La acción voluntaria de la libre subjetividad, o sea la forma concreta con que el ser
social históricamente determinado realiza su necesidad
Juan Iñigo Carrera
CICP
En su texto “Hacer o qué hacer: Esa es la cuestión. De la teoría a la acción política”,
Mercedes D´Alessandro e Igal Kejsefman (de aquí en más MDA e IK), afirman que de mi
libro “El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia” se desprende:
Otra de las formas de entender las condiciones materiales es el determinismo o el
economicismo, que es lo que nos intensa abordar y discutir en este trabajo porque
entendemos que lleva a la (in)acción política. Esta postura la podemos encontrar en el libro El capital: Razón histórica, sujeto revolucionario, y conciencia, de Juan Iñigo Carrera (JIC).
(MDA e IK, p. 3)
En mi libro El capital: Razón histórica, sujeto revolucionario, y conciencia desarrollo
repetidamente la necesidad (o sea, la determinación) de la acción política de la clase obrera
como la forma concreta de la superación del modo de producción capitalista. Pero no me
detengo en señalar esta necesidad, sino que avanzo desarrollando la razón por la cual esta
acción política necesita tomar una forma concreta determinada, que frente al discurso
posmoderno del repudio a la toma del poder del estado por la clase obrera, reivindica el
planteo del Manifiesto comunista. Sintetizo aquí la cuestión hilvanando las siguientes citas:
Por lo tanto, es en esta acción política revolucionaria donde la clase obrera da cuerpo a la
plenitud del desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad en que se expresa
directamente la necesidad del modo de producción capitalista de superarse a sí mismo: es aquí donde se dirime el desarrollo inmediato de la organización consciente general de la vida
social. (JIC, Imago Mundi, pp. 45-46)
La centralización del capital como propiedad directamente social, o sea, como propiedad
del estado, es la forma más potente de la socialización del trabajo privado. Mediante esta
centralización, la clase obrera toma en sus manos su propia relación social enajenada. Por lo
tanto, su realización es la forma concreta general de la acción política en que la clase obrera expresa sus intereses históricos como sujeto revolucionario. (JIC, p. 51)
Estas condiciones en que se desarrolla la esencia de la acumulación de capital actual cobran una forma ideológica específica en la pseudocrítica del modo de producción
capitalista que se fascina con la apariencia de la contraposición de una «sociedad civil» al
estado. Así, los papeles históricos antagónicos de la clase obrera y la clase capitalista,
determinados por la transformación en la materialidad misma del trabajo humano regida por la subsunción real de éste en el capital, quedan borrados de la lucha política. Su lugar lo
ocupa la apariencia de que, por una parte, se mueve la afirmación autónoma del espíritu
humano libre de su determinación histórica como personificación del capital social y, por la otra, se mueve el estado, no como representante político necesario del capital social sino
como un sujeto autónomo que sirve al capital desde su exterior. Esta inversión tiene una
expresión política acabada: el proclamar como quintaesencia de la acción revolucionaria superadora del modo de producción capitalista a la abominación y el horror por la acción
política de la clase obrera orientada a tomar el poder del estado. De este modo, las formas de
acción política en que se refleja la impotencia circunstancial de la clase obrera para ejercer la
representación política general del capital social que valoriza con su plustrabajo, y por lo tanto, su impotencia circunstancial para avanzar tomando directamente en sus manos su
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propia relación social general enajenada, quedan ideológicamente invertidas como si fueran
un salto adelante en el proceso de superación de la enajenación. Muy apropiadamente, esta
impotencia política completa su papel ideológico rebajando la potencia específica de la
conciencia científica como forma concreta necesaria de la acción política del proletariado al nivel del «deseo» y el «festejo», tan al gusto posmoderno. (JIC, pp. 120-123)
Las formas concretas de la acción internacionalista dirigida hacia la formación de una clase obrera inmediatamente mundial es la cuestión central que subyace en cualquier acción
política capaz de expresar «los intereses generales del proletariado». Bajo una nueva forma
específica, el cierre del Manifiesto Comunista sigue teniendo plena vigencia. (JIC, p. 91)
¿Cómo es posible ver en esta propuesta concreta para la acción política de la clase
obrera un llamado a la (in)acción(sic) política? Tal vez podría pensarse en una lectura
incapaz de enfrentar la complejidad de la cuestión. O, peor aún, en que se hacen afirmaciones
sobre un texto que no se ha leído en su integridad (cosa que parece ser un hábito en algunos
marxistas argentinos). Pero no. Ambos autores conocen mis desarrollos en su integridad, no
sólo a través de la presunta lectura de mi libro, sino que han participado en exposiciones
donde he planteado y sometido a intensas discusiones la unidad de mis puntos de vista acerca
de la necesidad de la acción política de la clase obrera como sujeto revolucionario y de la
forma de conciencia capaz de organizarla.
La pregunta a la que verdaderamente da lugar el trabajo de MDA e IK es entonces la
siguiente: ¿De qué necesidad es portadora la conciencia de sus autores que los determina a
presentar mi propuesta de acción política revolucionaria de la clase obrera como si fuera la
negación de la acción política?
Tal vez no vaya a faltar quien levante aquí un indignado ¡determinismo! Pero si la
acción de MDA e IK careciera de necesidad, de determinación, todo intento de someterla a
discusión carecería de sentido. Si así como llegan a su conclusión acerca de mi trabajo
hubieran podido llegar a la conclusión contraria porque sí, o a concluir que mis desarrollos
son azules, o a cualquier otra conclusión carente de sentido (vaya, de necesidad, de
determinación), entonces todo intento de razonamiento (es decir, toda búsqueda de razón, o
sea, de determinación) respecto de sus planteos carecería de objeto y, por lo tanto, de razón de
existir. El espanto por la determinación y su conocimiento no es otra cosa que el culto a la
acción irracional, a la acción ciega respecto de su propia necesidad.
Una aclaración antes de avanzar, a fin de evitar cualquier malentendido. En el texto
que sigue interpelo de manera directa a MDA e IK, ya que ellos son los que han abierto el
presente debate y me han invitado personalmente a contestarles. Pero mi respuesta no apunta
a sus personas sino a su condición de representantes de concepciones ideológicas cuyas
determinaciones los trascienden personalmente y que tienen hoy día una presencia dominante
en la organización de la acción política de la clase obrera.
MDA e IK plantean de entrada como racionalidad, es decir, como determinación de su
discurso, el carácter científico del mismo. En particular, empiezan por la relación entre
conocimiento y acción transformadora. Pero, en lugar de explicar la relación concreta entre
ambos, no pueden ir más allá de darle vueltas a la enunciación de que el conocimiento “sirve
de base”, “potencia”, tiene “efecto directo” sobre la acción:
Si entendemos que la acción transformadora sobre el mundo se potencia con nuestro
saber de él, y este saber se plasma en la teoría científica, entonces es central entender el
vínculo entre cómo este saber encarna en la acción y cómo la acción lo transforma. Es decir, dado que entendemos que la creación de conocimiento científico es una forma de acción
política, sirve de base para ella, la potencia, etc., entonces la cuestión es acerca de cuál es el
vínculo de la teoría con la acción, o bien, cómo resolvemos la separación de estos dos momentos en una unidad. (MDA e IK, p. 2)
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…
Las lecturas que se realicen de las condiciones materiales tendrán un efecto directo sobre
las distintas tácticas y estrategias políticas -alternativas de acción- para la transformación
ante un mismo problema (la explotación del hombre por el hombre), lo que muestra la relevancia de este problema que en apariencia es teórico. (MDA e IK, p. 2)
Ahora bien, aunque MDA e IK no puedan terminar de explicar la relación concreta, es
claro que en su exposición esta relación está presentada con el carácter de una determinación:
el conocimiento, o sea, la conciencia, determina a la acción. Pero, y entonces ¿qué determina
al conocimiento, qué determina a la conciencia? ¿De dónde surge la necesidad de que se
formule una teoría u otra, de que se realice una “lectura” u otra? Según MDA e IK esta
necesidad no puede surgir del ser social del sujeto, o sea, del modo en que éste porta en su
persona su capacidad para participar en la organización del proceso material de metabolismo
social. Esto sería un espantoso “determinismo o economicismo”. En consecuencia, MDA e IK
la van a atribuir a una voluntad política que define por sí misma, o sea libre de toda
determinación como no sean sus propios “objetivos políticos”, qué forma darle a su
conciencia y, de ahí, a su acción:
Desde nuestro punto de vista, todas las teorías científicas actúan sobre el mundo y nada
tienen de neutrales. La diferencia radica en sus objetivos políticos… (MDA e IK, p. 1)
Sobre esta base, MDA e IK manifiestan tener interés en “contribuir a la construcción”
de unos “sistemas” que comparten el mismo objetivo político dado que “asumen abiertamente
su unidad de teoría y acción […] entendiendo la necesidad de una transformación conciente
del mundo”. Y a continuación dan por explicada la existencia de propuestas muy diferentes y
contrapuestas de acción política dentro del campo así definido por las diferencias en “la
lectura” (“reformista” en unos casos, “revolucionaria” en otros) de las “condiciones
materiales” hecha por sus respectivos autores. Ahora bien, a MDA e IK ni siquiera se les
ocurre formularse la pregunta que su propia exposición hace obvia: ¿y de qué dependen las
diferencias en estas “lecturas”? O por usar el término abominable, ¿qué determina esas
diferencias? Ya sabemos que, según MDA e IK, explicar la existencia de estas diferentes
lecturas porque sus autores son los sujetos de las acciones en que toma forma concreta
necesaria la organización de las condiciones materiales de su proceso de vida social y, por lo
tanto, que estas acciones son la forma concreta con que ejercen su relación social general, es
caer en un “economicismo” y un “fatalismo” inadmisibles. ¿Y entonces? ¿Será que la
naturaleza produce individuos con la voluntad de transformar conscientemente al mundo pero
dota a algunos de éstos con un espíritu revolucionario y a otros con uno reformista? ¿O será
más bien que MDA e IK son portadores de la necesidad social de ejercer una voluntad
fatalmente conformista respecto de las apariencias más inmediatas de la acción política?
Pero hay más. Según MDA e IK:
Cuando Lenin nos advierte que “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco
movimiento revolucionario” no hace otra cosa que poner en primer plano la unidad entre
teoría y práctica, entre sujeto y objeto. (MDA e IK, p. 2)
Supongamos, en los términos de MDA e IK, que bajo la influencia perniciosa de un
“fatalismo” económico nadie tuviera la voluntad de desarrollar una “teoría revolucionaria”.
En tal caso, siempre en los términos de MDA e IK, no podría haber ningún “movimiento
revolucionario”. ¿Querría decir esto que el modo de producción capitalista tiene la posibilidad
de ser eterno? O, puesta la voluntad revolucionaria sobre sus pies, ¿no será que como forma
históricamente específica de organizarse la vida humana, y por lo tanto del desarrollo de las
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fuerzas productivas materiales del trabajo social, el modo de producción capitalista lleva en sí
la necesidad de su propia superación engendrando un sujeto concreto portador de esta
necesidad y, por lo tanto, de una voluntad revolucionaria?
Bueno, tal vez MDA e IK nos dirán simplemente que no tomemos a Lenin tan en
serio, que se trata nomás de una “metáfora”. Porque después de tanta certeza, empiezan a
vacilar y apelan a un dudoso “quizás”:
Si la acción de los oprimidos es una noacción en la espera de la hora que llegará por el
desarrollo mismo del capital, en lugar de fomentar la pronta organización de los de abajo quizás estos nunca lleguen a conocer una nueva sociedad. (MDA e IK, p. 4)
¿Cómo? ¿Quizás haga falta la acción, quizás de todos modos no haga falta? Cualquier
rigor científico sale aquí de escena a ritmo de bolero: “quizás, quizás, quizás”. Ocurre que,
después de tanto entusiasmo por la libre voluntad política como determinante de la acción,
MDA e IK se espantan de sus propios dichos, y resulta que:
Por supuesto, que el peligro está en caer en el polo opuesto: el voluntarismo, o el dominio
de las condiciones subjetivas sobre las objetivas. Creer que por la propia voluntad, y por
haber conocido su condición de explotado, el saberse mercancía (el ser contemporáneo de sí mismo, como plantearía Hegel) ya están dadas las condiciones para la transformación del
orden de las cosas. Claro que eso también sería una quijotada. (MDA e IK, pp. 4-5)
Pero ¿cómo saben MDA e IK que no han sucumbido al “peligro” de caer en el
voluntarismo desde el inicio mismo de su planteo, donde las voluntades políticas, empezando
por la suya propia, campean sin la menor referencia a su determinación? No hay respuesta en
su texto. Nos dejan deshojando la margarita teórica del “me caigo mucho, poquito, nada en el
voluntarismo, me caigo…” En mi trabajo “Acerca del carácter de la relación base económica -
superestructura política y jurídica: la oposición entre representación lógica y reproducción
dialéctica” he puesto en evidencia el carácter de este tipo de criterio, que pretende derivar la
norma de sus desvíos en vez de explicar los desvíos como forma necesaria de realizarse la
norma, a propósito de su planteo por Gramsci:
Otro ejemplo claro en el mismo sentido lo ofrece Gramsci: advierte que no hay que caer
en el “economismo”, ni caer en el “ideologismo”, pero no puede decir respecto de la
determinación misma más que “es difícilmente establecido con exactitud”. ¿Cómo se sabe que se está cayendo hacia un lado o el otro si no se puede definir qué es estar en el punto de
equilibrio, o sea, en el punto en que el caerse para un lado y para el otro se han eliminado
mutuamente y por lo tanto su relación ya no explica nada? Toda la complejidad de la
relación real acaba reducida a una ambigüedad cuantitativa ¿Mucho, poquito? Lo cual no es de extrañar, ya que la lógica es la forma necesaria de representar idealmente la
determinación cuantitativa considerada en sí. Es porque en realidad la representación sólo
corresponde a una determinación de cantidad, que ninguno de los sostenedores de la “autonomía relativa” y concepciones similares puede enunciar la cualidad de la
determinación, y no pueden pasar de explicarla como una cuestión de desvíos cuantitativos
carentes de norma. (JIC, “Acerca del carácter…”, pp. 2-3)
Este texto mío, presentado justamente un año antes que el de MDA e IK al mismo
congreso de epistemología, apunta de manera directa a la base metodológica que sustenta el
verdadero contenido ideológico del planteo de MDA e IK. Efectivamente, MDA e IK están
convencidos de que el conocimiento científico tiene, por naturaleza y por lo tanto
ahistóricamente, la forma de una representación lógica:
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La teoría científica se nos aparece como la forma en que nos representamos la realidad
mediante el pensamiento, pero esto no es una mera representación, ya que como hemos
señalado, la ciencia es acción, por tanto esta representación que nos hacemos es también la
reproducción de aquello representado y por tanto colabora en la construcción de nuestro mundo. (MDA e IK, p. 6)
Sin embargo, la ciencia, y a fortiori la teoría científica, no es sino una forma de la
conciencia, por lo tanto, la expresión de una relación social históricamente determinada y, de
ahí, una forma concreta históricamente determinada de relación social ella misma. Y como
toda relación social, su carácter histórico no se limita meramente a darle uno u otro contenido
sino que determina el cambio de su forma misma. La verdadera cuestión de la determinación
histórica de la conciencia científica no pasa simplemente por el hecho de que un método
ahistóricamente dado va engendrando distintos contenidos, sino que parte necesariamente de
preguntarse por la determinación histórica del método científico mismo.
La voluntad crítica de MDA e IK se detiene ante la apariencia de que el contenido de
la ciencia tiene un carácter histórico, pero que su forma, esto es, su método, se encuentra
ahistóricamente determinada como el de una representación de lo concreto mediante el
pensamiento. Condenan severamente a quienes no reconocen críticamente que la ciencia tiene
su contenido determinado por el carácter histórico del proceso social. Pero no pueden siquiera
darse cuenta de que ellos hacen exactamente lo mismo ante la forma de la ciencia, ante su
método. Bien podría aplicárseles una dosis de su propia crítica:
… esta manera de comprender la cosa, sólo nos revela el carácter poco comprometido, o
ingenuo en el mejor de los casos, del científico que no sólo necesariamente se encuentra
condicionado por el carácter mercantil de la producción científica […] Su modo de presentarse […] es sólo una forma de naturalizar y reproducir acríticamente las relaciones
sociales vigentes bajo la protección de un discurso que se presenta como científico. (MDA e
IK, p. 1)
Pero, una vez más, lo que importa son las preguntas que deja abierta el planteo de
MDA e IK. ¿Debemos conformarnos con atribuir su aceptación acrítica de la representación
teórica como método natural de la ciencia al “carácter poco comprometido, o ingenuo en el
mejor de los casos” de su voluntad científica? ¿O debemos preguntarnos por la necesidad
histórica concreta que toma forma en su voluntad científica “de naturalizar y reproducir
acríticamente las relaciones sociales vigentes bajo la protección de un discurso que se
presenta como científico”? MDA e IK deberán dar su respuesta; la mía es, sin duda, la
segunda.
En este sentido, hay un hecho que se transparenta notablemente a través del texto de
MDA e IK. Pese a presentarlo en un congreso de epistemología con un eje explícito en la
discusión de mi libro, omiten toda referencia al desarrollo que hago en el mismo acerca de las
determinaciones históricas del método científico. Centro este desarrollo en contraponer la
reproducción de lo concreto mediante el pensamiento, como método científico propio de la
clase obrera en la superación revolucionaria del modo de producción capitalista, a la
representación lógica de lo concreto como método científico propio de la valorización del
capital. No sólo dedico específicamente a este desarrollo un tercio del libro, sino que el
mismo esta explícitamente presente en toda la obra. Nuevamente las preguntas: ¿Será que esta
omisión de una cuestión ciertamente fundamental para la discusión que plantean MDA e IK
“revela el carácter poco comprometido, o ingenuo en el mejor de los casos” con que han leído
mi libro? ¿O será que revela que su voluntad es portadora de una determinación social que los
fuerza a eludir el verdadero eje de la discusión para evitar que rebalse del cauce ideológico
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que intentan imponerle mediante la naturalización de la representación como método
ahistóricamente necesario de la ciencia?
No cabe aquí sino volver a la cuestión de la relación entre conocimiento y acción, pero
abordándola ahora como el concreto de cuya necesidad debemos apropiarnos mediante su
reproducción en el pensamiento. En mi libro arranco el acápite “El sujeto histórico del
conocimiento dialéctico” del capítulo “El conocimiento dialéctico”, justamente sintetizando
cómo la representación lógica cumple la función ideológica de generar una separación
aparente entre el conocimiento y la acción (de la cual dan testimonio los enredos de MDA e
IK en torno a la cuestión), en contraste con el modo en que la reproducción de lo concreto
mediante el pensamiento reconoce desde el vamos que el conocimiento es la forma de la
acción en que ésta se rige a sí misma:
La separación aparente entre conocimiento y práctica brota de la naturaleza de la etapa
histórica del desarrollo de la humanidad en que la organización del proceso de metabolismo
social por medio de la conciencia -la organización específicamente humana del proceso de metabolismo social- se enajena, tornándose en forma concreta de la organización autónoma
de este proceso mediante la producción de valor. Sólo en esta etapa histórica, el
conocimiento científico puede aparecer negando su verdadera condición inmediata de forma
necesaria de regir la acción consciente. Más aún, puede aparecer hasta como la negación de la acción misma, como el abstracto opuesto a ésta. Vale decir, puede aparecer como
conocimiento teórico. Por el contrario, la reproducción de la propia necesidad real concreta
mediante el pensamiento muestra en la forma misma de su método -esto es, como conocimiento dialéctico- que excluye toda apariencia de exterioridad respecto de la acción
que rige. Se muestra, por lo tanto, como lo que es: la organización de tal acción, es decir,
porción específica de esta acción y, en consecuencia, esta acción misma. La investigación
científica supera así toda apariencia de ser el abstracto opuesto de la práctica, para afirmarse como crítica práctica. (JIC, p. 270)
Sobre la base de la apariencia de que, por una parte, está el conocimiento y, por la otra
parte, la acción, la representación teórica alcanza en su desarrollo histórico su forma
ideológica más plena como apologética del capital. Lo hace proclamando la imposibilidad de
la acción con pleno conocimiento de causa, es decir, con pleno conocimiento de las
determinaciones de la propia potencialidad del sujeto respecto de las del medio sobre el que
va a actuar:
La teoría científica misma ha puesto ya en evidencia que resulta lógicamente imposible -
cualquiera sea la lógica que se utilice- alcanzar la certeza acerca de las razones de una determinada acción humana más allá de sus apariencias. Por lo tanto, las teorías científicas
se reducen a ser formas de interpretar al mundo de distintas maneras. (JIC, p. 1)
… las teorías científicas no pueden ir más allá de interpretar la realidad de distintas
maneras. Son formas de interpretar el mundo. Por más potente que la acción fundada en una
teoría sea para transformar la realidad, ella es en sí misma la negación de la acción que
conoce su propia necesidad de manera plena más allá de toda apariencia, en tanto se funda en una tal interpretación. […] Cualquier interpretación de una determinación real es, en sí
misma, la negación del conocimiento de esa determinación que ha avanzado más allá de toda
apariencia presentada por ella; la interpretación de la propia necesidad es la negación de su conocimiento objetivo pleno. Pero la organización consciente general de la vida social
implica que el conocimiento objetivo por parte de cada miembro de la sociedad respecto de
sus determinaciones como tal miembro, superando cualquier apariencia, se constituye en la relación social general. En consecuencia, tanto como el conocimiento científico esté
condenado a la interpretación, la organización consciente general de la vida social está
condenada a la imposibilidad. En otras palabras, tanto como la teoría científica sea la forma
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acabada del conocimiento científico, el socialismo/comunismo está condenado a la
imposibilidad. (JIC, pp. 251-252)
En la realización de esta determinación ideológica suya, la representación teórica
desarrolla una forma específica que se ha tornado dominante en la actualidad en el terreno del
conocimiento de las formas sociales:
Ni siquiera se trata ya de enfrentar las formas reales para interpretarlas de distintas
maneras. Se trata de interpretar de distintas maneras lo que otros han dicho acerca de la
realidad… (JIC, p. 247)
En pocas palabras, es la degradación del conocimiento íntegro de la propia necesidad a
una interpretación de la realidad y, por lo tanto, a una ideología. Se llega así al punto en que
la cuestión se convierte en interpretar al mundo interpretando a Marx de distintas maneras. (JIC, p. 284)
Este es exactamente el método que utilizan MDA e IK. En vez de enfrentar a las
determinaciones reales que los llevarían a enfrentarse con sus propias determinaciones como
sujetos que conocen, eluden esas determinaciones apelando a la interpretación de textos. Y,
por supuesto, gracias a omitir cuidadosamente que he desarrollado la crítica a este método
oponiéndole el de la reproducción de lo concreto mediante el pensamiento, interpretan que
mis textos no pueden tener más fundamento que la interpretación de textos misma:
La utilización del termino “personificaciones” no es casual, sino que invoca una metáfora
del prólogo de El capital donde Marx planteaba que “aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas
relaciones e intereses de clase”. E Incluso más: entender esta metáfora de forma literal será
la base y sustento de su teoría y lectura sobre la trasformación necesaria del mundo. … Por esto entendemos que en Marx, “personificaciones” refiere a una metáfora y que no
hay literalidad. (MDA e IK, pp. 3-4)
Para contestarnos acerca de la necesidad que lleva a MDA e IK a querer arrastrarme a
su mundo fantástico hecho de interpretar textos, no nos queda ya más camino que
enfrentarnos a las determinaciones concretas más simples de nuestra propia conciencia por
nuestro ser social, es decir, por la forma en que organizamos nuestro proceso de metabolismo
social. El capítulo 1 de mi libro comienza precisamente con el desarrollo de estas
determinaciones. Lo he vuelto a desplegar (aunque sólo hasta alcanzar la forma de mercancía
que toma la relación social general) en mi libro Conocer el capital hoy. Usar críticamente “El
capital”, volumen1. Aquí lo voy a presentar tomando como punto de partida mi reciente
artículo “El método, de los Grundrisse a El Capital”:
Se trata de un proceso humano de metabolismo social, y como tal, de un proceso en el
cual el trabajo alimenta con su producto al consumo social. Cada ciclo de metabolismo
comienza pues con el trabajo y, a su vez, la realización del trabajo comienza con su organización. Esto es, la sociedad dispone de una fuerza de trabajo total que se encuentra
portada en la corporeidad individual de sus miembros. La organización del trabajo social
consiste en asignar a cada individuo la forma útil concreta en que debe gastar su fuerza de trabajo a fin de producir los correspondientes valores de uso para los demás, es decir, los
valores de uso sociales. En otros modos de producción, esta asignación se resuelve a través
de las relaciones directas de dependencia personal entre los miembros de la sociedad. Pero,
ya desde su determinación más simple que tenemos delante, el modo de producción capitalista se caracteriza por ser una sociedad formada por individuos recíprocamente libres
de dependencia personal en la organización del trabajo social. Se trata de una sociedad en
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que los individuos trabajan unos para otros sin que entre ellos exista relación personal alguna
que les permita organizar éste, su trabajo social. ¿Cómo resuelven entonces esa
organización? En el momento en que cada uno de ellos tiene que asignar su cuota individual
de fuerza de trabajo de la sociedad a un determinado trabajo útil concreto para los otros, los individuos libres no cuentan con más relación social entre sí que la de portar cada uno de
ellos, en su cuerpo, una cierta capacidad genérica para realizar un trabajo socialmente útil,
una fuerza de trabajo social en general. ¿Qué hacen, entonces? Cada uno aplica su cuota de fuerza de trabajo en general, es decir, gasta materialmente su cuerpo trabajando, bajo la
forma concreta que su conciencia de individuo libre le dice que ha de satisfacer una
necesidad social. Esto es, organiza la forma concreta de su trabajo social de manera privada y con independencia respecto de los demás para los cuales trabaja. Pero el reconocimiento
del carácter socialmente útil de su trabajo no es un atributo privado suyo sino que es un
atributo privado de la conciencia de los demás. Se trata, pues, de la potestad que tienen los
otros de reconocer el carácter social del trabajo realizado por cada uno, no en el momento efectivo de esa realización donde cada uno actúo de manera privada e independiente respecto
del otro, sino una vez que dicho trabajo ya ha sido materializado en su producto. En
consecuencia, este reconocimiento recíproco no toma la forma de un reconocimiento personal directo, sino de uno indirecto. Éste se establece mediante la igualación de esos
productos en el cambio como materializaciones de aquella única relación social existente
entre los productores en el momento en que cada uno de ellos debía darle a su capacidad para realizar trabajo en general una determinada forma concreta de manera privada e
independiente. Si esa fuerza de trabajo genérica ha sido aplicada adecuadamente, es decir, si
el trabajo abstracto se ha materializado bajo una forma concreta socialmente útil, la
materialidad de ese mismo trabajo se representa como el atributo social que tiene su producto para relacionarse con otro portador de igual materialización en el cambio. Esto es,
la materialidad del trabajo abstracto socialmente necesario se representa como el valor de su
producto, y éste adquiere su determinación social específica de mercancía. Esta es la forma indirecta en que se impone la unidad material de la producción social cuya organización se
rige de manera privada e independiente. La forma de valor que tienen las mercancías es la
relación social general que establecen de manera indirecta entre sí los productores privados e
independientes. Por su medio asignan la materialidad de su capacidad para gastar productivamente su cuerpo en general, o sea para realizar trabajo abstracto socialmente
necesario, aplicando esa materialidad bajo las formas útiles concretas correspondientes.
Porque realiza su trabajo de manera privada e independiente, el productor de mercancías tiene el control pleno sobre el carácter individual del mismo, pero carece de todo control
sobre su carácter social. Las potencias de su propio trabajo individual respecto de la unidad
del proceso de metabolismo social, escapan completamente a su control. Por eso, tiene que someter su conciencia y voluntad de individuo libre a las potencias sociales del producto de
su trabajo. Los atributos de su personalidad humana, su conciencia y voluntad, deben actuar
como atributo de su mercancía, personificarla, o dicho de manera simple, tener por objeto
inmediato la producción de valor. El valor, y por lo tanto su capacidad para participar en la organización del trabajo social y, luego, en el consumo social, no es un atributo personal
suyo. Es un atributo ajeno a su persona; le pertenece a su mercancía. El producto material del
trabajo que ha regido de manera privada e independiente su conciencia y voluntad de individuo libre, lo enfrenta como portador de una potencia social que es ajena a él y a la cual
se encuentra sometida su conciencia y voluntad de individuo libre. Por lo tanto, la conciencia
y voluntad libres del productor de mercancías son la forma en que se realiza la enajenación de su conciencia y voluntad como atributos de la mercancía. Su conciencia libre es la forma
que tiene su conciencia enajenada en la mercancía. (JIC, “El método …”, pp. 21-22)
¿Dónde hay aquí una interpretación de textos? Todo lo que hay es la exposición del
proceso en que un sujeto de la acción se enfrenta a sus propias determinaciones reales y va
desarrollando la necesidad social que toma forma concreta en esa acción. Se trata, por lo
tanto, del proceso en que ese sujeto organiza su acción con la necesidad de una acción que
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conoce sus determinaciones, o sea, desarrolla su libertad, superando la apariencia inmediata
de encerrar una abstracta libertad ahistórica vacía de enajenación.
Sigamos avanzando sobre las formas concretas que toma esta relación social
objetivada y, por lo tanto, la conciencia de los sujetos de la acción en el modo de producción
capitalista. Para ir directo al grano, me limito aquí a enunciar el curso seguido: el objeto
inmediato de la producción social no es la mera producción de valor sino la valorización
continua del valor, la producción de plusvalía en escala ampliada, o sea, la acumulación del
capital. La capacidad objetivada en el producto del trabajo social realizado privadamente para
organizar a ese mismo trabajo, pone a éste en marcha con el objeto inmediato de producir más
de esa capacidad objetivada para organizar privadamente del trabajo social. La reproducción
ampliada de la forma cosificada misma de organizarse el trabajo social se encuentra
determinada como el objeto inmediato de esa organización. La relación social general con que
se rige el proceso de vida humana no tiene por objeto inmediato la reproducción de ésta sino
la reproducción de sí misma. Por lo tanto, esta relación social objetivada, el capital, se
encuentra determinada como el sujeto concreto del proceso de metabolismo social. Cosa que
descubro, lejos de por interpretar textos, al avanzar preguntándole a mi acción política por el
contenido de necesidad que la determina. Claro está que este descubrimiento del capital como
sujeto no me pertenece de manera original, ya que yo lo he realizado como un proceso de
reconocimiento desde el punto de vista social por contar con el camino abierto originalmente
por Marx:
En cambio, en la circulación D - M - D funcionan ambos, la mercancía y el dinero, sólo
como diferentes modos de existencia del valor mismo […] El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto
automático. […] el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual, cambiando
continuamente las formas de dinero y mercancía, modifica su propia magnitud, en cuanto
plusvalor se desprende de sí mismo como valor originario, se autovaloriza. El movimiento en el que agrega plusvalor es, en efecto, su propio movimiento, y su valorización, por tanto,
autovalorización. Ha obtenido la cualidad oculta de agregar valor porque es valor […] Como
sujeto dominante de tal proceso, en el cual ora adopta la forma dineraria o la forma mercantil, ora se despoja de ellas pero conservándose y extendiéndose en esos cambios, el
valor necesita ante todo una forma autónoma, en la cual se compruebe su identidad consigo
mismo. Y esa forma sólo la posee en el dinero. […] Si en la circulación simple el valor de las mercancías, frente a su valor de uso, adopta a lo sumo la forma autónoma del dinero, aquí
se presenta súbitamente como una sustancia en proceso, dotada de movimiento propio, para
la cual la mercancía y el dinero no son más que meras formas. Pero más aún. En vez de
representar relaciones mercantiles, aparece ahora, si puede decirse, en una relación privada consigo mismo. […] El valor, pues, se vuelve valor en proceso, dinero en proceso, y en ese
carácter, capital. (Marx, El capital, I, Siglo XXI, pp. 188-189)
Pues bien, las personas somos el sujeto de nuestro propio proceso de vida, al que
damos curso mediante el trabajo. Para ello organizamos nuestro trabajo social, esto es,
desarrollamos nuestra relación social. Pero aquí nos encontramos que, como capital, nuestra
relación social, es decir, nuestra capacidad para organizar nuestro propio trabajo social, nos
enfrenta como una capacidad objetivada en el producto de ese mismo trabajo. Nos enfrenta
como una capacidad autonomizada, que automáticamente pone en marcha nuestro trabajo
social. Esto es, pone en marcha este trabajo sin que nuestra conciencia y voluntad como
personas humanas pueda controlar esta puesta en marcha. Y no sólo lo hace, sino que su
finalidad inmediata es reproducirse a sí misma, sin que nuestra conciencia y voluntad como
personas humanas pueda controlar este fin. Pero la conciencia y la voluntad son la forma en
que la persona humana lleva en si misma su capacidad para organizar su trabajo individual y
su participación en el trabajo social, esto es, son la forma en que la persona realiza las
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determinaciones de su ser social. Por lo tanto, la conciencia y la voluntad de las personas en el
modo de producción capitalista es la ejecutora de esa relación social objetivada que, al mismo
tiempo, no pueden controlar. La conciencia libre se encuentra determinada de manera
concreta como la forma que tiene la conciencia enajenada en el capital.
Dado que el punto de partida de cada ciclo de vida social se abre con la organización
privada del trabajo social, nos encontramos ante todo con el desarrollo de la conciencia y
voluntad que personifica de manera más simple esa organización:
En su condición de vehículo consciente de ese movimiento, el poseedor de dinero se
transforma en capitalista. Su persona, o, más precisamente, su bolsillo, es el punto de partida
y de retorno del dinero. El contenido objetivo de esa circulación -la valorización del valor- es su fin subjetivo, y sólo en la medida en que la creciente apropiación de la riqueza abstracta es
el único motivo impulsor de sus operaciones, funciona él como capitalista, o sea como
capital personificado, dotado de conciencia y voluntad.
… Sólo en cuanto capital personificado el capitalista tiene un valor histórico y ese derecho histórico a la existencia que, como dice el ingenioso Lichnowski, ninguna fecha no
tiene. Sólo en tal caso su propia necesidad transitoria está ínsita en la necesidad transitoria
del modo capitalista de producción. Pero en cuanto capital personificado, su motivo impulsor no es el valor de uso y el disfrute, sino el valor de cambio y su acrecentamiento.
Como fanático de la valorización del valor, el capitalista constriñe implacablemente a la
humanidad a producir por producir, y por consiguiente a desarrollar las fuerzas productivas
sociales y a crear condiciones materiales de producción que son las únicas capaces de constituir la base real de una formación social superior cuyo principio fundamental sea el
desarrollo pleno y libre de cada individuo. El capitalista sólo es respetable en cuanto
personificación del capital.
Por cierto, ésta no es una cita mía sino de Marx (El capital, I, pp. 186-187 y 731).
Como hasta MDA e IK pueden ver, yo uso el término “personificación” exactamente del
mismo modo riguroso con que lo define Marx: la conciencia y voluntad de una persona que se
encuentran determinadas como portadoras de su relación social cosificada. Más aún, Marx
remarca el hecho de que la superación del modo de producción capitalista no brota de la
acción bajo la condición de persona (“el valor de uso y el disfrute”) sino bajo la condición de
personificación: la cuestión pasa por el desarrollo de las fuerzas productivas sociales y de la
materialidad de la producción que son propias de la organización del trabajo mediante esa
relación social cosificada que los individuos personifican.
El prólogo de un libro no es el mejor lugar para encontrar el modo riguroso en que un
autor define el término que reproduce a un concreto real. Pero es allí donde MDA e IK se
detienen para “interpretar” que el término personificación no es, para Marx, sino una
“metáfora”. Una vez más las preguntas ¿Será que el desconocimiento del desarrollo explícito
que hace Marx acerca de la determinación de la conciencia y voluntad como personificación
de la relación social cosificada (por otra parte, en total coincidencia con el uso del término en
el prólogo) y de su papel como portadora de la superación del modo de producción capitalista
“revela el carácter poco comprometido, o ingenuo en el mejor de los casos” con que MDA e
IK han leído El capital? ¿O será que revela que su voluntad está determinada como una
personificación específica de esa misma relación social cosificada cuya necesidad concreta de
existencia reside en negar ideológicamente la existencia misma de toda personificación, bajo
la apariencia de ser crítica respecto de esa relación social cosificada misma por invocar el
nombre de un Marx vaciado de contenido? ¿No será que tras el borrado de la personificación
como portadora de la conciencia libre que es forma de la conciencia enajenada en la relación
social cosificada se intenta borrar ideológicamente el descubrimiento de las potencias
históricas específicas de los sujetos en el modo de producción capitalista, para reducir con
apariencia crítica estas potencias a una abstracta “voluntad política” que se atribuye a que la
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condición natural de estos sujetos como personas libres se encuentra sometida al
“problema”(sic) de una históricamente inespecífica “explotación del hombre por el hombre”?
Volvamos a la determinación histórica específica de la conciencia y voluntad del
sujeto que, también de manera más simple, realiza el trabajo social organizado de manera
privada: el obrero libre de dependencia personal y de los medios de producción, que sólo
cuenta con su fuerza de trabajo como mercancía para vender:
Para vincular esas cosas entre sí como mercancías, los custodios de las mismas deben
relacionarse mutuamente como personas cuya voluntad reside en dichos objetos, […] Esta relación jurídica, cuya forma es el contrato […] es una relación entre voluntades en la que
se refleja la relación económica. El contenido de tal relación jurídica o entre voluntades
queda dado por la relación económica misma. Aquí, las personas sólo existen unas para otras como representantes de la mercancía, y por ende como poseedores de mercancías. En el
curso ulterior de nuestro análisis veremos que las máscaras que en lo económico asumen las
personas, no son más que personificaciones de las relaciones económicas como portadoras
de las cuales dichas personas se enfrentan mutuamente. (Marx, El capital, I, pp. 103-104)
Por lo tanto, el obrero ejerce su relación social general con la conciencia y voluntad
determinadas como personificación de su mercancía, la fuerza de trabajo:
Me pagas la fuerza de trabajo de un día, pero consumes la de tres. Esto contraviene
nuestro acuerdo y la ley del intercambio mercantil. Exijo, pues, una jornada laboral de
duración normal, y la exijo sin apelar a tu corazón, ya que en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más. […] Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el
valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor […] Por otra parte, la naturaleza
específica de la mercancía vendida trae aparejado un límite al consumo que de la misma hace el comprador, y el obrero reafirma su derecho como vendedor cuando procura reducir la
jornada laboral a determinada magnitud normal. Tiene lugar aquí, pues, una antinomia:
derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio
mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza. Y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta como lucha en
torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase
de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera. (Marx, El capital, I, pp. 281-282)
Al enfrentarme a la necesidad de mi acción política yo encuentro exactamente estas
mismas determinaciones y las reproduzco en mí libro diciendo, en una síntesis:
Observemos más detenidamente el curso seguido por nuestro avance en el terreno
específico de las formas sociales actuales, es decir, del modo capitalista de organizar el proceso de metabolismo social. La relación social general cobró ante nosotros la forma de
una relación indirecta entre las personas, mediada por la determinación de los productos
materiales del trabajo social realizado privadamente como objetos cambiables, como
mercancías. En esta relación indirecta general, las personas someten su conciencia y voluntad de individuos libres a las potencias sociales de sus mercancías. Solo cuentan en ella
como personificaciones de sus mercancías, impotentes para relacionarse de manera directa
entre sí. Pero, en la realización de esta relación social general materializada, los poseedores de mercancías entran en relaciones que ya no los vinculan de manera general indirecta con
todos los demás. Establecen relaciones privadas que los vinculan de manera directa -esto es,
de manera consciente y voluntaria- como personificaciones de sus mercancías, por el tiempo requerido para el perfeccionamiento de su relación social indirecta. Por ejemplo, la relación
entre el deudor y su acreedor, o la relación entre un capitalista y un obrero por el tiempo en
que el segundo ha vendido al primero su fuerza de trabajo. Nos encontramos así ante la
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necesidad de distinguir específicamente las formas concretas en que se realiza la relación
social general. Para lo cual llamamos relaciones económicas a aquellas en las cuales la
relación social general se realiza conservando su forma simple de relación indirecta entre
personificaciones de mercancías mediada por el cambio mismo de éstas. Y llamamos relaciones jurídicas a aquellas en las cuales el cambio de mercancías, la realización de su
valor, se desarrolla alcanzando la forma concreta de una relación directa privada entre las
personificaciones de mercancías. Seguimos adelante y nos encontramos que, para que la fuerza de trabajo se venda normalmente por su valor, no basta con que la relación indirecta
cobre la forma de una suma de relaciones directas de alcance privado. Es necesario que la
relación antagónica general entre el obrero y el capitalista a lo largo de la jornada de trabajo -uno como personificación de su fuerza de trabajo, el otro, como personificación del capital-
cobre la forma concreta de la lucha de clases. Esto es, del establecimiento de una relación
directa -repitamos, consciente y voluntaria- de solidaridad que se extiende con alcance
general entre las personificaciones al interior de cada polo de la relación antagónica, determinándolas como clase obrera y clase capitalista. A su vez, las determinaciones de clase
se subsumen en la relación directa -una vez más, consciente y voluntaria- antagónica, la
lucha de clases, que alcanza así al universo de las personificaciones de mercancías en el modo de producción capitalista. La relación indirecta general se realiza así bajo la forma
concreta de relaciones directas de clase, a las que distinguimos de manera específica como
relaciones políticas. (JIC, pp. 267-268)
En primer lugar, es Marx y no yo quien descubre originalmente el vínculo entre la
relación económica y las voluntades que rigen la acción de las personas que se relacionan
entre sí como personificaciones, es decir, entran en relación jurídica entre sí. Y es Marx quien
descubre que estas relaciones entre personificaciones se desarrollan tomando la forma
concreta de la lucha de clases, es decir, de las relaciones políticas. No se trata de ese más o
menos cuantitativo en torno al cual MDA e IK deshojan la margarita teórica del “no caer en el
economicismo, no caer en el voluntarismo”. Se trata de la relación entre el contenido y su
forma necesaria de realizarse. La relación económica en que las personas entran
indirectamente entre sí por medio de las mercancías, o sea, la relación social general
cosificada, tiene siempre por forma concreta de realizarse la acción de las voluntades que se
enfrentan directamente unas a otras como sus personificaciones políticas. Y estas acciones
políticas siempre tienen por contenido la relación económica indirecta. Esto es exactamente lo
que he expuesto en mi libro. Volvamos a preguntar: ¿Será que la voluntad política de MDA e
IK, pero no simplemente la de ellos sino la de tantos otros marxistas incluso de la talla de
Gramsci, explica por sí la reducción de esta clara relación entre contenido económico y forma
política al “no caer en el economicismo, no caer en el voluntarismo” vacío de toda unidad
cualitativa? ¿O será que estas voluntades políticas son la forma que toma una determinación
del modo indirecto de organizarse la vida social que las hace reducir el descubrimiento hecho
por Marx de la relación entre forma política y contenido económico a la indefinición
cuantitativa del “no caer en el economicismo, no caer en el voluntarismo” socavando al
detenerse ante esta apariencia su propia potencia revolucionaria?
Segundo, es Marx y no yo quien descubre que el obrero da curso a su participación en
cada ciclo del proceso de metabolismo social, o sea, abre su acción en ejercicio de su relación
social general, no como una simple persona sino determinado como personificación de su
mercancía. Es Marx quien descubre originalmente que el obrero se encuentra así determinado
no simplemente a título individual sino como clase en su lucha contra la clase capitalista: la
clase obrera se enfrenta concretamente a la capitalista, y por lo tanto, organiza su acción
mediante su conciencia y voluntad determinadas como las de quienes personifican la
especificidad histórica concreta de su relación social cosificada, y no con las de abstractas
personas carentes de potencialidad histórica específica dada por el modo de producción
capitalista, no con las de históricamente inespecíficos “hombres explotados por el hombre”,
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propios del socialismo acientífico pasado y presente. Y es Marx quien descubre originalmente
que la lucha de clases no sólo es una relación entre colectivos de personificaciones sino la
forma concreta en que estas personificaciones actúan dando curso a la normalidad de su
relación social cosificada y, por lo tanto, a la reproducción de ésta.
En el proceso de organizar mi acción política, o sea, en el proceso de conocer mis
determinaciones como sujeto político concreto, he avanzado sobre estas determinaciones con
la potencia de estar realizando un proceso de reconocimiento en cuanto he contado con el
conocimiento originalmente producido por Marx. Preguntas: ¿Sobre qué base pueden aducir
MDA e IK que en su voluntad política “coinciden con Marx” y al mismo tiempo condenar
exactamente el mismo fundamento que presenta Marx para la determinación de la acción
política de la clase obrera como “economicismo” que “plantea sujetos pasivos”? ¿Será que
esta contradicción “revela” que en realidad no se trata “del carácter poco comprometido, o
ingenuo en el mejor de los casos” con que MDA e IK han leído El capital, sino de que ni
siquiera lo han leído? Aunque la respuesta a esta pregunta parezca obvia, las que
verdaderamente importan son las siguientes: ¿No será que la voluntad política de MDA e IK
es portadora de la necesidad de transformar en letra muerta el descubrimiento de las
determinaciones históricamente específicas de la clase obrera hecho por Marx, sustituyéndolo
por la invocación de una históricamente inespecífica “explotación del hombre por el hombre”,
al amparo de presentarse bajo la apariencia de ser revolucionariamente crítica del modo de
producción capitalista por invocar el nombre de Marx? ¿No será que la misma necesidad que
determina a esa voluntad política la deja sin más recurso que el de golpearse el pecho
clamando por su condición autodeterminada de revolucionaria y el de acusar de
“economicismo” y “pasividad” a la acción que la pone en evidencia al enfrentarla con las
mismas determinaciones descubiertas por Marx? ¿No será que la necesidad portada por la
voluntad política en cuestión es la de hacer de la clase obrera un “sujeto pasivo” respecto de
sus propias determinaciones históricamente específicas al vaciar a la organización de la
acción política de la misma de la conciencia respecto de esas determinaciones?
Sigamos con el desarrollo de la necesidad de la clase obrera como sujeto
revolucionario, entrando al proceso de producción social realizada privadamente, donde la
producción material es el vehículo de la producción de la relación social general, o sea, del
capital. También es Marx y no yo quien descubre originalmente cómo el desarrollo de las
formas concretas que toma la realización del proceso de producción en el modo de producción
capitalista, arrancando por su organización como un proceso de producción de plusvalía
absoluta y desarrollando la necesidad de éste bajo las distintas formas de la producción de
plusvalía relativa, va transformando la materialidad del trabajo. Y es Marx quien
originalmente descubre cómo esta transformación material transforma los atributos
productivos del obrero como sujeto del proceso de trabajo, subsumiéndolo realmente en el
capital, o sea, determinándolo como un sujeto que está incluido en el capital. Una vez más, es
Marx quien descubre que el obrero como sujeto de su propia relación social general, o sea,
como personificación de la fuerza de trabajo, no rige por sí esa relación sino que es un
atributo de ella. En síntesis:
La producción del plusvalor absoluto gira únicamente en torno a la extensión de la
jornada laboral; la producción del plusvalor relativo revoluciona cabal y radicalmente los
procesos técnicos del trabajo y los agrupamientos sociales. La producción del plusvalor relativo, pues, supone un modo de producción específicamente capitalista, que con sus
métodos, medios y condiciones sólo surge y se desenvuelve, de manera espontánea, sobre el
fundamento de la subsunción formal del trabajo en el capital. En lugar de la subsunción formal, hace su entrada en escena la subsunción real del trabajo en el capital. (Marx, El
capital, I, p. 618)
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Del mismo modo que señalé antes, en el proceso de organizar mi acción como sujeto
político concreto me he enfrentado a estas mismas determinaciones. Y no sólo a ellas sino a
las formas que las mismas han desarrollado desde que Marx las descubriera hasta el presente.
En mi libro sintetizo las determinaciones de la subjetividad del obrero por la transformación
de la materialidad del trabajo regida por la producción de plusvalía relativa del siguiente
modo:
En primer lugar, el sistema de la maquinaria degrada la subjetividad productiva del
obrero que adquiere y aplica su pericia manual en el proceso directo de producción. Lo convierte en un apéndice del control objetivado de las fuerzas naturales, o sea, en un
apéndice de la maquinaria. Con lo cual, su trabajo se ve constantemente descalificado,
despojado de todo contenido más allá de la repetición mecánica de una tarea cada vez más simple. Sus atributos productivos siguen un curso que se asemeja al del obrero sujeto a la
división manufacturera del trabajo. […] En segundo lugar, la acumulación en base a la
extracción de plusvalía relativa mediante el sistema de la maquinaria transforma a una
porción creciente de la población obrera en sobrante para las necesidades del capital. El capital es la relación social general de la población obrera, es decir, la relación general en
que la clase obrera entra para reproducir su vida natural. De modo que ser transformado en
sobrante para el capital significa verse privado del ejercicio de la capacidad para producir la propia vida natural. El capital arranca así a la superpoblación obrera hasta el último rastro de
subjetividad productiva, condenándola a muerte. En tercer lugar, el capital necesita
desarrollar la subjetividad productiva de la porción de la clase obrera cuya participación en el obrero colectivo corresponde al desarrollo de la capacidad de éste para avanzar en el
control universal de las fuerzas naturales y en el control consciente del propio carácter
colectivo de su trabajo. […] La conciencia productiva que rige la actividad del obrero
colectivo del sistema de la maquinaria interviene en el proceso directo de producción […] como el producto ella misma de una conciencia científica. Y el desarrollo de esta conciencia
científica es precisamente lo que tiene a su cargo aportar al obrero colectivo la porción de
éste que actúa como su órgano de desarrollo de su capacidad para controlar las fuerzas naturales a aplicar en la producción directa. (JIC, pp. 57-58)
Completada su jornada laboral, el obrero prosigue con su proceso de metabolismo
social fuera del dominio directo que el capital ejerce sobre él en su lugar de trabajo. Pero no
por eso deja de estar determinado en su acción por la relación social cosificada con que rige
su vida:
El consumo individual del obrero sigue siendo, pues, un elemento de la producción y
reproducción del capital […] El hecho de que el obrero efectúe ese consumo en provecho de sí mismo y no para complacer al capitalista, nada cambia en la naturaleza del asunto. […] La
conservación y reproducción constantes de la clase obrera siguen siendo una condición
constante para la reproducción del capital. […] El consumo individual del obrero, pues,
constituye en líneas generales un elemento del proceso de reproducción del capital. […] Desde el punto de vista social, la clase obrera, también cuando está fuera del proceso laboral
directo es un accesorio del capital […] El cambio constante de patrón individual y la fictio
juris [ficción jurídica] del contrato, mantienen en pie la apariencia de que el asalariado es independiente. (Marx, El capital, I, pp. 703-6)
Es Marx, y no yo, quien descubre que “desde el punto de vista social, la clase obrera,
también cuando está fuera del proceso laboral directo es un accesorio (un atributo traduce
FCE) del capital”. Y entonces, ¿por qué no ha de ser la remanida “voluntad política” de MDA
e IK, así como la de los otros de sus “lectores de la realidad” que “asumen abiertamente su
unidad de teoría y acción […] entendiendo la necesidad de una transformación conciente del
mundo”, un accesorio o atributo del capital? Y no se trata de un accesorio cualquiera, sino de
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uno portador de la necesidad de negar que su voluntad se encuentra determinada como la de
tal accesorio bajo la máscara seudocrítica de estar basándose en “interpretar” lo dicho por
quien ha descubierto que si lo está. Pero hay más:
El proceso capitalista de producción, pues, reproduce por su propio desenvolvimiento la
escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con ello, las
condiciones de explotación del obrero […] En realidad, el obrero pertenece al capital aun
antes de venderse al capitalista. Su servidumbre económica está a la vez mediada y encubierta por la renovación periódica de la venta de sí mismo, por el cambio de su patrón
individual y la oscilación que experimenta en el mercado el precio del trabajo. El proceso
capitalista de producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, pues, no sólo produce mercancías, no sólo produce plusvalor, sino que
produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el
asalariado. (Marx, El capital, I, pp. 711-2)
Remarco: “El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese
movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático […] Como sujeto dominante de tal
proceso […] se vuelve […] capital”; “Desde el punto de vista social, la clase obrera, también
cuando está fuera del proceso laboral directo es un accesorio del capital”; “En realidad, el
obrero pertenece al capital aun antes de venderse al capitalista”; “El proceso capitalista de
producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, […]
produce y reproduce […] el asalariado”.
¿Serán éstas otras tantas “metáforas”? ¿Será que la lectura de El Capital difiere de la
de La Biblia porque una consiste en interpretar metáforas y la otra en interpretar parábolas?
Ciertamente no. Las citas en cuestión son la exposición sintética rigurosa, la reproducción
mediante el pensamiento, de las formas concretas generales en que las personas organizamos
actualmente nuestro proceso de metabolismo social. En este modo de organización, las
personas estamos determinados como portadores de nuestra relación social cosificada, que
nos produce y reproduce como atributos suyos. Se trata de una relación social autonomizada
de la conciencia y voluntad de las personas, que pone automáticamente en marcha el trabajo
social, determinando dicha conciencia y voluntad como personificación que tiene a su cargo
hacerlo, no con el objeto inmediato de producir valores de uso sociales, y por lo tanto seres
humanos, sino con el objeto inmediato de producir extensiva e intensivamente más de la
misma relación social autonomizada. De ahí su potencia históricamente específica para el
desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social, de las que hace portadores a quienes la
personifican; pero de ahí también las barreras históricamente específicas que levanta a ese
desarrollo, y de las cuales también hace portadoras a sus personificaciones.
Como ha quedado en evidencia hasta aquí por las determinaciones descubiertas por
Marx, en su reproducción el capital produce y reproduce como atributo suyo a la clase obrera.
De modo que, sólo si el capital en su misma reproducción como forma históricamente
específica de desarrollarse las fuerzas productivas del trabajo social lleva en sí la necesidad de
su propia superación, ese atributo suyo, la clase obrera, puede llevar en sí la determinación de
ser el sujeto cuya acción realiza esa superación revolucionaria. Y, efectivamente, también la
necesidad de esta determinación ha sido descubierta originalmente por Marx:
… el capital mismo –cuya contrafigura abstracta es su concepto– es la base de la sociedad
burguesa. De la concepción certera del supuesto fundamental de la relación, tienen que
derivar todas las contradicciones de la producción burguesa, así como el límite ante el cual
ella misma tiende a superarse. (Marx, Grundrisse, volumen 1, p. 273)
El capital […] Opera destructivamente contra todo esto, es constantemente
revolucionario, derriba todas las barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas
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productivas, la ampliación de las necesidades, la diversidad de la producción y la explotación
e intercambio de las fuerzas naturales y espirituales. […] Aún más. La universalidad a la que
tiende sin cesar, encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en cierta etapa del
desarrollo del capital harán que se le reconozca a él como la barrera mayor para esa tendencia y, por consiguiente, propenderán a la abolición del capital por medio de sí mismo.
(Marx, Grundrisse, volumen 1, p. 362)
Pero evidentemente este proceso de inversión [[la enajenación]] es tan sólo una necesidad
histórica, una simple necesidad para el desarrollo de las fuerzas productivas desde
determinada base o punto de partida histórico, pero en modo alguno una necesidad absoluta de la producción; más bien es una necesidad pasajera y el resultado y la finalidad
(inmanente) de este proceso es abolir esa misma base, así como esa forma del proceso […]
Las condiciones para ser tales individuos sociales en la reproducción de su vida, en su proceso vital productivo, sólo son puestas por el proceso económico histórico mismo; tanto
las condiciones objetivas como las subjetivas, que no son más que dos formas diferentes de
las mismas condiciones. (Marx, Grundrisse, volumen 2, p. 395)
En síntesis, Marx descubre que las “condiciones subjetivas” que determinan a la clase
obrera en tanto atributo del capital como el sujeto activo de la superación del modo de
producción capitalista en la construcción de una sociedad de “individuos sociales” “sólo son
puestas por el proceso económico histórico mismo”, es decir, carecen de toda determinación
superpuesta a dicho proceso. Y descubre que la necesidad histórica, “el resultado y la
finalidad (inmanente)” del modo de producción capitalista es “abolir esa misma base así como
esa forma de proceso”, de modo que el capital, que es “constantemente revolucionario,
derriba todas las barreras que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas […]
encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en cierta etapa del desarrollo del capital”
constituyen “el límite ante el cual ella misma [la producción burguesa] tiende a superarse”, o
sea, “propenderán a la abolición del capital por medio de sí mismo”.
Exactamente esto mismo es lo que yo he reconocido tomando como objeto concreto la
organización de la acción de la clase obrera como sujeto revolucionario. Y, para que no
queden dudas, pongo a MDA e IK como testigos:
Para JIC los actores son portadores y soportes del capital. El papel que juegan en la obra
está determinado por este. Desde este punto de vista, el obrero no puede más que
revalorizar(sic) valor, reproducir el capital. Su conciencia, enajenada […] está determinada
por el capital. Y aún más: entiende que esa lucha [de los obreros contra la opresión capitalista] se enmarca en el proceso de reproducción del capital.
… Si la acción del obrero está siempre circunscripta a la reproducción del capital, ¿quién
es el sujeto de la transformación para JIC? ¿De qué forma se convierte el obrero en el sujeto de transformación? JIC lo plantea desde el título de su libro: “El capital: razón histórica,
sujeto revolucionario y conciencia”. Es decir, el capital es quien a través de su razón
histórica (desarrollo de las fuerzas productivas para la obtención de plusvalía relativa) determina la conciencia del personaje que hará la revolución (la clase obrera). Entonces el
capital es el sujeto revolucionario. Esto es así porque “El capital lleva consigo la necesidad
de aniquilarse a si mismo como una potencia que le es propia”. (MDA e IK, pp. 3-4)
En su texto, MDA e IK dicen varias veces coincidir con Marx acerca de las
determinaciones de la subjetividad histórica humana. En consecuencia, cualquiera diría que
han de acordar conmigo en el reconocimiento de las determinaciones de la clase obrera como
sujeto revolucionario activo portador de las potencias históricas específicas para superar, no
sólo al modo de producción capitalista, sino “la explotación del hombre por el hombre”, en la
gestación de la sociedad de los individuos sociales. Pero no, su conclusión los ubica en las
antípodas de ese reconocimiento:
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Puesto así, para nosotros, JIC plantea sujetos pasivos. (MDA e IK, p. 4)
Vaya, ¿así que cuando Marx descubre que “desde el punto de vista social, la clase
obrera […] es un accesorio del capital”, que “el proceso capitalista de producción […]
produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el
asalariado”, pero que esta relación capitalista lleva en sí las trabas que “propenderán a la
abolición del capital por medio de sí mismo”, de modo que “el proceso económico histórico
mismo” determina a los sujetos con “las condiciones para ser tales individuos sociales en la
reproducción de su vida, en su proceso vital productivo”, lo que está haciendo es “plantear
sujetos pasivos”? ¿Cuál es la necesidad que portan MDA e IK que los hace escandalizarse de
lo mismo que plantea Marx cuando lo planteo yo, pretendiendo que lo hacen en el nombre del
propio Marx? Sin duda, como dicen MDA e IK
Es importante discutir la tesis que sostiene que el capital se aniquila así mismo por las
consecuencias políticas que esto puede tener sobre la lucha revolucionaria. (MDA e IK, p. 4)
Pero, entonces, ¿por qué no empiezan por discutirla respecto de quién ha descubierto
originalmente la determinación en cuestión (la cual ciertamente no es una “tesis” como
pretenden MDA e IK por sólo saber moverse en un mundo hecho de “interpretaciones”)? Sin
duda semejante discusión tendría “consecuencias políticas” sobre “la lucha revolucionaria”
mucho más trascendentes que las que se deriven de discutir mi reconocimiento de la misma
determinación. ¿Será que MDA e IK sufren de una cierta timidez intelectual que los inhibe de
cuestionar directamente a Marx? ¿O será en realidad que MDA e IK ni siquiera conocen los
desarrollos de Marx, y más aún, que no les interesa conocerlos, para así cumplir el papel
ideológico de fabricar un “Marx” a imagen y semejanza de sus oportunas “voluntades
políticas”? ¿No será que cumplen así con su determinación como productores de
“interpretaciones ideológicas” para el consumo seudocrítico que mina la potencialidad
revolucionaria de la acción de la clase obrera en la superación del modo de producción
capitalista al vaciarla de la conciencia de su propia determinación? ¿No será por esta
necesidad suya que festejan la optimista voluntad del que ignora la razón y son pesimistas
respecto de que ésta sea la que descubre, y por tanto rige, las potencias revolucionarias
históricamente específicas de la clase obrera? ¿No será por esa misma necesidad suya que
proclaman “revolucionarias” a las “voluntades políticas” que se aferran a las apariencias
inmediatas sin preguntarse por su contenido y descalifican como “cientificista” la
organización de la acción de la clase obrera mediante el conocimiento científico de sus
propias determinaciones?
De todos modos, acompañemos a los “sujetos pasivos” de MDA e IK en su accionar a
ver qué nos dicen, más que de sí mismos, de la ideología de sus autores:
… JIC plantea que el obrero posee una conciencia “abstractamente libre” lo cual quiere
decir, una conciencia que se manifiesta como libre pero que su realidad es lo opuesto: está determinada por el capital. Los obreros que luchan contra la opresión capitalista caen, según
su postura, en la misma desgracia. Y aún más: entiende que esa lucha, en todo caso, se
enmarca en el proceso de reproducción del capital. Por lo que en definitiva podríamos entender que la lucha (obrera, campesina, estudiantil, de género, etc.) no tiene sentido en
tanto es parte de la reproducción del capital. (MDA e IK, p. 4)
Ante todo, se confirma aquí que MDA e IK han leído mi libro prisioneros de las
necesidades ideológicas que los determinan como “voluntades políticas”: en sitio alguno digo
yo el sinsentido de que “el obrero posee una conciencia “abstractamente libre””. Lo que digo
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es que la conciencia del obrero como individuo libre de dependencia personal es la forma que
tiene su conciencia enajenada como atributo de su relación social general, o sea, enajenada en
el capital. Y lo que digo es que, quienes desconocen esta determinación, le atribuyen al obrero
tener una conciencia abstractamente libre en tanto vacían a la misma de determinación por su
enajenación en el capital. Pero no es en vano que MDA e IK ignoren toda relación entre
contenido y forma. Para ellos, como corresponde a su concepción de la representación lógica
como proceder ahitóricamente necesario del conocimiento científico, no puede haber más
contenido que la forma, quedando ésta así reducida a una mera apariencia.
Sobre esta base, MDA e IK creen que, como forma históricamente determinada de
organizarse el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social, el capital no encierra la
necesidad de su propia superación. Como la forma es la reproducción del capital, entonces
creen que el contenido no puede ser la necesidad de su superación; no, todo lo que puede ser
es la forma misma, o sea, la reproducción del capital. Les parece, como a todos los cultores de
la representación lógica, que no existe más determinación que la abstracta afirmación
inmediata, que nada puede afirmarse mediante su propia negación, y que por lo tanto, todo
movimiento es exterior a sus propias determinaciones. De ahí su “podríamos entender que la
lucha (obrera, campesina, estudiantil, de género, etc.) no tiene sentido en tanto es parte de la
reproducción del capital”.
El vaciado del contenido histórico específico hace que MDA e IK ni siquiera puedan
hacer referencia al sujeto revolucionario en la unidad de su determinación como clase obrera.
Por el contrario, para ellos no cabe más unidad que la apariencia, de modo que el sujeto
revolucionario en su unidad (el “obrero”), queda puesto como uno más al lado de la que es
masivamente una de sus propias formas específicas (“los estudiantes”), así como de sujetos
sociales huérfanos de potencialidad histórica para superar el capitalismo (“los campesinos”) e
incluso de sujetos vaciados de su especificidad de clase (“de género”, que obviamente incluye
tanto a los miembros de la clase obrera como de la clase capitalista).
De igual modo, MDA e IK muestran la manera exterior en que conciben la conciencia
del obrero respecto de su propio ser social. Para ellos, la determinación de la conciencia del
obrero por su relación social general, esto es, la forma en que el obrero es portador de su
participación en la organización de su proceso de vida social bajo el modo histórico específico
de la acumulación del capital, no constituye el ser social del obrero, sino una “desgracia”.
Ahora bien, si la enajenación en el capital es una “desgracia” que cae sobre la
conciencia del obrero, entonces el obrero ha de tener antes una conciencia engendrada con
independencia de esa “desgracia” para que la misma pueda caer sobre ella. ¿De dónde saldría
esta presunta conciencia? ¿Será que MDA e IK creen que el obrero tiene una relación social
más general aún que su relación social objetivada, o sea, que tiene un ser social determinado
de manera exterior al modo en que participa activamente en el desarrollo del proceso de
metabolismo social regido por el capital? ¿Será que, al mejor estilo de Holloway y
semejantes, creen que esa presunta relación social más general, superadora del capitalismo,
brota de la existencia en el ser humano de una natural resistencia a ser explotado? Pero, dado
que para que haya resistencia a la explotación antes tiene que existir la voluntad de explotar
¿no se estaría postulando así que la explotación del hombre por el hombre es eterna ya que
brotaría de una naturaleza humana más profunda aún que la resistencia a la explotación? De
todos modos, si MDA e IK creyeran en la existencia de una relación social ajena al
movimiento de la relación social cosificada, y de la cual se postularía ser la verdadera fuente
de la determinación de la clase obrera como sujeto revolucionario, deberían empezar por
demostrar tal existencia. Sin embargo, la necesidad ideológica que determina la concepción
de MDA e IK los limita al conformismo acrítico de no buscar más determinación de la
voluntad de los sujetos que la apariencia inmediata de esa voluntad misma:
19
Y es por esto mismo que los oprimidos no pueden quedarse de brazos cruzados esperando
que el capital les asigne una línea en el guión que les indique que llegó la hora de su
personaje. Incluso llegado ese momento, la burguesía no aceptaría de buen grado y pelearía
por la modificación del guión […] Si la acción de los oprimidos es una noacción en la espera de la hora que llegará por el desarrollo mismo del capital, en lugar de fomentar la pronta
organización de los de abajo quizás estos nunca lleguen a conocer una nueva sociedad.
(MDA e IK, p. 4)
En un nuevo paso hacia la concepción de voluntades abstraídas de su propia relación
social general, MDA e IK no se limitan ya a mezclar al obrero con otros sujetos sociales a los
cuales esa misma relación social suya los priva de toda potencialidad revolucionaria para
superar el modo de producción capitalista. Aquí la determinación histórica específica de la
clase obrera como sujeto revolucionario queda rebajada directamente a las históricamente
inespecíficas categorías de “los oprimidos” y “los de abajo”. Hecho lo cual, MDA e IK llegan
al punto clave en su proceso de separar la acción humana de su determinación por el ser social
de los sujetos. Ocurre que, como es inherente al método mismo de la representación lógica, se
encuentran prisioneros de la apariencia de que no puede haber más contenido que la forma ni
más forma que el contenido. En consecuencia, la única dialéctica que MDA e IK conocen es
la que Marx define como la dialéctica propia del pequeñoburgués: la dialéctica del “por una
parte” y “por la otra parte”. Por una parte, están los sujetos: por la otra parte, está su relación
social. Por una parte, está la acción o “noacción” día a día de “los oprimidos” y de la
burguesía. Por la otra parte, está el desarrollo del capital. Por una parte, está la acción de los
sujetos, carente de determinación por su relación social general; esto es, por una parte, no hay
más contenido que la forma. Por la otra parte, está el movimiento de la relación social general
que se realiza por sí mismo al margen de toda acción de los sujetos; esto es, por la otra parte,
no hay más forma que el contenido.
MDA e IK son incapaces de enfrentarse al carácter de la relación de modo
verdaderamente dialéctico: no hay desarrollo del capital que no se realice bajo la forma
concreta necesaria de la acción política de la clase obrera y de la burguesía; no hay acción
política de la clase obrera y de la burguesía que no sea la forma en que se realiza el desarrollo
del capital. Esto es, la relación social realiza su determinación bajo la forma concreta
necesaria de la acción voluntaria de los sujetos; la acción voluntaria de los sujetos es la forma
en que éstos dan curso al desarrollo de su propia relación social, o sea, a la organización de su
proceso de metabolismo social. Y como el modo de producción capitalista es una forma de
esta organización cuya especificidad histórica está dada por su necesidad de desarrollar las
fuerzas productivas del trabajo social hasta superarse a sí mismo, esta especificidad histórica
es la que se realiza tomando la forma concreta necesaria de la voluntad revolucionaria con que
la clase obrera rige su acción portadora de dicha superación. La clase obrera no espera
pasivamente a que el modo de producción capitalista se supere, no porque “quizás […] nunca
lleguen a conocer una nueva sociedad”, sino porque la relación social general con que la
misma clase obrera organiza su vida social, o sea, el capital, desarrolla la determinación
histórica que le es propia tomando la forma concreta de la acción revolucionaria de la clase
obrera. Como lo sintetiza Marx:
No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone
momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe
históricamente hacer de acuerdo a su ser”. (La sagrada familia, Editorial Claridad, 1971, p.
51)
¿Qué es entonces el sujeto que nos presentan MDA e IK? Se trata de un sujeto vacío
de determinación por su ser social, y por lo tanto vacío de su propio ser social, que rige su
20
acción sin más determinación que la “lectura de la realidad” que hace su libre “voluntad
política”. De modo que su interdependencia social le aparece impuesta exteriormente a su
persona, como una “desgracia” que coarta la natural libertad de su voluntad. Bajo la
apariencia de hablar en el nombre de la acción revolucionaria superadora del capital, MDA e
IK no hacen otra cosa que cultivar la más vulgar ilusión de la ideología burguesa. Tal es su
ideología, tal es su papel político en contra del desarrollo de la acción de la clase obrera
portadora de la superación del modo de producción capitalista y, en consecuencia, necesitada
de organizarse mediante el conocimiento objetivo de sus propias determinaciones.
Para MDA e IK la libertad del obrero consiste en declarar a la voluntad del mismo
vacía de determinación en tanto portadora de la relación social con que organiza su vida. Esta
es la misma falta de libertad que tiene quien se declara libre de determinación por la fuerza de
gravedad y salta sin paracaídas desde un avión en vuelo. Tardíamente va a descubrir que no se
trataba más que de una apariencia. Muy por el contrario, la libertad del obrero consiste en
reconocerse como portador de las determinaciones propias de su relación social y, en
consecuencia, como portador de las potencias históricas específicas con que la misma relación
social lo determina como sujeto revolucionario.
En mi libro transcribo la síntesis hecha por Engels respecto de la libertad de la
voluntad como forma concreta de realizarse la determinación. Aquí lo hago una vez más:
La libertad no consiste en una soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino
en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines. Esto vale tanto respecto de las leyes de la naturaleza externa
cuanto respecto de aquellas que regulan el ser somático y espiritual del hombre mismo: dos
clases de leyes que podemos separar a lo sumo en la representación, no en la realidad. La
libertad de la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un ser humano respecto de un
determinado punto problemático, con tanta mayor necesidad estará determinado el contenido
de ese juicio; mientras que la inseguridad debida a la ignorancia y que elige con aparente arbitrio entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias prueba con ello su propia
ilibertad, su situación de dominada por el objeto al que precisamente tendría que dominar. La
libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es necesariamente un
producto de la evolución histórica. (Engels, Anti-Dühring, OME 35, p. 104)
La supuesta libertad de la voluntad del sujeto revolucionario de MDA e IK consiste en
que se sienta a meditar en medio de un vacío de determinación y se plantea la disyuntiva de
¿“me cruzo de brazos y espero que el capitalismo se caiga solo” o “actúo para que se caiga”?.
La observación de Engels le cae perfecta: “la inseguridad debida a la ignorancia y que elige
con aparente arbitrio entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias prueba con ello
su propia ilibertad, su situación de dominada por el objeto al que precisamente tendría que
dominar”. La verdadera libertad de la voluntad de la clase obrera como sujeto revolucionario
consiste en reconocerse a sí misma como la que, mediante su acción regida con esta
conciencia, es la forma concreta necesaria en que el modo de producción capitalista realiza su
necesidad inmanente de aniquilarse en su propio desarrollo.
Detengámonos un momento en la cuestión de las formas concretas que toma la
necesidad, o sea, la determinación más general de la materia, en su realización. En mi libro he
desarrollado cómo la posibilidad no es la abstracta negación de la necesidad sino, al contrario,
su forma general de realizarse. La reproducción corriente del capital en tanto negación en sí
misma de la necesidad histórica de éste, toma forma concreta general en una conciencia que
se detiene en la apariencia de ser abstractamente libre, con lo cual permanece ciega a su
propia enajenación en el capital y, en consecuencia, a sus propias potencias revolucionarias.
21
La universalidad de la representación lógica como método de la conciencia científica, con su
reducción de la relación entre forma y contenido a una unidad inmediata, es la forma concreta
en que se realiza dicha determinación de la reproducción corriente del capital. Como
desarrollo en mi libro, aquí la ideología (o sea, la negación del conocimiento objetivo) está
portada en la forma misma del método científico. Y esta ideología del capital emerge
entonces, en cumplimiento de su razón de existir, intentando descalificar con el mote de
“determinista” a la conciencia que reconoce que el desarrollo de su libertad parte de
descubrirse en su enajenación. Para lo cual, esta ideología del capital recurre a su propia base
metodológica: según ésta, toda necesidad es una necesidad inmediata, o sea, que se realiza
idéntica a sí misma, mientras que concibe a la posibilidad como la negación igualmente
inmediata de la necesidad. De modo que, resguardada en su necesaria estrechez de miras, si a
su discurso ideológico se le opone la crítica de lo concreto mediante el descubrimiento de la
necesidad del mismo, todo se le hace imputarle a esta crítica que inevitablemente ha de estar
basada en la reducción de toda necesidad a una de carácter inmediato. Nuevamente queda
aquí en evidencia el contenido y la forma de la inversión ideológica practicada por MDA e
IK, para los cuales todo intento de avanzar más allá de la apariencia de las “voluntades
políticas” que se explican por sí mismas debe ser condenado por “determinismo”.
Hecha esta aclaración, sigamos adelante. En cada momento y lugar del desarrollo de la
vida humana en el modo de producción capitalista, la relación social objetivada produce los
individuos portadores de las conciencias y voluntades que la realizan. La relación social
objetivada se realiza así bajo la forma concreta del engendrarse a sí mismas estas conciencias
y voluntades como conciencias y voluntades determinadas. Como es obvio, cada conciencia y
voluntad individual es un concreto de extrema complejidad, donde la necesidad simple de su
determinación por la relación social objetivada se encuentra realizada bajo la forma concreta
necesaria de la posibilidad que se media a sí misma en su realización. Pero lo que siempre
emerge de ese proceso son los individuos cuya subjetividad consciente y voluntaria realiza el
movimiento de la relación social general objetivada. Y no se trata, ciertamente, de que
algunos individuos efectúan esta realización y de que otros no, sino de que en su acción
consciente y voluntaria, todos y cada uno dan cuerpo a las múltiples formas concretas de la
relación social, reproduciendo así la organización de su proceso de metabolismo social y,
luego a este mismo en su unidad. Unidad que, sin ir más lejos, incluye el hecho de que la
propia relación social objetivada de una masa creciente de la población obrera determina a
ésta como portadora de una subjetividad a cuya conciencia y voluntad se le arranca el
ejercicio de la potestad genéricamente humana de participar activamente en el proceso de
producción social, y en consecuencia en el proceso de consumo social.
En el proceso concreto en que cada individuo produce su conciencia, o sea, rige su
acción voluntaria, la dicotomía postulada por MDA e IK de “no actúo a la espera de que el
capitalismo se caiga solo” o “actúo y lo volteo” es doblemente falsa. En primer lugar es
formalmente falsa, ya que para el sujeto humano no existe la “no actividad”, sino distintas
formas de actividad. De modo que, como el individuo actúa de todas maneras, su acción va a
ser portadora inmediata -para ponerlo en términos simples- del desarrollo del modo de
producción capitalista hacia su superación o de la simple reproducción del mismo como
negación de su superación. Por lo tanto, la acción que se rigiera por la idea de “hago otra cosa
total se va a caer igual” dice de sí misma que se trata de una acción que necesita ser regida por
una conciencia que desconoce sus propias determinaciones. Y las desconoce, ya sea que de
todas maneras la “otra cosa” resulte pese a todo portadora del desarrollo en cuestión, ya sea
que la “otra cosa” resulte portadora de la negación de ese desarrollo.
En segundo lugar, la dicotomía postulada por MDA e IK es realmente falsa, porque los
sujetos no se enfrentan a su determinación individual como portadores o no del desarrollo del
modo de producción capitalista hacia su superación, bajo la forma abstracta así planteada. Por
22
el contrario, se enfrentan a esa determinación bajo las formas concretas con que su ser social
los determina en su condición de sujetos de la realización del movimiento del capital.
La determinación no consiste en que, por una parte, existe lo determinante y, por la
otra parte, existe lo determinado, que luego se ponen en una relación entre sí cuya cualidad
nunca se logra definir con precisión, por lo cual se la reduce a la ambigüedad cuantitativa del
“no caer mucho en el determinismo, no caer mucho en el voluntarismo”. Por el contrario, la
determinación consiste en que una existencia actual realiza su potencialidad tomando una
cierta forma concreta. El hecho de que el ser social determina la conciencia quiere decir que el
ser social realiza su potencialidad tomando la forma concreta de la acción regida por cada
conciencia individual. Veo la conciencia, y luego la acción que ella rige voluntariamente, y lo
que veo es el ser social en acción. Pero, quien se detiene en la apariencia inmediata de que no
hay más contenido que la forma, mira la conciencia y todo lo que ve es una conciencia que
carece de más contenido que ella misma y que, por lo tanto, se explica por ella misma.
Nuevamente tenemos en esta concepción la necesidad ideológica de que el ser social, como
ser social enajenado en el capital, tome forma concreta necesaria en un método de
conocimiento, o sea, en una forma de conciencia, que se ocupe de ocultar su propia
determinación reduciéndola a la apariencia de su forma misma: la conciencia del individuo
abstraída de su ser social es presentada así invertida como la determinante por sí de la acción
del individuo.
La conciencia no es un don natural, ni una gracia divina, ni un atributo engendrado por
la abstracta individualidad. La conciencia es la forma propia del género humano que toma la
capacidad inherente a las especies animales para organizar su apropiación del medio en la
reproducción de su proceso de vida. Organizar la propia acción consiste en actuar para
apropiarse de la potencialidad que puede tener esa acción respecto de la potencialidad que le
ofrece el medio sobre el que se va a ejecutar. Esto es, organizar la acción consiste en actuar
para conocer las propias determinaciones respecto de las del medio, de modo desencadenar la
ejecución plena de la acción determinando a ésta como la forma concreta necesaria de
realizarse dichas potencialidades en su unidad. El ser humano se distingue como un género
respecto de las especies animales porque su proceso de vida no se basa en la apropiación
inmediata del medio a fin de reproducir el propio cuerpo, sino en la transformación del medio
por el trabajo social. Esto es, se trata de un proceso de metabolismo social en el cual los
individuos se afirman como sujetos humanos al gastar recíprocamente su cuerpo trabajando a
fin de que los otros consuman productiva o individualmente el producto de ese trabajo en la
reproducción de su propio cuerpo como sujetos humanos. En consecuencia, la unidad de la
organización del proceso de metabolismo social se encuentra portada en el proceso en que
cada sujeto humano actúa para conocer las determinaciones de su acción como órgano
individual de dicha unidad. El ser social de los individuos toma forma concreta en este
proceso de conocimiento. La misma complejidad de la unidad en cuestión, del propio ser
social, determina a este proceso de conocimiento individual como uno que necesita tomar la
forma concreta de un proceso de conocimiento, y por lo tanto de organización de la propia
acción, que se conoce a sí mismo como tal, o sea, como un proceso de conocimiento
consciente. La conciencia es la forma en que cada sujeto humano realiza su ser social
organizando su propia acción individual; la conciencia individual es el ser social en acción.
Las determinaciones del ser social se realizan necesariamente tomando la forma concreta de
acciones que cada sujeto individual rige mediante el conocimiento consciente de sus propias
determinaciones como órgano individual del proceso de metabolismo social.
Es el grado alcanzado en cada momento por el proceso de metabolismo social en su
desarrollo histórico, o sea, por el ser social, el que toma forma concreta en una conciencia que
necesita apropiarse más o menos profundamente de sus propias determinaciones, que necesita
detenerse ante una u otra apariencia que le presentan esas determinaciones o que necesita
23
avanzar superando todas ellas. Por ejemplo, la organización del proceso de metabolismo
social bajo el modo de producción capitalista se realiza determinando a la conciencia de MDA
e IK como una que necesita detenerse ante la apariencia, propia del proceso de circulación, de
que la voluntad política revolucionaria brota de la conciencia naturalmente libre y externa al
capital de “los de abajo”. Y también se realiza determinando a mi conciencia como una que
necesita superar esa apariencia, para regir su acción mediante el conocimiento de que la
conciencia libre es la forma que tiene la conciencia enajenada en el capital, y que esta
enajenación es la que determina a la voluntad política revolucionaria de la clase obrera como
portadora necesaria de la superación del modo de producción capitalista.
En cada momento y lugar, la multiplicidad de las potencialidades concretas que
encierra el capital en su movimiento, tanto históricas como de su reproducción inmediata, se
realiza bajo la forma de la multiplicidad de acciones regidas por las conciencias individuales.
Las contradicciones inherentes al capital, y en particular para lo que nos importa aquí, las
contradicciones que son inmediatamente portadoras de su necesidad de superarse en su propio
desarrollo, toman así forma en la acción de las conciencias y voluntades de individuos que se
enfrentan entre sí como si fueran, ante todo, recíprocamente independientes. Por eso, si el
conocimiento de las mismas se detiene en el análisis de cada una de ellas como un concreto
realizado, puede parecer que carecen de toda determinación unitaria fuera de la que aparece
brotando de la sola voluntad individual que las rige. De modo que quien se aferra al aparente
vacío de ser social propio del individuo abstractamente libre de la ideología burguesa, cae en
la ilusión de que dichas acciones son el resultado de la resolución de una dicotomía individual
simple: “hago” o “no hago”. Pero no se trata de una confluencia inorgánica de las voluntades,
ni de que las conciencias individuales determinan el movimiento de la relación social general.
Tras las apariencias de la falta de norma y de la voluntad autónoma, la norma de la
acumulación de capital se realiza indirectamente determinando a esas conciencias y
voluntades como personificaciones suyas, como sus formas concretas necesarias de realizarse.
La conciencia y la voluntad libres de las personas en el modo de producción capitalista es la
ejecutora de la relación social objetivada que, al mismo tiempo, no pueden controlar.
Allí donde el curso concreto del proceso de acumulación de capital avanza en una
dirección determinada, para ponerlo en términos simples, sea como expresión de la necesidad
de su superación o sea como la negación de esta necesidad, la conciencia y voluntad en que el
movimiento en cuestión toma forma concreta va a aparecer avanzando en su generalización
(siempre a través de una multiplicidad de formas concretas particulares e individuales
diferentes). Y no lo va a hacer de manera meramente cuantitativa, sino que se va a constituir
en la forma de conciencia y voluntad cuya necesidad de regir el movimiento de la
organización de la vida social se ha tornado dominante. A su vez, se va a encontrar con que la
acción que ella rige tiene la fuerza para imponerse sobre las que expresan otras potencias,
igualmente presentes pero no dominantes, en tanto esa acción es la forma concreta que en ese
momento y lugar toma la reproducción del proceso de metabolismo social regido por el
capital. Pero, en cuanto el propio movimiento de la relación social general lo lleve al punto en
que se abre otra fase respecto de la dirección referida, los sujetos de la fase anterior van a
comenzar a encontrarse con que sus voluntades ya no tienen la potencia práctica anterior, y
que ahora se levantan frente a ellos otros individuos que, al ser con su acción los realizadores
del nuevo curso que está tomando el movimiento de la relación social general, han adquirido
la potencia para que la acción que rigen consciente y voluntariamente se transforme en la
dominante.
En mi libro presento repetidas referencias concretas al movimiento de la
determinación de la conciencia de la clase obrera como sujeto político por el curso de la
acumulación del capital, tanto respecto de sus transformaciones generales (por ejemplo, con el
paso del desarrollo del obrero universal a la diferenciación en los atributos productivos del
24
obrero) como respecto de las formas nacionales que toman esas transformaciones (por
ejemplo, el carácter reformista de la socialdemocracia europea y el carácter revolucionario del
partido bolchevique y su transformación en un órgano burocrático). También he desarrollado
la cuestión repetidas veces respecto de la forma específica de la acumulación de capital en
Argentina y de cómo los movimientos de esa especificidad se realizan tomando determinadas
formas de conciencia que rigen voluntariamente la acción política.
La producción de la conciencia y voluntad dominantes, es decir, el proceso de
organizarse la acción que realiza la determinación dominante de la relación social general
objetivada, es el proceso de producción de una conciencia enajenada en el capital. Mientras
esta conciencia se encuentre determinada como portadora de la necesidad inmediata del modo
de producción capitalista de reproducirse a sí mismo, ella se va a detener ante una u otra
apariencia y, así, afirmarse como una conciencia abstractamente libre que, lejos de
reconocerse como determinada por la marcha de la relación social objetivada, se ve a sí
misma como quien determina por sí esa marcha. Pero la conciencia capaz de ser portadora de
la necesidad inmediata del modo de producción capitalista de superarse en su desarrollo, no
puede detenerse ante esa apariencia justamente por su propia determinación. Sólo puede ser
portadora de la capacidad para organizar conscientemente el proceso de metabolismo social
mediante el ejercicio por cada individuo del control sobre las potencias sociales de su trabajo
individual, si conoce sus propias determinaciones por sobre toda apariencia. En consecuencia,
sólo puede partir de que el desarrollo de su libertad tenga por contenido la conciencia sobre su
propia enajenación como portadora de una potencia de la relación social general de la cual es
tan forma concreta como cualquier otra. La conciencia respecto de las propias
determinaciones es la forma que toma la potencia de esta acción, superando la apariencia
inversa de que la conciencia por sí es de donde surge esa potencia.
Cada individuo es el sujeto inmediato de la producción de su propia conciencia. Nadie
puede producirle la conciencia a otro. Pero cada individuo es el sujeto de la acción que tiene
por objeto operar en el proceso en que el otro produce su conciencia. Esta acción no es otra
cosa que el modo en que el otro produce su conciencia como realización de las potencias del
trabajo social, o sea, como realización de su propio ser social. La forma de operar
positivamente en el proceso en que otro produce su conciencia consiste en hacer que éste se
enfrente a sus propias determinaciones como sujeto social, avanzando en este enfrentarse más
allá de la inmediatez con que lo hacía hasta entonces. Es decir, consiste en que se conozca
como portador de determinaciones frente a las cuales su conciencia se encontraba impotente
hasta entonces, de modo que escapaban a su control. Hasta entonces, la conciencia del otro
regía una acción que era forma concreta de realizarse una determinación del ser social que
necesitaba de tal realización inconsciente respecto de sí misma. Una vez enfrentada al
conocimiento de su propia determinación, la acción en cuestión ya no puede seguir siendo la
forma concreta de realizarse la determinación correspondiente a la ausencia anterior del
conocimiento de su causa. Cualquiera sea el resultado del proceso de conocimiento, la acción
en cuestión se habrá transformado en la forma concreta necesaria de realizarse una
determinación distinta a la original, o en una forma concreta distinta de realizarse la misma
determinación original.
El desarrollo de la consciencia consiste en que ella se reconocerse como la portadora
de una determinación que la trasciende y que tiene por forma concreta necesaria de realizarse
una acción regida por el conocimiento de sus propias determinaciones. No es que la
conciencia determina por sí a la acción, sino que la acción que se rige conscientemente
mediante el conocimiento de sus determinaciones es la forma necesaria en que se realiza la
determinación.
La falsa dicotomía en que MDA e IK basan su argumento pone al descubierto el hecho
de que el desarrollo de su conciencia se encuentra determinado por la necesidad de cultivar la
25
más cruda inversión idealista. Para ellos, no es que el ser social determina la conciencia. Esto
es, no es que el modo de organizarse el proceso de vida social, o sea el ser social, toma forma
concreta en la conciencia, o sea la determina. Al contrario, para MDA e IK la conciencia
determina por sí al ser social, o sea, el modo de organizarse la vida social: si la conciencia de
“los de abajo” no desarrolla por sí y con independencia del movimiento del capital la
“voluntad política” de su “pronta organización” entonces “quizás […] nunca lleguen a
conocer una nueva sociedad”. El movimiento de la conciencia vaciada de su ser social actual
queda así invertido como el que por sí determina la posibilidad o no de la existencia de un
nuevo ser social. Como desarrollo en mi libro, el método de la representación lógica, con su
consecuente reducción del conocimiento objetivo a diversas “interpretaciones del mundo”,
lleva en sí y por sí a la concepción idealista.
El conformismo metodológico de MDA e IK no es una “desgracia” carente de
necesidad histórica. Es la forma necesaria en la que se realiza su determinación como
productores ideológicos de que la clase obrera debe regir su acción deteniéndose en la
apariencia inmediata de ser externamente opuesta al capital y renunciando a conocer
objetivamente sus propias determinaciones, con lo cual niega su propia potencialidad
revolucionaria.
En su necesidad ideológica, MDA e IK intentan sacar de la vista la cruda evidencia de
que no tienen otra determinación para la superación del modo de producción capitalista que la
“voluntad política” de voltearlo o sostenerlo, dando vueltas y revueltas tras una explicación
que vaya más allá de esa “voluntad política” que se determina por sí misma. Sin embargo, lo
único que pueden agregar a ella es la siguiente afirmación:
… el resultado de la lucha de clases, el éxito de la revolución, va a depender de la
correlación de fuerzas y la lucha política. (MDA e IK, p. 5)
Tan contundente afirmación tropieza de inmediato con la pregunta obvia: ¿Y de qué
dependen la correlación de fuerzas y la lucha política en cada momento? Ya sabemos que para
MDA e IK la respuesta no puede buscarse en el propio movimiento de la acumulación de
capital que toma forma concreta en la lucha política, porque eso sería caer en el
“economicismo” y sus tristes “sujetos pasivos”. ¿Entonces? Todo lo que les queda es su
ubicua “voluntad política” de unas personas que se oponen a otras.
Con vistas a esta apariencia, volvamos a la verdadera determinación de la unidad de
las relaciones de fuerza por el capital:
El capital es la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa. Debe
constituir el punto de partida y el punto de llegada…
El carácter social de la actividad, así como la forma social del producto y la participación del individuo en la producción, se presentan aquí como algo ajeno y con carácter de cosa
frente a los individuos; no como su estar recíprocamente relacionados, sino como su estar
subordinados a relaciones que subsisten independientemente de ellos y nacen del choque de los individuos recíprocamente indiferentes. […] Cada individuo posee el poder social bajo la
forma de una cosa. Arránquese a la cosa este poder social y habrá que otorgárselo a las
personas sobre las personas. (Marx, Grundrisse, vol 1, pp. 28 y 84-5).
Este arrancarle a la cosa el poder social y otorgárselo a las personas sobre las personas
es precisamente lo que MDA e IK pretenden hacer para vaciar de determinación a la clase
obrera por su relación social cosificada. Claro está que no tienen otro lugar para hacerlo que
dentro de sus propias cabezas. Y, como les es inconcebible todo reconocimiento de dicha
determinación, resuelven “interpretar” que yo debo sostener la misma inversión:
26
Para JIC los actores son portadores y soportes del capital. El papel que juegan en la obra
está determinado por este. Desde este punto de vista, el obrero no puede más que revalorizar
valor, reproducir el capital. Su conciencia, enajenada, sólo puede ser parcial como el
producto que produce y alienada, es decir pertenecer a otro, como el producto del trabajo del obrero que pertenece, en el capitalismo, a otro. Su conciencia es la de otro: la de la clase
dominante. (MDA e IK, pp. 3-4)
En lugar alguno digo yo semejante disparate. Aquí ya no hay “interpretación” de mi
texto sino cruda falsificación. Para hacer lo cual MDA e IK no tienen el menor empacho en
caer en la incoherencia respecto de sus propios argumentos. Hasta recién, según ellos mi error
consistía en “interpretar literalmente” “la metáfora” de “la personificación”, es decir, en
tomarme en serio que la conciencia de las personas se encuentra enajenada respecto de las
cosas, que la conciencia de las personas es portadora de las potencias sociales objetivadas en
el producto del trabajo social. Ahora resulta que, siempre según ellos, mi error consiste en
creer que la conciencia de la clase obrera está enajenada en la conciencia de la clase
dominante, esto es, que la conciencia de unas personas es portadora de las potencias sociales
encarnadas directamente como atributos personales de otros individuos.
Como no podía ser de otro modo, la falsificación incoherente tiene por objeto servir de
base para un argumento no menos incoherente:
Coincidimos con Marx en que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes
en cada época”. Sin embargo no creemos que la lucha contra la opresión capitalista sea una
idea dominante (ni generalizada) y por lo tanto no entendemos que esta pertenezca a la clase
dominante. (MDA e IK, p. 4)
Ya que esta frase ha sido presentada en un congreso de epistemología, analicémosla
desde el punto de vista de su forma. Para empezar, la complejidad cualitativa de la
observación de que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes” queda rebajada
en la representación silogística de MDA e IK a la determinación cuantitativa del universal
“toda idea de la clase dominante es una idea dominante”. Luego, la complejidad cualitativa de
“idea dominante” se degrada a la determinación cuantitativa de “idea generalizada”. Y,
entonces, MDA e IK tienen su silogismo completo: premisa mayor, “toda idea de la clase
dominante es una idea dominante”; premisa menor, “esta idea no es dominante (ni
generalizada)”: conclusión, “esta idea no es de la clase dominante”. Bueno, cambiemos ahora
la idea “la lucha contra la opresión capitalista” por otra, digamos, la idea “todo miembro de
mi clase social tiene el derecho natural de vivir del trabajo de los demás”. Conclusión, como
esta idea “no es dominante (ni generalizada)”, no es una idea de la clase dominante. ¿En
serio? Y también podríamos poner la premisa menor en positivo, por ejemplo, con la idea “es
necesario para la vida humana comer todos los días”, idea que es sin duda “dominante (y
generalizada)”, con lo cual de creerles a MDA e IK ha de ser combatida por ser una “idea de
la clase dominante”. Visto el poder de su “razonamiento” no es de sorprender el pesimismo
que les inspira la razón.
MDA e IK muestran su desconocimiento de los descubrimientos hechos por Marx
acerca de la determinación de la clase obrera como sujeto revolucionario por la relación social
cosificada, así como introducen la falsificación que sigue a ese desconocimiento y su peculiar
silogismo, en la sección de su trabajo titulada “El problema de la (in)acción como estrategia
revolucionaria (Nothing gonna change my World)”. Si yo creyera que la cuestión es mostrarse
ingenioso, bien podría decir que, por su contenido, le caería mejor el título “El problema de la
(i)gnorancia y la (in)coherencia como estrategia revolucionaria (Comfortably Numb)”. Y vaya
si éste no es un problema.
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Volvamos una vez más al mundo real, donde el desarrollo de las fuerzas productivas
es el determinante de las formas de relación social y, por lo tanto, de la conciencia que rige las
acciones con que la relación social se realiza:
… si la sociedad tal cual es no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de
producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla
estallar serían otras tantas quijotadas. (Marx, Grundrisse, vol 1, p. 87)
MDA e IK proclaman su acuerdo con esta afirmación de Marx. Tal vez podría
suponerse que, en consecuencia, van a preguntarse por cuáles son concretamente esas
condiciones materiales, para así poder definir las formas de acción política de la clase obrera
que fuercen su desarrollo. Esta definición es condición para superar cualquier posibilidad de
caer en la quijotada. Pero, no. Para MDA e IK toda la cuestión se reduce, una vez más, a
enunciar la existencia de distintas “interpretaciones” cuyo carácter se define por su voluntad
de estar “dispuestas a la transformación”:
Sin embargo, la proliferación de organizaciones políticas dispuestas a la transformación se debe a las diferentes formas de entender “las condiciones materiales” y las formas de
“hacer estallar” el capitalismo. (MDA e IK, p. 3)
En lugar alguno de su artículo, ni cuando se expresan en nombre propio ni cuando
citan a terceros, MDA e IK hacen la menor referencia a en qué consisten “las condiciones
materiales” en cuestión. ¿Qué papel juega entonces la invocación de las mismas en su
planteo? Según MDA e IK, “la proliferación de organizaciones políticas dispuestas a la
transformación” no se debe a que cada una de estas organizaciones es portadora de una
determinación concreta específica del desarrollo del ser social, y por lo tanto del desarrollo de
la materialidad del proceso de vida social, sino que “se debe a las diferentes formas de
entender…” La invocación a “las condiciones materiales” no cumple aquí otro papel que el de
incluir al paso una referencia aparente a la materialidad del proceso de vida social, con la
finalidad de ocultar la grosera inversión idealista de su danza de conciencias y voluntades que
determinan por sí al ser social. ¿Acaso MDA e IK pueden explicar la relación concreta que
existe entre el desarrollo concreto de las condiciones materiales del trabajo social como base
de la superación del modo de producción capitalista y las formas concretas de la acción
política de la clase obrera, sin apelar a la dialéctica del por una parte y por la otra parte?
Claramente no. La necesidad que personifican MDA e IK de vaciar a la conciencia de
la clase obrera de su determinación como forma de regirse la materialidad del proceso de vida
social queda crudamente expuesta en la siguiente afirmación:
Entendemos que la conciencia sobre el proceso de producción es la forma en la cual la
clase obrera se prepara para la posibilidad de la organización social del trabajo, pero no
encontramos la necesidad estricta de esta conciencia del proceso para superarlo. De hecho, entendemos que la propia superación en la práctica de las formas de producción del capital
transformarían asimismo las formas de entender el proceso, ¡ya que uno nuevo estaría frente
a nosotros! (MDA e IK, p. 6)
El “entendimiento” de MDA e IK tiene la llamativa potestad para una idea, de
transformar a la acción práctica de la conciencia de la clase obrera aplicada a la organización
actual del trabajo social en una mera “preparación” por si acaso mañana se diera la
“posibilidad” de otra organización del trabajo social (posibilidad que, como ya nos
informaron, no es la forma que toma el desarrollo de las fuerzas productivas materiales del
trabajo social, sino que brota de que un espíritu inspirado realice la oportuna “lectura
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revolucionaria” de las condiciones materiales). Semejante reducción del papel activo de la
conciencia de la clase obrera en la organización actual de la producción sólo se le puede
ocurrir a alguien tan encerrado dentro de la estrechez del mundo académico que confunde a la
práctica del proceso social de producción con un discurso de inauguración de año lectivo.
No en vano, a modo de luterano inconfeso, el entendimiento de MDA e IK se
escandaliza ante la razón. Ya Hegel (con inversión idealista y todo) distinguía con claridad
entre entendimiento y razón. El entendimiento separa y mantiene inmóviles a los opuestos,
convirtiéndolos en abstracciones. La razón descubre el movimiento de los opuestos en el
desarrollo de su unidad contradictoria concreta. Por eso, la única dialéctica que conoce el
entendimiento de MDA e IK es la del “por una parte” y “por otra parte”.
Para MDA e IK no es que “la conciencia del proceso de producción” es la forma
propiamente humana de organizar ese proceso. Para ellos, en el modo de producción
capitalista, por una parte transcurren las formas materiales del proceso de producción, por la
otra parte la conciencia de los sujetos activos de ese proceso no tiene más intervención en él
que “prepararse” para un eventual futuro cuyo advenimiento no depende en modo alguno del
desarrollo de la materialidad de la producción.
Pero el “entendimiento” de MDA e IK puede llegar todavía más lejos, notablemente
no gracias a lo que encuentra, sino gracias a lo que “no encuentra”. El desarrollo de la
organización consciente general del proceso de producción social es la superación práctica del
modo de producción capitalista. Pero MDA e IK “no encuentran la necesidad estricta” de que
el sujeto que desarrolla la organización consciente general del proceso de producción social
tenga que desarrollar “la conciencia del proceso [de producción social capitalista] para
superarlo”. Esto es, para MDA e IK la organización consciente general, es decir plena, del
proceso de producción social podría ser realizada por un sujeto carente de la conciencia plena
respecto de la organización del proceso de producción social al cual transforma en esa
organización consciente. O sea, que el ejercicio de la conciencia plena que constituye la
organización consciente del proceso de producción social no requeriría del ejercicio pleno de
esa misma conciencia. ¿Y por qué no se requeriría de esa conciencia? Porque, una vez
engendrada la organización consciente plena del proceso de producción social sin que la
conciencia del sujeto que la ha engendrado haya sabido de dónde partía ni por lo tanto a
dónde ha llegado (y en consecuencia sigue sin ser capaz de engendrar lo que ya ha
engendrado), recién entonces se encontraría con que esa organización consciente plena ya
existe y que, ahora sí, le ha llegado el momento de desarrollar la conciencia plena capaz de
organizar conscientemente el proceso de producción social. De la dialéctica del por una parte
y por la otra parte ya no queda aquí más que la incoherencia. Y tras la grosería de la
incoherencia queda al descubierto la necesidad de la misma: en el cumplimiento de su papel
ideológico, a MDA e IK no les basta con poner en duda que el conocimiento pleno por la
clase obrera de sus propias determinaciones es la forma necesaria en que la misma organiza su
acción superadora del modo de producción capitalista. Lo que intentan es oponer a esta
racionalidad la apologética abierta de la más cruda irracionalidad, de modo de vaciar el
desarrollo de la conciencia de la clase obrera de las potencias históricas específicas que le son
propias. Todo bajo la apariencia de estar actuando en la producción de una conciencia obrera
crítica del modo de producción capitalista.
La cuestión se presenta de manera muy distinta cuando se reconoce que el ser social
de la clase obrera determina a su acción revolucionaria como la forma concreta más potente, y
en definitiva, absoluta, del desarrollo de las condiciones materiales que constituye la base
determinante de la superación del modo de producción capitalista. Lo primero que se
reconoce así es que la organización de la acción revolucionaria de la clase obrera tiene por
forma necesaria el conocimiento de dicho desarrollo. O, dicho de otro modo, conocer en qué
consiste la transformación en la materialidad de las condiciones materiales de producción que
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engendra la necesidad de la organización consciente del proceso de vida social, es el punto de
partida necesario en el proceso de organizar la acción de la clase obrera capaz de superar el
modo de producción capitalista. Esto es lo que separa al socialismo científico de las
construcciones ideológicas, empezando por las que se detienen ante la dicotomía aparente de
un “voluntarismo” vacío de determinación y un “determinismo” carente de forma.
Por eso yo parto en mi libro desplegando el desarrollo de la transformación en la
materialidad del trabajo humano que determina la especificidad histórica del modo de
producción capitalista. Y acompaño este desarrollo hasta alcanzar su forma concreta necesaria
de realizarse bajo la forma de la acción revolucionaria de la clase obrera. Transcribo a
continuación la parte correspondiente de una síntesis de dicho despliegue, que ha sido tomada
como fundamentación del CICP como colectivo de acción política obrera:
La transformación de la naturaleza del trabajo y del productor de mercancías pone en
evidencia la razón histórica de existir del modo de producción capitalista: la transformación
de las potencias productivas del trabajo libre individual en potencias productivas del trabajo colectivo conscientemente organizado por el mismo obrero colectivo que lo realiza, bajo la
forma contradictoria del desarrollo del trabajo social como trabajo privado. Se trata de un
trabajo cuyo producto se enfrenta a sus propios productores como el portador autónomo de la
capacidad para poner en marcha al trabajo de la sociedad y, por lo tanto, como el portador de una potencia social que les es ajena y los domina. Esta contradicción inmanente al modo de
producción capitalista es la que lo hace llevar en sí la necesidad de superarse a sí mismo,
engendrando en su propio desarrollo la organización consciente general de la producción social.
…
El avance en la socialización del trabajo privado tiene por forma necesaria la
centralización del capital, o sea, la confluencia de los capitales individuales hacia su unidad inmediata como capital total de la sociedad. Es en la acción política, o sea, cuando expresa
inmediatamente las potencias del capital social, que la clase obrera da cuerpo a la
socialización directa del trabajo privado. La acción revolucionaria de la clase obrera es la forma concreta necesaria en que la referida revolución constante en la materialidad de los
procesos de trabajo -que al mismo tiempo implica su socialización directa- desarrolla su
necesidad de organizarse como una potencia directamente social que trascienda los límites de su forma privada capitalista. Por lo tanto, esta acción revolucionaria es la forma concreta
necesaria en que el modo de producción capitalista realiza su necesidad histórica de
superarse a sí mismo en su propio desarrollo.
… El carácter privado del trabajo quiere decir lisa y llanamente que la conciencia libre que
organiza cada unidad del trabajo social se encuentra privada de controlar sus propias potencias sociales. Estas se le presentan invertidas como el poder social que impone sobre
ella su producto -el capital- para corporizar la unidad general del trabajo social. En tanto la
conciencia libre personifica necesariamente este poder social que pertenece a su producto, se
encuentra determinada como conciencia enajenada. En la plenitud de su desarrollo, la conciencia libre portadora de la enajenación cobra
directamente forma en la materialidad misma del proceso de trabajo. A esta altura, el trabajo
consiste materialmente en aplicar una conciencia científica -es decir, una que conoce sus propias determinaciones de manera objetiva y, como tal, que avanza en su libertad- al
desarrollo del control sobre las fuerzas naturales a fin de objetivarlas en la maquinaria, o sea,
a la multiplicación de la capacidad para organizar el proceso de metabolismo social. Pero este mismo producto, es decir, dicha capacidad multiplicada de organización, se enfrenta a
sus productores bajo la forma social específica de plusvalía. Esto es, se los enfrenta como
una potencia social que les es ajena por pertenecerle al producto material de su trabajo y a la
cual se encuentra sometida su misma conciencia objetiva. Se trata de una organización automática de la vida social, donde el trabajo humano consiste en desarrollar la capacidad
para controlar dicha organización conscientemente, que al mismo tiempo tiene por objeto
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inmediato la multiplicación de la capacidad para organizar automáticamente la vida social a
espaldas de la conciencia de sus productores.
El límite absoluto al desarrollo capitalista de las fuerzas productivas de la sociedad reside
en esta negación del dominio pleno sobre las propias potencias del trabajo social. Por lo tanto, la barrera capitalista última al desarrollo de las fuerzas productivas reside en la
mutilación que le impone a la conciencia libre su determinación como forma de existencia de
la conciencia enajenada. La superación de esta barrera implica necesariamente la aniquilación del trabajo privado como modo de organizarse el trabajo social, dando curso a
la organización consciente general de este trabajo.
Este paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas toma entonces necesariamente una forma concreta material que le es específica. A saber, toma la forma de
una revolución social en la que el sujeto material de ese desarrollo, o sea, la clase obrera, no
se limita ya a aniquilar a la burguesía transformando al capital en una propiedad
inmediatamente social. Lo que hace es aniquilar al capitalismo mismo. Y, con él, aniquila al representante político general del capital social, al estado. Con lo cual la clase obrera alcanza
también su propio fin. La nueva relación social general tiene por forma concreta la
conciencia y voluntad mediante las que el trabajador se determina a sí mismo de manera inmediata como órgano individual del trabajo social. La plenitud de la libertad no se limita
ya simplemente a la ausencia del sometimiento del individuo al domino personal de otro. Se
ha desarrollado como la conciencia objetiva plena respecto de la propia individualidad como portadora de las potencias productivas sociales. Se trata, por lo tanto, de la organización
consciente general del proceso de producción de la vida social. La conciencia libre, o sea, la
libre individualidad, ha pasado a ser la relación social general. (La ciencia como acción
política de la clase obrera. Bases del Centro para la Investigación como Crítica Práctica)
Para repetirlo a modo de cierre, el sujeto activo de la aniquilación del modo de
producción capitalista mediante el desarrollo de la organización consciente del trabajo como
una potencia directamente social se encuentra determinado necesariamente por su ser social
como uno que conoce la transformación en la materialidad del trabajo que es históricamente
específica de dicho modo de producción, a fin de regir su acción revolucionaria como la
forma concreta necesaria más potente que realiza esa transformación. Tal es la determinación
material de la clase obrera como sujeto revolucionario. Mi acción como órgano individual de
este sujeto social tiene por forma concreta actuar en el proceso en que otros miembros de la
clase obrera producen su conciencia determinándose a sí mismos como portadores de esta
potencialidad.
MDA e IK le oponen a dicho sujeto revolucionario uno que responde a la apariencia
burguesa del individuo cuya libertad no consiste en saberse determinado por su ser social,
sino en creerse vacío naturalmente de tal determinación, de modo que su abstracta “voluntad
libre” le aparece coartada por la existencia de una relación social que se le impone desde su
exterior y a la cual se enfrenta por su propia naturaleza de sujeto “libre”. MDA e IK
demuestran así que, por mucho que se crean libres de determinación de su ser social como
personificaciones del capital, este ser social suyo los determina como portadores de la
necesidad de negar ideológicamente la determinación material de la clase obrera como sujeto
revolucionario por el capital mismo. Cosa que hacen poniendo en el lugar de esa
determinación la aceptación pasiva de la apariencia de que las potencias revolucionarias de la
clase obrera deben brotar de una voluntad que, “libre” de ser social determinado por su propia
relación social general, ha de levantarse desde el exterior de ésta. Con lo cual actúan en el
proceso en que la clase obrera produce su conciencia cumpliendo el papel contrario al que
afirman cumplir.
A lo largo de este escrito he presentado una serie de preguntas respecto de la
necesidad de las concepciones de MDA e IK, y he dado mi respuesta a esas preguntas. Ya que
MDA e IK han planteado su texto con ánimo de abrir el debate, espero que presenten ahora
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sus respuestas a las mismas, ninguna de las cuales tiene un carácter retórico. Por eso, espero
que mis preguntas no provoquen en ellos ese expresivo ataque de pasividad que parecen
experimentar quienes sostienen puntos de vista similares a los suyos, en cuanto se las
formulo. De esa pasividad brotan entonces las consabidas respuestas de los “sí, habría que
pensarlo” que nunca muestran ir más allá del “habría”, de los “cuando tenga tiempo” de un
“cuando” que nunca llega, de la repetición acrítica de que la “voluntad revolucionaria” se
funda a sí misma, o de la estúpida vanagloria de la propia ignorancia consagrada por
Holloway del que “ya no sabemos qué significa „revolución‟; cuando nos preguntan tendemos
a toser y a farfullar y tratamos de cambiar de tema; […] no-saber es parte del proceso
revolucionario”. Lejos de mostrar a sus autores como sujetos activos del proceso de
superación del modo de producción capitalista mediante la acción de la clase obrera regida
necesariamente por la conciencia de sus propias determinaciones que trasciende toda
apariencia, dichas respuestas los muestran como portadores de la necesidad del capital de
reproducirse a sí mismo a través de la reproducción de una conciencia de la clase obrera
impotente para conocer su propia enajenación y, en consecuencia, sus propias potencias
históricas específicas.
Buenos Aires, mayo-junio de 2010