ESPAA CORSARIA
RAMIRO FEIJOO
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ndice
Mirando desde el puerto.
Botadura. Algunos apuntes de mtodo.
Introduccin
Un proceloso mar. La historia.
Piratas y corsarios. Cristianos contra musulmanes. Los hermanos Barbarroja.
Carlos contra Suleimn. Lepanto y el siglo XVII.
Como parar a los espumadores de la mar? Las defensas
Moros y cristianos
Sobre nuestra galera. Instrucciones de uso de la gua.
Catalua
El Ampurdn
Cadaqus. Roses. Sant Pere Pescador. LEscala. Islas Medas. LEstartit. Pals.
Begur. Palafrugell. Tossa de Mar. Blanes.
El Maresme, el Garraf y el Tarragons
Pineda de Mar. Sant Pol de Mar. Caldes dEstrac. El Garraf. Altafulla. Salou.
La Costa de Sant Jordi
LHospitalet de lInfant. LAmetlla de Mar.
El Puerto de los Alfaques. El Delta del Ebro
Alcanar. Sant Carles de la Rpita.
Valencia
Pescola. Alcossebre. Torreblanca. Chilches. Cullera. Oliva. Dnia. Jvea.
Moraira. Teulada. Benissa. Pen de Ifach. Calpe. Altea. Villajoyosa. Isla de
Tabarca. Santa Pola.
Murcia
Torre de la Horadada. La Encaizada del mar Menor. Cabo de Palos. Mazarrn.
guilas.
Andaluca
Almera
San Juan de los Terreros. Cuevas de Almanzora. Vera. Mojcar. Cabo de Gata.
Granada y Mlaga
La Rbita. Albuol. La Mmola. Castillo de Baos. Castell de Ferro. Calahonda.
Almucar. La Herradura. Nerja. Frigiliana. Torrox. Vlez-Mlaga.
Benalmdena. Estepona. Manilva.
Cdiz
Gibraltar. Tarifa. Zahara de los Atunes. Barbate. Vejer de la Frontera. Conil.
Bibliografa
Mirando desde el puerto
Fue tal vez Lord Byron el primero en pintar al Mediterrneo como land of
sun (and sand, tendramos que aadir). Desde ese momento, la imagen de estas
costas como lugar de asueto y descanso no ha hecho ms que consolidarse. Y
envilecerse. Los folletos tursticos nos pintan bellas playas, siempre festoneadas de
atrevidos baadores ciendo despampanantes traseros, mariscadas, hoteles con
piscina y csped, palmeras, campos de golf... y luego se nos habla de agencias
inmobiliarias, de viajes, de trenecitos tursticos. La iconografa de la costa propagada
por el boom turstico de los setenta se ha convertido en algo rampln y mezquino.
La pica abandona el Mediterrneo. El proceso es lento pero constante. Los
griegos temen el paso de Hrcules, el estrecho de Gibraltar, donde el mar es
desconocido y las mareas y tormentas mortferas. Los descubridores espaoles dan
un paso ms y en sus travesas trasladan el mundo fantstico mediterrneo al
Atlntico. All encuentran sirenas, hombres marinos, serpientes y gigantes, toda una
iconografa del terror que el Mediterrneo, por conocido, va perdiendo. El siglo XVII
asiste a un hecho an ms importante. Los pases de la Europa septentrional se han
convertido definitivamente en potencias, por lo que asistimos a un doble proceso.
Por un lado la guerra, la gran guerra, la que dirime los destinos y el liderazgo de
Europa, deja de tener lugar en el Mediterrneo.
El mar interior resumi durante siglos las bondades y vilezas de las
civilizaciones. Primero fueron fenicios, egipcios, griegos. Luego fueron romanos y
cartagineses. Naci el Islam y con l las cruzadas. En el siglo XVI dos grandes
imperios modernos se baten en sus aguas: el turco y el hispnico. Hasta entonces
riqueza y comercio, cultura e innovacin, guerra e imperio, haban navegado por sus
aguas. Pero estas aguas estn abocadas a dejar paso a otras ms bravas por primera
vez desde hace milenios. Como dice Braudel: "Cuando en 1618, los primeros disparos
de la guerra de los 30 aos vuelven a encender la guerra, sta se combatir lejos del
Mediterrneo: el mar interior ha dejado de ser el inquieto corazn del mundo".
El Mediterrneo ha dejado de estar en el centro de la Tierra. El efecto no es
slo poltico, es tambin cultural. Con la guerra, la pica, el asombro, el
descubrimiento, se trasladan de rea geogrfica, y no es extrao, por tanto, que sean
tambin sus protagonistas los que se encarguen de crear nuevos mitos,
representantes de nuevos escenarios. O dicho de otro modo: no es slo el corazn del
mundo lo que se traslada de espacio, sino algo asociado siempre al corazn: la
pluma. Nuevos mitos sustituyen a los viejos. Muerto Ulises, nace Cristbal Coln, el
Capitn Ahab, Long John Silver o el capitn Cook.
Desde la "muerte social" del Mediterrneo, al Atlntico se acabar asociando
tambin la piratera y el corso. Muerto Aruch Barbarroja, Barbanegra, Calico Jack o el
capitn Kidd, son los piratas por excelencia. Las tibias cruzadas y la calavera su
smbolo. El Atlntico y otros muchos mares y ocanos que en el siglo XVII se irn
incorporando al juego se han convertido en los escenarios de la imaginacin y la
aventura. Al Mediterrneo, con el tiempo, le dejarn la lrica y sobre todo su nieta
bastarda: los folletos de la palmera y del bikini.
Sin pretender sustraernos, ni mucho menos, al atractivo que pudiera tener una
buena comida, un cctel en la playa o un sinuoso cuerpo (qu grandes placeres!), lo
cierto es que el Mediterrneo guarda mucho ms. Precisamente de todo aquello
hablaba Byron. Consideraba ste que el calor concitaba tanto la lrica como la pica
(no en vano muri por la independencia de Grecia). El romanticismo del poeta
hablaba de pasiones, amorosas, literarias o guerreras. En las playas del Mediterrneo
viva la Historia, la leyenda, el verso, un hedonismo rico en formas y contextos.
Es ese espritu abierto el que hemos querido recuperar en este libro, un
espritu que nos dote de una mirada que permita ver con otros ojos las sobadas
playas del Mare Nostrum. Para ello nos hemos propuesto recuperar una poca, la
del corso berberisco en nuestras costas, que por alguna misteriosa razn ha
permanecido olvidada y enterrada durante mucho tiempo.
Durante el siglo XVI y parte del XVII, con ayuda del Sultn de Turqua, las
repblicas corsarias de Argel y Tnez, y en menor medida ciertos puertos
marroques, asolaron las costas espaolas con tal frecuencia y contundencia que en
1538 los procuradores de las Cortes de Toledo llegaban a decir: Desde Perpin a la
costa de Portugal las tierras martimas estn incultas bravas y por labrar y cultivar;
porque a cuatro o cinco leguas del agua no osan las gentes estar.
Durante aquellos siglos figuras como los hermanos Barbarroja, Dragut,
Cachidiablo, Morato Arrez, inundaban los sueos de los nios, y poblaban las
pesadillas de los mayores. En vida el terror de los agricultores y pescadores cristianos
los hizo ubicuos, se los crea a veces magos, pero siempre demonios. Tanto ellos
como otros muchos arreces menores surgan del horizonte del mar, se perdan de
nuevo, saltaban sobre un pueblo desprevenido, saqueaban lo poco que hubiera y por
ltimo hacan cautivos entre hombres, mujeres, ancianos o nios, el botn ms
preciado, pues de ellos sacaban los mayores beneficios. Si conseguan un rescate
pronto, podan volver a sus casas; si no, estaban condenados a morir en vida en
alguno de los muchos baos que existan en Argel, Tnez o Tetun. Cervantes, el
preso ms famoso de los cautivos de la cristiandad, describa as en La Ilustre
Fregona la vida en un pueblo de Cdiz: "Pero toda esta dulzura que he pintado
tiene un amargo acbar que la amarga, y es no poder dormir sueo seguro sin el
temor de que en un instante los trasladan de Zahara a Berbera".
Las historias o leyendas populares tuvieron reflejo en los clsicos del Siglo de
Oro, que no pudieron por menos que hacer suyo un mundo que era no slo excitante
para la imaginacin, sino una realidad presente y cotidiana. Por supuesto Cervantes,
que lo vivi en sus carnes, Gngora o Lope de Vega, entre otros, se sintieron
atrapados por este mundo. Sus obras estarn pobladas de nobles prncipes moros y
esclavos, de amores a la escondida de un velo, de batallas martimas, de batallas
martimas y arreces corsarios.
Y nosotros no pudimos ser menos. Fascinados por este universo de algaradas
y abordajes, de cautivos y de harenes, de galeras y velas latinas, nos hemos
propuesto visitar aquellos parajes de nuestras costas que estuvieron relacionados con
los corsarios berberiscos. Aunque en ocasiones nos podamos fijar en otros tiempos o
piratas, la Ruta de los Corsarios cabalga por los siglos XVI y XVII , cuando la bandera
roja de Argel se paseaba impunemente por el litoral peninsular y el virrey espaol de
Npoles tena que reconocer, muy a su pesar, que el mar hierve de piratas. En el
trecho litoral que corre entre Cadaqus y Cdiz exploraremos las calas ocultas en las
que los corsarios se escondan para sorprender al alba a las poblaciones costeras; las
torres que los cristianos levantaron, privilegiados miradores sobre el mar, para dar
aviso y rebato de que haba moros en la costa; los pueblos que sufrieron el azote de
las fugacsimas galeotas; las playas en las que tuvieron lugar los desembarcos o
batallas, todos vestigios o testigos de la ms turbulenta de las pocas del
Mediterrneo ibrico, hasta hoy incomprensiblemente desconocidos u olvidados.
En esta gua encontraremos parajes poco visitados y otros no tan poco
visitados, muchos conocidos por el viajero y otros muchos que no. Pero sea cual sea
su popularidad y el hecho de conocerlos o no, tal vez resulte que algn da los
veamos con otros ojos, con los de la cristiana cautiva o con los del corsario de
bigotes como alfanjes, vestido con babuchas de grana. Si conseguimos que sea as,
aunque slo sea por un momento, nos daremos por satisfechos.
Botadura
Algunos apuntes de mtodo
Reconozcamos que cuando comenzamos este trabajo ramos conscientes de la
dificultad de la labor, pero no de la magnitud. Si el corso berberisco, ante nuestro
asombro, ha sido poco tratado en este pas, sus efectos en las costas del Mediterrneo
peninsular lo han sido mucho menos. La naturaleza de una gua temtica como sta
consiste en situar geogrficamente un fenmeno, en este caso el corsario, que otros
autores (bien pocos, la verdad) abordan de manera general y siempre aespacial. En
Espaa no existe nada ni siquiera parecido a una aproximacin local.
Esto nos ha obligado a una gigantesca labor de bsqueda que ha tenido varios
pasos. Primero, la lectura de estas obras generales a la caza de las pocas referencias
geogrficas que pudiera haber. Segundo, la lectura de otros trabajos regionales que,
ahora s en mayor medida, nos describan cundo, dnde y cmo llegaron los
corsarios. Y en tercer lugar, el rastreo de referencias a los ataques pirticos en las
historias locales de los cientos de municipios que hemos visitado.
ste ltimo ha sido, a la postre, el pilar de nuestra particular investigacin. No
obstante, la atencin de los historiadores locales al tema es muy irregular y no ha
sido raro el encontrar nulas referencias a corsarios, aun cuando fuera evidente que
tuvieron que existir. En nuestro litoral todava quedan grandes lagunas por cubrir y
por tanto en esta gua tambin. Uno de nuestros mayores deseos es que esta Ruta
sirva para motivar a los historiadores locales, a los que tanto debemos, para que se
animen a abordar el descubrimiento o desempolvadura de la fascinante historia del
corso en sus pueblos o ciudades.
De la misma manera que en muchos lugares no conocemos lo que ocurri
(aunque sepamos que s, que ocurri), de otras plazas sabemos mucho, muchsimo. A
pesar de que, como escriba un autor con el que ahora nos identificamos plenamente,
faltan por hacerse unos "Anales de la piratera en Espaa", no hemos podido olvidar
la modestia de este trabajo y el fin al que estaba destinado. En absoluto esta gua es
un compendio de vestigios o pormenorizada relacin de ataques, sino que hemos
incluido aquellos que nos parecan ms ilustrativos o sabrosos. Estn muchos, s,
pero no todos.
Esto nos lanza de lleno a otra de las dificultades de esta Ruta de los Corsarios:
la seleccin, porque si primero tuvimos que encontrar los vestigios y las historias de
una poca, luego hubo que visitar los escenarios de los acontecimientos para decidir
si merecan ser incluidos en este libro. El alcance del fenmeno corsario en las costas
espaolas es de tal magnitud que una relacin totalizadora hubiera llenado varios
volmenes.
Los criterios, las espadas que han cortado este nudo son dos. Primero, el hecho
de que no todos los lugares tuvieron la misma importancia, lo que sera el criterio
histrico. Segundo, que no todos los lugares pueden presumir del mismo atractivo
hoy, o criterio turstico. Cuando no se oponen el uno al otro, todo es miel sobre
hojuelas.
El problema surge cuando lo hacen. En los casos en que la presencia del lugar
en la historia del corso en las costas del Mediterrneo espaol es puramente
anecdtica se ha resuelto con facilidad (con toda la facilidad que puede ser el decidir
si es anecdtica o no, o dicho de otra manera, si es lo suficientemente importante
para estar): en este caso el criterio turstico se ha impuesto sobre el histrico y por
tanto no han aparecido. Cuando el lugar tuvo gran importancia en esta historia o el
vestigio es de singular valor an hallndose en un entorno de bajo atractivo, hemos
optado por incluirlo. Eso s, hemos dejado claro, de una manera o de otra, que
tursticamente no tiene demasiado valor. Los casos han sido pocos, pero hemos
preferido advertirlo.
Tambin creemos necesario precisar qu es lo que hemos considerado
"atractivo turstico". Desde un comienzo renunciamos a hacer un catlogo de
vestigios, lo cual podra interesar, como mucho, a algn arquelogo. Desde el
principio quisimos seleccionar aquellos lugares que pudiesen evocar ms
poderosamente a una poca, ya por sus historias, ya por su estado de conservacin,
ya por su entorno. Me imagino que en este difcil parmetro de seleccin, como
puede serlo la evocacin (mxime con lo transformado que ha sido nuestro
Mediterrneo), radica la parte ms personal y subjetiva de este libro. Para
conseguirlo era necesario un escenario, y uno de los ms claros eran las costas con
poca construccin o las vrgenes. (Sabemos lo que este inexacto adjetivo significa en
Espaa: parajes transformados durante siglos pero cuyo aspecto tiene ms de natural
que de humanizado). Pero atencin: nada ms lejos de nuestro empeo que hacer
una Gua de los parajes vrgenes del Mediterrneo espaol. La Ruta alterna lugares
naturales, rurales y urbanos. Pero eso s, a la hora de seleccionar, hemos preferido los
primeros a los ltimos. Por eso han quedado fuera las grandes ciudades, que mucho
tuvieron que ver, pero que, por serlo, se sustraan a ese evanescente pero perseguido
criterio de evocacin del mundo corsario.
El ejemplo ms claro de seleccin expurgadora se da con las torres. A un lector
no avisado podra sorprenderle que se excluyan torres en perfecto estado de
conservacin, lo cual he hecho muy a menudo, por juzgar que no merecen nuestra
visita (al haberse quedado en parajes poco atractivos, por ejemplo) y en cambio he
incluido otras de las que slo queda su base, o incluso que han desaparecido por
completo, pero cuyo emplazamiento fue y es magnfico. Repetimos: nuestro criterio
ha sido sobre todo satisfacer al viajero y menos al catalogador arqueolgico.
Ms grave incluso, histricamente, puede ser el haber dejado de lado los pueblos del
interior. Esta ruta nace con vocacin marina. Nuestro punto de referencia es el mar y
siempre el mar. No obstante, desde el punto de vista de la historia del corso es un
sesgo grave. La costa era en aquel entonces tan peligrosa que muchos pueblos
preferan asentarse en el interior y no en la playa. En sta se levantaba poco ms que
un pequeo casero en el que los habitantes guardaban sus aperos de pesca y slo en
ocasiones dorman. Muchos ataques tenan como objetivo el poblado interior donde
estaba la riqueza. Sin embargo, no pocos de ellos han sido obviados en este libro. Nos
hemos fijado, en cambio, en qu playas se producan los desembarcos, dnde las
escaramuzas con pescadores, dnde se ocultaban y dnde se situaban los cristianos
para localizarles, lo que nos ha parecido ms interesante. Slo en la provincia de
Mlaga, cuando el inters se traslada al interior, hemos hecho lo contrario.
Hay que advertir tambin sobre el mbito geogrfico de la gua. El objetivo
primero era cubrir toda la costa del Mediterrneo espaol. Pero, por un lado, hemos
tenido que dejar de lado las islas Baleares. Las Baleares fueron el asiento pirtico y
corsario ms importante de lo que hoy se llama Espaa, al menos desde la poca
musulmana y hasta los tiempos de Antoni Barcel, el ltimo de los grandes corsarios
(y posteriormente general del ejrcito hispano), en el siglo XVIII. Tambin sufrieron
algunas de los asaltos ms clebres y sangrientos: el de Mahn, el de la Ciudadela,
etc. Pero el empeo de incluirlas era demasiado ambicioso hoy por hoy. Por tanto,
por una cuestin de espacio, lo hemos preferido dejar para otra ocasin.
Por otro lado, lo que puede extraar ms an, hemos acabado incluyendo un
segmento importante de costa atlntica. Si lo hemos hecho as es porque, llegados a
Gibraltar, no hay frontera, sino que el estrecho es una regin por s misma (un
sentimiento?), que se prolonga durante parte del Atlntico, hasta Zahara segn los
que definieran la comarca del Campo de Gibraltar, o hasta los aledaos de la
ciudad de Cdiz, segn nosotros.
Se nos ocurren varias razones para legitimar nuestra eleccin . En lo cientfico
todos los rebatos que los cristianos enviaban para avisar de la presencia de moros
provenientes de Gibraltar y el Mediterrneo acababan en Cdiz, desde donde era ya
preceptivo el que siguieran hacia el oeste. En lo histrico-mitolgico podramos
aludir incluso al lugar donde los griegos situaban (o pensamos que situaban) el fin
del mundo, all donde Heracles, en su dcimo trabajo, fue a robar el ganado de
Gerin, ms all del Ilustre Ocano y a las fuentes inmensas de los Tartessos.
Pero probablemente la razn definitiva por la que hemos marcado una frontera en la
ciudad de Cdiz, es por haber comprobado que nos hemos adentrado ya
definitivamente en un mundo dieciochesco y atlntico, que crece, se desarrolla y
adquiere forma desde el momento en que Cdiz y su baha se convierten en el centro
del comercio americano en el siglo XVIII. Este mundo del siglo XVI que tanto ha
moldeado por el enfrentamiento contra el corso norteafricano la costa desde Catalua
al estrecho ha dejado paso a otro posterior, que es el que lo dibuja y explica. La baha
de Cdiz, y ms inclusive Huelva, cuyo poblamiento costero es an posterior, son
lugares donde las trazas mediterrneas en su rostro se han desledo totalmente: sus
rasgos y su vocacin, son ya definitivamente atlnticas. O, dicho de otro modo, de
nuestro horizonte ha desaparecido frica, la otra orilla del Mediterrneo, y ha
aparecido el otro lado del Atlntico: Amrica.
En definitiva, toda esta labor de seleccin ha sido larga y a veces (aunque esto
nadie nos cree nunca) dura. Pero no nos podemos quejar, sino todo lo contrario. El
resultado es que el lector y viajero siempre puede contar con la garanta de que casi
tantos lugares como han acabado entrando en la gua, han salido de ella antes de
haber estado. Solo nos queda desearos que disfrutis, por lo menos, tanto como
hemos hecho nosotros.
Introduccin
Un proceloso mar. La Historia
Piratas y corsarios
El mar en el que nos moveremos durante todo este libro anda revuelto, muy
revuelto. Tanto, que hasta los mismos conceptos se enredan y mezclan, los hroes
cambian de bando, de religin, de seor.
Entre un pirata y un corsario hay una diferencia meridiana, en principio tan
clara como la existencia de un acuerdo entre partes. El pirata es un hombre que no se
somete a ninguna regla, que no respeta bandera y cuyo fin no es otro que el
enriquecimiento propio y de los suyos mediante el bandidaje martimo. Es la
anarqua expresada en actos. Su figura gravita entre el desprecio profundo de
autores e instituciones contemporneas y el ensalzamiento romntico de otros,
generalmente ya muy separados geogrfica y temporalmente. Es el hroe libertario:
"Es mi barco mi tesoro,
es mi Dios la libertad,
mi ley la fuerza y el viento,
mi nica patria la mar."
deca Espronceda. En el Mediterrneo del siglo XVI y XVII, sin embargo, apenas
existen piratas puros. Los nicos que pueden ser considerados como tales son los
uscoques, de la costa dlmata.
Porque el bandidaje martimo exige unas necesidades que hacen que a la
postre se necesite integrar en estructuras comerciales y polticas ms amplias. Para
armar un barco se necesita cierto capital, para repararlo calafates y carpinteros
experimentados, para convertir el botn en riqueza, un mercado integrado con otros,
as como para comprar los elementos suntuarios para una vida de lujos unos flujos
comerciales ms o menos establecidos. Todo ello no era posible sin una ciudad
medianamente desarrollada que atendiera estas necesidades. Y en todo caso, se
necesitaba de un puerto seguro al que otras potencias no atacasen cuando, ya hartas
del permanente flagelo, se decidiesen a intervenir.
Por eso, la figura ms extendida es la del corsario. ste goza de una patente de
corso, que no es otra cosa que un contrato con las autoridades segn el cual se le
permite atacar indiscriminadamente a las naves o puertos enemigos, se le exige un
porcentaje de las capturas, generalmente un quinto, y se le prohbe, claro est, atacar
a los barcos y aliados de dichas autoridades. De este modo, el corsario adquiere
legitimidad y se cubre las espaldas. Asegura sus inversiones (todo lo que se puede
asegurar una empresa tan peligrosa) mediante el beneplcito de los seores o reyes y
se integra como uno ms en una sociedad de la que adems recibir honores y
reconocimiento. Sin embargo, el corsario es una figura mixta, no es un soldado. El
corsario sin un amplio margen de libertad no es nadie, o es poca cosa, la excesiva
fiscalizacin y control le limita y empobrece.
Pero este punto de partida o definicin tenemos que empezar a matizarlo. Por
ejemplo, el corsario no duda (s duda, claro, pero no se turba) en apresar a aquellos
que la ley le prohbe y se convierte ocasionalmente en pirata. La vida del mar es
mucho ms compleja y dinmica que lo que nuestros conceptos actuales puedan
intentar fosilizar. Pero es que adems a estas figuras hay que aadir otras dos:
El mercader bajo medieval y moderno es un marinero armado, no slo como
medida de defensa sino como medio de ataque. Su fin es enriquecerse con el trfico
de mercancas. Si lo hace pacficamente, bien est, si es por la guerra, tambin. Los
casos de honrados marineros que utilizan su fuerza para hacerse con riquezas no slo
abundan, sino que son normales. No deja de ser graciosa la ancdota de todo un
Fernando el Catlico que, ante las protestas del sultn, ha de reprender a sus
sbditos catalanes por cautivar con fines lucrativos en el puerto de Tnez a los
funcionarios que iban a inspeccionar las mercancas de sus barcos. En ocasiones el
mercader-pirata acta contra sus propios paisanos, como haca un tal Joan Torrelles,
y entonces las autoridades reaccionan: la ciudad de Barcelona tiene que armar una
galera para combatir a quien "per fora prena homens y vitualles per la mar".
Y tambin encontramos al mismsimo militar, ya capitn o almirante, que a la
vuelta de una gran campaa y a la vista de un incauto barquichuelo lo apresa sin
contemplaciones. Los ejrcitos imperiales, siempre escasos de ingresos, y las tropas,
siempre mal pagadas, reciben con los brazos abiertos estos botines extraordinarios
que disminuyen las deudas de unos y calman los furores levantiscos de los otros. As
lo hizo el almirantsimo espaol Andrea Doria o el Marqus de Santa Cruz. Y as lo
hicieron, claro, Jeredn Barbarroja y Dragut, antiguos corsarios enrolados al servicio
de la armada del Sultn Turco.
En realidad la poca que nos ocupa es, como la define sin igual Emilio Sola, el
tiempo de los "hombres de fortuna", atrevidsimos aventureros que se calzan el
vestido de comerciante, pirata, corsario, mercenario o soldado atendiendo a las
circunstancias. El camino es hacia arriba: el pirata que con una barca y unos pocos
hombres se acaba convirtiendo en corsario y, una vez enriquecido, en capitn al
servicio de reyes y emperadores; pero tambin es hacia abajo: el corsario que apresa
cuando le conviene y por tanto pirata, el mercader que hace lo propio, el almirante
cuando lo necesita... Con un mucho de inteligencia y oportunismo y un poco de
suerte muchos de ellos se convirtieron en nobles, en almirantes y algunos incluso en
reyes, como los almogvares, seores del ducado de Atenas, o Aruch Barbarroja, o el
sanguinario Dragut, rey de Tnez. Por el camino casi todos haban cambiado de
bandera, no una sino varias veces, y algunos, no pocos, de religin.
En definitiva podemos convenir que en el siglo XVI que nos ocupa los actos
de piratera son muchos, pero los piratas, pocos. Estos hechos pirticos los llevan
a cabo figuras ms estables, a pesar de su mudanza: corsarios, mercaderes y
soldados. Los cronistas contemporneos a los hechos lo tuvieron bien claro: los
marinos que asolaban las costas peninsulares eran corsarios. Si alguna duda cabe no
es con el trmino pirata, que se utiliz con profusin ms tarde y con fines
propagandsticos; si acaso, sera con el de soldado. Jeredn Barbarroja fue
almirantsimo de la flota turca. Dragut uno de sus principales capitanes. Pero ms
frecuentemente actuaban con absoluta libertad, atacando, eso s, a los enemigos de la
Sublime Puerta: es decir, corsarios. Slo espordicamente engrosaban la armada del
Turco. El trmino pirata toma consistencia en los siglos posteriores, pero su
significado se ha corrompido, porque es ms un insulto que una definicin. Piratas
son los otros, aquellos que atacan la patria, ya sean capitanes de la armada o
corsarios (Francis Drake, Henry Morgan, Walter Raleigh, apodado El Guatarral), a la
postre tan honrados por la corona inglesa como lo fueran para la espaola Pedro
Navarro, el conquistador del norte de frica, Cristbal Coln, que tambin fue en
corso, como todos, o Antoni Barcel, el general que acab con Argel en el siglo XVIII.
Por eso en esta Ruta hemos elegido el trmino corsario. Si en ocasiones hemos
reconocido el trmino pirata es porque el corso no es otra cosa que un acto de
piratera con permiso, y por el peso inamovible que han trado siglos de uso del
trmino.
Cristianos contra musulmanes
Aunque los enfoques hayan sido muchos, seguramente la visin ms fructfera
es la de considerar el corso del siglo XVI como una prolongacin de la reconquista.
Es curioso descubrir cmo todas las formas, las estrategias y el lenguaje que
definen las acciones corsarias tienen su origen en esos siglos de enfrentamiento
constante en la pennsula. La reconquista, ms que por las grandes campaas que
sucedan muy de vez en cuando, se vio dominada por las correras que en una y otra
direccin hacan tanto cristianos como musulmanes. Estas correras, llamadas
"cabalgadas" o "algaradas", se servan de "adalides" u "hombres del campo", hombres
conocedores del terreno que guiaban a las huestes invasoras en los breves ataques. El
fin no era tanto la conquista como la guerra de desgaste. Se mataba, se quemaban
ciudades, pueblos o campos, se apresaban cautivos de los que se pedan luego
rescates, tanto ms cuantiosos cuanto ms importantes eran los presos, se persegua
el botn. Cuando la algarada acababa, actuaban los "alfaqueques" o redentores de
cautivos, aquellos que se encargaban de negociar y canalizar el rescate.
Este sistema, que tena unas reglas muy precisos, podemos decir que
institucionalizados, pervivi con el corso en el siglo XVI. Cuando en 1492 los
cristianos toman Granada, la frontera deja de ser terrestre para convertirse en
martima: el mar de Alborn constituir la nueva frontera. Las cabalgadas son ahora
correras desde el mar. Dmosle otro nombre: corso. Este tipo de incursin martima
ya exista en los siglos anteriores, pero ahora se recrudece. Hasta entonces los
cristianos han llevado la iniciativa. Pero pronto esto va a cambiar.
Nace el corso moderno, pues, pero en l pervive lo secular. Ni siquiera los
actores han cambiado demasiado. Se considera que de unos 300.000 musulmanes
granadinos, la mitad emigraron al norte de frica. Se ha escrito mucho sobre el
impacto que en esta regin tuvieron los mudjares. Era sta una poblacin
cualificada y culta que renov las industrias y las artes en el Magreb, insufl de
nuevas ideas y tcnicas una regin hasta entonces muy distante de la peninsular.
Pero tambin fue una poblacin cuyo deseo de venganza combinado con su
sabidura catapult la cuanta y eficacia de las cabalgadas. En el norte de frica se
encontraron con una poblacin tremendamente receptiva a estos rencores. Durante
los siglos anteriores la actividad econmica de estas ciudades costeras se haba ido
especializando progresivamente en el corso. Segn Mercedes Garca Arenal, fue
precisamente la eficacia de la piratera catalana y genovesa la que anul su capacidad
productora y mercantil y redujo su vocacin marinera al puro comercio violento. En
este contexto, muchos de los granadinos recin llegados se convertiran en corsarios,
y volveran de nuevo a sus antiguas tierras, pero no para cultivarlas, sino para
quemarlas. El cctel explosivo estaba a punto de estallar.
Pero todava nos faltan un par de ingredientes. Recordemos: de 300.000
musulmanes granadinos, la mitad... se qued en la pennsula. Esta minora (por
llamarle de alguna manera: porque slo unos 40.000 cristianos se animaron a
repoblar aquellas tierras en los aos inmediatamente posteriores a 1492), eran los
mudjares, llamados progresivamente moriscos a partir de la Conversin General del
ao 1500. Sus motivos de rencor no eran menores y, si acaso, mayores. Aunque las
capitulaciones de Santa Fe que siguieron a la conquista de Granada salvaguardaban
sus costumbres y su religin, la convivencia fue desde un principio difcil, por no
decir imposible. El odio, los prejuicios, la codicia, se sumaron en los cristianos y se
materializaron en abundantes abusos: usurpaciones de tierras, asaltos, muertes,
violaciones...
El rebrote de la guerra abierta era cuestin de tiempo, cosa que el Cardenal
Cisneros se encarg de acelerar. En 1499 confiscaba libros arbigos y encarcelaba a
reputados lderes musulmanes o alfaques. La rebelin del Albaicn se extendi a las
Alpujarras. La guerra dur dos largos aos, tras la cual los reyes obligaron a la
conversin forzosa o a la expulsin. Casi todos optaron por quedarse bajo dursimas
condiciones. La medida se extendi a Castilla. 20 aos despus unos hechos muy
similares tendran lugar en el Reino de Aragn. Pasada esta primera fase de rebelin,
los abusos no hicieron sino crecer.
La primera reaccin de los moriscos, una vez comprobado que la conversin
no arreglaba en absoluto su convivencia con los cristianos viejos, fue la huida. El
comienzo del corso berberisco en Espaa nace de esta manera: moros de allende
que desembarcan en la costa para ayudar a huir a sus hermanos todava residentes
en la pennsula. Fueron las propias leyes cristianas las que provocaron la violencia
morisca. Primero, al no permitrseles la emigracin pacfica. Y segundo porque stos,
necesitados de unos ahorros para establecerse en Berbera e imposibilitados por ley a
vender sus tierras, vieron en el asalto y cautiverio de los cristianos viejos la mejor
solucin para, matando dos pjaros de un tiro, hacerse con un capital y adems
vengarse de los que les ofendieron. Estas operaciones eran muy complicadas, porque
implicaban sucesivos pasos a cual ms espinoso: huida y reunin de los moriscos,
llegada de los de allende, asalto a las defensas cristianas, embarque en las naves
berberiscas. Por eso deban ser cuidadosamente planeadas. Y este esfuerzo de
coordinacin fue un capital de conocimiento invaluable para los aos venideros en
que los berberiscos convertiran el corso en una verdadera industria.
El impacto en el litoral de la pennsula de los moriscos espaoles convertidos
en corsarios norteafricanos es bestial. Conocen bien la costa y el interior, tienen los
mismos rasgos que los habitantes de la pennsula, hablan su lengua como ellos, se
convierten en adalides, los guas de las expediciones, o en los propios protagonistas
de las algaradas. Desembarcan por la noche y a primeras horas de la maana son
capaces de mudarse a la guisa cristiana, inspeccionar el terreno o hablar con sus
familiares o amigos, volver a una cala escondida y guiar a la hueste de piratas hacia
la casa del cristiano que le arrebat sus tierras o a la de otros que conoce con nombres
y apellidos, incendiar su hacienda entera, llevarse sus ganados y cautivar a aquel
para arruinarle para siempre o para que pase el resto de sus das como esclavo en
Berbera. Las fuentes abundan en estos hechos.
El peligro de los que se quedaron no era menor. Los que no pudieron o no
quisieron escapar se convierten en un segmento de poblacin ya decididamente en
contra de los intereses del Estado, siempre dispuestos a cualquier alzamiento
repentino. Y lo que es ms: una quinta columna dispuesta a cualquier cosa por
ayudar a sus hermanos allende el mar de Alborn, no slo hermanos de religin, sino
de sangre. Ya en fecha tan temprana como 1494 los Reyes Catlicos reciben una
denuncia que bien ilustra lo que pasara durante todo el siglo siguiente: ... que otros
acogen en sus casas a los moros almogvares que vienen de allende a saltear a los
cristianos, y que les dan los mantenimientos y las cosas que han menester, y les
avisan adnde han de saltear a los cristianos (...) y que tratan con ellos, y que cuando
vienen algunas fustas de allende a saltear les hacen muchas seales desde las sierras
que estn junto con la mar
Esta rebelin es en la mayora de los casos resistencia pasiva, que de una u
otra forma espordicamente puede tomar las formas de la cita anterior. Pero muchos
de los moriscos se lanzan al monte y se convierten en bandoleros, comnmente
llamados monfes. En Andaluca nace una alianza fructfera entre los monfes del
interior peninsular y sus primos los piratas magrebes. Los primeros ayudan a
desembarcar a los segundos y les guan muy al interior para realizar cabalgadas que
no son slo costeras. Los segundos rescatan a aquellos mudjares que, atrapados en
la pennsula, no pueden ya emigrar a Berbera.
En este mundo de papeles cambiantes bien poda suceder que el bandolero
morisco se acabara convirtiendo en corsario. As le sucedi, como a otros muchos, a
El Joraique en Almera. Durante el tercer cuarto del siglo XVI aterroriz las tierras
comprendidas entre el ro Almera y el valle de Almanzora. Pero en 1573 ya ha
pasado a Berbera y le encontramos protagonizando el asalto pirtico a Carboneras.
Los hermanos Barbarroja y Argel
Acabada la reconquista, la monarqua hispnica confa en vencer al Islam en el
mar. Las cabalgadas sobre las costas se han multiplicado pero, por un lado, no dejan
de parecer una simple continuacin de las anteriores y, por otro, las sucesivas
expediciones de Pedro Navarro sobre el norte de frica hacen pensar que en breve el
mar de Alborn ser espaol. Es ms, el dominio sobre Npoles y Sicilia, conseguido
por Aragn en el siglo XIV, pinta un mapa de prepotencia general sobre todo el
Mediterrneo occidental. La llegada de Aruch Barbarroja frustrar estas expectativas.
Pocos actores tienen tal responsabilidad en el teatro corsario como los
hermanos Barbarroja. Su llegada la norte de frica es el ltimo ingrediente
constructor de unos siglos que haran a las costas del Mediterrneo espaol
convertirse en un infierno, acosado por legiones de avispas procedentes del mar.
Los espaoles durante varias dcadas haban intentado dar el salto, pasar el
estrecho y continuar no ya una reconquista sino una conquista en toda regla en esta
regin. Entre 1497 y 1510 los ejrcitos de los Reyes Catlicos, comandados por Pedro
Navarro, toman Melilla, Mazalquivir, el pen de Vlez de la Gomera, Orn, Buga,
Trpoli. Un ao despus se reconocen vasallos Dellys, Mostaganem, Cherchell y
Tremecn. Se conquistan y someten a vasallaje unas plazas, s, pero sin embargo, los
intentos de ampliar los reinos se ven siempre frustrados. En este caso no se trata de
someter a pacficos campesinos sino a tribus nmadas, escurridizas y traicioneras. La
poltica de presidios en el norte de frica se estanca en su misma impotencia, incapaz
de salir de sus propios muros.
En este contexto, llegan los hermanos Barbarroja al occidente mediterrneo.
De origen humilde, el mayor, Aruch, tuvo un ascenso rpido, pero en un principio
desgraciado. Se enrol en barcos corsarios, con el tiempo se hizo dueo de uno de
ellos, y acab como protegido de la faccin equivocada en las conjuras de palacio
turcas. Por ello tuvo que huir hacia Occidente. En 1512 es acogido por el sultn de
Tnez y utiliza la isla de Yerba para una actividad que conoca a la perfeccin: la
piratera. En 1516 se pasa a Argel llamado por el rey Selim que quiere resistirse al
pago de tributo a los espaoles. Poco despus Barbarroja le asesina (algunos cuentan
que con sus propias manos) y se hace proclamar sultn. Casi inmediatamente toma
Tremecn, importante intento de expandir un reino tanto por la costa como por el
interior, pero en 1518 los ejrcitos espaoles sitian y conquistan la plaza y Aruch
muere en la batalla. La reaccin de Jeredn, su hermano, es fulminante. Se hace
sbdito de la Sublime Puerta turca a cambio de recibir ayuda contra los espaoles y
de ser mantenido como gobernador de Argel. En 1519 13.000 espaoles fracasan en la
toma de Argel, pero las revueltas interiores impiden a Jeredn consolidar su reino.
Con el tiempo el nuevo reino creado por un pirata, Jeredn Barbarroja, tiene mucho
ms xito que los intentos de un Estado avanzado como el espaol. Legitimado como
sbdito de la cabeza espiritual del Islam, el sultn de Turqua, y fortalecido por el
buen hacer de sus dirigentes, el reino de Argel se extender por un amplio trecho de
la costa magreb, conseguir en los siguientes decenios alianzas duraderas con las
tribus o emprender expediciones hacia el interior del Sahara consolidando su
soberana. Este legado se transmitir de una manera continua hasta que en 1820 es
conquistado por las tropas francesas. Se trata de un reino nacido y especializado en el
corso, cuya supervivencia y casi nica fuente de ingresos es el bandidaje martimo.
Es lo que los historiadores han llamado una repblica corsaria. Y a las mismsimas
puertas de las costas espaolas.
Carlos contra Suleimn
Aunque ya hemos presentado a los actores principales de esta obra, hay otro
que, mucho ms lejano en el espacio, no dej de estar presente en todo momento.
Hablamos del Imperio Turco. El ascenso turco en la escena europea y mediterrnea
es rapidsimo. En 1453 conquistan Constantinopla y la convierten en capital. Hasta
entonces no suponen un peligro para el dominio martimo cristiano del
Mediterrneo, pero en 1503 derrotan a la prestigiosa armada veneciana. Es un primer
aviso. En 1516-17 conquistan Siria y Egipto, ganando la supremaca absoluta sobre el
mundo musulmn en trminos polticos y militares, ya que tras la ocupacin de
Arabia y las ciudades santas del Islam, el sultn ya se haba convertido tambin en
califa de todos los musulmanes sunnitas. En 1520 sube al trono Suleimn el
Magnfico. Un ao despus el imperio de Carlos V siente su aliento cuando los turcos
conquistan Belgrado. En 1522 toman la isla de Rodas, sede de los caballeros de la
Orden de San Juan, aguerridsimos marinos cuya existencia haba sido una
salvaguarda de los intereses cristianos en el mediterrneo oriental y una puerta
cerrada ante el avance otomano hacia el occidental. Nada de esto existe ya, y
recordemos: slo tres aos despus Jeredn Barbarroja se hace definitivamente con
Argel. El Mediterrneo ha dejado de ser un lago cristiano.
En 1529 los turcos ya estn a las puertas de Viena. Suleimn el Magnfico y
Carlos V, campeones del Islam y la Cristiandad se enfrentan abiertamente. El
Imperio Otomano est amenazando ya a los Habsburgo no en sus reas de influencia
sino en su misma casa. El sitio de la ciudad acaba en fracaso y el frente se traslada de
nuevo al Mediterrneo. Desde este momento la guerra imperial es total, los frentes se
suceden en todos los puntos de un mar cuyas aguas, que han venido calentndose
durante dcadas, van a arder en los aos sucesivos. Tras el asalto fallido a Koron de
Morea por las tropas carolinas en 1532, Suleimn reacciona llamando a Jeredn a
Constantinopla y nombrndole nada menos que Almirante de la armada turca. En
1534 el nuevo almirante conquista Tnez, hasta entonces vasallo de los espaoles. Un
ao despus Carlos V rene una armada gigantesca: 400 barcos y 26.000 hombres,
alemanes italianos y espaoles al mando de Andrea Doria, que recuperan la ciudad y
hacen huir a Jeredn. En 1538 la cristiandad se une: Andrea Doria rene una armada
de 60.000 hombres, la ms grande nunca creada. 80 naves venecianas, 36 pontificias,
30 espaolas y 50 galeones de vela sucumben sorprendentemente frente a la inferior
armada de Jeredn Barbarroja. Ya nada parece resistirse al imparable predominio
turco en el mar.
Y as es: en 1541 Carlos quiere cortarlo por lo sano y acabar con Jeredn en su
misma base, Argel. Otra gran armada (450 barcos, 36.000 hombres) se lanza contra la
ciudad. Corre ya octubre, se acerca el invierno, pero los espaoles confan en una
pronta victoria. El emperador no teme una derrota, en la nave almirante le
acompaan doncellas, como de paseo. Van con l sus mejores generales y algunos
que lo sern en aos venideros, como Hernn Corts. Pero esta vez no ser tan fcil
como en Tnez. Las repetidas tormentas hunden a una centena larga de naves y
dispersan a los sitiadores, perpetuamente encenagados. 12.000 hombres perecern en
la empresa. Como cuenta Philip Gosse: "en los baos de Argel un cristiano no vale
una cebolla".
En 1546 muere Jeredn Barbarroja. Se cierra as una etapa en la cual el
sometimiento de Argel a la estrategia general del imperio otomano hace a la ciudad
ms turca y menos corsaria. Durante estos aos las galeotas argelinas se han unido a
enormes escuadras que asolan ciudades con gran destruccin y abundante botn en
riquezas y cautivos. En lneas generales podemos decir que son pocos los ataques,
pero tremendamente destructivos.
A estos tiempos les llamaremos del gran corso, porque por debajo de la
guerra convencional sigue perviviendo una estrategia puramente corsaria. La
estrategia no se traza para incorporar territorios, sino para rapiarlos. No se busca
conquistar, se pretende fastidiar. Es la ancestral guerra de desgaste mediante
cabalgadas que existi desde la Baja Edad Media. La diferencia con el corso
convencional es simplemente de escala, estriba en que en vez de algunas pocas ovejas
o un lad de pescadores, se arrasan en ocasiones ciudades y los cautivos se cuentan
por decenas o centenas. En las costas espaolas al peligro mudjar se le haba
sumado el monf, al que se agreg el argelino para ser completado por el turco. Todo
un cuadro de alianzas y destruccin. Desde ese da a los corsarios se les llamar
turcos, no importa exactamente su procedencia. Este estado de cosas, indiscutible
durante el reinado de Jeredn, pervivir de manera decreciente hasta la batalla de
Lepanto
Por si fuera poco, en los aos cincuenta a los Habsburgo les nace otro
monstruo. Turgut, en Espaa llamado Dragut, vena utilizando el oriente tunecino
como base para sus correras. Haba formado parte siempre de los generales de
Jeredn, el cual le haba llamado cuando se encontraba en el Egeo. El sultanato hafs
que haban dejado los espaoles como protectorado no acaba de consolidarse por
conjuras de palacio y los ancestrales problemas con las tribus. Doria interviene pero
Dragut contraataca y en 1551 conquista Trpoli con la ayuda del Pach turco. En 1558
su poder sobre casi todo Tnez es un hecho. Mientras que sus descendientes acaban
por "especializarse" en Italia, dejando Espaa a los argelinos, Dragut visita nuestras
costa una y otra vez, hasta el punto de que ha pasado, dentro de la particular historia
popular, como el mximo exponente del terror pirtico de la poca.
En 1565 tiene lugar el gran sitio de Malta, otra de los hitos militares de esta
guerra entre imperios. Los Caballeros de la Orden de San Juan, despus de la
prdida de Rodas acaban instalndose en Malta, acogidos por Carlos V. La armada
turca decide acabar con este reducto de corso cristiano. El sitio dura seis meses. La
flota cristiana de Felipe II tarda en llegar pero cuando finalmente lo hace los turcos
huyen. El nico que se atreve a intentar parar el contraataque es Dragut, que acaba
muriendo en batalla.
Lepanto y el siglo XVII
Y llega 1571, ao de la clebre batalla de Lepanto. Tras la conquista de Chipre,
base corsaria en el orbe veneciano, se unen de nuevo los esfuerzos de las potencias
cristianas y se forma una armada de ms de 200 galeras y 48.000 hombres. Forman
parte de ella venecianos, tropas pontificias y otros, pero slo Espaa como tal Estado.
A su mando va Juan de Austria, con 24 aos, hijo natural de Carlos V. La flota turca
es ms numerosa pero est peor preparada y acaba siendo destruida en el golfo de
Lepanto.
De un tiempo a esta parte se ha revisado la influencia de esta batalla.
Tradicionalmente se consideraba que tamaa derrota supuso el fin de la
preponderancia musulmana y turca en el Mediterrneo, as como una decadencia del
corso. Pero lo cierto es que Turqua reconstruye la flota en tan slo un ao. Qu
sucede entonces?
En realidad, no hay una explicacin nica, sino una conjuncin en el tiempo
de factores. Segn Miguel ngel de Bunes, la prdida de poder en el Mediterrneo
no se debe tanto a la batalla en s, como a la multiplicacin de frentes en el imperio
turco, su inters progresivo en oriente y a su propia decadencia interna. Todo ello la
hace desaparecer prcticamente del mapa. Por otro lado, el Mediterrneo va a dejar
de ser el campo de batalla de las grandes potencias. En efecto, el siglo XVII se
consolida Inglaterra como gran potencia, Holanda levanta su imperio martimo y el
Mar del Norte acoger en sus orillas a las ciudades ms dinmicas. El Atlntico pasa
a ser el centro del mundo.
El Mediterrneo ha entregado el cetro. El fin de la "gran guerra" en este mbito
supuso en las costas espaolas la casi desaparicin del "gran corso" (a excepcin de
hechos puntuales como el saqueo de Calpe, por ejemplo), y el nacimiento de la poca
dorada del "pequeo corso". Este se expresa como la incursin de una o pocas naves
con objetivos o al menos resultados bastante menos ambiciosos: el robo de ganado,
barcas de pescadores, de una aldea costera...
El clima social de la costa tardar en relajarse, pero los efectos sobre las
poblaciones son menos destructivos. En palabras de Braudel, la desaparicin del
enfrentamiento entre imperios y religiones lanza a las fuerzas vivas, que en otro
tiempo se dedicaban a la gran guerra, a la "pequea guerra", de tal manera que sta,
lejos de desaparecer, se recrudece: "La piratera quema las energas que en otro
tiempo haban cristalizado en una Cruzada (o Djihad): ni una ni otra interesan ya a
nadie, salvo a los locos y a los santos". O, como magistralmente expresa Bunes: "El
Mare Nostrum ya ha dejado de ser el lugar de las grandes batallas y de las acciones
honorables de los hombres de armas, para convertirse en un espacio marcado por la
guerra sucia y destructiva donde el honor ha sido sustituido por el inters
econmico, y donde la pica ha sido vencida por la rapia". Nosotros, con modos
algo ms desaliados, lo expresaramos en otros trminos: el soldado profesional,
que se ha ido al paro, ha de buscar empleo donde sea, encontrndolo en el corso.
Muerto el perro, la rabia contina.
A este estado de cosas contribuirn dos hechos: las galeras argelinas salen casi
indemnes de la batalla de Lepanto. Desde entonces contribuyen cada vez menos con
sus fuerzas a la armada imperial, y esta libertad de accin, si bien tericamente
siguen siendo sbditos de la Sublime Puerta, concentra sus fuerzas en el cometido
histrico para el que fue creada: el corso. Por otro lado, treinta aos despus, la
Monarqua Hispnica expulsa a los moriscos en 1609. La expulsin, si bien suprime
casi en su totalidad la existencia de aquella quinta columna, lanza a las costas de
Berbera a casi medio milln de moriscos, muchos de los cuales eran potenciales
monfes, o dicho de otra manera: susceptibles piratas.
Si el siglo XVI fue el siglo de oro del gran corso, el XVII lo ser del pequeo
corso. Algunos argumentan que la peligrosidad y el poder de los corsarios
berberiscos de esta nueva poca fue incluso mayor. Probablemente estn en lo cierto.
Y sin embargo, paradjicamente, en lo que respecta al litoral Mediterrneo
peninsular los efectos negativos de estos nuevos tiempos no tienen ni comparacin
con los nefastos del anterior. Dos factores contribuirn a ello:
Por un lado, las defensas en la costa cristiana se consolidan y refuerzan (ver
ms adelante). Felipe II, cuyas fuerzas navales estaban dispersas por todo el mundo,
opta por una defensa terrestre. A instancias suyas, a partir de la dcada de los 1570,
se reconstruye y reorganiza todo un sistema de defensa cuyo exponente ms
llamativo son las torres atalayas. A finales del siglo XVI la cadena defensiva se
encuentra prcticamente acabada. La puesta a punto de estas ordenanzas basadas en
elaborados estudios no deja en teora una cala del mediterrneo hispnico sin
vigilancia en todo momento. El sistema dista mucho de ser perfecto, pero los efectos
se dejan sentir. La siguiente cita, referente a la torre de Solderiu, en el delta del Ebro,
muestra bien cmo cambi el panorama de la costa: No son entradas galeotas ni
otras fustas de moros en el ro Ebro conforme antes solan entrar, si bien es verdad
que en algunas ocasiones han venido algunas naves o bajeles de moros que se posan
delante de dicha torre en un lugar donde no pueden recibir dao de los tiros de la
torre. En una ocasin vino una gran nave que se coloc a tiro de can y un artillero
muy prctico que estaba en la torre la escaramuza muy bien y los maltrata porque
todos los tiros los colocaba dentro de la nave y as les fue forzoso a los moros dejar el
puesto y retirarse. Todava en algunas ocasiones han saltado en tierra lejos de dicha
torre y hacen alguna cabalgada y cogen algn pedazo de las pesqueras o salinas
empero no pueden hacer tanto dao como hacan antes de estar dicha torre porque
adems de la defensa de dicha torre son descubiertos y avisan a las dems y toda la
costa de la mar y as en todo lugar se guarda
Pero tal vez el factor ms decisivo a la hora de explicar la menor importancia
del corso en las costas del Mediterrneo espaol a partir de los aos 70 del siglo XVI
sea su creciente inters por el Atlntico. Como todo bandido, el corsario busca la
riqueza, y sta ahora reside en el otro mar. Se divisa ahora su estela en las costas de
Cdiz y Huelva, en las flotas que vienen de Indias e incluso en Galicia en no pocas
ocasiones. Pero eso no es todo: en 1625 el alcalde de Plymouth informa que piratas
norteafricanos han capturado 1000 hombres en sus costas. Entre 1570 y 1516 se
calcula que un total de 456 naves inglesas han sido apresadas. El canal de la Mancha
deja de ser un lugar seguro. Y an peor, si no fuese historia no nos lo creeramos: en
1624 barcos argelinos capturan a pescadores de bacalao en Terranova y en 1627
corsarios norteafricanos llegan hasta Islandia y la saquean. Imaginemos por un
momento la sorpresa del pueblo de los glaciares y los giseres, los antiguos vikingos,
al verse invadidos por energmenos calzados con turbantes.
En realidad, es que Europa se ha escorado hacia el Oeste, y nada queda igual.
Con sus ojos puestos en otro orbe, tambin cambian los aliados argelinos. Inglaterra
y Holanda, enemigas de Espaa, ven con buenos ojos cmo estos corsarios combaten
el poder del imperio en decadencia. A sus puertos arriba sangre nueva. Desde finales
del siglo comienzan a llegar oportunistas del norte de Europa que a menudo se
convierten en renegados de su antigua religin. Argel, tradicionalmente refugio de
aventureros procedentes de Anatolia, Grecia, Dalmacia, Albania, Sicilia, Npoles,
Egipto, de todo el orbe mediterrneo, ahora es lugar de empresa y ambicin de
escoceses, portugueses, flamencos, ingleses, daneses... Vienen ellos, pero tambin sus
tcnicas y su comercio: plvora, maderas, resinas, caones y ... velas. En 1609 arriba a
Argel Simn de Dauser. La llegada de este antiguo comandante de los Estados
Generales de los Pases Bajos, reconvertido en pirata, se considera como el principio
de la revolucin en la navegacin argelina. El holands ensea en frica las nuevas
tcnicas de navegar en el Atlntico y en alta mar, y tambin cmo construir nuevos y
veloces veleros. Los espaoles, apegados a una gloria imperial que empieza a ser
pasado, tardan en aceptar la revolucin nutica y durante varias dcadas los
corsarios berberiscos gozarn de una ventaja incontestable.
El escoramiento al oeste del mapa es evidente. Tnez y Trpoli no llegan a 12
embarcaciones de corso en 1620. Pero, por contra, surgen otros nuevos centros
corsarios, esta vez en la costa atlntica marroqu, como Larache y La Mmora.
Espaa debe reaccionar: en 1610 consigue mediante la diplomacia que los marroques
le cedan Larache y en el mismo ao Luis Fajardo toma La Mmora. Pero bastante
menor xito tiene con los que sern su nueva pesadilla, Sal, que hasta bien entrado
el siglo sern la repblica corsaria ms dinmica, activa y daina de la nueva poca.
Hasta mediados del siglo XVII muchos consideran que el Mediterrneo es un
mar musulmn. A finales del siglo XVI la repblica de Gnova escriba a su
embajador en Espaa: "esto viene de que en esos mares no hay una sola galera ni un
solo esquife cristiano a flote". A finales de este siglo, Turqua desva su mirada del
Mediterrneo, pero deja que sus hijas bastardas, las repblicas corsarias
norteafricanas, se encarguen de que no se olvide su presencia. Sin embargo, a partir
de 1650 los corsarios entran en decadencia. Las cifras hablan: en 1634 Argel contaba
con unos 80 navos de guerra; en 1659 ya slo tena 23. La situacin de Tnez era an
peor: en 1674 contaba con 3 galeras, 7 veleros y algn que otro leo.
El corso berberisco agoniza. Las potencias europeas, que les han apoyado
intermitente o indirectamente durante dcadas, dejan de hacerlo porque a Espaa,
convertida en una potencia de segunda fila, ya no es necesario castigarla de la misma
manera. Cuando esto sucede, corren ellos mismos el riesgo de sufrir las razias
norteafricanas. Para evitarlo pagan tributos a las ciudades corsarias a cambio de que
sus naves no sean atacadas, pero muy a menudo estos acuerdos son agua de borrajas.
Por eso, ya no slo Espaa, que repetida y tradicionalmente haba protagonizado
expediciones de castigo, sino que Inglaterra y Holanda, e incluso al final Francia,
comienzan a hacer lo mismo: 1654, 1655, 1671, 1677, 1681, 1683, 1688 presencian
empresas en las que se bombardea y queman naves de Argel, Trpoli o Sal. El
camino est abierto: Turqua ya no protege a sus nominales vasallos. Ninguna de
estas acciones es definitiva, pero minan la capacidad ofensiva de los corsarios. Si su
actividad se mantiene, aunque ya a niveles mnimos hasta el siglo XIX, es porque
estas ciudades no encuentran tan fcilmente otra fuente de ingresos y porque las
potencias europeas, absorbidas en rencillas entre s, nunca llegarn a unirse
Espaa, por su lado, durante el siglo XVIII sigue enzarzada en espordicas
disputas por sus arcaicos presidios norteafricanos. En 1736 se logra una primera
tregua con Marruecos que se reafirma en una paz casi definitiva en 1767. En 1782 se
firma un tratado de paz y comercio con Turqua que en teora vincula a Tnez y
Argel, pero estos se niegan a suscribirlo. Son necesarias varias expediciones de
Antoni Barcel y Juan Mazarreo para que en 1785 Argel firme la paz. En 1791 Tnez
hace lo mismo. Se pone fin a la secular guerra con Espaa. En 1820 Francia se
apodera de Argel y se acaba el ltimo atisbo de corso en la regin.
Cmo parar a los espumadores de la mar?
Las defensas
La primera medida para controlar los ataques martimos fue mediante la
repoblacin. El modelo viene de antiguo, ya que tambin en el Reino de Valencia se
haba visto que para mantener la seguridad de la costa contra lo que por entonces se
llamaban corsarios sarracenos era necesario poblar las franjas litorales con gentes
fieles al Estado.
Por eso en toda la costa mediterrnea se expulsaron a los mudjares o
moriscos hasta una legua del mar y se promovi la instalacin de grupos de
cristianos viejos a lo largo de la franja litoral. La repoblacin era un fin y un medio al
mismo tiempo. Por un lado, se labraban y explotaban tierras de cuyo trabajo la
Monarqua, obispados o nobles extraan impuestos y, por otro, se consegua que estas
gentes protegieran el territorio para que la recaudacin fuera posible. Para atraer a
estos cristianos del interior se les donaban tierras, se les exima en un principio de
varias cargas impositivas y se les otorgaban otras diversas mercedes. A cambio, se les
obligaba a tener armas y a algunos caballos, y a acudir a los rebatos cuando las velas
amenazaran por el horizonte: se trataba de una repoblacin con un claro carcter
militar. La costa era una frontera, y como tal, peligrosa. En realidad esta segunda
obligacin no era tal, porque los propios pobladores vean que defendiendo la costa
se defendan a s mismos. Por eso, cuando haba al arma, no dudaban en salir lo
ms rpidamente posible a plantar cara al moro, an cuando el peligro no fuese
directamente con ellos sino con un pueblo cercano: saban que los prximos podan
ser ellos y que iban a necesitar igualmente del concurso de sus vecinos.
La vida de los cristianos en la costa debi de ser un infierno, como encerrados
en un bocadillo mortal. Por un lado, un mar plagado de corsarios. Por el otro, unas
sierras hirviendo de moriscos llagados de rencores. Como comentaba Viciana en
relacin a Villajoyosa, caso aplicable a gran parte de esta costa: Asentado a la lengua
del agua" [corran peligro] "as de la tierra como de la mar: que en la tierra, dentro de
cinco leguas de su contorno todos los pueblos son de moriscos: y por la mar los
corsarios juntan tanto con la tierra sus navos que dellos mismos pueden asentar la
batera
En cuanto a los moriscos, vivieron en un permanente estado de excepcin.
Adems de no permitrseles asentarse a menos de una legua del mar (unos 7 km.), no
podan llevar armas, a menudo no pasear por la noche, vestirse distintivamente, no
acercarse a la costa ms que en determinadas ocasiones, o pescar, si acaso,
acompaados de un cristiano viejo. Pero adems, estaban en la obligacin de reparar
fortalezas y caminos, y sobretodo, de pagar la farda, un impuesto especial
destinado a la construccin y acondicionamiento de las torres y fortalezas costeras. Si
el primer tipo de medidas era humillante en lo social, el segundo tipo era gravoso en
lo econmico. El control de la poblacin morisca para evitar su connivencia con el
corso berberisco no hizo sino exasperar an ms los nimos, y a la larga, provocar el
efecto contrario.
Durante toda la primera mitad del siglo XVI se pens que el corso berberisco
poda ser vencido desde el mar, atacndolo en su raz. Las campaas de Carlos V en
todo el Mediterrneo y en concreto en el norte de frica apuntan a un intento de
seguir manteniendo una prepotencia que se extingue con la llegada de los Barbarroja
al norte de frica y el ascenso del Imperio Turco.
El primer bastin de esta defensa deban de ser las plazas africanas de la
monarqua hispnica, conseguidas por las campaas de Pedro Navarro en 1510. Sin
embargo, su alcance era a todas luces limitado e insuficiente. Como hemos visto,
permanecieron siempre como islas rodeadas en un mar de enemigos y su
contribucin a la defensa de las costas espaolas slo era de alguna utilidad en el
caso de Andaluca, cuando, por ejemplo, percibieron los preparativos para el asalto a
Gibraltar en 1540.
El segundo estadio de esta defensa, tal cual era concebido, deban de ser las
escuadras martimas. Este medio se prob como el ms til y eficaz contra el
predominio de las fustas berberiscas en la costa peninsular. Sin embargo, con cierta
solucin de continuidad slo existi la que corra entre Cartagena y el Puerto de
Santa Mara, en Cdiz, entre los meses de primavera y otoo. En Valencia, el intento
de crear algo parecido con base en el puerto de Dnia, fue un efmero xito (ver
Dnia). Funcion brillantemente entre 1618 y 1620, pero acab siendo trasladada a
otros frentes cuando el monarca as lo requiri. Si no se crearon ms en Valencia fue
porque los virreyes siempre supieron dnde podan acabar sus esfuerzos:
engrosando las fuerzas imperiales en mares muy lejanos a los suyos. Si la piratera en
nuestras costas se convirti en un mal endmico fue, como sucedi en todos los
mbitos de la historia de estos siglos, porque se primaron los intereses imperiales
universalistas de los Habsburgo sobre los intereses particulares de los habitantes de
Castilla y Aragn.
Felipe II reconoce el espejismo. Sus esfuerzos se concentran crecientemente en
el Atlntico, y opta definitivamente por unas defensas terrestres. stas consistirn en
el cerramiento de la cadena de torres de viga y en la organizacin del sistema de
milicias para acudir a los rebatos.
Ninguna constituye una solucin nueva. En Andaluca exista un sistema de
torres costeras muy denso, heredado de poca nazar. Las primeras instrucciones
encaminadas a reorganizar la defensa de la costa datan ya de 1497. Pero en Valencia
y Catalua existan poco ms que testimonialmente, y las ordenanzas de mejoras no
llegan hasta mediados del siglo. Se trata de impermeabilizar todo el sistema,
actualizar y reformar las torres existentes, construir all donde hiciera falta. En el
ltimo tercio del siglo XVI se levantan cientos de ellas. Los encargados de hacerlo
sern las propias ciudades o pueblos, los obispados incluso. Para conseguirlo el rey
rara vez pone un ducado, sino que concede exenciones de impuestos o permite la
exaccin de otros nuevos. A finales de siglo se puede decir que a excepcin de las
partes ms remotas y despobladas, Murcia, Almera, Huelva, la costa se ha sellado, al
menos, y con permiso de las maas corsarias, sobre el papel.
La principal funcin de las torres de viga o atalayas consista en el
avistamiento y aviso de la presencia de naves enemigas. Estaban situadas
generalmente en altozanos, aunque encontramos muchas a las mismas orillas del
mar. Otro factor determinante a la hora de fijar su ubicacin, casi de la misma
importancia que la visibilidad, fue vigilar las fuentes de agua dulce con el fin de
impedir que los piratas pudiesen hacer "aguada", lo que, se esperaba, redujera su
autonoma. Dentro de la estrategia anti-corsaria, resultaba de primaria importancia
evitar la aguada. Las naves de la poca se basaban en la fuerza de los remeros y el
combustible de stos, en clima clido adems, era el agua. Las reservas de sta que
poda alojar una galeota, una galera o una fusta nunca duraban ms de una semana,
por lo que para que las naves fueran efectivas necesitaban fondear junto a un ro o
fuente por lo menos cada seis das. Muchas de las torres se levantaron para
impedirlo. Estaban dotadas en la mayora de los casos de un mnimo de tres guardas.
Cuando se descubra una nave extraa, dos guardas corran a dar el aviso, uno a
cada torre vecina. stas, a su vez, mandaran a uno de los suyos a la situada ms
cercana, y as sucesivamente, en las dos direcciones, hasta que el parte llegase a una
cabeza de capitana o de reino, que sera la encargada de evaluar qu medidas deban
tomarse. Estos avisos se hacan calladamente, hasta que se supona que los enemigos
haban percibido la alarma en tierra. En ese caso se hacan ahumadas durante el da y
fuegos durante la noche para transmitir el aviso, lo que no evitaba que, para mayor
seguridad, siguiesen comunicndose de la manera anterior. En el caso de que la nave
sospechosa hubiese tomado tierra, un guarda correra a la poblacin vecina donde la
autoridad haba de tocar a rebato, mediante las campanas de la iglesia o castillo, y
apercibira las fuerzas, y el otro ira a la torre inmediata que se considerase ms
necesaria. Los avisos con fuegos deban levantarse tantas veces como naves se
avistasen y, en el caso de tomar tierra, se mantendra el fuego o la ahumada de forma
continuada. Adems de estas seales luminosas se contemplaban otras formas: aviso
sonoro mediante el can o tambin con cuernos o campanas.
Pero adems de una vigilancia esttica, los guardas estaban encargados de
recorrer las costa para rastrear la presencia de enemigos en calas o entrantes
escondidos. La visita a estos lugares se llamaban de "descubierta". En estos paseos se
deban encontrar con el guarda de la torre aledaa dndole el aviso de seguro.
Cuando estos guardas iban a pie se llamaban "escuchas", y cuando lo hacan a
caballo, "atajadores", pero los dos trminos se mezclan, curiosamente y aun cuando
los caballos eran un bien escaso y poco utilizado, en beneficio del segundo.
Todas las torres tienen unas caractersticas comunes, casi idnticas: suelen ser
redondas, de forma tronco cnica, construidas en mampostera, de entre 10-13
metros de alto y 5-7 de dimetro. El primer piso es macizo, relleno con piedra muy
recia, en talud, ambas cosas para prevenir el dao de la incipiente artillera. En el
primer piso se abra la puerta, a la que haba que acceder mediante una escalera de
cuerda y que daba entrada a una habitacin abovedada. En ella poda haber una
ventana o aspillera para mejor divisar el mar y para defenderse, pero a menudo es
totalmente ciega. Una pequea hornacina hace de capilla. Por un vano elevado se
sube a la azotea o plaza de armas, rodeada de un parapeto almenado. Siempre se
protegieron las puertas con al menos un matacn sobre ellas. En ocasiones el matacn
es corrido, rodeando todo el permetro superior, aunque muy raramente se conserva,
tan slo las mnsulas que lo sostuvieron.
Menos importante era la funcin defensiva propiamente dicha. Las torres
vigas se construyen en altos, lejos de la orilla, para proteger a los guardias de algn
hipottico ataque pirata y para facilitar las seales luminosas, como los faros. Por eso
la capacidad artillera de las atalayas es escasa, pues rara vez tienen que defenderse
de poco ms que de una partida de piratas armados de saetas y de algn arcabuz.
Sin embargo, existe otro tipo de torres, aquellas que, situadas a la orilla del
mar o a la vera de un ro-aguadero, estaban encargadas de defender el territorio
circundante que le tocaba. A este tipo, las llamamos torres de defensa. Su apariencia
exterior es muy parecida, pero estn diseadas para que sus muros resistan mejor un
ataque artillero y para alojar tambin los suficientes caones para rechazarlo. Por eso
la principal diferencia estriba en su volumen, marcadamente mayor. Tambin la
guarnicin se eleva y se enriquecen de estancias. En el piso bajo puede haber otra
habitacin o stano, e incluso una tercera en un segundo piso, todas conectadas por
una pequea escalera de caracol que cuando llega a la terraza se cubre con un
tejadillo. Puede haber incluso garitones en alguna de sus esquinas. En contadas
ocasiones las formas varan pero, cuando lo hacen, es porque fueron diseadas para
la defensa: de barrilete, cuadradas, octogonales, de herradura...
Por ltimo, habra que sealar otro tipo, en realidad el ms frecuente: las
torres mixtas. Las torres de viga rara vez no estuvieron pensadas para defender
alguna cala que descansara a sus pies y por tanto diseadas para alojar al menos un
pequeo can y, del mismo modo, las de defensa rara vez no tuvieron que servir de
atalayas y transmitir las seales como cada quisque. Entre unas y otras haba un
gradiente en la importancia de cada funcin en el que adems juega un papel la
historia, pues muchas torres se hubieron de convertir en atalayas puras a la fuerza,
ante la escasez de suministros artilleros, aunque esa es otra historia.
En el siglo XVIII se da otro paso de gigante en la defensa. Los Borbones
construyen algunas torres atalayas para mejorar el enlace visual donde ste era
difcil, pero sobre todo levantan fuertes-batera. Su necesidad y estructura deriva de
una poca en la que el desarrollo de la artillera es ya la pieza angular de todo
combate entre fuerzas. Su antecedente son las torres de herradura o pezua de buey
del siglo XVI, pero los fuertes suponen un salto cualitativo notable respecto a
aquellas, ya que se trata de colosales construcciones habilitadas para alojar a una
importante guarnicin y explanadas para emplazar grandes caones. Aunque sus
formas presentan pequeas diferencias, como en el caso de las torres, siguen un
modelo casi idntico. La fachada terrestre se protege con un hornabeque, es decir,
dos bastiones en las esquinas que flanquean y protegen la puerta principal a ras del
suelo. Los fuertes estaban rodeados de un foso, y por tanto, para entrar a su interior
necesitaban de un puente levadizo. Ambos han desaparecido ya en todas las
construcciones que podamos visitar hoy en da. A menudo, adems, la puerta de
acceso se protega con una barbacana que de trazado triangular, parta de los
bastiones angulares y cerraba un pequeo patio alrededor de la puerta. Una vez
traspasada sta, se accede a un gran zagun que se abre a ambos lados a varias
estancias, generalmente las del oficial y los calabozos. A menudo pueden observarse
todava los orificios destinados a las cadenas para izar el puente levadizo. Pasado el
zagun, comienza el patio. A su alrededor todas las estancias del fuerte: la capilla, el
alojamiento del capelln, el cuartel de caballera, la caballeriza y pajar, el cuartel de
artilleros, la habitacin del guarda-almacn, los depsitos de pertrechos y plvora, el
cuartel de infantera, la habitacin del alcaide... En el centro del patio, normalmente,
el aljibe. Justo enfrente de la puerta, en el extremo opuesto, suba una rampa para
caones que culminaba en una batera de forma semicircular, en donde se emplazaba
la artillera, cara al mar. Las estancias inmediatamente anteriores a la batera
sobresalan algo del permetro general, formando una especie de torreones que
protegan mejor los flancos. Los fuertes tenan slo dos pisos. En el bajo se abran
aspilleras para la fusilera, como tambin en el adarve de la terraza. La mayor
paradoja de estas fenomenales muestras de la ingeniera militar dieciochesca es que,
a pesar de ser construidas para ello, nunca tuvieron que enfrentarse a los corsarios
berberiscos, ni apenas tampoco a los navos franceses, ingleses u holandeses que en
aquella poca representaban un peligro tanto o ms importante. Su presencia debi
de ser suficiente para amedrentarlos. Pero lo que significa una an mayor irona
histrica: cuando estas fortalezas se levantaron, a finales del siglo XVIII, momento en
que el litoral Mediterrneo espaol estuvo bien defendido, la poca del corso
norteafricano ya se extingua.
Por ltimo, una original forma de defensa fueron las iglesias-fortaleza.
Nuestro camino a todo lo largo de la costa mediterrnea y an atlntica nos ha
llevado a una conclusin sorprendente: la gran mayora de las iglesias del siglo XVI y
anteriores emplazadas en la costa tienen elementos defensivos, si no es que fueron
abiertamente construidas como fortalezas. Hay rasgos por los que se distinguen
inmediatamente: almenas o matacanes pero, aun cuando stos no existen o han
desaparecido, se aprecia claramente la preocupacin defensiva de las iglesias en la
escasez de vanos o en la elevacin de estos a gran altura (en una poca en la que el
ltimo gtico peda grandes ventanales). Mientras que estas caractersticas no las ha
podido borrar el tiempo, el resto s: torres almenadas sustituidas en siglos posteriores
por campanarios, muros a modo de recinto fortificado a su alrededor, parapetos
defensivos en las terrazas, etc. Hay ejemplos para todos los gustos: en algunos no se
aprecian diferencias formales, otros con dificultad, otros sorprenden por su recia
presencia, otros por sus originales soluciones. En definitiva, las iglesias-fortaleza, en
su variopinta singularidad, constituyen otra de las consecuencias de este terror al
corsario que tanto afect al poblador mediterrneo.
Siempre y cuando la vigilancia se llevaba a cabo con diligencia, el sistema
tena sus lmites, pero era eficaz. Los problemas surgan en diferentes frentes.
Cuando los dineros escaseaban, los guardas estaban mal pagados y se dedicaban a
sus huertos, a la caza o a la pesca ms que a la vigilancia, o simplemente no acudan.
Visitadores y requeridores inspeccionaban por sorpresa las torres para comprobar el
estado y rigidez de la vigilancia. Las prohibiciones, multas y condenas para mantener
la guarda en alerta eran muchas y severas. Se prohiban animales domsticos
(hurones y perros), tiles de caza o pesca, el juego, la presencia de mujeres y, cmo
no, el dormirse, el hecho ms grave. Por otro lado, los moriscos, y por tanto los
corsarios, conocan bien el sistema, por lo que podan capturar a los escuchas o
atajadores, u ocultarse cuando pasaban, o hacerse pasar por una nave amiga. Las
torres rara vez fueron atacadas, porque como mximo se hubieran conseguido tres
cautivos y algn arma como botn. En las pginas siguientes se encontrarn muchas
de las escaramuzas que ilustran toda una poca construida de diversos materiales:
astucia, miedo, herosmo, debilidades humanas...
Todo este sistema de alerta no tena ningn poder en s mismo. Necesitaba de
unas huestes que pudiesen acudir con presteza al lugar del rebato antes de que ste
fuese asolado. El mayor peso de todo este esfuerzo, aunque otras instituciones
comarcales, religiosas, o estatales eventualmente colaboraron, recay de nuevo sobre
los ayuntamientos. stos fueron los encargados de hacer listas de las gentes aptas
para el combate, armarlos y tenerlos entrenados, buscar los caballeros que estuviesen
disponibles. Para ello, varias veces al ao se pasaba revista a las armas, se realizaban
desfiles o alardes y se organizaban diferentes concursos de destreza, en especial en
tiro. Cuando el rebato suceda en su trmino, acudan de inmediato. Si su
intervencin se pensaba que no bastaba, se peda ayuda a otras poblaciones vecinas.
Por poner un ejemplo, en el caso de ataque a Cullera (Valencia) estaba previsto que
haban de socorrerla las milicias concejiles de Alcira, Ganda, Oliva, Pego, Silla,
Jtiva, en total ms de mil hombres. La rapidez con la que estos municipios acudan
en caso de ataque es sorprendente, pero su eficacia, claro, salvo honradas
excepciones, dejaba mucho que desear.
Slo ciertas ciudades o castillos contaban con soldados profesionales, cuyas
intervenciones eran siempre certeras y contundentes. La presencia permanente de los
ejrcitos espaoles ms all de sus puestos habituales, paradjicamente, no era
bienvenida, por las cargas que supona a la poblacin el alojarlos y los desmanes que
infringan a aquellos pueblos a los que llegaban. En 1582, por ejemplo, llegaron a
Valencia dispuestos a acabar con el corso definitivamente. Por supuesto, no lo
consiguieron. Con lo que s que estuvieron a punto de acabar definitivamente fue con
la prosperidad de sus pobladores y la honra de sus doncellas. Tres aos despus,
saldran con destino a Italia ante el alivio de sus habitantes.
Moros y cristianos
Las fiestas de moros y cristianos son la manifestacin cultural y religiosa
espaola ms representativa de toda una poca de enfrentamiento al Islam. Cerca de
200 poblaciones espaoles celebran estas fiestas, y hay variantes de ellas que han
llegado a muchos pases de Amrica Latina, a Nuevo Mxico en Estados Unidos, a
Filipinas e incluso a la Isla de Santo Tom, en frica.
En no pocas poblaciones de la costa mediterrnea estas fiestas presentan una
variante martima en la que los moros desembarcan en las playas y acaban partiendo
de ellas en su retirada. A estas fiestas las hemos considerado, por tanto,
manifestacin directamente relacionadas con el mundo del corso turco-berberisco del
siglo XVI y de ah su inclusin en esta gua.
El origen de las fiestas de moros y cristianos hay que entenderlo en el paisaje
de un mundo peninsular enfrentado y en continua guerra. Las formas culturales que
surgieron de ste fueron muchas, casi todas de una manera u otra tendentes a relajar
la tensin y exaltar la superioridad no slo blica sino tambin religiosa del bando
cristiano. Las fiestas de moros y cristianos, como forma acabada y aislada, ms o
menos como hoy las conocemos, nacen alrededor del siglo XVI, pero anteriormente
existan otras manifestaciones culturales en las que moros y cristianos eran
protagonistas y en las cuales las fiestas se enrazan y originan:
- los juegos de caas medievales, de origen musulmn, parecidos a los torneos,
en los que jinetes divididos en cuadrillas se retan mediante versos y luego luchan por
la victoria.
- los festejos cortesanos, con motivo de visitas reales, banquetes, bodas, en los
que se escenifican combates entre moros y cristianos. Uno de ellos, el sucedido en
Lrida en 1150, se ha tomado como el origen de estas fiestas.
- las disputas juglarescas, en las que los juglares se enfrentaban con duelos
poticos.
- los alardes, que cada municipio organizaba para mantener a sus milicias
concejiles entrenadas. En ocasiones un bando se disfrazaba de moro para los desfiles
o maniobras.
Pero las fiestas tambin han bebido de los textos literarios que podamos
denominar cultos: las comedias que desde el siglo XVI se han ido desarrollando en
Espaa, algunas de las cuales tambin festejan victorias cristianas; el romancero
castellano o el teatro misionero por el que los evanglicos catlicos organizaban
representaciones teatrales a menudo en forma de coloquio entre un enemigo de la fe
y un cristiano.
Para hacernos una idea, tenemos que imaginarnos a unas autoridades,
generalmente concejiles, organizando, con motivo de las fiestas patronales o
conmemorando gestas militares, torneos, comedias, autos sacramentales,
representaciones. Como aquellas que en 1588 se celebran en Vera: Sus mercedes
acordaron que se hagan fiestas por esta ciudad el da de San Cleofs, que es a veinte
y cinco del presente, que fue cuando fue cercada esta ciudad por los moros, enemigos
de nuestra santa fe catlica, y para celebrar la fiesta deste da se corra el toro que esta
ciudad tiene, y que se hagan las barreras para ello, y que se hable a Francisco
Rodrguez, capitn, que d caballos para que jueguen caas y alcancas, y que haya
moros y cristianos por la maana el dicho da, y que se corran los dems toros que se
hallaren.
Por tanto, no hay un slo origen de estas fiestas sino que, surgiendo a partir de
festejos bajomedievales, han venido tomando influencias de todas las fuentes que se
han cruzado en el camino de los pueblos a travs de todos estos siglos. Su carcter
festivo, adems, las hizo tremendamente abiertas y permeables a manifestaciones
tomadas de ac y de acull. Por eso a menudo resultan chocantes los frecuentes
anacronismos, el ms repetido de los cuales es la expresin de hechos sucedidos
mucho antes o despus en boca de un determinado personaje histrico. En los
ltimos aos, este carcter festivo, cada vez ms profano y menos religioso, ha
contribuido a que estas fuentes no se hayan cortado, sino que sigan incorporando
nuevos ingredientes contemporneos da a da.
Las fiestas, con variantes, tienen episodios comunes:
- Desfiles de las "filaes" (compaas) de los dos bandos. En Villajoyosa, para
hacernos una idea, por el bando cristiano, desfilan Catalanes, Piratas, Labradores,
Cazadores, Marinos, Artillera, Voluntarios, Contrabandistas, y por el bando moro:
Tuaregs, Pakkos, Beduinos, Berberiscos, Negros, Moros del Rif, Moros de Capeta,
Artilleros del Islam, Artillera.
- Desembarco con batalla en la playa, tras la cual los moros conquistan el
castillo y a veces se hacen con el santo local.
- Embajadas o discursos desafiantes entre rivales de igual rango, y otras
arengas.
- Batalla en la que los cristianos reconquistan el castillo, y los moros
reembarcan en su huida.
- Procesin en honor del santo y misa.
Todo ello, con las variantes propias de cada regin o pueblo. El modelo
alcoyano o alicantino es el ms conocido, pero no el nico. Es el ms complejo y
masivo. En Valencia, son proverbiales los "alardos" de plvora, con tracas y
arcabuces. En Andaluca, en especial en Granada y Almera, las fiestas se celebraron
siempre en pequeos pueblos y cortijadas, de una manera ms ntima, y por eso se
han mantenido casi fosilizadas. Tambin antiguamente se adornaban con
despliegues de arcabucera y plvora, pero en 1885 se limitaron stos y tras la guerra
del 36 la Guardia Civil prohibi todo despliegue de fusilera, por lo que aunque no lo
fueron, las fiestas andaluzas de hoy son mucho ms silenciosas que las valencianas.
En todo caso, todas tienen un comn denominador que siempre podremos
encontrar: la fiesta, la verbena y la jarana, tanto por el da como por la noche.
La variante pirtica de las fiestas de moros y cristianos no ha sido considerada
por los estudiosos del tema como una subfamilia dentro de las fiestas, aunque s
como uno de los bloques argumentales que diferencian unas fiestas con otras. Se
caracteriza por incluir en las representaciones el desembarco de los turcos en las
playas de la localidad. Aunque las luchas contra el Islam tuvieron sus rasgos
martimos durante la reconquista, todos los desembarcos aluden a una poca ms
cercana, al siglo XVI, a corsarios argelinos, berberiscos, y al gran turco que mova
desde una lejana ms o menos presente, todas sus evoluciones. Como es normal, los
textos mezclan personajes y hechos pertenecientes a diferentes pocas: en esto la
variante pirtica es tan normal como el resto de las fiestas. Generalmente los