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Introducción
Las Universidades Públicas Mexicanas en el año 2030:
examinando presentes, imaginando futuros
Daniel Cazés Menache Eduardo Ibarra Colado
Luis Porter Galetar
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La existencia de este libro no hubiera sido posible sin la percepción intuitiva que estaba detrás
de la lógica que nos llevó a inaugurar en el año 2001 el programa de “Auto-estudio de las
Universidades Públicas Mexicanas” en el seno del Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. La invitación provino de Daniel
Cazés, en esos momentos su director, abriendo un camino que hoy, casi una década después,
se concreta en este nuevo volumen. Esta obra se agrega a una serie de publicaciones que han
dejado huella del devenir de un pensamiento nuevo en el estudio de la educación superior y
del pasado, presente y futuro de las Universidades Públicas Mexicanas.1
1 Esta obra se elaboró en el marco del proyecto “La Universidad de México en el año 2030: imaginando futuros” que forma parte del programa de investigación La Educción Superior Pública en el Siglo XXI que impulsan conjuntamente el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México y el Departamento de Estudios Institucionales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa. Con este libro se cierra un ciclo con el que culmina un tránsito de un grupo amplio de estudiosos por los múltiples caminos de nuestras instituciones. Las etapas previas de este empeño contemplaron los proyectos “Disputas por la universidad” (Cazés et al. 2007), “Geografía política de las Universidades Públicas Mexicanas” (Cazés, Ibarra y Porter 2003, 2004) y “Re-conociendo a la universidad, sus transformaciones y su por-venir” (Cazés, Ibarra y Porter 2000). El lector puede conocer los detalles de cada una de estas etapas en la página http://laisumuam.org/u2030/index.php. Como todo final, anticipa un nuevo comienzo en el que volveremos a convocar a quienes deseen reflexionar con agudeza y sentido crítico sobre un tema tan álgido como poco trabajado en las ciencias sociales y los estudios sobre la universidad. Nos referimos a un dimensión existencial que tiene relación directa con el entorno humano y psicoafectivo en el que convivimos: el creciente promedio de edad física o mental que ya está afectando el equilibrio saludable y de bienestar que requiere todo espacio educativo, no sólo porque hay académicos viejos debido a su avanzada edad física, sino también porque hay viejos académicos que rondan los cincuenta años pero promedian treinta de antigüedad en sus instituciones, y también porque nos hemos topado como los jóvenes viejos que, encontrándose estudiando sus posgrados en su tercera década de vida, sienten que no han hecho nada y que el tiempo se les ha escapado de las manos. A este nuevo proyecto lo hemos nombrado provisionalmente “Envejecer en la universidad” y tenemos la intención de impulsarlo antes de que la vejez nos alcance.
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Con el transcurrir del tiempo, un creciente grupo de especialistas contribuyó con sus
ideas, expresadas desde distintas perspectivas y en diversos lenguajes.2 Fue claro y se hace
más patente en este volumen, que no existe un lenguaje universal que pueda aplicarse a la
educación ni a las formas en que sus instituciones van definiendo o ven definir sus derroteros.
Mientras apreciamos los debates y los cambios en las maneras de ver que ocurren a nuestro
alrededor, sin que sepamos cabalmente en qué momento ni cómo, ellos van permeando
nuestro pensamiento y nos sorprenden al momento de escribir afectando la manera en que nos
expresamos. El lenguaje varía en función de las diferentes formas de vida y sus contextos. Si
pensamos en las formas de vida de una institución educativa, veremos enseguida que la
comprensión del lenguaje estará siempre relacionada con un saber práctico, con una acción
cotidiana que produce diversos juegos de lenguaje3, susceptibles de entenderse desde sí
mismos. De esta manera, los investigadores educativos viven la educación superior desde el
micro cosmos de los ámbitos o espacios de las instituciones que habitan, gozan y padecen. Es
desde estos lugares donde pueden, mejor que nadie, establecer una relación específica de
significado y praxis social, en su condición de conocedores de esas formas de vida.
Esta premisa, que nunca hicimos explícita, guió desde un principio nuestro trabajo
auto-analítico, permitiéndonos profundizar en las diferentes versiones del sentido de la vida
que se produce en el seno de las múltiples dependencias e instancias que conforman a la
institución universitaria. Hemos sido testigos de los vuelcos y avatares institucionales que han
provocado, al menos en cierta medida, esos giros conceptuales que fermentan el continuo
cambio en la forma de pensar, analizar y decir desde la academia. Vivimos una nueva forma
2 La dimensión del esfuerzo implicado en este programa se puede apreciar si consideramos que a lo largo de casi una década (2000-2008) participaron en sus proyectos 202 investigadores de 52 instituciones distintas de todo el país. Por su parte, la UNAM estuvo representada por 22 dependencias distintas. Se realizaron cuatro encuentros académicos comunicando sus resultados en los volúmenes ya referidos.
3 Wittgenstein, en los años treinta, desistió de la idea de un lenguaje universal que reproducía hechos, pensó en la relación entre el lenguaje y las formas de vida y, a partir de ello, acuñó la noción de juegos de lenguaje (Wittgenstein 1988).
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de ver y concebir la filosofía. Caminamos por senderos cuyos pasos nos distancian del
positivismo y su rígido esquema de explicación causal.
Hemos sido testigos y protagonistas de tiempos en los que soplan aires de liberación
de las ciencias humanas, ante la impostergable necesidad de trascender los esquemas
predominantes basados en una racionalidad rígida, para dar cabida al carácter propositivo del
actuar humano. Cada autor del conjunto que participa en este libro, se ha hecho eco, en mayor
o menor medida, de esta necesidad, lo que dependió de sus capacidades para romper con sus
arraigadas posturas pasadas, para avanzar en una construcción distinta del significado de los
datos que había registrado inicialmente como “hechos sociales”. Esta nueva disposición para
pensar el presente y el futuro de la Universidad de una manera distinta se vio favorecida por el
dialogo conjunto que sostuvimos de manera periódica a lo largo de más de un año.4 Podemos
decir que lo hizo mediante un renovado esfuerzo interpretativo de estos “datos” y de los
conceptos y reglas que se nos imponen para definir y nombrar la realidad social de cierta
manera, y sin importar demasiado los sentidos profundos que se esconden detrás de tal
formalidad sancionada como real y verdadera.
Gran parte del debate que sirve de contexto, precediendo y presidiendo los capítulos
de este libro, forman parte de procesos que han buscado desprenderse de los malos entendidos
que prevalecen en las ciencias sociales. De lo que se trata es de superar esas posiciones
totalitarias que abundan por todos lados y que no aceptan que se les cuestione, esas que tanto
han afectado la capacidad reflexiva y crítica de los estudios sobre la educación y la
4 La mayor parte de los textos incluidos en esta obra corresponden al trabajo conjunto llevado a cabo por el Grupo Interinstitucional de Estudios sobre Futuros de la Universidad (GIESFU), integrado por Alicia Colina, Margarita Fernández, Bruno Gandlgruber, Rocío Grediaga, Eduardo Ibarra, Romualdo López, Alejandro Márquez, Rogelio Martínez, Javier Ortiz, Lilia Pérez Franco, Luis Porter, Norma Rondero, Claudia Santizo, Carlos Topete y Gonzalo Varela. Este grupo se reunió cada mes, de marzo de 2007 a agosto de 2008, a discutir los futuros de la universidad a partir de diez ejes analíticos: a) normatividad, formas de gobierno y gobernabilidad; b) financiamiento; c) comercialización de la universidad; d) producción del conocimiento; e) transmisión del conocimiento; f) cobertura y desempeño; g) relaciones con la sociedad; h) carrera académica; i) formas de organización y gestión; y j) relaciones laborales. Los resultados parciales y la transcripción de las discusiones de este grupo pueden ser consultados en http://laisumuam.org/u2030/index.php.
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universidad, como a las acciones con sentido de gobierno y una planeación educativa que
asuma la complejidad de los procesos sociales que persigue conducir.
Después de reflexionar sobre estos temas y de aclarar nuestros propios marcos de
conocimiento, ha sido posible arribar a conclusiones, síntesis y nuevos planteamientos. Ahora
resulta claro que el análisis institucional y el estudio de nuestro quehacer universitario en
cualquiera de sus dimensiones, no se resuelven con la simple aplicación de técnicas simples
que, por arraigadas, se han constituido en un tremendo obstáculo epistemológico. Hoy
sabemos que de nada sirve haber sido invitado a participar en este programa o de acceder a él
mediante una convocatoria, si no se asume el reto de aclarar con profundidad los valores y las
posiciones teórico-filosóficas que enmarcan tal participación y sus posibles aportaciones.
Tampoco es suficiente tener vivencias sobre lo que ocurre en las universidades y conocer a
fondo lo que dicen aquellos que dictan consignas con estatuto de verdad o que delinean
requisitos sobre cómo se deben pensar y hacer las cosas.
Desde esa realidad que está “allí afuera” hubo que entrar en lo que pensamos y
hacemos nosotros mismos dentro de ella, en nuestro papel de participantes en los seminarios
que fueron semilleros de los capítulos que forman parte de este libro y que incluye también a
especialistas que contribuyeron desde lejos con sus propuestas. Cada coautor de este libro, eso
creemos, se asumió como un acucioso escrutador del presente y el futuro de la educación
desde su institución, entendiendo que reflexionar no consiste simplemente en observar
normas, aplicar formatos o registrar hechos, sino en cuestionar, conceptualizar y reconstruir
saberes, es decir, en interpretar cierta realidad problemática desde un marco de referencia que
se recrea constantemente a partir de muy diversos insumos, como pueden ser teorías o
indicios de comportamientos y prácticas, y de los diálogos y conversaciones que se producen
al confrontar tales teorías con los indicios que presumen su confirmación o su rechazo.
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Estas aportaciones se fueron gestando al calor de la acción cotidiana de la vida
académica, evitando caer en posiciones “neutras” u “objetivistas” que se ubicaran fuera o al
margen de la situación problemática que se deseaba analizar, pues tal actitud daría lugar a
miradas distorsionadas, digamos, a cierta miopía académica que acentúa la falta de
imaginación. En épocas de PIFIs5, PROMEPs6, acreditaciones, certificaciones y evaluaciones
externas, podría ser lógico creer que los valores personales no tienen un contenido racional,
con lo que se alienta esa tendencia a confundir declaraciones prescriptivas con imperativos
incondicionales. Esto no ocurrió aquí o al menos eso pensamos o deseamos creer. El lector
dirá al respecto la última palabra cuando determine si las voces que escucha desde estas
páginas le hablan desde fuera, aséptico y sin involucramiento, o desde dentro, mediante
palabras infectadas por los microorganismos de un pensar reflexivo que se cuestiona los
lugares comunes y las verdades establecidas. Nos propusimos alejarnos del análisis que
concluye en prescripción, pues entendemos que el acto de recomendar lo que la gente debería
hacer no es lo mismo que decirles o exhortarlos a hacerlo. Nuevamente corresponderá al
lector determinar en qué medida lo logramos.
A lo largo de cada una de las etapas del programa de auto-estudio tratamos de
delinear cursos de acción buenos para problemas prácticos, pues la labor de un investigador
consciente se fundamenta en aclarar que considera como su "verdad" y cuáles son los caminos
que sigue para lograr "conocer" esta "verdad". Esta postura implica la revalorización de la
manera en la que vemos y concebimos la vida, en este caso la vida universitaria. No podemos
captar la vida académica en sus rasgos propios, mientras estemos limitados a hacerla objeto
de observación neutra y abstracta, es decir, a enajenarla en esquemas rígidos para objetivarla
como si se tratara de una cosa más. La movilidad de la vida institucional surge y se expresa
5 Siglas que corresponden al Programa Integral de Fortalecimiento Institucional promovido por la entonces llamada Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica (SESIC), hoy transformada en sus atribuciones a Subsecretaría de Educación Superior (SES).
6 Siglas que corresponden al Programa de Mejoramiento del Profesorado.
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sólo cuando se atiende a su carácter de tarea práctica por realizar, de causa propia que cada
uno tiene que decidir y asumir. Analizar desde esta perspectiva diacrónica, en movimiento,
productora de su propia historia, se convierte en una auto-interpretación de la educación
superior y de la institución en donde se ejerce en su proceso de realización.
Esta auto-interpretación explica los trabajos que llevamos a cabo en la más reciente
etapa del programa Auto-estudio de las Universidades Públicas Mexicanas, aunque es posible
que ni en la convocatoria ni en los términos definidos en el proyecto lo hayamos planteado o
visto enteramente de esta manera. Sin embargo, al hacer el recuento de lo que ha llegado a
concretarse hoy en esta publicación, concluimos que nos encontrábamos ante una tarea que
requería de hermenéutica. Y esto era así porque intuitivamente comprendíamos que cada
institución educativa debe asumir y tomar en sus manos su propia existencia y, al hacerlo, está
en posibilidad de alejarse de la interpretación que de ella se hace como objeto de esa teoría
indiferente que sostiene a las políticas públicas. Es precisamente esta objetivación fetichizada
la que se materializan en políticas públicas de vocación universalista que pretenden ser
aplicadas indistintamente en cualquier institución, tiempo y lugar, asumiendo ingenuamente
que no se producirán efectos contrastantes que son propios de lo que es distinto y, en
consecuencia, de lo requiere de un tratamiento diferenciado. Si tenemos claro esto, podremos
comprender tanto la importancia del auto-estudio como acto de emancipación para el
reconocimiento propio que escapa de los saberes instituidos, como los desatinos de las
políticas y programas gubernamentales en curso expresados paradigmáticamente en el PIFI.
Una actitud hermenéutica nos previene y protege de tal enajenación, haciéndola
visible en la medida en la que evidencia cómo la institución (representada por sus
autoridades) se abandona acríticamente a determinaciones que le son ajenas, excluyéndose a
sí misma del lúcido poder ser que es en cuanto “ser-ahí”, es decir, tener que ser. La
interpretación de la propia auto comprensión se convierte así en la instancia que le permite
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contrarrestar estas tendencias autodestructivas impuestas desde el gobierno federal; la auto
comprensión institucional la faculta, a la vez, para “destruir” críticamente concepciones
disfrazadas en el lenguaje mandatorio de la razón científica, con sus tonalidades técnicas,
legislativas, que intentan justificar sus intrincados procesos burocráticos, hoy tan en boga.
El auto estudio reflexivo le permite desplegar, en su lugar, esos actos de libertad,
creatividad e imaginación que son tan urgentes y necesarios de asumir y enarbolar. Para llevar
a cabo esta empresa, la realidad circundante no ofrece condiciones idóneas. Al contrario, mina
y sumerge a su comunidad en la fractura y el encono, incrustándola en un callejón sin salida
que presagia la desaparición de la universidad tal como alguna vez, hace 50 años, la
conocimos.
Se entiende entonces que exista entre la comunidad intelectual consciente, la misma
que sufre y vive estos procesos de descomposición de la educación superior actual y de la que
los colaboradores de este volumen son una muestra altamente representativa, una reacción en
contra de la creencia en separar hechos de valores propia de la investigación científica
tradicional. Entre los académicos que se atreven a pensar por sí mismos más allá de ataduras
disciplinarias o institucionales, vuelve a darse un trastocar del antiguo orden jerárquico de los
tres modos de comportamiento: la teoría deja de ser la actividad más alta a ejercer, dando
lugar a la praxis, el actuar, indicando que la vida no significa sólo conocimiento teórico sino
también, esencialmente, realización práctica. Y esta realización, desde el punto de vista de
una educación superior alternativa, tiene el mismo significado de lo que Aristóteles designó
como auto eidenai: saber de sí mismo y de lo que es bueno y conveniente para sí mismo. Y
aquí entra otra transformación en las prioridades, que es la que aboga por la primacía del
futuro. Nuestra preocupación por el futuro surge con fuerza esperanzadora justamente por que
el ser-ahí se comporta consigo mismo decidiendo sobre su ser, y el ser que siempre está en
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juego es el futuro. La planeación no es entonces ajena a la “Ética nicomaquea”7 que enseña
que deliberación (boulesis) –la integración de diferentes aportaciones y concepciones
propositivas (no lejano al círculo hermenéutico) – y la elección (proairesis) –que corresponde
a la toma de decisiones–, conciernen siempre a algo futuro que permite saber qué pasos dar en
el presente.
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La elaboración de este libro hilvana muchos momentos a lo largo de los últimos dos años y
asume con plena conciencia la crisis actual de México como país y como sociedad, esa que se
expresa en el deterioro vertiginoso de cada uno de sus sectores, de la seguridad, la economía,
la justicia, la democracia, el bienestar social, el medio ambiente... Nosotros destacamos en
este libro el deterioro creciente de la educación superior, que se encuentra en un punto de
ruptura resultado de las profundas y continuas catástrofes que vive nuestra sociedad. La crisis
de las universidades públicas mexicanas, con su extrema parcialización y distanciamiento
entre la labor académica y la conducción política, se encuentra en busca del sentido perdido
por la presencia desmedida de ambiciones privadas y su contraparte lógica, la ausencia de
liderazgos académico-políticos legítimos que convoquen a la sociedad para definir su rumbo y
su proyecto.
La gravedad de la situación que vivimos se expresa en la constitución de una nueva
autoridad de facto en las universidades, que ya ha dejado de ser la del Rector, situándose fuera
de ellas, en la nueva figura soberana del Subsecretario de Educación Superior. Desde sus
oficinas ha proyectado la universidad de papel con su propia nomenclatura y lenguaje (Porter
2007), dictando cada una de las políticas que se imponen como decretos supremos, validando
7 La "Ética a Nicómaco" de Aristóteles es el primer tratado sistemático sobre la ética. Como Platón y Sócrates, Aristóteles sostiene que la virtud nos ayuda a buscar la felicidad y esa es la base de la ética (Aristóteles 1973).
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ciertas instituciones y programas que aceptan los términos de la disciplina gubernamental y
recompensándolas con recursos para sedimentar su disposición al sometimiento en el nuevo
ciclo evaluador.
Este traslado de la autoridad se ha llevado a cabo sin que fuera necesario siquiera
modificar la legislación ni lo que ella consagra en torno a los principios de la autonomía
universitaria, pues éstas simplemente han dejado de operar. El gobierno universitario se ha
trasladado a un nuevo centro que la dirige desde afuera: las decisiones que la implican y que
antes asumía y defendía, se encuentran hoy en otras manos. La universidad ya no decide;
ahora sólo escucha y obedece, y sus “autoridades” se presentan ante su comunidad como
exitosa gestión al obtener los recursos que dan cuenta del tamaño de su sometimiento. Se trata
del festín de los esclavos que se regodean entre manjares diversos que componen el suculento
banquete de su cautiverio.
Ello habla de la crisis de una institución que ha dejado de ser, es decir, de una
institución sin posición, voluntad y auto-determinación, de esa universidad en ruinas que deja
entrever su posible cercano final a manos de las ambiciones de gobernantes que impulsan
políticas bajo los dictados de un mercado ignorante que sólo otorga valor, no al conocimiento
que interpreta y explica, sino al que opera y vende (Readings 1997). Sufrimos entonces, la
endeble formación y capacidad política e intelectual de los que desde afuera y desde arriba,
muestran una visión anoréxica de la educación superior, del gobierno y la planeación
educativa, que se refleja en el espejo de la simulación oportunista y utilitaria, lo que lleva a
eludir los problemas reales y vigentes de la sociedad de hoy, transformándolos en mera
apariencia con valor de cambio. Somos testigos del auge de la razón administrativa que ocupa
tiempo y recursos a partir del cumplimiento disciplinado de índices e indicadores (número de
doctores, perfiles deseables, eficiencia terminal, etc.) sin que exista ni pueda demostrarse
convincentemente una causalidad entre ellos y la supuesta calidad que provocarían.
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Somos parte de la política que se deslinda del ser para dedicarse al aparentar;
dejamos de ser para comenzar a sumar, para re/sumirnos en nuestros números, en nuestro
expediente, en ese largo listado de lo que hemos acumulado para intercambiarlo puntualmente
en la ventanilla del mercado de los saberes. Somos víctimas de las rupturas y contrastes de los
tiempos y ritmos dentro de la universidad; al lado de las rutinas, usos y costumbres de
siempre, nos vemos sometidos ahora al despliegue del aparato evaluador y planificador que,
devorando tiempos valiosos y enormes recursos, imponen el llenado mecánico de
formularios-sin-fin bajo un ritmo de híper-planeación sin pausas ni condiciones para la
reflexión y la maduración, en lugar de valorar, impulsar y financiar proyectos académicos
socialmente significativos. Los resultados de esta sin-razón instrumental no se han hecho
esperar: hoy tenemos a una universidad y a unos académicos postrados y una carencia total de
resultados en términos de la transformación de las prácticas institucionales que se hubiera
esperado que potenciaran la interacción, los vínculos y la vida académica entre los actores de
la universidad. Hoy lo que tenemos son sólo datos de lo que se reporta y que no sucede, de
productividades maquiladas, de cuerpos académicos que no funcionan, de redes académicas
que sólo se expresan en el papel, en fin, de supuestos/declarados logros académicos que en
poco o nada han impactado la calidad educativa y el bienestar social.
Uno de los rasgos que han caracterizado los más recientes estudios sobre el impacto
de las políticas federales aplicadas a la educación superior, es su limitación para interpretar la
magnitud de los cambios ocurridos en las últimas décadas (particularmente en los últimos dos
sexenios), y de reconocer los límites auto-impuestos y la ausencia de alternativas. No se llega
a comprender el profundo efecto de una política impositiva restrictiva e inhibidora que
dificulta la generación de nuevas ideas y proyectos para hacer resurgir a la educación superior
en toda su magnitud. El impacto y extensión de las políticas que articulan en un sólo modelo
la planeación, la evaluación y el financiamiento como motores del cambio institucional
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cosmético aplicadas en los últimos años, pueden verse ya como un corte o cisma histórico. Es
de atenderse el punto de vista de algunos investigadores que sostienen que se está clausurando
un ciclo, de tal modo que la investigación sobre las políticas muestra con nitidez que desde las
ciencias sociales es cada vez más difícil dar cuenta de lo que ha sucedido, está sucediendo y
sucederá. El objeto de estudio está agotado, por lo que estos esfuerzos terminan siendo
inevitablemente un intento de auto explicación, donde el tono tiende a la ambivalencia, y
donde muchas veces se acepta tácitamente la situación actual con un espíritu esencialmente
reformista “que se expresa en una inconformidad comedida” (Ibarra 2009) que conduce
prudentemente a seguir las políticas en sus múltiples versiones aunque se haya repelado un
poco.
Algo que definió el espíritu de nuestro trabajo fue evitar hablar desde el punto de
vista “macro” de las instituciones, pensando que era más didáctico y visual hablar en el
lenguaje cotidiano de la dimensión “micro”, como una nueva forma de dar escala, significado
y sentido a lo que hacemos, y desde allí llegar a imaginar un futuro diferente. Los problemas
que hoy enfrenta la educación superior pueden resumirse con dos palabras emblemáticas:
“planeación” y “evaluación”. Estos conceptos se han asumido como panacea infalible,
haciendo a un lado la teoría que las sustentan y que ha seguido evolucionando en una amplia
variedad de modalidades que las alejan de las ilusiones científicas, o del aparente rigor técnico
con el que intentan vestirse las políticas nacionales, denotando otra forma de crisis que ha
diluido su capacidad de intervención.
Hoy, las políticas centrales basadas en estas dos palabras, se enfrentan a la falacia de
la relación entre los indicadores impuestos y la calidad prometida, poniendo en duda que el
cumplimiento de requisitos en función de estadísticas haya mejorado verdaderamente la
docencia o la investigación. Además, esta falacia hace cada vez más visibles las prácticas de
simulación institucional que tanto tiempo y recursos consumen (y a las que la comunidad
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parece ya haberse habituado), mostrando que no se han producido los cambios prometidos en
sus funciones, prácticas y procesos. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos y a
contracorriente de quienes prefieren ver el barco hundido antes que aceptar que estamos en
medio de un naufragio, que estas políticas ya están agotadas y que se mantienen por inercia,
mientras los usos y costumbres de siempre continúan empeorando paulatinamente.
En las circunstancias que vivimos, la convergencia de estas diversas crisis –de ideas,
de instituciones y de prácticas– ha dejado de invitar a nuevas reflexiones, pues las
circunstancias dentro de la cultura política autoritaria de sumisión e hipocresía de la que no
acabamos de salir como sociedad y como país, la convierte en una crisis de tal magnitud que
dificulta y diluye nuestra capacidad de intervención. Es por ello que acudimos a la
imaginación y a la utopía de un futuro impensado, como maneras de vencer el escepticismo y
pesimismo reinantes y, a la vez, como posibilidad real para impulsar prácticas desde las que
comencemos a cambiar las cosas desde hoy sin tener que aguardar es futuro hipotético.
A partir de todo lo que ya hemos argumentado es posible comprender y ponderar los
tiempos que vivimos; nos encontramos en una época que nos convoca con urgencia a
resistirnos al sometimiento de la gestión mediante los números y, desde tal indisciplina anti
institucional, a imaginar futuros que se concreten en alternativas para reconstruir las
universidades públicas como espacios de diálogo que potencian el conocimiento compartido y
la inteligencia social. Acaso no podemos imaginar a la universidad fuera y más allá de los
marcos del conocimiento oficial y de su manejo institucional asentado en el despotismo de la
gestión empresarial (Ibarra 2005). Acaso no es ya el tiempo de decir NO a la degradación de
la planeación convertida en PIFIs, PROMEPs y PNPs, a las
acreditaciones/certificaciones/evaluaciones externas, al aparato de gestión y organización
tecno-burocrática que ha hecho del control y conducción del trabajo académico y sus
programas y proyectos, el instrumento para cercar la capacidad de reflexión crítica y el libre
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pensamiento. Acaso no es el momento de decir basta y de enfrentar este control a distancia
que, apoyado en sofisticados sistemas-en-línea, nos impide responder y resistirnos por el
simple hecho de que así funciona, porque nos impone el modo preciso en el que se llenan los
datos, porque nos impide respuestas que no se ajusten a sus reglas en términos de lenguaje,
extensión y forma.
Se trata de asumir y ejercer las acciones que preceden al cambio profundo que se
necesita para dirigirnos hacia la recuperación de nuestra palabra y con ella hacia una nueva
mentalidad de gobierno no centrada en el control, el dinero y el mercado. Bastaría tan sólo
una pequeña dosis de organización y desobediencia, una acción concertada para mostrar la
vulnerabilidad de los sistemas que hoy nos aprisionan y que dejarían de funcionar en el
momento en el que nos decidamos a romper las reglas, a no operar bajo su lenguaje, sus
protocolos y sus rutinas, a subvertir el orden informático-computacional que se no ha
impuesto a cambio de unas cuantas monedas. Estas acciones, que denotarían una nueva
actitud a favor de la recuperación de nuestro ser, de ese autos que supone determinación de
uno mismo al lado de la determinación de los otros con los que es posible compartir
proyectos, permitirían reivindicar claramente el valor de lo que los académicos,
investigadores y docentes hacemos y podríamos hacer. Se trata de una condición para
reconocer y reorientar las acciones y proyectos que nos permitan a todos recuperar nuestras
instituciones públicas, porque son nuestras en tanto que bien “que es de todos los
ciudadanos, tanto en el dominio espiritual como en el material, y que se presenta
como bueno y, por tanto, digno de cuidado” (Fuenmayor 2007:18). En este sentido,
las universidades pueden constituirse en esos espacios compartidos desde los que sea
posible recuperar, aprovechar, recoger y canalizar nuevas iniciativas colectivamente
compartidas.
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Pensar en el futuro nos remite al concepto de “planeación”, que a su vez lleva implícito el de
evaluación y el de conducción o toma de decisiones. Se trata de un concepto que tiene logos
en su propia enunciación: planear es formular un futuro. Sin embargo, su importancia y
significado se han desgastado y tergiversado en las políticas oficiales afectando su vitalidad.
Resulta evidente que tanto el gobierno como las universidades públicas viven un momento de
disolución de su aparato crítico, de su núcleo teórico y de su capacidad de incorporar
pensamientos que les permitan sortear las angustias asociadas a la incertidumbre y a los
conflictos del momento. Al invocar a la planeación se producen dos resultados que se
contradicen entre sí: por una parte, se generan expectativas que nunca se cumplen ya que al
mediar la acción de múltiples agentes en la operación del plan éste siempre se desvía de su
punto de llegada formalmente proyectado; por la otra, al apreciarse la insalvable brecha entre
lo planeado y lo realizado, se erosiona la legitimidad de la planeación que termina siendo más
un requisito formal por cumplir, que una poderosa arma reflexiva para saber en dónde
estamos y hacia donde queremos ir, aunque sepamos que al final lleguemos a otra parte. Es
aquí donde se aprecia la incomprensión o ignorancia gubernamental de lo que significa y
supone la planeación como conocimiento que no se agota en la superficialidad e inmediatez
de sus procedimientos o la banalidad formal de sus resultados.
Como ya dijimos, observar la educación superior de hoy no nos permite ser
demasiado optimistas en relación con su destino. Tampoco nos permite, incluso, terminar de
tomar conciencia de lo que ocurre dentro de nuestros centros de estudio, pues nuestra visión
se encuentra deformada por intervenciones externas que se ubican claramente al margen del
itinerario de la razón y de las teorías del conocimiento, para no hablar de las prácticas
mismas. El discurso oficial ha adoptado el árido y limitado lenguaje empresarial, repitiendo
una y otra vez sus términos hasta agotarnos: “calidad”, “equidad”, “pertinencia”,
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“excelencia”, “perfil deseable”… que asumen categorías o escalas que los distorsionan y
desgastan como lo hace todo anuncio que se repite miles de veces en los medios: “cuerpos
académicos”, “liderazgo académico”, “competencias”, “redes”, “constructivismo”… De esta
manera, la política gubernamental gira en círculos monótonos que la alejan con fuerza
centrífuga del impacto transformador que debía producir en las conductas o de los cambios
significativos del conocimiento que había prometido generar, produciendo en su lugar
mutaciones técnicas que terminan provocando mutaciones cognoscitivas en una comunidad
universitaria bifurcada y cada vez más desorientada.
Pero la universidad posee otra noción de temporalidad respecto a la temporalidad de
los medios, de las imposiciones centrales o de las mutaciones técnicas del aparato
administrativo. El lenguaje importado de la planeación –expresado en los términos tan
arbitrarios como incomprensibles de la visión, la misión o la cadena confusa de
fortalezas/oportunidades/debilidades/amenazas– atenta contra la independencia conceptual
que hoy está en juego y que requiere de una autoconciencia que nos conduzca a retornar a las
fuentes para percibir hasta qué punto aquella proclama de autonomismo de Justo Sierra en
1881, que luego se convirtiera en la filosofía de la Universidad en 1910, mantiene toda su
vigencia:
La nueva casa de estudios no es invernadero de una casta de egoístas que vivan en torre de marfil; será creadora, eso sí, de un grupo selecto, pero selecto por “su amor puro a la verdad”, y por eso sabrá sumar el interés de la ciencia al interés de la patria. Esos hombres son los que cuentan, son “los que tienen voz en la historia”, son los verdaderos educadores sociales, son Juárez, Lincoln, Karl Marx… (Gaceta 2004: ii).
Es en este regreso al pasado, desde donde podremos replantear nuestro futuro.
Ya lo dijimos, estamos viviendo el final de un ciclo, de una época, estamos viviendo
el final de una universidad pública que ya no existe tal como alguna vez la conocimos. De
nosotros depende un nuevo inicio que reponga sus potencialidades críticas, pero también sus
condiciones intelectuales y morales, de tal manera que estos programas gerenciales del ahora
que estamos atravesando y padeciendo, y que como investigadores intentamos nuevamente
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explicar en este libro, se vayan diluido y erosionado junto con los “valores” de la sociedad
contemporánea en la que vivimos. Del legado que nos deja la universidad pública mexicana
que conocimos, legado filosófico, histórico y teórico que hoy también pasa por la misma
crisis, debemos recuperar el ideal del logos, de manera que extraiga su fuerza de la misma
crisis. No la extraerá sin imaginación humanista, sin la fuerza que pueda hacerla retornar
como fundamento de la condición vocacional de miles de profesores, de miles de estudiantes,
de miles de jóvenes impedidos de acceder a ella… El desafío se encuentra en la capacidad que
tenga la universidad para visualizar un futuro que le permita regresar al presente con sus
propias propuestas, con su propia capacidad de planearse y de conducirse, diciendo no a todas
aquellas instancias externas que oscurecen y obstaculizan las formas de lucidez que invocan al
conocimiento que aflora como sustento esencial en el renacimiento de la universidad.
Al cerrar este ciclo con este volumen, es posible que algunos investigadores
pensemos en dejar de estudiar las políticas y sus efectos, en parte porque ya los conocemos,
pero principalmente porque no podemos esperar nada nuevo de estos estudios. Cerramos
ciclos y abrimos otros nuevos, y sutilmente, sin darnos cuenta, volvemos a repensar y a
imaginar a la universidad. Quizás esta actitud surge porque somos personas envueltas en un
proyecto pedagógico, o porque somos personas que suponemos ser poseedoras del lenguaje
del conocimiento, y al suponerlo, también suponemos que lo que pensamos que conocemos
no es suficiente, ni que somos capaces de transmitirlo como creemos. Esto es lo normal en la
naturaleza del debate sobre las políticas, un debate desvirtuado por el discurso del
conformismo y la simulación, por el miedo a dejar de recibir subsidios, un debate que se niega
a sí mismo al traducirse en formas absolutamente destructivas y autodestructivas que
adquieren múltiples modalidades según los ámbitos de competencia y los montos bajo
disputa. Se trata de una atmósfera dual, de una doble cara, esquizofrenia y doble vínculo,
hipocresía instaurada que no puede sino dejarnos una cierta sensación de amargura, amargura
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desde la que hablamos, desde la que miramos hacia el futuro, buscando una nueva esperanza,
convirtiéndola en lo que Horacio González llama un “ iluminado pesimismo” (Portantiero
2005).
De todos modos invitamos a repensar a la universidad. Lo hacemos en esta
introducción a un libro en donde un grupo de investigadores hemos venido construyendo
nuevas propuestas y sentidos que, sumados, toman la forma de un proyecto múltiple.
Pensando en el camino recorrido por este grupo de estudiosos de la universidad, ahora, en este
instante y desde este libro, invitamos a repensar a la universidad incluyendo la necesaria
recomposición de su lenguaje. Creemos que es necesario aprender a pensar y, por tanto, a
hablar/leer/escribir de otra manera. Es necesario reconocer que el lenguaje que estamos
empleando en la academia en estos momentos, el que vemos en los libros, ensayos y capítulos
de nuestros colegas o en los propios nuestros, es un lenguaje rigidizado que se encuentra
atrapado entre conceptos y términos que han soslayado la primera persona y las tonalidades
de nuestra propia voz. Las circunstancias nos han empujado a ello: nos han censurado por
diversas vías, la de la evaluación y sus dádivas en dinero, en prestigio y en poder, la de la
imposición de un paradigma de ciencia que defiende al positivismo a pesar de que desde hace
tiempo perdió su razón de ser, la idea de una planeación normativa derivada de un
pensamiento único que, bajo la creencia de tener un poder del que realmente carece, hace a un
lado la planeación que emerge del contexto que respeta las circunstancias materiales y
espirituales específicas donde estamos insertos los individuos.
Nos hemos desviado y hoy tenemos que recuperar las discusiones alguna vez vividas,
recuperando el sentido profundo de las palabras, de conceptos hoy desdibujados como
gobierno y planeación, para superar la impericia lingüística que muestra el discurso oficial, y
retomar la pluralidad temática, retórica y estilística propia del mundo actual con sus nuevas
características. Esto obliga a proseguir con esta discusión sin preocuparnos demasiado por
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ninguno de los programas federales que nos sujetan y atosigan como parte del enorme aparato
institucional que se ha construido en México a lo largo de los últimos 25 años, situados desde
el idioma que hablamos, replanteando el uso del lenguaje como forma de conocimiento y las
técnicas idiomáticas que de algún modo nos constituyen en sus dimensiones lingüísticas.
Las políticas y sus discursos y juegos retóricos han llevado al resquebrajamiento
incluso de los ritmos, los tonos y hasta la dicción. Hoy es casi imposible entender el lenguaje
del académico o del científico; por eso es necesario recomponer la universidad pública con su
potencialidad democrática y transformadora. Si es verdad que esto es lo que nos interesa,
entonces tendremos evidentemente que privilegiar la recomposición de nuestra identidad
grupal hoy oscurecida, fragmentada y envenenada por esa cultura de la burocratización que
impone fronteras, “bunkers” y divisiones artificiosas que son resguardadas por las afiladas
normas y procedimientos, cual alambres de púas del más sofisticado campo de concentración
o gulag académico.
Compartimos la convicción de que la universidad pública podría volver a ser la casa
ideal de esa pretensión social a favor del conocimiento y la reflexión, y más cuando esa
sociedad ha sido golpeada, sometida a la violencia, constantemente saqueada y mal
administrada, en consonancia incluso con el modo en el que se han dado las cosas en la propia
universidad a lo largo de los últimos lustros. El modo en que se construye el lenguaje del
estudiante, del profesor o del lector, no puede ser un modo vinculado a los estilos de las
decisiones burocráticas. Los académicos hemos estado a merced del decisionismo burocrático
a través de las rutinas impuestas para presentar informes, investigaciones, llenar formularios,
cumplir requisitos, inclusive citar y ser citado, por parte de ese conjunto local de funcionarios
que traducen y siguen las consignas de los funcionarios del gobierno federal o las agencias
internacionales, que se han empeñado gozosamente en reorientar drásticamente el lenguaje
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universitario a través de una suerte de despotismo informático, que de ninguna manera es el
camino de la universidad.
Hablar de políticas para la educación superior es hablar de este despotismo que se
ejerce sobre el lenguaje general hablado (y las conductas que lo siguen), como sobre el
lenguaje que hablan los estudiantes (obligados a redactar sus tesis en el tono histriónico bajo
el que sus tutores conciben la voz académica) y sobre el habla de los profesores a través del
prestigio de un conocimiento que adquiere su legitimidad gracias a sus grandes íconos y a los
sistemas de resguardo operados por bien entrenados gatekeepers disciplinarios. Esto no puede
seguir por más tiempo así, a riesgo de perder lo poco que nos queda. La nueva
institucionalidad que conduce a la universidad desde los dictados de la gestión tiene una
potencialidad fuertemente destructora, pues somete a la razón eliminando el potencial
transformador del conocimiento para ponerlo al servicio de la legitimación y reproducción de
estructuras que niegan el saber en su propio nombre. No ha resultado grato vivir en una
universidad así encaminada. Pero creemos también que la fortaleza de la universidad es
grande y, como nos lo ha mostrado la historia en distintos momentos, conserva su potencial
auto transformador tan asociado a la reconstrucción de su lenguaje y los sentidos que desde
éste se pueden producir y proyectar. Aunque hoy pareciera todo perdido, pues la razón del
saber que pregunta y cuestiona se encuentra hoy acallada por enjambres de laberintos y
vericuetos burocráticos, siempre hay fisuras y resquicios que devienen más tarde o más
temprano en verdaderas rupturas desde las que resurge la inteligencia social para someter a
esa palabra vacía y ese dato espurio que hoy se presenta como definitivo vencedor de una
disputa aún en proceso. La simulación y la mentira deben ser combatidas con la
independencia intelectual que resguardan nuestras universidades, pero debemos hacerlo bajo
formas distintas de aquellas que caracterizaron al poder de ciertas élites en el pasado. No se
trata de salir de un despotismo para caer en otro. Hay que romper la tradicional distribución
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de papeles que ha determinado que los académicos con formación y grados son los que
enseñan e investigan bajo los formatos que imponen quienes abandonaron su condición de
docentes o investigadores para seguir por el camino de la gestión institucional; necesitamos
reconocer que el conocimiento se produce hoy bajo otras modalidades y que no es monopolio
exclusivo de unos cuantos ni atiende a formas predeterminadas de producción.
Formamos parte de instituciones donde enseñaron profesores y profesoras que hace
muchos años ya se plantearon este mismo problema de la independencia intelectual, leyendo
todo lo que se tenía que leer y estudiando lo que provenía del análisis de otras crisis. Pero en
la crisis actual, en la que se pretende dejarnos sin palabra, nosotros somos protagonistas y
tenemos mucho que decir: es nuestro turno y es nuestra obligación. Este libro muestra parte
de este compromiso, pues creemos que hoy es más necesario que nunca, recomponer y
refundar el mundo académico y nuestras universidades públicas a través de nuevos proyectos
que se apoyen en el uso renovado de la palabra. Debemos, con mayor firmeza que nunca,
rechazar las regulaciones burocráticas que intentan controlar el uso de la palabra, atrofiando
nuestra capacidad de pensamiento a través de la imposición de ciertos patrones en nuestras
formas de hablar, de leer y de escribir y, desde allí, eliminando la posibilidad de mirar otros
mundos, de imaginar futuros que hagamos posibles desde nuevas prácticas y modos de actuar.
Hay que decir basta a toda intervención que pretenda el control de los discursos y su escritura
pues en esta intención se esconde la inhabilitación para actuar, pues quien no habla no piensa,
y si no se piensa no es posible actuar para realizar esos futuros imaginados que pondrían en
riesgo los presentes instituidos de la razón administrativa. Hay que rescatar nuestro
patrimonio verbal, pues es en última instancia expresión de nuestro ser y motor de nuestro
actuar. En ello descansan las posibilidades para examinar y comprender los presentes que nos
agobian y para imaginar esos futuros que nos permitan dejar de ser lo que somos para
comenzar a ser de otra manera.
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EEssttee ll iibbrroo eenn eell ccoonntteexxttoo ddee llaa ppaarrttiicciippaacciióónn yy llaa ccoollaabboorraacciióónn
Esta obra comunica los resultados de la tercera etapa del proyecto interinstitucional de Auto-estudio de
las universidades públicas mexicanas “La Universidad en México en el año 2030: imaginando
futuros”. Su realización implicó la creación del Grupo Interinstitucional de Estudios sobre Futuros de
la Universidad (GIESFU), la realización del seminario “Imaginación rigurosa: una metodología para
visualizar escenarios futuros de la universidad” y la organización del Tercer Encuentro de Auto-
estudio de las Universidades Públicas Mexicanas.
Los resultados alcanzados fueron posibles gracias a la colaboración establecida entre el
Centro de Investigaciones Interdisciplinarios en Ciencias y Humanidades de la UNAM y el
Departamento de Estudios Institucionales de la UAM-Cuajimalpa, experiencia que muestra los
alcances del esfuerzo conjunto de dos instituciones que se han constituido como nodos para comunicar
a un amplio número de académicos a lo largo y ancho del país para conformar redes de trabajo que
realmente funcionan.
Por ello deseamos agradecer la participación y las contribuciones realizadas al proyecto por
Abril Acosta, Lilian Álvarez, Paul Adams, María Isabel Arbesú, Luis Arturo Ávila, Ofelia Badillo,
Cristobal Cobo, Pablo Manuel Chauca, Axel Didriksson, José Gandarilla, Manuel Gil, Raquel
Glazman, Guadalupe Gómez Malagón, Arturo Guillaumín, Arthur M. Harkins, Rosalía López
Paniagua, Riel Miller, John W. Moravec, Martín Pastor, Lilia Pérez Franco, Óscar Pérez, Ricardo
Pérez, José Antonio Ramírez, José Luis Ramírez, Nicolás Rodríguez, Corina Schmelkes, Alejandro
Tapia, Carlos Topete, Gonzalo Varela, Miguel Ángel Vértiz y Liberio Victorino Ramírez.
El proyecto pudo arribar también a buen puerto gracias al intenso trabajo de coordinación y
logística realizado por Carmen Zambrano Canales que se desempeñó como Secretaria Técnica del
GIESFU. Reconocemos en su intenso trabajo y su amplio compromiso un aporte indispensable para
alcanzar los resultados que hoy se concretan en esta obra.
BBiibbll iiooggrr aaff ííaa
Aristóteles (1973) Ética Nicomaquea, México, Porrúa, 3129 págs.
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Cazés, Daniel, Axel Didriksson, José Gandarilla, Eduardo Ibarra y Luis Porter (coords.) (2007) Disputas por la universidad: cuestiones críticas para confrontar su futuro, México, CEIICH-UNAM, Col. Educación Superior, 479 págs.
Cazés, Daniel, Eduardo Ibarra y Luis Porter (coords.) (2000) Re-conociendo a la universidad, sus transformaciones y su por-venir. I. Estado, universidad y sociedad, entre la globalización y la democratización; II. Evaluación, financiamiento y gobierno de la universidad: el papel de las políticas; III. Los actores de la universidad: ¿unidad en la diversidad?; IV. La universidad y sus modos de conocimiento: retos del porvenir, México, CEIICH-UNAM, Col. Educación Superior, 222, 170, 218 y 286 págs.
Cazés, Daniel, Eduardo Ibarra y Luis Porter (coords.) (2003) Geografía política de las Universidades Públicas Mexicanas: claroscuros de su diversidad. Tomo I, México, CEIICH-UNAM, Col. Educación Superior, 450 págs.
Cazés, Daniel, Eduardo Ibarra y Luis Porter (coords.) (2004) Geografía política de las Universidades Públicas Mexicanas: claroscuros de su diversidad. Tomo II, México, CEIICH-UNAM, Col. Educación Superior, 386 págs.
Fuenmayor, Ramsés (2007) El Estado Venezolano y la posibilidad de la ciencia, Mérida, Universidad de los Andes, 95 págs.
Gaceta (2004) “Suplemento del 75 Aniversario de la Autonomía Universitaria”, en Gaceta UNAM, Núm. 3,749, 23 de septiembre.
Ibarra Colado, Eduardo (2005) "Origen de la empresarialización de la universidad: el pasado de la gestión de los negocios en el presente del manejo de la universidad", en Revista de la Educación Superior, Vol. 34, Núm. 2 (134), págs. 13-37.
Ibarra Colado, Eduardo (2009) “Impacto de la evaluación en la educación superior mexicana: valoración y debates”, en Revista de la Educación Superior, Vol. 38, Núm. 1 (149), enero-marzo.
Portantiero, Juan Carlos et al. (2005) Crisis de las ciencias sociales de la Argentina en crisis, Buenos Aires, Prometeo libros, 145 págs.
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Readings, Bill (1997) The University in Ruins, Cambridge, Harvard University Press, 238 págs.
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