El patrimonio rural Pascual Rubio Terrado
Dpto. de Geografía y Ordenación del Territorio. Universidad de Zaragoza
A la memoria de Ángel, mi padre (†11.05.2010), quien sólo con su trabajo y su actitud me hizo comprender qué es la multifuncionalidad y la postmodernidad y cómo se crea y conserva el paisaje.
1.- Introducción. Tradicionalmente considerado como un tema de estudio histórico-
científico, el patrimonio, en un contexto postmoderno socialmente caracterizado
por cambios en los hábitos de consumo, de ocio y de entretenimiento, ha ido
derivando durante los últimos veinte años en elemento de comunicación e
identidad, de calidad de vida y en factor de desarrollo. Su valía, pues, se
considera múltiple. Sirve de refuerzo identitario para una comunidad,
cohesionando a sus habitantes mediante la memoria colectiva que aporta y
desde la conciencia de que pertenecen a un territorio que reconocen como
propio. Es también un instrumento formativo para las generaciones más
jóvenes. Despierta la cognición social sobre la importancia de su protección y
conservación. Se usa como materia prima para el desarrollo de una política
cultural que va más allá de lo puramente lúdico y consumista. Interesa por su
capacidad para influir sobre la calidad de vida. Y vale como recurso de
aprovechamiento económico, porque facilita la función turística del territorio y el
desarrollo de una compleja industria cultural en la que participan desde
bibliotecas a medios de comunicación y asociaciones, hasta escuelas y grupos
de acción local; su utilidad para este fin es tanto mayor cuanto más específicos,
raros y únicos son los productos derivados del proceso de interpretación
patrimonial y más viable la oferta que se genera.
La promoción del turismo ligado a las nuevas modas vinculadas con el
tiempo libre, de una parte, y los afanes por dinamizar y revalorizar la cultura
local, por otra, son los responsables de que el patrimonio se considere un
objeto de consumo que suscita un interés académico, social y político
creciente.
P. Rubio Terrado
Ya en los años 80, el concepto de patrimonio empezó a adoptar una
perspectiva integral, superadora de su distinción inicial entre patrimonio cultural
y patrimonio natural, y se ha convertido en la estrella de los discursos teóricos
sobre bienes culturales. Esta ampliación del concepto ha tenido lugar tomando
en consideración el marco territorial del que forma parte y al que en modo
alguno es ajeno. Así, los elementos patrimoniales se entienden como
componentes del territorio y el territorio y su patrimonio se han convertido en el
contenido de los procesos de patrimonialización.
El patrimonio, pues, es territorial, conforma un capital diversificado y
sirve a la revalorización del territorio, teniendo en cuenta tres apartados
posibles de interacción (Castells, 2001):
- patrimonio e identidad: el patrimonio como generador de imagen y de
identidad territorial;
- patrimonio y sociedad: el patrimonio al servicio de la mejoría de la calidad de
vida de la población;
- patrimonio y economía: las inversiones en patrimonio orientadas a generar
beneficios económicos.
En realidad, la interpretación del patrimonio ha superado los muros de
los museos tradicionales y ha empezado a abarcar también la gestión y
dinamización social del patrimonio territorial, lo que facilita una visión global de
la realidad natural, social y económica y de la evolución de la identidad del
territorio, incluyendo a la población que lo habita (Duch, 1995). No debe
olvidarse que el grupo humano participa en su génesis, pero, asimismo,
tampoco debe dejarse de lado que su contribución es fundamental como
bisagra en la interacción entre la oferta de patrimonio y los servicios de ocio y
cultura que la rodean; el patrimonio debe estar abierto a la iniciativa de todos
los agentes con capacidad para tomar decisiones en el territorio y aplicarlas.
Pero cuando se alude a patrimonio territorial no se hace como si se
tratara del ADN de un territorio, en el sentido de rasgo diferencial y único del
mismo. Más bien, estamos pensando en elementos patrimoniales heredados,
que tienen un valor específico por su relación con otros elementos en el
espacio y que se funden con la tradición y la memoria. Es decir, cada unidad
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El patrimonio rural
patrimonial tiene un valor histórico, artístico, semántico, etnográfico y/o
ambiental intrínseco que no es ajeno a su valor posicional, referencial y/o
relacional con respecto a otros componentes del territorio y a los territorios que
lo rodean; en último término, no se debe olvidar que el patrimonio territorial es
un reflejo de las condiciones culturales y ambientales de un territorio en el
pasado, de las técnicas que sus habitantes fueron capaces de desarrollar y de
la estructura social que mantuvieron. Este capital territorial lo asimilamos a una
especie de “foto de familia”, tomada por sorpresa, en la que figuran diferentes
sujetos, cada uno con un rostro, en el que se identifican qué rasgos lo
caracterizan, incluso es posible atisbar los de sus padres y abuelos, y cada
quien expresa unas actitudes y aptitudes personales.
Pese a lo prolífico de la producción escrita -de la que nosotros sólo
recogemos una pequeña parte en la bibliografía utilizada- sobre cultura y
patrimonio desde ámbitos científicos tan variados como antropología, historia,
arte, sociología y geografía, incluso desde la economía, a priori tan
aparentemente apartada de este tema, derivan aportaciones muy significativas,
sigue siendo un campo de reflexión cargado de interés académico y de
oportunidad social. Su pertinencia social está ligada a ese interés general, ya
enunciado, que suscitan la cultura y el patrimonio como factores de calidad de
vida y de desarrollo territorial. Su congruencia académica procede de observar
cómo al reflexionar sobre esos asuntos existen demasiadas verdades que unos
autores arrastran de lo señalado por otros, que han alcanzado la categoría de
absolutas e inamovibles, pero que siguen sin dar respuesta a numerosas
interrogantes relativas al proceso de patrimonialización, con independencia de
los objetivos que la animen; incluso, emana también de la cantidad y variedad
de ejes de reflexión distintos e interconectados que figuran en su trasfondo,
entre los que destacamos:
- el dinamismo del concepto de patrimonio, el valor de uso que actualmente se
le adjudica, el combinado formado por los objetivos de protección versus
valorización-gestión y el riesgo de que la valorización patrimonial acabe
elaborando un patrimonio que no existía anteriormente;
- las políticas públicas de desarrollo cultural y socioeconómico basadas en el
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aprovechamiento del patrimonio, su utilidad, su oportunidad, su capacidad de
arrastre intersectorial y sus límites;
- la diversidad de finalidades posibles inherentes al aprovechamiento de los
recursos patrimoniales, con especial referencia al turismo rural y su
compatibilidad con otros usos y funciones territoriales;
- los impactos ambientales, económicos, culturales y sociales y externalidades
de ese aprovechamiento, al que pretendidamente se le adjudica un carácter
sostenible;
- la diversidad de figuras de patrimonialización, la variedad de legislación sobre
el patrimonio, su compartimentación excesiva según los elementos del capital
patrimonial considerados en cada momento y el déficit de coordinación entre
comunidades autónomas en lo relativo a su acción sobre el patrimonio;
- el valor y potencialidades dispares de cada tipo de recurso patrimonial y el
impacto de las características del territorio en la elaboración y uso de los
productos patrimoniales;
- por último, las características y cambios experimentados por el medio rural, su
impacto sobre la cultura rural y la modificación en la percepción urbana sobre
los valores de la ruralidad.
Y así un largo etcétera que no hace sino reforzar el mensaje de
transversalidad que rodea a la cultura modelada y visualizable en forma de
patrimonio y paisaje territoriales.
Celebramos que en este Coloquio de Geografía Rural el patrimonio rural
sea objeto de una ponencia específica, que para nosotros está resultando
extraordinariamente gratificante. Prepararla nos ha hecho reflexionar, incluso
nos hemos deshecho de algunos prejuicios previos. En su redacción hemos
optado por un tono razonablemente crítico, de ahí las numerosas interrogantes
que aparecen en la síntesis final. La estructura de la ponencia es simple.
Puesto que el tema: ¿QUÉ?: el patrimonio, nos viene propuesto por la
organización del coloquio, de la misma manera que ocurre con su referente
territorial: ¿DÓNDE?: el ámbito rural; a partir de ahí el hilo discusivo responde a
tres grandes interrogantes que son, paralelamente, nuestros objetivos de
investigación.
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El patrimonio rural
¿POR QUÉ ES IMPORANTE EL PATRIMONIO?, cuya respuesta ya se
ha avanzado, al considerar su capacidad para desempeñar la labor de factor y
elemento de desarrollo.
¿CÓMO CONSEGUIR QUE ESA CAPACIDAD SE ELEVE A LA
CATEGORÍA DE REALIDAD?, de nuevo la contestación es lógica, mediante
procesos de patrimonialización, entre los que centraremos brevemente nuestro
interés en una figura muy concreta de valorización-gestión, los Parques
Culturales.
Finalmente, ¿PARA QUÉ? o ¿CON QUÉ FINALIDAD Y OBJETIVOS? A
diferencia de los casos anteriores, las respuestas posibles son variadas, pero
entre ellas cabe citar la recuperación de la memoria, la potenciación de la
identidad, la cohesión social, la génesis de redes sociales y de liderazgo, el
aumento de la calidad de vida, la conservación del capital patrimonial y, nada
más y nada menos, el desarrollo socioeconómico y territorial. No todas
podemos tratarlas en este trabajo, por eso, de entre esas posibilidades, todas
ellas muy seductoras y objeto potencial de atención desde nuestro ámbito
científico, optamos por la última, aquella que conecta con la función turística, es
decir, mediante un turismo rural que presenta, a la vez, rasgos de turismo
cultural y ambiental. No lo hacemos tanto por su novedad, lo reconocemos,
cuanto porque pese a los esfuerzos habidos en esta dirección, con aciertos y
fallos, con luz cegadora y claroscuros, la promoción del turismo sigue
constituyendo una oportunidad real para numerosos territorios rurales
necesitados de alternativas que complementen una acción agraria sobre el
espacio que es, no lo olvidemos, la seña de identidad básica de su ruralidad;
unos espacios en numerosas ocasiones desvitalizados, humana y
funcionalmente, y en los que la función agraria, por sí sola, constituye una vía
de agonía lenta y crítica, si pensamos en su condición de espacios con
hombres; en estos ámbitos, el patrimonio se convierte en un capital valioso.
Insistimos, ha sido nuestra opción y deseamos que sea útil.
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P. Rubio Terrado
2.- El patrimonio territorial. 2.1.- Concepto.
El patrimonio se puede definir como aquel conjunto de bienes y
derechos que posee una persona o institución y que ha heredado de sus
ascendientes; implícitamente, existe una cierta idea de propiedad sobre algo,
aunque hoy no siempre se entienda de forma directa, al asumir que también
puede ser de tipo social, al estilo de un derecho público. Mientras, la palabra
cultura especifica un agregado de comportamientos, creencias, costumbres,
valores, símbolos e ideas compartidos por los miembros de una sociedad, que
sirven para regular sus conductas y que son transmitidos de una generación a
otra. Así pues, la expresión patrimonio cultural alude al cúmulo de aspectos de
una cultura (históricos, monumentales, artísticos, literarios, musicales,
mitológicos, costumbristas, artesanales y otros, combinando, pues, elementos
de la alta cultura y la cultura tradicional), que por sus valores de significación e
identidad y por su fragilidad es necesario cuidar y rescatar. Por supuesto, no
existe ningún límite temporal sobre la antigüedad que deben tener esas
manifestaciones, de la misma manera que tampoco hay ninguna referencia
implícita a qué características y valor mínimo deben tener esos aspectos que
forman parte del patrimonio cultural.
Pero, como decíamos en la introducción, la materialización del
patrimonio cultural no es ajena al entorno ambiental en el que se encuentra, en
especial, roquedo, vegetación natural, formas de modelado y topografía. Éste
influye de forma determinante sobre aquel, a la vez que con los diversos
elementos culturales presentes configura un entramado sistémico que
calificamos como patrimonio territorial (o patrimonio geográfico, tal y como
indica Martín -2002-). Tal denominación, también empleada por Ortega (1998),
considera la interacción grupo humano-naturaleza-cultura en un espacio
delimitado y es una concepción más holística, y a nuestro juicio correcta, que la
de patrimonio cultural, precisamente por los equívocos que suscita esta
denominación, claramente escorada en la bibliografía hacia el patrimonio
histórico, arquitectónico y etnológico, dejando de lado otros elementos que hoy
se consideran parte del patrimonio, como aquellos derivados de los
aprovechamientos y usos del espacio; este planteamiento llega a tener traslado
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El patrimonio rural
en muchas políticas públicas que hablan separadamente de patrimonio cultural
y patrimonio natural. Evidentemente, cuando utilizamos la expresión patrimonio
territorial estamos pensando más en el territorio rural que en el urbano, porque
la influencia de la naturaleza es mayor en aquel. Paralelamente, dicha
denominación no niega la utilidad de la de patrimonio cultural, cuando se aplica
al tipo concreto de bienes para los que está pensada; creemos, simplemente,
que la expresión que empleamos es más clara cuando se trata de combinar
aspectos propios de la naturaleza con los de la cultura, que forman un todo tal
que unos no son ajenos a los otros.
El patrimonio territorial pasa a expresar el conjunto de bienes (naturales,
históricos, culturales y etnológicos) correspondientes a un espacio/sociedad
particular que, por las características de sus componentes, por sus usos
efectivos y potenciales, por el carácter y la impronta histórica que rodea su
origen, por su singularidad y/o rareza y por lo que representan, poseen un valor
y significación especial. Deberá interpretarse, además, como una totalidad que
se modela en forma de paisaje, en cuanto que manifestación visible de aquel;
es decir, síntesis de los patrimonios natural y cultural, que el observador
percibe, interpreta y valora respecto al territorio sobre el que proyecta su
mirada, lo que proporciona una vivencia y le genera una imagen. Así pues, el
paisaje, que es al tiempo natural y cultural y que, como el patrimonio, también
es territorial, constituye el producto más elaborado sobre cómo un grupo
humano ha proyectado su cultura en un espacio y se considera también
patrimonio (Martínez, 2006). Entender el patrimonio como territorio y paisaje, a
la vez, fortalece su participación en la ordenación del mismo y facilita -en la
dirección de lo señalado por Ortega (1998) y Troitiño (1996)- que, desde el
reconocimiento social de esa condición, puede alcanzar, en primer término, la
de recurso cultural y convertirse, más tarde, en recurso económico.
En suma, es el resultado de la acción antropizadora sobre los
componentes de un medio natural que figura como soporte de cualquier
actividad y acción humana, por lo que el paisaje cultural, en cuanto que ámbito
geográfico asociado a un evento, a una actividad o a un personaje, que
contiene valores estéticos y culturales (Sabaté, 2004), acaba derivando de la
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P. Rubio Terrado
percepción que suscitan los elementos culturales localizados en un entorno
natural, del que, según Zouain, (2007), no son independientes, ni en su
significación -identidad a la que dan lugar o excepcionalidad que los caracteriza
-, ni en su aprovechamiento -valores de uso y estético que les corresponde-, ni
en su valor total -como suma de los de aprovechamiento y significación. En
este sentido, aunque el patrimonio cultural, considerado en su formulación
habitual, es una construcción social, la idea de patrimonio territorial va más allá,
puesto que, si bien el grupo humano ha sido el artífice del mismo, las
condiciones impuestas por el medio (tanto en términos de potencialidades
como de limitaciones a la acción humana) han influido decisivamente en su
elaboración. Ello permite señalar la existencia de una cultura territorial, según
Zoido (2004), muy relacionada con el paisaje donde ocurre.
Este punto de vista contempla una idea de dinamismo, ya que los
elementos que lo conforman se han construido progresivamente a partir de la
base de otro patrimonio preexistente que se visualizaba mediante un paisaje
previo que ha sido modificado. El patrimonio será catalogado de natural, si los
componentes de ese medio están poco o nada modificados por la acción
humana, en cuyo caso se hablará de paisaje natural; o podrá catalogarse de
cultural, cuando los elementos nucleares deriven de la acción humana y se
aludirá entonces a paisaje cultural. Por supuesto, ambos tipos de patrimonio y
paisaje constituyen los extremos de una única realidad que avanza en la
dirección del uno hacia el otro y en la que el patrimonio territorial da lugar a un
estado temporal de equilibrio hombre-medio-cultura.
Cuando el dinamismo es sostenible, la construcción deriva hacia valores
positivos que originan un equilibrio frágil e inestable y cualquier intervención
ulterior sobre alguno de sus componentes -lo que cabe asimilar a alterar el
patrimonio territorial- da lugar a un paisaje nuevo. También es inestable su
valor de uso, porque depende de la capacidad de los elementos patrimoniales
para soportar un aprovechamiento diferente al inicial, sin deterioro y/o
transformación significativos del valor de cambio motivado por el hecho de
modificar el uso y función que recibe y cumple. El valor que hoy día se le
adjudica como elemento potencial de desarrollo territorial deriva de esos
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El patrimonio rural
valores de uso (actual y futuro) y de significación.
En definitiva, el patrimonio se ha construido de forma acumulativa y
diacrónica a lo largo de la historia y tiene un carácter de legado que justifica en
sí mismo las acciones orientadas a su protección y salvaguarda; aunque, no
por ello es menos cierto que esas acciones cortan de raíz la creatividad
patrimonial territorial, es decir, la reelaboración constante del patrimonio. Es
uno de los elementos que componen el territorio e inequívocamente el territorio
es patrimonio; por su parte, el paisaje es una percepción derivada de los
caracteres del territorio, también se considera patrimonio y el patrimonio
elabora un paisaje. Igualmente, la cultura es clave en la construcción del
patrimonio y del paisaje y en la regulación de las interacciones entre grupo
humano y medio natural, todo ello porque explica cómo los comportamientos
del grupo humano se proyectan sobre el territorio mediante los
aprovechamientos y usos de los recursos que ofrece el medio.
Asignar al patrimonio la capacidad de servir como materia prima para el
disfrute cultural y/o de ocio de las sociedades modernas, como se ha indicado,
lo convierte en un recurso potencial de desarrollo, fundamentalmente turístico,
cuando el uso y disfrute del mismo se oferta a visitantes ajenos al territorio, y
también social-cultural, si el consumo lo realiza prioritariamente la población
local y le sirve para reforzar su identidad como grupo.
2.2.- Su valía como factor de desarrollo.
La interpretación, conservación, mercantilización y el consumo de
patrimonio mediante el turismo son temas que vienen siendo objeto de intensa
reflexión, aunque desgraciadamente no siempre de debate, en las sociedades
occidentales durante los últimos decenios. El patrimonio figura en la literatura
académica como actividad dinamizadora de las economías a través de su
utilización como reclamo turístico, por sus efectos positivos sobre la generación
de empleo, por su incidencia favorable sobre las dotaciones de servicios
competitivos y de equipamientos públicos y por las posibilidades que ofrece en
materias de aprovechamiento y valorización de recursos patrimoniales
previamente ociosos (Francés, 2006) y de protección y conservación de los
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P. Rubio Terrado
mismos. Y es que, parafraseando a Graham et alii (2000), el patrimonio, que es
cultura, otorga poder y genera actividad económica, lo segundo porque, como
apunta Espeitx (2001) -citando a Sánchez-Palencia y Fernández-Pose-, existe
una derivación desde el concepto de cultura al de entretenimiento, lo que
permite llegar a esa consideración como recurso económico.
Se ha pasado de entenderlo como un conjunto de bienes que por sus
valores se situaba en el ámbito de la protección y no de la explotación, a
convertirse en lugar común el reivindicar el valor y la capacidad del patrimonio
como instrumento de desarrollo dado su carácter de bien por cuyo disfrute el
consumidor está dispuesto a pagar; por lo tanto, capaz de generar nuevo tejido
económico y de dinamizar y diversificar el ya existente. Hasta tal extremo
ocurre eso que el valor de su significado simbólico se ha sustituido por el valor
y atractivo de la imagen que proyecta y la competitividad que inducen los
recursos patrimoniales explotados turísticamente; por otra parte, también es
cierto que ese uso, con componentes público y social, facilita la justificación
general de la inversión que suponen su rehabilitación y conservación, que es
creciente en relación directa a la progresión de los procesos de
patrimonialización y mayoritariamente dependiente de la financiación pública.
Este valor se ha explicado, principalmente, al amparo de las teoría del
desarrollo endógeno, desarrollo local y desarrollo integrado, teniendo en cuenta
la necesidad de buscar alternativas, dado el grado de deterioro socio-territorial
que caracteriza a numerosos territorios de nuestro país, en el caso de los
rurales causado por la crisis de la agricultura productivista y la no siempre
factible articulación de actividades productivas distintas a ella y con capacidad
para iniciar procesos de crecimiento más sostenibles, eficaces, eficientes y
fundamentados en los recursos disponibles y con mayor capacidad para
modificar las tendencias.
Dichas teorías ponen el énfasis en el progreso atendiendo a las
condiciones y dinámicas territoriales internas, es decir mediante la valorización
del capital territorial propio. Inicialmente, el proceso se benefició de la
descentralización flexible que desde la década de los ochenta del siglo pasado
empezó a caracterizar a numerosas actividades productivas. En los noventa, el
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El patrimonio rural
acento, aun sin perder de vista el fuerte peso de los factores de localización
clásicos y de las oportunidades macroeconómicas, se desplazó hacia otros
apartados del capital territorial, como el social, el institucional y el cultural,
capaces de inducir nuevas potencialidades y dinámicas de desarrollo,
vertebración y articulación social y económica, y cohesión y sostenibilidad en el
uso de los recursos. Desde ese momento ha adquirido importancia renovada la
ineludible consideración de las condiciones ambientales, políticas, históricas y
socioculturales del espacio, es decir, se razona el territorio como la principal
potencialidad para el desarrollo local; de esos factores tiende a depender la
aptitud previa para un desarrollo socioeconómico cuysos objetivos generales
de actuación se colocan cada vez más próximos a la teoría del desarrollo
integrado, entendido por Caravaca et alii (2005) como aquel capaz de
compatibilizar la competitividad económica (desarrollo económico), el bienestar
social (desarrollo social), la sostenibilidad ambiental (desarrollo sostenible) y la
reducción de los desequilibrios territoriales (cohesión social).
Pero las teorías del desarrollo endógeno y local son las que mantienen
una vigencia más dilatada como referente para el diseño de políticas de
desarrollo rural. La primera se puede concretar como un modelo orientado al
incremento del nivel de bienestar de la población local mediante la promoción
de actividades económicas, sociales y culturales desde el aprovechamiento del
capital territorial de la propia comunidad, es decir, por razón del empleo de los
recursos y potencialidades internas del territorio.
En el caso de la segunda, puesto que a cada unidad territorial
corresponde una identidad derivada de sus características naturales,
económicas, humanas, sociales, institucionales y culturales, la apuesta de
futuro se centra en la reorganización de los recursos locales con la finalidad de
generar economías de diversificación y pluriactividad y de disminuir la
dependencia y vulnerabilidad local frente a las coyunturas procedentes de los
contextos macroregional y global. Ambas asumen que las estrategias de
desarrollo deben responder a un diseño ascendente, con implicación de todos
los agentes locales (económicos, sociales, culturales e institucionales) y
basado en el fomento de la participación de la población local en su diseño.
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P. Rubio Terrado
En definitiva, desde objetivos tales como crear directa e indirectamente
empleo y riqueza (rentas salariales, beneficios empresariales e ingresos
tributarios) en el mismo medio donde se desarrolla la actividad productiva,
favorecer un uso sostenible del espacio, asentar población, generar rentas
complementarias al sector primario, fomentar la constitución de nuevas
empresas locales de iniciativa autóctona, difundir la cultura propia, generar
efectos de arrastre sobre el resto del tejido productivo, incentivar la creación de
redes sociales, aumentar la disponibilidad de equipamientos, infraestructuras y
servicios, y aprovechar, recuperar y mantener el patrimonio territorial existente,
la aplicación de los principios de desarrollo integrado, endógeno y local al
territorio rural se resume en forma de una oportunidad para fomentar un tejido
económico intersectorial que concede valor a la agricultura pluriactiva, a la
industrialización difusa, a la artesanía y a la terciarización de la actividad
económica. De todo ello deriva un modelo capaz de diversificar funcionalmente
esta categoría territorial teniendo en cuenta tres dimensiones básicas de la
misma (Maya e Hidalgo, 2009), la productiva, mediante el fomento de nuevos
sectores y funciones, la conectiva, desde la potenciación de las relaciones
entre sectores y territorios, y la operativa, en razón a la participación de la
población local en la gestión de los procesos que le afectan.
Por otra parte, cuando se considera el patrimonio territorial como un
recurso de desarrollo, el concepto de territorio adquiere plenitud renovada, ya
que la combinación de elementos que lo conforman, de orden cultural-
ambiental, y la forma en la que se visibilizan, dan lugar a un hecho geográfico
individualizado con respecto a otros. Ha alcanzado categoría de doctrina la
afirmación de que en términos de avance territorial, desde una posición
utilitarista (Rubio y Hernándo, 2007 y Rubio, 2008), el patrimonio es un agente
y bien económico (con valor de uso directo, en el sentido de generar ingresos
económicos) y de identidad social que hay que proteger (Domínguez y Cuenca,
2005) para garantizar un uso equilibrado y sostenible del mismo. Teniendo en
cuenta estas afirmaciones, ha calado en las prácticas de política territorial, en
los discursos sociales y en la opinión pública en general. Pero, en el fondo,
esta opinión se mueve entre los clichés que imprimen los medios de
122
El patrimonio rural
comunicación y los más universales y propios de la etapa de postmodernidad
que vivimos, caracterizada por la importancia que se otorga a valores como lo
tradicional, lo natural, lo cultural y lo sano, ello, por supuesto, sin renunciar a
aquellos avances técnico-científicos que aseguran la calidad de vida y la
seguridad ante las crisis y los estadios de estrés natural.
El patrimonio de los pueblos se ha revalorizado con el paso del tiempo,
en Europa especialmente desde la década de los sesenta del siglo XX,
coincidiendo con un periodo de crecimiento de la renta, de aumento del nivel y
calidad de vida, de desarrollo de los medios de transporte y comunicación, de
seguridad alimentaria, de demanda de tiempo para el ocio y de desarrollo y
consolidación de un turismo de masas consumidor de una cultura que ha
acabado siendo, asimismo, de masas (Rubio, 2008). Todo eso ha dado lugar al
nacimiento y consolidación de un potente sector de gestión cultural, tanto
público como privado, que, por una parte, ha convertido a los ciudadanos en
espectadores y consumidores de patrimonio (hay quien habla de vulgarización
de la cultura, a la que ha conducido la masiva promoción de algunos de sus
componentes –García, 2001-) y, por otra, ha impulsado la consolidación del la
cultura como una alternativa interesante para ocupar el tiempo libre de las
personas.
Paralelamente, la gestión cultural ha pasado a ser un nicho laboral cada
vez más importante. La conjunción de ese carácter de yacimiento de empleo,
unido al movimiento de personas ligado a la secuencia uso-consumo-disfrute
(en definitiva, su aprovechamiento como recurso económico) y a su condición
de recurso endógeno siempre presente (pero con frecuencia insuficientemente
valorizado y con valores y potencialidades diferentes en los distintos puntos del
territorio), son las razones que hacen que sea un elemento cada vez más
presente en las políticas de planificación, tanto de carácter rural como urbano,
utilizando más en este segundo caso el patrimonio monumental-histórico (que
ha originado un tipo de paisaje cultural más puro), mientras que en el primero el
peso descansa sobre todo en el patrimonio territorial, tal y como lo entendemos
en esta ponencia. Ese carácter transversal de la cultura puesto de manifiesto
en la declaración institucional de la Conferencia de Berlín sobre Política
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P. Rubio Terrado
Cultural Europea de 26 y 27 de noviembre de 2004, hoy es una realidad.
En esta trama, el patrimonio, el medio natural y el paisaje rural juegan un
rol fundamental en muchos lugares en los que ha sido posible convertirlos en
reclamo o componente de una oferta turística y recreativa que les ha dado
salida comercial, en otras palabras, lo que para Merino y Migens (2003) es una
marca de cultura rural específica que ha sido exitosa, lo que Santamaría (2003)
califica de turismo alternativo al de masas o lo que para Troitiño (1996) es la
dimensión territorial del turismo y sus potencialidades cara al desarrollo local.
Una de las pocas voces discordantes es la del mismo Troitiño et alii (2005),
quien refiriéndose en particular al potencial de los espacios naturales
protegidos para desempeñar la tarea de instrumentos dinamizadores y
promotores de desarrollo sostenible en zonas regresivas, concluye que son
bastante escasas, porque la reducida operatividad de los instrumentos de
protección y gestión de los recursos ambientales no alcanza a compatibilizar
los objetivos de protección y desarrollo, como así demanda la sociedad, lo que
en el fondo no es sino un reflejo del barullo en la gestión territorial que se
observa en España y de la ausencia de coordinación entre las políticas
proteccionistas, las de desarrollo y las de ordenación del territorio.
En otras palabras, la cultura, que se materializa en una primera
aproximación en forma de patrimonio y en otra más general y global de paisaje,
ha adquirido el valor añadido de su rentabilidad económica potencial. Esto
explica su participación en casi todos los proyectos implementados en el medio
rural en los últimos dos decenios, para dinamizarlo. En ellos se observa, a la
par, una conciencia creciente sobre la necesidad de desarrollar acciones
capaces de preservar los bienes patrimoniales para las generaciones futuras y
de facilitar y garantizar su uso por las presentes, lo que los convierte en
instrumento y agente catalizador de estrategias de desarrollo sostenible
(Vicente, 2008 y Martínez, 2006). Así se entiende el enorme crecimiento
experimentado por las políticas patrimonialistas y el importante peso que
corresponde al fomento del patrimonio y de las actividades turísticas ligadas a
él en los programas de desarrollo rural por antonomasia, las iniciativas
LEADER y PRODER. Estos programas han facilitado que el patrimonio
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El patrimonio rural
territorial se haya integrado en el mercado y forme parte del repertorio que el
turista encuentra en el medio rural. También por influencia de ambos, ese
turismo ha pasado a ser percibido en numerosos lugares como una
oportunidad de progreso y revitalización económica a la que, aunque se le
adjudican aspectos positivos y negativos, a los primeros corresponde un peso
mayor (ver cuadro adjunto); incluso, el turismo basado en la cultura y la
naturaleza local constituye un uso del territorio rural que en algunas ocasiones
ha llegado a sustituir a los tradicionales.
CUADRO RESUMEN DE LOS IMPACTOS DEL TURISMO SOBRE EL TERRITORIO. ECONÓMICOS SOCIOLÓGICOS AMBIENTALES
POSITIVOS: − Generación de renta − Creación de empleo − Estímulo a la inversión − Diversificación económica − Mayor dotación de
infraestructuras
− Estímulo a la valoración de la identidad propia
− Estímulo a la valoración del patrimonio local
− Estímulo a la tolerancia y aceptación de otras culturas
− Interacción turista-comunidad − Incremento de la calidad de vida
de la comunidad
− Mayor valoración del patrimonio ambiental
− Estímulo a la preservación del medio ambiente
− Inducción a la planificación, ordenación y gestión territorial
NEGATIVOS: − Costes de oportunidad: uso
excluyente de recursos − Inflación − Distorsiones en la economía
local: polarización territorial, dualidad territorial y succión-drenaje de recursos
− Excesiva dependencia del turismo
− Dualidad y tensiones sociales − Pseudocolonialismo − Pérdida de las señas de
identidad − Difusión de estereotipos
− Degradación del entorno: contaminación ambiental, aguas fecales, producción de basura, polución visual y acústica, erosión e incendios
− Antropización: presión urbanizadora sobre el espacio natural
− Contracción y pérdida de biodiversidad
FUENTE: Elaboración propia. Adaptado de Calderón (2005)
Entre los valores positivos destacan los siguientes. Se le otorga carácter
de revulsivo frente a la crisis de estructuras (demográficas, culturales,
económicas) que afecta a numerosos territorios rurales, por su capacidad para
actuar como motor de dinamización económico-social y por su aptitud para
promover la recuperación y conservación de unos bienes patrimoniales locales
que en muchos casos, al haber perdido el valor de uso tradicional, estaban
abocados a su degradación y eventual desaparición como tales. Por otra parte,
el uso del patrimonio territorial con fines turísticos también colabora para
garantizar la transición desde sociedades productivistas en crisis hacia
sociedades terciarias y evitar o sustituir la etapa de barbecho espacial (Bielza,
1999) derivada de la readaptación de aquellos territorios rurales que no pasan
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P. Rubio Terrado
por la fase de adaptación progresiva intermedia. Se considera su capacidad
para generar una gama diversificada de puestos de trabajo y rentas alternativas
a la agricultura o complementarias a ella, para emplear proporcionalmente más
a mujeres y jóvenes, para generar un auténtico tejido empresarial
complementario al agrario, para garantizar la disponibilidad de muchos
servicios competitivos y no competitivos y de equipamientos que de no haber
una demanda turística no existirían en muchos territorios rurales despoblados,
así como su intervención a la hora de producir una “imagen de marca” que
proporciona atractividad al territorio.
Pero sobre todo ello, en especial, figura su capacidad de arrastre y
dinamización intersectorial. Lo anterior lleva al entendimiento del turismo como
un activador de sinergias con alto impacto sobre la calidad de vida y con unas
necesidades de capitalización relativamente reducidas.
Entre los negativos, subrayamos que puede provocar un proceso de
pérdida de valores culturales en el destino turístico, por el impacto de los
visitantes sobre las actitudes, comportamientos y valores de la población
autóctona, generar un sentimiento de rechazo al uso turístico por parte de la
comunidad visitada, impulsar la mercantilización y banalización de las
tradiciones locales -hasta convertirlas en meros escenarios teatrales-, fomentar
la especulación sobre el suelo y los bienes raíces, encarecer el coste de la
vida, introducir presiones inflacionistas derivadas de la estacionalidad del flujo
de visitantes y propiciar un mercado inmobiliario opaco.
Aunque, en términos territoriales pensamos que el mayor riesgo procede
de los impactos ambientales y la incidencia sobre la cohesión social, ligados a
una eventual masificación del destino turístico; en realidad la sostenibilidad
ambiental y social del uso turístico del patrimonio territorial no siempre está
garantizada (OSE, 2009), porque su capacidad para soportar la presión
humana es limitada y porque en situaciones de alta intensidad de uso adquiere
el carácter de recurso no renovable.
126
El patrimonio rural
Así pues, las posiciones sobre la sostenibilidad de la acción turística
están enfrentadas entre quienes ponen el énfasis en su capacidad
modificadora, igual que cualquier otra actividad económica, y quienes lo hacen
en los beneficios sociales y económicos de dicha actividad y en su capacidad
para activar mecanismos de protección del que es su bien primario, el
patrimonio territorial: eso sí, en términos casi siempre antes reactivos que
proactivos. Con todo, aunque estos impactos se pueden evaluar, no siempre es
posible cuantificarlos de una manera precisa y de acuerdo con la escala a la
que se producen.
En realidad, la idea de sostenibilidad se ha consolidado como un objetivo
nodal de las políticas y acciones de desarrollo turístico-patrimonial diseñadas
en el último decenio. Figura explícitamente citado en las declaraciones
internacionales con mayor impacto sobre el diseño de las mismas, nos
referimos al Convenio Internacional del Paisaje, a la Carta del Turismo
Sostenible (Lanzarote, 1995), a la Declaración de Barcelona de la Conferencia
Euromediterránea (1995), a la Declaración final y resoluciones de la 4ª
Conferencia Europea de Ministros Responsables de Patrimonio Cultural
(Consejo de Europa, Helsinki, 1996), a la Carta Internacional para el Turismo
Cultural (ICOMOS, Méjico, 1999) y a las Recomendaciones finales del
Seminario Internacional sobre El Turismo Cultural: Perspectivas de desarrollo
sustentable y gestión de sitios del Patrimonio Mundial (UNESCO, Damasco,
2001). En todos los casos hay un denominador común que asimilamos con
apuesta de futuro en la que no se trata tanto de buscar la urbanización” del
medio rural, en cuanto que reproducción de las exigencias de comportamiento
urbano, como camino de progreso, cuanto de propiciar una diversificación de
actividades económicas respetando los valores singulares de cada territorio.
Con todo y con ello, no es menos cierto que la sostenibilidad territorial de
la interacción entre el producto patrimonial y la actividad turística rural puede
ser puesta, como mínimo, en cuarentena, en particular porque muchos de los
nuevos productos tienen de rural el espacio en el que se asientan, pero
responden a lógicas claramente urbanas, ya que el capital que requiere su
puesta en marcha pocas veces es local y los beneficios derivados de la
127
P. Rubio Terrado
actividad no revierten en esta escala más allá de la génesis de empleos
terciarios y la existencia de servicios competitivos también utilizables por la
población local. Aún más, el uso turismo de los productos patrimonializados
con frecuencia escapa a la idea de actividad sostenible en los términos
expresados en la ya mencionada Carta del Turismo Sostenible, a saber,
soportable ecológicamente a largo plazo, viable económicamente y equitativo
para las comunidades locales desde una perspectiva ética y social. Podría
pensarse que los binomios patrimonio/turismo y turismo/sostenibilidad son
pares de términos antitéticos, ya que el turismo nunca es una actividad
plenamente inocua, a la vez que el patrimonio es, por definición, un bien no
renovable y su deterioro o destrucción suponen su desaparición definitiva.
ICOMOS ya avisaba de todo ello en 1999, al destacar que la relación entre
turismo y patrimonio es dinámica y puede dar lugar a posiciones encontradas,
lo que hace imprescindible el planteamiento estratégico de criterios de
sostenibilidad en el desarrollo turístico basado en recursos patrimoniales; en su
informe de 2000 volvió a situar el turismo como uno de los principales riesgos
para el patrimonio y ello pese a reconocer los innegables beneficios y
oportunidades que genera en las zonas en las que se desarrolla.
El auténtico valor de la estrategia de desarrollo basada en el combinado
formado por el capital patrimonial y el turismo descansa en que se comporta
como una matriz sistémica con alta capacidad de impacto sobre otros
componentes y procesos territoriales, con los que interacciona, tales como
infraestructuras de conexión, empresas, mercado laboral, organizaciones
públicas y privadas, oferta/demanda turística, actividad económica y recursos
financieros. Pero desde la óptica del uso turístico del patrimonio, tampoco
conviene olvidar aquellas afirmaciones que entienden la actividad turística
como panacea (Millán, 2002) para los males del subdesarrollo y/o deterioro
socio-territorial, opinión muchas veces recogida y amplificada por los
posicionamientos y recetas de distintos organismos nacionales e
internacionales. En definitiva, pensamos que existe un estado de opinión
académico, institucional y social que tiende a valorar en exceso la capacidad
de la actividad turística como alternativa para zonas de escasos recursos
128
El patrimonio rural
económicos, tanto de capital como humanos. Aunque es cierto que estas
actividades pueden actuar, en adecuada combinación con las actividades
agropecuarias y la agroindustria, como una primera etapa para el despegue
económico de un territorio rural, proporcionando la base necesaria para su
incorporación a una economía más competitiva y moderna, sustentada en los
servicios y el terciario, también es seguro que lo hacen con múltiples
claroscuros, por las externalidades que pueden originar, sobre todo si se
desarrollan en forma de enclave o dan lugar a un monocultivo económico, y ello
sin omitir la problemática ambiental y los desencuentros culturales y
actitudinales entre foráneos y población local.
Creemos firmemente que el patrimonio y el turismo no son una panacea
de desarrollo, en el sentido de estrategia con aplicabilidad indiscriminada a
cualquier territorio rural. La competencia entre territorios que causan es muy
alta (de nuevo, el principio de la escala global de competitividad entre los
lugares), porque el valor simbólico de los recursos disponibles es dispar y no
siempre se adecuan al gusto de los consumidores (sólo sirven si atienden
demandas reales y tienen un valor que tienda a específico); y ello abre el
camino a intervenciones que pueden desvirtuar el valor primigenio del
patrimonio territorial, porque su capacidad de absorción de nuevos impactos,
sin que sus valores iniciales se modifiquen, es limitada y porque las
oportunidades particulares de las regiones, sobre las que influyen su ubicación
con respecto a los mercados emisores de consumidores de este tipo de
recursos y las infraestructuras de comunicación y los servicios y equipamientos
disponibles, tampoco son coincidentes. En esta misma línea se pronuncia
Bustos (2006), cuando señala que, si bien no constituye un remedio milagroso
para resolver los graves problemas a los que se enfrenta lo rural, sí que le
ayuda a recuperar una parte del dinamismo perdido durante la larga etapa de
reestructuración ligada a las crisis agraria y rural de las décadas de los
sesenta, setenta y ochenta de la centuria pasada.
Por otra parte, no se debe obviar que, desde la década de los noventa,
la globalización ha llegado a ser el proceso más importante para explicar las
dinámicas actuales de desarrollo, las variaciones experimentadas por la
129
P. Rubio Terrado
competitividad rural y la existencia de tendencias heterogéneas en la ruralidad.
Dicho proceso ha contribuido, asimismo, a generar esa idea de oportunidad
para la economía rural ligada a la potenciación de aquellos recursos capaces
de favorecer la aparición de nuevas iniciativas empresariales, así como de
contribuir a dotar a estos espacios de nuevas funcionalidades compatibles con
las actividades productivas tradicionales e idóneas para diversificar la base
económica local mediante actividades complementarias entre sí; de nuevo
figuran aquí los servicios turísticos, artesanía, producciones agrarias de
calidad, reforestación, producción de medio ambiente y rehabilitación del
patrimonio, entre otros. Y todo ello sin olvidar la premisa de que para que se
supere el estadio de mera oportunidad, la consolidación de esas funciones
debe ir acompañada de dinámicas de aprendizaje social asociadas a un
esfuerzo innovador, empresarial y socio-institucional y de estrategias para la
promoción de redes de cooperación; en ambos casos porque son factores
esenciales para la competitividad del espacio.
En este sentido, el aprovechamiento del patrimonio puede interpretarse,
además, como una acción de valorización de lo local frente a lo global (Goytia,
2001), ya que tiene un alto impacto territorial por la cantidad de agentes
públicos y privados que intervienen en el proceso y a los que sirve, a la par que
facilita la obtención de beneficios económicos, sociales y culturales y, puesto
que activa contenidos para ser germen de una identidad territorial, porque es
idóneo para inyectar nuevas capacidades para competir con otros territorios, al
estilo de una denominación de origen o de una marca comercial.
Por último, somos conscientes de que si bien el avance de la industria
turística basada en el patrimonio territorial puede llegar a adquirir en algunos
casos una función de motor de crecimiento socioeconómico -a nuestro juicio los
menos, salvo en ámbitos prioritariamente urbanos que se benefician de las
externalidades y economías de escala inherentes a esa condición-, en los más,
siendo realistas, tiende a corresponderle una participación complementaria,
aunque eficaz al servicio de objetivos genéricos como el incremento del valor
del capital territorial, el aprovechamiento racional de los recursos, la
valorización de otros nuevos, la génesis de proyectos sociales y culturales
130
El patrimonio rural
comunes, el nacimiento de proyectos empresariales, el inicio de dinámicas de
interacción empresas-organismos-instituciones, la diversificación y el
crecimiento económico, la multifuncionalidad, la complementariedad y la
equidad social en el proceso de redistribución de los beneficios de la actividad
económica al conjunto de la sociedad. Todo ello alimenta el dinamismo y la
sostenibilidad en medios rurales necesitados de alcanzar la condición de
territorios inteligentes en el sentido que a dicha expresión otorgan Caravaca et
alii (2005), aquellos que utilizando sus propios recursos de una forma
económica, social y ambientalmente eficiente, consiguen generar verdaderos
procesos de desarrollo.
Lo anterior sin olvidar, ciertamente, que en los medios con acción
económica polarizada sobre el aprovechamiento del patrimonio territorial, esta
circunstancia puede acabar dando lugar a una nueva categoría de ruralidad si
la función turística se impone y sustituye a otras funciones tradicionales de la
misma -nos referimos a la actividad agroganadera y forestal-, o no tanto, si
hablamos de producción de paisajes agrarios y de energías limpias. En estos
casos difícilmente puede hablarse de auténtico desarrollo, cuando más podrá
hacerse de crecimiento. Insistimos en que sólo desde la planificación es posible
combinar y conciliar los intereses no siempre compatibles -si bien, por
definición, tampoco discordantes-, entre las distintas funciones que pueden
desempeñar los recursos y cada uno de los puntos del sistema territorial.
3.- El marco territorial rural: Evolución del sistema rural y aplicación de políticas públicas de desarrollo.
Durante las últimas décadas, el medio rural español ha experimentado
cambios sociales, económicos, culturales, políticos y ambientales, en definitiva
territoriales, que han transformado su funcionalidad inicial. Desde un punto de
vista socioeconómico, lo esencial ha sido la pérdida de importancia de la
agricultura como actividad productiva, derivada de la reestructuración del
modelo agrario productivista y del éxodo rural; también destaca la emergencia
de actores ligados a nuevas actividades económicas. Desde la perspectiva
cultural, en razón de penetración de claves culturales urbanas, la sociedad rural
131
P. Rubio Terrado
ha acusado el impacto de la transformación de los valores de uso de su
territorio, desde el agrario monofuncional hacia otro más pluriactivo y
multifuncional. Ambientalmente destaca el reconocimiento del medio natural,
rural por definición, como bien común del conjunto de la sociedad, por dos
razones, por los paisajes, patrimonio y tradiciones que atesora y porque
suministra los recursos primarios para la vida, básicamente el agua, el aire y el
suelo agrario. Finalmente, en lo político hay dos dimensiones que interesan, de
una parte, es importante considerar el impacto que ha tenido la organización en
Comunidades Autónomas, por la capacidad creciente de autogobierno y de
control de la acción sobre los recursos locales que les corresponde y, de otra,
la incorporación de España en la Unión Europea, con lo que ello ha supuesto
de aplicación de unas políticas y directrices territoriales comunitarias cada vez
más importantes por su impacto sobre la evolución de la ruralidad.
En este contexto de cambios hay que hablar de coexistencia entre los
objetivos de intensificación y especialización de la agricultura -allá donde las
condiciones lo permiten y esta actividad es calificada de rentable- y la dejación
del uso agrario en aquellos otros ámbitos caracterizados por una agricultura
tradicional y poco competitiva, teniendo en cuenta la necesidad de buscar
complementariedades entre la agricultura y otras actividades económicas para
garantizar el empleo y la renta, es decir, el fomento de la diversificación para
asegurar la pervivencia de esta parte del sistema territorial general.
Es así que los objetivos de la intervención pública aspiran a una
reorganización de los recursos locales rurales, a la búsqueda de economías de
gama o diversificación (Francés i Tudel, 2006), en oposición a las de escala
propias del modelo rural modernizante previo a la década los noventa del siglo
pasado, y a la consecución de un modelo de desarrollo menos dependiente del
sector agrario, menos vulnerable y más equitativo social y territorialmente. En
realidad, como subrayan Moscoso et alii (2005), se ha pergeñado una nueva
estructura de oportunidades en la que, desde nuestro punto de vista, la
agricultura extensiva y/o ecológica, la transformación local de los productos
agrarios y el turismo rural basado en el aprovechamiento de la naturaleza y el
patrimonio local, forman los ejes básicos sobre los que pivotan la mayor parte
132
El patrimonio rural
de las acciones ejecutadas en los planes de desarrollo rural.
En los cambios anteriormente señalados han influido factores como la
modificación de las relaciones campo-ciudad, de las pautas de consumo
urbano de recursos rurales y de los patrones de localización de la actividad
económica, así como los avances en los sistemas e infraestructuras de
transporte y comunicación, que han reducido el valor de la relación distancia-
tiempo entre el territorio rural y su entorno urbano. Todo eso ha impactado
sobre su funcionalidad económica, la cantidad de efectivos humanos, su
distribución espacial y características biológicas, las pautas culturales
dominantes, la percepción concerniente a los valores y oportunidades de este
territorio y la acción pública desarrollada en él.
El análisis de la evolución de las características generales del territorio
rural español (véase figura 1) determina, en una primera fase comprendida
entre mediados del siglo XX y la primera mitad de la década de los años
ochenta, que el cambio básico avanzó en la dirección de una desagrarización
que estimuló la pérdida de valor de un medio que pasó a tener una
participación subsidiaria en el funcionamiento del sistema general; también fue
importante la homogeneización progresiva de las formas de vida y pautas de
comportamiento rurales y urbanas, mayoritariamente en la dirección de las
segundas. Todo ello, en clave territorial, tuvo una consecuencia fundamental, el
modelo de vida rural se perturbó (Tió, 2006), hasta el punto de que para Moltó
y Hernández (2004) el medio urbano ha impuesto sus formas de percibir,
entender y, sobre todo, organizar el espacio.
133
P. Rubio Terrado
±2000/2005
±1985/1990
±1960ENTORNO URBANO
SISTEMA RURAL
Espacio alternativo
para la residencia
Industria dispersa
Agriculturas ecológica y productiva
Turismo rural
Producción de energia Consolidación de un
modelo de agricultura postproductivageneradora de externalidades
positivas
TERCIARIZACIÓN
Abandono de una parte del territorio y recomposición del
sistema de poblamiento
DESAGRARIZACIÓN
Pérdida de competitividad
territorial
Politicaspublicas
agraristas
Nueva valoración de lo rural
Competitividad-atractividad
Nueva estructura de oportunidades
MULTIFUNCIONALIDAD AGRARIA Y TERRITORIAL
Dotación de infraestructuras y equipamientos
Inversión de tendencias demográficas
Mantenimiento del tejido agrícola
Formación del capital humano
Fomento de iniciativas de
desarrollo endógeno
Patrimonio
Aplicación de políticas públicas con
componente territorial
COMBINACIÓN DE FUNCIONES
SocialEcológica Económica
… DE UNA P.A.C. AGRARISTA … A OTRA RURALISTA
Modificación de las funciones territoriales
tradicionales
PRIMERA ADAPTACIÓN-“CRISIS DEL
MODELO RURAL”
SEGUNDA ADAPTACIÓN-“(RE)-CONFIGURACIÓN”
NUEVAS DEMANDAS EN MATERIAS DE CALIDAD Y MEDIO
AMBIENTE
INCREMENTO DEL NIVEL DE
RENTA
RECUPERACIÓN DEL VALOR DE
LO LOCAL
CONSOLIDACIÓN DE LA TRANSICIÓN
POSTMODERNA
DESERTIZACIÓN HUMANA Y
FUNCIONAL RURAL
Complejización del sistema rural
CONFIGURACIÓN DE UN NUEVO ESTADO-¿“(RE)-
INVENCIÓN”? ¿“(RE)-DEFINICIÓN” ?
PROCESOS DE INDUSTRIALIZACIÓN, TERCIARIZACIÓN Y URBANIZACIÓN
CAMBIOS EN LAS PAUTAS DE CONSUMO
Figura 1. Evolución del sistema rural español. Adaptado de RUBIO (2008).
Los cambios socioeconómicos y culturales de la última década del siglo
XX, acaecidos en un contexto general de prosperidad socioeconómica, de
generalización de los comportamientos de la denominada sociedad del
consumo y del bienestar y de omnipresencia del proceso de globalización, han
sentado las bases para una ruralidad diferente a la tradicional. Desde entonces,
se han desarrollado nuevas relaciones campo/ciudad -económicas, sociales,
culturales y ambientales- y lo rural cada vez más se considera como un bien
público que forma parte del patrimonio conjunto de la sociedad. Hoy, la idea de
ruralidad no está relacionada sólo con los suministros primarios tradicionales,
sino también con la oferta de medio ambiente (aire puro, agua de calidad,
biodiversidad, etcétera), de tranquilidad, de paisaje, de cultura, de patrimonio y
ocio, de nuevas fuentes de energía renovable e igualmente con su participación
en la articulación y equilibrio del sistema territorial general. En definitiva, la
diversificación, estructural y funcional, es el objetivo nuclear de las políticas de
desarrollo rural y sobre el pivota la interpretación de los cambios de lo rural.
134
El patrimonio rural
En ese contexto nació la iniciativa comunitaria Leader. Constituye el
primer ejemplo serio de actuación multisectorial e integrada en el medio rural
(Esparcia et alii, 2000); pero aunque en las acciones que ha promovido
prevalece la componente territorial sobre la sectorial, en realidad, las medidas
subvencionables que han concentrado la parte más importante de financiación
pública disponible son aquellas encaminadas a promocionar directamente el
turismo, a fomentar pequeñas empresas artesanas y a poner en valor los
productos y recursos naturales y culturales locales. En el Leader I (1991-1994)
las acciones relacionadas con la rehabilitación de viviendas para uso turístico,
la construcción y mejora de hoteles, construcción y ampliación de pensiones,
los campings y el acondicionamiento de parajes naturales, se llevaron casi el
52 % de la inversión total (en 1.603 proyectos según Blanco y Benayas, 1994)
y alrededor de un 30% en la medida de inversión B3 del LEADER II.
El objetivo de diversificación lo asimilamos a apuesta más por lo
territorial-rural y menos por lo agrario. El principal exponente de este tránsito lo
constituye la reforma de la PAC de 2003-2004 y los avances más importantes
en esa dirección proceden de la publicación del Reglamento (CE) n° 1698/2005
del Consejo, relativo a la ayuda al desarrollo rural a través del Fondo Europeo
Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), de la Decisión del Consejo, de 20 de
febrero de 2006, sobre las directrices estratégicas comunitarias de desarrollo
rural y de las prioridades comunitarias para el desarrollo rural en el periodo de
programación 2007-2013 recogidas en esos documentos y en el Plan
Estratégico Rural Europeo, en el Plan Estratégico Nacional español y en los
Planes de Desarrollo Rural autonómicos. En todos los casos se habla de
mejora del medio ambiente y del entorno natural, de progreso en la calidad de
vida en las zonas rurales, de fomento de la diversificación de la economía rural
y de desarrollo de las capacidades locales de creación de empleo y de
sostenibilidad, ideas todas ellas congruentes con el aprovechamiento del
patrimonio territorial como factor y agente de desarrollo rural, turístico y
territorial, tal y como venimos planteándolo en esta ponencia.
Como ejemplo de legislación nacional que enfatiza en esa misma
dirección, es reseñable la Ley 45/2007 para el desarrollo sostenible del medio
135
P. Rubio Terrado
rural. En ella también figuran muchas de las ideas vertidas anteriormente. Parte
de los principales problemas que afectan a los territorios rurales -esencialmente
menor dinamismo económico y social- y las fortalezas y oportunidades que
poseen -desde el medio ambiente, el patrimonio cultural y la calidad de vida,
hasta la agricultura productora de alimentos y materias primas de calidad-.
Asimismo, se enuncian los grandes objetivos sobre los que se articula, entre
ellos destacan el avance de la competitividad y la preservación del medio
ambiente y del entorno rural. Entre las medidas posibles de desarrollo figuran la
diversificación económica, la creación y mantenimiento del empleo, el
incremento de las infraestructuras, equipamientos y servicios básicos y el
apoyo a las energías renovables, a las tecnologías de la información y la
comunicación, a la educación, a la seguridad ciudadana, a la cultura, a la
sanidad, al empleo público, a la protección social, al urbanismo y la vivienda y a
la protección del agua; las ideas generales vuelven a ser reiterativas con
respecto a enumeraciones previas.
En definitiva, tanto en clave de la legislación comunitaria como de la
nacional, el acento de la actual política de desarrollo descansa en lo que se
conoce como paradigma de la multifuncionalidad, que alude a la variedad de
outputs susceptibles de comercialización que generan el medio rural y la
agricultura, eso que Hervieu (2002) califica como capacidades para producir, a
la vez, bienes alimentarios y no alimentarios, ofertar recursos materiales y no
materiales, producir y transformar bienes privados y bienes públicos y bienes
de mercado y no comercializables.
Desde un punto de vista territorial, la multifuncionalidad se refiere a la
diversidad de actividades y funciones que cumple y/o puede cumplir
simultáneamente este territorio, capaces de generar proyecciones externas
positivas en lo referido al medio ambiente, la biodiversidad, el paisaje, el ocio y
el patrimonio cultural (Merino y Migens, 2003); asimismo, se erige en una
fortaleza fundamental que se beneficia de las coyunturas derivadas de la
ampliación y diversificación de la demanda urbana (que conforma un capital
móvil sujeto a modificaciones y ciclos) sobre los componentes del sistema rural
(que constituyen el capital fijo) y del cambio de percepción entre los ciudadanos
136
El patrimonio rural
urbanos sobre los valores inherentes a la ruralidad. En este contexto, lo rural
está dejando de ser algo pasivo en la recepción de los procesos globales, más
bien se está adaptando y respondiendo a ellos, eso sí, no siempre sin
conflictividad social y cultural, porque los intereses rurales y urbanos no
siempre son convergentes, de la misma manera que el territorio está pasando a
considerarse el elemento clave para el progreso, porque puede ofertar
múltiples recursos con demanda real, capaces de proporcionar oportunidades
para satisfacer, entre otras, las relacionadas con el ocio y el turismo, la
educación ambiental, la segunda residencia, la acogida de nuevos habitantes o
la deslocalización de actividades industriales (Cánovas et alii, 2006 y Sancho et
alii 2008).
Pero el principio de la multifuncionalidad tampoco es ajeno a los cambios
socioculturales y económicos de finales de los ochenta, lo que se ha
denominado transición postproductivista (Rubio, 1999). Los principios sobre los
que pivota el postproductivismo nuevamente nos suenan: apuesta por la
calidad más que la cantidad, uso racional de los recursos, cuidado y
mantenimiento del medio ambiente y del patrimonio territorial, y recuperación
del valor de lo local.
En síntesis, la ruralía, primero, ha avanzado desde una funcionalidad
esencialmente agraria hacia otra inicialmente de perfil pluriactivo y más tarde
multifuncional-territorial, caracterizada por combinar estrategias de producción
primaria y no primaria, de oferta de espacio barato, de valorización de sus
externalidades ambientales, sociales y culturales y de soporte para actividades
de esparcimiento, de recreo y culturales. En definitiva, una diversificación
basada en la multiplicidad y variedad de recursos que el medio rural está
preparado para ofertar, de funciones territoriales que es capaz de desempeñar
y la consecuente pluralidad de demandas que puede atender. Segundo,
creemos que se está diseñando una nueva ruralidad en la que una de las
estrategias más significativas de desarrollo se apoya en la promoción del
turismo basado en la activación previa de los bienes patrimoniales disponibles.
Sobre ello influyen factores como la consolidación de un nuevo estilo de vida
en el que lo ambiental ha adquirido una importancia renovada (por la
137
P. Rubio Terrado
configuración de lo “natural” y lo “ecológico” como bienes de consumo) como
reacción frente al estrés provocado por el modo acelerado de la vida urbana y
el paulatino agotamiento del modelo turístico fordista clásico. En este marco, se
considera básica la conexión entre turismo rural, patrimonio mueble e
inmueble, tradiciones y naturaleza (Villarino et alii, 2009) como base de un
desarrollo rural más sostenible que el tradicionalmente centrado en el sector
agrario.
4.- Patrimonialización y territorio.
En las últimas décadas se promueve un interés renovado, la intervención
pública y privada sobre los bienes patrimoniales también es muy importante y
la demanda de otros nuevos está creciendo ininterrumpidamente. Pero en esa
demanda hay que diferenciar entre la “de uso”, basada en la utilidad inmediata
de la explotación de los elementos patrimoniales, y la “de no uso”, ligada a su
carácter de legado del pasado y a sus valores histórico, cultural y simbólico
intrínsecos que, en realidad, son intangibles. Ambas están interconectadas
mediante el binomio conservación de los elementos/garantía de uso sostenible
de los mismos, casi al modo de las dos caras de una moneda.
En todos los territorios existe un stock de elementos patrimoniales
variados -o capital patrimonializable- que han surgido durante el proceso de
adaptación de los grupos humanos a las fortalezas y debilidades derivadas de
las características de su espacio y para satisfacer sus necesidades, teniendo
en cuenta sus gustos cambiantes y las relaciones de intercambio con otros
territorios. Pero dicho stock, para que pueda cobrar valor patrimonial y
constituir un recurso propiamente dicho, debe pasar por un proceso de
adaptación/transformación que asegure su capacidad para satisfacer una serie
necesidades y demandas contemporáneas.
Es así que se habla de valorización de bienes patrimoniales, de
producción patrimonial o, simplemente, de patrimonialización, en alusión a la
modificación de los valores de cambio y de uso de algunos elementos
(Martínez, 2006) y su adaptación para satisfacer demandas de identidad,
culturales y/o económicas.
138
El patrimonio rural
En realidad, la presencia del acervo patrimonial no garantiza en modo
alguno la orientación de esos bienes hacia su uso y disfrute social, salvo que
medie -según Vicente (2008)- la existencia de un modelo de oferta patrimonial
que seleccione qué objetos y lugares, por las especificidades simbólicas y/o de
rareza que presentan y les otorgan valor; es decir competencia, lo que supone
que merecen ser considerados como patrimonio, preservados y aprovechados.
Pero aunque los elementos patrimonializables existen previamente, los
recursos patrimoniales se producen a posteriori y estos podrán convertir a los
territorios en lugares turísticos si son aptos para dicho consumo (Almirón et alii,
2004), si se logra generar una imagen atractiva de la identidad del recurso y del
territorio y si son capaces de satisfacer las demandas de los visitantes. En
definitiva, existe el paso cualitativo desde la condición de recurso potencial a la
de recurso real y de ésta a la de producto patrimonial, en el sentido de producto
turístico cuando, según indican Frutos et alii (2009), se vinculan entre sí uno o
varios recursos, con un equipamiento y una imagen comercial. Todo un cúmulo
de circunstancias que no impiden que los elementos patrimonializados puedan
ejercer cierta función como factores de desarrollo, si bien, la disponibilidad de
una oferta de acogida y de productos turísticos más o menos interesante o
atractiva, tampoco garantiza un desarrollo estable, como lo demuestra que en
Europa haya crecido mucho más la oferta de esos productos que la demanda
de visitantes a los mismos y que, en todo caso, el crecimiento se haya
concentrado -según Bonet (2003)- en aquellos más y mejor promocionados,
más infrecuentes y/o poseedores de mayor valor simbólico.
La patrimonialización, que también puede entenderse como un proceso
de activación de elementos materiales y/o inmateriales de la cultura
(Corchuelo, 2006), es llevada a cabo por determinados agentes sociales -casi
siempre públicos- y, básicamente, consiste en seleccionar elementos, a partir
de criterios en los que intervienen los valores, gustos e intereses
contemporáneos (Prats, 1998, Graham et alii, 2000, y Espeitx, 2004), sobre los
que se interviene. Desde este punto de vista, la condición de patrimonio no
siempre es interpretable como un atributo inherente al objeto clasificado como
tal, en otras palabras, autores como Grande (2001) plantean que el patrimonio
139
P. Rubio Terrado
no existe en sí mismo, ni los elementos alcanzan la categoría de bien
patrimonial por cualidades innatas, sino que ese valor deriva de la
intencionalidad de los grupos que imponen su posición, la cristalizan en el
objeto patrimonializado (Prats, 1998), diseñan la oferta de productos y deciden
los usos y categorías de conservación que les afectan.
Almirón et alii (2005) también esbozan la interesante duda de si el
patrimonio es una herencia del pasado o un objeto del presente para cuya
construcción se recurre al pasado. Cualquiera de los dos planteamientos es
posible, aunque, considerarlo como un mero legado o herencia -por tanto, con
un valor absoluto en sí mismo-, supone una aproximación estática, al tiempo
que implica que la sociedad actual opere como receptora de un patrimonio del
que es heredera, lo que mediatiza las posibilidades de aprovechamiento, a la
vez que el valor que le otorga depende de sus cualidades intrínsecas y del
contexto de su origen. Hacerlo en clave de objeto del presente supone que la
producción patrimonial deriva de los objetivos asignados a la selección de los
elementos y de los intereses sociales, propios y externos, que rodean el
proceso. Posiblemente en ello radiquen las dificultades para cuantificar el valor
del capital patrimonial.
Hoy casi cualquier bien inmueble o mueble, manifestación simbólica,
formación natural y/o paisaje puede acabar considerándose patrimonio y casi
todo puede patrimonializarse. Esto se explica porque el patrimonio territorial es
un recurso ampliamente aceptado por el mercado de consumo. De eso derivan
ciertos riesgos, entre otros que acabe convertido en un objeto de conflicto y
negociación, porque su activación está influenciada también por las políticas
patrimoniales y por la búsqueda de complementariedad entre los diferentes
usos que cabe adjudicar a los elementos del territorio. Por ejemplo, son
frecuentes los conflictos de uso derivados de la imposibilidad de conciliar en un
mismo punto del espacio la diversidad de funciones posibles que pueden
desempeñar; un caso habitual es el de la ganadería intensiva y el turismo, que
aunque no son actividades compatibles y el énfasis actual se inclina hacia la
segunda, con harta frecuencia la primera la antecede en el tiempo como
actividad y función territorial.
140
El patrimonio rural
En cualquier caso, la selección de bienes ha existido siempre, porque
cada generación ha determinado su legado, eligiendo qué ha querido descartar
o atesorar y la manera de tratar lo que ha conservado.
Otorgar valor al patrimonio acaba asimilándose con la acción de convertirlo en
recurso económico a partir de la secuencia formada por las acciones de
protección, acondicionamiento, dinamización y difusión de elementos
patrimoniales. Esto implica organizarlos para que conformen un producto. La
aberración a la que se puede llegar, parafraseando a Boisier, citado por Aranda
y Combariza (2007), es que la activación patrimonial, desde el objetivo de
producir aspectos específicos a cada territorio, origine un mero escenario que
responda más a las expectativas de los consumidores -cuyos gustos
mayoritariamente son de carácter global- y no tenga en cuenta las condiciones
iniciales de identidad del patrimonio local. El equilibrio es inestable, pero es el
objetivo deseado.
Ciertamente, de una parte, puede aceptarse que la formación de un
producto patrimonial con fines turísticos resignifica al patrimonio, teniendo en
cuenta el enfoque del mismo hacia el nicho de demanda turística que se desea
atender. De otra, también puede pensarse que da pie a una redefinición del
territorio, entre otras razones porque motiva nuevas funciones territoriales y
formas de segmentación del mismo ligadas al estatus identitario que otorga el
patrimonio, a modo de un valor añadido que lo convierte en protagonista de esa
competitividad -en tantas ocasiones mencionada- que se ha erigido en
elemento nodal del paradigma de desarrollo económico endógeno, local e
integrado; a este fin colabora que la patrimonialización pueda considerarse un
proceso de innovación. Al final, lo cierto es que entre el objetivo de uso turístico
y el de valorización patrimonial se establece una relación bidireccional,
dinámica e inestable que aparece claramente explicitada en la carta de Turismo
Cultural de ICOMOS (1999).
Pero de la misma manera que los elementos disponibles para ser
patrimonializados son variados, también la demanda los mismos es cambiante
y heterogénea; en clave turística, eso explica la multiplicación y diferenciación
de los destinos -cada uno con su oferta de productos turísticos-, al tiempo que
141
P. Rubio Terrado
acarrea competencia entre territorios por incorporarse a los circuitos turísticos
más en boga, por disponer de infraestructuras de comunicación que mejoren la
accesibilidad desde el exterior, en el sentido de permitir el acercamiento entre
los turistas y los destinos (Callizo y Lacosta, 1999), y por contar con los
servicios anexos -comerciales, sobre todo- que garantizan el éxito y otorgan
capacidad de atracción al producto turístico. En esencia, la activación
patrimonial también puede interpretarse como respuesta local a los procesos
de globalización.
Siguiendo ese último argumento, localidades y regiones apartadas de las
grandes rutas y centros turísticos, sin los atractivos turísticos clásicos (sol,
playa, monumentos históricos o elementos de atracción simbólica) y casi
siempre de carácter rural, perciben en la revalorización y acondicionamiento de
su patrimonio territorial una oportunidad de calidad de vida, de bienestar social
y de desarrollo económico. Pasar del estadio de oportunidad al de realidad
precisa elegir qué recursos específicos se ofrecen en el mercado, diseñar
productos turísticos, disponer de una oferta de acogida suficiente (alojamiento,
restauración y servicios complementarios) y garantizar los accesos para atraer
al turista. La propia Comisión Europea insiste en la potencialidad del turismo
cultural para reducir la congestión y la estacionalidad características del turismo
masivo de playa, al tiempo que enfatiza su capacidad para expandir, en los
planos territorial y temporal, los efectos positivos del crecimiento turístico
(European Comisión, 1995).
En el mercado patrimonial se encuentran la oferta “de” y la demanda
“sobre” unos bienes que en su mayoría tienen el carácter de bienes públicos, lo
que justifica la necesidad de participación pública en el proceso de
patrimonialización. Aunque no sólo por ello, también influye que la esfera
institucional sea la única que puede intervenir en muchos territorios
desvitalizados y carentes de iniciativa privada, actuando como locomotora de
arrastre y que puede corregir los frecuentes fallos que afectan a ese mercado,
materializados en forma de externalidades negativas provocadas por un uso
inapropiado y/o abusivo del patrimonio territorial. En general, la intervención
pública deriva de políticas cuyo objetivo central es el control cuantitativo y
142
El patrimonio rural
cualitativo del stock patrimonial (Vicente, 2008). El Estado ha sido
históricamente el principal agente, pero en la actualidad, al estar transferidas
las competencias relativas al patrimonio, las Comunidades Autónomas son más
activas y todas disponen de la correspondiente ley de patrimonio cultural; el
problema estriba en que no en todas aparece catalogado de la misma manera,
ni las estrategias de actuación son las mismas.
La respuesta práctica a este proceso contiene múltiples facetas
interrelacionadas, como la interpretación de los bienes patrimoniales-
paisajísticos (entendidos en extenso) y su rehabilitación, y la oferta de nuevos
equipamientos, servicios y alojamientos. Pero, sin duda, el resultado más
visible ha sido la proliferación de figuras orientadas, en unos casos, a la
protección de los patrimonio histórico (tales como monumentos, conjuntos
históricos, zonas arqueológicas, sitios y jardines históricos) y natural (parques,
reservas, monumentos naturales y espacios protegidos), y, en otros a su
valorización-gestión, en unos casos mediante museos (al aire libre, regionales
y locales, ecomuseos, etcétera), centros temáticos relacionados con paisajes,
con determinados productos (vino, agua, artesanía), profesiones y tradiciones,
en otros a través de modelos basados en la fusión de bienes en el territorio
(como los parques culturales y los parques arqueológicos) y, más
recientemente, por razón de las rutas culturales (del Quijote, del vino, del toro,
del aceite y otras muchas); en definitiva, lo que Almirón et alii califican como
tendencia a la inflación patrimonial, refiriéndose al crecimiento de la oferta de
productos con cualidades cada vez más mezcladas, procedentes de un pasado
cada vez más próximo y ubicados en áreas geográficas heterogéneas, a lo que
nosotros añadimos cada vez más elaborados y como respuesta a unas
estratégicas de marketing exógenas y a unas modas cambiantes. En cualquier
caso, hoy el principio de valorización prima sobre el de protección y éste queda
integrado como objetivo consustancial a la gestión sostenible del patrimonio
con el objetivo del desarrollo territorial.
En lo relativo al tamaño de la oferta de bienes patrimonializados en
nuestro país, es una cuestión difícil de evaluar; aunque eso puede justificarse
inicialmente por su carácter de recurso emergente, al final, no deja de producir
143
P. Rubio Terrado
cierta extrañeza. De hecho, ni se conoce la dimensión real de los bienes
utilizables turísticamente, ni existe un catálogo o inventario único que detalle el
número, la ubicación y el valor de uso y calidad de aquellos ya valorizados. Los
datos se encuentran dispersos y carecen de fiabilidad; en lo relacionado con el
pequeño patrimonio, el desconocimiento es casi total. Hay algunos trabajos
recientes que aportan una cartografía de síntesis sobre la distribución de los
bienes, entre ellos el del Observatorio sobre la Sostenibilidad en España
(2009), el de EUROPARC-España (2008) y el Atlas de Turismo Rural (2008),
mientras que la información cuantitativa más precisa, aunque presentada a
escala regional, se encuentra en el Anuario de Estadísticas Culturales 2009,
del Ministerio de Cultura, pero sólo se refiere a aquellos declarados BIC.
En realidad, conocemos más sobre el gran patrimonio que goza de algún
tipo de declaración al amparo bien sea de la ley General de Patrimonio
Histórico, bien de la Ley de Espacios Naturales Protegidos, bien de las leyes
autonómicas sobre patrimonio cultural y natural (que introducen figuras nuevas
respecto a las contempladas en las anteriores) o bien de las declaraciones
como Patrimonio Mundial de la UNESCO. Esas declaraciones y leyes le
otorgan protección y repercusión pública, ya sea mediante declaración como
Patrimonio de la Humanidad (en total 39, de ellos no más de 11 ubicados en el
medio rural), bien como Parque Natural -éstas son, con seguridad, las dos
figuras más importantes y que simbolizan lo más destacado de nuestra
herencia patrimonial-, o como bienes muebles e inmuebles declarados BIC, de
los que hay inscritos 66.284 y 15.849 respectivamente en 2008, con una
distribución territorial caracterizada por un desequilibrio que lejos de reflejar su
distribución real, responde a la diferente sensibilidad de las autoridades
regionales y locales competentes a la hora de promover su declaración como
tales. Respecto a los inmuebles, los que en principio constituyen una referencia
más directa desde el análisis turístico rural, se observa un marcado predominio
de los monumentos frente a otras figuras y por localización destacan Baleares,
Andalucía y Cataluña. Mientras, en lo relacionado con los muebles, Cataluña y
Navarra aportan casi la mitad de los inscritos.
144
El patrimonio rural
Pero más importante que lo anterior resulta reseñar que el proceso no
está agotado, ni mucho menos. En principio, porque aunque esas
declaraciones lo inician, no siempre existe una conversión en recurso
patrimonial. En segundo término, porque la mayor parte de los elementos,
además de carecer de figura de protección legal, tampoco conocen el inicio del
proceso de patrimonialización; nos referimos al pequeño patrimonio (fuentes,
puentes, caminos, aterrazamientos parcelarios, paisajes locales, edificaciones
tradicionales, etcétera) y al patrimonio inmaterial, que se encuentran en una
especie de nebulosa que no garantiza su protección, ni su valorización, ni
tampoco su difusión más allá de una escala estrictamente local. Los esfuerzos,
por ahora, siguen concentrados en el gran patrimonio.
Incluso, hasta fechas recientes no ha existido una línea clara de
formación universitaria para atender la demanda laboral en este campo, salvo
títulos propios que sí han proliferado en casi todas las universidades pero con
contenidos centrados más en los bienes patrimoniales contemplados en la Ley
General de patrimonio histórico, que en planteamientos de orden territorial, lo
que puede explicarse por haber sido los departamentos de Historia y Arte los
agentes más activos en este sentido; sólo donde se da la feliz coincidencia de
que comparten departamento con la Geografía, la orientación territorial es más
explícita. En este sentido, nos es útil la experiencia francesa del Master
Profesional en Valorización del Patrimonio Rural que como titulación oficial se
imparte en la Universidad de Limoges y que sí pivota sobre esa concepción de
patrimonio territorial rural que venimos defendiendo.
En el medio rural, la disponibilidad de un paisaje cultural de cierto valor
ha sido lo que en primera instancia ha dirigido la activación patrimonial con
objetivos turísticos, aunque, creemos que actualmente están tomando el testigo
los gustos expresados por la demanda turística urbana. Un ejemplo de ello lo
conforma las rutas temáticas que han proliferado en los últimos años e implican
que la valorización patrimonial, si bien mayoritariamente sigue centrada en la
escala local, está ampliando la territorialidad considerada como recurso, desde
la localidad propiamente dicha a la comarca, o incluso a un ámbito que integra
parte de varias provincias, como es el caso de la ruta del Cid o pretende serlo
145
P. Rubio Terrado
en de la Celtiberia. La valorización está influyendo en la definición misma del
patrimonio por parte de los agentes presentes en el territorio, lo que asimilamos
al objetivo de tejer una “tela de araña” capaz de atrapar al turista y alargar el
número de días que permanece en él, algo sólo alcanzable ofertando una
combinación atractiva de recursos que promuevan un producto con cierta
extensión espacial; los elementos aislados (por ejemplo un festival o un pueblo
monumental en medio de una comarca agraria) tienen pocas posibilidades de
consolidarse y sobrevivir en el complejo mercado de la oferta turística, por este
motivo es conveniente integrarlos en itinerarios y/o redes, o asociarlos con
otros puntos de atracción turística para mejorar la masa crítica del producto
patrimonial resultante.
Pensamos que la formulación de productos patrimoniales-turísticos está
escapando cada vez más al objetivo de los agentes locales, para inscribirse
plenamente en una lógica económica exógena no siempre sostenible. Ello pese
a que las figuras de valorización y protección planteadas por la legislación
pertinente y también la gestión privada, lucrativa o no, de los procesos
culturales, contemplan, sin excepción, el objetivo de propiciar un
aprovechamiento sostenible del patrimonio (en otras palabras, hacer
compatibles aprovechamiento -conducta humana- y conservación –interés
social-, teniendo en cuenta los activos culturales y ambientales sobre los que
se basa la acción turística) y su capacidad para el desarrollo local. En este
sentido, nos sumamos a la opinión del profesor Troitiño (2007) cuando señala
que en la utilización del patrimonio no todo sirve, porque su capacidad de
acogida es limitada, a la vez que el objetivo de dinamización económica a partir
del turismo no es posible de manera invariable.
5.- Los parques culturales.
De entre todas las figuras de producción-gestión patrimonial a las que se
ha aludido en las páginas precedentes, vamos a centrar nuestra atención en una
conceptualmente basada en la combinación-fusión de elementos variados y
dispersos por un territorio a una escala que se aproxima a la comarcal, que
guardan conexiones entre sí y con el paisaje en el que se encuentran y han
146
El patrimonio rural
ayudado a elaborar, que pueden o no estar previamente protegidos por otras
figuras legales de orden cultural o ambiental, pero que dan lugar a un producto
con características razonablemente homogéneas. En definitiva, se parte de la
consideración de todas las manifestaciones nacidas de la cultura, incluso
aquellas que no siendo directamente producidas por la actividad humana hayan
podido afectar o influir en aquella (paisaje, geología…), con la idea de su
conservación, uso y difusión. Ese carácter de combinación-fusión origina un bien
patrimonial nuevo, que es en realidad el que se valoriza. De todo lo anterior
deriva que, a nuestro juicio, los parques culturales sean uno de los modelos con
costes de oportunidad más ajustados.
El turismo rural es el hilo argumental que justifica una figura concebida, a
la vez, como instrumento de desarrollo territorial en áreas rurales desvitalizadas,
humana y funcionalmente, y de protección patrimonial. Ese objetivo de
desarrollo también explica la vigilancia y salvaguarda del patrimonio territorial,
su conversión en elemento de identidad comunitaria para la población local y,
paralelamente, su orientación a ser consumido por turistas con interés en el
medio rural.
Insistimos en el engarce de los parques culturales aragoneses con los
objetivos de otras figuras asociadas al patrimonio natural, con especial
referencia a los parques naturales y espacios naturales protegidos, y con la
filosofía general que los anima y que entronca con la idea de patrimonialización
de los paisajes propugnada en el Convenio Europeo del Paisaje (Consejo de
Europa, Florencia, 2000). Esto otorga nuevo acento al valor ambiental de cada
parque y asegura ese encaje mediante la yuxtaposición de esta figura, en el
mismo espacio, con otra u otras de protección natural de entre las incluidas en
la Red Natural de Aragón (Parque Natural, Paisaje Protegido, Monumento
Natural, ZEPA y LIC). Así, la territorialidad del mismo queda notablemente
reforzada.
La Ley 12/1997 de Parques Culturales de Aragón concede a esta
Comunidad Autónoma una legislación única en el panorama de la conservación/
ordenación/aprovechamiento/gestión del capital patrimonial territorial. Aunque
ha sido la primera en disponer de ella, en la actualidad también existe en otras
147
P. Rubio Terrado
(Comunidad Valenciana y Castilla–La Mancha). Conceptualmente se relaciona
con otras figuras como ecomuseo, museo integral, museo al aire libre o parque
patrimonial (Rubio y Hernándo, 2007 y Rubio, 2008). Pero un parque cultural no
es exactamente un museo del territorio, en el sentido de presentación estática,
exhibición, muestra o colección que lo caracteriza habitualmente, sino, más
bien, una figura que lo entiende como un sistema y no un mero elenco de bienes
patrimoniales localizados en él. Paralelamente, puede asimilarse a una
propuesta de ordenación territorial-rural basada en el binomio
patrimonio/naturaleza, aunque articulada desde la perspectiva del patrimonio
cultural. Fe de este carácter ordenador la proporciona la elaboración del Plan de
Parque, a manera de plan director del mismo, en el que se expresan los
objetivos de la actuación, se detallan los elementos, espacios, edificios y
paisajes que lo configuran y le dan contenido y especificidad, se prevén los
equipamientos e infraestructuras necesarios y se evalúa su impacto.
DESARROLLO ENDÓGENO
VALOR DE LO LOCAL FRENTE A LO GLOBAL
LEY DE ESPACIOS PROTEGIDOS
USO SOSTENIBLE DEL TERRITORIO
LEY DE PARQUES
CULTURALES
COMPATIBILIDAD DE USO
PROTECCIÓN
GESTIÓN (EFICACIAEFICIENCIA ...
HISTÓRICO-MONUMENTAL-ETNOGRÁFICO
AMBIENTAL
PRODUCTIVAS ...
TERRITORIALES
AMBIENTALES...
USO TURÍSTICO
DEL TERRITORIO
PATRIMONIO TERRITORIAL
NUEVAS DEMANDAS URBANAS
PAISAJE CULTURAL
PRODUCTIVISMO ⇒PLURIACTIVIDAD ⇒
TERCIARIZACIÓN
CAMBIOS/ READAPTACIONES
MERMA DE COMPETITIVIDAD
DETERIORO/CRISIS TERRITORIAL
OBJETO DE OPORTUNIDADES
OFERENTE DE FORTALEZAS
INDUCTOR DE DEBILIDADES
OBJETO DE AMENAZAS
CONSTRUCCIÓN ACUMULATIVA EN
TÉRMINOS DE EFICIENCIA, SEGÚN
NECESIDADES, CULTURA Y
CAPACIDADES TECNOLÓGICAS
CONSTRUCCIÓN HUMANA
TERRITORIO RURAL= ACTOR-PIVOT EN LAS
POLÍTICAS DE DESARROLLO
RED NATURA 2000
PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA DEL USO DE LOS RECURSOS
Figura 2. Territorio rural y parques culturales en Aragón. Adaptado de RUBIO (2008 a).
148
El patrimonio rural
Cada parque se conforma a partir de la mayor cantidad posible de
manifestaciones culturales singulares y comunes existentes en su territorio (esto
es, en su ambiente natural, social y cultural), desde las materiales (yacimientos
arqueológicos, monumentos, herramientas, paisajes y formaciones naturales,
entre otras) a las inmateriales (creencias, costumbres, folclore, etcétera). La
participación ciudadana en su puesta en valor, protección y aprovechamiento se
considera fundamental, no sólo en lo relativo a la propuesta de delimitar y
aprobar el parque, también para consolidarlo como proyecto de desarrollo
socioeconómico y de identidad cultural para la comunidad humana que vive en
él, lo que a juicio de Hernando (2001 y 2003) lo convierte en una presentación
viva del patrimonio territorial. Todo lo anterior, sin olvidar que este término alude
al mundo del ocio y del entretenimiento, razón que explica su carácter de
estímulo cultural y económico.
La ley asume en su articulado la mayor parte de los principios genéricos
explicitados en el texto de esta ponencia (ver figura 2). Entre sus objetivos
figuran el diseño de acciones y estrategias para el fomento de la protección del
patrimonio cultural y natural, la conservación y mejora paisajística, el desarrollo
de prácticas agrarias respetuosas con el medio ambiente, la animación
sociocultural, el impulso de programas de formación en la pedagogía del
patrimonio y su divulgación, la recuperación de actividades y manifestaciones
culturales tradicionales, el fomento de la artesanía, el turismo cultural y
ambiental, incluidos los alojamientos característicos de este tipo de turismo, la
construcción y mantenimiento de senderos, recorridos naturales, culturales y
paisajísticos, así como la recuperación y puesta en valor de la vías pecuarias
tradicionales.
Las órdenes de incoación posteriores a la publicación de la ley dieron
origen, durante 1998, a cinco parques culturales: los de San Juan de la Peña1 y
del Río Vero2, en Huesca, y los del Río Martín3, del Maestrazgo4 y de
1 Este parque conjuga en su territorio el monumento del Monasterio de San Juan de la Peña y su entorno natural, tan simbólicos para la Historia del Reino de Aragón. 2 Tiene como principales valores el arte rupestre prehistórico y los monumentos religiosos del Somontano. Desde el punto de vista paisajístico destaca la Sierra de Guara, declarada Parque Natural. http://www.somontano.org/parquecultural/ 3 Destaca por el patrimonio natural relacionado con la actividad antrópica desde época prehistórica (posee una gran concentración de enclaves naturales con arte rupestre) y el patrimonio artístico de época medieval.
149
P. Rubio Terrado
Albarracín5, en Teruel. Si bien el proceso no está cerrado, porque hay nuevas
demandas, como el de Sierra Menera, con nodo en Ojos Negros y centrado
temáticamente en torno al patrimonio industrial minero. De entre todos ellos, el
del Río Vero es aquel en el que, con seguridad, los objetivos señalados por la
ley de Parques Culturales han alcanzado un grado mayor de consolidación y
consecución, tal y como se deduce de lo indicado por Castelló et alii (2007).
A modo de conclusión, insistimos en que el valor más importante de esta
figura reside en considerar al territorio rural, tomado en perspectiva local-
comarcal, como el objeto patrimonializable que, por lo mismo, se convierte en
factor estratégico de cambio territorial, en el sentido de desarrollo
socioeconómico y cultural mediante su consideración como recurso para el
impulso de la función turística y para la génesis y refuerzo de la identidad
comunitaria. También destaca por el planteamiento que se hace en el sentido
de combinar objetivos como la identificación, protección y delimitación territorial
del patrimonio, con la gestión sostenible del mismo (Hernández y Giné, 2002).
6.- El turismo cultural.
Viajar forma parte de nuestra cultura. El ansía de viajar hace que los
hombres busquen lo desconocido, lo nuevo, de ahí -como indica Calderón
(2005)- la fuerza y expansión del fenómeno turístico y su inagotable caudal y
potencial.
El turismo es una actividad económica de primera magnitud que incluye
una variada tipología de segmentos no excluyentes. Los más habituales en los
trabajos científicos son turismo de sol, de interior, urbano, de ocio, cultural,
patrimonial, gastronómico, de naturaleza (también denominado ambiental o
ecológico), de salud, de esquí, deportivo, cinegético, de retorno, agroturismo y
turismo en alojamientos rurales. En realidad, teniendo en cuenta la diversidad
http://www.parqueriomartin.com 4 Es el de mayor extensión de los parques culturales aragoneses. Su creación, en un contexto de territorio de reconquista y repoblación por órdenes militares medievales, recoge cascos urbanos de gran interés, estructuras defensivas, yacimientos arqueológicos, ejemplos únicos de arquitectura gótica levantina, edificios barrocos y renacentistas y yacimientos paleontológicos. http://www.maestrazgo.org/parquecult.htm 5 Como nexo común al territorio-parque destacan las manifestaciones de arte rupestre pictórico y grabado y el paisaje generado por el afloramiento de una arenisca de color rojo que da lugar al Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno. Además, otros valores patrimoniales destacables los aporta: el conjunto histórico, murallas y acueducto de la ciudad de Albarracín.
150
El patrimonio rural
de motivaciones que llevan a disfrutar de manera distinta de los atractivos
turísticos de cada lugar y el uso que propician y considerando también su
localización geográfica y características ambientales, el sustantivo turismo
acepta ir acompañado de numerosos adjetivos. Esto demuestra que se
encuentra muy compartimentado y el calificativo que le sigue tiende a ser
resultado, en unos casos, de la motivación de quien lo practica (la demanda) y,
en otros, del producto concreto que se ofrece (la oferta); lo que se observa en
la realidad son categorías más complejas que las sugeridas por las
denominaciones anteriores.
La clase turismo cultural, en particular, subsume una pléyade de
denominaciones comerciales entre las que Santamaría (2003) destaca
ecoturismo, turismo étnico, turismo histórico y turismo rural. Todos estos
segmentos tienen numerosos puntos en común: se trata de turismos blandos,
en el sentido de razonablemente respetuosos con el medio, son de baja
ocupación, en cuanto al número de visitantes y las infraestructuras necesarias,
concentran su interés en el medioambiente y la cultura, centran su avance en
lugares no congestionados demográficamente y basan sus estrategias de
promoción en conceptos como responsabilidad, exotismo, autenticidad,
tranquilidad, sostenibilidad, pureza ambiental y cultura tradicional.
Su progresión ha tenido lugar durante el último decenio del siglo pasado,
coincidiendo con una etapa de preocupación y de crisis ambiental (Mediano y
Vicente, 2002), de bonanza económica, de mundialización de las modas, de
cultura de masas, de generalización de nuevos patrones de consumo y de
cambios ideológicos que en el contexto turístico, según Galani-Moutafí (2000),
han originado el denominado post-turista, cuya característica fundamental es
que posee gustos sofisticados y busca satisfacer su demanda de ocio y
vacaciones mediante el consumo de recursos con identidad cultural.
Se puede afirmar que turistas culturales los ha habido siempre, incluso
antes de la consolidación del turismo como sector de actividad, porque las
motivaciones paisajísticas, intelectuales y religiosas que impulsaron a los
viajeros clásicos están integradas hoy en el turismo cultural. Pero no ha sido
hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se ha desarrollado como
151
P. Rubio Terrado
modalidad turística por el impacto de factores que Bonet resume en: la
necesidad de diversificación de la industria turística fordista; el crecimiento de
las clases medias urbanas, las principales consumidoras de este tipo de
turismo, que con alto nivel educativo hace ya un tiempo que vienen buscando
algo distinto a lo que les ofrece el masivo más tradicional, en especial con
contenido simbólico, espiritual, ambiental e histórico; y la mejora de las
condiciones de movilidad y transporte, la oferta de nuevos destinos con costes
locales más bajos y el aumento del nivel de información disponible gracias a las
nuevas tecnologías de la comunicación. A ellos nosotros sumamos la
concienciación e impulso público a la patrimonialización de determinados
bienes y el interés de numerosos agentes sociales rurales, muchas veces
organizados en Grupos de Acción Local al amparo de los programas Leader y
Proder, que también han contribuido a generar una oferta cada vez más
amplia, diversificada y capaz de introducir un valor añadido de atractivo
territorial con costes adicionales reducidos.
En la actualidad, el turismo cultural, que básicamente consume
patrimonio, está de moda y cuenta con una demanda que sigue creciendo.
Entre el patrimonio y el turismo se ha gestado una alianza estratégica (Grande,
2001) según la cual el primero se ha convertido en materia prima para el
segundo. Pero este turismo ha sufrido una evolución paralela a los cambios
habidos en la forma de entender el patrimonio y a las modificaciones de la
demanda turística. Empezó siendo considerado como aquel cuyo objeto era el
descubrimiento de monumentos y sitios (ICOMOS, 1975); posteriormente se le
añadieron otros elementos como la cultura popular, las motivaciones religiosas
y la naturaleza (OMT, 1985), que se incorporaron como componentes del
patrimonio. Para Bonet (2008), actualmente comprende la oferta y demanda de
servicios asociados a la visita de museos, monumentos, centros históricos,
parques arqueológicos y naturales, fiestas tradicionales, ferias artesanales y de
arte, gastronomía tradicional, festivales, espectáculos y exposiciones, a los que
nosotros añadimos los paisajes.
Progresivamente ha dejado de ser minoritario y pese a que hoy en día
sólo entre un 20 y un 25 % de los turistas europeos declaran una motivación
152
El patrimonio rural
cultural para explicar su viaje (porcentaje que en España se reduce al 14%, en
ambos casos según la encuesta de European Association for Tourism
Education del año 2004), de entre todos los segmentos turísticos es aquel que
para La Parra (2007) cuenta con mayores y más claras expectativas de
crecimiento futuro.
En este contexto, el mercado de productos patrimoniales se ha
convertido en un excelente punto de partida para dar respuesta a la necesidad
de alternativas y diversificación turística. El patrimonio territorial se utiliza como
el reclamo para convencer al turista sobre la conveniencia de escoger una
región determinada para pasar unos días de vacaciones. Aunque ello sin
olvidar el descubrimiento del potencial del turismo cultural como factor
estratégico de consolidación de actividad económica local, por parte de muchos
responsables empresariales.
7.- El turismo rural. 7.1.- Características del modelo.
Como el cultural, también el rural es una actividad compleja, variada,
carente de límites conceptuales precisos y que ha dado lugar a un intenso
debate teórico (Vera, 1997; Ivars, 2000; Mediano et Vicente, 2002; Calderón,
2005; López, 2008, entre otras referencias posibles). Existe un conjunto
bastante disperso de definiciones del fenómeno que van desde las que se
centran en elementos espaciales, a las que lo expresan por negación y se
ajustan en la demanda, hasta otras que lo hacen por el lado de la oferta. Eso
deriva de que el turismo rural, según Calderón (2005), opera como una matriz
que abarca un conjunto de elementos heterogéneos que le otorgan un perfil
marcadamente plural.
En algunas ocasiones, se ha asimilado a turismo de montaña e interior,
como contrapunto al de playa (Bielza, 1999). En otras, se ha identificado con
una actividad basada en el aprovechamiento y disfrute de recursos
íntimamente relacionados con el medio rural (García, 1996). Asimismo, se ha
descrito como una actividad que tiene como principal motivación el
conocimiento del medio y la cultura rural. Incluso, se ha llegado a definir,
153
P. Rubio Terrado
sencillamente, como cualquier actividad turística implantada en el medio rural
(Fuentes, 1995 y Francés, 2006), lo que en este caso significa que el concepto
responde a una percepción reduccionista desde una perspectiva territorial
(López, 2008), frente a otras formas espaciales como el turismo litoral y el
urbano (López, 2009) y de ello deriva que sea factible hablar de turismo en
espacios rurales más que de turismo rural (Solsona, 1999 y Frutos et alii,
2009). Para Sarasa (2000) y Grande (2001), por su parte, es una modalidad
más de turismo cultural.
INVESTIGACIÓN
CONSERVACION Y RESTAURACIÓN
DIFUSIÓN
CENTROS DE INTERPRETACIÓN
PARQUES
CULTURALES
TRANSPORTES
ALOJAMIENTO Y RESTAURACIÓN
INTERMEDIACION
ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS
GESTIÓN
ECOMUSEOS FERIASFESTIVALES
PARQUESRESERVAS
NATURALES
MONUMENTOS NATURALES
PAISAJES PROTEGIDOS
YACIMIENTOS ARQUEÓLOGICOS
CULTURA POPULAR
MEDIO NATURAL
MUSEOSSALAS EXPOSITIVAS
BIBLIOTECASARCHIVOS
MONUMENTOSJARDINES HISTÓRICOS
CONJUNTOS HISTÓRICOS
T. DE SALUD
T. RELIGIOSO
OTROS
T. RURAL
T. VERDE/ECOLÓGICO
AGROTURISMO
T. DE NIEVE
T. ACTIVO
CRECIMIENTO DEL SECTOR TURÍSTICO
CAMBIOS EN LAS PAUTAS DE CONSUMO
P. RURALES
P. AMBIENTALES
P. CULTURALES
PLANES ESTRATEGICOS
SECTOR PRIVADO EMPRESARIAL
CONSUMIDOR FINAL/
TURISTA
POBLACIÓN LOCAL
SECTOR PÚBLICO
T. DE CONGRESOS
T. DE REUNIONES
T. DE ESPECTACULOS
T. NAUTICO
T. DE SOL Y PLAYA
T. CRUCERO
T. CULTURAL
ENTORNO URBANO
TURISMO DE INTERIORTURISMO LITORAL
EMERGENCIA DE LOS VALORES LOCALES
SEGMENTOS TURÍSTICOS
PRODUCTOSPATRIMONIALES
VALORIZACIÓN DEL PATRIMONIO
STOCK DE ELEMENTOS PATRIMONIALIZABLES
ACTIVIDADTURÍSTICA
ENTORNO RURAL
BIENES INMUEBLES
BIENES MUEBLES
ACTORES
Figura 3. Del stock de elementos patrimonializables a la actividad turística rural. Elaboración propia.
Si se atiende a la finalidad que lo motiva, esta categoría se convierte en
síntesis de segmentos tales como de segunda residencia, gastronómico,
deportivo (basado en actividades deportivas especiales, donde el espectáculo y
la sensación de riesgo son fundamentales), de aventura (con empleo del
entorno natural para producir sensaciones de descubrimiento en sus
practicantes), de naturaleza o verde (el paisaje es la variable principal y su
objetivo es la integración del visitante en el medio humano y natural),
154
El patrimonio rural
ecoturismo (que prioriza la conservación del espacio natural donde se
desarrolla, normalmente áreas protegidas), agroturismo (su localización se
produce en granjas activas, posibilitando hacer participe al turista de las
diferentes actividades agropecuarias), turismo activo y otros. En esencia, todos
están relacionados con cuatro grandes categorías de recursos, los culturales,
los naturales, la actividad agraria y el paisaje, que es posible subsumir en la
más genérica de territoriales.
De cualquier forma, tiene en cuenta las características (patrimonio,
historia, clima, geología, cultura, sociedad, naturaleza, paisajes -que
constituyen los ingredientes esenciales del producto turístico rural-) del territorio
en el que se desarrolla (de interior, no urbano y naturalizado) e incluye una
fuerte asociación con el tipo de alojamiento (casas, campings y/o pequeños
hoteles), lo que para Solsona y Rambla (1998) ha originado que sea su imagen
externa de marca más conocida.
Este turismo se produce en un contexto territorial que incide
directamente sobre la actividad e integra tres tipos de elementos, tal y como se
expresa en la figura 4. Los primarios, constituidos por el territorio y los factores
de atracción localizados en el mismo, configuran los recursos a partir de los
cuales se generan los productos turísticos rurales. Los de identidad territorial
tienen su fundamento en el “genius loci” que origina una imagen de territorio y
ésta la marca turística antes mencionada. Los de contexto, por último,
engloban las infraestructuras y los equipamientos territoriales, el nivel de
seguridad, los servicios complementarios, el grado de interacción
público/privado y el de cohesión y articulación sobre la sociedad, la calidad
ambiental, la sostenibilidad y la visibilidad externa de la patrimonialización; en
este nivel son decisivas las sinergias entre el turismo y los otros sectores de
actividad (agrícola, comercial, artesanía, construcción, etcétera).
155
P. Rubio Terrado
Protección-rehabilitación
-uso
ELEMENTOS DE IDENTIDAD
ELEMENTOS PRIMARIOS
Calidad ambiental
Servicios complementarios
Cohesión y articulación social Interacción
público-privada
Seguridad ciudadana
Visibilidad de la patrimonialización
“Genius loci”
Factor de atracción
TERRITORIODesarrollo territorial sostenible Productos
turísticos
Marca turística Recursos
patrimoniales
Sinergias con otros sectores
ELEMENTOS DECONTEXTO
Infraestructuras y equipamientos
Figura 4. Elementos del territorio, recursos patrimoniales y desarrollo. Elaboración propia.
En su origen, se ideó como un modelo caracterizado -según Grande
(2006)- por objetivos entre los que destacan los siguientes. Plantearse como
una propuesta de diversificación de la actividad turística española. Cimentar su
desarrollo en la cultura y el paisaje, ello desde el entendimiento de que lo
diferencia de otros productos existentes en el mercado. Asimilarlo a
tranquilidad, amigabilidad, calidad, trato familiar, uso renovable de los recursos,
etcétera, y a una oferta de alojamiento en la que las casas de turismo, aun sin
excluir otras fórmulas, han jugado un papel preponderante. Presuponer que
ese elemento diferencial iba a mejorar con una oferta complementaria de
actividades lúdicas y culturales a desarrollar en el territorio.
Formar parte de un sistema de diversificación de las rentas como
estrategia de supervivencia del medio rural (Cals, 1995), principalmente en
aquellos ámbitos con menores posibilidades agrarias y desde la premisa inicial
de que la renta procedente de la actividad turística debe ser complementaria a
la agraria. Vincular la revalorización de las producciones locales y de la
artesanía al ansia de consumo de los turistas. Y ser capaz de facilitar la
conservación del patrimonio territorial rural y, en especial, la recuperación de su
capital arquitectónico tradicional.
156
El patrimonio rural
A los anteriores, Francés (2006) añade otros como tratarse de una
modalidad poco intensiva en la utilización de los elementos naturales (porque la
demanda no está masificada y busca el contacto con lo autóctono, con las
especificidades del medio natural, del hábitat y la cultura local) y favorecer la
valorización de los recursos humanos, físicos y ambientales locales
(particularidad que incide positivamente en la dinamización de los territorios
rurales). Es lo que podemos calificar como carácter endógeno de la actividad
turística y carácter exclusivo del turista postfordista.
Para nosotros, de entre las consideraciones anteriores, con las que
coincidimos, destaca por encima de todo su carácter local. En general, es una
forma de turismo de iniciativa local, de gestión local, con efectos locales de
arrastre sobre el empleo y el sistema económico y que aprovecha el patrimonio
local. En definitiva, pensamos que ha colaborado para que el patrimonio
territorial sea un recurso de dinamización económica a escala micro (el turista
es un gran consumidor de bienes y servicios y su presencia moviliza diversos
sectores de actividad) y de activación de complementariedades en las fuentes
de renta de la población rural (CEE, 1996); en clave espacial, las
consecuencias son variadas, porque induce modalidades de uso de los bienes
distintas a las tradicionales. Y es que a esta escala, la intensidad, capacidad de
impacto y resonancia de los efectos socioeconómicos del turismo rural se
hacen mucho mas evidentes; en definitiva, resultan particularmente visible su
transversalidad y su capacidad para generar rentas intersectoriales
complementarias a las tradicionales, revitalizar territorios deprimidos,
desarrollar el sector terciario, estimular la mejora en las dotaciones de
equipamientos e infraestructuras, mejorar el capital humano, generar canales
de salida y promoción de los productos autóctonos, revalorizar, conservar y
usar sosteniblemente el patrimonio territorial y para promocionar hacia el
exterior una imagen atractiva del territorio.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, una definición aproximativa a la
realidad actual de este turismo permite entenderlo como el conjunto de
actividades que se llevan a cabo en el medio rural, están articuladas en torno a
una oferta patrimonial y donde los proveedores básicos suelen ser pequeñas
157
P. Rubio Terrado
empresas endógenas. Esta forma de concebirlo agrupa, estructura e integra
seis dimensiones básicas de la territorialidad: la espacial (medio rural),
funcional (relación oferta y demanda), operativa (sujeto prestador de servicios),
socio-territorial (rol activo de la población local), de desarrollo (estrategia de
desarrollo local), así como de sostenibilidad (usos ecocompatibles del
territorio).
7.2.- El turismo rural en España.
Es lugar común estacar por su aptitud para generar ocupación de forma
rápida, barata y destinada a mujeres y población joven, lo que induce
oportunidades de actividad económica en regiones poco desarrolladas o con
fuertes limitaciones para la existencia de una actividad agraria competitiva, a la
vez que ayuda a fijar población. Con todo, tampoco se debe olvidar que es una
pequeña parte del turismo nacional en números absolutos; le corresponde poco
más del 3% del total de viajes turísticos y de los empleos directos generados
por el sector turístico español, por lo tanto, su impacto absoluto sobre el
mercado laboral es limitado, aunque el relativo sí que puede llegar a ser
importante en muchos pequeños pueblos.
En lo referido a las empresas, para Toledano y Gessa (2002), resalta la
importancia de los subsectores “alojamiento” y “restauración” como
protagonistas casi indiscutibles del panorama empresarial turístico rural, casi el
80% del total. Por tamaño domina el carácter de pequeña empresa, incluso
microempresa; este perfil microempresarial deriva tanto del número de plazas
de alojamiento o restauración ofertadas, como del volumen medio anual de
negocio que mueven estas iniciativas, de los puestos de autoempleo creados y
del número de trabajadores contratados, en todos los casos muy reducido.
Desde el punto de vista del género, es significativa la presencia femenina, ya
sea como trabajadoras ya como empresarias; por edad destaca la juventud de
los empresarios; por su origen es característico el signo nativo de los
empresarios respecto al área donde se emplaza la actividad; y por el nivel de
formación predomina el medio-bajo. Finalmente, en lo relativo a los canales de
comercialización, destaca el empleo de aquellos calificables de informales, es
158
El patrimonio rural
decir, amigos, parientes o el boca-oído, y únicamente las centrales de reservas,
de carácter casi siempre cooperativo, tienen una cierta significación, más para
canalizar la demanda que para publicitar la oferta. Las grandes distribuidoras
de paquetes turísticos apenas comercializan este producto, tampoco existen
grandes complejos turísticos rurales y cuando los hay, normalmente ligados a
la nieve, difícilmente se pueden catalogar como producto de turismo rural, por
parecerse más a un tipo de turismo masivo que, aunque utiliza el medio rural,
no participa de las características generales de este modelo.
Aunque el referente primero se encuentra en el retorno estival de
antiguos emigrantes rurales, los antecedentes directos hay que buscarlos en el
programa de casas de labranza del Ministerio de Agricultura (1967), en algunos
proyectos diseñados durante los ochenta por la Secretaría General de Turismo
en Aragón, Asturias, Galicia y Extremadura y en los incentivos regionales de
promoción económica para proyectos de turismo rural y de recuperación del
patrimonio. De acuerdo con Chicharro y Galve (2009), a finales de los ochenta
ya existían diversas formas de turismo en los espacios rurales, tales como los
llamados núcleos de turismo rural -basados en la rehabilitación del patrimonio
arquitectónico-, el agroturismo y el turismo en casas rurales, y a mediados los
noventa se encontraba plenamente asentado. Desde entonces, el número de
establecimientos (13.061 en 2008), de plazas (117.007, ese mismo año) y de
pernoctaciones en alojamientos rurales (7.969.361, en 2007) ha crecido sin
parar. Si bien, el ritmo mantenido por los establecimientos (por diez) y las
plazas (por doce) es superior al de las pernoctaciones (por ocho), lo que hace
sospechar que la oferta está sobredimensionada en relación a la demanda. El
grado de ocupación, consecuentemente, ha disminuido desde casi el 30% a
principios de la década hasta el 21% actual. Así pues, el crecimiento de la
oferta no se está ajustando al ritmo del mercado, probablemente porque el
efecto curiosidad que al principio llevó a muchos turistas al medio rural se está
agotando, a la vez que algunos productos turísticos rurales, tal y como se han
formulado hasta ahora, tienen consumido su margen de crecimiento.
La variedad de recursos patrimoniales potenciales y su presencia en
prácticamente cualquier punto del sistema territorial hacen que todos sus
159
P. Rubio Terrado
puntos posean cierta fortaleza para la implantación del turismo rural. Las
diferencias entre unos y otros se relacionan, más bien, con su estado de
conservación, la escasez y/o calidad de las infraestructuras de acceso, la
capacidad de innovación de la población local, la disponibilidad de un producto
atractivo y con demanda, la existencia de acciones de marketing que lo
promocionen y con la localización y/o facilidad de acceso desde los centros
emisores de turistas.
El mapa de los alojamientos denota una fuerte concentración en áreas
de montaña (en especial cordillera Cantábrica-Pirineos, Sistema Central y
montaña litoral mediterránea), lo que relacionamos con la existencia de un
amplio patrimonio natural frecuentemente protegido por alguna de las figuras
existentes (Parque Nacional, Reserva de la Biosfera, Parque Natural, Parque
Regional y ZEPA) y con la existencia de un inmenso abanico de paisajes. En la
mitad septentrional y los valles del Duero y del Ebro, la presencia de núcleos
históricos o de paisajes agrarios tradicionales figuran como los factores más
importante. Por regiones, la de Castilla y León concentra más del 17% de los
establecimientos y de las plazas de alojamiento, seguida de Cataluña y
Comunidad Valenciana.
Hoy por hoy es un producto de moda. En su expansión ha influido el
mimo especial con el que numerosos programas públicos de desarrollo (no sólo
los ya mencionados LEADER y PRODER, también otros como los Planes de
Dinamización Turística del Ministerio de Turismo) han tratado la actividad. Las
inversiones realizadas han dado lugar a un efecto demostración que ha
despertado enormes expectativas y ha transmitido una impresión de desarrollo
que Francés (2007) califica como de por encima de la realidad, dado ese
crecimiento de la oferta poco o nada planificado, por una parte, y la emergencia
de inversiones no siempre relacionadas con el interés de la población rural y
procedentes de propietarios urbanos de bienes rurales que han conseguido
revalorizar sus propiedades inmobiliarias, por otra. El objetivo de diversificar las
fuentes de renta de la población activa agraria que figura en el diseño inicial de
esta estrategia de progreso basada en el turismo, no siempre se ha
conseguido. Al final, da la impresión de que casi todo ha valido para su
160
El patrimonio rural
desarrollo. Ese mismo autor también pone en duda el carácter de modelo de
desarrollo que se adjudica al turismo rural; a su juicio, más bien, debería
hablarse de estrategia útil pero que no puede solucionar por sí sola todos los
males de lo rural y que cuando da lugar a una “industrialización turística”, en el
sentido de concentración excesiva de la oferta de alojamientos, tiende a activar
externalidades negativas para el territorio.
Como cualquier otra actividad económica, las relaciones entre la
demanda, que es elástica y cambiante, y la oferta, claramente más rígida,
están afectadas por la alternancia de ciclos económicos expansivos y
recesivos. No obstante, parece que es uno de los segmentos menos
perturbados, debido a su característica inicial de actividad complementaria y al
tipo de demanda (Chicharro y Galve, 2009), formada básicamente por turistas
españoles (aunque en Canarias y Baleares el grupo de usuarios
internacionales es importante en verano), con residencia en el medio urbano,
interesados más por el disfrute de los recursos naturales que ofrece el territorio
que por razones estrictamente culturales, en una franja de edad entre los 30 y
49 años, que viajan en familia, prioritariamente durante los fines de semana,
puentes y vacaciones de verano y Semana Santa, lo que permite afirmar que la
estacionalidad de la demanda, aunque significativa, es menor que en otros
tipos de turismo; sólo en verano la estancia media llega a superar cuatro días.
Aun sin haber alcanzado, ni de lejos, los niveles de masificación propios
de otros segmentos turísticos (pese a que en algunos Parques Nacionales la
presión está empezando a ser excesiva), entre otras razones por la dispersión
espacial que caracteriza a la oferta, sí existen ciertas amenazas sobre los
elementos de orden patrimonial territorial, porque en la realidad unos pocos
puntos acaban concentrando una proporción significativa del uso. Así pues, hay
que asumir que sus posibilidades de crecimiento no son infinitas y que es
necesario poner límites y planificar el proceso turístico pivotando sobre ideas
que Troitiño (2007) resume en la determinación de los recursos turísticos y la
evaluación de su potencial, la consideración de la sostenibilidad, en términos
ambientales, sociales y patrimoniales, como principio básico para su
implantación, desarrollo y aprovechamiento de los recursos patrimoniales, la
161
P. Rubio Terrado
determinación de la carga turística, la interconexión entre las planificaciones
turística y empresarial, la coordinación entre todos los agentes implicados en
su desarrollo y la mayor imbricación de la actividad con el resto de sectores
económicos.
7.3.- Carencias y disfunciones socioterritoriales.
Tras casi veinte años de recorrido, aunque a fecha de hoy el turismo
rural sigue figurando en todos los discursos políticos y académicos como
actividad adecuada para ser una alternativa y complemento a la acción agraria
y para inducir oportunidades de desarrollo en el medio rural, no es menos cierto
que, incluso sin nuevos establecimientos, su pervivencia, tal y como hasta hoy
se ha organizado, es incierta (Rivas, 2007), como poco en el marco de
objetivos intensivistas, no así si se concibe como agregación a otras funciones
rurales, es el caso de la agraria, la residencial o la agroindustrial. Así pues,
pese a los innegables logros y a que sigue contando con valores de
potencialidad y de sostenibilidad de uso del espacio, el turismo rural presenta
algunas limitaciones y disfunciones que se deberían conocer mejor para
corregirlas. Entre ellas destacamos las siguientes.
Se ha desdibujado el modelo que a principios de los años noventa
permitió su desarrollo y expansión, hasta el punto de que la realidad del sector
es distinta a aquella que visionaban los objetivos iniciales. Entre otras razones
porque, como señala Grande (2007), existe una presencia cada vez mayor de
propietarios y promotores urbanos; se observa una merma de los objetivos de
diversificación y complementariedad de renta para las poblaciones rurales; se
han perdido una parte de sus señas de identidad y especificidad iniciales,
básicamente en lo referido a la calidad y a su asimilación final con un tipo de
alojamiento dominado por las casas rurales; se ha transformado la tipología de
las casas rurales, habiendo pasado de la preponderancia de un alojamiento por
habitaciones, a un alojamiento de alquiler completo tipo apartamento; se está
alejando con respecto a la cultura y la realidad rurales por carencias en las
relaciones entre los habitantes rurales y los turistas; se ha reconvenido,
realmente, hacia un modelo de signo urbano, según el cual el medio rural es un
162
El patrimonio rural
reservorio de suelo, con penetración de intereses inmobiliarios que repercuten
aumentando los precios de los inmuebles; y, finalmente, la inflación de
normativas de regulación del sector, derivada de que el turismo es competencia
transferida a las comunidades autónomas y de la ausencia de una normativa
general de referencia, induce confusión en la demanda e introduce dificultades
de comercialización.
La acción futura, más que a facilitar la apertura de nuevos
establecimientos o a valorizar nuevos productos patrimoniales, creemos que
debería orientarse a la promoción de los existentes. En realidad, como ya se ha
indicado, poseer productos excelentes no basta para atraer a más turistas,
porque la imagen que les llega sobre cada destino y la actitud hacia el mismo
parecen ser los factores más relevantes para diseñar las estrategias de
marketing (Traverso, 2007). El alto grado de fragmentación alcanzado por el
turismo rural dificulta dicha estrategia.
El turismo rural español parece haber superado las fases de desarrollo y
consolidación como actividad y estar avanzando hacia la de estancamiento de
la demanda ya que, pese a seguir creciendo, lo hace con un ritmo cada vez
más menguado. En este sentido, es necesario seguir impulsando una oferta
complementaria basada en actividades que mejoren la multifuncionalidad del
capital patrimonial o en la combinación temática de dos o más recursos para
generar productos más complejos y capaces de otorgar imagen a un territorio
amplio.
El carácter local y casi siempre disperso de los potenciales recursos
patrimoniales rurales origina obstáculos para el desarrollo pleno de esta
actividad. Igualmente, la atomización de la oferta turística y patrimonial y su
pequeña dimensión son factores que condicionan de forma significativa su
viabilidad y eficiencia económica. Añadido a eso, existen otras divergencias
destacables entre turismo y patrimonio. En primer lugar, el turismo es un
fenómeno social que se concreta en prácticas muy diferentes, entre ellas el uso
y disfrute del patrimonio, pero cuando es demandado con gran intensidad por
un número de turistas cada vez mayor, crecen las posibilidades de
desencuentro entre ambos. En segundo término, el turismo y el patrimonio
163
P. Rubio Terrado
territorial son ámbitos estructurados por marcos conceptuales diferentes y con
criterios también distintos, porque el turismo se desenvuelve en un escenario
protagonizado, básicamente, por el sector privado -cuyo objetivo principal es la
obtención de beneficios económicos-, mientras que el patrimonio existe en otro
en el que el protagonista mayoritario es el sector público -cuyo fin es lograr
beneficios sociales-; también los destinatarios tradicionales de ambos sistemas
responden a perfiles diferenciados y con motivaciones heterogéneas. Así pues,
los recursos patrimoniales turísticos representan para ambos grupos valores
disímiles: para el turismo tienen un valor de uso y para el patrimonio tienen un
valor más bien simbólico; en consecuencia, mientras desde el patrimonio la
tarea básica es la protección y conservación, para el turismo el interés se
centra en el uso.
Allá donde la función turística rural se ha consolidado, la regresión del
tejido agrario previo resulta casi irreversible y la terciarización de la economía
ha provocado una tendencia a la monoespecialización turística. El peligro de
dejar el peso mayoritario de la economía en manos del turismo entraña una
gran incertidumbre, máxime si, como indica Corchuelo (2006), se trata de
pequeñas localidades que pasan de depender del sector primario a hacerlo del
terciario. La diversificación de fuentes de trabajo basadas en la potenciación
del patrimonio territorial, lejos de conducir a una pérdida de otras formas de
vida, debería marcarse como objetivo el mantenimiento de los valores
originales del territorio, con especial referencia a los paisajísticos, tanto del
paisaje natural como de aquel derivado de la acción humana. En realidad, cada
vez es más evidente que el turismo rural induce una serie de riesgos
territoriales, destacando el que implica el incremento del número de visitantes
que conlleva toda operación de turismo cultural con la amenaza de exponer a
las comunidades, monumentos y territorios de especial sensibilidad paisajística,
cultural y/o ecológica a una presión incompatible con su conservación. No
obstante, conviene no olvidar que el impacto económico de un bien patrimonial
territorial asociado a la explotación turística tiene también como consecuencias
una mayor sensibilización social e incremento de presupuestos, junto a
esfuerzos ciudadanos por conservarlo y mantenerlo.
164
El patrimonio rural
Así pues, es necesario conocer con más precisión los impactos locales
de esta actividad, tanto ambientales como socioeconómicos y culturales; lo que
sólo será posible mediante una planificación y gestión del proceso que vaya
más allá del interés por valorizar nuevos recursos patrimoniales y favorecer la
aparición de instalaciones de alojamiento. Sirven, en este sentido, algunas de
las recomendaciones que señala Troitiño (2007) para los destinos
patrimoniales urbanos: integrar el patrimonio en un proyecto cultural-turístico
donde prime la oferta sobre la demanda (a ello nosotros añadimos que el
patrimonio, definitivamente, debe dejar de ser la excusa, para convertirse en el
objeto), definir un plan de destino, abordar políticas activas de recuperación del
patrimonio territorial, dotarse de infraestructuras y equipamientos adecuados y
propiciar la conexión entre diversos recursos patrimoniales y las actividades
alternativas. También es cierto que se precisa una mayor coordinación entre
las políticas urbanísticas, turísticas, ambientales, culturales y territoriales.
Otra carencia significativa se vincula a la insuficiencia de estudios
concernientes a la percepción de los residentes relativa a los impactos del
turismo rural en su cultura, su ecosistema y su nivel de desarrollo
socioeconómico. En definitiva, el modelo precisa de una planificación para
integrarlo en la economía y sociedad local, y no al contrario; de ser así, los
conflictos entre residentes y turistas, o entre residentes y agentes turísticos, no
tienen por qué existir. Desde luego, eso es más factible en el caso del turismo
cultural centrado en núcleos históricos rurales, porque la concentración
espacial de los bienes y de agentes implicados hace más factible entender el
turismo rural como una actividad transversal que refuerza la multifuncionalidad
del territorio rural.
Finalmente, tampoco se conocen con suficiente precisión los impactos
sobre el patrimonio inmaterial rural, mucho más vulnerable que el material a la
presión de uso, ni sobre el pequeño patrimonio material. Los esfuerzos siguen
centrados en el gran patrimonio, mucho más espectacular que los anteriores y
que continua manteniendo posibilidades para seguir siendo objeto de procesos
continuos de valorización.
165
P. Rubio Terrado
8.- Consideraciones finales. Tras lo expuesto, creemos oportuno sintetizar las principales
conclusiones y sistematizar las dudas e interrogantes a las que nos ha
arrastrado esta ponencia, muchas de las cuales bien pueden constituir
auténticos ejes de investigación sobre el patrimonio territorial y la valorización
del mismo, temas sobre los que no se ha agotado, ni muchísimo menos, la
reflexión académica posible.
En primer lugar, queremos insistir en la reivindicación de la expresión
patrimonio territorial, que sin anular a la de patrimonio cultural, reproduce más
fielmente el contenido actual del concepto de patrimonio y ello con
independencia de objetivos adjudicados al proceso de valorización patrimonial.
Es una expresión globalizadora y omnicomprensiva. Primero, porque otorga
cobijo a los patrimonios natural y cultural. Segundo, porque asume el postulado
de entender el patrimonio como uno de los elementos constitutivos del
territorio. Tercero, porque permite precisar la referencia espacial en la que se
ubica el patrimonio y sus usos actuales y futuros.
Aunque la expresión patrimonio territorial como tal no está contemplada
en la legislación y, por lo tanto, carece de figuras de protección, no ocurre así
en el caso de la patrimonialización, tal y como se ha reseñado. Esta es, con
seguridad la mayor limitación que afecta a esta propuesta, aunque no es
insalvable si esta reivindicación se generaliza; eso sí, entendemos que su
utilidad aumentará si la finalidad que anima la valorización engarza con el
desarrollo socioeconómico.
En segundo término, pensamos que sigue sin estar resuelta la gran
contradicción que rodea al patrimonio territorial, su conservación versus su uso
como recurso económico. En cambio, sí lo está cuando la finalidad engarza con
los objetivos de producción simbólica o de industrialización cultural, entre otras
razones porque los impactos del aprovechamiento de los recursos son más
controlables.
166
El patrimonio rural
Factor de identidad territorial
Factor de calidad de
vida
Eficacia para combatir la
estacionalidad turística
Fusión de recursos en un único producto
patrimonial
Génesis de rentas complementarias
a las agrarias
Revulsivo ante la crisis de estructuras
Facilita la transición desde
sociedades productivistas en
crisis a otras terciarizadas
Alta capacidad de arrastre y de
complementariedad intersectorial
Territorio dinámico, sostenible e inteligente
Margen de crecimiento
futuro
Objetivo “estrella” en las políticas de planificación y desarrollo rural
FORTALEZAS Y OPORTUNIDADES
Movilización del capital territorial
Recuperación y mantenimiento del
patrimonio
Impacto positivo sobre la dotación
de servicios competitivos y equipamientos
públicos
Prestigio del binomio naturaleza/cultura
Patrimonio territorial
como señuelo de publicidad
Oportunidad de progreso
Adaptación a las demandas del turista
postfordista
Imagen de marca territorial
Reducidas necesidades de capitalización
Estrategia de diversificación ligada al carácter
multifuncional de la ruralidad
Fomento de la constitución de
nuevas empresas locales
Nicho de actividad económica y empleo
Recurso susceptible de
aprovechamiento económico
Función turística
Función social-cultural
Bajo coste de los recursos
Estrategia de dinamización
Reconversión hacia un modelo
“urbanizado”
Terciarización excesiva de la economía local
Déficit en las estrategias de
promociónTendencia al estancamiento de la demanda
turística
Falta de actividades turísticas
complementarias
Oferta turística de pequeñas
dimensionesDeterioro de los bienes patrimoniales y de la calidad ambiental
Regresión del tejido agrario
Crisis de los paisajes rurales
tradicionales
Desconexión entre las leyes
patrimoniales, de protección del
medio natural y de planificación
Pérdida del carácter de actividad complementaria
Monoespecialización turística
Riesgo de reinventar el patrimonio
Competencia con otros usos posibles
del mismo recurso recurso
Control público en la producción de patrimonio y su aprovechamiento
Carencias en la planificación y
gestión
Atomización y concentración espacial de la
oferta patrimonial
Improvisación local e intereses espurios en la patrimonialización
Incertidumbres relativas a la sostenibilidad del binomio
patrimonio territorial/aprovechamiento
turístico
Disminución de la pluriactividad local
Falsedad de la premisa de que “todo es patrimonializable”
Cambios en el modelo
inicial
Baja capacidad de innovación
AMENAZAS Y DEBILIDADES
Sobreexplotación de los recursos
Alto impacto sobre las actitudes, valores y comportamientos de la
población localIncidencia
sobre la cohesión local
Carencias en la reflexión sobre las relaciones patrimonio-desarrollo territorial
Insuficiente integración en la economía y sociedad locales
Incoherencia de la consideración del patrimonio como panacea
universal de desarrollo
Riesgos territoriales
Figura 5. Síntesis de las amenazas y debilidades, y oportunidades y fortalezas de la valorización de recursos patrimoniales y su aprovechamiento turístico. Elaboración propia.
167
P. Rubio Terrado
En realidad, pese a lo ingente de la producción científica, existe un
manifiesto déficit de reflexión conceptual en la relación patrimonio/desarrollo
territorial, sobre todo desde el lado crítico. Hay demasiadas verdades
pretendidamente universales que son aplicadas de manera indiscriminada
como soluciones particulares y se detecta una ausencia general de evaluación
previa del valor y capacidad de uso de los distintos bienes patrimoniales.
En tercer lugar, pese a lo antedicho, ese proceso se revela como una
estrategia interesante para la revitalización socioeconómica de territorios
rurales, teniendo en cuenta el valor de uso turístico y cultural de los bienes
patrimoniales. Pero esta finalidad también tiene un talón de Aquiles poliédrico.
Pocas veces existe un plan estratégico que oriente sobre la disponibilidad y
oferta de auténticos productos patrimoniales. La improvisación local-rural tiene
un peso excesivo y en demasiadas ocasiones responde a los deseos
formulados en campañas electorales, pero no suficientemente justipreciados a
posteriori. Con frecuencia excesiva, encontramos que se produce la
patrimonialización, se generan los equipamientos necesarios, por definición
siempre costosos, pero acaban cerrados o con una apertura que queda a la
libre voluntad de algunas personas concretas.
La selección y valorización de elementos patrimoniales está afectada por
intereses espurios que derivan del entendimiento del patrimonio territorial como
panacea universal de desarrollo sostenible, a lo que se añade la falsa premisa
de que todo es patrimonializable, independientemente de sus características y
capacidades reales, porque a todo se le acaba poniendo los adjetivos de
auténtico, autóctono, único, lo que contribuye a se diluya en exceso la
oportunidad derivada de ello. Las acciones de marketing patrimonial son
escasas y pocas veces se fusionan varios recursos en un único producto. La
variedad de figuras y la escasa o nula conexión entre las leyes patrimoniales,
las de protección del medio natural y la ordenación del territorio, reducen la
utilidad real del patrimonio territorial rural como elemento y factor de desarrollo
socioeconómico. Añadido a esto, en el medio rural se entremezclan políticas
sectoriales (agrarias, industriales y turísticas) con otras territoriales, pero entre
unas y otras tampoco existe coordinación, lo que limita su eficacia.
168
El patrimonio rural
El turismo se muestra como un interesante nicho de actividad económica
y social en el medio rural y así se demuestra en numerosos ejemplos; pero no
siempre se sabe muy bien qué hay bajo la expresión turismo rural. Por otra
parte, el “tirón” que ha experimentado esa actividad durante los últimos veinte
años -pocas veces planificada y en ocasiones artificiosamente promocionada
desde algunos programas públicos de desarrollo territorial rural-, se está
agotando, porque su capacidad de innovación es menor que en otros
segmentos turísticos, porque la demanda crece a menor ritmo que la oferta y
porque han penetrado en el medio rural intereses muy diferentes a los que
originalmente figuraban en su promoción. Es decir, más propios de ese turismo
de playa tantas veces denigrado por los impactos que origina. Es imperioso
recapacitar sobre este modelo, sobre sus características, sobre las
externalidades negativas que genera y sobre las amenazas que presenta, para
dotarlo de nuevos atractivos.
Aunque mantiene una prensa excelente, aunque sigue siendo una
estrella de las políticas y acciones de desarrollo rural, aunque, tal y como se ha
señalado, con excesiva frecuencia acaba por recibir el calificativo de remedio
universal de desarrollo, no deja de ser una estrategia posible de diversificación
ligada al carácter multifuncional de la ruralía. Pero, lo más importante creemos
que se desconoce: no se sabe la capacidad precisa que tiene como elemento
de dinamización económica allá donde no hay tradición turística (¿no se estará
confundiendo, acaso, desarrollo con crecimiento, a la vez que se le adjudican
capacidades indiscriminadas e ilimitadas?); la sostenibilidad que se le supone
no siempre está contrastada con hechos; y tampoco se conoce hasta dónde
alcanza la oportunidad que lo caracteriza, sin deteriorar los valores del
patrimonio territorial rural que utiliza como recurso, sin competir con otros usos
posibles de los no patrimonializados y sin dar lugar a una reinvención del
patrimonio que lo aleje de sus valores y características iniciales.
Con todo y con ello, el desarrollo del turismo en el medio rural todavía
parece contar con un margen de crecimiento futuro, por el bajo coste de la
mayor parte de recursos patrimoniales territoriales (que se basan en elementos
que, sencillamente, están ahí), por el prestigio que el binomio naturaleza-
169
P. Rubio Terrado
cultura confiere a los destinos turísticos (a la vez que revaloriza las funciones
ambiental y turística del territorio rural), por la posibilidad de utilizar el
patrimonio como señuelo de publicidad, por la eficacia de la cultura para
combatir la estacionalidad turística y porque el patrimonio territorial es un
recurso que se adapta muy bien a las tendencias del turismo postfordista.
En síntesis, tras más de veinte años de recorrido, se sigue
generalizando en exceso al hablar de turismo y patrimonio rural, porque:
Conceptualmente sigue sin haber una definición clara de patrimonio y el
deslinde entre turismo rural y cultural es impreciso.
No se sabe con certeza dónde está el límite de la oportunidad derivada
de terciarizar las economías rurales mediante el crecimiento del sector turístico,
ello por desconocer a cuántas familias rurales puede proporcionar rentas, hasta
qué punto se puede aspirar a que sea una actividad complementaria
incardinada en un modelo pluriactivo y territorialmente multifuncional sin que
induzca monoespecialización económica y cómo resolver la necesidad de una
adecuada dotación de infraestructuras y servicios para consolidar esta
actividad e inducir un atractivo que haga que el medio rural siga siendo lugar
interesante para la residencia continuada.
Se sigue hablando de él en términos más de estrategia indistinta que de
actividad planificada y muy exigente en lo relativo a la calidad y diversidad de
los recursos a aprovechar, a su concentración en un espacio abarcable, al
tejido económico que puede originar y a su impacto sobre los componentes de
la ruralidad más tradicional. En realidad, nuestras dudas derivan hacia la
interrogante de qué viabilidad tiene este modelo en las áreas donde, a fecha de
hoy, no ha logrado consolidarse.
Si el mercado turístico rural, en lo relativo a la demanda, no crece al
ritmo deseable, se hace necesaria la revisión del modelo, porque está
perdiendo empuje, más por el lado del atractivo de la oferta de patrimonio
cultural estricto, en el que deben incluirse los paisajes de origen antrópico, que
por el del natural, que sigue presentando, a nuestro juicio, potencialidades más
claras. Creemos que se ha olvidado la máxima de que el mercado nacional es
limitado y la internacionalización de la demanda presenta serias dificultades.
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El patrimonio rural
En realidad, es como si el modelo pergeñado hace dos lustros
presentase cierta tendencia a agostarse. Hoy sigue siendo útil como actividad
complementaria para algunas explotaciones agrarias, pero la pluriactividad a la
que conduce supone un incremento adicional de la carga de trabajo para la
unidad agraria y no siempre es posible conciliar la orientación turística con el
mantenimiento de las actividades agrarias. En todo caso, el margen de
crecimiento que se le augura procede más de la penetración de capitales
exógenos, que de alguna manera tienden a emular ciertos principios del
turismo masivo de playa, que del empuje de los capitales endógenos; por otra
parte, también la reinvención del modelo, si lo dota de mayor capacidad de
innovación, puede ser decisiva.
Por último, en este contexto se hace imprescindible, asimismo,
reconsiderar el objetivo de patrimonializar nuevos bienes. Pensamos que al
pequeño patrimonio hay que proporcionarle un empuje del que carece por
ahora; pero, sobre todo, nos preocupa que el énfasis no descanse en la
formulación de figuras que maximicen el objetivo de territorializar una oferta de
recursos patrimoniales interaccionantes unos con otros, al modo de los
Parques Culturales, que se ha demostrado es una fórmula de valorización-
gestión muy interesante, precisamente porque el territorio en su conjunto se
considera patrimonio y hacia el territorio se dirigen los beneficios de la
promoción patrimonial y de la función turística, a la vez que permite un control
público sobre la producción de patrimonio y el uso del patrimonio territorial.
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