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ELREGALO ESCONDIDO
Un viaje interior para descubrir tu propsito en la vida.
NDICE
1 Epifana. Preludio (2 parte). 2 Prolegmenos. 3 La llamada de ayuda. 4 Preludio (1 parte). 5 El gua. 6 Sesin I. Defensas del ego. 7 Sesin I. Negacin de la realidad. 8 Interludio. 9 Sesin II. El choque emocional. 10 Sesin III. Afinando la apertura. 11 Sesin III. La apertura emocional. 12 Sesin III. Primer duelo. 13 Sesin III. Primer regalo. 14 Sesin IV. Toma de conciencia y segundo regalo. 15 Sesin IV. Crecimiento y tercer regalo. 16 Sesin V. La llave del sentido.Cuarto regalo. 17 Preludio (3 parte). El umbral del desierto y la travesa interior. 18 Liberando el gran regalo escondido. 19 El regalo recompensa.
20 Glosario nutico. 21 Comentario del Prof. ngel Gmez Moreno 22 Sinopsis
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Bienvenido Viajero:
Desde este preciso instante, has decidido concederte un regalo.
Has optado por emprender una travesa en un mar de palabras cuyo sentido an desconoces.
Puede que tu deseo te lleve a adoptar el papel de ser el actor principal o el actor secundario
durante la experiencia que acabas de comenzar. O bien, simplemente, escoger la postura de mero
espectador. Quizs, procures compartir un viaje interior acompaando al protagonista a travs de las
diferentes sesiones de un proceso de coaching no directivo.
Tienes la libertad de estimular tus sentidos como te apetezca. Puedes aspirar a oler los
colores; a imaginar los olores; a preferir escuchar los paisajes; en definitiva, a experimentar la
libertad de percibir con profundidad los detalles del entorno que vas a descubrir
Puedes permitirte mantener una disposicin abierta para hallar significado en tu dilogo
virtual con la naturaleza de las palabras.
Antes de partir, te sugiero que dediques unos instantes a sentir que ests aqu. Con los ojos
despejados y la mente concentrada en tu respiracin, te invito a que disfrutes plcidamente.
De nuevo, siente que te ests premiando con un regalo.
Mientras vas tomando conciencia de esta nueva aventura, notas que brota de ti la siguiente
pregunta a modo de susurro: Con qu actitud quiero vivir esta nueva experiencia que he decidido
iniciar?
Has necesitado pensarlo? Aun as, Te sientes preparado para soltar amarras?
Tu sabia intuicin te indicaque quieres salir a navegar para buscar tu propsito en la vida. Tu
propio regalo escondido.
Si es as, entonces,
Listo para zarpar!
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Vivir es nacer a cada instante.
Erich Fromm
La vida exige a todo individuo una contribucin y depende del individuo descubrir en que consiste.
Viktor Frankl
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1 - Epifana. Preludio(2 parte).
Desde all, sentado frente al mar en el picacho de arena de la Duna Grande, Alejandro senta
prxima la gran batalla. Saba que, si lograba imponerse a unas circunstancias de extraordinaria
dureza, volvera a sentirse vivo; por el contrario, si fracasaba, sera un muerto en vida.
Haban transcurrido varias horas desde su llegada a aquel lugar. All estaba Alejandro: l solo
y sus pensamientos. Atrs iban quedando las pisadas pasajeras, efmeras, que haba dibujado a lo
largo de la orilla.
Recordaba vagamente la primera vez que naveg en el pequeo velero que su padre le hiciera
con slo cinco aos. En su mente se entremezclaban innumerables instantes de alegra, emocin y
aventura con recuerdos menos gratos. Todo se resolva en imgenes, pues sobre cualquier otro
sonido se impona, avasallador, el batir de las olas.
Su mirada, desorientada y casi de abandono, era la propia de quien cala hondo en el recuerdo.
Alejandro reviva su infancia, cuando haca sus propios barcos con jirones de trapos viejos, madera
de pino y papel.
Con las piernas abrazadas por debajo de las rodillas y la cabeza agachada, Alejandro se
resguardaba del impacto directo de la brisa marina.
Las nubes, pocas y deshilachadas, difuminaban los ltimos rayos del sol rojo de finales de
noviembre. Solo el viento, que a ratos proyectaba la arena de las dunas contra su cara y sus manos, lo
devolva al presente.
En la distancia, lejos del lugar en el que se encontraba, se vean las brillantes y diminutas
luces del puerto de Marzaga, su pueblo, pidiendo paso a la tarde que se iba apagando. Ante un
espectculo tan plstico, se le ocurri que la vida es como un cuadro que cada uno ha de pintar con
trazo y colores propios. Dicho de otro modo, y en consonancia con aquella tarde de paseo,
pensamientos y recuerdos, en la vida uno debe buscar su particular senda.
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2 - Prolegmenos
Alejandro amaba el mar. Con ms intensidad si cabe, Alejandro amaba los barcos de vela. No
en vano, haba venido al mundo en un velero de veinticuatro pies de eslora; uno de los muchos que
su padre, Gonzalo, tena a la venta. Sus clientes eran, sobre todo, espaoles y europeos residentes en
alguna localidad del Sur de Espaa.
Haba nacido justo dos meses antes de que su madre, Roco, saliese de cuentas. Roco se
haba aventurado a acompaar a su marido y a un cliente dans, con el que, tras cuatro interminables
semanas, pretenda cerrar trato y colocarle uno de sus barcos. Mi padre lo fiaba todo a la magia del
velero: Cuando embarquemos, llegaremos a un acuerdo. Roco insisti en zarpar junto a ellos ese da por la maana, a pesar de que en el parte
meteorolgico se haba pronosticado marejadilla* para la tarde. Aunque Gonzalo intent convencerla
para que se quedara en tierra, fue intil. Estaba de siete meses y nada haca pensar en un parto
adelantado. Ni tena sntomas ni haba antecedentes familiares. Nada, por tanto, poda pasar.
A siete millas de la costa, Gonzalo se senta seguro: si lo precisaban, podran volver a tierra
en poco tiempo. Pero todo sali al contrario de lo que ambos, Roco y Gonzalo, haban calculado, ya
que Alejandro deseaba asomarse a la vida sin ms dilacin, y en su lugar favorito: en mar abierta y
sobre un velero. Inesperadamente, Roco rompi aguas y se puso de parto.
El cliente, para colmo, hablaba muy poquito espaol, lo que incrementaba un sentimiento
doble: de incredulidad (iba a asistir a un parto?, y en esas condiciones?) y desasosiego (pues se
tema, y con razn, que el marido tena tanta idea como l es decir, ninguna de lo que haban de hacer en tan inesperado trance).
Gonzalo peda a su esposa que aguantase hasta llegar a tierra firme, donde sera debidamente
atendida, pero no hubo nada que hacer. Roco era una mujer con las ideas claras. En caso de duda,
nunca se aventuraba a dar una respuesta rpida: se tomaba su tiempo y decida libremente, sin
dejarse llevar por las opiniones de los dems. Ello no quita que mostrase una actitud aparentemente
abierta y que escuchase a cuantos pensaban de modo diferente. Lo ms normal, no obstante, es que,
al final, siguiese los dictados de su corazn, un modo de proceder que le haba dado magnficos
resultados a lo largo de su vida; de hecho, cuando haba obrado de otro modo, haba fracasado. En
ese momento, tena muy claro lo que deba hacer.
Roco haba asistido a muchos partos, algo nada raro en el medio rural en que haba nacido y
crecido. Por otra parte, no le faltaba determinacin. Por eso, decidi tener a su hijo all mismo, a
pesar de los vaivenes de las olas, que por cierto iban a ms. Ella tom las riendas y fue indicando a
Gonzalo cmo haba que proceder, en tanto que el cliente, bastante nervioso, se esforzaba en una
doble tarea: llevar el barco a puerto y evitar, en la medida de lo posible, el continuo golpeteo del mar
contra el casco de la embarcacin.
Roco pari finalmente en la baera* del velero Daimio 24, espacio que result suficiente
para el caso. Fue en un abrir y cerrar de ojos, como si los propios dioses del mar estuviesen
reclamando al recin nacido. Sus primeras sensaciones fueron las de una brisa marina suave y grata y
un olor a mar que, desde entonces, siempre antepuso a la mejor de las fragancias. El mar, s, lo
transportaba a tiempos felices como ninguno: los de su infancia. Qu haba pasado para que
ltimamente todo fuese tan distinto?
A menudo, su padre le recordaba aquel da de primavera. Cuando su cabecita comenzaba a
asomar entre las piernas de su madre gustaba decirle, la cresta de la Duna Grande se hallaba a la vista. En esas ocasiones, Gonzalo acababa su relato con una exclamacin doble: Luchaste duro por salir a flote! Vaya si luchaste!. Alejandro haba interiorizado hasta tal punto esas palabras que las haba convertido en una especie de leitmotiv. Ahora, treinta aos despus, esperaba sacar idntica
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fuerza para un combate que pintaba mucho ms duro. Como se deca en tiempos lejanos, se
avecinaba un combate a ultranza, es decir, a muerte.
En el pasado, el pantaln* de madera tratada que portaba el nmero siete y tena su amarre
al lado de la escollera* del puerto deportivo haba sido su otra casa. Cada una de estas plataformas de
atraque se distingua de las dems por las indicaciones rotuladas en las placas conmemorativas de sus
pilares metlicos. En ellas aparecan inscritos los nombres de las antiguas culturas que haban
arribado a aquellas costas o se haban asentado en sus alrededores. En la suya, en letras plateadas, se
lea Los Vikingos; as, padre e hijo rendan homenaje a aquel puado de guerreros escandinavos que se aventuraron por la ra de la antiguaOnuba. De su presencia, queda algn testimonio, como el
casco recuperado al dragar el fondo de su puerto, uno de los ms importantes de la Pennsula.
La pasarela que una ese pantaln a tierra haba partido en dos la vida de Alejandro. Pareca
que all, junto a su ltimo barco, bautizado como El Ganador y vendido aos atrs, hubiera vivido los mejores momentos de una existencia estrechamente vinculada al mar, un espacio para gente
curtida y valiente, como lo haba sido l mismo. Quedaba an algo de aquel Alejandro?
Las circunstancias lo haban alejado de su particular paraso. Hubo un da en que regres a
tierra y no volvi. Desde ese da, hubo de entendrselas con un medio ingrato y hostil: aceras y
asfalto, suciedad y violencia. Frente al ritmo y la cadencia de la vida a bordo, ruido y gritos:
excrecencias de lo peor que pueda engendrar un ser humano que est a punto de dejar de serlo.
Una mala vivencia potenci ese rechazo a la ciudad y su recelo pues se trataba precisamente de eso, recelo por la gente. Volva a casa desde el puerto cuando, al atravesar el Callejn del Agua, detrs del mercado de abastos, un desconocido le musit unas palabras que ni siquiera alcanz a
entender. No hizo falta: lo que vio en su cara le hizo salir corriendo. Desde aquel da, su confianza en
las personas cay en picado y para siempre. No, no era una de esas almas cndidas que se echan cada
da a la calle con la seguridad de que tropezarn con alguien bueno de verdad, digno de toda
confianza.
En tierra, Alejandro se acobardaba: se encontraba torpe y lento. De que no era slo una falsa
impresin daban cuenta propios y ajenos: todos pensaban que se haba vuelto un chico muy parado.
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3La llamada de ayuda.
Hola Ivn:
Qu tal por California?
La ltima vez que viniste por vacaciones pude comprobar que todo te iba sobre ruedas, como
siempre.
Cundo tienes pensado volver a Marzaga?
Yo te echo mucho de menos, y sabes que no es algo que me ocurra fcilmente. Sobre todo me
acuerdo de ti por las tardes, al calor del sol, en la tertulia a la hora del caf en el bar de Pedro Luis.
Te escribo por necesidad, pues necesito que me des tu opinin en una encrucijada de mi vida.
No s si ser capaz de resumirte lo que estoy viviendo y lo que siento. Nunca se me ha dado bien la
escritura!
Lo nico cierto es que no encuentro manera de encauzar una situacin que empieza a
hacerse insostenible: por una parte, en mi empresa la gestin diaria est convirtindose en una
pesada losa; por otra, la crisis en nuestro sector, como en tantos otros, no hace sino acrecentar los
problemas.
Parece que, inesperadamente, este pas haya cambiado. Todo el mundo acta de forma
inusual, con desconfianza extrema. Y lo peor es que, en sus caras, se nota un profundo desasosiego.
Las ventas se vienen abajo semana a semana, como si no hubiese ganas de comprar. Aunque
hemos sido prudentes y tenemos solvencia para resistir por mucho tiempo, noto intranquila a mi
gente; de hecho, yo mismo estoy intranquilo.
No hay maana en que los medios de comunicacin no nos sorprendan con la noticia del
cierre de tal o cual empresa. Es el pan nuestro de cada da. Y no puedo obviarlo a la hora de
planificar mi futuro inmediato.
Si te soy sincero, te dir que lo ms difcil de sobrellevar es la incertidumbre del da a da. Si
en el pasado tuve un olfato agudo y hasta me sent clarividente, hoy soy incapaz de adelantarme a
los acontecimientos. La situacin se ha vuelto tan compleja que simplemente no entiendo nada de
nada. Cmo voy a tomar decisiones razonadas a medio o largo plazo? Bastante tengo con
sobrellevar el da a da.
El estado de cosas que te describo slo admite un adjetivo: crtico. Me pregunto si debo
seguir adelante, si no ser mejor cerrar el negocio. Incluso he pensado volver a mi viejo trabajo
como ingeniero naval.
Acaso pienses que me excedo, aunque sabes que no soy nada exagerado. Adems, algo
habrs odo acerca del calvario que atraviesa la economa. Pero vivir todo esto en primera lnea es
muy diferente: me quita el sueo, me resta das de vida.
Agudo, leal y sincero como eres, tendr muy presente tu opinin al respecto. Veo en ti a la
nica persona que puede ayudarme a salir de este atolladero.
Entre otras cosas, necesito que me contagies tu optimismo vital.
Un fuerte abrazo.
Alejandro
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4 Preludio (1 parte)
All, en la Duna Grande, Alejandro recordaba una escena del pasado, cuando an era nio.
Era un viernes por la tarde. Una enorme gaviota se haba posado sobre un pilote* muy cerca
de un Dufour 28 de siete metros de eslora. Justo a la derecha, pegado al barco de su padre, Gonzalo
daba los ltimos retoques a las velas de un Puma 24. Inmvil y expectante, la gaviota vigilaba de
soslayo los movimientos de Alejandro, que jugaba encima del pantaln. El nio se afanaba en
desdoblar las diminutas velas de trapo de color sepia que l mismo haba confeccionado para su
velero de juguete.
Alejandro haba desarrollado una gran habilidad en el diseo de veleros. Esta tarea le gustaba
tanto que no le importaba el tiempo o el esfuerzo que pudiera dedicarle. Sobre todo, le gustaba
trabajar a su aire, sin plazos ni imposiciones;por eso, haba hecho odos sordos a los encargos de una
pareja prxima a su familia paterna. Aquella pasin nada tena de juego: todas las embarcaciones
estaban milimtricamente pensadas para una buena navegacin.
Todos en su entorno saban que Alejandro posea un don. Y fue justo entonces, hace ms de
veinte aos, cuando ese talento comenz a aflorar y dio sus primeros frutos. Le gustaba imaginar
cmo sera de mayor. Se vea fabricando veleros enormes, unas naves que tena dibujadas
mentalmente, y con todo lujo de detalles.
Cada tarde, a la salida del colegio, o los fines de semana, Alejandro acompaaba a su padre
al puerto deportivo. La venta de barcos, sobre todo la de unos veleros que tenan que entrarle por el
ojo al potencial comprador, implicaba la puesta a punto de cada una de las embarcaciones.De ese
modo, Alejandro poda entregarse a las distintas tareas que su padre le haba enseado: ninguna le
disgustaba, pero haba algunas que, sencillamente, le encantaban. Recordaba todas las explicaciones
y advertencias; es ms, las haba interiorizado hasta convertirlas en algo muy suyo. Su destreza
causaba asombro.
Lijaba la obra viva* y sacaba brillo a las diferentes partes de la cubierta con acabados de
metal. A veces, le tocaba pulir los araazos del casco, labor sta que precisaba de horas y horas y que
habra tirado para atrs a alguien que no sintiese verdadera pasin por los veleros. Cmo iba a
quejarse, si disfrutaba de lo lindo? Todo su anhelo era disponer de ratos libres para hacer lo que ms
le gustaba en esta vida: las embarcaciones a vela.
Y no queda ah la cosa. Como no se despegaba de su padre y fue testigo de todas sus
operaciones de compraventa de barcos, puede decirse que ech los dientes con ese oficio. Saba
cundo tena ante s un cliente de verdad o un mero curioso; y no fallaba a la hora de escoger los
asuntos y tonos de conversacin, siempre ajustados a la personalidad de la otra parte. Ahora bien, su
pericia como vendedor se limitaba voluntariamente a sus amados veleros: en lo dems, ni reparaba.
De su padre, Alejandro haba aprendido, antes de nada, a ser constante; sin embargo, las
circunstancias que atravesaba no eran las ms propicias para potenciar su perseverancia.
Pasados unos minutos, la gaviota posada sobre el pilote alz el vuelo con aspecto ms
resignado que entusiasta, pues su batir de alas era inequvocamente cansino. Dada la hora del da,
habra llegado hasta all exhausta tras una larga jornada de pesca mar adentro.
Los propietarios del Dufour 28, el velero vecino al nuestro, venan a pasar un par de das de
asueto, lejos de los ajetreos, las prisas y los ruidos de la ciudad. Frecuentemente, se les oa decir que
vivan para trabajar y que en Marzaga desconectaban y tenan el descanso que mereca su esfuerzo.
Un fin de semana como el que les esperaba sala ms barato que una de esas sesiones de terapia
familiar a las que iban de vez en cuando desde haca unos meses. ltimamente, trataban de distanciar
las fechas entre una sesin y otra. Incluso, haban cogido la costumbre de cancelar la cita el mismo
da en que los esperaba su psicloga. La razn era siempre la misma: falta de tiempo para atender sus
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ocupaciones principales. Tras el calvario de la semana laboral, acercarse a Marzaga supona la mejor
de las terapias; en cualquier caso, era un placer al que no estaban dispuestos a renunciar.
- Hola! Un fin de semana ms! dijo afablemente Gonzalo, con nimo de saludar a los cuatro miembros de la familia que bajaban por la pasarela hacia el pantaln, acercndose con
celeridad a su barco. La embarcacin estaba justo al lado del velero que el padre de Alejandro se
esmeraba, pacientemente, en tener a punto para entregrselo el martes siguiente a un cliente
britnico. Estaba previsto que fuese a primera hora de la maana en el puerto de Lagos, no muy lejos
de all, en la costa del Algarve portugus. No poda fallar de ninguna de las maneras. Los clientes
ingleses eran muy exigentes; a veces, hasta tiquismiquis.
Gonzalo conoca muy bien a la familia que bajaba por la pasarela. Precisamente, haba sido l
quien les haba vendido esa misma embarcacin el ao pasado. Entonces, haban acordado que l se
ocupara de las revisiones anuales obligatorias.
-Ya estamos por aqu otra vez, Capitn! grit la madre de los nios. Se desgaitaba, infatigablemente, chillando a sus vstagos para que tuviesen cuidado de no tropezar con los
escalones de madera de acceso al pantaln. Mientras tanto, caminaba torpemente, sudando la gota
gorda a la vez que cargaba la mayora de las bolsas en que llevaban la comida y todo lo necesario
para cocinarla. Para colmo, del hombro colgaba una talega de esparto en la que llevaba una enorme
sanda. El color de la cara de la seora tiraba al del cangrejo de ro americano dos minutos despus
de echarlo a la sartn.
-Y t qu te cuentas, muchachito? pregunt a voces el padre de familia al pequeo Alejandro, al tiempo que le frotaba el pelo con ms fuerza de la que cualquier nio habra podido
aguantar.
-Ay! Ay! exclam Alejandro. El meneo lo haba desplazado de tal modo que, como pudo, ech mano a la amarra de proa del barco contiguo para no caer al agua.
-Cuidado! dijo el hombre al darse cuenta del inoportuno zamarreo que haba propinado al nio, a quien slo interesaba probar una nueva maqueta a la que acababa de planchar unas arrugas en
la vela mayor y ajustar su minscula quilla. Esperaba que su barquito, de poco ms decuarenta
centmetros, se mantuviera en pie tras el solemne acto de botarlo. Lo mismo hacan los mayores con
los barcos de verdad.
De manera sbita, Alejandro volvi en si al recordar aquella experiencia de cuando era nio.
Dedic un parntesis de unos minutos para reflexionar sobre aquella escena. Comprendi, tras
revivir aquel inesperado meneo, que se le volva a presentar de manera recurrente la misma
situacin en su quehacer cotidiano. Se dio cuenta que se senta zarandeado una vez ms. Aunque, en
esta ocasin, el personaje era alguien cuyo rostro no adivinaba a descubrir; y, adems, acompaado
por unas circunstancias las cuales no atinaba a comprender. Poco quedaba de aquella capacidad que
desarroll Alejandro aquel da en el puerto para volver a encontrar un cabo al que asirse.
Marzaga era, y contina siendo, un lugar tranquilo para vivir, incluso en verano. Cuenta
mucho su privilegiada situacin, flanqueada por el Ocano Atlntico y rodeada por miles de
hectreas de bosque, con un ecosistema formado por infinidad de dunas. La proteccin de que goza
este espacio ha evitado las construcciones masivas y ha alejado el turismo estival masivo que se
hacina en playas repletas de construcciones deshumanizadas y desproporciones asimtricas.
Al acercarse a Marzaga, el viajero experimenta una sensacin singular, sobre todo de noche,
gracias a los destellos de luz del viejo faro. En realidad, haba dos faros en Marzaga: uno en tierra y
otro, moderno, en la punta del gran espign*. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que alguien
insensible, desde alguna administracin hostil, decidi apagar para siempre la lmpara de uno de
ellos: la del faro de tierra que haba alumbrado el nacimiento de este peculiar edn. Al parecer, su luz
molestaba a algunos veraneantes de paso: gentes que haban alquilado un apartamento por un mes o
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por una simple quincena. El problema es que, para que les llegase la brisa nocturna, haba que dejar
bien alzadas las persianas del dormitorio. Y ah estaba el faro, con sus molestos haces de luz.
De haberlo conseguido, el apagn habra representado la desaparicin de la primera de todas
las seas de identidad del lugar, la razn que haba dado sentido a este enclave. Pero muchas voces
se alzaron contra tan insensata medida. Sobre todo, llam la atencin el artculo que escribi
Alejandro en elque contaba que l tambin dorma con las ventanas abiertas y las persianas subidas,
pero no slo en verano sino durante todo el ao. Ahora bien, lo que para otros era molestia a l le
aportaba felicidad y gratsimos recuerdos. Testimonios como ste sirvieron para que razn de la
mayora prevaleciese por una vez. El faro sigui alumbrando la existencia de todos en el pueblo.
No era de extraar que la mayora de los que visitaban este lugar provinieran de poblaciones
cercanas. Algunos haban decidido establecerse y morar aqu para siempre. Otros, sin embargo,
haban decidido construir su segunda casa en este territorio, pese a que tan solo hacan uso de ellas,
mayormente, durante los meses de julio y agosto, adems de algn que otro fin de semana salteado
durante los perodos vacacionales.
Todas estas cosas le conferan un carcter nico. Un espacio natural infrecuente, en el cual
quedaba reservado para el lugareo y el visitante un ansiado lugar para la paz y para el disfrute del
regalo que implicaba el contacto con todo lo que enfundaba la naturaleza, ya menguada de por si en
otros muchos lugares, inexorablemente; adems de atesorar en muchos de sus rincones una de las
pocas oportunidades para la introspeccin, tan necesarias para el ser humano.
Alejandro y su padre se haban quedado solos, finalmente. La familia, que haba venido a
pasar el fin de semana, subi a cubierta todos los avos. Decidieron soltar amarras sin esperar el
tiempo necesario para calentar el motor de la embarcacin, imprimindole a ste la prisa que traan
consigo tras su peregrinacin desde la ciudad. Su barco se perdi con una fugacidad inusitada, en un
abrir y cerrar de ojos, entre los cientos de mstiles de los dems veleros apostados en fila junto a los
atraques adyacentes. Con toda probabilidad, ni siquiera haban respetado las normas para proceder a
la salida por la bocana del puerto.
Una vez ms, Alejandro se haba quedado sin la oportunidad de jugar con los dos hijos de la
apresurada familia metropolitana. En especial con Daniela, la mayor, que tena aproximadamente un
ao menos que l y senta verdadera pasin por sus maquetas.
En una ocasin, Daniela tuvo la oportunidad de visitar la casa de Alejandro. Fue el da en que
su padre decidi cerrar trato con Gonzalo y comprarle un velero. Mientras los mayores estaban en
sus cosas, Daniela vio la habitacin de Alejandro, forrada literalmente con fotos recortadas de las
revistas de navegacin a las que se haba suscrito su padre. Las cuatro paredes y las puertas del
armario se ocultaban tras decenas de ellas, pegadas unas con otras. No quedaba espacio para ver el
color de la pintura de la pared. Incluso haba algunas en las patas de la cama. Lo que ms le llam la
atencin fue la vela que estaba sujeta a una pequea hlice de madera que coronaba una estantera.
Alejandro le explic que le serva de ventilador cuando el viento del sur penetraba por la ventana y
empujaba la diminuta tela que haca girar las palas. El mundo que mostraba Alejandro maravill a
Daniela.
Dos semanas ms tarde, justo el da en el que el padre de Daniela llev a toda la familia al
barco por primera vez, ella dio un dibujo a Alejandro. En l, Daniela reflejaba su experiencia al
visitar aquella habitacin revestida de los sueos de otro nio. Incluso se lo haba firmado con
nombre y fecha. Alejandro an conservaba ese dibujo en el segundo cajn del armario, donde
guardaba todo lo que le importaba y quera conservar a toda costa. Custodiar tales objetos en aquel
cajn era una manera de estimular su memoria para revivir sus momentos ms gozosos.
Tres aos despus, Daniela y su familia dejaron Marzaga. Nunca ms se supo de ellos.
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Alejandro volvi a colocar las velas en su sitio. La argolla que ejerca de sujecin del foque*
al mstil se haba desprendido levemente de su lugar. No obstante, le fue fcil ajustarla y tratar, por
fin, de proceder a la deseada botadura del pequeo velero de madera, que tena planeada desde haca
ms de un mes.
-Ah va! grit Alejandro para que su padre lo escuchara, en tanto que dejaba caer la maqueta en el agua.
-La has sujetado bien? le pregunt Gonzalo mientras observaba la escena desde la popa. -S. Se le escap un ligero resoplido. -Pon atencin.
-Cmo?
-Que pongas atencin! Se te va a hundir en cuanto reciba viento de travs*! Gonzalo saba
mucho de barcos, aunque no haba fabricado ms que uno en su vida: el que haba regalado a
Alejandro al cumplir cinco aos.
-Navega perfectamente. Estoy seguro de que no va a ocurrir nada. Mira cmo flota.
-Te digo que el viento la va a tumbar. Vamos, recgela!
-Y yo te digo que no! contest Alejandro un tanto enrabietado. -De acuerdo. Vamos a ver quin tiene razn contest Gonzalo en un tono de voz muy bajo,
esperando con paciencia lo que, sin ms remedio, tena que pasar y pas. Inevitablemente, la
embarcacin dio una vuelta de campana y qued con la quilla apuntando al cielo.
Alejandro se qued mudo.
-Te has dado cuenta. Te avis de lo que iba a pasar. Te lo dije o no?
-No entiendo cmo ha podido ocurrir. La otra maqueta naveg a la primera.
-Habas cazado demasiado la escota de mayor*. Ya te lo haba dicho. El casco es demasiado
chico para esas las velas. Espero que aprendas la leccin.
Gonzalo insisti an ms. No se daba cuenta de la percepcin que Alejandro tena del mundo.
-No recuerdas que te lo advirtieron aquel da que visitamos la exhibicin de maquetas?
-Cmo?
-No quieres acordarte? S, aquel chico de Mlaga con pecas y una camiseta del Madrid.
Recuerdas? l tambin te aconsej que le hicieses algunas modificaciones antes de ponerla a
navegar.
-Y a m eso que me importa! dijo Alejandro bastante enojado, mientras notaba cmo una sensacin de bochorno le recorra el vientre y se ruborizaba.
Gonzalo continu machacando a Alejandro sin darse cuenta, ni por asomo, del dao que haca
al nio y de la reaccin que acabara provocando:
-Qu hubiera pasado si hubieses competido aquel da?
Alejandro baj la cabeza aceptando de mala gana las palabras de su padre. No tuvo nimo
para responder al bombardeo paterno.
Tras aquel incidente, Alejandro abandon sus maquetas. El concepto que Alejandro tena de
s mismo haba iniciado un proceso de cada en picado. La visin que haba comenzado a desarrollar
sobre su persona haba entrado en una peligrosa espiral que l mismo iba auto alimentando da a da
sin aparente posibilidad de retorno. Sin ni siquiera haberlo deseado, haba heredado el espritu, casi
siempre destructivo, de competir contra los dems y tambin consigo mismo. Y muchas veces hasta
la extenuacin.
Ms adelante, Alejandro se tomara la competicin como si le fuese la vida en ello. No paraba
de compararse con los otros compaeros del club de regatas. En los entrenamientos se esforzaba al
mximo.Buscaba con esto resarcir su auto concepto?
Lleg a ser muy conocido a nivel nacional por las decenas de campeonatos de navegacin a
vela en que consigui clasificarse e incluso vencer. Entre los once y los veintisis aos, no falt a
ninguna de las regatas de mayor importancia, dos de ellas internacionales. Sus rivales le pusieron el
mote de El Gladiador. A pesar del reconocimiento que iba recibiendo con cada uno de sus logros,
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le asaltaban las dudas, razonables, de si aquel era el camino que le aportara la verdadera felicidad.
Mereca la pena tanto sufrimiento para conseguir tan solo unos minutos de gloria?
En sus maniobras, arriesgaba hasta el lmite. A menudo le recordaban aquella vez que casi
hizo naufragar el velero que gobernaba para socorrer a un regatista italiano, a quien a punto estuvo
de destrozar la cabeza con la botavara* de la embarcacin. sta se haba soltado e iba a toda
velocidad a estribor*, por lo que el italiano se tir al agua para esquivar el golpe. Haca una dcada
de aquello, aunque qued en la memoria de no pocos, ya que Alejandro arriesg su vida. La mar
bulla en participantes y haba un viento en contra de fuerza cinco a seis*, factores ambos que
complicaron el rescate. En corto espacio de tiempo, pudo dominar las velas y, con la ayuda de su
tripulacin, rescatar al regatista, para luego retomar el timn y continuar navegando. Consigui,
incluso, acabar en tercera posicin, un xito que a l le supo a poco.
Un da, no hace mucho, decidi dejar las regatas de manera repentina.
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5 El gua
Once das despus de escribir a Ivn, llegaba la respuesta: una carta certificada, que
Alejandro se dio a leer de inmediato.
Qu grata sorpresa, Alejandro!
Me ha alegrado mucho volver a saber de ti tras mi ltima visita. Hace ya tanto!
Aunque recib tu carta hace un par de das, slo ahora encuentro un rato libre para
escribirte. Viajo en tren hacia Berkeley, donde asistir a un Congreso sobre Liderazgo. Entre otras,
all se van a dar cita las mximas autoridades del Coaching, una especialidad que cuenta con varias
dcadas de experiencia en los Estados Unidos y que ltimamente se deja sentir en la empresa
espaola. De seguro sabes que una de sus finalidades no es otra que potenciar el rendimiento
profesional desde la satisfaccin personal y que ha dado un magnfico resultado en el mundo dela
empresa. Hay quien afirma que el Coaching en realidad es un arte.
No puedo ofrecerte ayuda tal y como la entendemos habitualmente. No soy consultor, ni
asesor; de hecho, ni siquiera me atrevo a dar consejos, menos an si cabe en circunstancias como
las que atravesis. Adems, te confieso que el mundo de la compra-venta de embarcaciones me es
bastante desconocido.
Cuentas, eso s, con mi apoyo incondicional. Y puedo servirte de gua. Ahora bien, si deseas
que te ayude como s y puedo hacerlo, te exigir una manera de compromiso que pronto te explicar
con ms detalle.
Por ahora, me basta con que te plantees este par de preguntas y reflexiones sobre ellas:
En qu medida te apasiona comprar y vender veleros? Disfrutas mientras trabajas en ese
negocio? Y si se no fuera el caso, qu es lo que te gustara hacer en realidad?
Ahora te hablar de m y de mi inminente regreso (definitivo, se entiende) a Espaa.
Considero terminada la etapa de aprendizaje en los Estados Unidos. Aunque California es un lugar
magnifico para vivir, echo de menos mi casa y mi gente. No sabes cunto aoro el olor del
Atlntico! Por fortuna, el Pacfico, que est a cinco minutos a pie de donde vivo, tiene tambin sus
encantos, a pesar de las glidas aguas de la Alta California. Llevo en este tranquilo y bello lugar
cerca de cuatro meses, tras decidir que me convena vivir en un punto intermedio entre la empresa
en que proyecto nuevos diseos de motores y la universidad. Esta ltima me resulta especialmente
reconfortante, pues me permite incubar y transmitir muchas de las ideas que me bullen en la cabeza.
Me despido de ti con una cita de Mahatma Gandhi como anticipo. Acaso te ayude a tomar
ya alguna decisin importante: No escuches a los amigos cuando el amigo interior dice: Haz esto!.
Un fuerte abrazo.
Ivn
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6 Sesin I. Defensas del ego.
Alejandro era popular entre los pescadores. Desde nio, y al menos dos das a la semana,
acostumbraba a ir con su padre a la lonja a comprar pescado fresco.
Le encantaba levantarse de madrugada para ver la entrada de los barcos pesqueros en el
muelle de abrigo. Incluso imaginaba carreras entre ellos por ver cul llegara primero a puerto. El
mejor sitio para disfrutar del espectculo era el costado sur, cerca de la rompiente. Segn se
aproximaban, se entretena escuchando el ruido que hacan los motores y tratando de acertar el
nombre de cada embarcacin. Se vala, adems, de su aguda memoria para retener cualquier detalle,
como la disposicin de las luces en el puente del barco. Aquellos haban sido tiempos en los que
soar no le costaba nada. Ahora senta un gran vaco en su interior: un agujero negro que se haba
tragado todo atisbo de esperanza. No era capaz de imaginar un futuro mejor. Ni siquiera el presente
pareca tener sentido. Saba que atravesaba una crisis profunda en todas y cada una de las vertientes
de su vida. Fuera y dentro. All fuera, tambin.
Luego bajaba al tumulto de la subasta de pescado, en el edificio central. A continuacin,
como si de una ceremonia se tratase, iba con su padre a la cafetera del puerto, donde procuraba
seguir las conversaciones de los pescadores de la localidad. A veces se encontraban con amigos y
hasta con algn cliente de su padre. En aquellos aos, Alejandro no slo viva sino que se senta
intensamente vivo. En el presente, echaba de menos algo que nunca le falt ni a l ni a la mayora de
las personas con que haba tenido trato.
Le fascinaba el gritero de las decenas de vendedores y compradores pujando por las cajas de
marisco, que se repartan por el suelo. Muy reveladoramente, en los ltimos cuatro aos apenas si se
haba dejado ver por all.
Ivn haba vuelto. A los pocos das de su llegada, le anim a visitar juntos el Saln Nutico
de Barcelona para ver las novedades en veleros. Alejandro acept. Salieron muy pronto, pues queran
evitar los atascos de las siete de la maana en la carretera de circunvalacin hacia el aeropuerto. As
se hizo. Circularon por la avenida principal a baja velocidad y con los ojos bien abiertos a causa de la
niebla. El interminable paseo martimo dibujaba una suave curva continua que, en esas
circunstancias, se adivinaba por las lneas blancas del trazado. Aunque la niebla les negaba una vista
gratsima, no les haca falta: la tenan memorizada en cada uno de sus detalles.
Justo en la subida, antes de tomar la rotonda que llevaba hasta la carretera nacional, les
esperaba una sorpresa que en realidad no lo era, aunque la vivan como tal: los destellos del gran
Faro del Atlntico que, potentes ellos, rasgaban el manto de niebla. Ivn sinti que algn resorte (el
de la memoria, muy probablemente) se activaba en Alejandro. En ese momento, Ivn cambi
bruscamente de sentido. Aunque perplejo, Alejandro no abri la boca: slo se dej llevar.
Tras unos segundos, la niebla levant por completo. Estaban en los aparcamientos del puerto.
Alejandro senta todo como una especie de visin onrica o, a lo sumo, de duermevela.
Estaba despierto o an dorma? Slo entonces pregunt:
-Por qu me has trado aqu?
Ivn, para sorpresa de Alejandro, sonrea. Por unos segundos, que a Alejandro se le hicieron
largusimos, estuvo callado; pronto, no obstante, dijo con cierta sorna:
-T eres quien me ha trado.
Alejandro, sin salir de su asombro, se dirigi a su amigo con voz entrecortada:
-De qu va todo esto, Ivn?
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Ivn le contest con toda tranquilidad, con la autoridad de quien est seguro de conocer la
respuesta. Entrelaz los dedos de sus manos y, a modo de ojiva, las puso entre el volante y su
estmago. Dijo:
-Cmo me pides que te explique nada cuando has sido t quien me ha dado cuenta de todo y
me ha guiado hasta aqu?
-Qu me ests diciendo? slo eso contest Alejandro, confuso y con tono de enfado. - Te has expresado con toda claridad replic Ivn con total conviccin. -Ah, s?
-De hecho, me lo has venido diciendo desde que salimos del puente del alto mirador.
-Cmo? Alejandro no sala de su asombro. Sobre todo, la serenidad y propiedad con que le hablaba su amigo lo tenan absolutamente perplejo.
-S, Alejandro. Ahora no pienso en la carta que me escribiste, sino en el preciso momento en
que te has evadido y me has dejado solo en el coche. Todo ha ocurrido poco antes de tomar el
callejn de bajada a la baha. Con la vista puesta en el puerto pesquero, has entrado en una dimensin
distinta de la que ambos estbamos compartiendo. Es as? Acaso me lo invento?
-No.
-Dnde estabas entonces? le dijo sin rodeos. -Y no podas haberlo dejado para otro da? replic Alejandro. -Para cundo? contest Ivn, con un tono ms de enfado que de asombro. - Precisamente hoy, Ivn! Precisamente hoy que vamos de viaje!
Ivn respir suavemente y, como quien dispone de todo el tiempo del mundo, le pregunt en
tono amable y meloso:
-Por qu no? Qu es exactamente lo que te lo impide?
Alejandro, al instante, se dio cuenta de que no le quedaba sino rendirse. Antes, con todo, hizo
un ltimo intento por escapar del acoso:
-Vamos a llegar tarde, Ivn. Djalo para otro momento. Te lo ruego.
-A ver, dime! Para cundo?
- Tenemos todo el tiempo del mundo. Y mir para otro lado. De nuevo, Ivn volva a la carga. Frunciendo levemente el prpado, arremeti de nuevo con
el propsito de traspasar la coraza de Alejandro:
-T crees que lo tienes?
Alejandro titube. Ms que hablar, farfullaba procurndose una salida que no acertaba a
encontrar. Ajeno al propsito de Ivn, que no era otro que ayudarlo, continu con sus evasivas:
-No nos va a dar tiempo a ver nada. No merece la pena que entremos. Adems, te
imaginas?... No quiero ni pensar en la vuelta, atufando a pescado!
En un cambio de estrategia, Ivn cort de raz y fue directo al asunto:
-Cundo fue la ltima vez que viniste aqu?
Inmediatamente Alejandro, desanimado, baj su barbilla, y con ella toda su cabeza. Ivn not
cmo se desinflaba. Alejandro sinti un hormigueo helado por sus piernas. Not como si perdiera el
control sobre sus msculos. Dijo:
-Eso es parte del pasado. Siempre es lo mismo. No voy a vivir nada nuevo que no haya visto
y vivido con anterioridad.
Ivn, sin cejar en el empeo, contest:
-Seguro que es siempre lo mismo?
Alejandro notaba que no poda ms. Acorralado, buscaba escapar de aquella situacin. Por
ello, brusco a ms no poder, le espet:
-Adnde quieres llegar? Piensas que tengo ganas de filosofar a estas horas!
Ivn vea prximo el final de la contienda y decidi lanzarle un ltimo dardo, impregnado
esta vez en cafena para despertarlo sin hacerle dao:
-Filosofar! A qu hora entonces?
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Extenuado, Alejandro cedi:
-Vas a acabar con mi paciencia. Para el coche y bajmonos ya!
Se encaminaron hacia el edificio principal. Alejandro, deliberadamente, andaba un par de
palmos detrs de Ivn. Iba muy despacio, como si no quisiese acceder al recinto y precisase de
tiempo para rehacerse del vapuleo al que lo haba sometido su amigo. Entonces, ante la
incertidumbre de lo que le esperaba, opt por amoldar la realidad a su antojo. Primero, haba que
escoger un lugar en el que sentirse cmodo:
-Por cierto, Ivn, quiero dejar muy claro que entramos y salimos rpidamente.
-Rpidamente?
-S. No quiero or las mismas quejas de siempre.
Ivn escuchaba con paciencia y asenta a todo lo que Alejandro le deca con no poco
sufrimiento.
-Que la flota pesquera se reduce ao tras ao! Que cada temporada hay menos pesca! Y
dale y dale con lo mismo!
A un par de metros de la entrada, sin vacilar y seguro de s mismo, Ivn se detuvo.
Lentamente, gir la cabeza hacia su amigo y clavando su mirada en sus ojos huidizos, le pregunt:
-No te gusta escuchar a la gente?
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7Sesin I. Negacin de la realidad.
Estaban en la puerta norte. Aquella madrugada, la lonja estaba especialmente animada. Ms
que nunca poda decirse que aquello era un hormiguero. Una marea humana entraba y sala en una
cadencia nica. Como cada da de mercado, haba decenas de compradores de los pueblos
colindantes con furgones frigorficos para tener en casa pescado de calidad y en abundancia.
Alejandro haba vivido esta escena un sinfn de veces. Not, eso s, algo distinto. Pronto cay en la
cuenta de que la nave anexa a la lonja principal estaba cerrada: as se explicaban aquel tumulto y
aquella agitacin.
Los corredores de la lonja estaban atestados de cajas de madera, que dejaban un pasillo
angosto para tantsima gente como all haba. En su interior, haba corvinas, doradas, rodaballos,
lubinas y entintados cajones de chocos; en otras, se vean decenas de peces multicolores y
variopintos que se capturaban en la costa. La atraccin del da era la anchova de ms de cuarenta
kilos, colgada de un gran garfio de acero que penda de un travesao, justo al lado de la bscula
principal. A Alejandro casi le pas inadvertida; de hecho, slo se percat de su presencia al recibir
los empujones de cuantos pugnaban por ver aquel gigantesco ejemplar. Alejandro permaneca, otra
vez, ensimismado en sus pensamientos, a pesar de la algaraba que all se haba formado.
Los dos amigos atravesaban los pasillos tratando de esquivar el trasiego de carros de pescado
con hielo y la maraa de personas. Mientras unos pujaban por los mejores ejemplares, otros se
conformaban con mirar. Alejandro, con la cabeza agachada y sin parar de hacer muecas (seal
inequvoca de un estado de agitacin e impaciencia), segua a Ivn. En cinco minutos, llegaron al
fondo de la lonja.
All mismo, al aproximarse a la salida sur, denominada La Puerta de la Verdad, pasaron delante del puesto de Manuel, el ms veterano de todos los pescadores. De hecho, el Patrn Ventura
pues as le llamaban en recuerdo de su padre ya estaba jubilado. Durante generaciones, su familia se haba dedicado a la mar. Contaban de l que haba naufragado dos veces y dos veces tambin
haba vuelto a bautizar el nuevo barco con el mismo nombre: El Soador. Ya iba por el tercero!
Ivn levant su mano para saludarle, pero Alejandro solo acert a mirar de reojo. No hizo
falta cruzar ninguna palabra entre ambos: bast un ritual de miradas profundas y una actitud de
aceptacin del saludo por parte del patrn.
Fue entonces, hace unos meses, cuando el ms viejo de los pescadores se apresur a
recordarle a Alejandro que levantarse con la luz del da poda convertirse en un hbito peligroso para
un Gladiador. Alejandro interrumpi su marcha, cruz sus brazos y retrocedi levemente desde su posicin.
Su semblante palideci y sus ojos, con gesto de sorpresa, se agrandaron y apagaron en un santiamn.
Perplejo, no acababa de encajar la advertencia del Patrn Ventura.
Sin saber cmo reaccionar, ech mano a una caja de langostas, que movan y entrelazaban sus
pinzas. Fijo su vista en la mayor de todas y la cogi. Con esta accin y su posterior comentario,
Alejandro procuraba rehacerse del golpe que le acababan de propinar:
- Un buen ejemplar este de aqu. Parece que hoy se ha dado bien la pesca, no?
A lo que el Patrn Ventura respondi con un suave gesto de aprobacin, que propiciaba el
acercamiento entre los dos.
Alejandro, an desasosegado, continu:
-He odo que quieren extender la parada biolgica durante seis semanas ms este ao. Y
segn parece, seguirn con esta poltica hasta que el caladero se haya recuperado. No es as?
Ventura, con la sobriedad que proporciona la experiencia de la edad, contest a Alejandro de
manera lacnica:
-As es.
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Alejandro, descontento por haber inducido una situacin en la que era el blanco de todas las
miradas, intentaba dar fluidez a un dilogo en el que, sin haberlo planeado, llevaba la voz cantante:
-Desde que tengo uso de razn, no recuerdo un ao en el que la flota no se haya visto
afectada. Ahora, esta dificultad; luego, otra, y otra. No hay ms que problemas!
Si esta escena hubiese sucedido en el mar, se habra dicho que el Patrn Ventura haba dado
una trasluchada*, ya que cambi totalmente la direccin de la conversacin. De alguna manera,
trataba de encarrilar el errtico y descontrolado discurso de Alejandro:
-Es curioso cmo has cambiado desde la ltima vez que pasaste por aqu.
El rotundo viraje del viejo lobo de mar puso a Alejandro en alerta. ste guard sus manos en
los bolsillos y se encogi de hombros, gestos ambos en los que apoy su pregunta:
-Por qu lo dices? Por mi barba?
El viejo le lanz otra andanada. Con rumbo fijo y firme, tras ajustar el vaivn provocado por
la defensa de Alejandro, supo llegarle a lo ms sensible:
-Desde cundo no sales a navegar?
Alejandro solt aire para aliviar la tensin acumulada y le contest:
-Ahora estoy muy ocupado con dar salida al largo nmero de barcos que tenemos en
depsito. Necesito un tiempo libre del que ahora no dispongo. La competencia hunde los precios con
tal de vender barcos almacenados durante meses y meses. Con este panorama, aunque vendo mucho
menos que antes, me veo en la obligacin de trabajar prcticamente el da entero.
El Patrn Ventura asinti gentilmente con la cabeza, como si captase las diversas razones que
aquella respuesta conllevaba.
Incmodo an por la situacin, Alejandro mir a Ivn y, juntando las manos como quien reza,
le dijo:
-Bueno, ya es hora de irnos para el aeropuerto, verdad?
-Ahora s corrobor Ivn. Al instante, not una expresin de alivio en Alejandro.
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8 - Interludio
Ivn y Alejandro eran amigos desde la infancia. Su comn amor por los deportes nuticos
haba alimentado una relacin de autntico cario. Incluso haban llegado a competir en el
campeonato nacional de vela, con lo que ello supone de tiempo compartido y de colaboracin y
compaerismo permanentes. El trato diario en un medio idneo como pocos para educar el espritu
que aliment aficiones comunes e hizo que no slo ellos, sino cuantos los conocan, viesen en la suya
un paradigma de la amistad o, si se prefiere, una amistad ideal.
Siete aos atrs, haban tenido que incorporarse a sus respectivas empresas familiares. Desde
entonces, apenas si haban tenido tiempo para hacer lo que ms les gustaba: navegar juntos. Cinco
aos exactamente haban transcurrido desde el da en que Ivn le comunic que acababa de aceptar
una oferta de trabajo con una empresa de ingeniera de motores nuticos estadounidense. Tena que
ir a California! Trabajar en California le haca especial ilusin: all esperaba aprender lo indecible y
reforzar la formacin adquirida trabajando en la empresa familiar.
Sus vidas, inicialmente parecidas, se hicieron diferentes por su distinta proyeccin
profesional. Ivn acababa de cerrar su etapa americana para volver a Marzaga. Deseaba permanecer
por mucho tiempo en el lugar que le vio nacer.
A Ivn siempre le haba entusiasmado el trato con la gente. Slo su pasin por los motores
era comparable a la que despertaba en l una charla interesante. Lgicamente, los motores que ms le
atraan eran los diseados para la navegacin. A su entender, haba mucho en comn entre el ser
humano y un motor, como haba concluido ya cuando, de nio, visitaba el taller familiar
especializado en reparar embarcaciones. Cuntos buenos ratos haba pasado all con Alejandro!
Cuando se le preguntaba de dnde le vena su amor por los barcos, Ivn recurra a la misma
ancdota. Aquello ocurri en la marina seca*, lugar donde las lanchas a motor eran reparadas, lijadas
o, simplemente, pintadas. All tambin se exponan las que estaban a la venta en el mercado de
ocasin. En verano iba cada maana al taller y, desde all, se colaba en la zona de acceso restringido.
Slo cuando se botaba un nuevo barco, se permita entrar por la puerta principal.
A travs de la atenta y meticulosa observacin de aquellos inventos, comprob que seis de las
muchas embarcaciones que all haba tenan el mismo modelo de motor. Hasta lleg a fijarse en los
nmeros de fabricacin grabados en sus placas de identificacin, algunas de ellas algo oxidadas por
el paso del tiempo. Los nmeros de los motores eran casi correlativos, lo que mostraba que haban
sido construidos en fechas muy prximas. Incluso los indicadores del motor marcaban un tiempo de
uso muy parecido. Lo curioso, no obstante, era que, a pesar de todo, su estado de conservacin, su
rendimiento y potencia real diferan sobremanera.
Los dos barcos de la primera fila, que iban a ser reparados en primer lugar, presentaban
problemas muy distintos. El primero prcticamente estaba gripado y tena difcil, aunque no
imposible, solucin. El segundo padeca un problema de carburacin. Aunque los otros cuatro
funcionaban, necesitaban ciertos ajustes. Uno solo esperaba una revisin rutinaria. Aparentemente, la
sonoridad de los seis motores era la misma una vez reparados; sin embargo, cuando, tras los ajustes
necesarios, Ivn proceda a arrancarlos, perciba un sonido diferente en cada caso. El motor del barco
de la segunda fila, de carcasa resplandeciente, susurraba un silbido placentero al odo. Las aspas de
la hlice, que giraban en el agua de un recipiente para probar su funcionamiento a mar abierto,
sonaban como una guitarra afinada a diapasn. El siguiente era un puro alboroto cuando arrancaba;
luego, ruga de modo intermitente para acabar apacigundose lenta e inexorablemente. Al final, todo
quedaba en una descorazonadora cadencia, en la que sobresala una especie de runrn cansino. Haba
que irse a la cuarta fila para averiguar cmo marchaba el quinto, acaso el peor de todos, pues sus
terribles chirridos slo se aguantaban con unos auriculares de proteccin. Por ltimo, quedaba el
rumor hosco y la alternancia de los chasquidos y golpeteos del sexto aparato. Para Ivn, los motores
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de las lanchas reflejaban la personalidad de sus propietarios. Estos, los dueos de las embarcaciones,
eran igualmente susceptibles de ser reparados.
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9 Sesin II. El choque emocional.
Cuando Alejandro se gradu como Ingeniero Naval en la Escuela Naval de Cdiz, se le
abrieron muchas puertas para desarrollar una actividad profesional relacionada con el mundo del
mar. Su necesidad de contacto con el mar, sus conocimientos sobre cmo navegar, adquiridos tan
pronto que parecan innatos; su universo de relaciones, con amigos y conocidos que compartan su
misma pasin; sus infinitos contactos: en la Capitana General, en la marina mercante, en los
astilleros; y, por supuesto, su experiencia en el mundillo de la compra-venta de veleros, en tantos y
tan variados lugares, a lo largo de la costa atlntica y mediterrnea. Era inevitable que trabajara en
algo distinto y con parecido entusiasmo. Adems, era lo que su padre, Gonzalo, siempre habra
querido para l. Por desgracia, la venta de barcos de segunda mano restaba mucho tiempo a lo que
ms le gustaba. Pero era sa la verdadera causa de que an no hubiese dado el paso necesario? Qu
le haca dudar? Esas y otras preguntas parecidas se haca Alejandro por culpa de Ivn o, si se
prefiere, gracias a Ivn.
Esta temporada, el Saln Nutico de Barcelona, con cincuenta aos de tradicin, se limitaba a
los mismos pabellones de otros aos. En esta ocasin, apenas hubo que guardar cola para retirar los
pases, aunque la mayor concentracin de visitantes durante la inauguracin daba una impresin de
xito que nada tena de verdadera. Slo participaban los grandes fabricantes. Se notaba, nada ms
acceder al recinto, que el nmero de barcos expuestos haba cado en picado respecto del ao
anterior. Haba, eso s, muchsimos ms catlogos e imgenes en tres dimensiones, adems de
hologramas que trataban de dar un tinte de realidad a lo que se exhiba en soporte imaginario: podas
verlos, pero no podas tocarlos. La escasez de recursos econmicos haba hecho mella esta
temporada.
Lo que s haba crecido era la oferta en tecnologa digital aplicada a la navegacin. Casi se
poda decir que las embarcaciones nunca ms precisaran de patrn para surcar las aguas procelosas
de mares y ocanos. La pericia del lobo de mar y la experiencia acumulada en el arte de la
navegacin (en otros tiempos conocida como arte de marear) poco o nada contaban; de hecho,
pasaban a un segundo plano o, si se prefiere, a los mrgenes, desplazadas ambas por estos
modernsimos medios. En el lugar que hasta ah le corresponda al hecho azaroso de soltar amarras,
el auxilio de la nueva tecnologa aportara seguridad y predictibilidad absolutas. Qu aburrimiento! A este acuerdo llegaron los dos amigos, al tiempo que recordaban las grandes aventuras martimas del pasado. Era un reflejo ms del miedo a lo impredecible en un mundo que ni
siquiera est preparado para saborear la autntica aventura, que nada tiene que ver con las que
ofrecen las agencias de viajes o las que proponen las revistas especializadas para clientes de Coronel
Tapioca y cooperantes despistados.
La expresin de Alejandro cambi nada ms pisar la primera alfombra azul aterciopelada. En
sus ojos asomaban las lgrimas. Tan absorto iba que ni siquiera oy el saludo de un tipo con traje y
corbata azul. Era un comercial con el que su padre haba tenido cierto trato. Fue slo un par de das
ms tarde cuando record que haba colaborado con su padre en la venta de una embarcacin a un
cliente portugus que resida en las Azores. En la operacin, al comercial le haba correspondido el
chalaneo; a su padre, la singladura desde Southampton hasta la Isla Terceira.
El hombre del traje azul los detuvo de manera algo brusca en medio del corredor central.
Apuntaba con el dedo hacia el stand de la casa Bavaria. Se esforzaba en indicar que se dirigiesen
hacia el segundo corredor a la derecha del pasillo central. Ivn lo observaba un tanto confuso.
Alejandro, por su parte, no quitaba la vista de un cter italiano.
El vendedor rebosaba simpata, pero careca de empata; sin reparar en que Alejandro slo
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atenda al velero, lo agarr por el brazo y lo zarande levemente. Alejandro sali bruscamente de su
ensimismamiento y pas de una expresin beatfica a otra de enojo. Ivn, por su parte, se percat de
la torpeza del agente comercial. Rpido, se fue hacia l y con discrecin le separ la mano del
antebrazo de Alejandro.
Aturdido an por las ligeras pero continuas sacudidas del agente, Alejandro fue rehacindose
poco a poco. Ahora, por fin, prest atencin al lugar en que se hallaba.
-Lo siento, Alejandro. Disculpa mi torpeza dijo el agente, con las palmas juntas y las manos ante la boca en un gesto inequvoco de que estaba pidiendo perdn.
No, no hay problema. Estaba algo distrado contest Alejandro. -Me alegro de verte de nuevo. Pensaba que te haba tragado la tierra.
Alejandro procur mostrarse amable con el viejo amigo de su padre:
-He estado muy ocupado estas ltimas temporadas y no he podido hacer que mi agenda
coincida con los das de la feria.
El agente, que pareca algo inquieto, interrumpi a Alejandro:
-Chicos, voy con cierta prisa para asistir a la inauguracin, justo al lado de la sala de prensa.
Queris venir conmigo?
-Bueno titube Alejandro. -Promete ser muy interesante. Inmediatamente despus de ese acto, se celebrar una
conferencia a la que acudirn el capitn y cuatro de los tripulantes de la embarcacin ganadora de la
Copa Amrica del pasado ao. Narrarn los pormenores de su aventura insista sin xito el agente. -Es que -Varias cadenas europeas de televisin y revistas internacionales especializadas se darn cita
en unos minutos Por cierto, cmo te llamas? pregunt a Ivn, a la vez que le tenda la mano con la intencin de estrechar la suya.
-Hola. Soy Ivn.
Nada ms presentarse, sinti cmo el agente le soltaba la mano de manera precipitada para
reiterar tanto a uno como a otro, esta vez verbalmente, que se dirigiesen al stand en caso de que, al
final, optasen por no asistir a la conferencia.
-Lo siento. Har por veros ms tarde. Ahora debo irme aadi el agente, mientras se abra paso entre la muchedumbre apostada tras ellos, aprovechando que el stand de la esquina invitaba a
caf gratis. Quienes lo servan eran dos imponentes azafatas con pauelos rojos anudados a sus
cuellos, que centraban el inters de buena parte del pblico.
Y, en cuestin de segundos, la alargada figura del impertinente seor de la corbata se fundi
con las del resto de transentes, con corbatas en su mayora y con escarapelas sujetas por cintas de
color azulado y amarillo. Llevaban dibujada en la cara una rara mezcla de preocupacin y
abstraccin.
De golpe, una especie de murmullo se adue de la mente de Alejandro, un zumbido por decirlo de otro modo que elimin o anul las sensaciones e impresiones previas. En su memoria, slo quedaba el recuerdo fugaz de un hola y un adis. Una frentica sucesin de representaciones
desordenadas se precipitaban en cascada delante de sus aturdidos ojos. Como de costumbre, su
captacin de la realidad presente se distorsionaba al mximo. Se le amontonaban las imgenes del
pasado, deslavazadas, inconexas y, por lo tanto, inservibles para poner orden en su mente y facilitar
la percepcin de todo lo que ocurra a su alrededor.
Cuando llegaron al stand al que haban sido invitados, y como si de una alucinacin se
tratase, observaron que colgaban decenas de fotografas. En ellas se plasmaba la reciente historia de
la compaa: los xitos de sus ltimos veinte aos. En todas, aparecan regatistas y navegantes que, a
bordo de diferentes modelos de tan prestigiosa firma alemana, haban obtenido algn galardn o,
como suele decirse, haban hecho poca. S, en ellas se apuntaban aventuras martimas como las de
los descubridores de otros tiempos.
La curiosidad de Alejandro hizo que clavase su vista en la instantnea de la cuarta fila a la
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derecha. Un nuevo vaivn despert de nuevo la sensacin placentera que le haba invadido desde
nada ms entrar al pabelln. En aquella foto en blanco y negro, estaban, juntos, l y su padre. S,
ciertamente aquella vivencia fue tan grata como grato era el recuerdo: ambos haban desafiado al
Atlntico y haban salido airosos en condiciones extremas. En la misma base del marco haba una
placa metlica con una inscripcin en letras verdes sobre fondo dorado: Virada a babor del Serendipity 3. Regata del Descubrimiento. Ao 2006.
La aludida fue una de las principales regatas transocenicas de que se tiene memoria. Miles
de participantes se dieron cita para rememorar el tornaviaje de la carabela Pinta a Espaa. En
concreto, lleg a la localidad gallega de Bayona el 1 de marzo de 1493. De no haber vuelto
exitosamente para contarlo, nadie habra credo en tamaa proeza: con unas naves como aqullas,
vencer a la Mar Ocana (como la llamaban en aquellos tiempos) slo estaba al alcance de gente tan
temeraria y abnegada como aqulla. Vaya con nuestros antepasados!
La relacin de Alejandro con Gonzalo haba sido siempre muy estrecha. En realidad, tanto
tiempo pasaban juntos que los roces necesarios o no resultaban inevitables. Su madre, que no poda sino conocer y manejar a la perfeccin el lenguaje de los marineros, lo haba dicho con un
ilustrativo ejemplo: -Mi marido es como la vela mayor, ms grande y dominante. Siempre firme y fuerte, hacia la popa. Suficiente para navegar solo. Alejandro es como la gnova*, ms pequea,
siempre entre la proa y la amura*, en una posicin adelantada con respecto a la vela mayor, a la que
acompaa y apoya, a la que est inevitablemente unida por el mstil. Me encanta verlos navegando
de travs. Lo mejor es cuando ambos tienen un buen da y navegan en orejas de burro*, es decir,
cuando cada uno da lo mejor de si mismo haciendo que la embarcacin fluya como nunca.
Desde pequeo, Alejandro haba admirado el coraje y la astucia de su padre durante las
competiciones. Tambin le deslumbraba la destreza con que se desenvolva en el mar y su rapidez de
reflejos en cualquier coyuntura. Por digna de recuerdo tena aquella ocasin en que estuvieron a
punto de zozobrar y perder la vida a causa de una tempestad imprevista. Aquella vez y crea no excederse al pensar de ese modo escaparon de puro milagro. Tambin le asombraba la capacidad de concentracin de su padre en cada maniobra, que iba ms all del momento en que sonaba la bocina
que indicaba el final de la prueba.
A su padre le gustaba hacer bien las cosas. Es ms, slo se quedaba satisfecho si se hacan a
la perfeccin. Sola decir a Alejandro: Nunca te des por satisfecho. Tienes que esforzarte al mximo en todo lo que te propongas. Recordar aquella frase haca que Alejandro se sintiera abrumado y se bloquease enaquellas ocasiones en las que no lograba culminar sus metas. Aquella frase qued
grabada a fuego en su memoria. De alguna manera, las palabras de su progenitoracompaaran a
Alejandro en cada una de sus acciones. Era como si hubiese interiorizado un comando que lo tuviera
programado de por vida. Qu le estaba sucediendo para no llevar a cabo sus objetivos?Acaso el
hecho de no poder ser perfecto en todo aquello que se propona lo estaba limitando a la hora de
conseguir sus propsitos?
Una voz grave, procedente de la megafona central, resonaba a lo largo y ancho del edificio.
Anunciaba la entrada de Su Majestad el Rey para inaugurar la feria. La expectacin y el revuelo
provocados por este acontecimiento transformaron la atmsfera del evento en un ir y venir de gentes,
que desfilaban como hormigas en direccin a la entrada principal, donde se encontraban las
torniquetes de acceso.
Repentinamente, un ruido sordo, redondo, se apoder del lugar. Se dira que era el zumbido
de cientos de miles de abejas en un prado florido en la primavera ms temprana, tras dos semanas de
lluvia incesante sin salir de la colmena. Era curioso cmo el sonido iba desplazndose de pasillo en
pasillo y ahuecaba las estancias al paso del gento, que quedaban vacas y en silencio.
Atrs quedaban las azafatas, imponentes sobre sus tacones de aguja de doce centmetros.
Atrs tambin quedaban los vendedores, que se esforzaban denodadamente en retener a clientes
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potenciales. Al fondo, rugan los flashes de las cmaras y las mil y una melodas (es un decir) de
tanto y tanto telfono mvil.
El mundo de Alejandro qued replegado al espacio que le separaba del cuadro, distancindolo
de lo que estaba aconteciendo decenas de metros ms all. Negociaba con la necesidad de
permanecer consciente en aquella hermosa vivencia y se debata intentando rememorar las
sensaciones del pasado en ese espacio presente. Mientras, lograba poco a poco capturar fotogramas
que quedaron a la deriva en el devenir de su memoria, y reviva el instante semiinconsciente de aquel
momento en alta mar, junto con la imagen de su padre, grabada en algn lugar recndito en su
cabeza. Nada tena que ver con la fotografa que segua contemplando y que sostena e intentaba
descolgar con ambas manos, para quizs palparla ms de cerca y hacerla ms real. Algo parecido a
un suspiro amordazado se escapaba de los labios de Alejandro, que trataba por todos los medios de
aprisionar el cmulo de emociones que le venan en cascada, tensando los maxilares en gesto de
negacin de s mismo, como si estuviera despreciando el regalo escondido que luchaba por
descubrirse, salir a flote y ser disfrutado intensamente.
Con los aplausos de los asistentes, Alejandro volvi a la realidad del presente. Lo hizo
convulsivamente, estirando su cuello, ampliando las rbitas de sus ojos y alzando sus cejas al
mximo. Tras unos segundos de desconcierto y una larga y sonora exhalacin, se sobrepuso al
desconcierto previo. Conmocionado an, se dirigi a Ivn, aunque sin mirarlo a l. La vista, de
hecho, la tena puesta en el retrato que tena entre sus manos.
-Qu? Qu estamos haciendo en este lugar? balbuce Alejandro, con la mirada baja. Turbado an, se agarr a una silla de piel fucsia, como si precisase de un asidero para volver a la
realidad. Ivn conduca los movimientos de Alejandro, acompasndolos con los suyos, hasta que
logr sentarlo. Alejandro sujet el cuadro por una esquina; con la otra mano, busc el cncamo de
sujecin del marco que estaba dbilmente atornillado a la madera. Luego lo dej suave, lentamente,
sobre la mesa de la sala de reuniones.
-Cmo te sientes? le pregunt Ivn con una sonrisa cmplice. -Desorientado replic Alejandro, mientras permaneca cabizbajo, al tiempo que hunda sus
dedos en sus largos mechones de pelo castao, recogindolos en su coronilla y entrelazando las
manos para evitar que le tapasen los ojos.
-Paciencia pronunci Ivn con parsimoniosa cadencia de voz. -Cmo voy a tener paciencia, Ivn! Cmo? Eh? Estoy harto de luchar! Harto! grit con
rabia, mientras encoga los puos deslizndolos hasta su frente.
-Qu problema tienes? pregunt Ivn apaciblemente. -Te lo dir!No soy capaz de salir de este infierno! grit un Alejandro enrabietado,
mientras se incorporaba sbitamente contra el respaldo de la silla.
- Alejandro. Acaso el hecho de reconocer que te encuentras inmerso en una situacin que no
controlas? Podra estar indicndote que ya has iniciado el proceso para empezar a salir? pregunt su amigo, en el tono de voz adecuado para la circunstancia.
Hubo un parntesis silencioso. Alejandro, abatido, se debata con las preguntas de Ivn.
Apoy los codos sobre las rodillas y, con los dedos a modo de barrotes, encerr sus mejillas y frente.
Aquello era una pose y un mero juego. Lo peor estaba dentro, pues Alejandro se senta encerrado en
una crcel, aunque careca de puerta ni paredes.
Mientras tanto, la maraa de gente que se haba agolpado a las puertas del pabelln central
para asistir al acto de inauguracin se dispers por los pasillos. Todos se dirigieron de manera
tumultuosa hacia los corredores que conducan al pabelln anexo.
Para entonces, el ruido de los visitantes, que corran de un lado a otro, haba remitido y
comenzaba a reinar el silencio: la calma chicha* en un mar tranquilo.
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10Sesin III. Afinando la apertura.
Pasados cuatro das desde aquel viaje, Alejandro telefone a Ivn. Le propuso quedar en la
cafetera que acababan de abrir en el puerto deportivo.
Alejandro, por una vez, se decidi a llegar antes que su amigo. Esper dentro, de pie, junto al
ventanal. Desde all, se sentan las olas provocadas por el levante*. El viento penetraba a travs de la
puerta, entreabierta por el continuo ir y venir de la gente. El clido levante le traa recuerdos de un
pasado estril, evocado una y otra vez. Por otro lado, le pareca que el presente careca de sentido y
senta su visin distorsionada; de hecho, a duras penas lograba distinguir realidad y ficcin.
El murmullo repetido de palabras vacas, sin dueo, que emanaban de la sala, adems del
continuo tintineo de las tazas de caf, impeda que la msica del grupo Chambao, que en ese
momento se estaba reproduciendo a bajo volumen, se abriera paso, quedando un tanto imperceptible
al odo.
Eran las cuatro de la tarde e Ivn lleg puntual, tal y como sola hacer cuando adquira un
compromiso con alguien. Alejandro, que segua levitando en su delirio de pensamientos que
trasegaban por su mente a la velocidad de la luz, ni siquiera se haba apercibido de su llegada. Hasta
que pudo despertar, pasaron varios segundos. Al reconocer a Ivn, se sorprendi por la entrada de
ste en el local; qued inmovilizado, aunque dej escapar una sonrisa sincera de bienvenida. E,
inmediatamente, se acerc y abraz a su amigo, como acostumbraban hacer.
La apertura de la cafetera haba atrado a muchsimos curiosos, que abarrotaban el local a esa
hora. Alejandro e Ivn se dirigieron a una esquina apartada, que quedaba justo a la derecha del piano,
para poder conversar. Alejandro dirigi toda su atencin hacia la pared situada enfrente de donde
estaban ellos. El muro estaba atestado de viejas fotografas de navos y de recortes de siluetas de
veleros, que procedan de revistas especializadas en navegacin a vela.
Ivn buscaba a la camarera con la mirada. Ella andaba como loca de una mesa a otra tratando,
apresuradamente, de atender a cada uno de los clientes que haban acudido ese primer da de
apertura. La llam un par de veces. sta junt los dedos ndice y pulgar rogndoles una pizca de
paciencia, a cuya peticin no tuvieron ms remedio que rendirse, comprendiendo al instante los
apuros de la chica en ese primer da de trabajo.
Poco despus, la camarera enfilaba hacia la mesa en la que los dos amigos se haban
acomodado. Alejandro no le quitaba la vista. Le cautivaba su sonrisa. Al llegar a ellos, Alejandro no hay por qu decirlo de otro modo, ms que deslumbrado, estaba hechizado. No se necesitaban palabras. Estaba claro que ella se haba dado cuenta de todo y que aquello no le desagradaba
precisamente. Ivn pidi dos cafs con leche, sin azcar y muy calientes. La sonrisa de la joven
alcanz tambin a un Alejandro literalmente colgadito. Embelesado, sigui sus pasos mientras ella se
alejaba. Precis de unos segundos para volver al presente y atender a su amigo.
Eran las cinco menos cuarto. Tras un primer caf, pidieron otro ms. Apostado en la silla, con
los brazos cruzados sobre el pecho, Alejandro se dirigi a Ivn de un modo lacnico en exceso:
-Estoy a punto de cerrar la venta del Jeanneau modelo SUN 2500.
-Otro ms? En cunto?
-En veintiocho mil. De entrada, estoy dispuesto a rebajar el precio en un diez por ciento.
Todo depender de la disposicin del cliente y de lo que me apriete maana a medioda. Fijamos ese
encuentro durante una conversacin telefnica en la que not que arde en deseos de hacerse con esa
embarcacin. Creo no equivocarme al decir que es negocio hecho.
-Cuntos barcos has vendido durante este mes? pregunt Ivn con satisfaccin. -Dos. Y ste podra ser el tercero. Dijo con verdadero orgullo. -Enhorabuena! Le felicit, al tiempo que chocaba sus manos con las de Alejandro en un
gesto de complicidad. Hoy pareces ms alegre que la semana del Saln Natico.
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-Bueno,s. Ya han pasado algunos das de aquello. Lamento mi reaccin. No no tiene excusa. No he conseguido encontrar una explicacin a lo ocurrido se justific Alejandro.
-Eres consciente de las veces que has perdido el control ltimamente? remach un Ivn certero y oportunista.
Alejandro permaneci paralizado durante unos segundos:
-No tiene importancia. Es algo pasajero. Quizs sea debido a la tensin de tener que llevar
todo el negocio sobre mis hombros. La verdad es que la muerte de mi padre me ha dejado hecho trizas.
Un silencio encontrado le dej sin aliento, sbitamente, en tanto que la camarera apareci con
la segunda tanda de cafs en una bandeja de fino mimbre trenzado. Mir rauda casi
imperceptiblemente a Alejandro al tiempo que dejaba las tazas y dos vasos de agua sobre la mesa.
Movi suavemente la cabeza, sonri y volvi a la barra.
La mirada de Alejandro se perdi a la izquierda como si contemplase de reojo el vrtice
oscuro de la esquina de la mesa contigua, mientras sus ojos traslucan un brillo inusual. Como por
arte de magia, acababa de recuperar su caracterstico tono, que le aportaba fuerza y encanto.
Ivn dej aparte la batera de preguntas con que iba a acribillar a Alejandro y dijo
cariosamente:
- No tienes por qu seguir hablando de ello si no quieres.
-No respondi l. -De acuerdo.
Alejandro se tom unos segundos y se anim a continuar:
-Sabes? Desde su muerte, me he tragado mis sentimientos. A nadie le he dado cuenta de
ellos: ni siquiera a ti. Quizs sea ste el momento de hacerlo. Hizo una breve pausa. De hecho, al venir hacia aqu, presagiaba que algo iba a suceder.
Alejandro enjug una lgrima mientras exhalaba no s cuntos litros de aire por la boca. Era
como si, por fin, estuviese liberando la tensin acumulada durante varios aos.
-Hazlo con calma ataj Ivn. Toma el tiempo que necesites, por favor. -Me siento me siento bastante confuso al hablar de ello. Realmente, no s por dnde
empezar.
-Alejandro, ya has empezado.
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11 Sesin III. La apertura emocional.
Varias mujeres abandonaron el local de manera apresurada. Ellas tenan por costumbre
reunirse de lunes a viernes en una u otra de las cafeteras del pueblo para hablar de sus cosas. Hoy
haban acudido all en masa para satisfacer su curiosidad, debido a la novedad que representaba este
establecimiento. En cada una de sus vidas, compartir un caf supona llenar un hueco importante en
su periplo despus del matrimonio, del ajetreo de los pequeos, de los momentos de soledad
impuesta. La estampida causada en el momento de dejar la cafetera, casi al unsono, evidenciaba que
al autobs escolar le restaba poco tiempo para llegar a la parada. El reflejo de los rayos de sol de la
tarde otoal ingresaba a travs de la puerta. stos lograban, a veces, penetrar por la estela del humo
del tabaco que las seoras iban arrastrando a su salida, mientras ellas iban bosquejando en la
humareda un rastro de figuras inverosmiles e imposibles de capturar, nicas. El viento soplaba a
raudales, agitando las persianas de esparto que pendan colgadas a media ventana, proveyendo de
una singular magia a aquel momento nico en el que la contaminacin pareca, por fin, encontrar una
salida.
La estancia se transform en un espacio que invitaba a la reflexin y a la escucha. A esa hora,
la msica empez a ocupar su sitio en la sala. De la cancin Preludio, que se interpretaba haca tan slo unos minutos, ahora le tocaba el turno a Camino interior, del mismo disco -Flamenco Chill- del grupo musical Chambao. El lugar quedaba despejado para la esperada iniciacin.
Alejandro se llev el vaso de agua a la boca, antes de proseguir; a continuacin, profiri con
voz contundente:
-Estoy enfadado Ivn-. Por un instante, apretando con fuerza y rabia sus dientes contra su
labio inferior, agregaba una rpida mueca, la cual descubra una expresin de resentimiento.
-Ests enfadado -reiter Ivn.
-S. Estoy enfadado. Muy enfadado -incrementando su tono de voz, a la vez que su cara
empezaba a cambiar mientras mostraba signos evidentes de tensin.
Consciente del estado de nimo que se iba destapando en Alejandro, Ivn continu en
silencio permitindole resarcirse, sin descuidar ni un momento la atencin que pona en mirarle a los
ojos. Al tiempo, trataba de acoplarse a l, tanto en el ritmo de su respiracin, como en su pose con
los brazos cruzados, para acompaarlo en toda la expresin de sus sentimientos.
-Me he fastidiado la vida! -vocifer Alejandro con voz convulsa.
Emplendose a fondo en la difcil tarea que se le avecinaba, Ivn trataba de ser emptico con
su amigo. Conoca a la perfeccin las consecuencias del estado de furia que comenzaba a
manifestarse en Alejandro. El proceso de liberacin de adrenalina, que se iba despertando en l,
empezaba a ocupar toda su capacidad de atencin. Luchaba, con mucho esfuerzo, por comprenderlo
incondicionalmente.
Acto seguido, observ cmo Alejandro frunca los labios de manera frrea, el uno contra el
otro, a la vez que su mirada se perda entre sus rodillas. Intua que lo mejor que le poda pasar era
que descargase toda la ira que haba estado acumulando desde aquel da. Durante todo ese tiempo
atrs, sus pensamientos haban ido discurriendo por un continuo purgatorio que lo tena atado al
pasado. Desde el fatal acontecimiento, su mente estaba atravesando un sinfn de penalidades de las
que no era capaz de salir por s solo.
Al cabo de un buen rato de absoluto silencio, la tensa postura corporal que Alejandro haba
estado mostrando al principio fue dando paso a una ligera distensin de sus msculos,
principalmente los de su cara. Aun as, continu con los brazos cruzados por encima del vientre, algo
apretados contra la base del pecho, advirtindose que sus manos, un tanto enrojecidas, asomaban por
debajo. Cuando ya no pudo ms, rompi a llorar desconsoladamente. Su emocin alcanzaba su
expresin mxima en un gesto de agitacin y temblor, que persisti durante unos segundos.
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Entretanto, Ivn lo acompaaba alargando su mano, asegurndola en el brazo de Alejandro en seal
de comprensin y apoyo.
Alejandro presenta que algo importante estaba ocurriendo. Deseaba en lo ms profundo de su
ser que fuera as. No atinaba a su comprensin intrnseca, aunque en algn lugar, dentro de l, una
voz le estaba indicando que algo trascendental le iba a suceder en algn momento no muy lejano. De
ninguna manera intentaba buscar una explicacin a este hecho. Simplemente, necesitaba sentirlo. A
la vez, le asaltaban innumerables dudas al respecto.
Ivn capt, al instante, el cambio que se estaba produciendo en el rostro de su amigo y,
asintiendo con la cabeza, levemente, en un gesto de empata hacia l, lo invitaba a exteriorizar las
sensaciones y a desbloquearse de la opresin que se haba acumulado en el lugar ms insondable y
oscuro de su persona.
-El viejo poda haber esperado a ponerlo todo en orden Por qu?... S que poda haber sido an peor, pero Yo no quera comportarme as-. Le hizo falta un breve calentamiento de frases inconexas para comenzar a entrelazar sus ideas. Tras una breve pausa -ahora ms sosegado-, sus
lgrimas volvan a brotar. Era como si Alejandro estuviera hablndose a s mismo.
-Necesitas expresar un sentimiento que tienes guardado en algn lugar dentro de ti y hasta
ahora no has encontrado la manera de poder hacerlo -dilucid Ivn.
-Eso es. Quiero quiero volver atrs; quiero decir me gustara poder volver atrs. Siento que me han quedado muchas cosas dentro Son muchas cosas que me hubiera gustado haberle dicho y, ahora, ya no es posible. Siento esa rabia en mi interior porque no he podido cerrar una etapa.
Tengo esos deseos tan escondidos que ni siquiera sabra por donde comenzar. Me empiezo a dar
cuenta de que l siempre haba tratado de drmelo todo, sabes? Todo. Y yo que he hecho?
-Tienes un sentimiento de culpa que necesitas redimir -reformul Ivn.
-S, s, pero no s cmo hacerlo. Cada da desde que nos dej a m y a mi madre es un
martilleo continuo. No paro de recriminarme la frialdad con la que he actuado durante todo este
tiempo. Incluso el mismsimo da del traslado al tanatorio; y hasta en la celebracin del funeral... Ni
siquiera he soltado una lgrima por l desde entonces! Sabes lo que es sentirse un mal hijo? Pues
eso es gran parte de lo que llevo cargando desde aquel da!
-Quieres perdonarte a ti mismo por ello y luchas por saber cmo hacerlo-. Ivn prosigui
como si estuviera calzando los zapatos de Alejandro. Metido de lleno en los pensamientos y
sentimientos de ste.
-S! As es! Eso es lo que deseo, ms que otra cosa en el mundo. Necesito liberarme y cerrar
mi pasado Necesito ser yo! -Alejandro Eres consciente de su prdida? -pregunt su amigo con toda la intencin.
-Qu? -acert Alejandro a contestar, casi balbuceando, tras un breve silencio.
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12 Sesin III. Primer duelo.
La ltima mesa que haba estado ocupada hasta aquel instante, situada justo entre la vitrina de
los helados y el ventanal cercano a la entrada, se iba quedando vaca en ese mismo momento, una
vez que una pareja de edad avanzada procedi a levantarse de ella. Las dos personas de pelo gris, que
haban estado acomodadas all, eran un matrimonio de origen norteamericano de unos setenta aos.
Haban permanecido en esa mesa desde que Alejandro llegase a la cafetera. Cuando la pareja de
ancianos se dispona a pagar su cuenta en la barra, ambos le brindaron a Ivn un saludo a modo de
guio, a la vez que levantaban sus manos en gesto amable, siendo interpretado esto por Ivn y
Alejandro como una seal de aprecio.
Unos das antes, Ivn los haba conocido en la tienda de artculos nuticos, mientras hacan
cola detrs del mostrador. Ellos le contaron que estaban realizando su gran sueo. Haban cruzado el
Atlntico en un KETCH ocenico de once metros en el que partieron desde Miami a mediados de
verano, haca justo dos meses y medio. En su singladura, se haban desplazado por la costa
norteamericana hasta alcanzar Nueva York, para despus aprovechar los vientos alisios que les
impulsaron hasta Europa. Pasaron por todo tipo de penurias. Desde la rotura del GPS hasta, incluso,
quedar sin seal de radio durante seis horas. Lo peor fue la tormenta repentina que los mantuvo ms
de siete horas a la deriva, muy cerca de la costa britnica. Una vez llegados a puerto y despus de
unos das de descanso, se animaron a tomar rumbo a aguas ms clidas hacia el sur. Haban decidido
navegar por el Mediterrneo como destino final. Para ello, haban ido fondeando de puerto en puerto
a lo largo de la costa francesa hasta la costa portuguesa, en la que pasaron un total de tres semanas.
Eso fue hasta que zarparon rumbo a Marzaga como primer punto de destino en la costa espaola. Al
llegar aqu, decan, fue como alcanzar el sueo que haban estado anhelando desde que eran nios.
Aqu, dijeron, se sentan en casa. Le manifestaron que este lugar desprenda algo especial. Algo nico. Por eso, no tenan ninguna prisa en partir. Nada les mova a hacerlo. El Mare Nostrum poda
seguir esperando.
Ellos dos evocaban el paso por el devenir de la vida misma, con sus trasiegos de ida y vuelta,
y con la locura e intensidad que depara un largo viaje hasta que se llega a recalar en el ansiado
descanso. Desprendan una inusual paz, que se poda percibir, an, desde aquellos seis o siete metros
de distancia que los separaban de los dos amigos dentro de la cafetera.
Entretanto, Alejandro negociaba con aquella situacin en la que estaba batindose contra s
mismo, mientras se apoderaba de l una sensacin de desconcierto. Perciba que, poco a poco, iba
dejando atrs algo que habra de quedarse en el pasado, y que las cosas ya no iban a ser igual a como
lo haban sido antes, inevitablemente. Se resista a sentir una carga de angustia que le sobrevena
como un jarro de agua fra. Trataba de frenarla por todos los medios. Sin tener nocin alguna del
tiempo que iba avanzando, infaliblemente, entraba de lleno en una oscura espiral de afliccin que le
iba secuestrando toda su persona. Le abrumaba una intensa tristeza que desembocaba en una
pesadumbre agobiante. Sufra como si estuviese siendo aprisionado por una camisa de fuerza
invisible que le estuviera impidiendo ver ms all. Bajo sus pies, el suelo pareca resquebrajarse,
presagiando el abismo sin trmino que se avecinaba, irremediablemente. Bregaba por volver atrs,
tratando de aferrarse al estado de tormento contino que haba estado experimentando desde la
muerte de su padre. Cuando ya se sinti caer, en ese preciso instante, se abandon a su suerte.
Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba fuera de la cafetera. Ni siquiera haba notado que Ivn
lo haba ayudado a salir fuera. Sinti en su cara el relente hmedo de la tarde que se iba apagando; en
ese momento, los potentes focos del paseo del puerto y los faros de los pantalanes se iluminaban,
dando al agua salada un aspecto difano.
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La luna asomaba, justo, por encima del Faro del Atlntico. La fase de cuarto creciente se
encontraba en su ltimo da, alcanzando su mximo de luminosidad, antes de dar paso a la luna llena
del da siguiente, la cual culminara la labor ancestral del ciclo del astro. Este acontecimiento llam
el inters de Ivn. Se l
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