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oficiales.
Sinopsis
Magnus Bane observó la una vez glamuroso Hotel Dumort convertirse
en algo completamente distinto, en el año 1970 en la ciudad de Nueva York.
Cincuenta años después de la subida era del jazz del Hotel Dumort, el inmortal brujo Magnus Bane es consciente de que el
monumento de Manhattan está en declive. El una vez hermoso Hotel Dumort se ha convertido en una cosa podrida, una ruina, tan muerta como un lugar puede estarlo. Pero a los vampiros no
les importa...
Staff
Moderadora de Traducción:
Katiliz94
Traductoras:
Jess16
Katiliz94
Princesa de La Luna
Corrección y Revisión:
Katiliz94
Diseño:
PaulaMayfair
Julio de 1977
Traducido por katiliz94, Jess16 y Princesa de La Luna
—¿Qué haces? —pregunto la mujer.
—Esto y aquello, —dijo Magnus.
—¿Estas en la moda? Parece que estas en la moda.
—No, —dijo él—. Soy la moda.
Fue un comentario un poco cursi, pero pareció deleitar a su
compañera de asiento en el avión. El comentario había sido un poco
una prueba, en realidad. Todo parecía placentero en su compañía —el
asiento trasero frente a ella, sus uñas, su copa, su propio pelo, el pelo
de los demás, la bolsa de vomitar…
El avión había estado en el aire durante solo una hora, pero la
compañera de Magnus se había levantado para usar el servicio cuatro
veces. Entonces emergió momentos después, restregándose con furia la
nariz y con visibles espasmos. Ahora estaba inclinando sobre él su
alado pelo rubio sumergiéndose en el vaso de champan, su cuello
oliendo a Eau de Gerlain. El leve rastro de polvo blanco aún se aferraba
a su nariz.
Podría haber hecho ese viaje en un segundo al atravesar un Portal,
pero había algo placentero sobre los aviones. Eran encantadores,
intimidantes y lentos. Conseguías conocer a personas. A Magnus le
gustaba conocer personas.
—¿Pero tu ropa? —dijo ella—. ¿Qué es eso?
Magnus miro abajo a su enorme traje de cuadros rojos y negros de
vinilo con una camiseta interior sin mangas. Estaba al corriente de los
conjuntos punk de Londres, pero aún no demasiado de los de Nueva
York.
—Hice PR, —dijo la mujer, aparentemente olvidando la pregunta—.
Para discos y clubs. Los mejores clubs. Por aquí. Por allá.
Hurgo en su enorme bolso —y se detuvo durante un momento
cuando encontró los cigarros. Puso uno entre sus labios, lo encendió y
continuo rebuscando hasta que mostro un tarjetero de concha de
tortuga. Abrió éste y saco una tarjeta en la cual se leía: ELECTRICA.
—Vamos, —dijo, golpeando la tarjeta con una larga y roja uña—. Ven.
Está abriéndose. Va a ser excitante. Muuucho mejor que el Estudio 54.
Oh. Discúlpame un Segundo. ¿Quieres? —Le mostro un pequeño vial en
la palma de la mano.
—No, gracias.
Y entonces de nuevo estaba hurgando en el asiento, su bolso
chocando contra la cara de Magnus mientras regresaba al cuarto de
baño.
Los mundanos volvían a tener mucho interés en las drogas. Iban por
esas fases. Ahora era la cocaína. No había visto demasiado de eso desde
el cambio de siglo, cuando habían estado poniéndola en todo —tónicos,
pociones e incluso en la Coca Cola. Pensó durante un momento en que
les habría gustado poner esas drogas a sus espaldas, pero entonces de
nuevo, todo en rigor.
Las drogas nunca habían interesado a Magnus. Un buen vino, por
supuesto, pero se mantenía alejado de las pociones, polvos y píldoras.
No tomabas drogas y hacías magia. Además, las personas que no
consumían drogas estaban aburridas. Sin esperanza, infinitamente
aburridos. Las drogas también les hacían más lentos y demasiado
rápidos, y la mayoría hablaba sobre drogas. Y después también les
dejaba tranquilos —un horripilante proceso— o muertos. Nunca
estaban en un paso intermedio.
Como todas las fases mundanas, esto también pasaría. Con suerte
pronto. Cerró los ojos y decidió dormir de camino a cruzar el Atlántico.
Londres estaba detrás de él. Ahora era el momento de ir a casa.
Saliendo al JFK, Magnus encontró su primer recuerdo de porque
había dejado sumariamente Nueva York dos veranos antes. Nueva York
era demasiado malditamente caluroso en verano. Casi estaba
acercándose a los cien grados, y el olor del combustible y los
exhaustadores humos se mezclaban con los empantanados gases que
floraban entorno a un extremo de la ciudad. El olor, por lo que sabía,
solía empeoraría.
Con un suspiro se unió a la línea de taxis.
El vehículo era tan cómodo como como cualquier caja de metal al sol,
y el sudoroso conductor añadía la esencia general en el aire.
—¿Dónde, amigo? —preguntó, cogiendo el equipaje de Magnus.
—Esquina de Christopher y la Sexta Avenida.
El taxista golpeo y golpeo el contador, y después se metieron en el
tráfico. El humo del cigarro del conductor iba directamente a la cara de
Magnus. Elevo un dedo y lo dirigió fuera de la ventana.
La carretera de JFK hasta Manhattan era una extraña, travesando un
vecindario familiar, desoladas tramos, y pasando extensos cementerios.
Era una antigua tradición. Mantener a los muertos fuera de la ciudad
—pero no demasiado lejos. Londres, donde acababa de estar, estaba
rodeado de antiguos cementerios. Y Pompeya, la cual había visitado
hacia unos pocos meses, tenía toda una avenida de muertos y tumbas
conduciendo directamente a la muralla de la ciudad. Al pasar todos los
vecindarios y cementerios de Nueva York, al final de la concurrida
autopista, brillando en la distancia —ahí estaba Manhattan— sus
agujas y picos iluminándose en la noche.
Desde la muerte hasta la vida.
No había querido estar lejos de la ciudad tanto tiempo. Acababa de
hacer el viaje más breve a Monte Carlo… pero entonces, esas cosas
podrían continuar. Una semana en Monte Carlo se había convertido en
dos en Riviera, lo cual se convirtió en un mes en Paris, y dos meses en
Turquía, y después termino en un crucero a Grecia, y tras eso en un
vuelo de regreso a Paris para la temporada, y después de nuevo a Roma
durante un tiempo, y Londres…
Y a veces accidentalmente duraba dos años. Ocurría.
—¿De dónde eres? —preguntó el taxista, mirando a Magnus en el
espejo retrovisor.
—Oh, de los alrededores. La mayoría de veces de aquí.
—¿Eres de aquí? ¿Has estado lejos? Parece que has estado fuera.
—Durante un tiempo.
—¿Escuchaste sobre los asesinos?
—No he leído el periódico en un tiempo, —dijo Magnus.
—Algún chiflado. Se hace llamar Hijo de Satán. También le llamaban
el asesino de los cuarenta y cuatro calibres. Va por todos lados
disparando a parejas de amante, ¿sabes? Maldito bastardo. Realmente
enfermo. La policía no le ha atrapado. No hacen nada. Malditos
bastardos. La ciudad está llena de ellos. No deberías haber regresado.
Los taxistas de Nueva York —siempre pequeños rayos de sol.
Magnus salió a la tercera esquina alineada de la Sexta Avenida y
Christopher Street, en el corazón de West Village. Incluso en la caída de
la noche el calor era sofocante. Sin embargo, parecía alentar a una
atmosfera festiva en el vecindario. El Village había sido un lugar
interesante antes de que se hubiese marchado. Parecía que en su
ausencia las cosas habían tomado todo un nuevo nivel de festividad.
Hombres disfrazados caminaban por la calle. Los cafés exteriores
estaban pululando. Había una atmosfera de carnaval que Magnus al
instante encontró invitadora.
El apartamento de Magnus estaba arriba, en el tercer bloque de una
de las casas de ladrillo que se alineaban en la calle. Entro y salto con
agilidad los escalones, lleno de grandes esperanzas. Sus esperanzas se
derrumbaron cuando llego a su destino. La primera cosa que noto, justo
en su puerta, era un fuerte y mal olor —algo podrido, mezclado con algo
como mofeta, mezclado con otras cosas que no había deseado
identificar. Magnus no vivía en un apestoso apartamento. Su
apartamento olía a suelos limpios, flores e incienso. Puso la llave en la
cerradura, y cuando intento empujar la puerta, se estancó. Había
empujado con fuerza al tratar de abrirla. El motivo estuvo
inmediatamente claro —había cajas de botellas de vino vacías al otro
lado. Y, demasiado para su sorpresa, la televisión estaba encendida.
Cuatro vampiros estaban recostados en el sofá, mirando fijamente los
dibujos.
En ese momento supo que eran vampiros. El drenante color detrás de
la piel y la lánguida pose. Además, a aquellos vampiros no les había
siquiera importado limpiar la sangre de los bordes de sus bocas. Todos
tenían drenados mordiscos de cosas entorno a la cara. Había una
grabación reproduciéndose en el reproductor. Había llegado al final y
estaba estancado al final de la franja blanca, silbando con suavidad en
desaprobación.
Solo unos de los vampiros se giró para mirarlo.
—¿Quién eres? —Preguntó ella.
—Magnus Bane. Vivo aquí.
—Oh.
Se volvió de nuevo a los dibujos.
Cuando Magnus se fue hace dos años, había dejado el apartamento
al cuidado de una asistenta, la Señora Milligan. Había enviado dinero
cada mes para las cuotas y la limpieza. Claramente ella había recibido
las cuotas. La electricidad aún estaba encendida. Pero ella no había
limpiado y la Señora Milligan probablemente no había invitado a esos
cuatro vampiros a entrar, quedarse y ensuciar, claramente, el lugar. A
cualquier lugar al que Magnus miraba había señales de destrucción y
decadencia. Una de las sillas de la cocina había sido destrozada y
estaba en pedazos en el suelo. Las otras estaban apiladas con revistas y
periódicos. Había ceniceros desbordados, ceniceros improvisados,
después rastros de cenizas y platos llenos de colillas de cigarros. Las
cortinas del salón estaban torcidas y rotas. Todo estaba torcido, y
algunas cosas simplemente estaban desaparecidas. Magnus tenía
algunas piezas encantadoras de arte que había coleccionado durante
los años. Miro a una pieza favorita de porcelana de Sevres que había
colocado en una mesa en el vestíbulo. Eso, por supuesto, se fue. Al
igual que la mesa.
—No quiero ser brusco, —dijo Magnus, infeliz al ver la pila de basura
maloliente en la esquina de una de sus mejores alfombras Persas—,
pero ¿podría preguntar por qué estáis en mi casa?
Esto se ganó una mirada soñolienta.
—Vivimos aquí, —dijo al final la chica, la única valiente que en
realidad podía girar la cabeza.
—No, —dijo Magnus—. Creo que acabo de explicar que vivo aquí.
—No estabas aquí. Así que vivimos aquí.
—Bueno, estoy de regreso. Así que vais a necesitar hacer otros
arreglos.
Sin respuesta.
—Permitidme hacerlo más claro, —dijo él, quedándose de pie frente a
la televisión. La luz azul chisporreó entre sus dedos—. Si estáis aquí,
debéis saber quién soy. Podríais saber de lo que soy capaz. ¿Tal vez os
gustaría que convocase a alguien para ayudaros? ¿O quizás podría abrir
un Portal y enviaros al otro lado del Bronx? ¿Ohio? ¿Mongolia? ¿Dónde
os gustaría ir?
Los vampiros en el sofá no dijeron nada en uno u dos minutos.
Después se las arreglaron para mirarse los unos a los otros. Hubo un
gruñido, un segundo gruñido, y después se levantaron del sofá con
tremenda dificultad.
—No os preocupéis por vuestras cosas, —dijo Magnus—. Las enviare
juntas. ¿Al Dumont?
Los vampiros hace tiempo se habían anclado en el antiguo Hotel
Dumont. Era la dirección general de todos los vampiros de Nueva York.
Magnus les observo desde más de cerca. Nunca había visto a
vampiros como estos. Parecían estar… ¿enfermos? Los vampiros
realmente no se enfermaban. Estaban hambrientos, pero no enfermos.
Y esos vampiros habían comido. La evidencia estaba por todas sus
caras. Además, estaban temblando un poco.
Considerando el estado del lugar, no se sentían como si se
preocupasen por su salud.
—Vamos, —dijo uno de ellos. Se arrastraron hasta la entrada y
después bajaron los escalones. Magnus cerró la puerta con firmeza y,
con un descenso de la mano, movió un lavabo de mármol seco para que
bloquease la puerta desde el interior. Al menos habría sido bastante
pesado, sólido para romper o apartar, pero estaba lleno de antiguas
ropas sucias que parecían estar cubriendo algo que instintivamente
sabía que nunca querría ver.
El olor era terrible. Eso tenía que ir primero. Una grieta azul golpeo el
aire, y el hedor fue reemplazado con el ligero olor floreciente del jazmín
nocturno. Quito la pista el tocadiscos. Los vampiros habían dejado
detrás un montón de álbumes. Dio una mirada a eso y escogió el nuevo
álbum de Fleetwood Mac que todos estaban tocando. Les gustaba.
Había un ligero sonido mágico en la música. Magnus volvió a extender
el brazo por el aire, y con lentitud el apartamento comenzó a arreglarse.
Como agradecimiento, envió la basura y varias pequeñas pilas
disgustantes al Dumont. Después de todo, les había prometido que les
enviaría sus cosas.
A pesar de que la magia que usaba en la ventana de unidad de aire
acondicionado, a pesar de la limpieza, a pesar de que todo termino —el
apartamento aún se sentía pegajoso, sucio y desagradable. Magnus
durmió mal. Se rindió a las seis de la mañana y salió en busca de café y
desayuno. De cualquier manera aún estaba con la hora de Londres.
Fuera en la calle, algunas personas claramente estaba llegando a
casa por la noche. Había una mujer saltando a lo largo sobre un tacón y
un pie descalzo. Había tres personas cubiertas con brillo y sudor, todas
llevando boas plumadas, emergiendo desde un taxi en la esquina.
Magnus se instaló la esquina de un restaurante al otro lado de la calle.
Era el único abierto. Estaba sorprendentemente lleno. De nuevo, la
mayorías de personas parecían estar finalizando el día, no comenzando,
y estaban engullendo crepes para absorber el alcohol de sus estómagos.
Magnus había comprado un periódico en la caja registradora. El
taxista no había estado mintiendo —las noticias en Nueva York eran
malas. Había dejado una problemática ciudad y regresado a una
destrizada. La ciudad estaba destrozada. La mitad de los edificios del
Bronx se habían arruinado. La basura se apilaba en las calles debido a
que no había dinero para limpiarlas. Asaltos, asesinatos, robos… y si,
alguien llamándose el Hijo de Satán y clamando se un agente de Satán
que estaba deambulando con una pistola y disparando a personas al
azar.
—Pensé que eras tú, —dijo una voz—. Magnus. ¿Dónde has estado,
hombre?
Una joven se deslizo al otro lado del puesto. Llevaba pantalones
vaqueros, un chaleco de cuero sin camiseta, y una cruz dorada en una
cadena cruzando su cuello. Magnus sonrió y plegó el periódico.
—¡Greg!
Gregory Jensen era un joven hombre lobo muy guapo, con el pelo
rubio largo hasta los hombros. El rubio no era el color de pelo favorito
de Magnus, pero Greg sin duda lo llevaba bien. Magnus había tenido un
poco de flechazo con Greg durante un tiempo, un enamoramiento que
finalmente había dejado de lado cuando había conocido a la esposa de
Greg, Consuela. El amor del hombre lobo era intenso. No recibió cerca
de él.
—Te digo —Greg sacó el cenicero de debajo de la mesa y encendió un
cigarrillo—, las cosas se han ensuciado recientemente. Quiero decir, en
mal estado.
—En mal estado, ¿cómo?
—Los vampiros, hombre. —Greg dio una larga calada—. Hay algo
malo con ellos.
—Encontré unos cuantos en mi apartamento anoche cuando llegué a
casa, —dijo Magnus—. No me parece bien. Estaban asquerosos, para
empezar. Y se veían enfermos.
—Están enfermos. Están alimentándose a lo loco. Están haciéndolo
mal, hombre. Están haciéndolo mal. Te lo estoy diciendo... —Se inclinó
y bajó la voz—. Los Cazadores de Sombras van a estar por encima de
nosotros, si los vampiros no consiguen estar bajo control. En este
momento no estoy seguro de que los Cazadores de Sombras sepan lo
que está pasando. La tasa de homicidios en la ciudad es tan alta que tal
vez no puede decirse. Pero no pasará mucho tiempo antes de que lo
descubran. —Magnus se inclinó hacia atrás en su asiento—. Camille
por lo general mantiene las cosas bajo control. —Greg dio un fuerte
encogimiento de hombros—. Sólo puedo decir que los vampiros
empezaron a llegar alrededor de todos los clubes y discotecas. Les
encanta eso. Pero entonces sólo comenzaron a atacar a la gente todo el
tiempo. En los clubes, en las calles. La policía de Nueva York cree que
los ataques son atracos extraños, así que han sido guardados en
silencio hasta ahora. Sin embargo, cuando los Cazadores de Sombras lo
descubran, van a caer sobre nosotros. Están poniéndose de gatillo fácil.
Sin ninguna excusa.
—Los Acuerdos prohíben…
—Los Acuerdos mi culo. Te lo digo, no pasará mucho tiempo antes de
que comience a ignorar Los Acuerdos. Y los vampiros son tan de
violación que cualquier cosa podría suceder. Te lo digo, esta todo en tan
mal estado. —Un plato de panqueques se depositó delante de Magnus, y
él y Greg dejaron de hablar por un momento. Greg apagó el cigarrillo
apenas fumado—. Me tengo que ir, —dijo—. Estaba patrullando para
ver si alguien había sido atacado, y te vi por la ventana. Quería saludar.
Es bueno verte de nuevo. —Magnus tiro cinco dólares sobre la mesa y
empujó las cinco crepes—. Iré contigo. Quiero verlo con mis propios
ojos.
La temperatura se había disparado en ese momento o cuando había
estado en el restaurante. Eso amplificaba el ruido de la inundación de
basura —se derramaría fuera de los botes de basura de metal (que sólo
cocinaba e intensificaba el olor), bolsas de la misma amontonadas en
los bordillos. La basura arrojada a la calle en sí. Magnus pasó por
encima de los envoltorios de hamburguesas, latas y periódicos.
—Dos áreas básicas de patrulla, —dijo Greg, encendiendo un nuevo
cigarrillo—. Esta área y al oeste del centro. Vamos calle por calle. Estoy
trabajando al oeste de aquí. Hay un montón de clubes por el río, en el
Distrito de Meatpacking.
—Es muy caliente.
—Este calor, hombre. Supongo que podría ser el calor por el que se
vuelven locos. Provoca a todo el mundo.
Greg se quitó el chaleco. Era cierto que existían cosas peores que dar
un paseo con un hombre guapo, sin camisa en una mañana de verano.
Ahora que se trataba de una hora más civilizada, las personas estaban
fuera. Parejas gay caminando de la mano, al aire libre, durante el día.
Eso era bastante nuevo. A pesar de que la ciudad parecía estar
cayéndose a pedazos, algo bueno estaba pasando.
—¿Lincoln ha hablado con Camille? —preguntó Magnus.
Max Lincoln era el jefe de los hombres lobo. Todo el mundo lo
llamaba por su apellido, lo que encaja con su alta y delgada estructura
y barbudo rostro —y porque, al igual que el más famoso Lincoln, era un
tranquilo y decidido líder famoso.
—No hablan, —dijo Greg—. Ya no más. Camille viene aquí por los
clubes, y eso es todo. Ya sabes cómo es. —Magnus lo sabía muy bien.
Camille siempre había sido un poco distante, por lo menos con extraños
y desconocidos. Tenía aire de realeza. La Camille privada era una bestia
completamente diferente.
—¿Qué pasa con Rafael Santiago? —preguntó Magnus.
—Se ha ido.
—¿Ido?
—El rumor es que ha sido enviado de inmediato. Me enteré por una
de las hadas. Afirman haberlo oído de algunos vampiros caminando por
Central Park. Tiene que haber sabido lo que estaba pasando y tuvo
unas palabras con Camille. Ahora se acaba de ir. —Eso no presagiaba
nada bueno.
Atravesaron el pueblo, más allá de las tiendas y cafeterías, hacia el
Distrito Meatpacking, con sus empedradas calles y almacenes en
desuso. Muchos de ellos eran ahora clubs. Había un ambiente desolado
en la mañana —sólo los restos de las partes abandonadas y el río a lo
largo deslizándose hacia abajo. Incluso el río parecía resentirse ante el
calor. Revisaron por todas partes —en las calles, junto a la basura.
Miraron debajo furgonetas y camiones.
—Nada, —dijo Greg mientras miraba dentro y se asomaba a la última
pila de basura en el último callejón—. Supongo que fue una noche
tranquila. Es hora de parar. Es tarde.
Eso requería un rápido paseo bajo el calor cada vez mayor. Greg no
podía pagar un taxi y se negaba a permitir que Magnus lo hiciera, así
que Magnus desgraciadamente se unió al trote hasta el fondo de Canal
Street.
Los hombres lobo estaban ocultos detrás de la fachada de un
restaurante de sólo comida para llevar en Chinatown. Una hombre lobo
estaba detrás del mostrador, debajo de un menú y fotografías de archivo
de varios platos chinos. Miró a Magnus. Cuando Greg asintió con la
cabeza, ella los hizo pasar a través de una cortina de cuentas a la parte
posterior.
No había cocina detrás de la pared trasera. En su lugar había una
puerta que daba a una instalación mucho más grande —la antigua
Segunda Comisaría. (Las células fueron muy útiles durante la luna
llena.) Magnus siguió a Greg por el pasillo poco iluminado hasta la sala
principal de la estación, que ya estaba llena. La manada se había
reunido, y Lincoln estaba a la cabeza de la sala, escuchando un informe
y asintiendo con gravedad. Cuando vio a Magnus, levantó una mano en
señal de saludo.
—Está bien, —dijo Lincoln—. Parece que todo el mundo está aquí. Y
tenemos un invitado. Muchos de vosotros conocéis a Magnus Bane. Es
un brujo, como veis, y un amigo de esta manada. —Esto fue aceptado
de inmediato, y hubo gestos y saludos a su alrededor. Magnus se apoyó
en un archivador en la parte trasera para ver las actuaciones—. Greg,
dijo Lincoln—, tú eres el último. ¿Alguna cosa?
—No... Mi parte estaba limpia.
—Bueno. Pero, por desgracia, hubo un incidente. ¿Elliot? ¿Quieres
explicarlo?
Otro hombre lobo se adelantó.
—Hemos encontrado un cuerpo, —dijo—. En pleno centro, cerca del
Jardín. Sin duda, un ataque de vampiros. Borraron las marcas en el
cuello. Cortamos la garganta para que las marcas de punción se
ocultaran. —Hubo un gemido general en la habitación—. Eso
mantendrá alejadas las palabras "vampiro asesino" en los papeles por
un tiempo, —dijo Lincoln—. Pero está claro que las cosas han ido a
peor, y ahora alguien ha muerto. —Magnus oyó varios comentarios en
voz baja acerca de los vampiros, y algunos en voz más fuerte. Todas las
declaraciones contenían blasfemias—. Está bien. —Lincoln levantó las
manos y silenció los sonidos generales de consternación—. Magnus,
¿qué piensas de esto?
—No lo sé, —dijo Magnus—. Sólo acabo de volver.
—¿Nunca habías visto algo como esto? ¿Ataques en masa al azar? —
Todas las cabezas se volvieron en su dirección.
Él se apoyó en el archivador. No estaba dispuesto a dar una
presentación sobre las formas de los vampiros a esa hora de la mañana.
—He visto malos comportamientos, —dijo Magnus—. En realidad
depende. He estado en lugares donde no había policías ni Cazadores de
Sombras en las inmediaciones, por lo que a veces puede irse de las
manos. Pero nunca he visto nada como esto aquí, o en cualquier zona
urbanizada. Especialmente cerca de un instituto.
—Tenemos que tener cuidado de esto, —gritó una voz. Diversas voces
de asentimiento hicieron eco por toda la habitación—. Vamos a hablar
fuera, —le dijo Lincoln a Magnus. Él asintió con la cabeza a la puerta, y
los hombres lobo se separaron para que Magnus pudiera pasar.
Lincoln y Magnus consiguieron un poco de café caliente en la tienda
de la esquina y se sentaron en un escalón frente a la tienda de un
acupunturista.
—Algo está mal con ellos, —dijo Lincoln—. Sea lo que sea, atacan con
rapidez, y es un duro golpe. Si tenemos vampiros enfermos alrededor
que causan este tipo de derramamiento de sangre... finalmente vamos a
tener que actuar, Magnus. No podemos dejar que continúe. No podemos
dejar que los asesinatos ocurran, y no podemos correr el riesgo de traer
a los Cazadores de Sombras aquí. No podemos tener problemas como la
puesta en marcha de nuevo. Esto acabará mal para todos nosotros.
Magnus examinó la grieta en el paso siguiente.
—¿Te has comunicado con el Pretor Lupus? —preguntó.
—Por supuesto. Pero no podemos identificar quién está haciendo
esto. Esto no parece ser el trabajo de un novato sin escrúpulos. Se trata
de varios ataques en varias ubicaciones. La única suerte para nosotros
es que todas las víctimas han sido en diversas sustancias, por lo que no
pueden expresar lo que les sucedió. Si uno de ellos dice vampiro, los
policías pensarán que es porque están mal. Pero con el tiempo la
historia tomará forma. La prensa dirá lo mismo, y los Cazadores de
Sombras recibirán la noticia de ello, y todo el asunto se intensificará
rápidamente.
Lincoln tenía razón. Si esto continuaba, los hombres lobo estarían en
todo su derecho de actuar. Y entonces habría sangre.
—Conoces a Camille, —dijo Lincoln—. Podrías hablar con ella.
—Conocí a Camille. Es probable que la conozcas mejor que yo en este
momento.
—No sé cómo hablar con Camille. Es una persona difícil de
comunicar. Hubiera hablado con ella ya si supiera cómo. Y nuestra
relación no es exactamente la misma que la relación que teníais ambos.
—En realidad no nos llevamos bien, —dijo Magnus—. No hemos
hablado desde hace varias décadas.
—Pero todo el mundo sabe que los dos estabais...
—Eso fue hace mucho tiempo. Hace cien años, Lincoln.
—¿Para los dos incluso importa ese tipo de tiempo?
—¿Qué te gustaría que le diga? Es difícil continuar después de tanto
tiempo y decir, “deja de atacar a la gente.” Además de, “¿cómo has
estado desde el cambio de siglo?”
—Si hay algo mal, tal vez podrías ayudarlos. Si sólo están
sobrealimentándose, entonces tienen que saber que estamos
preparados para actuar. Y si te preocupas por ella, que yo creo que sí,
mereces esta advertencia. Sería por nuestro bien. —Puso la mano sobre
el hombro de Magnus—. Por favor, —dijo Lincoln—. Es posible que
todavía podamos arreglar esto. Porque si esto sigue así, todos vamos a
sufrir.
Magnus tenía muchos ex. Estaban esparcidos a lo largo de la
historia. La mayoría eran recuerdos, ya muertos. Algunos eran ya muy
viejos. Etta, una de sus últimos amores, se encontraba ahora en una
casa de reposo y ya no lo reconocía. Se había convertido en algo
demasiado doloroso para visitarla.
Camille Belcourt era diferente. Había llegado a la vida de Magnus
bajo la luz de una lámpara de gas, viéndola real. Eso había sido en
Londres, y había sido un mundo diferente. Su romance había sucedido
en la niebla. Había ocurrido en los vagones que topaban las calles
empedradas, en sofás cubiertos de seda de color ciruela. Se habían
amado en el momento de las criaturas mecánicas, antes de las guerras
mundanas. Parecía que había más tiempo, entonces, el tiempo para
llenar el tiempo para gastar. Y lo llenaron. Y lo gastaron.
Se habían separado de mala forma. Cuando se amaba a alguien con
tanta intensidad y esa persona no te amaba de la misma manera, era
imposible ir bien.
Camille había llegado a Nueva York a finales del año 1920, así como
el Golpe que había estado sucediendo y todo se había estado cayendo a
pedazos. Tenía un gran sentido del drama, y un buen olfato para los
lugares que estaban en crisis y necesita una mano guiadora. En muy
poco tiempo se había convertido en la jefa de los vampiros. Tenía un
lugar en el famoso edificio de Eldorado en el Upper West Side. Magnus
sabía dónde estaba, y ella sabía dónde estaba Magnus. Pero ninguno de
los dos estaba contacto con el otro. Habían pasado el uno del otro, por
pura casualidad, en varios clubes y eventos en los últimos años. Habían
intercambiado sólo una rápida inclinación de cabeza. Esa relación
había terminado. Fue un cable de alta tensión, para no ser tocado. Era
la única tentación en la vida de Magnus que sabía que le dejaría solo.
Y sin embargo allí estaba, precisamente con veinticuatro horas de
regreso a Nueva York, entrando en el Eldorado. Ese fue uno de los
grandes edificios de apartamentos de artes decorativas de Nueva York.
Se sentó a la derecha en el lado oeste de Central Park, con vistas al
embalse. Era notable por sus dos torres cuadradas a juego que
sobresalían en forma de cuernos. El Eldorado era la casa de las viejas
adineradas, las celebridades, las personas que simplemente lo tenían.
El portero uniformado fue entrenado para no darse cuenta de la
vestimenta o el porte de cualquier persona, siempre y cuando pareciera
que había llegado al edificio por una razón legítima. Para la ocasión
Magnus había decidido saltarse su nuevo look. No habría punks aquí —
ni de vinilo o de rejilla. Esta noche era un traje de Halston, negro, con
solapas de raso de ancho. Eso pasaba la prueba, y puso un guiño y una
sonrisa ligera. Camille vivía en el vigésimo octavo piso de la torre norte,
un silencioso ascensor con paneles de roble y bronce llevaba hasta
algunos de los inmuebles más caros de Manhattan.
Las torres se hacían para algunas plantas muy pequeñas y muy
íntimas. Algunas tenían sólo una o dos habitantes. Había dos en ese
caso. Camille vivía en el 28C. Magnus podía oír la música que se
filtraba por debajo de la puerta. Había un fuerte olor a humo y restos de
perfume de quien acababa de pasar por allí.
Estaba sorprendido al descubrir que reconoció a esta persona de una
vez. Era un rostro de hacía mucho tiempo. Al momento la mujer había
hecho una pequeña reverencia de mala leche y llevaba puesto un
vestido flapper1. Había sido joven entonces, y mientras había
conservado la juventud necesaria (los vampiros no cumplían años
realmente), parecía agotada por el mundo. Ahora tenía el pelo rubio
decolorado formando largos rizos gruesos. Llevaba un vestido dorado
ceñido que le rozaba las rodillas, y un cigarrillo colgaba de la comisura
de sus labios.
—Bueno, bueno, bueno. ¡Es el brujo favorito de todos! No te he visto
desde que estabas instalando en ese bar clandestino. Ha pasado mucho
tiempo.
—Eso es, —dijo Magnus—. ¿Daisy?
—Dolly. —Ella abrió la puerta—. Mira quien es, ¡todos!
La habitación estaba llena de vampiros, todos estaban bastante bien
vestidos. Magnus tenía que confiar en eso. Los hombres vestían los
trajes blancos que eran tan populares en esa temporada. Todas las
mujeres tenían fantásticos vestidos de disco, en su mayoría en blanco o
dorado. Mezcla de spray para el pelo, humo de cigarrillos, incienso,
colonias y perfumes le cortaron la respiración por un momento.
Aparte de los olores fuertes, había una tensión en el aire que no tenía
1 Flapper: Jovenes inglesas de aquella época.
ninguna base real. Magnus no era extraño a los vampiros, pero ese
grupo estaba tenso, mirándose el uno al otro. Desplazándose.
Esperando algo.
No había ninguna invitación para entrar.
—¿Está Camille? —preguntó finalmente Magnus.
Dolly ladeó una cadera contra la puerta.
—¿Qué te trae por aquí esta noche, Magnus?
—Acabo de volver de unas largas vacaciones. Sentía el derecho a
hacer una visita.
—¿De verdad?
En el fondo alguien bajó el reproductor de discos hasta que la música
apenas fue audible.
—Alguien fue a hablar con Camille, —dijo Dolly sin volverse. Se
quedó dónde estaba, bloqueando la puerta con su pequeño cuerpo.
Cerró un poco la puerta para reducir el espacio que tenía que llenar.
Siguió sonriendo a Magnus de una manera que era un poco
desconcertante.
—Un momento, —dijo.
En el fondo alguien entró en el pasillo.
—¿Qué es esto? —dijo Dolly, arrancando algo del bolsillo de
Magnus—. ¿Eléctrica? Nunca he oído hablar de este club.
—Es nuevo. Afirman ser mejor que Studio 54. Nunca he estado en
ninguno, así que no lo sé. Alguien me dio los pases.
Magnus había pegado los pases en su bolsillo mientras salía por la
puerta. Después de todo, había hecho el esfuerzo de vestirse. Este
recado terminaría tan mal como pensaba que lo haría y sería bueno
tener después un lugar a donde ir.
Dolly retorció los pases en un ventilador y los agitó ligeramente en
frente de su cara.
—Cógelos, —dijo Magnus. Era evidente que Dolly ya los había cogido
y no los devolvería, por lo que parecía educado hacerlo oficial.
El vampiro salió del pasillo y se reunió con algunos otros en el sofá y
en la habitación. A continuación, un vampiro diferente se acercó a la
puerta. Dolly se puso detrás de la puerta por un momento, cerrándola.
Magnus oyó murmurar. Entonces la puerta se abrió de nuevo, lo
suficientemente amplia como para admitirle.
—Es tu noche de suerte, —dijo ella—. Por este camino.
La blanca alfombra de pared a pared era tan peluda y gruesa que
Dolly se tambaleó sobre sus tacones mientras la atravesaba. La
moqueta tenía manchas —bebidas derramadas, cenizas y charcos de
cosas que supuestamente eran sangre. Los sofás blancos y las sillas
estaban en condiciones similares. Las abundantes grandes plantas y
palmeras en macetas y hojas estaban secas y caídas. Varios cuadros en
las paredes estaban torcidos. Había botellas y vasos vacíos de vino seco
en la parte inferior por todas partes. Era el mismo tipo de desorden que
Magnus había encontrado en su apartamento.
Más preocupante era el silencio de todos los vampiros en la sala que
le miraban dirigiéndose hacia Dolly por el pasillo. Y luego el sofá estaba
lleno de seres humanos dominados sin moverse —sin duda, todos
aturdidos y desplomados, con las bocas abiertas, moretones y heridas
en el cuello y los brazos y las manos bastante feos. La mesa de cristal
en frente de ellos tenía una fina capa de polvo blanco y unas pocas
hojas de afeitar. El único ruido era la música silenciada y un bajo rugir
de trueno afuera.
—Por este camino, —dijo Dolly, cogiendo a Magnus por la manga.
La sala estaba a oscuras, y había ropa y zapatos por todo el suelo.
Ruidos amortiguados llegaban de las tres puertas a lo largo del pasillo.
Dolly caminó hasta el final, a una doble puerta. Golpeó una vez y la
abrió.
—Adelante, —dijo, sin dejar de sonreír con su pequeña extraña
sonrisa.
En marcado contraste con la blancura de todo en la sala de estar, la
habitación era el lado oscuro del apartamento. La alfombra era negra
oscura, como un mar nocturno. Las paredes estaban cubiertas de papel
pintado de plata profundo. Todas las pantallas de las lámparas estaban
cubiertas de chales y pañuelos dorados y plateados. Todas las mesas
eran espejos, que reflejan el paisaje de un lado y otro. Y en medio de
todo esto había una enorme cama lacada negra con sábanas negras y
una pesada cubierta de oro macizo. Y sobre ella estaba Camille, en un
kimono de seda color melocotón.
Y los cien años parecieron desvanecerse. Magnus se sintió incapaz de
hablar por un momento. Bien podría haber estado en Londres de nuevo,
enrollado todo el siglo XX en una bola y haberla arrojado a un lado.
Pero entonces el momento presente volvió cuando Camille comenzó un
rastreo torpe en su dirección, deslizándose sobre las sábanas de satén.
—¡Magnus! ¡Magnus! ¡Magnus! ¡Ven aquí! ¡Ven! ¡Siéntate!
Su cabello rubio plateado era largo y caía hacia abajo, pareciendo
salvaje. Ella acarició el borde de la cama. Ese no era el saludo que él
había estado esperando. Esa no era la Camille que recordaba, o incluso
la que había visto en el pasado.
Cuando pasó por encima de lo que él pensaba que era un trozo de
ropa, se dio cuenta de que había un hombre en el suelo, boca abajo. Se
agachó y cogió suavemente la masa de pelo negro largo para colocar el
rostro de la persona hacia arriba. Era una mujer, y todavía había un
poco de calor en su interior, y un débil pulso latía en su cuello.
—Es Sarah, —dijo Camille, dejándola caer sobre la cama colgando su
cabeza fuera de la vista.
—Has estado alimentándote de ella, —dijo Magnus—. ¿Es una
donante dispuesta?
—Oh, ella lo quiso. Ahora, Magnus... Te ves maravilloso, por cierto.
¿Es Halston? Estamos a punto de salir. Y vas a venir con nosotros.
Se deslizó de la cama y se tropezó de camino con un enorme armario.
Magnus oyó perchas raspar a largo de las barras. Magnus examinó a la
chica del suelo otra vez. Tenía pinchazos por todo el cuello, y ahora
estaba sonriendo débilmente hacia Magnus y empujándose hacia atrás
el pelo le ofreció un bocado.
—No soy un vampiro, —dijo, apoyando la cabeza de ella suavemente
en el suelo otra vez—. Y deberías salir de aquí. ¿Quieres que te ayude?
La chica hizo un sonido que era entre una risa y un gemido.
—¿Cuál de estos? —dijo Camille mientras se acercaba tambaleándose
fuera del armario, agarrando dos vestidos de noche negros casi
idénticos.
—Esta chica está débil, —dijo—. Camille, has tomado demasiada
sangre de ella. Necesita un hospital.
—Está bien. Déjala en paz. Ayúdame a escoger un vestido.
Todo acerca de este cambio fue mal. No era así como la reunión
debería haber sido. Debería haber sido tímida, debería haber tenido
muchas pausas extrañas y momentos de doble sentido. En lugar de eso
Camille estaba actuando como si acabara de ver a Magnus ayer. Parecía
que eran simplemente amigos. Fue suficiente una entrada que le
permitiera llegar al punto.
—Estoy aquí porque hay un problema, Camille. Los vampiros están
matando personas y dejando cuerpos en la calle. Están
sobrealimentándose.
—Oh, Magnus. —Camille sacudió la cabeza—. Puedo estar a cargo,
pero no controlarlos. Tienes que permitir una cierta libertad.
—¿Eso incluye matar mundanos y dejar sus cuerpos en la acera?
Camille ya no estaba escuchando. Había dejado caer los vestidos
sobre la cama y estaba escogiendo a través de un montón de
pendientes. Mientras tanto, Sarah estaba tratando de arrastrarse en
dirección a Camille. Sin mirarla siquiera, Camille colocó un espejo lleno
de polvo blanco en el suelo. Sarah fue hacia la derecha y comenzó a
olfatearlo.
Y entonces Magnus lo entendió.
Mientras los medicamentos humanos no funcionaban para nada con
los subterráneos, no había forma de saber lo que pasaría cuando esa
droga fuera corriendo a través de un sistema circulatorio humano y
luego ingerida a través de la sangre humana.
Todo tenía sentido. El desorden. El comportamiento confuso. La
alimentación frenética en los clubes. El hecho de que todo parecía estar
tan mal, que sus personalidades parecían haber cambiado. Lo había
visto una y mil veces en los mundanos.
Camille ahora estaba mirándole, con la mirada firme.
—Ven con nosotros esta noche, Magnus, —susurró—. Eres un
hombre que sabe pasarlo bien. Yo soy una mujer que proporciona un
buen momento. Ven con nosotros.
—Camille, tienes que parar. Tienes que saber lo peligroso que es esto.
—Esto no me va a matar, Magnus. Eso es absolutamente imposible. Y
no entiendes cómo se siente.
—La droga no puede matar, pero otras cosas pueden. Si continúas
así, sabes que hay gente ahí fuera que no puede dejarte ir asesinando
mundanos. Alguien actuara.
—Que lo intenten, —dijo—. Podría coger a diez Cazadores de
Sombras, una vez que haya obtenido algo de esto.
—No puede ser.
Camille se dejó caer al suelo antes de que pudiera terminar y hundió
su rostro en el cuello de Sarah. Sarah se sacudió una vez y gruñó, luego
se quedó en silencio y sin moverse. Él escuchó el sonido repugnante de
la bebida, la succión. Camille levantó la cabeza, la sangre alrededor de
su boca, corriendo por su barbilla.
—¿Vas a venir o no? —dijo—. Simplemente me encanta llevarte al
Studio 54. Nunca has tenido una noche de fiesta como una de nuestras
salidas nocturnas.
Magnus tuvo que obligarse a mantener la mirada así.
—Deja que te ayude. Unas pocas horas, unos días, puedo sacar eso
de tu sistema.
Camille se pasó el dorso de la mano por la boca, esparciendo la
sangre por su mejilla.
—Si no estás de acuerdo, entonces quédate fuera de nuestro camino.
Considera esto una advertencia cortes, Magnus. ¡Dolly!
Dolly ya estaba en la puerta.
—¿Crees que has terminado aquí? —dijo ella.
Magnus miró a Camille hundir sus dientes en Sarah otra vez.
—Sí, —dijo—. Creo que sí.
En el exterior, un aguacero estaba en marcha. El portero sostuvo un
paraguas sobre la cabeza de Magnus y le hizo señas a un taxi. La
incongruencia de la civilidad abajo y lo que había visto arriba era…
No era lo que pensaba. Magnus se metió en el taxi, dio su destino, y
cerró los ojos. La lluvia tamborileaba en el taxi. Sentía como si la lluvia
golpease directamente su cerebro.
Magnus no estaba sorprendido de encontrar a Lincoln sentado en los
escalones de su puerta. Cansado, le hizo un gesto hacia el interior.
—¿Y bien? —dijo Lincoln.
—Esto no es bueno, —respondió Magnus, quitándose la chaqueta
mojada—. Son los medicamentos. Se están alimentando de la sangre de
personas que están tomando medicamentos. Deben estar intensificando
sus necesidades y reduciendo su control de impulsos.
—Tienes razón, —dijo Lincoln—. Eso no es bueno. Pensé que podría
tener algo que ver con las drogas, pero pensé que eran inmunes a cosas
como la adicción.
Magnus sirvió a cada uno un vaso de vino, se sentaron y escucharon
la lluvia durante un momento.
—¿Puedes ayudarla? —preguntó Lincoln.
—Si me deja. Pero no se puede curar a un adicto que no quiere ser
curado.
—No, —dijo Lincoln—. Lo he visto por mí mismo con los nuestros.
Pero entiende... no podemos dejar que este comportamiento continúe.
—Sé que no podéis.
Lincoln terminó su vino y dejó la copa suavemente.
—Lo siento, Magnus. Realmente lo sé. Pero si ocurre de nuevo, tienes
que dejarnos a nosotros.
Magnus asintió. Lincoln le dio un apretón en el hombro, y luego dejó
que se fuera.
Durante los siguientes días Magnus estuvo reservado. El tiempo era
brutal, moviéndose entre el calor y la tormenta. Trató de olvidar la
escena en el apartamento de Camille, y la mejor manera de olvidar era
mantenerse ocupado. En realidad no había continuado con su trabajo
en los últimos dos años. Había clientes a los que llamar. Había hechizos
que estudiar y traducciones que hacer. Libros para leer. El apartamento
necesitaba una reforma. Había nuevos restaurantes y nuevos bares y
gente nueva...
Cada vez que se detenía, volvía de nuevo a los ojos de Camille en
cuclillas sobre la alfombra, a la chica inerte en sus brazos, al espejo
lleno de drogas, al rostro de Camille cubierto de sangre. El caos. El
hedor. El horror. La apariencia blanca.
Cuando perdías a alguien por la adicción —y había perdido mucho—
se perdía algo muy valioso. Se les veía caer. Esperabas que llegasen al
fondo. Era una terrible espera. No tendría nada que ver con eso. ¿Qué
pasaría ahora que no era su problema? No tenía la menor duda de que
Lincoln y los hombres lobo se encargarían de las cosas, y al menos
sabía que era lo mejor.
Eso lo mantuvo despierto por la noche. Eso, y el trueno.
Dormir solo era el Infierno, así que decidió no dormir solo.
Aún estaba despierto.
Era la noche del trece de Julio —el afortunado trece. La tormenta en
el exterior era increíblemente ruidosa, más ruidosa que el aire
acondicionado, más ruidosa que la radio. Magnus acababa de terminar
una traducción y estaba a punto de ir a cenar, cuando las luces
destellearon. La radio se encendió y apago. Después todo se volvió más
brillante mientras el poder surgir de los cables. Entonces…
Se apagó. El aire acondicionado, las luces, la radio, todo. Magnus
ladeo la mano con ausencia y encendió una vela en el escritorio. Los
apagones no eran comunes. Fue un momento antes que se dio cuenta
de que las cosas se habían vuelto muy tranquilas y muy oscuras, y
había voces gritando al exterior. Fue hacia la ventana y la abrió.
Todo estaba oscuro. Las farolas. Todos los edificios. Todo excepto las
luces delanteras de los coches. Cogió la vela y con cuidado se acercó a
la calle y se unió a las emocionadas masas de personas. La lluvia se
había detenido —solo eran rayos sonando en el fondo.
Nueva York… estaba apagado. Todo estaba apagado. No había brillo
en el Empire State Building. Estaba absolutamente oscuro. Y una
palabra estaba siendo gritada de una ventana a otra, de calle a coche a
entrada…
—APAGON.
Las fiestas casi comenzaron esa vez. Era la tienda de helados en la
esquina la que la inauguró, vendiendo todos los conos que tenían, y
después simplemente dando helado a cualquiera que llegase con un bol
o una taza. Entonces los bares comenzaron a repartir cócteles en vasos
de papel a los transeúntes. Todos se apresuraron a salir a la calle. Las
personas ponían radios de batería en las ventanas, así que había una
mezcla de música y nuevos reportajes. El apagón había sido causado
por el impacto de un rayo. Toda Nueva York estaba apagada. Sería
durante horas —¿días? —antes de que el servicio estuviese restaurado.
Magnus regreso a su dormitorio, cogió una botella de champan de la
nevera y volvió a la entrada para beberlo, compartiéndolo con unas
pocas personas que se acercaban. Hacia demasiado calor dentro, y el
exterior era de lejos demasiado interesante como para perdérselo.
Todos comenzaron a bailar en la acera, y él se unió durante un rato.
Acepto un Martini de un joven con una hermosa sonrisa.
Entonces hubo un siseo. Personas reuniéndose entorno a una de las
radios, la única reproduciendo las noticias.
Magnus y su nuevo amigo, quien se llamaba David, se les unieron.
“…cendios en los cinco distritos. Más de cien incendios han sido
reportados en la última hora. Y tenemos múltiples reportajes de pérdidas.
Los disparos están siendo intercambiados. Por favor — si estáis fuera
esta noche, tomad extrema precaución. A pesar de que la policía ha sido
llamaba para su deber, no hay suficientes oficiales para…”
Otra radio diferente a pocos patios, una cadena diferente, dio un
reportaje similar.
“…ientos de historias han sido esparcidas. Hay reportajes de totales
derrumbamientos en algunas áreas. Estáis completamente avisados de
permanecer en casa. Si no podéis ir a vuestros hogares, buscad refugio
en…”
En el corto silencio, Magnus pudo escuchar las sirenas a distancia.
El Village era una comunidad cerrada, por eso se celebraba. Pero
claramente ese no era el caso en toda la ciudad.
—¡Magnus!
Magnus se giró para encontrar a Greg atravesando el grupo. Alejo a
Magnus de la multitud, en un pequeño silencio entre los dos coches
aparcados.
—Pensé que eras tú, —dijo—. Todo está ocurriendo. Han perdido la
cabeza. El apagón… los vampiros van a volverse locos en ese club. Ni
siquiera puedo explicarlo. Está en la Décima Avenida y bajando una
manzana. No hay taxis por este apagón. Tienes que correr.
Ahora que Magnus estaba tratando de llegar a algún sitio, se daba
cuenta de la locura en las oscuras calles. Ya que no había semáforos, la
gente normal estaba intentando guiar el tráfico. Los coches también
estaban congelados en un sitio o moviéndose demasiado rápido.
Algunos estaban aparcados o se daban la vuelta, con las luces
delanteras siendo usadas para iluminar tiendas y restaurantes. Todos
estaban afuera, —todo Village había salido de cada edificio, y no había
habitaciones en ningún lado. Magnus y Greg tuvieron que zigzaguear a
través de la gente, a través de los coches, tropezando en la oscuridad.
Las multitudes disminuían mientras se acercaban al río. El club
estaba en uno de los antiguos almacenes de empaquetado de carne. La
fachada de ladrillo industrial había sido pintada de plata, y la palabra
“ELECTRICA” junto con un rayo, estaba por encima de las viejas
puertas de servicio. Dos hombres lobos estaban frente a ésta,
sosteniendo linternas, y Lincoln esperó a un lado. Estaba sumergido en
una conversación con Consuela, quien era la segunda al mando.
Cuando vieron a Magnus, Consuela se deslizo hacia un lado hasta una
furgoneta que esperándola, y Lincoln se acercó.
—Es lo que temíamos —dijo Lincoln—. Esperamos demasiado.
Los hombres lobos aguardando la entrada se apartaron, y Lincoln
empujo las puertas. Dentro, el club estaba completamente en negro,
salvo por los haces de las linternas de los hombres lobo. Había un
fuerte olor de licor derramado, mezclado y algo desagradablemente
amargo y fuerte.
Magnus levanto las manos. Las luces de neón entorno a la habitación
zumbaron y brillaron. Las elevadas luces de trabajo —las poco
favorecedoras fluorescentes— chisporreaban. Y la bola de disco
crepitaba con vida, girando con lentitud, enviando cientos de puntos de
colores reflejados de luz por la habitación. La pista de baile, hecha de
largos cuadrados de coloridos plásticos, también estaba iluminada
desde arriba. Lo cual hacia la escena incluso más terrible.
Había cuatro cuerpos, tres mujeres y un hombre. Todos se veían
como si hubiesen corrido por varios puntos de salida. Sus pieles eran
del color de la ceniza, marcada por todos lados con moretones púrpuras
verdosos y docenas de marcas, y estaban llamativamente iluminados
por las luces rojas, amarillas y azules sobre ellos. Había muy poca
sangre. Sólo unos cuantos pequeños charcos por aquí y por allá. No
había tanta sangre como debería haber habido.
Una de las mujeres muertas, notó Magnus, tenía un familiar largo
pelo rubio. La había visto por última vez en el avión, entregándole los
pases…
Magnus tuvo que darse la vuelta rápidamente.
—Todos fueron drenados —dijo Lincoln—. El club aún no había
abierto para la noche. Estaban teniendo problemas con el sistema de
sonido incluso antes del apagón, así que las únicas personas aquí eran
los empleados. Dos ahí…
Señaló a la plataforma elevada del DJ con el montón de tocadiscos y
altavoces. Algunos hombres lobo estaban examinando la escena desde
arriba.
—Dos detrás de la barra —continuó—. Otro corrió y se escondió en el
baño, pero la puerta fue derribada. Y esos cuatro. Nueve en total.
Magnus se sentó en una de las sillas cercanas y puso la cabeza en las
manos por un momento para reorganizarse. Sin importar lo mucho que
vivía, nunca se acostumbraba a ver cosas terribles. Lincoln le dio un
momento para que recomponerse.
―Esto es mi culpa. Cuando fui a ver a Camille, uno de ellos cogió de
mi bolsillo los pases para este lugar.
Lincoln cogió una silla y se sentó al lado de Magnus.
—Eso no hace que sea tu culpa. Te pedí que hablases con Camille. Si
Camille vino aquí por ti... no hace que la culpa sea de ninguno de
nosotros, Magnus. Pero ahora puedes ver que esto no puede continuar.
—¿Qué planeas hacer? —dijo Magnus.
—Hay incendios esta noche. Por toda la ciudad. Aprovechemos esa
oportunidad. Quemamos este lugar. Creo que sería mejor para las
familias de las víctimas pensar que sus seres queridos murieron en un
incendio en vez de…
Indicó la terrible escena detrás de ellos.
—Tienes razón —dijo Magnus—. No haría ningún bien a nadie ver a
un ser querido así.
—No. Y ningún bien provendrá de la policía si ven esto. Hará que la
ciudad entre en completo pánico, y los Cazadores de Sombras se verán
forzados a venir aquí. Mantendremos esto en silencio. Lidiaremos con
esto.
—¿Y los vampiros?
—Vamos a ir, les retendremos y encerraremos aquí mientras el lugar
se quema. Tenemos permiso del Praetor Lupus. El clan entero ha sido
tratado como infectado, pero intentaremos ser juiciosos. A la primera
que atraparemos, sin embargo, será a Camille.
Magnus exhaló lentamente.
—Magnus —dijo Lincoln—, ¿qué más podemos hacer? Es la líder del
clan. Necesitamos que esto termine ahora.
—Dame una hora —dijo Magnus—. Una hora. Si puedo sacarlos de
las calles en una hora…
—Ya hay un grupo dirigiéndose al apartamento de Camille. Otro irá al
Hotel Dumont.
—¿Hace cuánto se fueron?
—Hace media hora.
—Entonces me iré ahora —espetó Magnus—. Debo intentar hacer
algo.
—Magnus, —dijo Lincoln—, si te pones en medio, la manada te
removerá de este asunto. ¿Entiendes eso?
Magnus asintió.
—Iré cuando hayamos terminado aquí —dijo Lincoln—. Iré al
Dumont. De cualquier manera, ahí es donde terminaremos.
Un Portal fue requerido. Debido a la situación en las calles, había
todo tipo de posibilidades de que los hombres lobo aun no hubieran
llegado al apartamento de Camille —si era ahí donde estaba. Sólo
necesitaría llegar a ella. Pero incluso antes de que pudiera comenzar a
dibujar las runas, escuchó una voz en la oscuridad.
—Estás aquí.
Magnus giró sobre sus talones y alzó una mano para iluminar el
callejón.
Camille estaba moviéndose hacia él, tambaleante. Estaba usando un
largo vestido negro —más bien, era un vestido que ahora se había
vuelto negro por la cantidad de sangre en él. Aún estaba empapado y
pesado, y se pegaba a sus piernas mientras avanzaba hacia adelante.
—Magnus…
Su voz era grabe. Manchas de sangre cubrían el rostro de Camille,
sus brazos y su pelo rubio plateado. Puso una mano contra la pared
para apoyarse mientras se movía hacia él en una serie de pesados y
parecidos a los de un bebé pasos.
Magnus se acercó a ella lentamente. Tan pronto como estuvo lo
suficientemente cerca, ella se rindió al hacer el esfuerzo de estar de pie
y cayó. Él la atrapó a mitad de camino del suelo.
—Sabía que vendrías —dijo ella.
—¿Qué has hecho, Camille?
—Estaba buscándote... Dolly dijo que estabas... que estabas aquí.
Magnus la bajó al suelo con delicadeza.
—Camille… ¿sabes lo que ha ocurrido? ¿Sabes lo qué hiciste?
El olor que venía de ella era nauseabundo. Magnus respiró con fuerza
a través de la nariz para mantenerse firme. Los ojos de Camille estaban
rodando hacia atrás en su cabeza. Él la sacudió.
—Tienes que escucharme —dijo él—. Intenta mantenerte despierta.
Necesitas convocarlos a todos.
—No sé dónde están... están en todos lados. Está tan oscuro. Es
nuestra noche, Magnus. Para mis pequeños. Para nosotros.
—Debes de tener tierra de tumba —dijo Magnus.
Esto le consiguió un débil asentimiento.
—Está bien. Conseguimos la tierra de tumba. Úsala para
convocarlos. ¿Dónde está la tierra de tumba?
—En la cripta.
—¿Y dónde está la cripta?
—En el cementerio... Green-Wood. En Brooklyn…
Magnus se puso de pie y comenzó a dibujar las runas. Cuando
terminó y el Portal empezó a abrirse, levantó a Camille del suelo y la
agarró con fuerza.
—Ahora piensa en ella —dijo él—. Tenla clara en la mente. La cripta.
Considerando el estado de Camille, esa era una petición arriesgada.
Sosteniéndola más cerca, sintiendo la sangre en su ropa filtrarse por su
camisa... Magnus entró.
Ahí había árboles. Árboles y parte de la luz de la luna atravesando el
nublado cielo nocturno. Absolutamente sin personas, ni voces. Solo el
distante sonido del tráfico. Y cientos de losas blancas sobresaliendo del
suelo.
Magnus y Camille estaban de pie frente a un mausoleo que parecía
una estupidez —la pieza delantera de un diminuto templo de columnas.
Estaba directamente al otro lado de una baja colina.
Magnus miro hacia abajo y vio que Camille había encontrado la
fuerza suficiente para envolver sus débiles brazos entorno a él. Estaba
temblando un poco.
—¿Camille?
Ella inclino la cabeza hacia arriba. Estaba llorando. Camille no
lloraba. Incluso bajo esas circunstancias, Magnus se sintió conmovido.
Todavía quería consolarla, quería tomarse tiempo para decirle que todo
iba a estar bien. Pero todo lo que pudo decir era:
—¿Tienes la llave?
Ella sacudió la cabeza. No había habido mucha probabilidad de eso.
Magnus puso la mano en la cerradura cerrando las amplias puertas de
metal, cerró los ojos, y se concentró hasta que sintió la luz chasquear
bajo sus dedos.
La cripta era de aproximadamente ocho metros cuadrados y estaba
hecha de cemento. Las paredes estaban lindadas con estantes de
madera, del suelo al techo. Y esos estantes estaban llenos de pequeños
viales de vidrio con tierra. Los viales variaban un poco —algunos eran
de un verde grueso, o de un amarillo marchito con burbujas visibles.
Había botellas más delgadas, algunas extremadamente pequeñas, y
algunas diminutas botellas marrones. Las más antiguas estaban
tapadas con tapones. Algunas tenían tapones de vidrio. Las más nuevas
tenían tapas atornilladas. Los años también se veían en la capa de
polvo, mugre y la cantidad de telarañas entre ellas. Al fondo, no serías
capaz de sacar algunas de las botellas de los estantes por lo abundante
que era la acumulación de residuos. Había una historia sobre el
vampirismo de Nueva York que probablemente habría interesado a
muchos, probablemente era algo que valía la pena estudiar…
Magnus apartó las manos, y con un sólo estallido de luz azul, todos
los viales explotaron a la vez. Hubo una fabulosa tos de suciedad y
vidrio.
—¿A dónde van a ir a parar? —preguntó a Camille.
—Al Dumont.
—Por supuesto —Dijo Magnus—. Ellos y todos los demás. Vamos ahí,
y tú vas a hacer lo que yo diga. Necesitamos hacer esto bien, Camille.
Tienes que intentarlo. ¿Lo entiendes?
Ella asintió una vez.
Ésta vez Magnus tenía el control del Portal. Emergieron en la Calle
116, en medio de lo que parecía ser un disturbio a alta escala. Había
fuego por ahí, ecos de gritos y cristales rompiéndose iban de un lado al
otro de la calle. Nadie se dio cuenta del hecho de que Magnus y Camille
estaban de repente en medio. Estaba muy oscuro, y todo estaba
demasiado enloquecido. El calor era mucho peor en ésta área, y Magnus
sintió todo su cuerpo empapado con sudor.
Había dos camionetas aparcadas directamente frente al Dumont, y
una inconfundible multitud de hombres lobos ya estaba reunida allí.
Tenían bates de baseball y cadenas. Eso era todo lo que era visible. Sin
duda, había algunos contenedores con agua bendita. Ya había mucho
fuego por los alrededores.
Magnus empujó a Camille detrás de la cubierta de un Cadillac
aparcado que ya tenía todas las ventanas rotas. Logro rodear el interior
y la abrió.
—Entra —dijo a Camille—. Y quédate abajo. Están detrás de ti.
Déjame ir y hablar con ellos.
Incluso cuando Magnus rodeo el coche, Camille encontró fuerza para
gatear a través del cristal esparcido del asiento delantero y estaba
cayendo a través a ventanilla del conductor. Cuando Magnus trató de
meterla de vuelta adentro, ella lo empujó.
—Aléjate, Magnus. Es a mí a quien quieren.
—Pero van a matarte, Camille.
Pero ya la habían visto. Los hombres lobo cruzaron la calle con los
bates listos. Camille sostuvo su mano. Muchos vampiros habían llegado
al frente del hotel. Otros muchos ya habían luchado, y otros tantos
estaban tumbados, aún, en la acera. Los demás estaban siendo
sujetados.
—Id dentro del hotel —ordenó ella.
—Camille, nos van a quemar a todos —dijo alguien—. Míralos. Mira lo
que está pasando.
Camille miró a Magnus, y él lo entendió. Le estaba dejando esto a él.
—Id dentro —dijo ella de nuevo—. No es una pregunta.
Uno por uno durante el transcurso de las siguientes horas, todos los
vampiros de Nueva York, sin importar en qué condición estaban,
aparecieron en los escalones del Dumont. Camille, inclinándose hacia
las puertas en busca de apoyo, les indicó que fuesen adentro. Pasaron a
través del grupo de hombres lobo con bates y cadenas, luciendo
cautelosos. Era casi el amanecer cuando los últimos grupos
aparecieron.
Lincoln llegó al mismo tiempo.
—Faltan algunos —dijo Camille cuando él bajó del coche.
—Algunos están muertos —Lincoln respondió—. Tienes que
agradecer a Magnus que no haya más muertos.
Camille asintió una vez, luego se adentró en el hotel y cerró las
puertas.
—¿Y ahora? —dijo Lincoln.
—No puedes curarlos sin su consentimiento, pero puedes secarlos.
Se quedarán encerrados allí hasta que estén limpios —dijo Magnus.
—¿Y si no funciona?
Magnus miró a la averiada fachada del Dumont. Alguien, se dio
cuenta, había cambiado la n por una r. Dumort. Hotel de la muerte.
—Veremos lo que pasa —dijo Magnus.
Durante tres días, Magnus mantuvo las defensas en el Dumont. Iba
varias veces al día. Los hombres lobo patrullaban el perímetro a toda
hora, asegurándose de que nadie saliera. Al tercer día, justo después
del atardecer, Magnus liberó la guarda de la puerta central, entró, y
después la selló tras de él.
Sin duda había habido un procedimiento de organización de trabajo
en el interior del hotel. Los vampiros que no se habían visto afectados
por la droga estaban sentados en el vestíbulo, en los balcones y
escalones. La mayoría estaba durmiendo. Los hombres lobo ahora les
permitían levantarse.
Con Lincoln y sus asistentes a su lado, pasó por los escalones que
habían conducido casi cincuenta años atrás, al salón de baile del
Dumont. Una vez más las puertas estaban selladas, esta vez con una
cadena.
—Trae las pinzas de la camioneta —dijo Lincoln.
Había un realmente terrible olor saliendo de debajo de la puerta.
Por favor, pensó Magnus. Que esté vacío.
Por supuesto el salón no estaría vacío. Era un deseo inútil que todos
los sucesos de los últimos tres días simplemente no hubieran pasado.
Porque al final nada era peor que ver la caída de alguien a quién
amabas. De alguna manera, era peor que perder un amor. Hacía que
todo pareciera cuestionable. Hacía que el pasado fuera más amargo y
confuso.
El hombre lobo regresó con las pinzas y rompió la cadena, la cual
cayó al suelo con un ruidoso hueco metálico. Unos pocos vampiros no
afectados se habían mantenido detrás para mirar, y estaban
congregados de espaldas a las de los hombres lobo.
Magnus empujó la puerta para abrirla.
El blanco suelo de mármol del salón de baile estaba hecho trizas.
¿Había sido realmente hace cincuenta años, ahí mismo, donde Aldous
había abierto el Portal al Vacío?
Los vampiros estaban dispersados por toda la habitación, tal vez
treinta en total. Estos eran los enfermos, y todos estaban en un
profundo estado de sufrimiento. El olor sólo en sí era suficiente para
hacer sentir náuseas a cualquiera. Y los hombres lobo se llevaron las
manos a la cara para bloquearlo.
Los vampiros no se movieron y ni saludaron. Sólo algunos levantaron
la cara para ver qué estaba pasando. Magnus caminó entre ellos,
mirando a cada uno. Encontró a Dolly cerca del centro de la habitación,
inmóvil. Encontró a Camille tumbada detrás de una de las largas
cortinas que colgaban al extremo del salón. Como los demás, estaba
rodeada por números y nauseabundos charcos de sangre vomitada.
Sus ojos estaban abiertos.
—Quiero caminar —dijo—. Ayúdame, Magnus. Ayúdame a caminar
un poco. Necesito parecer fuerte.
Había firmeza en su voz, dejando de lado el hecho de que estaba
demasiado débil como para siquiera levantarse. Magnus se agachó y la
levantó, después la apoyó mientras caminaba, con tanta dignidad como
podía, entre los cuerpos desplomados de su clan. Él volvió a cerrar las
puertas cuando se fueron.
—Arriba —dijo ella—. Da la vuelta. Necesito caminar. Al piso de
arriba.
Él pudo sentir su esfuerzo mientras subía cada escalón. A veces
estaba prácticamente cargándola.
—¿Lo recuerdas —dijo ella—, al Viejo Aldous abriendo el Portal
aquí… ? ¿Lo recuerdas? Tuve que advertirte sobre lo que estaba
haciendo.
—Lo recuerdo.
—Incluso los mundanos sabían mantenerse alejados del lugar y
dejarlo pudrirse. Odio que algunos de mis pequeños vivan en lugares
deteriorados, pero es oscuro. Es seguro.
Era muy difícil hablar y caminar al mismo tiempo, así que se quedó
en silencio y se reclinó contra el pecho de Magnus. Cuando alcanzaron
el escalón más alto, se apoyaron contra el pasamanos y miraron hacia
abajo a los restos del vestíbulo del hotel.
—¿Realmente nunca estuvo lejos para nosotros, verdad? —Dijo ella―.
Realmente nunca ha habido otro… no como tú. ¿Es igual para ti?
—Camille…
—Sé que no podemos retroceder en el tiempo. Lo sé. Sólo dime que
nunca ha habido nadie como yo.
La verdad es que había habido muchos otros. Y mientras Camille
estaba ciertamente sola, había habido mucho amor, por lo menos por el
lado de Magnus. Aun así había cientos de años de dolor en esa
pregunta, y Magnus se preguntó si tal vez él no había estado tan sólo
con su sentimiento.
—No —dijo Magnus—. Nunca ha habido nadie como tú.
Ella pareció ganar algo de fuerza con esa respuesta.
—Nunca estuvo predestinado a que ocurriese —dijo ella—. Había un
club en el centro donde algunos mundanos disfrutaban siendo
mordidos. Tenían drogas en sus sistemas. Son bastante poderosas, esas
sustancias. Sólo tome un poco. Me dieron como regalo algo de la sangre
infectada. No sabía lo que estaba bebiendo, sólo sabía qué efecto tenía.
No sabía que seríamos capaces de ser adictos. No lo sabíamos.
Magnus miró al techo chamuscado. Viejas heridas. Realmente nunca
se iban.
—Hare… Hare dar la orden, —dijo ella—. Lo que pasó aquí nunca va
a pasar otra vez. Tienes mi palabra.
—No es a mí a quién le tienes que decir eso.
—Cuéntaselo al Praetor —respondió ella—. Cuéntaselo a los
Cazadores de Sombras si hace falta. No va a pasar de nuevo.
Renunciaré a mi vida antes de permitirlo.
—Probablemente es mejor que hables con Lincoln.
—Luego hablaré con él.
El manto de dignidad había regresado a sus hombros. A pesar de
todo lo que había pasado, aún era Camille Belcourt.
—Deberías irte ahora —dijo ella—. Esto ya no es para ti.
Magnus titubeó un momento. Algo, alguna parte de él quería
quedarse. Pero encontró que ya estaba bajando por la escalera.
—Magnus —llamó Camille.
Él se dio la vuelta.
—Gracias por mentirme. Siempre fuiste muy amable. Yo nunca lo fui.
Eso es por lo que nunca pudimos estar juntos, ¿verdad?
Sin contestar, Magnus se volteó y continuó bajando las escaleras.
Raphael Santiago lo pasó mientras subía.
—Lo siento —dijo Raphael.
—¿Dónde has estado?
—Cuando vi lo que estaba pasando, traté de frenarlos. Camille
intentó hacerme beber algo de la sangre. Quería a todos en su círculo
interno participando. Estaba enferma. Había visto cosas así antes y
sabía cómo iba a terminar. Así que me fui. Volví cuando un vial de mi
tumba se rompió.
—Nunca te vi entrar al hotel —dijo Magnus.
—Entré por una ventana rota del sótano. Creí que lo mejor era
permanecer oculto por un tiempo. He estado cuidando de los enfermos.
Ha sido bastante desagradable, pero…
Miro hacia arriba, sobre el hombro de Magnus, en dirección a
Camille.
—Ahora debo irme. Tenemos mucho que hacer. Márchate, Magnus.
No hay nada para ti aquí.
Raphael siempre había sido capaz de leer a Magnus demasiado bien.
Magnus tomó la decisión cuando estaba en un taxi de camino a casa.
Una vez que estuvo dentro del apartamento, se preparó sin vacilar,
reuniendo todo lo que necesitaría. Necesitaría ser muy específico. Lo
escribiría todo.
Después llamó a Catarina. Bebió algo de vino mientras esperaba a
que llegara.
Catarina era la amiga más verdadera y cercana de Magnus, además
de Ragnor (y esa relación estaba casi siempre en un estado de constante
cambio). Catarina era la única de la que había recibido cartas o
llamadas mientras se había ido de viaje de dos años. No le había, sin
embargo, contado que estaba en casa.
—¿En serio? —dijo ella cuando él abrió la puerta—. ¿Dos años, y
luego vuelves y ni siquiera me llamas durante dos semanas? ¿Y luego es
“Ven a verme, te necesito”? No me dijiste que estabas en casa, Magnus.
—Estoy en casa —dijo él, dándole lo que él consideraba una sonrisa
de triunfo. La sonrisa llevó un poco de esfuerzo, pero con suerte
aparento ser genuina.
—Ni siquiera intentes esa sonrisa conmigo. No soy una de tus
conquistas, Magnus. Soy tu amiga. Se supone que comemos pizza y no
echamos un polvo.
—¿Echamos un polvo? Pero yo…
—No. —Ella levantó un dedo en advertencia—. Lo digo en serio. Casi
no vine. Pero sonabas tan patético por teléfono que tuve que venir.
Magnus examinó su camiseta de arcoíris y su mono2 rojo. Ambos
resaltaban fuertemente sobre su azulada piel. El contraste hería los ojos
de Magnus. Decidió no comentar el atuendo. Los monos rojos estaban
de moda. Sólo que la mayoría de personas no eran azules. La mayoría
de personas no vivían en un arcoíris.
—¿Por qué me miras así? En serio, Magnus…
—Permíteme explicarme —dijo él—. Después grítame todo lo que
desees.
Y él se lo explicó. Y ella escuchó. Catarina era enfermera y una buena
oyente.
—La memoria habla —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Realmente
no es mi fuerte. Soy curandera. Tú eres el que trabaja con este tipo de
cosas. Si lo hago mal…
—No lo harás.
2 Mono: Este término no hace referencia a un animal, sino a una prenda de vestir de
estilo similar al peto.
—Podría.
—Confío en ti. Toma.
Entrego a Catarina el papel arrugado. En éste estaba la lista de todas
las veces que había visto a Camille en Nueva York. Cada momento en
todo el siglo veinte. Esas eran las cosas que tenían que quedar atrás.
—Sabes, hay una razón por la que podemos recordar —dijo ella
suavemente.
—Eso es mucho más fácil cuando tu vida tiene fecha de expiración.
—Podría ser más importante para nosotros.
—La amaba —dijo él—. No puedo guardar lo que vi.
—Magnus…
—O haces esto o intento hacerlo por mí mismo.
Catarina suspiró y asintió. Examinó el papel durante un largo rato,
luego sostuvo las sienes de Magnus con suavidad.
—¿Recuerdas que eres muy afortunado de tenerme, verdad? —dijo
ella.
—Siempre.
Cinco minutos después Magnus estaba desconcertado al encontrar a
Catarina sentada a su lado en el sillón.
—¿Catarina? ¿Qué…?
—Estabas durmiendo —dijo ella—. Dejaste la puerta abierta y entré.
Tienes que cerrar la puerta. Ésta ciudad es un caos. Puede que seas un
brujo, pero eso no significa que no puedan robarte el estéreo.
—Normalmente la cierro —dijo Magnus, frotándose los ojos—. Ni
siquiera me di cuenta de que me dormí. ¿Cómo sabías que estaba…?
—Me llamaste, dijiste que estabas en casa y que querías ir por una
pizza.
—¿Lo hice? ¿Qué hora es?
—Hora de una pizza —contestó ella.
—¿Te llamé?
—Sip, —se levantó y extendió una mano para ayudarlo—. Y has
estado de regreso hace dos semanas y acababas de llamarme esta
noche, así que estas en problemas. Sonabas apenado por teléfono pero
no lo suficiente. Más humillado si fuera necesario.
—Lo sé. Lo siento. Estaba…
Magnus buscó las palabras. ¿Qué había estado haciendo las últimas
semanas? Trabajando. Llamando a clientes. Bailando con algunos
hermosos desconocidos. Algo más también, pero no podía recordarlo.
No importaba.
—Pizza —volvió a decir ella, empujándolo con los pies.
—Pizza. Por supuesto. Suena bien.
—Oye, —dijo ella mientras él cerraba la puerta—. ¿Has oído algo de
Camille recientemente?
—¿Camille? No la he visto por lo menos en… ¿Ochenta años? ¿Algo
así? ¿Por qué me estas preguntando sobre Camille?
—Por nada —dijo ella—. Su nombre sólo vino a mi mente. De
cualquier manera, tú pagas.
La Decisión Final del Instituto de
Nueva York (Las Crónicas de
Bane #8)
Magnus conoce a Valentine en la batalla mientras el Círculo ataca a los
Subterráneos de la ciudad de Nueva York.
En el momento de la Sublevación, el
Círculo de Valentine va tras los subterráneos de Nueva York... y los Cazadores de Sombras del Instituto
deben decidir si unirse a él o luchar con Magnus y su generosidad. Esta es la primera vez que Magnus ve Jocelyn,
Lucas y Stephen, pero no será la última. No pasa mucho tiempo antes de que
Jocelyn lo busque...
Sobre La Autora Cassandra Clare
Cassandra Clare es el pseudónimo de la
autora de la popular trilogía de literatura juvenil Cazadores de
sombras.
Clare nació en Teherán, Irán, aunque sus padres son estadounidenses. Ha
vivido en Francia, Inglaterra y Suiza durante su infancia, trasladándose posteriormente a Los Ángeles y Nueva
York, donde ha desempeñado diversos trabajos en revistas y tabloides.
Clare empezó a escribir Ciudad de hueso (City of Bones), la primera de las
novelas de Cazadores de sombras, en 2004, inspirada en Manhattan. Antes de convertirse en novelista de éxito ella
publicó una gran cantidad de “fan fiction” bajo el pseudónimo de Cassandra Claire, firmando obras
inspiradas en Harry Potter y El Señor de los Anillos que fueron alabadas por la crítica, aunque con respecto a The Draco Trilogy (que fue muy bien considerada por The Times y que se basa en la obra de J.
K. Rowling) ha habido algunas sospechas de plagio..
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