7/29/2019 Felipe v. La Aventura de La HIstoria 25
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Llegan los BorbonesFELIPE
VLlegan los BorbonesFELIPE
V
El rey melanclicoMarina Alfonso Mola
El primer monarca ilustradoCarlos Martnez Shaw
La Guerra de SucesinRosa Mara Alabrs
Dos mujeres para un reyGloria A. Franco
El rey melanclicoMarina Alfonso Mola
El primer monarca ilustradoCarlos Martnez Shaw
La Guerra de SucesinRosa Mara Alabrs
Dos mujeres para un reyGloria A. Franco
Hace trescientos aos, el 16 de noviembre de 1700, Felipe deBorbn, duque de Anjou, acept el trono de Espaa. Tres mesesdespus, el representante de la nueva dinasta, entraba en Madrid,donde fue acogido con jbilo singular. Sin embargo, Espaa se
convirti poco ms tarde en un campo de batalla, con la consiguientedestruccin, odios y perdurables efectos territoriales. No obstante, elreinado introdujo, tambin, profundas reformas que modernizaron elpas y lo incorporaron al mundo de la Ilustracin
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Arriba, Felipe V
(por Rigaud, Museo
Nacional de los
palacios de
Versalles y de
Trianon). Este
retrato fue pintado
en noviembre de
1700, poco antes de
la salida hacia
Espaa del nuevo
rey para ocupar el
trono. Abajo,
escopeta que
perteneci a
Felipe V (litografa,
siglo XIX).
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su infancia transcurri entre ayas y preceptores ysu adolescencia estuvo regida por profesores y tu-tores, cuyo programa pedaggico inclua la forma-cin intelectual y el entretenimiento fsico tenden-te a la preparacin como soldado a travs de laprctica de juegos al aire libre (combinando la es-trategia y el esfuerzo corporal), del uso de las ar-mas de fuego y de los ejercicios de equitacin y denatacin.
As, Felipe vivi unos primeros aos solitarios yfros, creci en un mundo de desamparo y desa-pego familiar, que predispusieron su nimo a la ti-
midez y la depresin. Sin embargo, tuvo la fortu-na de encontrar parte del cario que necesitabaen algunas personas. Isabel Carlota, Madame Pa-latine, duquesa de Orlens, le cobr afecto, lecont cuentos y le llev a ver comedias, al tiempoque bromeaba con l, dicindole que pareca msaustria que borbn y llamndole premonitoriamen-te mon petit roi d'Espagnepor su porte carente dela arrogancia versallesca. Su mdico, Helvecio, seinteres por las tendencias depresivas de su jovenpaciente y trat de buscar la raz de su melanco-la y el remedio para sus mareos y desmayos.
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portadilla del
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Marina Alfonso MolaProfesora de Historia Moderna
UNED Madrid
LA HISTORIOGRAFA NOha sido benvola conFelipe V. Casi todos susbigrafos han insistido
en su natural melanclico, ensu nimo concupiscente, en sudebilidad de carcter, en sus es-crpulos religiosos y en algunosotros aspectos negativos, como el des-pego hacia sus servidores o el duradero rencorhacia sus enemigos. Ahora bien, si quedan fuerade toda duda la permanente tendencia del sobe-rano a la depresin y las peridicas muestras dedesequilibrio mental, as como su continuo recur-so al confesor para aliviar la obsesiva inquietud deuna conciencia estrecha, todos los dems puntosprecisan de una discusin pormenorizada.
Felipe, petit-fils de France, duque deAnjou, hijo de Luis, Gran Delfn de
Francia, (hijo de un rey y padre dedos reyes, pero que nunca pudo
reinar) y de Mara Ana CristinaVictoria, princesa electora de Ba-viera, y nieto de Luis XIV y deMara Teresa de Austria (a quiendeba los derechos sucesorios a la
corona espaola), naci el 19 dediciembre de 1683 en el suntuoso
palacio de Versalles, en el marco deuna pomposa corte dominada por la res-
plandeciente figura del Rey Sol. Aunque recibiinmediatamente el agua de socorro ondoiementpara preservar su alma del limbo, Felipe no serabautizado con la solemnidad requerida hasta ms detres aos despus, el 18 de enero de 1687.
Seguidamente, de acuerdo con las estrictas nor-mas vigentes en la corte versallesca, fue entrega-do a las nodrizas para ser amamantado. Despus,
El rey melanclicounque mal preparado para dirigir un Imperio en apuros,elipe V se gan el calificativo deanimoso en la labor deobierno durante sus primeros aos de reinado; hacia 1717omenzaron sus depresiones, que le indujeron a dejar elono y acabaron llevndole al extravo
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Felipe V jura como
rey de Espaa en la
iglesia de los
Jernimos de
Madrid, el 8 de
mayo de 1701
(Madrid, Museo
Municipal de
Historia)
era adecuada a sus deseos, a la que amara siem-pre y con la que hasta su muerte alcanzara un al-to grado de compenetracin.
Crisis de melancolaSin embargo, a partir de entonces, no todos los
aos de su vida transcurrieron en el clima de feli-cidad de los primeros momentos. Desde 1717, serecrudeci su tendencia depresiva, que la reina tra-t de contrarrestar con una dedicacin que se con-virti en una de sus principales tareas como espo-sa y como soberana. Los remedios principiaron porla construccin de una hermosa residencia paraalejarse del trfago cortesano y ahuyentar en unaamena soledad el fantasma de la melancola: el pa-lacio de La Granja, que Teodoro Ardemans empeza edificar en 1720. Los primeros aos pasados en
la nueva residencia restauraron el nimo del rey,como puede observarse en el retrato cortesano pin-tado en 1723 por Jean Ranc, donde aparece enuna airosa actitud, presidiendo una escena militarcon paisaje agreste, cielo nuboso y destacamentode caballera al fondo.
Un ao ms tarde, sin embargo, el rey opt porir an ms lejos en su bsqueda de quietud espiri-tual y adopt una de sus resoluciones ms sonadas,la abdicacin en su hijo primognito, Luis. Se ha
querido interpretar de maneras bien distintas unadecisin de tal calibre. Unos se han confor-mado con la declaracin del propio sobera-no, que confesaba su voluntad de reti-rarse junto con la reina a cuidar de lasalvacin de su alma, literalmente,segn un documento de 1720 dondeya manifestaba sus intenciones, apenser uniquement notre salut et servir Dieu. Otros han querido ver co-mo trasfondo su ambicin personalde convertirse en rey de Francia tras larenuncia a la corona espaola, segnrezaba una ingeniosa stira que pona es-tos secretos anhelos del monarca en parale-
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FELIPE VLLEGA AMADRID
Pese a la poltica desplegada para lograr que CarlosII declarase heredero a su nieto Felipe de Anjou,Luis XIV tuvo dudas sobre la aceptacin de la co-
rona de Espaa una vez que conoci oficialmente el tes-tamento, firmado por el agonizante rey en la tarde del 3de octubre de 1700: "Declaro ser mi sucesor (en el casode que Dios se me lleve sin dejar hijos) el duque de An-jou, hijo segundo del Delfn de Francia; y, como a tal, lollamo a la sucesin de todos mis reinos y dominios sin ex-cepcin de ninguna parte de ellos". Finalmente, Luis XIVorden dar al Consejo de Estado espaol -encargado delGobierno en el interregno- una respuesta afirmativa el 12de noviembre.
El 16, marqus de Castelldosrius, embajador espaolen Pars, present, rodilla en tierra, su aceptacin comorey a Felipe de Anjou, que contaba 17 aos. Se asegura queen su breve discurso, Castelldosrius pronunci la famosafrase: "Ya no hay Pirineos". Como el heredero no saba cas-tellano su abuelo, Luis XIV, respondi al diplomtico espa-ol, terminando su alocucin con unas palabras para sunieto: "Sed un buen espaol!". Los dos semanas siguienteslas emple el nuevo monarca a enterarse de los asuntos deEspaa y en esa poca le retrat Hyacinthe Rigaud con unsombro atuendo estilo de la corte de Madrid. El 4 de di-ciembre se despidi de su abuelo y parti hacia Espaa,donde entr el 22 de enero de 1701, pero hasta el 18 defebrero no entr en Madrid... Un largo viaje que se pro-
long 76 das en jornadas de camino que oscilaban entrelos 25 y los 35 km. a causa del mal tiempo y de las ml-tiples recepciones que se le tributaron en Francia y, sobretodo, en Espaa.
Las ocho semanas trascurridas entre la llegada y su re-cepcin oficial en Madrid el 14 de abril se dedicaron apreparar el viejo Alczar de Madrid para el nuevo Rey,que pronto fue calibrado por los cortesanos como un jo-ven tan piadoso como ablico, tan casto como melanc-lico, tan educado como perezoso. El 8 de mayo se efec-tu su solemne jura como rey y ya para entonces circula-ban por Madrid las primeras coplillas:
"Anda nio andaPorque el Cardenal lo manda".
a, Mara Luisa
iela de Saboya
8-1714),
era esposa de
e V (por Miguel
nto Melndez,
rid, Museo
albo).Abajo,
etendiente
iaco,
iduque Carlos,e se titula
os III, rey de
a (Madrid,
oteca
onal).
Madame de Maintenon, la esposa secretadeLuis XIV, tambin se preocup por el desvalidoduquesito, recomendando el nombramiento comosu preceptor de Fnelon, ya famoso pedagogo ydirector espiritual. El futuro arzobispo de Cambraise tom muy en serio sus obligaciones, dando a supupilo una slida formacin literaria (que deriva-ra hacia el coleccionismo de libros y la constitu-cin de bibliotecas), as como tambin una normade conducta rigurosa y segura basada en un fer-
viente religiosidad, que no obstante pudo ser labase del excesivo escrpulo religioso del monarcaespaol.
Designado titular de la Monarqua Hispnicapor el testamento de Carlos II, Felipe hubo deafrontar las responsabilidades del ms extensoreino de la Cristiandad, un reto para el cual no es-taba preparado. Dispuesto, sin embargo, a cum-plir con su deber, Felipe cruz la frontera el 22 deenero de 1701 e hizo su entrada en Madrid el 17de febrero siguiente. En esta poca su figura res-ponda al retrato de Hyacinthe Rigaud, que lo pin-ta como un adolescente lozano, gentil y gallardo,embutido en un anticuado traje negro espaol. Y,tambin, a la famosa descripcin del marqus de
San Felipe, ponderando la favorable impresincausada a sus nuevos sbditos: llenles la vistay el corazn un prncipe mozo, de agradable as-pecto y robusto, acostumbrados a ver a un reysiempre enfermo, macilento y melanclico.
Esta imagen iba a perdurar en la retina y el ni-mo de los contemporneos por ms de una dca-da. En efecto, el rey dio pruebas en estos aos deestar a la altura de las circunstancias en todos lossentidos, sucesivamente como poltico prudente,como esposo enamorado, como soldado valeroso ycomo convencido defensor del trono que le habacorrespondido en legtima herencia. Fue, en efec-to, prudente en las Cortes de Barcelona de 1701-1702; se comport como un joven enamorado na-da ms conocer a su esposa, Mara Luisa Gabrie-la de Saboya, en Figueras; mostr su valor en lasjornadas de Italia, de Extremadura y de Cataluay no escatim ningn esfuerzo ni acept ningunacomponenda en la preservacin ntegra de la Mo-narqua Hispnica, ntimamente persuadido como
estaba de la justicia de su causa y, en conse-cuencia, de la ayuda que no poda dejar de dis-pensarle la providencia. Fueron aos de prueba enlos que se gan merecidamente el apelativo deAnimoso.
En esos mismos aos, hubo de enfrentarse conlas tareas de gobierno y con las intrigas de la Cor-te, dos mbitos de actuacin con los que no estabafamiliarizado. Sin embargo, las lgicas vacilacionesiniciales fueron dando paso paulatinamente a unamayor seguridad en la toma de decisiones y en elmanejo del mundillo palatino. Tambin tuvo quesufrir la tristeza de la prdida de su joven esposamuerta de tuberculosis en 1714 y cumplir con eldeber de contraer segundas nupcias, aunque el reyvolvera a encontrar en Isabel Farnesio una compa-
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Pgina izquierda,
Farinelli, coronado
por Euterpe (musa
de la Msica) y
pregonado por la
Fama (por Jacopo
Amiconi, Bucarest,
Muzeul National de
Arta al Romanei).
Arriba, entrada de
Felipe V en Sevilla,
en 1729
(calcografa.
Francisco Joseph de
Blas, Sevilla,
Fundacin Focus).
Abajo, Isabel
Farnesio (por Van
Loo, Palacio de La
Granja, Segovia).
fiestas y visitas (Catedral, Casa de laMoneda, Fundicin de Artillera) yentregarse a sus pasatiempos fa-voritos, la pesca en el Guadal-quivir y la caza en los alrededo-res de la ciudad. Al mismotiempo, se le organizaron excur-siones, como la realizada a C-
diz para presenciar la arribadade la flota de Tierra Firme y la es-cuadra de Azogues, e incluso es-tancias ms prolongadas, como loscinco meses pasados en Granada o losveraneos en El Puerto de Santa Mara.
Sin embargo, Felipe no se restableci de mododuradero, sino que por el contrario, entr en 1730en uno de sus perodos de ms negra melancola.En esa poca, se produjeron las manifestacionesms extremadas de su desequilibrio, repetidas unay otra vez por sus bigrafos. Obligaba a la corte aalterar completamente los horarios, cambiando elciclo del da y la noche: celebraba sus reunionescon los ministros entre las once y las dos de la ma-drugada, cenaba al trmino de la sesin, se acosta-ba a las siete de maana, se levantaba a las tres,oa misa a las cuatro y almorzaba a continuacin. Y,ms grave, descuidaba su aseo personal, no se afei-taba, usaba siempre la misma camisa por temor aque trataran de envenenarlo con otra prenda... In-tentaba montar los caballos representados en lostapices; se crea muerto y lanzaba espantosos ala-ridos; volva locos a los cortesanos proponindolesdisparatados acertijos...
Retorno a La Granja
Tal estado de profunda depresin slo cederagracias a la accin saludable que ejercieron sobresu nimo el regreso a la tranquilidad de La Granja,la estabilidad poltica lograda por Jos Patio alfrente del gobierno y la llegada a la corte del cas-tratoCarlo Broschi, el famoso Farinelli, cuya ame-na compaa y prodigiosa voz de soprano obraron elmilagro de ahuyentar los persistentes vapores queoscurecan la mente del soberano, que permanecahoras enteras escuchando arias y minuetos a cargode su protegido y de un tro de cmara (Porretti,violoncelo; Terri y Ciani, violines) que protagoniza-ron verdaderas sesiones de irreemplazable terapia.
A partir de 1741, recay paulatinamente en laenfermedad, cuyos estragos fueron perceptibles in-
cluso en su propio fsico, como setransparenta en el famoso retratode familia de 1743 de Louis-Mi-chel Van Loo, pese al sutil tamizhalagador que vela la escena.Con alternativas lcidas y som-bras, el rey se encamin a sumuerte, que le sobrevino en el
palacio del Buen Retiro, causa-da por una congestin cerebral,
en la madrugada del 8 al 9 de ju-lio de 1746. Sus restos mortales
fueron conducidos desde Madrid hastael panten real de La Granja, que los espo-
sos haban preferido al monasterio de El Escorial.Los testimonios recogidos por diversos observa-
dores no dejan lugar a dudas sobre la tendencia pa-tolgica del soberano hacia la melancola, que a ve-ces degeneraba en verdaderos accesos de apata ymisantropa, que llegaban a producir la desespera-
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lo con las apetencias de su antiguo valedor, el obis-po Luis Belluga, de ser papa:
Nadie en el mundo se escapa,nadie renuncia por Dios;
renuncia un rey por ser dosy un obispo por ser papa.
La poltica lo tapa,pero en lance tan severoconocer el ms sincero
que est la razn de Estadoentre el cetro y el cayado
engaando al mundo entero.En tan grande novedad
luce la similitud,pues si el rey busca la virtud,
el obispo santidad,uno y otro en realidadse miden por un nivel:
pues hacen accin tan fielpor ser, cuadre o no cuadre,
ste, Santsimo Padre,
Rey Cristiansimo aqul.
La razn ms plausible debi ser su deseo deuna vida sosegada, de su anhelo de vivir como uncaballero particular, rodeado exclusivamente desus ms ntimos y de sus fieles servidores.
En cualquier caso, Felipe V hubo de asumir porsegunda vez el trono tras la rpida muerte de LuisI, el mismo ao de 1724. Con el retorno a la vidaordinaria de la corte, la melancola volvi de nuevoa hacer mella en su espritu y la reina hubo de pen-sar soluciones imaginativas para aliviar a su regioesposo. La jornada de Extremadura (1729) y, sobretodo, el llamado lustro real de Sevilla (1729-1733), que llev a la corte a la capital andaluza,fueron otros tantas medidas que deban de servir delenitivo para el atribulado nimo del rey.
All, el rey pudo disfrutar de toda una serie de
CRONOLOGA
683. Nace en Versalles el 19 deciembre, segundo hijo del Granelfn y de Mara Ana Cristina deaviera. Se le otorga el ttulo de Du-ue de Anjou.
700. Nombrado heredero de laorona espaola, como bisnieto deelipe IV, por testamento de Carlos es proclamado Rey de Espaa el
4 de noviembre.701.Jura su investidura ante lasortes castellanas (8 de mayo) y re-be en Figueras a su esposa, Marauisa Gabriela de Saboya. Rene as Cortes catalanas.702. En Italia, obtiene las victo-as de Santa Vittoria y Luzzara. Co-ienzan a manifestarse en el reyisis de melancola.
1704. El archiduque Carlos en-tra en Espaa y da comienzo laGuerra de Sucesin, verdaderaguerra civil entre las Coronas deCastilla y Aragn.
1706. Las fuerzas angloportugue-ses que apoyan al Archiduque ocu-pan Madrid.1707. Decisiva victoria de las tro-pas borbnicas en Almansa. Nace elinfante Luis, futuro rey Luis I.1710.Victorias austracistas en Al-menara y Zaragoza. Victorias bor-bnicas en Brihuega y Villaviciosa.El Archiduque sube al trono impe-rial tras la muerte de su hermano.Ingleses y holandeses abandonan lalucha. Solamente los catalanes de-ciden combatir hasta el final.
1713. Tratado de Utrecht. Naceel infante Fernando, futuro reyFernando VI. Establecimiento de laLey Slica.1714. Paz de Rastatt. Ocupacin
de Barcelona. Implantacin de losdecretos de Nueva Planta. MuereMara Luisa de Saboya. Boda conIsabel Farnesio. Privanza del car-denal Alberoni.1716. Nace el infante Carlos, fu-turo rey Carlos III.1719. Guerra con Francia. Cadade Alberoni.1724. Felipe V abdica (10 de ene-ro) en su hijo Luis y se retira a LaGranja. Efmero reinado de Luis I(15 enero-31 agosto) y retorno deFelipe al trono.
1725. Privanza del barn de Rip-perd.1728. Durante su estancia en Se-villa, el rey manifiesta trastornosmentales.
1729. Tratado de Sevilla. Patio,primer ministro hasta 1736.1733. Firma en El Escorial delPrimer Pacto de Familia con Fran-cia.1734. El marqus de Montemarconquista Npoles y Sicilia.1743. Firma en Fontainebleaudel Segundo Pacto de Familia.1745. Conquista de Miln, Par-ma y Piacenza.1746. Bloqueo naval britnico.Derrotas espaolas en Italia. Mue-re Felipe V, el da 9 de julio.
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Alegora sobre el
reconocimiento del
duque de Anjou
como rey de
Espaa, con el
nombre de Felipe V,
el 16 de noviembre
de 1700 (Museo
Nacional de los
palacios de
Versalles y de
Trianon).
Carlos Martnez ShawCatedrtico de Historia Moderna
UNED Madrid
EL REINADO DE FELIPE V DEBE ser con-siderado como el perodo inaugural de laimplantacin del Despotismo Ilustradoen Espaa. Antes, sin embargo, de em-
prender su obra de gran aliento reformista, el ReyAnimoso hubo de preocuparse por defender en-carnizadamente su trono frente a los firmantes dela Gran Alianza de La Haya (Inglaterra, Austria yHolanda, a las que se uniran Saboya y Portugal),de tal modo que su primer xito fue la consolida-cin de la nueva dinasta. Un objetivo que no leresult fcil de alcanzar, ya que para ello hubo desuperar una costosa guerra internacional libradacontra poderosos enemigos en diversos frentes debatalla europeos y americanos, una contienda ci-vil dirimida en el interior de los distintos reinospeninsulares, la tendencia de su principal aliado
su propio abuelo, Luis XIV, el Rey Sol a firmaruna paz separada y una complicada posguerradonde las medidas de reorganizacin poltica y deapaciguamiento social deban servir para repararlos daos y restaar las heridas dejadas por el lar-go conflicto. En cualquier caso, a la muerte delsoberano la legitimidad de la dinasta ya no eraobjeto de discusin ni lo sera a lo largo del siglo,pues los Borbones eran ya tan espaoles como ha-ban llegado a serlo los Austrias. Y la dinasta per-durara en Espaa hasta nuestros das.
Aun antes de terminada la guerra, los ministrosde Felipe V haban puesto en ejecucin un ambi-cioso plan de reformas, que deban abarcar los
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El primermonarcailustradoLa racionalizacinadministrativa, el
fomento de la economay la difusin de lasLuces, puestos enmarcha por Felipe V,marcaron el camino delreformismo ilustrado enla Espaa del siglo XVIII
e V hall en La
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aderes del
plo (por
anni Pannini,
de lacas, Real
de La Granja).
cin de cortesanos y servidores, aun-que tales episodios crticos podanentreverarse con otros perodosde euforia. Felipe sufri a lolargo de su vida pasajeroseclipses mentales, duran-te los cuales se entregabaa acciones de autnticainsania. Estos episodiosse hicieron ms frecuen-tes a medida que transcu-rrieron los aos, aunquecon todo la dcada de lostreinta fue relativamentebenigna tras la crisis sevi-llana y hasta el ltimomomento fue capaz de se-guir la vida poltica y decumplir con sus deberescomo monarca.
Tambin est demos-
trada su intensa actividadertica, su asidua fre-cuentacin del lecho desus dos esposas, una con-ducta que ha sido calificadainvariablemente de modo peyo-rativo como incontrolada inclina-cin libidinosa o como reprensibleincontinencia sexual. Sin embargo,en este caso una valoracin favorablepoda enfatizar su condicin de amante ardoro-so, cumplidor complaciente del dbito conyugal y,desde luego, de esposo fiel incapaz de ningunaaventura extraconyugal, como demuestra su irrita-cin ante cualquier propuesta de este tipo formula-da por algn cortesano ms permisivo y enamora-do, tanto de su primera consorte como de la se-gunda, segn todos los testimonios, siempre coin-cidentes. Adems, el fruto fue la numerosa des-cendencia, en lo cual no hizo sino atenerse a susobligaciones como soberano y a sus conviccionescomo cristiano.
Juguete de sus esposas?Estas cualidades han dado lugar a una nueva acu-
sacin, la de someterse ciegamente a los dictados desus sucesivas esposas, en especial a los de Isabel
Farnesio, cuya palabra llegara a ser la nica vli-da en la corte del primer Borbn. Es este un
extremo, sin embargo, que conviene ma-tizar, pues fueron muchas las veces en
que a la hora de adoptar una decisinsolemne como, por ejemplo, la desu abdicacin el rey impuso senci-lla y llanamente su voluntad a lareina. Incluso en la tan aireadacuestin de la sumisin de la polti-ca internacional a los dictados de la
parmesana, hay que argumentar quelos intereses nacionales y dinsticos
si es que haba distincin entre am-bos marchaban en el mismo sentido que
el deseo maternal de dotar de territoriositalianos a sus vstagos.
Ciertamente, los escrpulos reli-giosos de Felipe fueron enfermi-zos, pero tambin fueron mu-
chos los contemporneosque alabaron su sincero ca-tolicismo, as como su vo-luntad de actuar siemprejustamente con todos losque le rodeaban. Y en elmismo sentido, nada de-muestra la imputacin deuna actitud vengativa, ni si-quiera con su mximo rival,el archiduque Carlos deAustria, a quien, segn re-fiere Baudrillart, manddecir en 1724 que rogaraa Dios por su felicidad ypor que el cielo le conce-
diese un heredero que vela-se por la defensa de la reli-gin. Asimismo, supo re-compensar adecuadamente
a sus servidores, especialmentea aquellos que haban demostra-
do su valor en el campo de bata-lla, pero tambin a quienes ejercan
otras funciones, como fue el caso deFarinelli, no slo nombrado msico de
cmara, sino elevado a la dignidad nobiliaria decaballero de la Orden de Calatrava.
Finalmente, hay que reconocer su acierto en laeleccin de sus ministros, ya que si sus primeroscolaboradores le vinieron impuestos (caso de Orry,de Amelot, de Bergeyck y, en cierto sentido, de Ma-canaz), supo hacerse con el concurso de dos de losgrandes ministros del siglo (Patio y Ensenada),con toda otra serie de excelentes administradores(como Campillo) y con toda una plana mayor demagnficos generales (como Lede o Montemar),aunque en ocasiones se equivocase por exceso deconfianza, como ocurriera con el barn de Ripper-d y, en menor grado, con el abate Alberoni. Y noes un demrito entender que, sin esta coberturahumana, su reinado no hubiese alcanzado las me-tas que consigui, ya que es lo mismo que le hu-biera ocurrido a Carlos III sin Esquilache, Aranda,Campomanes o Floridablanca. Por el contrario, de-be ponerse en su haber el mantenimiento a su ser-vicio de semejante plantel de buenos ministros.
De este modo, puede afirmarse que el reinado deFelipe V cumpli la misin histrica de asentar lanueva dinasta en el trono de Espaa y de dar losprimeros pasos para el triunfo del reformismo ilus-trado, mediante un proceso de centralizacin y ra-cionalizacin administrativa, de fomento de la eco-noma y de apoyo a la difusin de las Luces, de talmodo que a la muerte del soberano, la MonarquaHispnica haba recuperado su protagonismo en elconcierto de las naciones europeas. Lo que no esun mal balance para un rey melanclico. n
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Esta racionalizacin tambin llegaba al ramo deHacienda: simplificacin del mapa aduanero; reor-ganizacin de las casas de la moneda; revisin delsistema de recaudacin de impuestos, aunque sinproceder a una verdadera reforma del sistema fis-cal, que progres en la Corona de Aragn gracias ala implantacin de la contribucin nica, pero ape-nas afect al anticuado y heterogneo organigramacontributivo de la Corona de Castilla.
Y, del mismo modo que la reforma fiscal queda-ba como asignatura pendiente para los reinados su-cesivos, tampoco la intervencin en el rgimen mu-nicipal puede considerarse bajo una luz favorable:apenas afect a los pueblos castellanos, pero pro-dujo efectos negativos en los municipios de la Co-rona de Aragn, especialmente en Catalua, dondelos elementos populares, que le conferan una cier-ta aureola democrtica, fueron sustituidos por regi-
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LOS HOMBRES DEL REY
Fnelon. La educacin del prin-cipe Felipe le fue encargada al cle-bre director de concienciasFranois de Saliganc y de La Mothe,escritor y telogo ms conocidocomo Fnelon. Cuando se incorpo-r a las tareas educativas de Versa-lles, las referencias que tena de Fe-
lipe de Anjou, un nio de seis aos,eran desalentadoras. A los conoci-mientos muy rudimentarios y faltade modales, se suman la pronun-ciacin dificultosa, la entonacindesagradable y la diccin lenta. Du-rante ocho aos (1689-1697) F-nelon inculc en Felipe de Anjou laidea de que la conducta debe regir-se por una religiosidad ferviente,norma que cal muy hondo en elfuturo rey de Espaa. El tutor leadoctrinaba con unos criterios deintransigencia y restrictivos que,
por exceso de celo, a menudo raya-ban en lo grotesco. Pero Fnelonno se limit a explicar religin a supupilo, sino que concibi un inno-vador mtodo pedaggico que lealeccionaba por medio de fbulasdidcticas y a travs de las ense-anzas que destilaba su famoso li-bro Las aventuras de Telmaco.Gracias a Fnelon, el duque de An-jou atesor una valiosa formacinliteraria y un espritu crtico haciael ambiente de la corte.
Alberoni. Nacido en 1664, lle-g a Espaa en 1700 con el squito
del mariscal Vendme. Giulio Albe-roni, sacerdote italiano, se gan la
confianza de Felipe V, que le nom-br embajador en el ducado deParma. Sus maniobras hicieron po-sible que el rey contrajera segun-das nupcias con Isabel Farnesio,gracias a que logr convencer a laprincesa de los Ursinos camareramayor de la fallecida reina MaraLuisa de Saboya de que la dulzuray ductilidad de la parmesana bene-ficiaran al taciturno monarca. Lasegunda esposa de Felipe V se des-hizo de la princesa de los Ursinos,pero promovi a Alberoni al capelocardenalicio y a la jefatura del Con-sejo. Alberoni convirti en priori-dad nacional la colocacin de loshijos de la Farnesio en los recincreados principados italianos, pol-tica que desencaden guerras yprovoc severas derrotas a las tro-pas espaolas a manos de Francia,Inglaterra, Austria y Holanda. Albe-roni fue destituido y expulsado deEspaa en diciembre de 1719.
Patio. Nacido en Miln en1666, Jos Patio lleg a Espaatras la campaa de Felipe V por tie-rras italianas. En 1711 se le encar-g la superintendencia de Extrema-dura y, en 1713 de la de Catalua,inspirando desde su cargo el de-creto de nueva planta y la instaura-cin del catastro. El cardenal Albe-roni le nombr intendente de la
Marina y del ejrcito, superinten-dente de Sevilla y presidente decontratacin de las Indias. Asimis-mo se le confiaron tareas como bo-tar una flota para la conquista deCerdea y Sicilia o gestionar las fi-nanzas de la guerra espaola enEuropa. Fue uno de los hombres
clave del gobierno del primer Bor-bn durante la Guerra de Sucesin.A su trmino se encarg de la orga-nizacin de la Armada, llegando aser uno de los mejores tcnicos desu tiempo en asuntos navales, co-mo demuestra la construccin delarsenal de La Carraca. A la cadadel ministro universal Ripperd fuenombrado secretario de Marina eIndias y al poco tiempo, de Hacien-da. Fue el principal impulsor de laPaz de Sevilla de 1729 que zanja-ba las hostilidades de Espaa conFrancia y Gran Bretaa y la Paz deViena de 1731, por al que Espaase integraba en la Entente juntocon los Pases Bajos y Austria. Sinembargo, la firma en 1733 del Pri-mer Pacto de familia desembocabaen la ruptura con Gran Bretaa yAustria, una duradera alian za fran-coespaola y el advenimiento deCarlos III al trono de Npoles. Pa-tio adems acapar la secretariade Guerra y la de Estado, con lo
que prcticamente ocup las msimportantes carteras del gobierno.A su talento se debi el r esurgir de
la marina espaola. A su muerte,acaecida en el Real Sitio de LaGranja de San Ildefonso en 1736,la flota contaba con 59 unidadesprovistas de 2500 caones.
Campillo.Nombrado secretariode Hacienda, Marina, Guerra e In-
dias en 1741. Nacido en 1693, ha-ba dejado la carrera eclesisticapara ponerse a las ordenes de Pati-o. A partir de aqu desempe unbrillante periplo como superinten-dente de bajeles de Cantabria y co-
mo supervisor del reforzamiento dela Marina iniciado por Patio. En1733 ejerci en Italia de intendentede las tropas de Felipe V y a su vuel-ta ocup la intendencia y el corregi-miento de Zaragoza. Debido a lagrave crisis financiera que atravesa-ba el pas, remiti a la reina un por-menorizado informe sobre la cati-ca situacin del erario, que incluauna relacin de soluciones de ur-gencia. Campillo plasm sus ideasen Tratado de los intereses de Eu-ropa, de 1741,Lo que hay de msy de menos en Espaa para quesea lo que debe ser y no lo que es,de 1743 yUn nuevo sistema de go-bierno econmico para la Amri-ca, donde expona sus postuladosmercantilistas y su defensa de la li-bertad de comercio con Amrica,que a su vez necesitaba una reformaagraria y administrativa.
e V renuncia
las Cortes a sus
chos al trono
rancia, 1712,
el fallecimiento
u padre, de su
mano mayor y
u sobrino
ognito. Dicen
respondi a su
lo, Luis XIV:
hecha mi
in y nada hay
tierra capaz de
erme a
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ado: nada en el
do me har
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oles
grafa de Serra,
XIX).
campos de la administracin pblica, la defensadel Imperio, la economa y la vida cultural. Comomtodo de accin, la Monarqua asumi todos lospoderes para llevar la iniciativa poltica, reforzandosu capacidad de decisin en todos los mbitos, do-tndose de instrumentos para imponer sus resolu-ciones en todos los rincones del territorio, margi-nando a las instituciones representativas y roden-dose de un equipo de fieles servidores encargadosde vigilar el cumplimiento de los distintos puntosdel programa.
Entre la serie de excelentes administra-dores brillaron con luz propia los com-ponentes del grupo de primera hora,los franceses Jean Orry y Michel-Je-an Amelot, marqus de Gournay,el flamenco Jan de Brouchovenconde de Bergeyck y el espaolMelchor de Macanaz, uno de lospolticos ms lcidos del mo-mento. Tras el paso por el go-bierno del abate Julio Alberoni ydel barn de Ripperd, hombresms preocupados de la poltica in-ternacional, Felipe V encontr las ms
relevantes personalidades de su reinado, Jos Patio,Jos del Campillo y el marqus de Ensenada, que de-ben incluirse en la nmina de los mximos protago-nistas del reformismo del siglo ilustrado.
Reforma centralizadoraLa centralizacin de las decisiones y el robuste-
cimiento del poder poltico, caractersticos ambosdel absolutismo setecentista, se manifestaron, pri-mero y de manera contundente, en la marginacinde los rganos representativos. Significativamente,las Cortes fueron convocadas un sola vez tras laconclusin del conflicto sucesorio (y dos ms, en1760 y en 1789, durante el resto de la centuria).En segundo lugar, en la afirmacin de la autoridadde la Monarqua frente a la de la Iglesia, propicia-da por la tradicin regalista de la dinasta anteriory la ocasin del alineamiento papal a favor de losfirmantes de La Haya, aunque siempre dentro delos lmites marcados por unos intereses generalescompartidos, que se plasmaron entre otros ejem-
plos en la actuacin del Santo Oficio, vigilado y co-rregido en ocasiones por el gobierno, pero siempresusceptible de ser convocado frente a una eventualoposicin poltica o ideolgica. Y, por ltimo, per-miti abordar, por encima de ocasionales manifes-taciones adversas (canalizadas singularmente porel partido castizoo partido espaol, aunque sin al-canzar el clmax del motn contra Esquilache de1766), la racionalizacin de la administracin cen-tral y territorial, tanto en la metrpoli como en lasprovincias ultramarinas.
La medida ms radical y trascendente, conse-cuencia de la derrota de la causa austracista abra-zada por buena parte de los catalano-aragonesesfue la importante reforma constitucional que abolalos regmenes particulares de la Corona de Aragne integraba a sus representantes dentro de unasCortes que no fueron espaolas, por la pervivenciade la asamblea parlamentaria del reino de Navarra.Esta determinacin, junto con la prdida de lasprovincias flamencas e italianas, allan el caminopara la supresin de los consejos territoriales (Ara-gn, Flandes e Italia) y la consagracin del Conse-jo de Castilla como el nico rgano colegiado com-petente en materia de poltica interior.
A rengln seguido, el viejo sistema polisinodialfue arrinconado y sustituido por el ms prctico yeficaz de las Secretaras de Estado (Gracia y Justi-
cia, Hacienda, Guerra, Marina e Indias yEstado o Primera Secretara), que sen-
taban las bases para la futura apari-cin, ya fuera del reinado, de unautntico consejo de ministros yde la figura del primer ministrocomo responsable ltimo ante elrey del gobierno de la Monar-qua. Al mismo tiempo, la racio-nalizacin administrativa impul-saba la implantacin en los dis-
tintos territorios de las CapitanasGenerales, las Audiencias y las In-
tendencias.
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57
D O S S I E R
s-Michel van
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Felipe V como
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Museo
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dores aristocrticos o militares. Final-mente, se reorden el territorio ameri-
cano, con la creacin del virreinatode Nueva Granada y el estableci-miento de la Capitana General deVenezuela.
El respeto de los caonesLa poltica exterior de Felipe V estu-
vo condicionada por la doble con-ciencia del excesivo rigor de la Paz de
Utrecht y de la necesidad de dotarse delos medios para una mejor defensa de un
Imperio que todava superaba territorialmente alos de las restantes potencias europeas. En este sen-tido, la poltica militar y naval de Felipe V constituyun rotundo xito, ya que sus resultados manifiestosfueron la creacin de un poderoso ejrcito y la re-construccin de una importante marina de guerra.
En lo referente a las fuerzas de tierra, cabe des-tacar la promulgacin de las famosas Ordenanzasde Flandesque imponan el regimiento como uni-dad orgnica fundamental del ejrcito espaol, lacreacin de los cuerpos tcnicos de artillera e in-genieros con lo que se completaban las cuatro ar-mas clsicas del ejrcito espaol y la reorganiza-cin de las milicias provinciales como unidades dereserva en el conjunto de los reinos castellanos.
En cuanto a la marina de guerra, las medidas demayor trascendencia fueron la propia creacin de laArmada Real (tras el reagrupamiento de las diversasunidades que antes operaban separadamente, con laexcepcin de la Escuadra de Galeras del Mediterr-neo y la Armada de Barlovento), la creacin de lostres departamentos navales de Cdiz, Cartagena y ElFerrol y el establecimiento de una serie de arsenales(Guarnizo, El Ferrol, La Carraca y, en Amrica, La
La familia de Felipe V, retratada por Louis-
Michel van Loo en 1743 (Madrid, Museo del
Prado). De izquierda a derecha: la infanta
Mara Ana Victoria, reina de Portugal por su
matrimonio con Jos de Braganza, prncipe del
Brasil; Doa Brbara de Braganza, esposa del
Prncipe de Asturias; el Prncipe de Asturias,
futuro Fernando VI; el rey Felipe V; el Infante-
Cardenal Don Luis, ms tarde casado
morganticamente con Mara Luisa Vallabriga;
la reina, Doa Isabel Farnesio; Don Felipe,
duque de Parma; la infanta Mara Teresa, que
se cas con Luis, Delfn de Francia; la infanta
Mara Antonia Fernanda, que sera reina de
Cerdea por su matrimonio, en 1750, con
Vctor Amadeo III, rey de Cerdea y duque de
Saboya; Mara Amalia de Sajonia, esposa de
Don Carlos, reina de Npoles y futura reina de
Espaa; Don Carlos, rey de Npoles y futuro
Carlos III de Espaa. Jugando en el suelo:
Mara Luisa, hija del duque de Parma y que,
andando el tiempo, sera reina de Espaa por
su matrimonio con Carlos IV, y Mara Isabel,
hija de Don Carlos, nacida en Npoles en ese
mismo ao y fallecida en 1749.
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59
Izquierda, retrato del
arquitecto italiano
Filippo Juvarra, que
trabaj en la corte
de Felipe V trazando
los planos del
Palacio Real e
interviniendo en la
remodelacin de
Aranjuez y La Granja
(Madrid, Museo de
la Real Academia de
Bellas Artes de San
Fernando).Abajo,
mapa de Gibraltar,
hacia 1740, uno de
los problemas que
dej pendientes
Felipe V, pese a sus
intentos por
recuperar la plaza
(Madrid, Biblioteca
Nacional).
bn contribuy a crear un marco favorable para elcrecimiento del conjunto de la economa espao-la. Sin duda, se trat del crecimiento permitidopor unas estructuras heredadas del pasado, yaque no se abordaron ni la reforma fiscal ni latransformacin del sistema de propiedad y tenen-cia de la tierra ni la liberalizacin de los inter-cambios... De la misma manera, se trat de pre-servar el orden social tradicional, por lo que slomuy gradualmente puede percibirse en este reina-do un cierto proceso de movilidad ascendente en-tre la burguesa comercial, los gremios y el cam-pesinado. Un crecimiento sin desarrollo que, porotra parte, continu siendo el modelo seguido a lolargo de toda la centuria.
El fulgor de la IlustracinEl reinado de Felipe V asisti al primer gran im-
pulso del proceso de renovacin cultural de la Ilus-tracin. Recogiendo las iniciativas de los sabiospreilustrados del siglo anterior, una nueva genera-
cin de intelectuales se situ ya claramente dentrodel clima espiritual del Siglo de las Luces. Es ver-dad que estos representantes de la corriente reno-vadora se formaron en sus respectivos crculos pro-vinciales, sin apoyo directo de los poderes pbli-cos, pero tambin es verdad que muchos de ellosfueron absorbidos o apoyados por los sucesivos go-biernos de la Monarqua.
sta se apropi de las tertulias para constituiracademias Academias Espaola de la Lengua, dela Historia, de Bellas Artes de San Fernando,atrajo a la Corte a humanistas y cientficos, y con-trat a arquitectos, pintores y msicos para cons-truir, decorar y animar nuevas y bellas residenciaspalaciegas en los alrededores de Madrid: remode-lacin del Palacio de Aranjuez y construccin delPalacio Real de Madrid y del de La Granja, a losque podra aadirse el de Riofro, a iniciativa per-sonal de Isabel Farnesio.
Si la primera Ilustracin no fue obra deliberada
del rey y sus ministros, a ellos se debe sin duda laproteccin y la reconduccin de un movimiento cul-tural de signo progresista que se consolid con elavance la centuria, de modo que Feijo, Mayans y to-dos los dems hacen posible la eclosin de la Ilus-tracin madura de tiempos de Carlos III.
En muchos casos, fue la propia Corte la que pro-movi una serie de empresas culturales de enverga-dura: las academias militares (Academia de Mate-mticas de Barcelona o Escuela de Guardiamarinasde Cdiz); relevantes centros de enseanza superior(Universidad de Cervera, Seminario de Nobles deMadrid); y nuevas instituciones (Real Librera o Bi-blioteca Pblica, embrin de la futura Biblioteca Na-cional; Real Capilla o el reconstruido teatro de losCaos del Peral, por el que se introdujo la pera ita-liana en Espaa). Y si la Inquisicin sigue al acechoo si la poltica cultural manifiesta alguna incoheren-cia o alguna arbitrariedad, tales fenmenos de nin-guna manera son exclusivos del reinado de Felipe V,sino que se manifestaron a todo lo largo del AntiguoRgimen.
Para concluir, puede afirmarse que el reinado deFelipe V inaugura de forma brillante la poltica refor-mista espaola. Frente a los historiadores que semostraron partidarios de reducir las grandes realiza-ciones a la segunda mitad de siglo, hay que decirque la apuesta inicial y decidida por el reformismo sedebe al primer Borbn y sus ministros, de talmodo que la madurez del reinado de Car-los III no se hubiera alcanzado sin lassemillas sembradas en esta etapa fun-dacional. La Monarqua de Felipe Vtanto en el terreno de la racionali-zacin administrativa, como en el dela orientacin de la poltica interna-cional, el fomento de la economa ola difusin de las Luces cumplicon la misin histrica de poner loscimientos y sealar los caminos quehaba de recorrer el reformismo ilustradoen la Espaa del siglo XVIII. n
D O S S I E R
a, anverso y
rso de un
rillo de plata,
ado en Castilla
ombre del
iduque Carlos.
cha, Rafael
hor de
anaz, uno de los
icos ms
os del reinado
elipe V (Madrid,
oteca Nacional).
Habana) capaces de suministrar barcosen la cantidad y con la calidad exigidaspara la defensa de las costas espaolasy americanas y la salvaguarda de las co-municaciones entre la metrpoli y las
colonias ultramarinas.Armados con estos instrumentos (a los que
debe aadirse una diplomacia igualmente re-novada, aunque no en igual medida), la poltica secentr primero en el mbito mediterrneo, donde secombati con desigual fortuna por la reconquista delas provincias perdidas en Italia y por la recuperacinde las posiciones mantenidas secularmente en elNorte de frica frente a las potencias musulmanas.
Sin abandonar el Mediterrneo, los ministros deFelipe V, especialmente desde la asuncin de la Pri-mera Secretara de Estado por Patio en 1734, di-searon la estrategia poltica que (salvo algn pasa-jero eclipse, singularmente en el reinado siguiente)habra de regir las relaciones exteriores de Espaa alo largo del siglo: la defensa de Amrica y la recla-
macin de la integridad del territorio peninsular fren-te a Inglaterra, el enemigo declarado.
En ese sentido, los resultados fueron bastante po-sitivos. La poltica italiana se sald con la instaura-cin de sendas dinastas borbnicas en los reinos deNpoles y Sicilia, por un lado, y en los ducados deParma, Piacenza y Guastalla, por otro. La devolucinde Gibraltar y Menorca no pudo conseguirse. La per-severancia de la poltica atlntica obtuvo la revisinde las clusulas comerciales de Utrecht y preservlas Indias frente a la constante presin britnica so-bre los puntos fronterizos: se ocup el territorio deTexas, al norte de Nueva Espaa; se construy elfuerte yucateco de San Felipe de Bacalar para prote-ger a los cortadores de palo campeche en Centroa-mrica; se fund Montevideo frente a la colonia deSacramento, en el Ro de la Plata; se defendi conxito Cartagena de Indias durante la Guerra de laPragmtica Sancin...
Por otro lado, la poltica africana se sald tambinfavorablemente con el levantamiento del cerco de
Ceuta y la reconquista de Orn, que se haba perdi-
do en el transcurso de la Guerra de Sucesin. Final-mente, en el Pacfico, se volvi a ocupar la ciudad deZamboanga en la isla filipina de Mindanao y se rea-nudaron desde Manila los contactos con los pasesextremoorientales con la embajada al reino de Siam,al tiempo que los jesuitas se establecan en las islasPalaos, el grupo ms occidental de las Carolinas.
Bases para la recuperacin econmicaEl atraso econmico fue otra de las preocupa-
ciones prioritarias de los primeros ministros refor-mistas. Las encuestas de comienzos de reinado(singularmente, las respuestas a la iniciativa deCampoflorido) y las informaciones publicadas porUztriz y sus seguidores (el marqus de SantaCruz de Marcenado y Bernardo de Ulloa, sobre to-do) fueron la documentacin de partida para con-cienciarse de la necesidad de emprender una po-ltica de fomento que, basada en las frmulas co-nocidas del mercantilismo, permitiese el progresode los distintos sectores de la economa.
Si la atencin a la agricultura y la ganadera sehizo ms vigilante en los siguientes reinados, lapoca de Felipe V ya llev a cabo algunas inicia-tivas que habran de tener continuidad en la se-gunda mitad de siglo: obras pblicas, adopcin demedidas proteccionistas, fundacin de manufac-turas reales (Fbrica de Paos de Guadalajara, deTapices de Santa Brbara de Madrid, de Vidrio ode Cristales de La Granja), creacin de compa-as privilegiadas de comercio (Compaa Guipuz-coana de Caracas y Compaa de La Habana), fle-xibilizacin del sistema de flotas y galeones here-dado de tiempos anteriores y, en buena parte,anulado con la autorizacin de los registros suel-tos a raz del estallido de la guerra con Inglaterraen 1739...
Naturalmente, no puede decirse que la recupe-racin demogrfica y econmica, perceptible yaen esta primera mitad de siglo, fuera slo fruto detales medidas, pero en cambio s puede afirmarseque la poltica llevada a cabo por el primer Bor-
LANUEVAPLANTA
C
on la rbrica de Felipe V al RealDecreto de Nueva Plantapara Ca-talua, promulgado en Madrid el
6 de enero de 1716, finalizaba el ltimocto de la Guerra de Sucesin. En virtudel resultado de dicho enfrentamiento b-co y, como ya haba ocurrido en 1707 y715 en Valencia, Aragn y Mallorca esecir en los reinos que, junto al Principa-o, haban defendido la opcin del candi-ato austracista frente al monarca bor-n, los catalanes perdan sus fueros,us antiguas instituciones y la autonomae que haban gozado en el anterior en-anaje de la Monarqua Hispnica.
LaNueva Planta supona un nuevo
ordenamiento poltico y jurdico paraCatalua, que se acomodaba as al pro-yecto centralizador impulsado por lanueva dinasta. Sus territorios quedabanencomendados al gobierno conjunto deuna Audiencia y de un Capitn General.Se modificaba por completo el sistemade administracin municipal, que pasa-ba a depender del nombramiento regio,en el caso de Barcelona, y de la decisinde la Audiencia, en lo referente a las lo-calidades de menor rango. Se abolieronlos somatenes y se implant la legisla-cin castellana, excepto en el derechoprivado, prohibindose el uso del cata-ln en la administracin de justicia.
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61
D O S S I E R
o, izquierda,
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Rosa M Alabrs IglesiasProfesora de Historia Moderna
Universidad Autnoma de Barcelona
LA GUERRA DE SUCE-sin constituye el hitoms trascendental dellargo reinado de Felipe V.
Desde la muerte de Carlos II has-ta el mtico 11 de septiembre de1714, en que cay Barcelona, el l-timo baluarte austracista, ante las tro-pas borbnicas del mariscal Berwick,transcurrieron catorce aos de guerra intermiten-te que implic a las principales potencias europeasdel momento y que dividi a los espaoles entre sen una sangrienta guerra civil. La Guerra de Suce-sin de Espaa fue pionera respecto a las mltiplesguerras de sucesin que se produjeron en Europa alo largo del siglo XVIII (la de Polonia, 1733 a 1738;la de Austria, 1740 a 1748), pero sobre todo fue laprimera guerra civil que afect a todos los espaoles.
Los conflictos por cuestiones suceso-rias hasta entonces slo haban te-nido alcance regional: recurdesela Guerra de Sucesin en Casti-lla, de 1475 a 1479.La relevancia de la Guerra de Su-cesin traspasa sus propias fron-teras cronolgicas. El foso de se-
paracin entre las dos Espaas, laaustracista y la borbnica, tard en
llenarse. El exilio de catalanes, ara-goneses y valencianos posterior a 1714
estuvo vigente hasta 1725, con el primerTratado de Viena, y jams se superaron las difci-
les relaciones provocadas por la guerra entre FelipeV y los catalanes. Desde 1714, los efectos polticosgenerados por las Leyes de Nueva Planta marcan unantes y un despus en la Historia de Espaa.
Las vueltas de la fortunaCul fue la trayectoria de la guerra? Tras el tes-
tamento de Carlos II que otorgaba la sucesin de
La Guerra de Sucesinedia Europa se implic en un conflicto simplificado por lastoriografa: ni todos los catalanes fueron austracistas, nidos los castellanos, borbnicos. Es falso que se
nfrentaran modernidad contra tradicin o burguesa contraudalismo. Catalua luch por el Archiduque, porque su
ando le pareci ms poderoso y ms respetuoso con susyes y costumbres
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Arriba, el
pretendiente
archiduque Carlos
de Austria. En
octubre de 1711,
dej Espaa para
hacerse cargo del
trono imperial con
el nombre de Carlos
VI. En Catalua
permaneci su
esposa, Isabel de
Brunswick, a lo
largo de 1712, pero
aquello fue slo una
ficcin poltica
cargada de buenas
intenciones
personales. En junio
de 1713, los
austracistas
lograban el acuerdo
de Hospitalet, por el
que los borbnicos
les permitan la
evacuacin de sus
tropas y Barcelona
se qued sola.Abajo,
las tropas
borbnicas de
Vendme, uno de
cuyos cuerpos era
mandado por
Felipe V, atraviesa el
Po, el 25 de julio de
1702. El rey se
distingui en la
campaa de Italia
por su actividad y
arrojo (Madrid,
Servicio Geogrfico
del Ejrcito).
una enorme avalancha de exiliados valencianos yaragoneses hacia Catalua.
Despus, ya nada sera igual. Los austracistas lo-graron frenar el avance francs, salvando Gerona(octubre de 1709); consiguieron la legitimacinpontificia tras no pocas vacilaciones (junio de1709); en apoyo de Catalua acudi el mariscalStahrenberg; conquistaron Menorca, derrotaron alos franceses en Lille, Malplaquet, Almenara y Za-ragoza (agosto de 1710)... Incluso el rey-archidu-que, recin casado con Isabel de Brunswick, sepermiti el lujo de entrar de nuevo en Madrid, enseptiembre de 1710. Pero sera una ilusin vana:las derrotas austracistas de Brihuega y Villaviciosa,y la muerte de Jos I, el emperador y hermano deCarlos, cambiaron la situacin de poltica.
Barcelona se queda solaLa apertura de la opcin del Imperio para Carlos,
la nueva ofensiva borbnica en Catalua, con el ase-dio y toma de Gerona (enero de 1711), la progresi-
va apata inglesa en relacin con sus compromisosadquiridos (los whigscayeron en 1710) y la pocacoordinacin entre las propias tropas austracistasmarcaran decisivamente el declive. En octubre de1711, Carlos dej Espaa y fue nombrado empera-dor con el nombre de Carlos VI. Desde ese momen-to hasta el 11 de septiembre de 1714, cuanto ocu-rri era previsible. El Tratado de Utrecht demostrque, una vez satisfechos los intereses econmicosque la haban introducido en la guerra, el apoyo deInglaterra al bloque austracista ya no tena sentido(la publicstica austracista posterior a Utrecht y
Rastatt recrimina a los inglesessu conducta as como su aproxi-macin a Francia).
La regencia de Isabel deBrunswick en Catalua a lo lar-go de 1712 fue una ficcin po-ltica cargada de buenas inten-ciones personales. En junio de1713, los austracistas lograbanel acuerdo de Hospitalet, por elque los borbnicos les permit-an la evacuacin de sus tropas.Ante estos hechos, los catala-nes se dividieron entre los parti-darios de la entrega honrosa dela sitiada Barcelona y los de laresistencia pica. No slo hac-an reproches a Inglaterra sinotambin al Emperador, cuya ac-titud en aquellos momentos fuede gran ambigedad. A Catalua no se le dej otra
opcin que la resistencia a ultranza.La obsesin anticatalana de Felipe V est bien
probada; incluso Luis XIV haba escrito varias vecesa su nieto, a partir de agosto de 1713, manifestn-dose partidario del bloqueo de Barcelona y contra-rio a un asedio; todava en julio de 1714 le dictesta recomendaciones: Estoy muy lejos de propo-neros que les devolvis sus privilegios, pero conce-dedles su vida y todos los bienes que les pertenez-can, tratadles como a sbditos a los cuales estisobligados a conservar y de quienes sois padre y aquienes no debis destruir. Ni siquiera estas inte-
D O S S I E R
cipales lneas
s campaas
olas de la
ra de Sucesin
Enrique
ga).
Espaa al duque de Anjou Felipe V, se produjocomo reaccin la Gran Alianza de La Haya (1702)que integrara en el bloque de los austracistas, par-tidarios de la candidatura del Archiduque Carlos, aInglaterra, Holanda y Austria. Portugal y Saboya sesumaron al bloque aliado ms tarde. La guerra enla Pennsula Ibrica propiamente dicha no comen-zara hasta abril de 1704 y el punto de partida fuela presencia del archiduque Carlos en Lisboa, don-de previamente estuvo conspirando Jorge de Hesse-Darmstadt, ex virrey de Catalua y hombre clave en
el proceso de confrontacin blica entre austra-cistas y borbnicos. El manifiesto de vora
a favor de Carlos desat la declaracinde guerra, con la invasin inmediata
de Portugal por parte de Felipe V.Despus, la reaccin estratgica deCarlos fue abrir un frente militar enCatalua. Jorge de Darmstadt in-tent un primer asalto a Barcelona,que fracas en mayo de 1705. An-te la situacin, los austracistas
abrieron otro frente alternativo: elandaluz. All, la primera iniciativa fue
la conquista de Gibraltar.Pese a las discrepancias dentro del bloque
austracista, la guerra se desliz hacia el frente ca-taln. La revuelta de los llamados vigatansen Ca-talua prepar el terreno para la firma del Tratadode Gnova entre los catalanes e Inglaterra (junio de1705), que sirvi de prtico al sitio de Barcelonaque finalmente termin con la victoria austracistade octubre de 1705, aunque tambin con la muer-te de Darmstadt. A partir de este momento, la gue-rra cambi de dimensin. El Archiduque ejerci enCatalua de rey con el nombre de Carlos III y elaustracismo se consolid en todo el Principado, apesar de un intento de reconquista de Barcelonapor Felipe V, en abril de 1706.
Los aos ms optimistas para Carlos fueron1705 y 1706, hasta el punto de que en diciembrede este ltimo lanz una ofensiva desde Portugalpara conquistar Madrid, lo que logr en junio de1707. Paralelamente, los franceses fueron asimis-mo derrotados en Ramilliers y se produca la rendi-cin de Amberes, Ostende y Turn.
Pero en abril de 1707 se produjo la derrota aus-tracista en Almansa; sera una derrota catastrficaque supuso ms de 10.000 prisioneros y otros tan-tos muertos. La inversin de la situacin fue total.Felipe V tom Lrida (noviembre de 1707) y supri-mi los fueros de Aragn y Valencia, lo que origin
L a G u e r r a e n E S P A A 1 7 0 1 - 1 7 1 4
F R A N C I A
P O R T U G A L
MADRID
SANTANDER
LA CORUA
BURGOS
VALLA DOLI D
VITO RIA
TOLE DO
LISBOA
VALENC IA
BARCELONA11 septiembre 1714
GERONA1711
ZARAGOZA1710
TARRA GONA
LRIDA
PALMA
MENORCABrit. 1708
BILBAO
SALAMANCA1706
CIUDAD REALBADAJOZ
SEVILLA
CDIZ
MLAGA
GRANADA
ALMAN SA1707
VIGO VICH 1705
ALMEN ARA 1710
BRIHUEGA1710
TORTOSAVILLAVIC IOSA
1710
CARTAGENA
CIUDAD RODRIGO1706
GIBRALTARBrit. 1704
MARBELLA1705
DENIA IBIZA
Batal lasAsedi osOfensivas borbnicasTraslados de la Corte de Felipe VOfensivas austracistas
MAHN
SAN FELIPE
(JTIVA)
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65
Arriba, duque de
Marlborough (el
famosoMambr se
fue a la guerra...),
el mejor general al
servicio del Imperio
durante la Guerra
de Sucesin
espaola (Madrid,
Biblioteca
Nacional).Abajo,
Felipe V entrega en
Toisn de oro al
duque de Berwick,
vencedor en la
batalla de Almansa,
que cambi el curso
de la guerra (por
Jean-Auguste-
Dominique Ingres,
Madrid, coleccin
Duques de Alba).
si el rey llegaba a su corte, por el Betis y el Tajo,afirmara su trono; pero si lo haca por el Ebro y elSegre no podra permanecer en l.
Castilla frente a Catalua?La animadversin entre castellanos y catalanes
estuvo siempre presente en la publicstica de la gue-rra, pero hasta en los momentos de mayor exaltacin(1705-06), el discurso austracista cataln no rompicon Espaa. Slo en el momento final (1713-14),despus de la partida del Emperador hacia Viena, lafirma de Utrecht y el consiguiente vaco institucionalse plante la opcin de un reino o repblicaindependiente de Catalua bajo la protec-cin de Austria.
Conviene, en cualquier caso, insistir queel austracismo de la Corona no fue en modoalguno unnime y, adems, fue tardo. Losalineamientos en el felipismo o austracismode las ciudades catalanas obedecen a facto-res aleatorios, en muchos casos. Josep MTorras Rib ha subrayado que los diversosmunicipios eran compartimentos estancosque actuaban de una manera absolutamen-te autctona. Cervera fue felipista porquesus rivales Anglesola, Guissona y Agramuntse proyectaron hacia el otro bando; Berga,por oposicin a Cardona; Manlleu y Monznse inclinaron por el Archiduque... El localis-mo fue una realidad indiscutible.
La movilidad en la fidelidad de las ciuda-des result, tambin, evidente. El comporta-miento resistente final de Barcelona, Solso-na, Cardona o Sabadell tiene poco que vercon el de ciudades como Lrida, Gerona e
incluso Vic. Hay una Catalua austracista yuna Catalua felipista (Cervera, Borja, Man-lleu, Ripoll, Centelles), pero tambin hayuna Catalua indefinida. Hasta 1705, loque estaba en juego no era la alternati-va libertades-absolutismo; slo a partirde 1713-14 puede vincularse el aus-tracismo a las expresiones radicales dedefensa de la tierra y de la patria cata-lana (Nria Sales).
En los primeros aos de su reinado,Felipe V tuvo poca oposicin en Catalua.Slo se constata un ferviente constitucio-nalismo receloso ante cualquier transgresinque pudiera suponer el cambio dinstico. Has-ta 1703, no empieza a sublimarse el nombre deCarlos III, muy al hilo del desarrollo internacional delconflicto, y slo a partir de 1704, con la goberna-cin de Velasco, se apost decididamente por la can-didatura de Carlos. Pasados los aos de gloria(1705-06), las grietas comenzaron a ensancharse
dentro del austracismo cataln.
Modernidad y tradicinLa bipolarizacin de las dos Espaas Castilla
versusCorona de Aragn debe, pues, matizarse.Tampoco parecen adecuados los anlisis que inci-den en la dualidad entre la modernidad y la tradi-cin. La nobleza castellana, muy opuesta a las di-rectrices reformistas de raz francesa que traa Fe-lipe V, apost, sin embargo, mayoritariamente a fa-vor del de Anjou. En Aragn y Catalua, la noblezafue en su mayor parte austracista, pero en Valenciafue proborbnica. El rey-archiduque promovi unapoltica de ennoblecimientos que gener una esca-lada de advenedizos que, a la postre, provocaran ladecepcin en la vieja nobleza aferrada a su origen.
El clero se dividi tambin. La modernidad delgalicanismo borbnico sent mal al alto clero y, dehecho, Clemente XI en 1709 se defini a favor de
D O S S I E R
LOS CRONISTAS
La importancia histrica que tuvo la guerra es pues, in-discutible. Lo discutible es la valoracin de las razo-nes de unos y otros contendientes. Las fuentes son,
obviamente, parciales. Las grandes crnicas felipistas de laguerra fueron las obras de Vicente Bacallar, marqus deSan Felipe (editada en Gnova en 1725), Nicols Belando(1740), el conde de Robres (no se editara hasta 1882) yJos Miana (1752). Los autores austracistas principalesson Narcs Feliu de la Pea, con susAnales (1709), y Fran-cisco de Castellv, con susNarraciones Histricas(en pro-ceso de edicin a cargo de la Fundacin Elas de Tejada).La visin de la guerra es muy distinta en funcin del mira-dor en el que nos situemos. La polarizacin no est exenta,en cualquier caso, de matices. Las fuentes borbnicas noson iguales en su grado de felipismo. La obra de Bacallar,incluso, fue retirada por orden explcita del rey Felipe V yla crnica de Belando chocara con la Inquisicin. TambinFeliu y Castellv representan dos posiciones distintas dentro
del austracismo. El primero representa al austracismo his-trico, con un proyecto econmico definido; el segundo,que escribe desde su exilio de Viena, manifiesta ms volun-tad de halagar a Carlos VI, antes archiduque Carlos, que deexpresar las reivindicaciones catalanas.
a, el duque de
ns asalta
da en 1707.
o, cabecera de
liego de coplas
cadas en
elona al
iduque Carlos:
morables
usos que la
n catalana
ca a su rey
os III (que Dios
de). Viva la casa
ustria.
elona ya ha
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regrese a
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en refuerzos.
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ua, toda la
e, enfurecida, te
e de matar
celona, Arxiu
ric de la
at).
ligentes recomendaciones de su poderoso abuelolograron convencer al obstinado Felipe.
Lecciones de la guerraDe la Guerra de Sucesin y de sus consecuen-
cias cabe extraer varias lecciones. La primera esque fue una contienda contempornea en el senti-do de que enterr los criterios caballerescos de lasguerras del siglo XVI y la ideologa religiosa del Ba-
rroco. Fue una guerra de intereses coyunturales yestos determinaron su trayectoria. Como ha recor-dado Henry Kamen, si Catalua apost por el reyaustria, contradiciendo lo que haba hecho en1640, fue aparte de la defensa de sus Constitu-ciones porque crey que el bloque aliado era msfuerte militarmente que el borbnico y pens quelos intereses britnicos podan coincidir con los su-yos a la hora de romper el monopolio castellano enel comercio americano. Sin duda, influyeron tam-bin en la configuracin del austracismo catalnlas torpezas del virrey Velasco y la poca mano iz-quierda del propio Felipe.
La ms significativa experiencia de la guerra laobtuvo el campesino ampurdans Sebasti Casano-vas: En caso de que en algn tiempo hubiese al-gunas guerras que de ninguna de las maneras seaficionen con un rey ni con otro sino que hagan co-mo las matas son para los ros, que cuando vienemucho agua se doblan y la dejan pasar y despusse tornan a alzar cuando el agua es pasada; pero noaficionarse con ninguno que de otra manera les su-cedera mucho mal y se pondran en contingenciade perderse ellos y todos sus bienes.
La segunda leccin que debe extraerse de la gue-rra es su complejidad. Se ha simplificado demasiadodiciendo que la guerra fue la confrontacin entre la
Corona de Castilla, borbnica, y la de Aragn,austracista. Aunque el austracismo fue li-
mitado en la Corona de Castilla, las re-cientes investigaciones de V. Lenapuntan hacia una proyeccin de s-te fuera de los territorios de la Coro-na de Aragn mayor de lo que has-ta ahora se haba pensado.Los austracistas castellanos fue-ron, en general, aristcratas des-contentos con el nuevo gobierno al
modo de Francia; es decir, contra-rios a la influencia francesa en las de-
cisiones de gobierno y al progresivo des-plazamiento del Consejo de Estado, bastin
de la aristocracia. Sonada fue la desercin del al-mirante de Castilla, que en 1703 abandon la cor-te de Felipe V para reunirse con la del Archiduqueen Lisboa. En 1705, el conde de Cifuentes estuvoreuniendo partidarios en Aragn. Henry Kamen su-pone que las abrumadoras deudas de ambos mag-nates influyeron en tal opcin.
Pero la gran mayora de sbditos de la Corona deCastilla que se unieron al Archiduque lo hicieron
durante la ocupacin de Madrid por las tropas alia-das. Algunos haban tenido, durante el reinado deCarlos II, una opinin favorable al austriaco, casodel conde de Oropesa. Otros, en cambio, haban lu-chado por el duque de Anjou, al que ahora aban-donaban, como el cardenal Portocarrero, arzobispode Toledo, o Antonio de Ulloa, que haba sido se-cretario de despacho del primer Borbn.
Resulta dramtica la situacin de la reina viudade Carlos II, Mariana de Neoburgo, que viva en To-ledo, apartada de la Corte. El manifestar fidelidada su sobrino el Archiduque le cost el confina-miento en el Sur de Francia, donde permanecitreinta aos. Algunos nobles que se incorporarontarde al austracismo, como el duque de Medinace-li o el marqus de Legans, murieron en prisin.
La Corona de Aragn fue mayoritariamente aus-tracista. El conde de Aguilar, aristcrata castellanoque presida el Consejo de Aragn, anunci en eldecisivo Consejo de Estado que debati, en 1700,el testamento regio a favor de la casa de Borbn,que una decisin tomada en Castilla no sera acep-tada en Aragn. La misma idea tena el almirantede Castilla. Para decirlo con sus propias palabras:
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Felipe V, con
atuendo de cazador,
a los 29 aos (por
Miguel Jacinto
Melndez, Madrid,
Museo Cerralbo).
Gloria A. Franco RubioProfesora Titular de Historia Moderna
Universidad Complutense
FELIPE V CONTRAJO MATRIMONIO EN DOSocasiones. Sus esposas fueron mujeresbien distintas, pero coincidieron en unpunto: ambas antepusieron la voluntad
real sobre cualquier otro objetivo, sacrificando suspropias necesidades y deseos y adaptando su per-sonalidad a la complicada psicologa del monarca.Con ambas, y con los hijos que le proporcionaron,form un agradable entorno familiar y logr unacompenetracin conyugal en la que era corriente elintercambio de opiniones, incluidas las de carcterpoltico; sobrevivi a la primera, dejando viuda a lasegunda tras largos aos de matrimonio.
Aunque oriundas de pequeos Estados italianos,de escaso relieve en la escena internacional y a pe-sar de los momentos de tensin y guerra que les to-c vivir en Espaa, las dos actuaron como reinas deuna monarqua poderosa, ejerciendo el poder y par-ticipando en el gobierno junto a su esposo, o en sunombre, como regente o gobernadora.
Su primera esposa fue Mara Luisa Gabriela deSaboya, con apenas trece aos, cuya dulzura y afa-bilidad pronto conquistara a los espaoles, gann-dose rpidamente la confianza del rey. Hija del Du-que de Saboya y hermana de Mara Adelaida, la es-posa del Delfn francs, haba nacido en Turn el 16de septiembre de 1688. El matrimonio haba sidoconcertado por la diplomacia francesa siguiendolos planes de Luis XIV para su nieto y su reino. Fueuna boda por poderes celebrada majestuosamenteen Turn, como corresponda a la mujer que iba aconvertirse en reina de la monarqua espaola.
A su llegada a Espaa, por deseo expreso de LuisXIV, fue sometida a la tutela de la Princesa de los Ur-
sinos, quien se encargara de asesorarla en el papelque iba a desempear y con la que acabara compe-netrndose, sintiendo hacia ella un gran afecto. Losprimeros das de su matrimonio transcurrieron enBarcelona, que entonces era un hervidero de conspi-raciones a favor del archiduque Carlos, rival de Fe-lipe V y de antipata popular contra los francesespor parte de la poblacin. Las inquietantes noticiasllegadas del extranjero y el deseo de Felipe de viajara Italia para conocer a sus sbditos provocaron la sa-lida del rey, dejando a Mara Luisa como Regente deEspaa y Lugarteniente de Aragn.
En abril de 1701, con solo catorce aos, tuvoque hacerse cargo del gobierno de un pas que muypronto entrara en guerra. De Barcelona viaj a Za-ragoza, asistiendo a las Cortes y produciendo unagrata impresin en los aragoneses, que le ofrecer-an un donativo de cien mil pesos, que ella aceptpara envirselo al rey y con ello sufragar los gastosde la guerra. A finales de mayo, se traslad a Ma-
Dos mujerespara un rey
D O S S I E R
Tuvo suerte Felipe V ensus matrimonios: MaraLuisa Gabriela de Saboyafue una reina discreta,resuelta, firme ygenerosa; IsabelFarnesio, una mujerentregada a su marido ehijos, y una granmecenas, que se trajo a
Espaa a los artistas msdistinguidos de la poca
el Cristina de
swick, recibida
arcelona por su
so, el
iduque Carlos,
de julio de
(grabado
iaco
emporneo,
Paulus Decker,
elona, Arxiu
ric de la
at).
Carlos. Sin embargo, en Castilla, los felipistas con-taron con el apoyo de los jesuitas, de algunos obis-pos como el de Santiago y el de Murcia y de la ma-yor parte de los prrocos que, en contraste con elclero regular, fueron proborbnicos.
En Catalua, la actitud del clero fue ms comple-ja. Inicialmente fue felipista aunque los francesessiempre vieron con recelo las posiciones del clero ca-taln; de hecho, todas las sedes episcopales fueroncontroladas por Felipe V, salvo las de Barcelona ySolsona. A partir de 1705, la situacin cambi: lapresin del bajo clero fue radical y quedaron vacan-tes casi todas las dicesis catalanas y la mayor par-te de las abadas y monasterios.
Por otro lado, la posicin pontificia dividi al altoclero: Spnola, nuevo nuncio, lleg a Catalua en1711, cuando el rey Carlos estaba a punto de mar-charse. La Junta eclesistica establecida por Carlossegua una poltica regalista similar a la de Felipe,que topara con los intereses de los cannigos cuyapretensin era monopolizar las rentas de las sedesvacantes y de los frailes, que asimismo deseabanlas abadas vacantes. Carlos nombr a dos obisposde Vic y Tarragona pero su nico hombre de con-fianza entre el alto clero fue el obispo de Solsona,Francesc dOrda. En el momento de la resistencia
final de Barcelona al asalto borbnico, el Bra-zo Eclesistico se inhibi, negndose a
dar su apoyo a la decisin final de opo-nerse al ejrcito invasor. En cambio,el bajo clero y algunas rdenes reli-giosas dominicos y mercedariosprincipalmente, seguidos de algu-nos carmelitas y agustinos, colabo-raron y alentaron al pueblo en la de-fensa a ultranza de Barcelona.
La dicotoma entre el alto y el bajoclero fue radical y el felipismo del
primero tendi a confrontarse con elaustracismo del segundo. El radicalismo
social del bajo clero se proyect en contra del po-der, fuese cual fuese la dinasta que los represen-tase en cada momento y lugar. Las acusacionesde hereja fueron mutuas entre los dos bandos ysirvieron como ejercicio de contraposicin ideol-gica constante entre ambos contendientes.
Detonante socialRespecto a la burguesa, es tendenciosa la ima-
gen que muchas veces se ha dado de un austracis-mo burgus frente a felipismo feudal y tampoco esconvincente la imagen contraria. Esto es, la creenciade que el austracismo estara vinculado a los secto-res econmicos partidarios de la promocin de teji-dos importados de Inglaterra, mientras que los bor-bnicos seran los reivindicadores de la produccintextil autctona. Parece que la burguesa austracistacatalana jug a favor de los intereses comercialesangloholandeses, que intentaron romper el monopo-lio andaluz del comercio atlntico. Pero la divisinde grupos de presin fue evidente: dentro de esta
burguesa se enfrentaron Barcelona con Matar y laLonja de Mercaderes con el Consejo de Ciento.
Lo nico que la publicstica de la guerra eviden-cia es el debate sobre quin Francia o Inglaterrahaba de controlar la economa de Espaa, Cataluay las Indias. La contienda, con su terrible desgaste,frustr en cualquier caso las expectativas atlantistasde la burguesa comercial catalana.
Parece que el pueblo castellano fue muy felipista.La reina Mara Luisa escribir a Madame de Mainte-non que se ha visto perfectamente en esta ocasinque despus de Dios es el pueblo a quien debemosla Corona... no podemos contar mas que con ellos,pero gracias a Dios lo hacen todo. El pueblo cata-ln, por el contrario, fue austracista beligerante, conespecial intensidad en los momentos de radicalismode 1713-1714.
La Guerra de Sucesin fue, en definitiva, el grandetonante que pondra en evidencia la temperaturainterior de las diversas clases sociales y oblig a to-dos a definirse y alinearse.
En conclusin, con el nuevo siglo que se abra en1701, empezaba otra poca, otro rgimen poltico,otra dinasta, otro sistema de valores. Aquella dia-lctica centro-periferia de los Austrias, basada en elprincipio de la heterogeneidad estructural, dio pasoa la uniformidad del modelo borbnico. Los proble-mas de identidad se aparcaron en beneficio del fun-cionalismo ms pragmtico. La poltica fue devoradapor la economa en el marco de una monarqua sinlastres imperiales, que camin por la senda del Des-potismo ms o menos Ilustrado. Pero las hipotecasde la Guerra de Sucesin siguieron pesando; las he-ridas generadas por las Leyes de Nueva Planta no secerraron, y la tentacin de mirar atrs nunca pudoser plenamente controlada.
La batalla de la tradicin y la modernidad en apa-riencia fue ganada por los Borbones, pero, la mo-dernidad representada por los Borbones fue la mejorde las posibles alternativas a los retos histricos de1700? y la uniformidad impuesta ha podido ente-rrar la original invertebracin hispnica? n
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Arriba, retrato de
Felipe V, pintado al
pastel en 1721 por
su esposa, Isabel
Farnesio, que se
haba formado
pictricamente en
las clases de Pietro
Antonio Avanzini
(Real Sitio de La
Granja de San
Ildefonso).
Izquierda, Isabel
Farnesio, con un
libro en la mano, en
el que aparece un
retrato de Felipe V;
es el grabado de
Pierre Drevet,
hecho a partir del
retrato que Rigaud
hizo del rey antes
de que saliera de
Francia para ocupar
el trono (por Miguel
Jacinto Melndez,
Madrid, Biblioteca
Nacional).
buscaba otros entretenimientos que pudieran mitigarsus perodos de melancola. Ni siquiera cuando Feli-pe V decidi abdicar en su hijo Luis, apartndose delpoder, ella osara discutir tal decisin o llevarle lacontraria, a pesar del riesgo que poda acarrear en elfuturo de su numerosa prole.
Isabel, hija de Eduardo Farnesio, Duque deParma, y de Sofa de Neoburgo, haba nacido enParma el 25 de octubre de 1692, recibiendo unaesmerada educacin en la que se inclua el domi-nio de varios idiomas latn, francs, toscano,estudios de Gramtica, Retrica, Geografa e His-toria, conocimientos de baile, msica e interpre-tacin tocaba el clavicordio-, y lecciones de pin-tura a cargo del pintor P. Avanzini, mostrndoseuna alumna aventajada y realizando a los onceaos su primer cuadro, una Virgen con el Nio.
De la corte familiar, tan aficionada al arte, lamsica y el teatro, hered el gusto por el mecenaz-go y el coleccionismo, lo que le llevara a transfor-mar las residencias reales sobre todo, el palacio
de La Granja en verdade-ros museos, y a convertirseen una de las mayores pro-pietarias de objetos artsti-cos en toda Espaa.
El matrimonio de FelipeV con Isabel Farnesio nofue negociado por Luis XIV,como haba ocurrido con elanterior. Fue Felipe V, sincontar con su abuelo, quienencarg a la Princesa de losUrsinos la bsqueda denueva esposa y sta se dejconvencer por el abate Al-beroni de que la princesaparmesana, de veintidsaos, era la candidata msidnea, a la que defini co-mo princesa sumisa, obe-diente, sin deseos de man-
do, a la que no le gustamezclarse en los negociosde la nacin ni en las intri-gas que rodean a un trono.
Su enfrentamiento con la Princesa de los Ursinosy la camarilla francesa provoc comentarios bien dis-tintos. El duque de Saint-Simon, embajador de Fran-cia, escribi: Cuntos defectos reunidos! Sin ta-lento, sin discernimiento, vana sin dignidad, avarasin economa, disipadora sin liberalidad, falta sin su-tileza, embustera antes que reservada, violenta sinvalor, dbil sin bondad, miedosa sin prudencia, sinningn talento, a excepcin del de imitar sin graciaa las gentes; su risa aflige, sus relatos aburren, susbromas matan; implacable en el odio, celosa e in-grata en la amistad que nunca ha conocido; insacia-ble en sus deseos, ciega en sus intereses e incapazde aprovechar siquiera la propia experiencia.
Lo que diga la ReinaEn su viaje a Espaa, a travs de Francia, Isabel
se entrevist con su ta, la reina viuda Mariana deNeoburgo, con la que mantendra a partir de enton-ces una continua correspondencia, eligindola como
D O S S I E R
LAS DOS REINAS, VISTAS POR SUS CONTEMPORNEOS
Mara Luisa de Saboya era de ta-lla pequea pero haba en todaella una elegancia notable. Su
fisonoma conserv largo tiempo unaexpresin infantil pero muy diligente, enuna agradable muestra de ingenuidad yde gracia pueril. La condesa de Creveco-eur, en sus Memorias, dijo de ella: nopuede decirse que es bella, ni ponderarla regularidad de sus facciones o la per-feccin de sus miembros (pero) cuandohabla, anmase como por encanto y des-cubre nuevos mritos. Su extraordinaria
juventud, su aire franco, el timbre sim-ptico de su voz, su carcter firme y re-suelto, todo agrada a primera vista y jus-tifica las alabanzas de que est siendoobjeto (Comentarios de la Marquesade La Rocca).
El embajador duque de Saint-Si-mon escriba acerca de Mara Luisa deSaboya: sus gracias, su presencia deespritu, la precisin y la cortesa desus breves respuestas, su discrecin,causaron sorpresa en una princesa desu edad e infundieron grandes espe-
ranzas a la Princesa de los Ursinos.Felipe V fue, tambin, afortunado
con su segunda esposa: La reina con-tinuamente halaga al monarca en suamor propio, exaltando el mrito de supersona. Se esmera en complacer alRey, no le contradice nunca y apruebasiempre lo que l indica... atrayndoloinsensiblemente y como por magia a larealizacin de su voluntad, como si es-ta fuera la suya propia. (Marqus deTorcy, acerca de las relaciones de Isa-bel Farnesio con su marido).
a, Mara Luisa
iela de Saboya,
era esposa de
e V. No puede
rse que es bella,
onderar la
laridad de sus
ones o la
eccin de sus
mbros (pero)
do habla,
mase como por
nto y descubre
os mritos. Su
aordinaria
ntud, su aire
co, el timbre
tico de su voz,
rcter firme y
elto, todo
da a primera
y justifica las
anzas de que
siendo objeto
bado, Madrid,
oteca
onal).Abajo,
I, en 1717, con
aos de edad
Michel-Ange
asse, Madrid,
eo del Prado).
hijo de Mara
a Gabriela de
ya; Felipe V
c en l, en
, cuando
aba 17 aos de
, pero falleci
io ao despus.
elaciones con
adrastra, Isabel
esio, fueron
lentes.
drid para asumir las tareas gubernativas que se lehaban encomendado.
Desde entonces se dedicara plenamente a dos ta-reas: participar en la Junta de Regencia atendiendolos asuntos del gobierno y asistir a las funciones re-ligiosas, a las que muy pronto aadi una tercera, sa-lir al balcn del Alczar para proporcionar noticias alos madrileos sobre el curso de la guerra. El mo-mento ms amargo que entonces le toc vivir fue elasedio de la ciudad de Cdiz por los ingleses, y parapoder resistirlo no dud en ofrecer sus propios bie-nes para la compra de armamento, lo que le gan lasimpata popular.
Cuando volvi el rey, en enero de 1703, encontrno una nia sino una mujer capaz de desempear laRegencia en unas condiciones adversas, de las que,no obstante, haba salido airosa. Desde aquel mo-mento toda su atencin se centr en su marido alque nunca dejara de escuchar y aconsejar y, pocodespus, en sus hijos.
Ms tarde vivira momentos especialmente delica-dos, causados por la contienda. Con el Go-
bierno y la corte, hubo de abandonar dosveces Madrid ante el avance triunfal de
las tropas enemigas. En la primeraocasin, el 1 de junio de 1706, Ma-ra Luisa tuvo que afrontar los he-chos ella sola, ya que Felipe se ha-llaba en Pamplona: abandon Ma-drid y se traslad a Burgos, de don-de no regresaran hasta primeros de
octubre. En 1710, la segunda entra-da de los austracistas en Madrid, le
exigi una nueva retirada, con su mari-do y su hijo Luis, dirigindose todos a Va-
lladolid, donde permaneceran varios meses. Otravez se granje el fervor popular borbnico, al ofrecersus bienes personales a la Hacienda Pblica para ha-cer posible la reconquista de la capital.
En agosto de 1707, la reina haba tenido a Luis,el primognito; en julio de 1712, a Felipe y un aoms tarde, a Fernando. Mara Luisa Gabriela de Sa-boya muri pocos meses despus, cuando solo tena26 aos. Su matrimonio precoz y los dos ltimos em-barazos, tan seguidos, vinieron a deteriorar una saludque nunca haba sido muy buena. El tercer parto yun prolongado padecimiento de escrfulas en la ca-ra y el cuello mermaron su resistencia y, a pesar delos esfuerzos mdicos el famoso Helvetius se tras-lad a Madrid para visitarla, no pudo hacerse nada,falleciendo el 14 de febrero de 1714.
Mala prensaA diferencia de la buena imagen transmitida por
los testimonios de los contemporneos sobre MaraLuisa, los comentarios de la poca y la historiografa
existente siempre han insistido en resaltar de IsabelFarnesio, la segunda esposa de Felipe V, toda una se-rie de aspectos negativos, como su capacidad de in-triga, su exagerada ambicin o su absoluta domina-cin de la voluntad del rey, sin recordar que, al mis-mo tiempo, tuvo que plegarse a los numerosos ca-prichos y deseos de su marido, afanndose por ha-cerle la vida agradable y compartir sus aficiones. Poreso, le acompaaba a cazar despertando la admira-cin de los presentes por su puntera y destreza en elmanejo de las armas incluso estando embarazada,le preparaba constantes audiciones musicales, o le
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Arriba, Felipe V,
hacia 1721 (busto
esculpido en
mrmol por Ren
Frmin, Madrid,
Palacio Real). Abajo,
Isabel Farnesio con
su primognito,
Carlos, en brazos,
1716-17 (por MiguelJacinto Melndez,
Crdoba, Palacio de
Viana).
madrina de su primognito y convirtindose a sumuerte en heredera universal (gracias a la mediacinde su sobrina, la viuda de Carlos II pudo vivir en Es-paa los ltimos aos de su vida, 1738-40). Fue,precisamente, Mariana de Neoburgo quien la predis-puso en contra de la Princesa de los Ursinos, al aler-tarla sobre la influencia que ejerca sobre su marido.
Desde el primer encuentro con Felipe al que noocult su independencia de criterio con la expulsinde la Ursinos se adaptara a sus intereses, manas ydeseos y no se separara de l en ningn momento.
Le acompaaba a todas partes, incluso a las reu-niones de los Consejos, lo que provoc una absolu-ta dependencia del monarca que siempre la escu-chaba y consultaba. Su fuerte carcter y su in-fluencia sobre Felipe V hicieron de ella una mujerpoderosa a la que se tema y respetaba, sobre todocuando el monarca atravesaba perodos de abulia yella tena que mantener el ejercicio del poder en lams pura tradicin del absolutismo. Su injerenciaen los asuntos gubernamentales, en materia de po-
ltica interior o internacional, le proporcion gran-des satisfacciones, como la posesin de territoriospara sus hijos y matrimonios muy ventajosos parasus hijas.
En cuanto a los hijos de su marido, parece quesimpatiz sobre todo con Luis, al que apoyarasiempre, incluso en sus problemas conyugales, ymuy poco con Fernando. Muy pronto los suyos pro-pios vinieron a desarrollar en ella ese instinto ma-ternal por el que se le ha adjudicado una ambicindesmedida. Muy unida a ellos durante toda su vida,
mantendra relaciones personales estre-chas con todos, incluso cuando aban-donaron la corte.
La muerte de Felipe V, en 1746, ladej viuda con cincuenta y cincoaos y dos hijos pequeos, fijandodesde entonces su residencia
en el Palacio de LaGranja y viviendo reti-rada del poder. Regre-s de nuevo en todo suesplendor en 1759,cuando su hijo, el fu-turo Carlos III, la nom-br Regente de la mo-narqua, en tanto l lle-gaba desde Npoles. Has-ta su muerte, ocurrida enAranjuez en julio de 1766,Isabel vivi cerca de Carlos, suhijo preferido, al que nunca dej de
amar y aconsejar. Fue enterrada en laColegiata de La Granja, junto a sumarido, en un cenotafio que ella mis-ma orden edificar.
Adems de su plena dedicacin a la familia, Isa-bel tuvo tiempo para dedicarse a otra de sus aficio-nes preferidas: el coleccionismo artstico. Reuniuna valiosa coleccin con ms de novecientos cua-dros, a lo que habra que unir las esculturas de losfondos que haban pertenecido a la Reina Cristinade Suecia, adems de numerosas porcelanas, taba-queras, cajas, relojes, abanicos y joyas. Su librera,una de las primeras bibliotecas femeni