I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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I CONCURSO DE RELATOS CORTOSAlrededor de las Montañas…
CLUB DE MONTAÑA Y ESCALADA OJANCO
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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BASES DEL CONCURSO
El Club de Montaña y Escalada Ojanco de Valladolid convoca para el año 2017 el I CONCURSO
DE RELATOS CORTOS bajo el título: "Alrededor de las Montañas".
Bases:
1. Podrán participar escritores de cualquier nacionalidad, que hayan cumplido los 16 años
en la fecha de cierre de admisión de propuestas.
2. Loa autores ceden los derechos de los relatos al Club de Montaña y Escalada Ojanco,
para su publicación en diferentes medios electrónicos y/o físicos. Los relatos no se
devuelven.
3. Se podrán presentar 2 textos originales por autor desde las 12.00h del 1 de febrero de
2017 hasta las 23.59h del 23 de abril de 2017 (se tendrá en cuenta la hora de entrada
en el email del club), siendo enviados en formato Word a la dirección de correo
electrónico del Club de Montaña y Escalada Ojanco, [email protected]. Se
indicará en el asunto “Relatos Cortos 2017” y en el texto del email se incluirá nombre y
apellidos, fecha de nacimiento y un número de teléfono de contacto.
4. Los relatos, que se ajustarán al título de la convocatoria, deberán estar escritos en
castellano y deberá contener la frase “Alrededor de las Montañas…” y su extensión no
podrá ser superior a 6.500 caracteres (sin espacios).
5. Los textos deberán ser inéditos.
6. El fallo del jurado se dará a conocer a lo largo del mes de mayo de 2017. La relación de
premios se publicará en la página Web del Club: www.clubojanco.es, donde se pueden
consultar las presentes bases. La entrega del premio se realizará durante el mes de junio
de 2017.
7. Se entregarán 2 premios: al mejor relato participante en el concurso y al mejor relato
enviado por un socio del Club de Montaña y Escalada Ojanco. En caso que sea la misma
persona se entregará un segundo premio al segundo mejor relato participante.
8. Cada uno de los premios consistirá en la entrega de un cheque por valor de 100 euros
en material deportivo.
9. Los premios, indivisibles, podrán quedar desiertos a decisión del jurado
10. Si tras la decisión del jurado la organización del concurso trata de ponerse en contacto
con los premiados sin obtener respuesta en 48 horas, se entiende que el participante
renuncia al premio.
11. La participación supone la aceptación de las bases.
12. La organización se reserva el derecho a decidir sobre presupuestos no contemplados en
estas bases y a llevar las modificaciones pertinentes que requieran las circunstancias.
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FALLO DEL JURADO
El jurado falla los siguientes premios:
PREMIOS ABSOLUTOS
1º Premio: “Vivir” de Alejandro Martínez Rodríguez (100 euros en material deportivo)
2º Premio: “Mal de hartura” de Alfonsas Satanopoulas (50 euros en libros)
PREMIO OJANCO
1º Premio “¿Qué dirías Si´AHL?” de Emma Palacios (100 euros en material deportivo)
OTROS PREMIOS
“Anunciando principios” de Ana Collazos (libro de montaña)
“Frío” de David Fernández (libro de montaña)
“Montaña” de Guillermo Sánchez (libro de montaña)
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Vivir
Alejandro Martínez
Alrededor de las montañas vivo. Amanece. El cálido sol de primavera acaricia mi piel. El viento
me trae rastros fuertes, diversos, mezclados, que trato de distinguir. No muy agudo, el hambre
comienza a sentirse en mi estómago. Diferencio un rastro acre y fuerte, no lejano, de un
herbívoro adulto, un macho. También percibo humo difuso, olor a barro, vegetación húmeda,
polen, hongos y algún otro aroma más indistinguible.
Me pongo en marcha. La cabeza agachada, pero no mucho. Ahora ya es patente, difícil equivocar
ese olor impregnado en el suelo y vegetación. Siento la emoción del hambre y el juego de la
caza. Inconscientemente lamo mi hocico, y mi trote se hace más apresurado, más impaciente.
Cruzo el bosque, salgo a la pradera de fuerte pendiente que conduce al collado. Pasó por aquí
al amanecer, hace algunas horas. Iba sólo. Corro. El aire frío ventila mis pulmones, mi lengua
húmeda enfría mi sangre, mi crin se eriza levemente en mi lomo y se apodera de mí una fuerza
ya imparable, que tensa mis músculos, que está ciegamente determinada a dar muerte.
Allí, en el horizonte, veo recortada su figura. Es un macho sano, grande y musculoso, agachado
comiendo la hierba; ramonea unos brotes de diente de león, recién descongelados, y alguna
hierba sin flor, despreocupado. El viento, frío y fuerte, a mi cara. No hay donde esconderse, y,
estoy sólo.
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Hace ya tiempo que no me cruzo con otros lobos. Hace ya tiempo que no encuentro sus rastros.
En estos montes hubo siempre escasos congéneres que ahora ya apenas veo.
Hace tiempo que estoy solo. No es algo especialmente malo, salvo por la comida. Cada vez más
difícil matar, cada vez más bayas y ratones, pequeños animales y carroña en mi dieta. No tengo
ya la fuerza que tuve, y mis grises crines son ahora más patentes, más visibles, soy viejo. Aún mi
mordida es terrible, mis dientes gastados todavía cortan bien el cuero y la carne, pero atrapar
un gran herbívoro sólo es ya cuestión de oportunidad y no de fuerza.
Este invierno hubo carne abundante de animales moribundos, pero el deshielo ha facilitado sus
viajes, bajando a los bosques y subiendo collados a los que ya no suelo llegar.
Camino a ras de suelo. Algunas espinas rozan mi tripa, voy despacio aunque aún quedan muchos
pasos para estar cerca. Mis músculos se tensan, alerta mi oído, las orejas erguidas captan entre
el viento cada señal de peligro, cada chasquido, cada susurro. Escucho una chova, graznando.
Su grito me molesta, pero no me distrae.
Eternamente, en una extraordinaria y agónica aproximación, voy acercándome sin ser visto, sin
ser advertido. Al fin, a escasos metros, me dispongo a abalanzarme sobre el enorme animal.
Estoy paralizado, hay una orden que mis nervios se resisten a enviar a mis músculos y tendones,
como si fuera un salto al vacío. Una pugna entre mi hambre, mi miedo, y el agobiante viento que
me impide calmarme, pero que evita mi olor.
Mi fuerte corazón repercute en mis costillas, parece que pudiera oírse, que me fuera a delatar.
Adelanto mi garra, una ramilla seca se quiebra, y el enorme macho vuelve las orejas, y levanta
la cabeza, levemente sorprendido, no asustado.
Salgo corriendo, en un instante mi presa se hace consciente del peligro, aún no identificado, y
explota en un salto lateral, cuesta arriba, hacia la pedrera. Le alcanzo, muerdo en un flanco, mis
dientes no aciertan a clavarse y se deslizan en la dura piel, pero mi embestida desequilibra a la
bestia que tropieza de atrás, para volverse a levantar, bramando, rápidamente, imposible de
retener.
Corro detrás, se vuelve y me muestra la cornamenta, nueva y fuerte, enorme, cabeza gacha y
bramido, intento esquivarla y rodeo su envergadura, para volver a probar la mordida, esta vez
en el flanco o cuello, pero voy demasiado cerca, muy corto, apresurado, y el ungulado me asesta
un fortísimo golpe en el costado, que me catapulta contra el suelo, me aturde, no puedo
respirar.
Desde el suelo veo cómo escapa, sin prisa, hacia el bosque aguas abajo. Sin mirar atrás. No tiene
miedo, se sabe fuera de peligro.
Permanezco así, de costado, sin levantarme. El dolor es invasivo. No puedo andar. Rota una pata
y algunas costillas, siento como se apodera de mí el miedo y la desesperanza. Espero a que pasen
las horas, anochece.
Al alba sigo tumbado, frío, siento el costado hinchado, ya no duele tanto. No puedo moverme.
Descanso, no pienso en gran cosa, dejo que pasen las horas sin impaciencia. Estoy triste,
desanimado.
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Ya son dos noches. Un nuevo y frío amanecer. Mi pata derecha cuelga flácida de la piel, hinchada
y caliente. Trato de ponerme en pie, y lo consigo a duras penas.
Busco refugio, sigo un sendero que me lleva a los cortados calizos en los que a veces duermo. Es
una zona de roca resguardada del viento, a la que se accede por un paso estrecho, voladizo, que
lleva a una oquedad donde a veces paso las noches más frías o de abundantes nevadas.
Cojeando, incapaz de distinguir bien la realidad, trepo a duras penas por el canchal, y me interno
en la senda rocosa que lleva a mi cueva. La roca húmeda, y el verdín y los líquenes de esa umbría
me hacen resbalar, y me precipito al vacío.
En ese instante, al comprender mi muerte, se esfuma el miedo. Tengo una profunda sensación
de paz y sentido. Es la total ausencia del fracaso.
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Mal de hartura
Alfonsas Satanopoulas
Alrededor de las montañas gira mucha literatura, historias, mitos, leyendas, anécdotas,
estremecedores relatos de entrega, esfuerzo y superación; finales felices y trágicos; fantasmas
televisivos y héroes anónimos... yo conozco poco la montaña, pero conozco a uno de esos
héroes anónimos que se enfrentó a sus propios límites para hacer y guardar para siempre en su
corazón aquel momento... yo conozco a Imanol F. Arias.
Pese a su nombre Imanol no cuenta con ancestros vascos, con lo que cuenta es con una madre,
Merche Arias, cuyo amor platónico es el protagonista de Cuéntame y al cual sigue desde los
lejanos tiempos de Anillos de Oro y del que se enamoró perdidamente en Brigada Central (si no
se me adelanta la Pastora Vega, mi vida habría sido otra cuenta a todo aquel que quiera a
escucharla).
También cuenta Imanol con un amor platónico propio: Ascensión Segura, una compañera de
trabajo de la que anda enamorado desde hace quince años y a la que nunca ha sido capaz de
confesar su amor... una vez estuvo cerca: esta es su historia de amor, montaña y superación.
Imanol se enamoró de Ascensión el primer día que se presentó a trabajar en la sucursal bancaria
de la que él es cajero y ella gestora comercial entonces y directora ahora. Ascensión Segura no
lo ha hecho puto caso desde aquel momento, pero es que Ascensión, aparte de a su trabajo, no
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hace puto caso a otra cosa que no sean la montaña, la escalada, el esquí de fondo, el rocódromo,
la Desnivel, los documentales de La 2, las carreras de montaña, el Climbing Magazine, la Revista
Oxígeno y a Mi familia vive en Alaska del Discovery Channel (que la emociona profundamente,
aunque nunca lo reconocerá).
Tras varios tímidos intentos de Imanol para conseguir una cita y tras hacerse el encontradizo
durante un mes en un gimnasio, lo que le costó una pasta, una bursitis de cadera y vivir el horror
absoluto de tres clases de Zumba; nuestro héroe se dijo: si Ascensión no viene a Imanol, Imanol
irá a la montaña.
Imanol rechaza todo esfuerzo físico, detesta la montaña y cualquier actividad relacionada... pero
hizo de tripas corazón, estudió las siguientes salidas del club al que pertenecía Ascensión y
escogió una ruta de apariencia poco complicada, una travesía por la Serranía de Cuenca,
concretamente por la Sierra de Valdeminguete, en la que harían cima en el Pico de la Mogorrita
(1864 m) algo que a él se le antojaba el techo del mundo, pero nada comparado con otras
barbaridades que veía que se planteaban esos trastornados...
Nuestro galán preparó a conciencia la salida, visitó el Decathlon y se equipó completamente,
mucho Quechua (alternando Arpenaz, Forclaz y Hiking), gayumbos Kalenji, cremas y barritas
energéticas Aptonia... y hecho un figurín se presentó en el punto de encuentro.
Ascensión lo vio aparecer y no pudo evitar su sorpresa:
Hombre, Imanol, no sabía yo que te gustara la montaña.
Me encanta, es mi vida, mi pasión...
Nunca lo habría dicho, con nosotros nunca has viajado. ¿Es la primera vez?
Sí, normalmente viajo solo... un aventurero solitario, ya sabes... pero el riesgo de esta travesía y
tal... ¿Te sientas conmigo delante? Atrás me mareo y vomito...
Y así empezó el intento de conquista de Imanol.
Nuestro aventurero lanzó carrete y tiró de la lengua a Ascensión que le contó gran parte de su
vida:
Yo llevo la montaña en la sangre, mis padres me concibieron en una Montaña Rusa.
¿Un trekking por los Urales, quizás?
Urales, dice... en el Ratón Molón de la Feria, mi padre le decía al oído a mi madre ay que te
cómo, que te como... una cosa llevó a la otra y aquí me tienes...¡Ascensión Segura!
También descubrió que bajo sus sempiternos trajes de chaqueta en el trabajo, ocultaba un
cuerpo tatuado a conciencia (e inconsciencia): en la espalda la lista de todos los picos de más
de 4.000 m en los que había hecho cima, un Reinhold Messner en el omóplato derecho, Tenzing
y Hillary en el izquierdo, la fecha de compra de sus primeras Chirucas en la muñeca izquierda...
y en la cara delantera del muslo derecho a Calleja y Pedro Sánchez el día que subieron al
aerogenerador para dar un poco de publicidad al político y otro poco a la eléctrica... y no es que
ella admire a ninguno de los dos, pero sólo hay una cosa que pueda más a Ascensión Segura que
una cumbre sin hollar y es un no hay huevos después de media botella de tequila Herradura
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Reposado... y aquella noche de infausto recuerdo, se unieron las dos cosas y un amigo tatuador
dispuesto a dejar su impronta en la piel de nuestra directora de sucursal favorita.
Muchas más cosas supo de ella y las guarda como un tesoro en su memoria, junto con el
recuerdo de la horrorosa ascensión a aquel pico, que ella calificó como tachuelilla; de la
deshidratación aguda y la insolación que sufrió; de las ampollas en los pies; las rozaduras de la
mochila en sus pezones (cuyas cicatrices aún le producen un remusguillo cuando va a cambiar
el tiempo); de cómo ella se lo echó al hombro para completar los últimos kilómetros de subida,
cómo le reanimó con bocata de tortilla de patata (sin cebolla, ¡hijadeputa, tortilla de patata sin
cebolla!... bueno, quizá eso algún día se lo podrá perdonar) y una lata de Steinburg (que no todo
va a ser sufrir, Imanolín) y cómo después de eso, parcialmente repuesto, sacó su móvil, activó
iCuenca (la app que nunca debe faltar en un móvil), se orientó, sacó el paloselfie, aclaró la voz y
dijo:
¿Tú sabes que en los días claros desde aquí se ve Cuenca?
Ni idea.
¿Nos hacemos un selfie?
Venga – dijo ella girándose.
No, mirando hacia allá, hacia la mítica Q?nka; a la muy noble, muy leal, fidelísima y heroica
Cuenca; la bella ciudad castellanomanchega hermanada con la Cuenca ecuatoriana, la italiana
L'Aquila, la Paju del Japón, Plas...
Para, para, para... wikipedia de la serranía... haz el selfie que al final se nos hace de noche y me
imagino que te tendré que bajar a cuestas...
Si no te importa... es que subir todavía, pero bajar... con lo que sufren las rodillas.
¿Y qué pasó? Os preguntaréis. Nada, eso fue todo, os contestaré. Y si alguien pregunta a
Ascensión por Imanol, ella sonríe y no dice nada y piensa: Es muy mono, pero es un puto flojo,
un perro verde y no le tocaba ni con la punta del piolet... y si alguien pregunta a Imanol F. Arias
por Ascensión él sonríe y se sonroja y se adivina un brillo en sus ojillos y baja la mirada y piensa:
Yo a ese pedazo de mujer la puse mirando a Cuenca y tengo pruebas y me toco... vaya si me
toco.
Así es la vida... y el amor.
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¿Qué diría SI’AHL? (o no)
Emma Palacios
Alrededor de las montañas has visto huellas sobre la nieve. Huellas nada más, porque las han
dejado con nocturnidad, aunque sin alevosía, tal vez un corzo, una gineta, un lobo. (Nota mental:
desenterrar la guía de huellas y rastros que tenías por alguna parte). ¿Cuánto tiempo le queda
al corzo, a la gineta, al lobo? ¿Cuánto a las nieves? Después de milenios y milenios de pastizales,
fallas, nieves perpetúas, orogénesis, erosión, nichos, meteoritos, erupciones, sucesiones, más
orogénesis, explosiones biodiversas, y erosión otra vez, lluvia orográfica, cadenas, pirámides,
redes, ciclos… Después de que atalayas millonarias – millonarias en edad nada más, y en valores
incalculables, porque en términos bancarios no tienen precio, por lo visto –, tras todo eso, habéis
sido vosotros quienes en minutos geológicos habéis inclinado los collados, trastocado la cliserie,
desplazado los pisos. El fresno desplaza al piorno que empuja al pastizal que se queda sin
espacio. El hielo se deshace y la primavera se precipita. El verano se confunde, el otoño
disimula, el invierno se marea. La historia se marea. Como si el oxígeno que respira fuera tan
fino como el de esas montañas.
Alrededor de las montañas has visto arroyos de agua clara. Has sentido su maravilloso murmullo
de marzo marchoso y abril lluvioso. Los has seguido cuando estabas perdido, te has refrescado
los pies cuando tenías calor, has metido la pata cuando estabas aburrido. Incluso su agua te has
atrevido a beber, aunque la hayas visto correr. ¿Hasta cuándo te atreverás? ¿Hasta cuándo el
agua clara? La lluvia está asustada. Arroyos y riachuelos se dispersan en el calendario. Las
truchas no encuentran el camino. Los tritones se desesperan. Hormonas, CO2, poli‐qué‐sé‐yos,
eutrofización. Como si el agua que bebemos creciera en las botellas.
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Alrededor de las montañas has visto Homo sapiens. Y no tan sapiens. Con las neveras más
grandes, la música más alta, las zapatillas más ligeras, las camisetas más térmicas, los bastones
más modernos. Caminan, charlan, se ríen, disfrutan del paisaje. Se esfuerzan, tropiezan,
resoplan, se cansan. Siguen senderos, van campo a través, se pierden, se retrasan. No miran
hacia atrás, dejan huellas, eligen el camino menos transitado. Han venido porque quieren, otros
de la mano, a otros les han dicho que será divertido, a algunos que es rentable. Van a pie, a
caballo, en piragua, en bici, en quad. Cuando miran al cielo unos ven nubes, otros, algo más.
Algunos les ponen precio, otros no quieren saber nada. Cuando miran entre los árboles algunos
ven al rebeco, otros no ven más allá de su nariz. De recuerdo llevan flores, rocas, plumas, fotos,
hojas. Hay quien lleva selfies. Como si hiciera falta demostrar que estuvieron aquí. Como si ya
no quedara mucho tiempo para disfrutar.
Dices que tal vez no sea para tanto. Después de todo qué sé yo. Me quité de facebook y puede
que mis fuentes de información no sean muy fiables. Tal vez tengan razón. Quizá sean ciclos
naturales. Y no será tan grave. Al fin y al cabo las montañas perdurarán. Ya lo hicieron antes.
Lo volverán a hacer. Tribe follows tribe and nation follows nation, like the wave of the sea.
Especie sustituye a especie. Pero las montañas seguirán aquí.
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Anunciando principios…
Ana B. Collazos Bravo
Alrededor de las montañas, no en la ascensión, no en la cima, no en el esfuerzo, ni en la
compañía, no en el sentimiento de pertenencia al grupo… alrededor de las montañas fue donde
se encontró a sí misma.
No fueron los pasos de anteriores caminantes los que guiaron su camino, ni los rastros de las
criaturas salvajes, ni el vuelo de las aves, ni la humedad en las cortezas de los gigantes
enraizados. No fueron las estrellas, ni la intuición, ni el olfato, no fueron, no, los hitos en la ruta
marcada, ni las señales del camino… fue simplemente su valor.
Un día aprendió que solo poniendo un pie y luego otro y repitiendo ese movimiento que su
cuerpo acompañaba poniendo a circular toda su sangre dormida, se sentía viva y supo que tenía
el mundo por descubrir.
Fue entonces que se lanzó a la senda para vivir la aventura. Al principio deambuló por las orillas
de los ríos, sin rumbo, sin destino, sin meta. Se perdió y caminó en círculos, dudó pero continuó
cuesta arriba y cuesta abajo dejándose llevar por sus pasos, sin ansiar razones y sin tener
objetivos.
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Un claro del bosque le ofrecía luz, un cruce de senderos implicaba una decisión, en una vega
tenía alimento, en los prados encontraba compañía, una majada o un chozo le sirvieron para el
descanso y en lo alto de los collados obtuvo la vista que necesitaba para seguir su camino.
Fue recorriendo veredas y saciándose en las aguas frías, se bañó de sol y de luna, respiró
profundo llenando sus pulmones y sin darse cuenta, alargó el hocico y afiló sus orejas. Poco a
poco ganaba fuerza para brincar, para saltar entre las piedras. Sus pasos se hacían agiles y su
cuerpo se fundía con el entorno.
Pasaba el tiempo sin saber cuánto, el sol subía y bajaba y volvía a lo más alto, las estaciones
condicionaban los ciclos, impulsaban la vida y naturalmente determinaban el fin de ella.
Así, con el pasar de los ciclos y las estaciones, de las idas y vueltas llegó el día en el que ella fuera
capaz de oler la humedad y de ver las estrellas, de sentir bajo sus pies los pasos anteriores y de
seguir el rastro. Se encontró con los seres salvajes y anheló su condición, la de ser libres y vivir
en manada y correr entre los gigantes y volar entre sus copas y esconderse en sus cortezas.
Entonces paró para observar el ritmo de lo simple, que no lo es tanto, ese ritmo que marca los
pasos de algunos corazones e impulsa los latidos verdaderos. Se quedó quieta para aprender
todo lo que hasta ahora le habían robado las prisas de vivir deprisa y entonces… comenzó la
vida.
Alrededor de las montañas, fue donde se encontró a sí misma.
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Frío
David Fernández
EL INSPECTOR VILLADA
Alrededor de las montañas es difícil encontrar pistas. Los agentes del GREIM rastrearon dos
kilómetros a la redonda, pero no hallaron nada. Solo el cuerpo inerte y desnudo de aquella chica.
A tenor de su estado, debía llevar varios días muerta.
Cuando tres horas antes sonó el teléfono de mi despachó, jamás imaginé que un rato después
me encontraría allí, a los pies de aquel tenebroso y oscuro coloso. Las primeras nieves ya se
habían asentado en su cumbre, pero lo peor estaba por llegar. El temporal que predijeron en los
boletines informativos no se haría esperar. Había que darse prisa en el levantamiento del
cadáver. El médico forense fue diligente y, un par de horas después, el juez autorizó a su retirada
por parte de los servicios funerarios. La nieve ya caía sin parar. Pronto las pocas pistas que
pudiesen quedar formarían parte del paisaje.
López, el agente del GREIM que descubrió el cuerpo, me había encontrado una habitación en un
austero hostal del pueblo de al lado. Era momento de retirarse y repasar todos los datos del
forense: Joven de menos de 30 años que presenta signos de violencia. Golpes en brazos y cara…
Posible causa de la muerte: traumatismo craneoencefálico por objeto punzante.
A la mañana siguiente la autopsia confirmó que la chica llevaba muerta cuatro días y que,
efectivamente, la habían asesinado clavándole un objeto punzante en la cabeza. Antes de morir,
la habían golpeado repetidamente y la parte derecha del cuerpo presentaba una leve abrasión,
como si la hubiesen arrastrado por el suelo. Las huellas dactilares, además, confirmaron que se
trataba de Anna Albescu, una chica rumana que trabajaba en el disco‐bar del pueblo. Nadie la
había echado en falta. Ni tenía familia en el país, ni trabajaba hasta el fin de semana que acababa
de comenzar.
JAVIER
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Primero un pie y luego el otro. El crampón se clavaba lo justo para impulsar el siguiente paso.
Aún nos quedaban doscientos metros de desnivel. El aire frío congelaba mis pulmones. Apoyado
sobre el piolet tomaba un respiro antes de empezar la acometida final. El sufrimiento te hace
más fuerte. No había parado de repetírmelo mientras ascendía por la canal helada. Miré hacia
atrás y vi a mis compañeros bastante lejos. No podía esperarles, al fin y al cabo, no necesitaba a
nadie. Continué hasta la cumbre. Media hora después, estaba bajo mis pies. Allí, solo, podía
sentirme invencible, capaz de conseguir lo que quisiera.
Ahora, apoyado en la barra del bar, recurrían a mí las imágenes de la anhelada montaña. Si
aquella mañana había sido capaz de conquistar el gigante de granito, ¿qué se me iba a resistir
ahora? Nada me iba a detener.
Varios tragos después, ya solo quedábamos tres clientes en el disco‐bar. Sentía el alcohol
recorriendo mis venas y me hacía crecer. Mis compañeros se habían ido a dormir hace ya
tiempo. La camarera me había evitado durante toda la noche. Mis intentos de conversación se
habían topado con esquivas y tajantes respuestas. Pero no me iba a dar por vencido, siempre
consigo lo que quiero.
ANNA
Tengo que dejar este pueblo. Lo odio. Odio su frío, odio su gente, odio aquella horrible y oscura
montaña. Odio a los babosos que cada noche me miran y me dicen improperios.
Aquella noche estaba siendo especialmente cansada. Pese a que los domingos solo quedan los
borrachos del pueblo, esta vez un grupo de montañeros insistían en beberse todas las
existencias. De vez en cuando me invitaban a formar parte de sus aburridas conversaciones
sobre montañas y conquistas. Yo las esquivaba sin demasiado disimulo. Uno en particular me
hacía sentir incómoda. Sus ojos se clavaban en mí y me escudriñaban ansiosamente. Cuando sus
compañeros se marcharon, él aún se quedó. A las dos de la madrugada, ya a punto de cerrar,
me dijo que si quería acompañarle. Le invité a irse. Me llamó zorra y se marchó. No lo soporto,
me tengo que ir de aquí.
Bajé la verja del pub y la cerré. Hacía frío. Bajé la calle del pueblo camino a casa, deseando
echarme a dormir. Las luces de un coche se encendieron enfrente de mí. Me estaba cegando.
Pasé a su lado y lo dejé atrás. Al principio no lo reconocí, pero cuando escuché su voz supe quién
era.
No sé en qué momento me golpeó. Noté mi cara sobre el asfalto frío. No podía respirar. Me
agarró del pelo y me arrastró por el suelo hasta meterme en el coche. Me volvió a golpear y me
desvanecí.
Cuando recobré la conciencia sentí como gemía sobre mi cuerpo desnudo. Traté de zafarme y
grité. Me golpeó otra vez. Saqué mis últimas fuerzas para empujarle y salir del coche. No sabía
dónde estaba, solo veía aquella horrible montaña. Intenté correr, pero caí de bruces. Me volví y
le vi avanzar hacia mí con un piolet en la mano.
Ya no tenía que preocuparme más. Por fin iba a dejar aquel horrible y odioso lugar.
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Montañas
Guillermo Sánchez Pedreño
Érase una vez una niña que viajaba por alrededor de las montañas y un día de niebla se perdió
y de repente noto que alguien le dio la mano y apareció el Yeti. El Yeti la guio hasta su casa, la
niña se lo agradeció. Naranjo de Bulnes
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Alrededor de las montañas…
Jose Luis Collazos Bravo
Sin palabras ni respiración...
Así es lo que sentí la primera vez que subí... cuando llegas arriba estas tú, el paisaje y debajo la
montaña. Esa que horas antes se alzaba majestuosamente ante nosotros. Algunas veces te
pregunta la gente el por qué? sacrificar un día que en teoría está hecho para descansar¡¡ José,
estas tonto¡¡.
Duerme, descansa, toma un vermut, haz una buena comida para tu familia, hecha una siesta con
premio, da un paseo y a dormir que no falta nada para el domingo¡¡
Eso es para mucha gente un domingo fantástico.
Yo me había acomodado, quizás la vida sedentaria te va limando, te va acostumbrando al
mínimo esfuerzo, vives sin vivir.
Poco a poco, algunas veces gracias a amigos, gracias a gente de tu entorno vas saliendo de ese
letargo, de esa desidia. Ellos te van forzando sin querer, tú vas viendo, vas descubriendo, vas
disfrutando cada día más. Poco a poco, no hace falta correr, solo disfrutar del momento con los
amigos en la montaña.
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Todavía recuerdo la primera salida a la montaña después de ese letargo producido por las
circunstancias... salimos del autobús y justo enfrente teníamos la montaña más grande y alta del
mundo¡¡ La adrenalina empieza a burbujear, tienes ganas de empezar a andar, sientes esa
fuerza...ya estás preparado!
Mochila, abrigo, comida, etc... Unas presentaciones de esa gente con la que has viajado en el
bus y que para ti son completos desconocidos...hasta este momento de las presentaciones.
Vuelves a mirar hacia arriba, ese aire fresco te empieza a sembrar de dudas, pero antes de que
aparezcan más empezamos a andar con un destino conocido pero a la vez desconocido. La
misma montaña que viste al bajar del autobús, la misma montaña por la que hiciste 2h30min de
viaje está ahí, esperando que empecemos el camino. Esa montaña que la noche anterior te robo
parte de tus sueños ocupando su espacio y haciéndote pensar en ella, en como seria, en que te
encontrarías arriba del todo cuando llegásemos a la cima.
No todas las montañas son iguales, las hay feas y bonitas, de piedra clara y oscura, muy
empinadas o poco empinadas. Pero una cosa tiene todas en común, desde abajo son todas
enormes, gigantes, majestuosas, soberbias... y desde arriba son...
Que tendrán para que día tras día, miles de personas se aventuren ‐ algunos con acierto y otros
sin el ‐ a profanar esa tranquilidad que se respira a cada paso que das hacia la cima? no lo sé, lo
cierto es que día tras días actualmente miles de personas se acuestan dejando preparada una
mochila para al día siguiente salir a disfrutar.
Qué bonito formar parte de los sueños de miles de personas...qué bonito descansar por la noche
pensando en la montaña...qué bonito no pensar en noticias, telediarios, guerras, etc...
Descansando así ya te levantas con energías!
Hace una semana salimos a disfrutar de la montaña con unos amigos, pero el mal tiempo nos
hizo desistir y no pudimos llegar "Al Torreón", el aire frio afilado por el viento nos recomendó
darnos media vuelta y confiar en nuestro GPS ya que la niebla se unió a la fiesta. Pues ahí arriba,
en esas condiciones, es cuando sale lo mejor y peor de las personas... tú dependes de ellos y
ellos de ti. Pero incluso en los malos momentos la montaña te muestra esa belleza destructiva
que tiene y por la que cuando uno sale a la montaña tiene que empezar a diferenciar paseo por
camino e ir a la montaña.
Minutos, fue en minutos y casi sin darnos cuenta, ya estábamos casi arriba rodeados por la
niebla y ese aire cegador. Y yo con gafas de sol con la esperanza de que abriese! En esas
condiciones tan malas meteorológicamente hablando, cualquier montañero que pase cerca de
ti e intuya tu presencia se acerca a conversar 2 minutos. ¿Todo bien? yo me vuelvo esto esta
imposible o te cuenta una anécdota rápida ya que el frio poco a poco penetra lentamente en tu
cuerpo.
Como yo tengo de todo en mi mochila no temo a nada! eso me lo dijo un amigo montañero hace
un tiempo. Pues yo, en esta ocasión tenia de todo en mi mochila y sentí no miedo, pero si
respeto. Hay que ser responsables de nosotros y del grupo con el que estemos, no pecar de
intrépidos! la montaña queda aquí, ya volveré!
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
19
En esos momentos de duda, es cuando todos tus sentidos se disparan prestando atención a
todo, estando alerta de todo, extremando el cuidado... Ahora es cuando el grupo trabaja más
que nunca unido y unos a otros tendemos a ayudarnos. En la soledad de la montaña, esa misma
soledad que nos cautiva puede resultar fatal si la menospreciamos.
En los momentos difíciles es cuando colaboramos mas por el grupo, es cuando el valor del grupo
se multiplica. Que gente que te conoce poco o nada en estos momentos de tensión, te tienda
una mano para ayudarte, para colaborar es impagable. Gente que hasta hace dos días no
conocías, gente que coincides con ellos en el bus pero que nunca hablaste con ellos.
Particularmente a mí, este es uno de los aspectos que más me gusta de la montaña,
compañerismo y algunos valores asociados al mismo, ese y cuando llegas al bar más cercano
para brindar con una cervecita.
Montaña, compañerismo, cerveza, vistas privilegiadas, esfuerzo, superación…son palabras que
solas tienen un significado bien definido, pero juntas definen un sábado o domingo cualquiera
de nuestras vidas.
Si me preguntan que tres cimas me han gustado más, yo podría decir que, El Curavacas
(42º48’45,12’’ N, 4º40’5,99’’W) por lo duro que fue, La Mesa de los tres Reyes (42º45’13,39’’ N,
0º,44’34,14 W) por lo que aprendí de la gente y El Calvitero (40º17’31,92’’N, 5º44’26,99’W’).
Este último por verle desde pequeño día tras día en verano, por estar simplemente ahí, por no
decir que no le subí o simplemente por lo increíble de la zona.
Creo que ya tengo claro que decir cuando alguien me pregunte, ¿por qué salgo a la montaña?
¿Y vosotros?
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Alrededor de las montañas
David Garuto
Alrededor de las montañas, o sobre ellas, la gente suele escribir crónicas, recuerdos, apunta los
tiempos de los recorridos y los desniveles de los mismos... y también muchas veces escribe
textos que describen las emociones que las alturas les provocan.
Alrededor de las montañas muchas personas coleccionan dorsales, presumen de puestos,
podiums, medallas y demás trofeos, visten camisetas de tal o cual trail, maratón o ultra de
montaña y muchas de ellas, además, consiguen sentirlas y vivirlas como una de las grandes
experiencias de sus vidas.
Casi todos los escritos tienen un alto porcentaje de biografía, de hechos acaecidos... de
sensaciones experimentadas cuando los retos se cumplen y cuando no. Cuando los cuádriceps
se ponen de punta o de cuando las uñas de los dedos de los pies se tiznan oscuras por las
prolongadas bajadas.
Los muros del Facebook se colman de fotos y vídeos de amigos y montes con los que intentamos
retener las emociones que provocan los instantes centrales de las jornadas de montaña. Para
qué negar los celos que invaden con las experiencias de otros... "¡la próxima voy yo!"
Este relato, no con idea de ser original, sino porque el autor lo tiene así en su cabeza, no habla
de una montaña en pasado, habla en futuro, un futuro que imagina pluscuamperfecto y siempre
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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a la vuelta de la esquina. Es un futuro que se ve, y que se disfruta desde el instante en que
comienzas solo a imaginarlo.
Me apetece contarlo y hoy hay una buena excusa...
Esas grandes rocas siempre están ahí, ¿desde cuándo? ¿Hasta cuándo? ¿Cuántas historias
cuentan?
Mi imaginación me lleva al aire limpio, a hierba, a polvo y a nieve, la vista se recrea con toda esa
inmensidad, ¡parece que montan un gran escenario para los que por allí paseamos!
Un paso. Otro.
"¡No te olvides de disfrutar de este teatro natural!" Parecen decirnos.
Y sigue oliendo a limpio.
A veces el sol ilumina el espectáculo, a veces no... y esa niebla peleona pone el toque de misterio.
Toco una roca. Caliente. Toco una roca. Húmeda. A veces nieva.
Un paso. Otro.
Las botas golpean el suelo y otras veces lo acarician. Siempre es lo mismo pero nunca es igual.
En ocasiones ni pesan...
Su ritmo marca el compás de la música que nos rodea, un riachuelo, un cencerro, un ave y una
lagartija rozando los arbustos como nota discordante.
Ya no hay duda. Las botas pesan. El corazón late con tanta fuerza que nos manda elegir, "o tú, o
yo"... Un poco más..., solo alcanzar aquel repecho... está ahí... ahí mismo... "o tu, o yo" vuelve a
repetir. Aflojamos el ritmo, parece que así se contenta y se olvida de sus exigencias.
Ese repecho parecía más cerca. Ahí reponemos fuerzas. Soltar la mochila y buscar el agua. Un
poco de comida. Más agua. ¡Dulce, por favor!. Rebusco en la mochila... ¡algo siempre habrá!, un
goloso siempre es un goloso... y ¡qué mejor momento!, la montaña elimina todo remordimiento.
Calmada la sed y el hambre, la vista se levanta y el horizonte se presenta para recrearla de nuevo.
Perfil irrepetible de curvas que dibujan el cielo.
Es tan especial que nacen las ganas de compartirlo. Una foto..., dos..., desde aquí..., no..., desde
allá..., envío una..., no..., dos... ¡bah!... así no... No es lo mismo... Da igual lo bueno que sea el
objetivo de la cámara, nunca tendrán la perfección de unos ojos...
Y la cabeza se entretiene en pensar a cuántas personas quieres llevar contigo. La próxima vez,
cuando crezcan, pasado mañana, aunque sea despacito, por allí que parecía más fácil...
A ver si vengo con Pepe, es todo un experto...
En abril hay una carrera, en cuanto vuelva me apunto...
No acabamos una y no dejamos de pensar en las siguientes. ¡Qué enfermedad esta la del
montañero!
Miro el reloj. Los pensamientos vuelan y el tiempo también. Hay que retomar la marcha.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Un paso. Otro.
En el mapa parecía más corto. Esta subida no parecía tan empinada. Ya queda menos. El tiempo
pasa, voy según lo previsto y la sonrisa rápido asoma en mi boca, (¡para qué negarlo!)
Un paso. Otro.
Cruzas con otros compañeros. "Hola", "ya queda poco", "la nieve está blanda", "un par de zetas
más"... Y ya. Fin del recorrido.
La sonrisa es irremediable y el cansancio parece no haber existido nunca. En ese momento solo
estás ahí. Tu existencia parece tan efímera entre aquellas montañas que los pensamientos se
desbocan. ¡Cuántos nos replanteamos nuestras vidas a partir de los dos mil metros! ¡Cuántos
reordenamos nuestras prioridades o reconducimos nuestros anhelos!
¡Cómo no desear volver! Hay experiencias que unen. Sentimientos compartidos, para cada uno
distintos, y para todos extraordinarios.
Y es gracias a ellas.
Futuro pluscuamperfecto gracias a haber paseado alrededor de las montañas.
Para mí hay una especial, y esa es otra historia que ya contaré... o no... o simplemente un día
decidimos compartirla juntos y escribir un presente tan pluscuamperfecto como mis sueños.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Cuento en la Montaña Palentina
Juan José López
Estaban alrededor de las montañas y David gritó —¡Parad! Creo que me he roto algo, apenas
puedo apoyar el pie—. Toño, acostumbrado a liderar el grupo y desde la primeras posiciones de
la expedición, desde las que podía contemplar la cumbre pese a la incipiente niebla, dio la vuelta
y volvió sobre sus pasos para observar el magullado pie de su compañero.
En ese mismo momento, un sonido extraño sobresaltó a los jóvenes. Quico llegó corriendo,
mientras hacía aspavientos con los brazos, al tiempo que señalaba una hilera de huellas que se
perdían detrás de unos brezos, típicos de la zona.
Los tres amigos habían decidido pasar el día de Navidad en la Montaña Palentina.
—¡No hay mejor forma de bajar la cena de anoche! —había repetido hasta la saciedad Toño.
Hacía meses que ‘la compañía’, como les gustaba autoproclamarse, trataba de juntarse para dar
rienda suelta a su pasión por la naturaleza y el deporte. —No hay más días, es o en Navidad o
esperar al menos otro mes —había advertido David, quizá el más osado de los tres.
Las malas predicciones meteorológicas no habían intimidado a los tres amigos, y ahora, cuatro
horas después de empezar la ‘aventura’, vagaban sin más rumbo que una cumbre a la que
señalaba la flecha del GPS y la mirada de seis pares de ojos, que comenzaban a llorar fruto del
intenso frío y el efecto de la niebla.
El ruido volvió a sobresaltarles. En la cabeza de los tres emanaron esas imágenes de recortes de
periódicos con las esporádicas apariciones del oso pardo, el auténtico rey de Fuentes Carrionas,
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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o el aumento de la población del lobo. —¿Puedes apoyar? —le preguntó Toño a David. —Sí,
pero no puedo correr —contestó en el momento en el que Quico recogió la mochila de su amigo
y empezó a desandar el camino que les había llevado a penas a 500 metros de la cumbre.
Ninguno reprendió la decisión. El camino de vuelta se hizo interminable. No habían completado
ni dos kilómetros de marcha, cuando David dijo basta. —Lo tengo muy hinchado, —indicó con
gesto serio. —Hay que avisar y buscar un sitio donde refugiarnos —le interrumpió Toño, quien
había leído en decenas de ocasiones cómo actuar en situaciones similares.
El montañero trató de llamar al número de emergencias. —¿Tenéis cobertura? No tengo ni una
raya —continuó, al tiempo que Quico sacó su móvil. —Nada —contestó. En ese momento, Toño
recordó la aplicación que había descargado para su teléfono. ‘La aplicación que te puede salvar
la vida’, rezaba el breve texto de descripción. —En teoría, te localizan por coordenadas… —
señaló Toño. —Entonces, es mejor que busquemos un sitio para resguardarnos —observó Quico
tras levantar la cabeza y ver como la niebla era cada vez más espesa.
En ese momento, David se olvidó por un momento del dolor y recordó que en apenas a un
kilómetro había visto una estructura derruida. —Creo que el refugio del Club Espigüete está
cerca, al menos lo que queda de él —comentó en relación a la avalancha que se llevó por delante
la edificación el invierno pasado.
—Me parece buena idea. Una vez lleguemos, trataré de utilizar la aplicación y a ver qué pasa —
añadió de inmediato Toño, quien recogió la mochila de David y ayudó a su amigo a ponerse de
pie junto con Quico. Entre ambos llevaron a su compañero durante una tortuosa travesía hasta
los restos del refugio. Una vez allí, y visiblemente agotados, Toño pulsó el botón rojo de la
aplicación y esperó, y esperó… Mientras Quico, quien había recostado a David junto a un árbol,
recogía restos de tablones y piedras grandes con las que construir una empalizada que les
cobijase del frío.
Poco después, los tres se reguarnecieron en el improvisado habitáculo, que pese a su endeblez,
ayudaba a elevar al menos un par de grados la temperatura. —¡Feliz Navidad chicos! —les
espetó David a sus dos compañeros mientras extraía tres chocolatinas de uno de los bolsillos de
su mochila. Ni rastro del lechazo, de las gambas… pero los tres respondieron con una sonrisa.
Una hora más tarde, de entre la niebla y ya sin apenas luz, un destello deslumbró a David, Toño
y Quico. —Habéis tenido suerte chicos, todavía llegáis a cenar, —afirmó una de las tres sombras.
No eran los fantasmas del Cuento de Navidad de Charles Dickens, pero desde luego, gracias al
Grupo de Salvamento, los tres protagonistas de esta historia no solo tuvieron unas navidades
pasadas y presentes, si no también futuras.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Tocando el Cielo
Alberto Pérez
Alrededor de las montañas, sí, alrededor de las montañas vive Saša. Concretamente en el
pequeño pueblo de Mojstrana.
Su modesta casa de madera y piedra aún huele al fuego y leña que durante el duro invierno
esloveno alimentaban de calor a su familia. En cada rincón encontramos innumerables aparejos
propios de un viejo montañero, botas de cuero, sogas, piolets de hierro y madera...
Vestigios de que aquí se ha mamado mucho monte, algo muy usual estando en el lugar en el
que nos encontramos.
Hoy Saša se ha levantado más pronto de lo normal, se podría decir que casi no ha pegado ojo en
toda la noche. Un cosquilleo continuo invadía su estómago, una sensación a mitad de camino
entre el miedo, la emoción y la ansiedad, esa sensación que no te permite estar quieto ni un
minuto, esa sensación que hace que tus glándulas sudoríparas trabajen más de los normal, esa
sensación que hace que visites el retrete más a menudo para soltar esas "últimas gotas".
El reloj marca las 06:30 y en la cocina el desayuno ya está preparado; embutidos, yogur fresco,
queso, mermeladas, pepinillos, pan, leche, zumo...
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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El padre de Saša se ha encargado de que su hijo empiece el día a tope, con un desayuno de
campeones, y es que la ocasión, lo merece. Este niño de apenas 10 años va a afrontar,
probablemente, el día más importante en la vida de cualquier esloveno.
Ya tienen todo preparado desde la noche anterior, un ritual, que entre padre e hijo realizan
minuciosamente para que ningún detalle pase desapercibido. De la lista han ido tachando
elementos imprescindibles: agua en abundancia, casco, muda de repuesto, frutos secos, frontal,
saco de dormir, arnés, disipador... pero sobretodo, la mochila del pequeño Saša está cargada de
ilusión, de orgullo, de tradición, de familia... Palabras que ha escuchado desde que tiene uso de
razón y que no dejan de regurgitar en su menudo cuerpo.
Mojstrana amanece bajo la imponente mirada del Triglav, un "monstruo" de tres cabezas
(Triglav en esloveno significa tres cabezas: cielo, tierra e infierno) y 2864 metros que forma parte
del Parque Nacional del Triglav (el único de Eslovenia).
Es el símbolo del país, de su gente y además es símbolo de la bandera desde que se
independizaron de la ya extinta Yugoslavia. Todo esloveno que se precie, debe de subir por lo
menos una vez en su vida su montaña, el Triglav. Es una tradición que pasa de abuelos a padres
y de padres a nietos y que se cumple a rajatabla, y cuanto antes se cumpla...mejor.
Con todo preparado, Saša y su padre comienzan la aventura; una larga caminata de ocho horas
hasta la cima, para después hacer noche en el refugio Dom Planika y volver por la mañana a su
pueblo, Mojstrana. Pasadas ya las dos primeras horas y después de subir por una dura gravera,
Saša observa anonadado el impresionante Valle del Vrata. Su padre le deja que, solo, admire la
belleza de su país, de su comarca, desde un punto de vista jamás interiorizado por él.
Después de un merecido descanso la familia continúa el ascenso ya mucho más acentuado en el
que tendrán que ayudarse de clavos, estacas y cables de acero. Saša no deja de observar a su
padre en todos los pasos que da, para él, es su guía, su mentor, su modelo a seguir.
Por el camino se cruzan con otros montañeros, turistas algunos, paisanos otros, pero también
gente primeriza que, como él, refleja en su cara el entusiasmo al realizar esta gesta inolvidable.
El tiempo pasa y la cumbre se atisba entre las nubes vacilantes, su padre le alienta y motiva en
este último tramo, últimos pasos, última cresta...
El momento se acerca, y como por arte de magia Saša se ve envuelto entre un par de decenas
de personas que al verle no pueden sino aplaudir y elogiar a este pequeño muchacho que, con
cara de incredulidad, se muestra tímido ante la expectación generada. Su padre le arropa y
abraza en este momento tan especial y le sube en brazos hasta la cápsula metálica, parecida a
un cohete espacial, que haya por el año 1895 la construyeron a modo de refugio provisional y
que señala la cumbre de esta mole de roca caliza.
Saša lo ha conseguido, ese reto que todo esloveno busca, y que él lo ha logrado con 10 añitos.
Su expresión irradia felicidad, asombro ante ese mar de nubes que le hace flotar en la
inmensidad de su querido país. Imágenes que no podrá borrar de su memoria en toda su vida y
en las que aparece la persona que ha hecho posible este sueño, su padre.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Juntos reponen fuerzas y divisan el corto recorrido de vuelta que les queda hasta el refugio, pero
eso ya, amigo, es otra historia...
Seguro que vosotros, queridos lectores, habéis conectado con todas las emociones que Saša ha
sentido durante este relato. Son emociones que sea grande o pequeña la montaña que se suba
se viven de manera especial, intensa. Emociones que seguramente ahora te estén poniendo los
bellos de punta, como al que está escribiendo esto ahora mismo.
Para todos hay una montaña especial, un pico clave en vuestra larga o corta vida como
montañeros. Para Saša ha sido y será el Triglav, pero...
¿Cuál ha sido para vosotros?
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Amigos “Especiales”
Ana Cristina Portillo
Alrededor de las montañas en un medio rural, en mitad de una gran ciudad en hospitales
escondidos entre edificios, en el más recóndito pueblo del planeta…
No podemos decidir cómo y dónde nacemos, somos fruto del amor y la naturaleza. Las cosas
pasan, y pasan por algo. Tenemos que dejar un poco más que la vida nos sorprenda y aprenderla
a vivir con todo lo que nos ofrece.
Soy Marc, natural de Río Meridiano, un pequeño pueblo con las montañas más bonitas e
inigualables del planeta; Cubiertas casi al completo por un manto de hierba verde uniforme,
flores de todos los colores y olor a tierra mojada, han sido el material más didáctico para mi
aprendizaje.
En estas, las cumbres de mi amado pueblo, he aprendido a contar, a contar números fáciles y
simples, y hasta los más difíciles y compuestos por decimales. Menudo lío! Menos mal que por
suerte, eso ya lo tengo controlado. Por otro lado, y no por ello menos complicado, he logrado
saber la hora, eso por lo que todos se rigen en todos los momentos del día. Me parece un rollo,
el día tiene horas de sol y horas de luna, creo que es tan bonito lo uno como lo otro, pero bueno,
la belleza está en los ojos de quien mira. ¡Ah!,se me olvidaba, además de contar y gestionar el
tiempo, también he aprendido a ser un poco más tranquilo, a dar a los demás la energía que
necesitan de mí en cada momento; Como por ejemplo, no gritar como si de Tarzán me tratase,
cuando no hay necesidad, y otras cosas típicas del comportamiento de los chicos como yo.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Digo como yo porque tenemos una forma de llamarnos, o que nos llamen; Los ¨bien hablados ¨
y entendidos dicen que somos personas con ¨Diversidad Funcional, los más enrevesados nos
llaman retrasados mentales.
A mí eso suele darme igual, sigo siendo Marc, y lo seré siempre, desde que nací me he conocido
con mis defectos y virtudes especiales, eso es lo que me enseñaron en casa. Bueno también me
dicen que soy guapo, pero eso es solo la pesada de mi madre.
Crecí, entre autobuses para ir a un colegio a varios kilómetros de casa, donde cada viaje de ida
y vuelta era una situación diferente.
Un día tocaba sentarme al lado de María, la chica de la clase de enfrente, la cual solo me miraba
y se reía, y así una vez tras otra durante casi la hora que tardábamos de casa al colegio y
viceversa. Era extraño que nunca me hablase después de vernos todos los días, creía que era
tímida, pero mi estupenda madre me explicó un día, que ella hablaba con la mirada y la sonrisa
para decir las cosas bonitas, y con un código que le había hecho la profesora Asunción para pedir
cosas como un vaso de agua o ir a hacer un pis al baño. Que ya lo entendería cuando fuese un
poco más grande.
Luego, cuando a María la sentaban al lado de Océano para darle la merienda de camino a casa,
me tocaba con Matías, era un tío guay, me contaba sus cosas, pero había veces que no sabía
qué quería decirme porque utilizaba palabras raras, era como un lenguaje de extraterrestres en
el planeta tierra, pero él era humano y no marciano. ¡A no sé! Le pregunte a mi profesora, y me
explicó que su lenguaje, el cual yo creía diferente era el mismo, pero tenía una especie de
malformación en el cerebro que le hacía pronunciar las palabras de una forma… ¿rara?; Era al
que más ilusión le
Hacía ver mis dibujos, y eso sí que lo entendía a la primera.
Cuando mejor estaba y más me gustaba viajar era cuando venía Lucas, me contaba siempre
muchas cosas que veía en la tele, o juegos nuevos que le compraban sus padres para ayudarle a
hacer los deberes, y también me hablaba del señor de las montañas que al parecer veía todas
las mañanas al salir de casa…Me daba envidia, porque yo nunca había visto a nadie saltar y subir
corriendo lo más alto de mi pueblo, allá donde parece que se juntan el cielo y la tierra.
A mí solo me llevaban al primer valle cuando hacíamos fin de semana familiar, me dejaban mis
primos un balón y ellos se ponían a jugar a esconderse o a otras cosas que decían que yo no
podía hacer por si me perdía y no sabía volver.
Ahora me resulta extraño toda esa desconfianza hacia mí, porque sé desenvolverme
perfectamente en este entorno, antes me parecía normal que me dijeran que no podía, pero
había algo dentro de mí que se preguntaba…Marc, ¿y por qué no lo intentas? Los demás tenían
siempre las respuestas a todas mis acciones, todos sabían lo que tenía que hacer, yo solo era la
marioneta.
Hablo en pasado y me centro en el presente, porque me siento la persona más feliz del
Mundo. Hubo un momento de transición en mi vida donde apareció alguien que me llevó a lo
más alto, donde siempre quise ir y no pude. Ese alguien es aquella persona que mi amigo veía
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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todas las mañanas, y que me acompañó a casa una fría mañana de domingo cuando decidí
escaparme cansado de limitaciones.
Hoy día soy su compañero de trabajo, y amigo. Amigos por la bonita historia de años que me
hizo vivir a su lado sin nunca pedir nada a cambio, y alegrarse como si de haberle tocado la
lotería se tratase con todos mis progresos. Por aquel entonces tenía 15 años, ahora ya casi casi
que rozo los 20.Me hago mayor, pero ahora es cuando estoy realmente incluido en el mundo, y
me encanta.
Mientras volvíamos a casa, además de llevarme la riña de un mayor, me ofreció que si quería
descubrir aquello, lo gran desconocido, que nunca lo hiciese solo, que lo hiciese con alguien que
me enseñara aquel maravilloso lugar para aprender todo y no dejar ni un ápice de incertidumbre
en mi cabecita loca. ¡Eso de loco también me lo habían llamado alguna vez que otra! Quedamos.
Para mi primer día de explorador cogí a mi padre su boina a modo de sombrero, enrolle un folio
y tracé con colores el mapa que nos llevaría hacia el tesoro, la cumbre, solo me faltaba la brújula,
pensé en un reloj, pero como no sabía la hora, pues me pareció una cosa de la que podía
prescindir.
Llegó el amanecer, lo primeros rayos de sol entraban por mi ventana, tenía que prepararme y
salir al encuentro de Pedro, el hombre de las montañas. Tenía mucho frío, nervios, miedo, pero
todo lo contrarrestaba la ilusión por salir de la rutina.
No pasó mucho tiempo, o eso creo, cuando ahí estaba el, vestido de rojo y negro, con unas
zapatillas a juego, unas gafas de sol con los cristales de colores y algo de lo que yo había
prescindido y él llevaba en su muñeca. Sí, un reloj.
Nos dimos los buenos días, y me enfundó en un abrazo de tranquilidad. Me aseguró que lo
íbamos a pasar bomba y sobre todo que mirase siempre hacia arriba, hacia lo más alto, porque
era lo más bonito, era hasta dónde íbamos a llegar y tendría a Río Meridiano a mis pies, a
nuestros pies. Comenzamos a andar, iba tranquilo, había pasado muchas veces por ese sendero
con mi familia.
Sentía que todo estaba controlado hasta que me dijo:
‐Marc, tenemos que hacer 10 kilómetros a pie, no puedes ir andado tan rápido porque te
cansarás y hay subidas de 300 metros o más, de desnivel positivo. Así que, debemos dosificar.
Noté como hubo un cortocircuito en mi mente. ¿Cuánto eran 10 kilómetros? ¿Qué era un
kilómetro? El número 10 lo conocía, eso al menos lo tenía controlado; Pero esa mezcla de un 3
y dos ceros, me parecía otro nivel. Creo que esos números los aprenderemos más adelante, aún
estamos con los de dos cifras. Me daba vergüenza decirle que no lo entendía. ¡Otro qué pensaría
que soy un retrasado mental!; Le conteste con un simple, vale, y seguí andando haciendo que
no había pasado nada.
Al rato, me volvió a sorprender con otra estupenda pregunta: ‐¿A qué hora debes estar en casa?
‐¡Pero bueno! ¿Podrías dejar de hacerme esas preguntas tan difíciles? Eso lo aprenderé en el
colegio cuando la profesora Asunción lo crea conveniente. Contesté
Ahora quien no dijo nada fue él, siguió como si nada, y de repente las preguntas se convirtieron
en frases sin más. Me dijo un montón de nombres de especies animales de la zona, también de
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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las vegetales. Cogimos setas, pero solo las que él creía convenientes. A mí me encantaban las
rojas con puntitos blancos porque salían en los dibujos que veía en la tele, pero por desgracia
para mi imaginación, eran las más venenosas.
Y así pasamos una mañana estupenda hasta que llegamos a casa a la hora de comer. Estaba
súper contento, porque me dijo que el fin de semana siguiente también podríamos quedar para
subir, incluso un poco más alto si quisiera, que lo había hecho fenomenal. ¡Ah y encima sería en
el día de mi cumpleaños!
Recuerdo que toda esa semana, me la pasé dándole la chapa a mi profesora para que me
enseñara los números difíciles, la hora, los kilómetros… ¡Quería aprenderlo todo! Pero como era
de esperar, aún no era el momento para ello. Para variar. ¿Quién decide los momentos para
aprender? Eso tampoco lo sabía en su momento. Ahora ya sé que no tenemos por qué tener
respuesta a todas las preguntas que nos hacemos.
El tiempo pasó despacio hasta que llego la tan esperada mañana de sábado para volver a salir,
era mi cumpleaños y solo quería que fuese un día inolvidable, era el primero que iba a pasar
fuera de casa, aunque solo fuese un rato. Lo vi llegar como siempre, a paso ligero y ágil, para mi
Pedro era admirable. Llevaba algo en la mano…
¡Un reloj!, ¡me había regalado un reloj! Recuerdo aún como si fuese ese mismo día sus palabras.
‐Yo te enseñaré todo lo necesitas para que seas todo lo libre que puedas ser en este lugar.
¡Vamos que se nos echa la mañana encima! ¡Vamos Marc! Dime hasta donde sabes contar
mientras cogemos una rama de árbol y dibujamos un reloj gigante en la tierra.
Lo primero que aprendí que las 12 eran las horas puntas, el 6 las medias, 3 los cuartos…Me
resultó más fácil de lo que siempre había creído. ¡Menuda sorpresa!
También me enseñó que los kilómetros estaban compuestos por otra unidad más pequeña, se
llamaba metro, y así un montón de cosas que me iban a servir de mucha ayuda para veces
posteriores.
Después de la teoría, pasamos a la práctica. Me advirtió que el reloj me avisaría a cada
Kilómetro, que hoy sería el primer día de toma de contacto con el espacio/tiempo. Que más o
menos aprendiese a estimar cuanto era esa medida tan importante a sumar y sumar para llegar
cada vez más lejos. Fue un día estupendo. Al terminar, solo quería llegar a casa, tumbarme en la
cama a descansar y recordar este magnífico día con Pedro. Ni me acordé que venían los primos
a ayudarme a soplar las velas.
Pasaron las semanas, y cada vez que nos veíamos me ayudaba a dar un pasito más. Lo que más
me costó entender fueron los desniveles positivos y acumulados. ¡Eran números compuestos de
3 y 4 cifras! También orientarme en las coordenadas: Norte, Sur, Este y Oeste. Pero bueno, al
final lo aprendí por los paisajes, que así era más fácil. Pedro también me enseñó a investigar por
mí mismo, a aprender de las equivocaciones, a escuchar la intuición y el sentido común. Sin él
nunca se me hubiera ocurrido.
Ya llegaba el buen tiempo, los días más largos, y el curso escolar llegó a su fin. Nos íbamos de
vacaciones a la playa, y tendría que dejar de salir con Pedro, la tristeza me inundó.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Quedamos la tarde antes de marcharme con mi familia a Andalucía, íbamos a ver el atardecer
en la cumbre. Había adquirido una forma física como nunca, ya sabía estimar cuanto tiempo
podríamos tardar en subir según qué cara de la montaña. Las había con terrenos más y menos
técnicos, a las bajadas les cogí manía, prefería subir, se me daba mejor…Fuimos muy rápido, me
dijo que había mejorado muchísimo, que podría llegar a ser bueno en trial Kunming o carreras
por montaña, como lo queráis llamar, y de repente noté como en segundos.
¿Habéis visto?, ¡segundos!, ¡menos que minutos!, su cara pasó de la alegría a la tristeza.
Me vi con la confianza suficiente como para preguntar si todo iba bien, a lo que él respondió,
que sí, como siempre, que todo iba igual desde que nació y le cambió la vida.
Tenía un hijo, de mi edad, pero era aún más especial, al nacer no todo fue como debería y tenía
parálisis cerebral, no podía correr, ni hablar…Quiso que lo conociera, yo ya me había visto en
esa situación porque se comportaba igual que María; Sonreía todo el tiempo para decir las cosas
bonitas, y tenía un libro para pedir por sí mismo todo lo que necesitase. Incluso tenía el dibujo
para pedir helado, hasta del sabor.
Después de un silencio incómodo, me invitó a salir al jardín, donde me dio la mejor de las
sorpresas:
‐Todo lo que hago contigo, me encantaría hacerlo con él, con mi hijo. Gracias a ti, Marc, he
aprendido mucho, me has hecho sentir un poco más vivo en todo este tiempo. Me dará mucha
pena que te vayas, pero antes quiero decirte una cosa que creo que te gustará.
En Septiembre, hay un campeonato por parejas, y quiero que tú seas la mía, que vivas a mi lado
tus primeros nervios de una competición.
Quiero que este verano ensayes los números, los desniveles y todo lo que te he enseñado hasta
ahora, como nunca. Tenemos que poner en práctica todo lo aprendido. Confío en ti, y sé que
podemos hacerlo muy bien.
Nunca me habían dicho esas palabras, sentí como la motivación inundaba mi cuerpo. ¡Vamos!,
no iba a parar de entrenar en todas las vacaciones. No podía fallarle después de todo lo que
había hecho por mí. Mis primos iban a flipar.
Me fue súper complicado entrenar con semejante calor sureño, pero se acercaba el
Momento. Volvía de nuevo al pueblo, Pedro y yo nos veríamos al día siguiente, en la primera
competición clasificatoria para el Campeonato de Carreras por Montaña. Menudos nervios!
Llegó el gran día, no he dormido nada, pero no tengo ni pizca de sueño. Los números me los sé
perfectamente ya, el terreno lo hemos hecho una y mil veces, el reloj está cargado, las zapatillas
en la mochila. Ahora solo queda salir por la puerta y dar todo lo mejor de mí. Me estaba
esperando en la puerta, siempre era muy puntual…
…Pistoletazo de salida, nunca me habían pasado por delante, siempre hemos ido solos. Me daba
rabia a la par que impotencia, y solo quería correr más y más rápido. Mis piernas podían.
Recuerdo como me decía que las carreras había que hacerlas con cierta inteligencia, que si te
agotas al principio, llegarás peor al final. Por ello me dijo q nuestro ritmo no bajara de 7minutos
el kilómetro, que lo controlara yo. ¡Menuda responsabilidad!
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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La verdad que estuve súper concentrado, tanto que en un tramo de la carrera unos voluntarios
nos dijeron.‐ ¡Chicos, vais segundos!
¡Segundos!, Esos van después de los primeros, y primero significa 1. ¡Si seguimos así subimos al
pódium! ¡No me lo creo!
De repente una fuerza sobrenatural salía de mis piernas, Pedro gritaba de la emoción, solo con
mirarle la cara, podía llegar a correr con más y más fuerza. Hasta que por fin la vimos, era la
Meta. Llegamos, la cruzamos, lloramos… ¡Éramos los segundos, también ganadores!
Nunca había ganado nada, era una sensación completamente desconocida para mí. No quería
que se pasase nunca. Sentirme útil y no todo lo contrario. ¡Qué felicidad! Todo gracias a él.
Alguien que supo ver más allá de mis capacidades a simple vista, alguien que apostó por
fomentar algo que me llamaba la atención. Ojalá todos los niños especiales tuvieran mi suerte,
los no especiales y normales también. Sería maravilloso que todos pudiésemos conocer a alguien
en nuestra vida que nos enseñara a aprender que los límites solo son imaginaciones nuestras o
que te hacen ver los demás porque ellos no se ven a sí mismo capaces.
Todos somos buenos en algo, y malos también. De eso se trata, si todos fuésemos iguales, el
mundo en el que vivimos sería más aburrido.
Gracias a esta lección de vida y a esta inyección de ganas y superación que me proporcionó
Pedro en su momento. Nos dimos tanta fuerza el uno al otro que hoy día somos el esqueleto de
una asociación para niños, y no tan niños, así especiales, como yo, y como todos. Somos seres
únicos y merecemos una oportunidad en la vida para brillar.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Vistas
Pablo Sánchez Pérez
La silueta de la montaña empezaba a diluirse en el frío atardecer del último martes de enero.
Hacía tan sólo 3 años y medio que la guerra había finalizado, y la situación del valle empezaba a
encontrar una tranquilidad que había sido destruida los últimos años. Pedro había vuelto a
poner en marcha la panadería, vendiendo algo de pan blanco junto al de salvado. Juan abrió de
nuevo el bar, sirviendo vino y aguardiente casero, en muchos casos para olvidar tiempos
pasados. Jesús compró cuatro vacas que le permitían vender algo de leche y queso, mientras
Alfredo, de la ciudad, acababa de llegar al pueblo para dirigir la escuela, que tan sólo contaba
con un aula en la que trece chicos y nueve chicas compartían aprendizajes de ciencias naturales
y viajaban por el mundo cada día con su imaginación.
Mientras, Ana dejaba tras de sí pequeñas huellas en la nieve recién caída. Su casa se encontraba
en medio del monte, a ocho kilómetros del pueblo. Su abuelo Ángel había sido maestro de la
escuela durante los últimos, y ya desde muy joven había decidido vivir en el monte. Siempre
pensó que la vida era más sencilla alrededor de las montañas.
‐¿Qué día es hoy?‐ preguntó Ángel a su nieta.
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‐Miércoles, un día muy frío. Cada día me cuesta más llegar a casa después de clase. La nieve se
pone peligrosa.
‐Ana, cariño, tan sólo quedan dos días para que sea el último viernes del mes, si mi memoria no
me falla
Ángel tenía una memoria excelente, que cubría su falta de vista. Una enfermedad le había hecho
perder la visión en los últimos dos años, perdiendo así la posibilidad de observar la montaña que
le había acompañado durante los últimos 57 años. La silueta de aquella descarnada mole de
piedra y hielo, cuyas siluetas afiladas asustaban a la vez que fascinaban a todos quienes se
enfrentaban a ellas, acompañaban a su memoria durante todos los días del año.
Todas las mañanas salía a la puerta de la cabaña, se sentaba junto a su quicio y, sintiendo la
gélida brisa de la montaña, imaginaba el estado del cielo y la cantidad de nieve acumulada en
las laderas. Por las tardes, imaginaba los tonos rojos y violetas que acompañaban la caída de la
detrás de las agujas que pinchaban el cielo hasta hacerlo desaparecer.
Pero, sin duda lo más importante es que quedaban tan sólo dos días para el último viernes del
mes, un día muy especial.
Y esa mañana llegó.
Como el resto de días, Ana desayunó un poco de leche hervida en el caldero que soportaba la
trébede y marchó al colegio caminando cuando las primeras luces del día asomaban por las
ventanas, convirtiendo la estancia en pequeño caleidoscopio invernal.
Ángel se encontraba nervioso. Sentado junto al quicio de la puerta juntaba las manos, agarrando
su bastón. Se incorporaba y daba algunos pasos alrededor de la casa para volver a sentarse, sin
encontrar nada que pudiera calmar su desazón.
A lo lejos, se oyeron las campanas que marcaban las tres de la tarde. Ana tenía que estar a punto
de llegar. La nieve estaba pesada, por lo que la pequeña quizás tardaría un poco más. A lo lejos,
intuyó su silueta menuda acercarse y salió como pudo a su encuentro.
‐¿Lo has traído?‐ interrogó el abuelo.
‐Has tenido suerte, tan sólo les quedaba uno – respondió Ana, dibujando una sonrisa
‐ Pues comencemos, no esperemos más.
Ana y Ángel se sentaron al lado de la lumbre y, sin esperar un minuto, Ana abrió aquel libro, uno
de los pocos que traían de la biblioteca de la ciudad el último viernes de cada mes.
‐ Hoy toca la quinta novela de Julio Verne, abuelo: “De la Tierra a la Luna. Durante la Guerra de
Secesión de Estados Unidos se estableció en Baltimore…”
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Tales from the crest
Alfonsas Satanopoulas
Alrededor de las montañas sufro un desasosiego terrible. Mi nombre es Juan, Juan Daphel Gris
y desde hace un tiempo odio la montaña y casi cualquier espacio abierto (o cerrado), también
odio que me confundan con un personaje de Tolkien y me vacilen sobre mis supuestas aventuras
en la Tierra Media... yo a los únicos trolls y orcos que he conocido es a los quintos del 86 de un
pueblo de Zamora donde mis huesos dieron a parar una infausta Noche de Reyes de ese mismo
año y sí, también odio ese pueblo y a sus quintos, siendo sincero realmente odio a todos los
quintos, menos los de Mahou, y a todos los tercios, incluidos los de Flandes y excluidos los de
Estrella de Galicia... algunos os preguntaréis por qué quintos de una cosa y tercios de otra... por
tocar las pelotas.
Antes yo lo flipaba en el monte, pero para mí ahora la montaña y cualquier rollo relacionado
están llenos de fantasmas... no te confundas, montañero, no te ofendas... no hablo de
fantasmas, fantoches, cuñaos y ubercuñaos, enciclopedias aventureras con dos patas y piolet...
que también existen (como en todos los gremios), hablo de fantasmas rollo espíritu, del palo
Iker Jiménez, apariciones espectrales y su puta madre... eso me hizo alejarme de este mundillo.
¿Conocéis el caso de Pelayín el del Decathlon?
Pelayín era un niño que allá por el año 2009 a la corta edad de 8 años fue con sus padres a por
unos forros polares a una de las tiendas de la multinacional... el pequeño se despistó de la mano
de su madre y nunca se volvió a saber de él, mil historias circularon sobre su extraña
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desaparición, pero la única y auténtica verdad es que el pequeñín fue adoptado y criado por una
manada de dependientes y entre camiseta Kipsta doblada y cesta de perchas llevada al almacén,
alimentaron a Pelayín con barritas energéticas Antonia, batidos de proteínas y bebidas
isotónicas... ahora el pequeño se aparece en cualquier Trocatlhon, agarra de la mano a algún
incauto (normalmente yo), tira de su mano (normalmente la mía), atrae su (mi) atención, estira
su otra manita, hace un gesto con el que intenta abarcar todo el horizonte y le (me) dice “Papá,
antes todo esto era campo”.
Últimamente le ha dado por agarrarte (me) de la mano cuando estás (estoy) haciendo cola en
una caja donde hay cajero (o cajera) y decirte (me): Si vas a pagar con tarjeta puedes pasar por
las cajas de libre servicio... Puto niño... me aterra ir a comprar ropa y material.
¿Y el caso de Ainara N'Hada Casera?
Una joven de edad indeterminada que vaga por la carretera Saldaña‐Guardo haciendo dedo. Yo
la conocí una madrugada que íbamos al Espigüete y al ver a aquella jovencita sola en mitad de
aquella carretera desierta y con aquel frío de tres pares de cojones, nos sentimos en la obligación
de acercarla a su casa:
‐ Voy a Guardo – dijo.
A mí la situación me resultaba familiar, una especie de dèjá vu... mi amigo Jaime, al volante, no
decía nada; Aitor, el copiloto, dormitaba; mi señora, a un lado de la joven; yo al otro intentando
mantener una conversación con ella... Jaime debía pensar que el Espigüete se iba a ir porque
pisaba de cojones... entonces al aproximarnos a una curva, la extraña joven dice:
No corras tanto que en esta curva...
En esta curva empieza la primera ascensión de la Niña de la Curva al Espigüete – dice mi señora
agarrando fuertemente su mano derecha ‐ ¿verdad, chicos?
Por supuesto – afirma Jaime – hasta la polla estamos de niñas que se nos aparecen para decirnos
cómo tenemos que tomar las curvas y controlarnos la velocidad... a tomar por culo, hoy te jodes
y te vienes al campo a airearte.
Bueno... ‐ dijo ella acojonada.
Y así es como durante años la Niña de la Curva de Saldaña a Guardo, se vino con nosotros al
monte, ella aparecía en el coche a mitad de una curva, se subía al pico que tocase, se hacía un
selfie, se atizaba nuestro almuerzo, hacía chas y desaparecía de nuestro lado.
Yo es que subir bien, pero bajar lo llevo peor... y sufren mucho las rodillas... y yo desde el
accidente no he vuelto a ser la misma y los cambios de tiempo y la presión... y tengo que volver
a mi curva... y antes la obligación que la devoción y...
Y la verdad es que pese a aquel olor a cerrado y su aire taciturno era una compañía agradable...
no como mi vecino del sexto.
Todos los domingos por la mañana oigo unos ruidos de la hostia en la puerta de casa, voy a abrir
y aparece mi vecino del sexto vestido con ropa técnica y una mochila en la que sobresalen
cuerdas, cuelga un casco, piolets...
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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¡Buenos días, vecino!
Buenos días, majo...
Me voy al monte.
Fantástico.
Hoy subimos el Peñas Peludas por la cara norte, en chanclas, con un puñao de piedras en la boca
y sin gorra.
Cojonudo.
Va a ser la hostia.
Te creo.
Nunca lo ha hecho nadie... hasta hoy.
Normal.
Quería que fueses el primero en saberlo.
Pues ya lo sé.
Agur.
Con Dios...
Ya sé que este relato no acojona, pero ¿es mi vecino del sexto un fantasma o no?
¿Y conocéis a Serafín el Pastor de la Buena Vista?
Yo lo conocí subiendo el Pico Casacristo. Nada más salir del pueblo, en el pilón, nos encontramos
a Serafín: J'hayber blancas, pantalón de trabajo azulón, polo granate, gorra de Caja Rural y Celtas
sin boquilla en la boca...
Cagüenros y la Virgen de Motocross ¿van pa'rriba?
Pa'rriba vamos.
¿Qué necesidad? Madre, madre, madre...
Dos horas de caminata y nos topamos con Serafín sentado en una piedra... pitillo en los labios.
Cagüenros y la Virgen de Motocross ¿qué?
Ahí vamos.
¿Qué necesidad? Madre, madre, madre...
Cuatro horas después alcanzamos la cresta, el hombrecillo apoyado en su cachava, Celtas en la
boca...
Cagüenros y la Virgen de Motocross ¿quía?
Aquí andamos.
¿Qué necesidad? Madre, madre, madre...
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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Coronamos y el buen hombre apoyado en el vértice geodésico:
Cagüenros y la Virgen de Motocross ¿bien?
Bien.
¿Qué necesidad? Madre, madre, madre... ¿un cigarrito?
Ni loco.
Ahora con los pulmones bien abiertos es cuando mejor sienta... buenas vistas ¿eh?
Preciosas...
Una pena esas nubes... desde aquí en días despejados se ve el mar – dice señalando al norte ‐ y
a primera hora si miras pa'llá se ve Madrid – señala al sur ‐ , y por la tarde si miras pa'llá la Cúpula
de San Pedro del Vaticano – señalando el este.
¿Y si miras para allá? ‐ señalo al oeste.
Aquello es Peña Peluda y en días despejados se ve a unos tontoloscojones subiendo por la norte,
en chanclas, con un puñao de piedras en la boca y sin gorra. ¿Qué necesidad? Madre, madre,
madre...
¿Para acojonarse o no?
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Urriel
Antonio Vinagrero
Alrededor de los montañas mi compañero pasaba su vida, conocía los nombres de todas estas
montañas y las sendas de los valles profundos, sobre todo de aquellos que fluyen hacia Castilla.
Este que os habla, por el contrario, aun viviendo en ocasiones lejos de las montañas, nunca había
podido separar su mente de ellas y cegado en el empeño de ascender las más bellas de este
entorno había recorrido algunas de las cordilleras más famosas de Europa para por fin, intentar
tocar la cumbre de la montaña en la que a sus pies nos encontrábamos.
El cuarto día de agosto de ese año estaba tocando a su fin, el sol se había ocultado en el lado
opuesto de la Vega y al abrigo de una gran roca, camuflado con nuestros gruesos ropajes, nos
disponíamos a pasar la noche a la intemperie. Mi compañero no tardo en conciliar el sueño, yo
por el contrario, embargado por la emoción, la incertidumbre y el deseo, miraba hacia el cielo
rogando que ese manto estrellado no se viera rápidamente cubierto y nos permitiera así intentar
el ascenso al día siguiente.
El dulce sueño debió apoderarse de mis cansados huesos ya que lo siguiente que recuerdo es la
frase con ese acento tosco, como si estuviera azuzando a una cabra: ‐ “¡Arriba!, tenemos la
suerte de nuestro lado, démonos prisa antes de que se nos ponga en contra”. De manera
tranquila, pero sin pérdida de tiempo recogimos los pocos enseres desplegados para soportar el
frío de la noche dejándolos escondidos en ese mismo punto. Un cacho de pan duro y un trago
de agua hicieron las veces de desayuno y entramos caminando en la canal conocida como La
Celada en busca del lugar propicio para empezar a tocar la roca.
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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El ritmo rápido de mi compañero acompasado por la suave melodía que iba silbando resulto un
sinsentido para mi cuerpo que notaba como el corazón acelerado se hacía hueco buscando
escapatoria por la boca. Este hecho no sucedió gracias a que rápidamente llegamos al final de
la canal y buscamos un paso en forma de “i griega” que sería nuestro punto de inicio.
Al llegar allí mi compañero besó su mano, después tocó la caliza con los ojos cerrados durante
unos tres segundos que para mí fueron eternidad y comprendí el gran respeto que ese gesto
demostraba.
Iremos por la grieta hacia la derecha ‐dijo‐ ganando poca altura, si llegamos hasta ese punto ahí
empezará la verdadera escalada.
Di tres pasos para atrás para coger perspectiva y pude ver como una grieta horizontal que
primero descendía levemente, manteniéndose después en horizontal y ganando finalmente
unos metros se perdía en el giro de aquella montaña que me había llevado a entrenar en alguna
montaña los Alpes franceses para intentar conquistarla.
Como era de esperar, él fue delante, dejando su calzado apoyado en la pared, seguro de que en
unas horas volvería a calzárselo.
La grieta horizontal nos dio la bienvenida con unas llambrías lisas y deslizantes como el propio
hielo. Quizá la montaña nos estaba advirtiendo de todo lo que nos tenía preparado. Eso no
amedrento a mi compañero que con unas buenas zancadas laterales mirando a la pared pero
sin mirar al fondo del valle, le hicieron llegar al otro lado de las grandes planchas siguiendo la
grieta. No miró atrás, tampoco me dio pueriles indicaciones, sabía que yo seguiría sin dudarlo
aunque la cuerda virgen se enroscara cruzada alrededor de su cuerpo.
Una fácil trepada de unos diez metros seguida de un flanqueo horizontal bastante cómodo y una
subida en diagonal hacia la derecha nos pusieron en el punto de partida. Ahí, como bien dijo mi
compañero, empezaba la verdadera escalada.
Se desenroscó tranquilamente la cuerda anudándose fuertemente a un cabo mientras yo hacía
lo propio en el otro apoyado de espaldas en la pared fría. A pesar de lo avanzado del verano el
sol todavía no nos golpeaba y las frías temperaturas de la noche eran custodiadas por la roca
hasta bien entrado el día. Con todo preparado, mirando hacia el infinito, divisando la sierra del
Cuera con una pequeña línea de nubes a modo de sombrero que dejaban ver al fondo el
Cantábrico empezamos a escalar en vertical.
Recuerdo como si fuera ayer el suave tacto de la roca en mis dedos, la escalada dificultosa pero
continúa y esa concentración que te hace ser incorpóreo en los momentos más delicados. Por
suerte, la fuerza y dureza de mi compañero hacían superar las diferentes “sorpresas” de la gran
grieta como si no fuera la primera vez que se enfrentase a ellas.
Seguimos avanzando y cuando la grieta se cernía en chimenea subíamos apoyando la espalda a
un lado y los pies a otro evitando mirar hacia abajo para no impresionarnos. Yo que iba debajo
y en esa misma postura empujaba a mi compañero para después él, desde arriba tirar mí.
Cuando la grieta se abría el avanzar era rápido y alegre, siempre y cuando fueras capaz de olvidar
que estabas colgado en una pared con quinientos metros de caída. Repentinamente el ritmo
I CONCURSO DE RELATOS CORTOS Alrededor de las Montañas…
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cambió, se volvió pesado y somnoliento, era la primera vez que al mirar hacia arriba le vi parado
y dudando.
¿Qué pasa?‐ Pregunté ansioso de una respuesta optimista.
De aquí no pasamos Don Pedro‐ contesto oteando lo que encima de él se encontraba.
Pero, ¿Qué había allí?, Con la ligereza de un diente de león arrastrado por el viento alcancé a mi
compañero guiando mi mirada hacía ese mismo punto. Era un saliente de roca, a modo de panza
de burro, que impedía nuestro progreso hacia la cumbre.
Tras varios intentos de mi compañero probando suerte hacía derecha e izquierda de aquel
enorme saliente de roca, el sol veraniego llegó por fin a calentarnos con toda su energía. Eso
nos insufló nuevas fuerzas pero nos recordó que el tiempo pasaba rápidamente y que seguíamos
allí, parados a unos doscientos metros de cumbre.
En un intento desesperado, me coloque pegado a la pared y mi compañero se encaramó a mis
hombros en busca de un gran agarre que facilitará superar aquel escollo. Cual dos funambulistas
nos encontrábamos, en una chimenea de roca, con casi seiscientos metros de caída a nuestras
espaldas cuando mi compañero despego los pies de mis hombros y con un potente movimiento
se encaramó a lo alto del saliente. Todavía no me explico como pudo conservar fuerzas para
poder ayudarme a superarlo simplemente tirando de todo mi peso colgado de la cuerda.
No sabíamos lo que nos esperaba, pero sí sabíamos lo que habíamos superado y por donde, a la
postre, tendríamos que bajar. Ese hecho quizá atenazase al más osado pero tan cerca del
objetivo echamos una vista al cielo y solo vimos una parte de la grieta la otra la tapaban las
nubes. Retroceder en aquel caso hubiera sida una cobardía manifiesta.
Seguimos progresando, el cansancio hacía mella en nuestros cuerpos pero de pronto el canalizó
se fue abriendo y suavizando la pendiente, ya casi no usábamos las manos y en el horizonte
divisábamos el punto más alto.
La alegría se volvió euforia y el cansancio energía, volamos hacia nuestro objetivo como púberes
saliendo de la escuela. Al llegar allí nos fundimos en un abrazo infinito que a día de hoy diría que
duró solo tres segundos.
Disfrutamos de las vistas e hicimos construcciones con piedras para dejar huella de nuestro paso
por allí. Mientras Gregorio revisaba las pequeñas heridas que le había provocado hacer la
escalada descalzo saqué el poco pan que nos quedaba y una de las dos botellas de vino que
habíamos porteado hasta allí para celebrar el momento.
La segunda botella la dejamos allí, en horizontal sobre un manto de roca, para que el siguiente
se la bebiera y por supuesto, la bajara como símbolo inequívoco de nuestro logro. Al lado una
nota manuscrita en la que se podía leer: “Pedro Pidal y Bemaldo de Quirós, Marqués de
Villaviciosa 5 de agosto de 1904‐ Pico Uriellu”