamente para no perder también la casa donde vivíamos.
Poco después haber entrado en incapacidad de pago, el banco sacó la carpeta con
garantías e hipotecas para analizarla. Preparaban una ejecución. La casa donde vivíamos tenía
en 2008 un valor de mercado de más de ocho ciento mil euros. Colocada en la zona central de
la ciudad, fue estimada por algunos expertos inmobiliarios a más de un millón de euros, por
su arquitectura, sus anejos y el jardín. La situación jurídica de la casa de cuatrocientos metros
cuadros, construida sobre un terreno de nueve cientos treinta y cinco metros cuadros, era un
poco incierta. Porque el valor, conforme la situación real, era de ocho cientos mil euros,
mientras la estimación, conforme al acto de propiedad, era sólo de cuatrocientos noventa mil
euros. Cuando puse la casa prenda para el préstamo, el banco tuvo en consideración la
estimación de los actos de propiedad. Y esto para no poder solicitar más tarde un límite de
deuda más grande, pensando que, de todos modos, la otra parte de la casa estaba sobre el
terreno que era ya hipotecado por el banco. En 2009, pero, realicé que, cuando analizaron otra
vez la carpeta, constataron que no podían ejecutar una parte del inmóvil, que no estaba en la
hipoteca. Y desde aquel momento estalló una guerra sorda, con una estrategia pensada por el
mismo director que, algunos meses antes, me había vendido el miraje con la línea de crédito.
De modo que, un día me pidieron ir al banco, en dos horas, para firmar algunos
documentos adicionales al contracto de crédito. Pidieron también la presencia de mi esposa,
amenazando que, en caso contrario, el día después empezarían los procedimientos de
ejecución forzada. Por mi propia seguridad, pedí poder estudiar los documentos del nuevo
contracto con calma, a casa. Recibí los documentos y dentro de una hora de lectura atenta,
saqué la conclusión de que no tenía nada que sospechar. En un final, decidí ir al banco, pero
decidimos estar muy atentos a todos los detalles, para que no introduzcan una nueva previsión
en los actos.
Recuerdo perfectamente aquel día como si todo pasó ayer. Recogí mi hijo menor de la
escuela. Después, teníamos que ir al banco, pensando que la firma de los documentos no
podía durar más de quince minutos. A las 17 en punto entramos en el despacho del director.
Aquí, la primera cosa que me llamó la atención fue un montón de papeles más de veinte
centímetros – los nuevos actos adicionales. Los primeros cuatro – cinco los habíamos leído
velozmente, sin encontrar ninguna modificación. La nuestra atención se dirigía,
especialmente, hacia las garantías, para que no fueran incluidas otras nuevas.
En el quinto documento me saltó a la vista una palabra que, posicionada en un cierto
contexto, modificaba completamente el significado de la garantía principal. Al principio, creí
que era un error y firmé aquel ejemplar. Entonces entendí de repente de que se trataba y
empecé verificar con ansiedad el resto de los documentos. Mis previsiones más pesimistas se
averiguaron. Bajo varias formulas, siempre más sutiles, más tortuosas y escondidas, estaba
obligado aceptar incluir todo el edificio de la casa en la hipoteca. Mi interno se transformó en
una bomba atómica, pronta a estallar. Me puse morado por la ira. Entonces borré con el lápiz
mi firma, y el director me arrancó el contracto de las manos. Yo reaccioné también, lo
recuperé y lo hice pedazos. El director y el notar empezaron a recoger los pedazos de papel y
de aquí hasta una pelea faltaba poco. El niño de nueve años que estaba en el despacho, asistió
asustado al intercambio de opiniones y amenazas. Entretanto, mi esposa y otros representantes
del banco se esforzaban calmarme, diciéndome que fue un error y que la situación se
resolvería.
Perdí completamente la confianza en aquella gente. Si hubiera hecho el error de
firmar aquellos documentos, el día después hubiera volado, sin poder hacer nada, de mi casa.
Fui muy cerca de hacer un grave error. No firmé nada, aunque los empleados del banco
intentaron convencerme hasta las nueve de la tarde. No bastaba que algunos bancos me habían
despojado, ahora querían que mi quiebra fuese total. La casa, la única cosa que me quedaba,
era una presa muy grande para los recuperadores. Wiston Churchill decía: “Si llegaste en
infierno, vas adelante”. Esto hice yo también. No podía quedarme por siempre en el infierno
donde, por una parte los bancos me hervían, y por otra parte los acreedores me acechaban.
Para evadir de este infierno tenía que apretar los dientes y salir adelante.
El día después llamó el director regional. Las mismas amenazas de ejecución forzada,
el mismo sistema de constreñimiento para firmar aquellos malditos documentos. Y el
hostigamiento duró más de dos meses, hasta cuando les hizo creer que mi rechazo es a causa
de mi estúpida testarudez. Callé, acepté, simulé la ignorancia. Entretanto, salvé mi casa.
Como, les voy a contar en el siguiente libro que escribiré, donde les voy a explicar con
detalles que tienen que hacer en tales situaciones y aún más. Esta fue mi primera victoria de la
quiebra de 2009. Fue el momento que me hizo enérgico y realicé que puedo empezar de
nuevo. Salir del hoyo negro donde había entrado mucho más velozmente de cuanto pensaba.
“El principio de todas las cosas es pequeño.”
(Cicero)
La crisis como una presa
Cuando queremos poner de relieve las características morales, negativas o positivas,
de una persona, muy frecuentemente, estamos dispuestos a incluirla en varios tipos de
comparaciones. Mira, ella lucha como una leona para su familia, el otro es un chacal rapaz
que vive del trabajo de sus amigos, otro es una liebre medrosa que se escapa a la primera
señal de peligro. Uno es un lobo solitario, siempre en alerta, duro, mientras otro es una
víbora pronta a empujar los dientes cuando menos lo esperes. Todo el reino animal está a
nuestra disposición. Y abusamos de estas comparaciones, aunque los animales tienen muy
poco en común con el carácter humano. Sobre todo cuando se trata del deseo de hacer daño.
Porque ninguna criatura de la tierra no ataca y no destruye sólo por el propio placer. Lo
hace sólo para sobrevivir, para nutrirse o para defenderse. Pero nosotros, los seres humanos,
usando el don de hablar, el poder del pensamiento y una falsa imagen de padrones de las
cosas que nos circundan, somos malos por placer. Y tenemos también un deseo irrefrenable
de aplastar destinos aun cuando vimos a los que están delante de rodillas, mientras la vida
los oprime la nuca, inclinándoles la frente hacia la tierra. De allí, de abajo, es muy difícil
alzar la cabeza, sobre todo cuando te aplasta una bota inmensa. Es difícil, pero no imposible.
Yo logré hacer de esto una manera de vivir.
Las partidas más bellas de futbol son cuando un equipo conducido con 2 o 3 logra
restablecerse de una manera espectacular y cuando nadie piensa, obtener la victoria. Una tal
partida fue en 2005. Entonces, en la Liga de los campeones, Liverpool logró, inmediatamente
después la pausa, en sólo seis minutos, trastornar el resultado y restablecerse de 3 -0,
arrancando a los italianos de A.C.Milan el sueño de llegar los reyes de Europa. Qué pasó en
los vestuarios, qué les dijo a los jugadores en entrenador Rafael Benitez, cómo logró
impulsarlos y hacerles creer que todavía nada es perdido, nadie sabe. Pero en el campo
regresaron otras personas.
Creo pero que si no fuese la pausa, aquel momento de respiro, los quince minutos de
tranquilidad, las cosas no habrían sido las mismas. Durante una crisis, cuando tu mundo está a
revés y llegas a tierra, la primera cosa que tienes que hacer es destacarte de todo y poner en
orden tus pensamientos. Intenté siempre poner en orden mis pensamientos, sobre todo en los
momentos difíciles, intenté recuperar mi equilibrio y mi fuerza interior. Arreglar, como en un
estante de libros, los planes por el futuro, purificar mi mente de todo lo perjudicial o inútil. No
siempre lo logré. De hecho, no lo logré nunca de una manera perfecta. Pero, intenté por lo
menos e hice progresos. Luché continuamente para no estar influido por los perjuicios y
asumí toda la responsabilidad de mis hechos, de mis errores y decisiones.
En una situación de crisis, es muy importante lograr vencer tus temores que tienden a
paralizarte la personalidad, la inteligencia, la creatividad e intentar liberarte del estrés de las
emociones negativas. Y lo puedes lograr sólo si reconoces y asumes, con dignidad, tus
errores. Aceptes el fracaso, pero no lo dejes dominarte. No haces de esto el drama de tu vida y
no lo transformes en una pesadilla que te impones vivir para siempre. Este es el momento
cuando puedes empezar a construir tu nuevo éxito. Una crisis te hace perder tu personalidad,
te lacera al interno y te proyecta en un espacio ambiguo y destructivo. Te atrae en los
pantanos escondidos de una memoria pervertida por el choque de los acontecimientos, te
profana y te acosa. Quien opone resistencia, intentando desesperadamente escapar sin
mancha, comprometerá, sin duda, las futuras oportunidades de éxito. Tienes que aceptar y ser
orgulloso de tus heridas. Mostrar a la gente que pasaste por una guerra. Quizá, te quedaste con
una pequeña discapacidad, pero tu dignidad se quedó entera. El olor del fracaso puede
quedarse impreso en la memoria de las células, aunque vas a llevar los más exóticos
perfumes. Lo puedes eliminar sólo a través de un baño purificador y refrescante en el agua
más fría que existe.
A mediados del año 2009, después del escándalo de la sede del banco cuando estaba
por perder mi casa, viví con alegría el momento de mi renacimiento. Eliminé las escorias de
los últimos días y renuncié luchar por una causa perdida y por primera vez me impuse una
pausa para respirar, para oxigenar mi ser interno. Revisé mi lista de prioridades. La cosa más
importante para mí, era lograr restituir, el más velozmente posible, el dinero prestado a todos
los amigos y conocidos que me ayudaron. Para poder cumplirlo tenía que empezar a producir,
entrar en juego. Por esto necesitaba tranquilidad y estabilidad en casa. Es decir, era esencial
asegurar la vida de cada día a mi familia. No puedes hacer nada si tu familia no tiene todo lo
necesario. Así que mi primera decisión fue hacer una reunión de familia. Cada uno de
nosotros tenía darse cuenta que somos, lo queremos o menos, los miembros del mismo juego,
somos un equipo y para superar el momento tenemos que estar unidos, tener los mismos
objetivos, el mismo ideal. Los niños entendieron que van a recibir más tareas, algunas
específicas para los adultos. Necesitaba, pero, cada gota de energía, cada segundo libre y en
aquel momento no nos permitíamos malgastar nada. La estrategia fue construida con sólo
cuatro peones: yo, mi esposa y nuestros dos hijos. Decidimos olvidarnos, por el momento, de
vestidos, chaquetas, terrenos, hipotecas, bancos y deudas y concentrar nuestra entera atención
hacia un nuevo negocio.
Como la vez pasada, sabía que en los periodos de crisis económica es esencial detener
liquidez. El dinero podía ser obtenido sólo de una actividad directa donde tú eres el productor
y el que vende a los clientes la mercancía. Sin intermediarios. Además, sabía que durante la
recesión la última cosa que muere es el negocio con productos alimentarios. Porque, en la
escalera de las necesidades humanas, los alimentos están en el peldaño base, contestando a las
necesidades fisiológicas. Pero no tenía ninguna experiencia en este campo. Es verdad que
durante la crisis pasada habíamos superado la quiebra con una tienda de comestibles que
habíamos gestionado el más bien que habíamos podido. Pero la experiencia estuvo bastante
traumatizante y no teníamos el valor de empezar un nuevo negocio con frutas y verduras.
La idea nos vino, a mí y a mi esposa, después de un encuentro con algunos amigos de
Targu Mures. Entonces, durante las clásicas discusiones sobre los efectos de la crisis, nos
enteramos que el negocio con pasteles va bastante bien. Pero sólo si se respetan las recetas
bien pensadas y si no se usan los aditivos alimenticios. Es decir, se pedían sólo productos
sanos y sabrosos. Yo no había hecho un pastel en mi vida. Ni hablar dar a otras personas, y
ellos pagarlos. Pero no esto era importante. Todo se puede aprender. E yo empecé a agitarme.
Rogué los amigos que tenían un tal negocio aceptarme por algunas semanas como aprendiz.
Creo que fueron los días más dulces de mi vida. Probé decenas de tipos de pasteles. Estuve
horas junto a confiteros y pasteleros, amasé, vertí harina. Mezclé nueces, quesos y almendras.
El sastre y el ex “grande” empresario inmobiliario se convirtió en un excelente aprendiz
pastelero. Los efectos empezaron a verse inmediatamente. Junto a mi alegría, euforia,
aumenté mi peso con algunos kilos. Pero cuando volví a casa sabía muy bien que voy a
producir y vender.
Tenía las recetas que, de una manera u otra, las había recibido por la buena voluntad
de algunos amigos que agradezco todavía. Pero para ver mi proyecto funcionar no bastaba.
Tenía que encontrar una buena ubicación, necesitaba equipos y claro, empleados. Si hasta
entonces había hecho frente sin dinero, ahora lo necesitaba. Verdaderamente no necesitaba
una cantidad muy grande de dinero, pero en aquellos tiempos un millón de lei podía ser una
verdadera riqueza, sobre todo si no tenías de donde obtenerlo. Así que, con mi esposa retomé
la lista de los amigos con la esperanza de encontrar alguien dispuesto a apoyarme
nuevamente. Encontré el lugar en uno de los grandes barrios de Iasi. Ubicado en una zona con
mucho tráfico, en una plaza donde podías encontrar tiendas de todo tipo. La pastelería tendría
que entrar en competición directa con la locura de las rosquillas que recorría la Rumania al
principio del 2010.
En aquellos tiempos, los negocios de rosquillas calientes se convirtieron en una
especie de CARITAS para los pequeños empresarios. Al principio fueron algunas tiendas en
la ciudad que tenían colas muy grandes. Después surgieron decenas. Un fenómeno especifico
por la crisis que había encontrado en los anteriores periodos de recesión. Por falta de dinero,
la gente piensa y parte de otra manera su presupuesto. Y si hasta entonces pedía el almuerzo,
ahora le eran suficientes algunas rosquillas calientes. No pienso más en la aberración de un tal
comercio, cuando una rosquilla cuesta cuanto un pan. Pero el negocio lo vi, desde el principio
como una especie de cáncer que se difunde con una velocidad asombrosa y que se
autodestruirá en poco tiempo. En primavera, los precios de los equipos para la producción de
las rosquillas tocaron cuotas inimaginables. El trabajo de pastelero llegó a ser más pedido y
bien pagado en el mercado que él de ingeniero. Se ofrecían salarios indecentes y cada tienda
tenía cinco, seis, o incluso diez personas. A cada esquina sentías olor de rosquillas calientes.
Olor dulce para algunos. A mí pero hacían volver en la mente recuerdos desagradables. Si
pienso también al éxito fulminante del reinventado concurso televisivo Bingo, que tomó la
forma de unas mesillas callejeras donde se vendían los billetes a metro, tenía la sensación de
volver diez años atrás.
De todos modos, de estos negocios con rosquillas calientes sólo algunos lograron
ganar algo. Seguramente, él que trajo los equipos en Rumania y los vendió muy velozmente.
Y dos-tres empresarios que abrieron por primeros tiendas de rosquillas calientes. Para los
otros, el “gran negocio” llegó a ser muy pronto el “gran engaño”. Para mí, la evolución de
este negocio fue el barómetro de la crisis. Estaba convencido de que en el momento cuando
no vería más aquellas colas, la crisis habría ya consumido su momento de pánico. Y podía,
también, a mi turno, empezar tranquilamente mi negocio.
Al arreglo del espacio trabajé más de dos meses. Blanqueé, lavé, modernicé,
reorganicé. Cuando estuvo todo preparado, pude pasar a la siguiente etapa: los equipos. Por
esto me fui en Italia. Sabía que allí puedo encontrar cosas usadas pero buenas y muy baratas.
Claro, no me permitía comprarlos todos de una vez. Pero los más importantes para la
producción llegaron a Iasi. Una vez instaladas, podía empezar la producción. Pero no se
imaginen que empecé a vender el día después. Más de un mes hice, hice otra vez, experimenté
las recetas en casa o en la pastelería. Invité mis amigos, envié en regalo bandejas con pasteles
intentando observar la reacción de la gente. En un final logré empezar las ventas. Habían
pasado más de nueve meses desde hace cuando no había ganado nada de mi trabajo. El primer
pastel y el primer dinero ganado fueron como una redención llegada al momento oportuno.
Mi vida, la de mi esposa y de los niños empezó a medirse en panecillos cocidos con
nuez. Cada mañana a las 5.00, iba de compras personalmente en el mercado Alexandru.
Elegía la mejor nuez, las mejores especias. Regateaba para cada moneda y salía con las bolsas
llenas. En la pastelería, desde las 6.00 empezaba el proceso de fabricación. Tomé algunos
empleados y las cosas parecían ir en una buena dirección. Una parte de los productos los
preparaba en casa, para cubrir la demanda, pero también por la falta de los equipos de
pastelería. Casi siempre todos olíamos a canela, nuez o vainilla. Dentro de un periodo, con la
ayuda inesperada de un amigo, logramos comprar un coche usado. Un poco viejo, pero muy
bienvenido, sobre todo porque lo necesitaba para el transporte de la materia prima o por
variaos viajes. Y cuando todo parecía ir bien, empezaron nuevamente los problemas.
Por primera vez descubrí que una parte de las personas que había empleado y para
quien trabajaba todo el día, robaban sin vergüenza. Los cobros cuotidianos que calculaba
hasta la última moneda, disminuyeron de repente y sin ninguna explicación. Todo culminó en
un frío día de febrero. Un amigo mío me rogó ayudarlo con algunos platos con pasteles para
un acontecimiento trágico en su familia. Por esto tuve que ir a Vaslui. Durante el viaje el
sistema de calefacción se rompió. Algunos días después el coche dejó de funcionar. La
desesperación crecía dentro de mí y de las personas caras que luchaban junto a mí. Parecía
que todo iba mal y fueron algunos momentos cuando estuve por renunciar. Sin coche era casi
imposible continuar. No podía transportar la mercancía y alquilar o contractar una empresa de
transporte era imposible. No tenía dinero para esto.
Para un nuevo coche necesitaba un préstamo. No muy grande, porque tenía ya una
parte de dinero. Y empecé a estudiar la lista de los amigos. Y puse mis esperanzas en un
amigo que conocía desde la infancia.
Era la persona que había ayudado personalmente entrar en el mundo de los negocios a
principio de los años ‟90. Lo había ayudado mucho y muchas veces, por esto creí que ahora,
cuando necesitaba su ayuda habría encontrado en él un apoyo. Así que me atreví y fui a verlo.
Creo que esto fue uno de los momentos cruciales de mi renacimiento de la última crisis.
Me recibió en su casa y me invitó en el comedor. Unos sofás rojos, colocados
estratégicamente delante de un televisor nuevo. Intenté enfocar directamente el problema,
pero sólo después algunas frases me paré estupefacto. En la cara de mi amigo brotó una
mueca de hiena. Le brillaban los ojos. Tomó el telemando en la mano y se tumbó satisfecho
en una butaca. Empezó desbordar sobre mí su frustración. Me aseguró que estaba muy
contento porque yo había llegado en esta situación, que merecía todo lo que me pasaba, que
esperaba que “aprendiera” y que en este modo aprendería como se hacen los negocios… En
fin, muchísimos consejos sobre la vida, mezclados con arrogancia y apóstrofes de los más
duros. Y todo esto dicho mientras tenía los ojos fijados en la televisión. Lo escuché, en
silencio, más de cuarenta minutos. En la primera fase no lograba entender de dónde tanta
rabia en él y este deseo de verme humillado. Buscaba, con febrilidad, una explicación.
Renuncié rápidamente. Me di cuenta que consumaba inútilmente mi energía. De todo modo,
no era algo nuevo. Había ya encontrado tales chacales de crisis que se nutren con la
desesperación y la humillación de los otros. En la relación con estos personajes puedes hacer
una única cosa. Ignorarlos, mostrarles que sus opiniones no te afectan y no tienen ninguna
importancia para ti. Y además que puedes sobrevivir aun sin su ayuda. Me despedí de él
sonriendo. Todavía sonrío cuando recuerdo su mueca de asombro que brotó en la cara de mí
“amigo” cuando me levanté repentinamente y me fui. No entendía porque no me había
enfurecido, porque no había replicado. Es muy difícil explicar a este tipo de personas los
momentos de libertad que sientes cuando menos lo esperes. Porque esto fue lo que viví yo en
los cuarenta minutos cuanto había asistido al desencadenar de este espectáculo de rabia. Una
liberación. Una revelación. La desesperación, la desilusión, la confusión, la ira que había
acumulado dentro de mí después la mala suerte con el coche desaparecieron como si por arte
de magia. Y en su lugar se instalaron la tranquilidad, la calma, el valor, la confianza.
En realidad, dentro de una semana después la “lección” de moral recibida sobre el sofá
de piel rojo, logré comprarme otro coche, siempre usado, pero directamente de Alemania. El
mismo verano acabé con mi carrera de pastelero. Vendí el negocio dentro de cinco meses, con
buenos beneficios, creo, por un periodo de crisis. Nuevas oportunidades se abrían. Empezaba
ver soluciones, sentir que ciertas decisiones llevarían, en final, al éxito. Y diversifiqué mi
actividad, ¡por cuantas veces! Y aun ahora, cuando escribo estas líneas, a final del año 2010,
estoy desarrollando tres proyectos que, seguramente, se materializarán en negocios rentables.
Y uno de estos lo empecé con sólo mil lei. Pero todo esto se lo voy a contar en detalle en el
próximo libro.
“Un hombre de éxito es aquel que puede construir una base
Sólida con los ladrillos que los otro echan hacia él.”
(David Charles Brink)
Enamorado del éxito, dependiente de fracaso
Los abetos son bellos. Altos, derechos, siempre con vestidos verdes, verdaderos
señores de los bosques. Parece que nada puede perturbar su existencia. Son también
exclusivistas. No permiten a otras especies crecer junto a ellos. Además, no sienten por nada
la soledad. Junto a ellos, el roble parece más un campesino con las palmas agrietadas por el
trabajo. Muchas veces, ves un roble solitario, aislado en la cuesta de una colina o al margen
de un valle. A veces, está hendido, con las margines negras por un relámpago que lo había
golpeado sin piedad. En verano es imponente, con grandes hojas y ramos esparcidos,
robando el sol a la tierra y tragando inmensas cantidades de energía. Y deja la sensación que
es indestructible. Después llega el otoño, y todos sus vestidos orgullosos se ponen amarillos,
se secan. El viento frío lo vacía, como las palabras duras vacían el alma del hombre.
El invierno lo sorprende con los ramos como dedos esparcidos en una sorda oración
hacia el cielo. El cielo y la ventisca chasquean las muñecas. Muchas veces casi está doblado
hacia la tierra. Pero resiste. Solo, sin pedir ayuda. Al horizonte, el bosque de abetos da una
fiesta en honor de la ventisca. Y cuando crees que el invierno será eterno, un brote, un solo
brote estalla sobre uno de los pequeños ramos. La primavera le trae vestidos nuevos, de un
verde fresco. Por todos poros emana esperanza, fuerza y amor por la vida. Pasó otro
invierno, y su corteza es más espesa, la madera fortaleció su esencia. Su corazón llegó a ser
más fuerte.
Cuando entras en una crisis, giras como un animal atrapado en una jaula, mientras tu
mente está asaltada por ideas como “sin salida”, “fin”, “es todo lo que fui”, “nada no tiene
más sentido”, “ ya no merece luchar”, “porque trabajé tanto para perder todo”… Noches
cuando te agitas entre las sábanas, la almohada te parece un paquete de espinas, y para cada
aliento tienes que hacer un esfuerzo sobrehumano. Llegas a hacerte reproches injustificables,
aun por las cosas más insignificantes. La cabeza se transforma en un nido de serpientes. Cada
vez que oyes el teléfono te asustas y el corazón empieza a latir fuertemente. Porque es posible
que te llame el banco o la empresa de leasing, o los inspectores financieros. Todos quieren
dinero, todos tienes prontas amenazas. Sabes que no es posible que te llame un amigo porque
90% de ellos ya te han olvidado.
Los niños están traumatizados de lo que ven, de lo que sienten. Asistieron al momento
cuando te tomaron el coche, escucharon las malas palabras y las “promesas” de venganza de
los acreedores. Un estado de tensión máxima devora todo al tu alrededor. Las deudas del gas,
agua, electricidad empiezan acumularse y estás siempre bajo la amenaza que no vas a
beneficiar más de estas. El refrigerador llega a ser siempre más vacio, y en casa aparece la
depresión. El esposo o la esposa buscan el culpable en otro. Las cosas insignificantes
provocan escándalos horrorosos. Estas abrumado por los pensamientos que te inducen
analizar la posibilidad de tomar un día tus cosas y correr el más lejano posible, en un lugar
extranjero, donde poder empezar una vida nueva. Sin saber de nada y nadie. Algunos no
resisten y ven en el suicidio la única solución de todos sus problemas. Por esto, en los
periodos de crisis, el número de los suicidios aumenta amenazador, y los dramas que dejan
atrás llegan a ser algo habitual.
Nunca tuve este tipo de pensamientos. Pero dos meses después el bloqueo financiero,
una mañana, a finales de una semana de intentos vanos para solucionar todos los problemas,
estaba decidido salir junto a mi esposa y a mis hijos en el coche e irnos sin una destinación
clara. Escaparme de esta casa, de la hermosa ciudad que se transformó, de repente, en un
infierno. Dejar a todos y no oír más el teléfono. Querría llegar lejos, en Alemania o España,
donde empezar una nueva vida. Me tranquilizó y me hizo ver la realidad mi esposa. No podía
escaparme así. Teníamos que quedarnos, teníamos que luchar. Porque esto era lo que nosotros
sabíamos hacer mejor.
Salí nuevamente afuera, más allá de la puerta de mi casa, en el territorio donde los
chacales y las hienas conducían la yungla. En todas partes al tu alrededor oyes cuchicheos,
risas agudas, quizá, de satisfacción. Te miran como un paria. La gente compite en un concurso
de la humillación. “Los amigos” se transforman en expertos de la ironía barata, fría, sin
escrúpulos. Se transforman en jueces de destinos e insisten en recordarte siempre cuanto
fallaste, que estúpido eres, que poco vales. Y muchas veces estos comentarios vienen de las
personas que, en su vida, no fueron capaces de crear nada. No crearon ni un puesto de trabajo,
no pagaron ni un centavo por un salario y no lograron hacerse una carrera honesta en ningún
campo. Gente que nunca encontró el fracaso en su vida porque no fue capaz de hacer más, de
arriesgar.
En esta situación, el consejo de Mark Twain concuerda muy bien. “No te mezcles
con gente que puede disminuir tu ambición. La gente insignificante se comporta siempre
así. La gente verdaderamente grande te hace sentir que tú también puedes llegar.” La
gente frustrada y mediocre intentará, permanentemente, humillarte, alegrarse de tu fracaso.
Serán consecuentes en mostrarte que si hubieras estado tranquilo sin hacer nada, y no hubieras
intentado algo nuevo, ahora habrías podido dormir tranquilo. En demostrarte que caliente,
cómoda y dulce puede ser la mediocridad. Por esto es mejor evitar cualquier contacto con
ellos. Es una de las condiciones esenciales para superar una crisis. No dejarte vencido por
los que te calumnian sin razón, y se alegran de tu caída. Porque la mayoría de los que
hacen esto nunca se alzaron por lo menos al nivelo del cual caíste tú. Este es el principio
personal que me ayudó superar tales momentos. Porque, como decía Mahatma Gandhi: “al
principio te ignoran, luego se ríen de ti, y a final te combaten y luego sales vencedor.”
Tales personas son culpables por gran parte de la depresión que, inevitablemente, te
invade. Es muy fácil constatar que alguien falló. Del externo, las cosas parecen fáciles.
Intentar entender porque llegaron en aquel punto, donde se rompió el hilo es una cualidad que
tiene sólo la persona que se rió y que lloró, que sintió el gusto amargo del fracaso, y el gusto
dulce de los éxitos y que ahora sabe verdaderamente que quiere decir la vida.
Les voy a decir un secreto, una paradoja de la desesperación. En los momentos de
profunda humillación social, cuando apareces desnudo antes unos jueces ciegos y sin
compasión, cuando los chacales y las hienas gritan al borde, esperando los pedazos de ti que
van a ser sacadas a subasta, entonces aparece el primer brote en tus ramos. Es el momento
cuando el invierno de la pelea empieza a perder de sus fuerzas. Es el momento cuando tienes
que recordarte que tú también tuviste una corona. Tienes la piel curtida, el alma endurecida
por tantos golpes. Las raíces se clavan más en profundidad, para buscar el agua, la energía
pura, incontaminada por la tormenta de la superficie. Cuando todos te desaprecian, cuando
todos están seguros de que vas a derrumbarte, tú tienes que “verdecer”. Sabes cómo hacerlo.
No es la primera vez. Ya pasaste por esto. ¡Es importante creer en ti mismo!
Sir James Matthew Barrie, el padre del célebre Peter Pan, decía: “Tienes que creer
que estás capaz y la cosa está a mitad resulta.” Tienes que creer que puedes volar y es
suficiente tender las alas y moverlas en el cielo. Tienes que creer que existe otro mundo, un
mondo del éxito, y entonces vas a descubrir el camino hacia él. Muy pocos, a veces nadie, no
puede infundirte ánimo para empezar otra vez. Pero no esto es importante. Para mí, por
ejemplo, las realizaciones más grandes fueron las que obtuve sin ninguna ayuda. Porque la
mayoría no son capaces de entender tus planes. “Haz una sola vez la cosa que los otros te
dicen que no puedes hacerla y nunca tendrás cuenta de sus limitaciones.”(James Cook).
Esto es exactamente mi credo.
Esta falta de confianza de la gente puede ser un barómetro de tu futuro éxito. Cuantos
más dudan de tus planes, tanto crecen tus oportunidades de lograr. La duda aparece sobre todo
cuando se trata de algo nuevo. Y si muchos tienen miedo, significa que tu plan es uno muy
original y sorprendente. Es decir que la posibilidad de tener concurrentes, por lo menos al
principio, es casi inexistente. Cuantas burlas, desilusiones, fracasos tuvieron que aguantar los
padres del automóvil, del avión o de la electricidad. Pero ¡cuánto cambiaron ellos el mundo
con sus planes e ideas innovadores!
Porque no es suficiente creer en tu plan. No piensas que repentinamente te va a aportar
dinero y fama. Al contrario, el camino está salpicado con decenas de fracasos, de intentos
fallados. Vas a chocar con las paredes que parecen impenetrables. Algunas evitarás, otras
saltarás, otras derribarás. Pero todo esto constituye los ingredientes del éxito. Porque este
representa, en final, la suma de todos los intentos y los fracasos que se transforman en una
pasta, llamada experiencia.
Para obtener grandes éxitos no necesitas grandes proyectos. Una idea sencilla,
aparentemente sin significado, te conduce, muchas veces, hacia grandes logros. Muchos de
los descubrimientos de los grandes científicos fueron hechos por casualidad, teniendo como
punto de salida cosas sencillas. Y no tienes que conocer todo. Porque “siempre parece
imposible hasta cuando alguien logra hacerlo” (Nelson Mandela).
El académico Valeriu Cotea explicaba este estado de creación, esta posibilidad de
hacer cosas imposibles con un cuento escolar. Un profesor de física enseñaba la lección de
aeronáutica y aerodinámica con un ejemplo extremo. Si nos relacionamos al peso, la forma de
las alas y las capacidades aerodinámicas del cuerpo de un abejorro, conforme las leyes de la
física, estos insectos no podrían nunca volar. El profesor preguntó sus alumnos si encuentran
una explicación por una tal situación. Siempre él contestó: “El abejorro no sabe nada de
física y de sus límites. Si hubiera sabido, nunca hubiera intentado volar”.
Yo digo lo mismo. Si escuchan a los otros como enuncian las leyes que gobiernan el
mundo del fracaso, si escuchan sus miedos, nunca lograrán volar. Encontramos muy a
menudo el fracaso, porque no somos capaces de realizar cuanto estuvo cerca de nosotros el
éxito. El miedo de humillación, el miedo de ser juzgados por los otros nos hacen renunciar
antes de empezar. Y muchas veces renunciamos cuando estamos ya por llegar en la cima de la
montaña.
Claro que no todas las ideas se convierten en oro. Nuestro plan, incomprendido por los
otros, tiene que contener argumentos sólidos, racionamientos y análisis de mercado para
poder ser viable. Y ¡atención! Ni un segundo no tiene que faltarles la motivación a causa de la
educación recibida, de los estudios, de la herencia genética, social o del capital cuando
empiezan un proyecto o para tener éxito. Todo esto puede ser superado o compensado por las
habilidades naturales, es decir la aspiración, el deseo ardiente de lograr. Lo dice también un
gran hombre de la Antigüedad, Cicero: “Las habilidades naturales sin educación trajeron
más a menudo a la gloria que la educación sin habilidades innatas”.
Muchas veces, fallamos porque prestamos demasiada importancia a las cosas que
tuviéramos dejar en un segundo plano, descuidando al mismo tiempo las cosas
verdaderamente importantes. Esto pasa sea a causa de una falsa transmisión de los preceptos
religiosos, sea a causa de una educación deficitaria recibida en la infancia, en la familia o
durante la escuela. Porque estos tipos de educación, aunque si cada una tiene, seguramente, su
papel benéfico, muchas veces, nos transforman por dentro, nos distorsionan el modo de
pensar aplicándonos el filtro de las ideas extremistas o de los prejuicios inoculados que nos
alejan del lado esencial, profundo de las cosas. Nos transforman la mente en formas
autómatas, obtusas. Llegamos así en la situación de rechazar obstinadamente, lo nuevo, de
luchar contra lo inédito, de tratar cada tipo de visión como blasfemias. Mi padre me fastidiaba
explicándome que aceptar otras opiniones no significa renunciar a los propios credos. Al
contrario, es la mejor modalidad de aprender cosas nuevas.
Intenta imaginar que tus luchas son como la final del pugilato profesional. La
confrontación es siempre a vida o a muerte. Tienes sólo algunos segundos hasta el final y es
claro que la victoria es imposible y que estás tremando bajo la presión del fracaso. Sin
embargo tienes que resistir. Tienes que llegar hasta el gong final y hasta el día siguiente, para
tener una nueva oportunidad de salir en el ring. Por esto haces todo tipo de prestidigitaciones
para que el adversario no te destruya definitivamente. Te aferras de las cuerdas del ring, lo
tomas en brazos, te apoyas de él. Si el adversario te abate a tierra te quedas allí hasta el límite
aceptable del cuento del árbitro. Haces todo para ganar tiempo. Acabarás la partida vencido,
pero en pie. Y en primer lugar vas a ganar el respeto del público. Porque la gente ama a los
vencedores y adoran a los que son resistentes, que no se dejan vencidos. Y sobre todo a los
que luchan correctamente. Y puedes perder de esta manera no una o dos finales, sino que
decenas. Pero ganarás muchos admiradores. Porque has demostrado cada vez que sabes
luchar, que sabes crear nuevas estrategias, que tienes confianza en ti mismo. Es importante no
perder ninguna oportunidad que se te ofrece. Sobre todo cuando empiezas de cero. Como
decía el gran jugador de hockey Wayne Gretzky: “Fallarás todos los golpes que no los
tires”. Así que tienes que estar siempre preparado para hacer tiros, para intentar. Y es
imposible que de cientos intentos no logres por lo menos uno.
A los que quieren saber que hice yo para lograr les recomiendo leer mi futuro libro.
Allí explicaré las estrategias que tienen que aplicar. Les contaré con detalles que hice para
superar los momentos de fracaso y como transformé cada fracaso y cada quiebra en un brinco
hasta el éxito.
“Nada no es más fuerte
Que una idea el cual tiempo llegó.”
(Victor Hugo)
Epílogo
Cuando escribo estas líneas, la primavera llega, con timidez, entre los largos muros de
hielo. Y tengo la sensación de principio de camino con olor de verde fresco en las narices.
Aunque es febrero, y el invierno regresará con algunos días fríos, sé que no tiene más fuerza.
Sé que la estación más bella de todas va a conquistar a poco a poco, pero seguramente las
tierras y nuestras almas. Porque todo se somete al pasaje, a la modificación, a la
metamorfosis. El blanco se transformará en verde, la noche será día y la tierra, más cerca del
sol. Pero la crisis será un gran brinco hasta el éxito.
¡Para una idea la cosa mejor es una crisis! Este es el momento cuando tienes que
transformarla en una realidad palpable. Es el momento cuando tiene más fuerza. Por esto es
importante abandonar todos los pensamientos pesimistas que te despedazan las noches. Para
quedarte sólo tú con tu idea. Una crisis es como un cataclismo que mutila el mundo. Las vías
de comunicación están destruidas, los refugios caídos, los caminos impracticables. Casi todo
está paralizado. Nada no funciona. No tienes que estar asustado por esta imagen apocalíptica.
Al contrario. Tienes que esperar. No mires al tu alrededor y no pienses: “Señor, cuanta
destrucción, cuanta desesperación, ¿qué puedo hacer?” Mira adelante y habla a voz alta:
“Tenemos mucho trabajo. ¡Tenemos qué reconstruir un mundo! ¡Y tenemos con qué cosa! ¡Y
tenemos donde! ¡Es el momento con más oportunidades!”
No va a ser fácil. La montaña que tienes que salir está llena de piedras angulosas. El
peligro de avalancha lo encuentras en todas partes. Pero tú sabes que tienes que llegar en su
cima. Y por esto eliges el camino recto, pero el más abrupto, aunque si los otros van a elegir
las vías más fáciles, más cómodas.
Nunca estuve apasionado por la caza. Soy dependiente pero de la caza de ideas y de
oportunidades. Y la crisis es un terreno excelente por un tal sport. Está lleno de ejemplares
bellos, grandes, pero asustados, despistados, fatigados por la carrera, heridos durante el
cataclismo. No necesitas correr mucho para capturar un tal ejemplar. Pero para esto necesitas
tener la mente límpida y haber alejado el miedo provocado por la crisis. Cuanto antes te vas a
despertar, tanto más pronto te vas a apoderar de un terreno más grande para la caza. Poner las
bases del propio imperio de ideas y acciones. O, con otras palabras, construir el mercado de
venta y la red de clientes a los cuales vas a vender, después, tu idea concretizada,
materializada.
El cataclismo económico que devastó el mundo desde 2008, modificaría enteramente
todo el sistema de conceptos que estaba a la base del nuestro mundo hasta 1998. Creo que
dentro de cinco años estos cambios llegarán a ser evidentes para nosotros también. El top de
las empresas se va a trastornar. Desaparecerán los nombres famosos y en su lugar aparecerán
nuevos nombres. Mirad sólo en fenómeno Faceboook. En 2006, la idea de Mark Zuckerberg
valoraba cinco millones de dólares. En 2011 llegó a cincuenta mil millones. Diez mil veces
más. Y Zuckerberg, un adolescente desconocido cinco años antes, ahora es uno de los
hombres más ricos del mundo. Con una idea que no está relacionada a ningún principio o ley
de funcionamiento del clásico sistema económico-financiero. Creo que Zuckerber es el primer
ejemplo de una nueva generación de millonarios que conducirán los destinos de este mundo.
Tienen que fijarse una meta: QUE QUIEREN O QUE LLEGUERÁN A SER UNO DE LOS
NOMBRES DE LA NUEVA GENERACION. Tienen que fijarse un objetico muy alto,
porque sólo así lograrán a llegar hasta allí, donde, poco de tiempo antes, no tenían el coraje de
soñar.
Me dirán que no tienen dónde. ¡Nada más erróneo! Les dije antes que hay bastante lugar para
todos. Después de que muchos fueron destruidos por la crisis, el espacio llegó a ser más
amplio.
¡Dirán que no tienen dinero! Pero este miedo es uno falso. Empiecen con pasos
pequeños. Si nunca has cazado, no se lancen desde el inicio, a cazar leones y tigres. Empiecen
con las codornices. Después, pasen a liebres, faisanes, jabalís, ciervos y en final se pueden
aventurar en una caza de leones.
“No se preocupen porque andan lentamente, tengan miedo detenerse” dice un
antiguo proverbio chino. El estupor, la non acción nunca le van a traer satisfacción. Haz un
paso pequeño, pon después el otro pie delante. Y siga así, hasta el infinito, va a aprender
nuevamente a caminar, va a encontrar de nuevo el valor y va a tener el poder de aceptar
cualquiera provocación y atreverse hacer cualquier cosa. Cuanto antes haz el primer paso,
tanto va a tener una ventaja más grande a diferencia de los otros. ¡Y esto es muy importante!
Tiene que creer que le van a pasar cosas maravillosas. Tiene que estar preparado
para estas. Nadie le va a garantizar que hasta llegar allí todo será como un viento caliente de
verano, leche y miel. Pero nadie le puede tomar la esperanza. Es aquella que tiene que nutrirle
siempre para los futuros éxitos. Tiene el derecho de esperar para su futuro, para sus éxitos y
para todas las cosas buenas que le van a pasar. Yo construyo mi mundo teniendo a base este
principio: NUNCA ESTOY A TIERRA. O ESTOY ARRIBA, O ESTOY POR
LEVANTARME. Esto está a la base de todo y de la construcción de un sistema que me ayudó
respirar, vivir, luchar y salir siempre vencedor en este mundo.
Estoy ya habituado con las maldades y la crueldad de la gente. Muchas veces me
criticaron, hablaron de mí, se burlaron de mí. Me dijeron malas palabras. Muchas dichas
cuando no estaba presente, sin que los que las dijeron tuvieran el valor de denunciar su
identidad. ¡Y sí! Falle tres empresas. ¡Y sí! Despedí cientos personas. Sí, seguramente, puede
mirar las cosas de esta perspectiva también. De mi punto de vista, pero, veo las cosas de otra
manera. Levanté, en diecinueve años tres empresas. Pagué, en diecinueve años más de tres
millones de dólares como impuestos al estado, lo mismo en intereses y comisiones a los
bancos, empleé casi mil personas y pagué tantos salarios. Soy una persona que nunca
beneficié de las gratuidades del estado. Nunca tuve contractos con el estado. Alguien decía
que si fallé tres veces no soy inteligente. ¿Así será?, me pregunto yo otra vez. Pero ¿en qué
clasificación podría estar después de tres éxitos? Cuatro, si pensamos a este al cual estoy
trabajando ahora.
En el siguiente libro les presentaré mi sistema de treinta y tres soluciones que me
llevaron hacia el éxito. Me levantaron de la quiebra. Les voy a explicar que logré levantarme
aun cuando todos juraban que mi fin era uno definitivo. Verán que ninguna solución no fue
inventada por mí. Sino que estaban ya allí. De una manera u otra, estas soluciones influyeron
definitivamente la vida de algunas personas y con esto la dirección del mundo en el cual
vivimos.
En el futuro libro podrían ver como un dicho negativo se transforma en una receta
exitosa. Verán cómo puedes obtener beneficios con la cabra del vecino saliendo del siguiente
principio: “Alégrate que tu vecino compró una cabra. Ruega Dios que tenga muchos
cabritos. En cinco años, aprendiendo de la experiencia de tu vecino y comprando una
parte de los cabritos, podrás tener un rebaño aun más grande que el suyo.”
Y lo más importante, les voy a explicar cómo tiene que aplicarlas. Les voy a presentar
el edificio del éxito como lo veo yo. Desde su proyección sobre el papel, a la elección de la
mejor solución arquitectural y hasta la construcción efectiva.
Estimado lector, no olvide una cosa. La vida nos ofrecerá muchas sorpresas. Quizá,
muchas desagradables. Le vamos a tener frente si nos concentramos sobre los éxitos. Si
pensaremos en nuestros fracasos no como derrotas sino como fuentes viables de éxito. Yo, no
importa lo que me prepara el futuro, pienso la vida de esta manera. Y les aseguro que
¡Ustedes también lograrán!
Ángeles sin alas
Quiero agradecer Dios y todos los a través de los cuales Él quiso ayudarme en los
últimos años. Aquellos amigos que estuvieron juntos a mí antes de que mi empresa entrase en
insolvencia, cuando nada preveía una eventual quiebra. El tercero. Con gratitud por Silviu
APOSTOL (Iaşi), Lucian CHELARU (Iaşi), Beni ISTRATI (Matca, Galaţi), Dorin ISTRATI
(Matca, Galaţi), Nicolae TOMESCU (Iaşi), Carmen TOMESCU (Iaşi), Nicolae
AGRIGOROAEI (Vidra, Vrancea), Adrian IANOLE (Iaşi), Remus BENŢA (Târgu-Mureş),
Cristina MAURER (Germania), „Zuck“ MAURER (Germania), Stelian BORŞ (Italia),
Dumitru MORHAN (Suceava), Gruia URSU (Iaşi), Ioan GOBJILĂ (Iaşi), Marius
OSTAFICIUC (Iaşi), Viorel COZMA (Iaşi), Dorian MARIN (Iaşi), Dumitru TOMORUG
(Iaşi), Renata MARIN (Iaşi), Dan MARIN (Iaşi), Irina STOIAN (Iaşi), Vali BURDULOI
(Piatra Neamţ), Răzvan ŢEPOI (Iaşi), Carmen CHIDOVĂŢ (Iaşi), Mihai CHIRICA (Iaşi),
Ionel CRAUS (Iaşi), Gabriel SURDU (Iaşi).
Agradezco a todos los que me ayudaron también en insolvencia. Tuvieron o no
confianza en mí, pero, de todos modos, quisieron ayudarme. Sobre todo en los momentos más
difíciles, aunque no se veía, de mi parte, una posibilidad de devolver la ayuda financiera
recibida.
De todos, una cierta persona me impresionó más. Antes de la quiebra, era la persona
que me había prestado la cantidad más grande de dinero había usado en los intentos
desesperado e inútiles de salvar la empresa. En el momento de la derrota, se quedó junto a mí.
Me dejó en la memoria la broma que me hizo en uno de los nuestro últimos encuentros:
“Ionel, en lo que entraste ahora, ¡lograrás a pagarme la deuda sólo en los Cielos!”
Van a ver que entre mis amigos que me ayudaron después la quiebra hay también
muchos que se encuentran en la primera lista. Personas que tenían ya que recuperar dinero de
mí, tuvieron confianza en mí y todavía me acreditaron. Muchos lo hicieron sin que yo lo
pidiera, motivo por el cual los considero verdaderos ángeles, enviados por Dios en los
momentos más difíciles, como respuesta a mis oraciones.
Mi relación con Dios fue y será siempre firma, única y vital. Porque Lo entiendo a
través de las cosas claras a las cuales recibí respuestas. A través la inspiración de encontrar
soluciones en las situaciones que parecían imposibles. Lo siento siempre, dondequiera me
encuentro, a la orilla del mar o solo con mi alma en un cuarto oscuro. Siempre me circunda y
me hace sentirme seguro. Porque me garantiza el derecho a la felicidad, el derecho a la vida,
el derecho de ser hombre.
Estoy firmemente convencido de que todo es creado según un orden perfecto que
muchos quisieron comprender, gustar por lo menos un poquito de su riqueza e inmensidad.
Algunos lo lograron. Tengo como ejemplo al grande Albert Einstein, el genio que tuvo una
relación particular con la Divinidad, que arrancó una gota de sabiduría de Esta y ofreció al
mundo un entero universo de cognición. Si cada uno de nosotros pudiera comprender la
milésima parte del poco comprendido por Einstein, sintiéramos que no estamos solos y que
tenemos garantizados el derecho al éxito. No puedo no mencionar el gran científico rumano
Dumitru Constantin Dulcan, autor de libros que tuvieron una gran impacto sobre mi modo de
percibir el mundo. En sus libros encontrarán decenas de pruebas sobre el hecho que todo lo
que pasa al nuestro alrededor, junto a nosotros, a través de nosotros y por nosotros es gracias a
un Milagros llamado “Inteligencia de la Materia”. Y detrás de esta inteligencia está un Gran
Arquitecto del Universo. Un Arquitecto que no pertenece a ninguna religión. No es ni blanco,
ni negro, ni amarillo.
Nadie no lo puede ver, pero su presencia la puedes notar. Yo estoy siempre circundado
por esta energía. Los que me ayudaron, si van a leer este libro o por lo menos estas líneas, se
recordarán mejor el contexto en el cual tuvieron la decisión de ayudarme. Que los empujó
hacer este gesto. Les agradezco una vez más, pensando que fueron, de una manera u otra, los
mensajeros de la esperanza.
Quiero agradecer también a mi esposa, por la paciencia, la tolerancia, la compresión y
la confianza que me dio, constantemente e incondicionalmente, todos estos años que pasaron,
y que fueron para nosotros buenos y malos en igual medida, pero que quizá, por esto, nos
ayudaron a encontrarnos, de nuevo, cada vez, cada final de camino, siempre más unidos, más
cercanos, más solidares en sueños, aspiraciones, más llenos de esperanza y preparados para un
nuevo comienzo. La agradezco por la inspiración, la energía, la determinación y el
profesionalismo que mostró en la coordinación, como verdadero socio, de los equipos de
creación, marketing y venta de Aya Sports, como también por el apoyo sin precio que me dio
en la realización, con objetividad y competencia, de los estudios de mercado tan necesarios
para el inicio de mis nuevos negocios.
Les agradezco de corazón a mis hijos que me ayudaron muchísimo en dos de mis tres
negocios, ellos siendo los que eligieron el nombre de las empresas y pensaron, conmigo y con
mi esposa, las estrategias de marketing. Y no por último, trabajaron junto a mí a la
documentación de este libro. Me demostraron, siempre, amor y confianza, fueron
comprensivos y se adaptaron con inteligencia y mucha sensibilidad a tantas situaciones
imprevistas de las cuales hubiera querido protegerlos. Me apoyaron en los momentos difíciles
como adultos. Me dieron la fuerza de continuar, ellos siendo la principal razón de mi amor
por la vida.
A mi madre, porque supe convencernos siempre, aun cuando el vaso estaba
completamente vacío, que tenemos que mirar adelante y creer que todavía existe una parte
llena, que siempre va a ser nuestra.
A mi padre, al cual debo mi educación en el arte del éxito y del fracaso. Él me enseñó
que el fracaso no es que un gran brinco hasta el éxito. Espero que, yo también sea tan
inspirado por mis hijos.
Agradezco a mi amigo, Gruia Ursu, por su paciencia y confianza que siempre tuvo en
mí.
Les agradezco y quedo endeudado con todos los que me ayudaron después de que mi
empresa entró en quiebra. Algunos de ellos con dinero, muchos con consejos y casi todos con
una buena palabra. ¡Qué Dios les bendiga y les prometo que voy a pagar a todos las deudas
cuanto antes posible! Ioan SECARĂ (Războieni, Iaşi), Beni ISTRATI (Matca, Galaţi), Dorin ISTRATI (Matca, Galaţi), Costel SOFRONEA (Piatra Neamţ), Lucian CHELARU (Iaşi), Adrian IANOLE (Iaşi), Violeta SOFRONEA (Piatra Neamţ), Carmen TOMESCU (Iaşi), Nicolae TOMESCU (Iaşi), Nicolae AGRIGOROAEI (Vidra, Vrancea), Remus BENŢA (Târgu Mureş), Maria BENŢA (Târgu Mureş), Dumitru PALADA (Craiova), Cristian PREDA (Slatina), Cristina MAURER (Germania), Hans SÜLLER (Germania), Walter WAISS (Germania), Betina SÜLLER MAURER (Germania), Sorin DOSPINESCU (Italia), Felipe ZOIŢOIU (Italia), Stelian BORŞ (Italia), Silviu APOSTOL (Iaşi), Marina MURĂRAŞU (Iaşi), Leny JACKSON (SUA), Adela LUPAŞCU (Spania), Artenian BUTUC (Spania), Elena HRIB (Războieni, Iaşi),
Mihai Hrib (Războieni, Iaşi), Gheorghe (Role) MANOLE (Iaşi), Dumitru MORHAN (Suceava), Gruia URSU (Iaşi), Ioan şi Stanca GOBJILĂ (Iaşi), Sandra TICUŞAN (Spania), Luis (Spania), Mihai CHIRICA (Iaşi), Coste ŞTEFAN (Iaşi), Constantin BÂRHALĂ (Iaşi), Maria UNGUREANU (Glodenii Gândului, Iaşi), Minuţa ISTRATI (Vama, Suceava), Isidor şi Viorica CORESCIUC (Suceava), Viorel COZMA (Iaşi), Dorian MARIN (Iaşi), Dumitru TOMORUG (Iaşi), Ioan CIOBANU (Iaşi), Vali BURDULOI (Piatra Neamţ), Radu COCEA (Ţibăneşti, Iaşi), Maria AGRIGOROAEI (Războieni, IAŞI), Virginia IORDACHE (Eforie Sud), Vasile AGRIGOROAEI (Războieni), Simina COCEA(Ţibăneşti, Iaşi), Petru MOVILĂ (Iaşi), Viorel ARMAŞU (Iaşi), Felicia CIOBANU (Spania), Iulia DĂNILĂ (Italia), Iuliana ZAVADOSCHI (Iaşi), Gabriel SURDU (Iaşi), Alice ADOCHIŢEI PANDELEA (Iaşi), Rebecka GRENNVALL (Suedia). Y a todos los otros que quizá, olvidé escribirlos en la lista, pero que, de una manera u otra estuvieron junto a mí.