Universidad Pedagógica Experimental LibertadorCentro de Investigaciones Contemporáneas (CINCO)
Línea de Investigación: Estudios Urbanos
La disputa de la ciudad.
Recreaciones etnoepistemológicas por los espacios citadinos contemporáneos
Edgar Balaguera
Maracay, Octubre del 2014
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La disputa de la ciudad.
Recreaciones etnoepistemológicas por los espacios citadinos contemporáneos
Edgar Balaguera
Resumen
Las ciudades contemporáneas se nos volvieron a la luz de nuestros días composiciones físico-culturales sumamente complejas y no menos problemáticas. Ellas se han estado llenando raudamente de un sinfín de espacios residenciales, centros comerciales y financieros, de campos deportivos y de estudios, de lugares laborales, recreativos, etc. los cuales tornan cada vez más angustiantes en tanto las demandas y competencias por sus usos y servicios se vuelve sumamente desiguales e insuficientes en comparación a las disposiciones u ofertas que en ellas se realizan. Los actos que cotidianamente emprenden las ciudadanías por posicionarse de los escasos bines, servicios y calidades que van dejando observar las urbes contemporáneas les hace de pronto transformarse en “ciudadanías guerreras”, prestas a combatir diariamente por obtener el bien o servicio que a los momentos demanden y pueda ofrecer la ciudad. Tales situaciones van transformando y resignificando céleremente a las ciudades propiamente dichas, volviéndolas cada vez más- en estelares espacios de y para el combate citadino, de lo cual emergen puntuales y delicados extrañamientos. La ciudad al volverse-nos suerte de “teatro de guerra” citadina, amenaza con extinguir aquello que en ella llamamos “lo público”, de lo cual la política y lo político (la gobernabilidad de la ciudad) van haciendo metástasis.
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Palabras claves: Ciudad, cultura, política, epistemología, convivencia.
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1. Observaciones urbanas1
“Cuando a menudo escucho decir 'esta es mi ciudad', al momento dudo y me pregunto sí ambos estamos ya hablando de mi ciudad, de la tuya o la del otro. Quién sabe!”.
Desde un recorrido suave o mirada “tranquila” por esta o aquella ciudad, el sentido
de la vista y la interpretación apenas sí nos alcanzan para observar la movimentalidad de un
variopinto de personas acometiendo múltiples desempeños, realizando un sinfín de
actividades más o menos propias a sus particulares intereses y necesidades.
En tanto andamos (dentro de la ciudad) queriendo resolver cosas propias, de amigos
o familia, a las cuales, por lo general, le otorgamos rangos de urgentes y prioritarios, las
tensiones y conflictos de nuestras urbes se nos asoman casi imperceptibles, sin mayor
visibilidad, pues nuestra singular prisa por ella-s acaso si nos da.-n chance para percibir
sólo aquellos asuntos que al momento captan y advierten nuestros exigidos (y estropeados)
sentidos y carteras.
No es que la agitada deambulación que regularmente desparramamos por la urbe
nos distraiga plenamente de las pujas o tensiones que efectivamente y a cada instante
ocurren en sus escenarios, al contrario, una vez que estamos en casa solemos dar cuenta de
aquello diligenciado en nuestro paseo citadino, lo cual incluye la referencia a muchos de los
accidentes e incidentes presenciados.
El asunto está, quizás, en saber que “el informe” rendido en el hogar sobre las
fraguas y acontecimientos divisados sea muy escueto e irregular, en virtud que el centro de
nuestros oídos, olfatos, visiones y cogniciones no estaban centrados en la distinción ni
aprehensión exclusiva de los conflictos o pugnas que estarían ocurriendo en la urbe, sino en
atención a eso puntual que verdaderamente fuimos a realizar.
Las comprensiones de mayor alcance sobre aquello que trasiega en la ciudad, entre
las cuales incluimos las relaciones, los anudamientos, las porosidades, las tensiones y los
modos singulares como se presentan, disipan o resuelven las reyertas urbanas constituyen,
sin duda alguna, asuntos de tenor un tanto diferente. Suerte de regularidades o
irregularidades que nos demandan un mayor detenimiento, por ello ir de compras, querer
1-. El presente trabajo forma parte de un programa de investigación que sobre las ciudades contemporáneas y sus tantas recreaciones, conflictos y vicisitudes cotidianas lleva a cabo actualmente su autor.
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pagar los servicios básicos o, simplemente, realizar cualquier transacción financiera dentro
de algún predio citadino es poco compatible con el caro acto de pensar2.
Digamos no obstante que el consumo es bueno para pensar, siempre y cuando le
hagamos al mismo un cierto malabarismo, le confeccionamos una pequeña coartada al acto
alegre, angustioso o placentero de lo que salimos a diligenciar, pues tal vez la gula, el
entusiasmo o la frustración por la compra o lo comprado nos distancie y obnubile tanto de
las competencias como de las exigencias que demanda la exigente tarea del conocimiento.
Tampoco procuramos negar aquí esa especialísima actitud de benevolencia, de
soportación y tolerancia que generalmente manifiestan el común de las ciudades para
muchísimos de sus residentes o visitantes, habida cuenta de la fotografía un tanto agreste de
ella-s que ya hemos comenzado a presentar, pues ¿Si las ciudades no fueran lo piadosas que
son, cómo entonces encontrar allí la huella y presencia viva, diversa y plural, que
consuetudinariamente suelen manifestar tanto lugareños como huéspedes?
Justamente, porque (en buena medida) las ciudades son amables y soportativas3 con
unos y otros es por lo que nos re-suenan bien al oído, con mucha insistencia, aquellas
máximas anónimas del tipo: “me gustó esa ciudad”, “esa ciudad es bonita”, “esa ciudad yo
la recuerdo”, “quiero volver a la ciudad”.
Las positividades que nos entregan tales espacios geoculturales también han
quedado esculpidos en una infinidad de composiciones musicales, fotográficas, poéticas y
pictóricas que hemos estado conociendo a lo largo y ancho del devenir urbano. En
Venezuela el apreciado maestro Billo Frómeta y su sabrosa orquesta Billos Caracas Boys,
entre muchos, nos dejó para el recuerdo amenas y bailables composiciones alusivas a
Caracas, Maracay y San Cristóbal.
2 -. No se trata de negar que el consumo (el mercado) no constituya también un lugar benigno para pensar, que allí los consumidores antes de comprar, realizan ciertas operaciones mentales, tales como ver, comparar, decidir, etc., sólo queremos advertir en este texto que en las sociedades y condiciones culturales actuales, marcadas por la fabricación de conductas y estilos de vida bien acelerados, tal acto resulte cada vez menos posible, a la par que impedido “ por la liberación de su escenario al juego pretendidamente libre, o sea feroz, entre las fuerzas del mercado”. (García Canclini, 1991. P. 6).3. Quizás éstas soportaciones mejor las podemos evidenciar en los tantos registros comunicacionales, de diálogos, que las urbes dejen fluir, claro, a condición que no se impidan los tantos lugares de encuentro y sociallidad que en ellas tienen lugar, de allí que nos acordemos con lo expresado por el entonces director de planeamiento de la city de Londres : “La mercadería más importante que se intercambia en una ciudad es la conversación, la información cara a cara, la murmuración... En consecuencia son muy necesarios el bar y el restaurante. del mercado”. (Jordi, 2003). P. 6.
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Ahora bien, por mucha amabilidad o generosidad que presente a los propios y/o
extraños esta o aquella urbe, tales valencias parecieran llegar a un límite, exponer como un
techo, ello es, la ciudad de pronto comienza a mostrarnos el cartabón de su amabilidad
generosa para devenir ya, sin más contemplaciones, ciudad-otra, un espacio fuerte, nada
cortés con los trasegamientos que unos y otros procuramos cumplir consuetudinariamente
en ella-s4.
Ya internados con cierta paciencia dentro las urbes (contemporáneas) iniciamos
nuestra labor cognoscitiva, así vamos distinguiendo las tantas desavenencias y
enclinchamientos que ellas presentan, los cuales igualmente pronto nos dejan apreciar sus
muchas tonalidades y sabores.
En las urbes tanto las rivalidades como sus desenlaces están construidos de muchos
modos posibles, los cuales comenzamos ya a desabrochar en parte de suyo.
Por un lado, las pugnacidades ocurren entre las personas mismas, suerte de guerra
franca o encubierta que nos enfrenta (hasta radicalmente) a unos compatriotas contra otros,
en abierta disputa por la apropiación o mejor colocación ante un espacio físico, servicio o
bien determinado que nos importe mucho, con gran independencia de las bibliotecas
ilustradas, políticas, religiosas o ideológicas que unos y otros carguemos al unísono.
Por el otro, se trata de una puja entre las personas que ella alberga y las capacidades
o bondades físico-geográficas que le son propias a la ciudad en observación, esto es, unas
ciertas ciudadanías enfrentadas abiertamente tanto contra la naturaleza como a favor de
sacar de ella lo que considera de su mejor calado.
Cotidianamente nos resulta común reconocer los fuertes altercados que encaran
muchas, pero muchas, de las personas que habitan esta o aquella urbe por pretender un
mejor posicionamiento, bien sea para sus cuerpos, los de sus familias o allegados, bien sea
para sus animales, objetos o cualquiera de esas otras tantas parafernalias que les
acompañan, respecto a las cuales guardan y manifiestan -por cierto- lujosos celos y afectos.
4 -. La ciudad de Vargas (Venezuela), y muy particularmente el sector “Carmen de Uria”, conoció en sus pliegues, para el año 1989, esa actitud de cero tolerancia que estamos arriba informando, una vez que su entorno fisiográfico sintió que numerosas personas y familias ya habían irrespetado al máximo el curso natural de sus causes de agua, por ello procedió (quizás con la venia de Dios) con la fuerza que entonces conociéramos como “la tragedia de Vargas”.
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Grosso modo, la ciudad es objeto de disputa en prácticamente todos sus centros,
lados y costados. En sus calles y calzadas, en sus ámbitos residenciales, en sus centros y
servicios de salud, educación, recreación, en sus restaurantes, hoteles, moteles, panaderías,
paradas de transporte, fábricas, en el cine, el gimnasio, en los terminales, en los mercados,
en los mall, en los parqueaderos, en la morgue, en los aeropuertos, en los estadios, etc.
sabemos que se libran luchas diariamente.
Interesante pero no menos angustioso y preocupante es observar cuando la física
que ofrece la ciudad ya no da para más, cuando en el estacionamiento, en la acera, en el
metro, en el avión, en el autobús, en la escuela, etc. no queda espacio para ese otro u otros.
Allí el pandemónium vuelve apremiante. En tales circunstancias la guerra toma pronto un
caris mucho más intenso y abierto, el conflicto luce en éstos casos francamente indetenible.
En tales contingencialidades la verdad de los hombres y mujeres, sostenida en posesiones,
retóricas o jurídicas torna más que bitácora insuficiente.
Cuando la ciudad muestra sus límites y limitaciones, deja ver sus apremiantes
asfixias, cunde para todos una suerte de “ley selvática”, colocando igualmente al desnudo la
calidad y capacidad que ofrecen la política, las instituciones y las ciudadanías que porta.
En lo que sigue procuro abrir parte los tantos conflictos que recrean las ciudades de
nuestros días, colocándolos como surte de liminares para un trabajo mucho más acucioso
que sobre tales ambientes y culturas aspiramos a proseguir dentro de un programa de
sociología de las presencias urbanas por venir.
2. Para leer el sintagma “Las calles son del pueblo, no de la policía”.
Como sabemos, la disputa de las calles y de los espacios públicos obtienen una larga
data, forman parte de la defensa y la afirmación de unas conquistas liberales que se
sembraron originariamente allí (en Europa) donde el pensamiento y la razón burguesa
moderna, en una tenaz lucha histórica contra la tradición absolutista y su tenor feudal,
pudieron obtener el reconocimiento de unas reorganizaciones de la sociedad en base a las
distinciones entre aquello que era de los comunes y del pueblo, por lo tanto nominado y
validado como lo público y eso otro que, por sus características y singularidades, quedaba
territorializado, en consecuencia definido como formativo de lo privado.
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Lo público pasó a tener unas nítidas geografías, legislaciones, simbologías y fuertes
representaciones, todas unas visibles marcas y espacios que para nada eran del
desicionismo único o personal, a cambio demandaban la participación, el criterio, la
opinión y el consenso de muchos (públicos), pues él era, en adelante, lugar de incumbencia,
pertenencia y responsabilidad de todos. De hecho, la cuestión de la política moderna y de la
modernidad traduce justamente la ocupación y la defensa de todo aquello estacionado (o a
estacionar) en el espacio público5.
Borja (Ob. Cit.) recrea la producción y extensión del no menos problemático
espacio callejero urbano contemporáneo en los siguientes términos:
El espacio público moderno resulta de la separación formal (legal) entre la propiedad privada urbana (expresada en el catastro y vinculada generalmente al derecho a edificar) y la propiedad pública ( o dominio público por subrogación normativa o por adquisición de derechos por medio de la cesión), que normalmente supone reservar este suelo libre de construcción (excepto equipamientos colectivos, infraestructuras de movilidad, actividades culturales y a veces comerciales, referentes simbólicos monumentales, etcétera). El espacio público también tiene una dimensión sociocultural. Es un lugar de relación y de identificación, de contacto entre las personas, de animación urbana, y a veces de expresión comunitaria.
Pág. 27.
Uno de esos caros espacios públicos lo será el de la calle6, aquella física que tienen
y/o se les dota a las ciudades, escenificadas en formatos rectangulares, con tamaños
indistintos, unas más corta y anchas, nombradas o con toponimias dudosas, sobre los cuales
el pueblo, la masa, el vulgo podía libremente tanto conjuntarse como desplazarse.
5 . Al respecto nos dicen Borja y Muxi (2000 ): “La recuperación de la cultura del espacio público es hoy una respuesta no solamente a los déficits de espacio y equipamientos de uso colectivo, sino también a la concepción “especializada” del espacio público. Esta concepción ha sido reforzada en los últimos años por un “urbanismo de productos”, que ha reducido el concepto de proyecto urbano, que ha de ser el que define las condiciones de la edificación, al proyecto edilicio.
6. Less (1988) advierte que: “El espacio público de la calle nunca ha sido pre-otorgado [...]ha sido siempre el resultado de una demanda social, negociación y conquista... los espacios públicos tienen que adaptarse a diferentes públicos…”. Pág. 32.
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Como geografía para los libres deslizamientos humanos, la calle fue tornándose en
suerte de pasarela para el desfile y la mostración del disímil tránsito y transporte de lo
humano y (también) de aquellas cosas que las personas fueron haciendo como suyo:
caballos, coches, carretas, carruchas, carros, tranvías, bicicletas, motos, etc.
Dentro del discurso moderno de lo ciudadano y la ciudadanía el sustantivo calle
quiso (y aún quiere) traducir algo más que la mera alusión a eso que ordinariamente
llamamos “la calle”, esto es, la idea de calle como morada exclusiva de lo público contenía
- sigue conteniendo- tanto a los lugares no privados por donde libremente se desplazan las
personas y sus acompañantes como aquello que sin ser zona de vagabundeo cotidiano,
tornan en espacios para albergar instituciones que igualmente portan un carácter eminente
público, esto es, la calle refiere de manera directa a una cierta y determinada física pero
también supone los edificios y simbologías institucionales.
Decir calle7 es entonces decir lo callejero, aquella territorialidad física y/o simbólica
a la cual no se le puede negar su acceso a nadie, so pena de estar infringiendo sus derechos
de libertad soberana. La calle es de tal importancia para los cívitas que en ellas, con mucha
regularidad, se explayan y calibran los reclamos, protestas y demandas que tienen a bien
exponer determinados grupos sociales cuando creen ver recortados sus múltiples derechos.
Hemos de indicar que el lema, por lo demás demasiado popularizado, “las calles son
del pueblo, no de la policía” encara una dirección bien precisa, porta todo un tenor político,
emerge de las grandes masas populares adscritas a distintas latitudes geoculturales y bajo
diversos momentos de las historicidades nacionales, una vez que las conquistas políticas y
democráticas logradas por éstas, entre las que sobresalen sus espacios de opinión y
movilidad pública, han pretendido ser arrebatadas y, por ende, desconocidas en distintos
momentos.
3. Pugnas y tensiones residenciales.
7. Importa destacar que la idea de la calle como expresión máxima para afirmar la libertad es sometida a reflexión por Aberasturi (2012), cuando nos dice : « hablo de que resulta romántico creer que en las calles se conquista la libertad porque también en las calles es donde se pierde. Esto de 'la calle' como un concepto metafórico y/o espiritual, tiene cierto peligro si se usa de forma ligera y hasta frívola ». p. 12.
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Las luchas y combates entre los habitantes urbanos son de los más variados tipos.
En lo fundamental ellos se libran en proporción a lo que cada persona, familia y/o grupo
tribal tenga a bien llevar, desear o necesitar.
En función de alcanzar los deseos que se requieran, las personas parecieran tejer y
trazar infinidad de tácticas y estrategias, en tal sentido la ciudad también nos sirve para
apreciar y calibrar las muchas habilidades y destrezas guerreras que poseen sus plurales
residentes y huéspedes, por tal vía ella se nos va manifestando como suerte de teatro de
guerra y para la guerra.
Hay combates urbanos que son librados en masa, o por lo menos el terreno (donde
se combate) deja observar la participación de un considerable número de personas, a
cambio que en otros casos dichas luchas toman formas totalmente individuales. Para ambas
situaciones los combatientes apelan a la puesta en práctica de modalidades de lucha
(estratagemas) cónsonas con la ocasión y de acuerdo a aquellas suficiencias que puedan
portar al momento individual o colectivamente.
En demasiadas ocasiones logramos apreciar como, por ejemplo, los fervientes
deseos de unos u otros por tener casa propia, las ansias y necesidades por dejar atrás la
condición de personas “arrimadas” o alquiladas, torna en evento que logra movilizar a
familias y vecinos completos. La propia urgencia de vivienda propia lleva a sus
demandantes en numerosos momentos a deambular por la ciudad con “ojos de águila”, en
la permanente observancia de cualquier terreno baldío, sea público o privado, en donde
llegar a establecer su residencia deseada.
Una vez que “los guerreros urbanos”, mejor conocidos como “los sin techo”, creen
divisar el lugar ocioso para sus anheladas viviendas, prosiguen al armado de planes y
acciones que les aseguren la exitosa ocupación de los terrenos divisados, con las
consiguientes pujas y tensiones que dichas operaciones derivan.
La disputa por el lugar ocioso moviliza y vuelve actores visibles a personas e
instituciones de condiciones diversas. Hacia la ocupación del terreno se desplazan las
familias originalmente sin techo propio, pero también este zig-zag empuja, saca del
silencio, a quien se considera propietario del terreno avistado, pues su dueño sabe que si al
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instante no se pone en franca guardia y defensa de su propiedad, esta puede rápidamente
perderse.
La misma puja por la apropiación o defensa del terreno en riña alcanza a
instituciones públicas, en especial a los cuerpos de seguridad y del orden, ya sea a los
agentes y unidades de policía o, incluso, a unidades profesionales del tipo Guardia Nacional
o ejercito, según sea la magnitud del caso en cuestión, sin dejar fuera de presencia a otros
entes institucionales, tales como la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía, alcaldías,
gobernaciones, hasta inmiscuir a los Consejos Comunales.
Tras los movimientos y estratagemas que trazan las familias para ocupar el terreno
ocioso, junto a aquellas que despliega quien se reclama su propietario, le llegan
rápidamente los curiosos lugareños y aquellas almas mediáticas empeñadas en la captura de
cualquier evento que pueda ser transformado urgentemente en noticia y arma política
comunicacional de oportunidad8.
Los pares “familias sin techo” y “terreno ocioso” de pronto han sacado a la ciudad
de su sospechada tranquilidad para colocar en jaque los esquemas de orden y las
instituciones que le asisten. La ciudad y sus ciudadanos bien saben que deben ponerse en
guardia a cada instante pues, de otro modo, su existencia y bienes corren abierto riesgo de
traspasarse gratuitamente.
Bien sabemos que las “familias sin techo”, sobremanera aquellas signadas por
menores recursos económicos, básicamente demandan cobijo habitacional propio, por ello
en sus fraguas y esfuerzos por obtenerlo poca atención e importancia le prestan a los
llamados “terrenos especiales”, pues ordinariamente se acogen a lo indicado por aquella
máxima popular según la cual: “cualquier lugar es bueno para poner la casa”.
Las “familias sin techo” pareciera que sólo le piden a la ciudad que no les expulse
de su espacialidad, que les permita habitar con derechos de propiedad en cualquier pliegue
de ella, sin más. Sin embargo, no así ocurre con quien-es teniendo una mejor holgura
económica, andan por la ciudad sin propiedad de casa y, en su defecto, ansían (rezan) por
8. Hoy bien sabemos que el tiempo de los « medios de comunicación » hace rato pasó, en consecuencia tales industrias pueden ser perfectamente pensadas como lógicas políticas de útima moda. La mercancía comunicacional tiene ahora una doble valencia, como mercancía y como ideología que se vende enmascarada en noticias.
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alcanzar la suya, la cual tampoco quisieran que fuera cualquiera ni estuviera en cualquier
terruño.
4. Disputas fisiográficas y culturales.
Por lo general, las ciudades no son totalmente homogéneas ni en su estructura
sociocultural ni en su fisiografía. Dentro de ellas hay zonas naturales con características de
paisaje, clima, recursos hídricos, topografía, accesibilidad, etc. mucho más benignas y
apetecibles para establecer residencias familiares, comerciales, recreativas e industriales
que otras.
Es justamente esta condición de ciudades con “fisiografía benigna” la que lleva a
muchas personas y familias a mostrarse interesadas y dispuestas a entregar tanto grandes
esfuerzos como expectativas (incluye importantes sumas de dinero) a bien último de
establecer en ella sus primeras o segundas residencias u otros inmuebles particulares.
Por muy apremiante o urgente que resulte la necesidad de vivienda, sabemos que
gran parte de sus nuevos propietarios e inquilinos averiguan mínimamente sobre las
peculiaridades que ofrece la nueva casa como también sobre unas cuantas cosas que
distinguen al lugar donde quisieran residir permanentemente.
El aspirante a nuevo residente (propietario o inquilino) procura chequear bien sea
con sus familiares, vecinos o amigos anónimos respecto a asuntos como: tipo de clima,
calidad de los servicios, distancias, tipo de vecinos, etc. que identifican al barrio o
urbanización por la cual está optando. Es justamente este breve o detenido monitoreo
geocultural realizado con cierta antelación el que, en buena medida priva en muchas
personas y/o familias para tomar su decisión de compra o alquiler de determinadas
residencias.
Sobre esa condición de cálculo y deseo anticipado que desarrollan algunas personas
respecto al tipo de vivienda y morada futura, quisiera hacer aquí una ligera “parada de
memoria” para recordar un excelente trabajo de prensa que por los años 90 de nuestro siglo
pasado saliera publicado en el extinto Diario de Caracas, titulado La Profesora
Posmoderna, en el cual se narran tanto las pulsiones, ilusiones y el desenlace un tanto
trágico que hubo de vivir una docente universitaria con vista a su jubilación, la cual en su
inocencia sobre los costos de las viviendas en la ciudad de Caracas, pensaba que con tal
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liquidación podía obtener una espectacular casa-quinta en el exquisito este de aquella
ciudad, pretendiendo por tal vía abandonar la residencia que durante toda su vida tenía
fijada en una de las barriadas del oeste caraqueño.
En virtud de que la oferta de ciudades con fisiografías y climas socioculturales
residenciales positivos es, por lo general, muy inferior a los demandantes de viviendas en
predios bajo tales características, es lo que explica en gran parte los onerosos precios y, con
ello, las más enconadas batallas que se producen entre propietarios y demandantes de esta
clase de inmuebles.
En tanto la relación oferta/demanda de viviendas en zonas con fisiografías y
socioculturas atractivas resulta cada vez más desigual, con abiertas tendencias a favor de la
demanda, tal cual pareciera resultar la fotografía del tiempo y las sociedades del aquí y
ahora, las pujas, las angustias, los regateos y (también) los endeudamientos de los cívitas
resultan de estimadas consideraciones y de no menores sufrimientos.
El nuevo fenómeno residencial, cada vez más en pleno desarrollo, conocido
intelectivamente como gentrifugación, gentrificación o neoghetorización urbana9,
consistente en ese acelerado proceso de expulsión de poblaciones originarias o con mucho
tiempo residiendo en ciertos barrios populares, los cuales de pronto son emboscados por
expertos “agentes inmobiliarios” y/o “empresarios de la construcción”, quienes una vez que
se han apropiado de buena parte de tales viviendas, las derriban para construir prototipos
residenciales del tipo townhouse, apartoquintas o edificios sumamente atractivos, es, entre
otros, ejemplo totalmente vivo provocado por zonas residenciales enclavadas en fisiografías
y dinámicas culturas ciertamente apetecibles.
Por supuesto, la propia decisión de mudanza para lugares del tipo que estamos
considerando, no opera tan tranquilamente, pues en demasiadas ocasiones hace estallar
conflictos y batallas, soterradas o manifiestas, de carácter intrafamiliar de varios tipos y en
distintos micro-ambientes, los cuales igualmente involucran a heterogéneos actores,
incluyendo sus proles.
9-. En lo personal me he ocupado de generar una compilación (Balaguera, 2008) sobre el asunto de la gentrifugación urbana, a distintas escalas. Este nuevo problema de residencias urbanas pareciera poner en juego la posibilidad de que determinados barrios populares sigan cursando su historicidad.
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Cuando el asunto de querer adquirir una nueva vivienda implica el adiós de la
microgeografía (el terruño) donde por cierto tiempo ha residido la familia, aquel donde
justamente se localizan nuestros más primigenios amigos y vecinos, las aceptaciones de
mudanza, de vender y decir adiós definitivo a la vivienda y la zona donde ancla la casa
tradicional en cuestión, no siempre resulta asunto en alcanzar consenso y decisión fácil
entre quienes consanguíneamente aparecen implicados.
En tales casos (también) las resistencias, y con ellas, los conflictos (de familia) no se
hacen de mucha espera. Figuras de compañía familiar como la esposa, el esposo, hijos e
hijas, abuelas o abuelos, etc., entran irremediablemente en este tipo de escenas.
En la otra acera (de actores), el conflicto, la disputa aparece expuesta entre
vendedores y compradores. Unos y otros tienden a enclincharse, a veces con elegantes
sutilezas o notorios refinamiento, cuando no, del modo más tropical posible, sin mucha
elegancia, por sacar cada uno su mejor beneficio de la situación en deseo.
En atención a la desigual relación existente aquí entre oferantes y demandantes de
viviendas dentro de zonas con fisiografías y culturas benignas, es lo que ha llevado (así
mismo) a la aparición de ese otro novedoso hecho de negociación urbana conocido como
venta por adelantado. Acción, por lo demás, totalmente relajada, inescrupulosa y grosera,
consistente en que el constructor vende sus casas y/o sus apartamentos, sólo bajo lo que
indican e informan los planos y el proyecto de lo que pareciera ser la nueva edificación, con
el agravante de que al término y entrega de la propiedad (al nuevo dueño), ya ni el precio
de venta de dichos inmueble como tampoco los interés, resultan ser los acordados
inicialmente.
La incapacidad resolutiva mostrada en el conflicto residencial por los tantos actores
privados involucrados ha evidenciado la urgente necesidad de aparición del “árbitro
político”. La situación planteada ha conllevado a la presencia del Estado entre unos y otros
pujantes, a la acción de la justicia institucionalizada a través de los órganos jurisdiccionales
respectivos, muy a pasar de esos parloteos contra la política que suelen espetar algunos de
los aspirantes a residentes/propietarios.
Llegado el conflicto por vivienda al terreno de las competencias y las acciones
legales, sabemos que el desenlace de las pujas residenciales señaladas resulta realmente
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incierto en nuestro país y nuestra época, pues tantas experiencias observadas, tantos
testimonios levantados sobre esta clase de tópicos, nos va indicando que al final de tan
“cóncavo túnel” las decisiones estarán bien colindantes a factores contingentes extralegales,
tales como el dinero, las filias, las ideologías, las resistencias sociales, los apoyos
mediáticos disponibles, etc., que unos y otros “guerreros urbanos” movilicen y, finalmente,
coloquen sobre el “teatro de operaciones10”.
5. Peatones, conductores y buhoneros: fraguas citadinas por el espacio callejero.
Ya hemos dicho que las urbes son suerte de teatros permanentes para combates
reiterados. Que éstos los hacemos aparecer por tomar la mejor , más cómoda o necesitada
posición para nuestros cuerpos y pertenencias dentro de ese silente espacio que
consuetudinariamente llamamos calle, carreras o avenidas. Así, a favor de colocar nuestras
arquitecturas personales y/o dejar nuestros carros en aquellos lugares (públicos y privados)
que más nos lucen apetecibles, vamos a sus lugares y no lugares, muy francos, un tanto
dispuestos y confiados.
En ciudades de alta presión humana y de una raquítica cultura (política) de lo
público, las calles, los callejones, las avenidas, los pasajes, las aceras y calzadas también se
nos ofrecen como singulares “ensogados boxísticos”, en las cuales avistamos regularmente
a personas, bajo la condición de peatones o conductores, combatiendo por hacerse al
instante del derecho (suyo) a disponer de tales espacios.
Los y las conductores y conductoras de carros particulares, de los transportes del
servicio público, motorizados (con moto propia o alquilada), carrucheros, patineteros o
simplemente bicicleteros pronto parecieran olvidar aquello que por deber le es dado en sus
licencias de tránsito y en los marcos legales en general, cual es, entre otros, el de observar
con respeto las vías de circulación o de espacios públicos permitidos para estacionar carros
o para transar otra clase de mercancías.
Bien como peatones, personas de “a pie” o conductores de vehículos argumentamos
sea en casa, en la reunión de partido, en el salón de clases, en el botiquín, en el restaurant o
10. El reconocimiento a este modo final de resolución de los conflictos residenciales nos resulta aquí sumamente preocupante, pues muestra el desdibujamiento del Estado Social de Derecho y de Justicia sancionado legalmente, con los consiguientes peligtros que ello acarrea, especialmente para las poblaciones sociales más « débiles ».
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en cualquier otro sitio de socialidad en el que nos encontremos, el defender los tantos
abusos del espacio público que a diario solemos cometer, bajo el acostumbrado “reparto de
culpas” sobre los otros, pero casi nunca con asunción de nuestra i-responsabilidad por los
predios urbanos, evidenciado ello en los siguientes testimonios levantados en nuestra
antropología callejera: “Mi pana, te digo la verdad: tomé la calle porque ya los carros no
respetan las aceras”; “Monté el carro en la acera porque las personas que van a pie caminan
por las calles que es para los vehículos”; “Dejé el carro en la acera porque había mucha
cola y tenía prisa”; “Me fui a la calle porque ya los buhoneros no le dejan espacio para que
camine la gente por la acera”, “Brother, puse un tarantín ahí porque tengo que comer”, etc.
Amén del lio diariamente protagonizado entre peatones y conductores, también las
calles, callejones, pasajes, avenidas, aceras y calzadas de la ciudad se nos han convertido en
ensogados de lucha para exponer las álgidas pugnas que diariamente van protagonizando
los dueños de tiendas y negocios comerciales (almacenes, zapaterías, restaurantes,
quincallas, dulcerías, abastos, etc.) con los hasta hace poco llamados buhoneros o “personas
(como les designamos hoy) de la economía informal o popular”.
Tienderos y “Buhoneros” reclaman lo que consideran sus derechos propios a la
ciudad, con el agravante que los últimos han tomado cualquier área urbana para armar sus
prosperas microeconomías, sin más observancia de ley que no sea aquella alojada en sus
cabezas y pulsiones. Tal “tiranía del yo” la creen suficiente para estacionar y vender sus
mercancías bien sea por el medio de la calle, sobre las aceras o en las plazas y parques
públicos, con las miradas cómplices o adormitadas de unas instituciones de gobiernos
locales, unos funcionarios “tranquilos” y unas ciudadanías que aunque de pronto se
molesten por ello, también parecieran anudarse con tales prácticas de muchas maneras11.
6. Por un lugar en el metro o el autobús
Quizá unos de esos lugares en donde mejor suelen apreciarse las guerras urbanas
cotidianas, los campos donde se libran esas agitadas fraguas que a menudo protagonizan y
protagonizamos, casi obligadamente, unas y otras personas por apropiarnos primeramente
de espacios y bienes públicos capitales para asegurar la vida del día a día, lo constituyan
11. Sobre los tantos asuntos que hacen a la cultura (en pleno destape) de las microeconomías y performatividades callejeras urbanas, el autor de este trabajo ha logrado terminar recientemente un libro titulado: Los últimos revolucionarios. La saga de los descentrados en la ciudad, de pronta aparición pública.
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aquellas paradas o estaciones donde, por mandato de políticas urbanas locales, deben
detenerse ya sean las unidades del metro, los autobuses o esos otros tantos vehículos que
cumplen funciones de transporte público masivo.
La observación urbana en desarrollo nos señala que las estaciones o paradas de
transportes se nos vuelven mucho más apremiantes y angustiosas cuando más cerca nos
encontramos de las llamadas “horas pico”, allí donde los estudiantes de esta o aquella
universidad irrumpen en las vías públicas sin más derechos que sus derechos, o al momento
que los agremiados de este o aquel sindicato deciden paralizar sus rutinas de trabajo.
Las estaciones o paradas del tipo que ya estamos refiriendo igual nos sirven para
revelar las fortalezas o debilidades que tienen determinadas ciudades, sus respectivos
gobiernos locales y la misma cultura ciudadana que le es propia, para enfrentar y resolver
eventos que, ya sea por coyuntura o regularidad, envuelven a considerables número de
personas y bienes. Tal vez sean dichos lugares y sus tiempos de apremio (las “horas pico”)
los mejores termómetros para calibrar la vitalidad o fragilidad que detenta focalmente la
dimensión de lo público.
La prisa o los deseos por llegar pronto a los ámbitos donde tenemos demarcados
nuestros puestos de trabajo, estudio, recreación o, simplemente, la necesidad de
trasladarnos hacia aquellos territorios citadinos donde se encuentran ubicados los edificios
y las instituciones que albergan noticias, informaciones, documentos y decisiones que en
mucho nos importan, sin querer utilizar nuestros privados medios de transporte, nos
convierte en personas de a pie, obligándonos al desgarramiento de sensibilidad, de “sangre,
sudor y lagrimas” que debemos entregar por obtener un modesto puesto en cual medio de
transporte público avistemos (con suerte).
Ciertamente, a favor de la producción del caos y el viacrucis que presentan
consuetudinariamente las ciudades, en especial aquellas poseedoras de gran densidad
poblacional, las llamadas “principales ciudades” en cuanto a sus medios de transporte y el
correlativo sufrimiento humano, se hibridan varias situaciones y circunstancias, entre las
que destacan, muy elocuentemente, cosas del tipo: Los horarios únicos de trabajo y estudio;
el excesivo centramiento de las instituciones y órganos del poder público en las grandes
capitales o en los llamados centros de ciudad; notorias bajas en el número de unidades de
transporte intraurbano y extraurbano; crecimiento desmesurado del número de habitantes;
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la débil cultura ciudadana; la falta de respeto a normas de transitabilidad mostradas
reiteradamente tanto por muchos de los conductores del transporte público como por parte
de quienes se desplazan y estacionan en carros particulares dentro de los lugares no
indicados para ello; la poca o baja explotación y usos de las tecnologías de la comunicación
y de la información (TICs), etc.
Ciertamente tenemos en la ciudad instituciones (públicas y privadas) que presentan
a sus trabajadores y usuarios una cierta flexibilidad horaria laboral, sin embargo sigue
siendo hecho fuerte el saber y presenciar que la mayoría de nuestras lógicas laborales, de
estudio, de servicios privados y públicos, continúan concentrando el grueso de sus
actividades en tiempos horarios más o menos únicos, homogéneos y presenciales.
Que el común de las empresas e instituciones avocadas a la producción y los
servicios, inicien o terminen sus jornadas en horarios que, por lo general, se localizan entre
8 a.m., las 12 p.m., las 2 p.m. y las 6 p.m. obligan a que los grandes públicos se movilicen
estandarizamente a buscar y querer hacer uso de los transportes públicos que ofrecen las
ciudades: los autobuses, el metro, el metro cable, en tiempos similares.
Demasiadas personas queriendo ocupar los transportes casi a las mismas horas, con
pocas unidades y sistemas de transportación, desbordan las capacidades de movilización
humana realmente existentes en nuestras urbes, lo cual conspira contra la posibilidad
anhelada de salir y regresar a casa con una meridiana comodidad y tranquilidad.
Agreguemos a lo dicho que la fuerte concentración de los principales lugares de
producción, empleo, educación calificada, de servicios claves, de importantes decisiones
políticas, etc. en apenas unas pocas ciudades principales, cuando no básicamente en una
gran ciudad, en Caracas, Bogotá, Lima, Quito, Buenos Aires, Ciudad de México, etc. (para
el caso de nuestra América Latina), ha obligado a la diversidad poblacional a buscar
establecerse y desarrollar sus vidas y las de sus proles en tales megacentros urbanos, o lo
más cercano a ellos.
Por supuesto, el caos y la cotidiana conflictividad que a diario nos deja observar la
ciudad (las principales ciudades) está reforzado por unas políticas municipales que colocan
poco interés e inversión sobre dicho asunto, expresado, entre otras cosas, en el abandono o
falta de seguimiento y atención constante al parque automotor que le es propio o sobre el
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que tiene competencias legales; en la nula o poca valoración y consideración por generar
sistemas de transporte público masivos, nuevos y alternativos a la lógica automotor, en la
no exigencia a las instituciones nacionales el traslado y desarrollo de modos de operación
burocráticos más ágiles, etc.
Amén de los aspectos señalados, nuestras férreas disputas por obtener un lugar, un
puesto, en cualquiera de los sistemas de trasportes público, también parecen estar causadas
por esa modernidad –con poca modernización- que tenemos instalada en nuestros diversos
imaginarios, pues en muchos casos sentimos egoísmo, pena o vergüenza ante el otro con la
sola idea de salir de casa al trabajo en vehículos de vecinos, el ir al estudio o a diligenciar
cualquier asunto montados sobre una bicicleta, sobre unos patines o, sencillamente, el ir y
venir-nos de y hacia tales lugares caminando.
Digamos por último que también las guerras que frecuentemente libran muchos de
los habitantes de las principales ciudades por alcanzar un espacio dentro de los sistemas
públicos de transporte (aunque sea el ir “parados” o “guindados” dentro de éstos) están
ocasionadas por la pesadez y esa falta de imaginación y atrevimiento que manifiestan
muestras instituciones, tanto públicas como privadas y todo ese abultado funcionariato que
les recorre, en cuanto a no sacar mayor provecho y ventajas de las suficiencias tecnológicas
computacionales y de la Internet verdaderamente existentes hoy día por doquier.
Quisiera trabajar un poco más este aspecto, aunque sea muy céleremente, a partir
del recuerdo que me trae la figura de una estudiante universitaria llamada Adriana, estampa
(por lo demás) sumamente replicada en nuestras urbes, por ello su lugar en este escrito.
7. La figura de Adriana.
Adriana, es una linda joven que cursa estudios de Ciencias Sociales en la
universidad para la cual yo laboro. Su residencia está ubicada en la ciudad de La Victoria
(Estado Aragua), desde allí debe trasladarse todos los días a Maracay, pues la universidad y
quienes le gobiernan, lejos de tomar en cuenta tan especial diferencia, le obligaron a tomar
clases en los mismos horarios que fueron asignados a sus demás compañeros de clase.
Los contenidos que observan el mayor número de las asignaturas que cursa, están
contenidos en más de un 80% en libros, en fuentes hemerográficas y en la Internet. Las
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estrategias de evaluación que debe cumplir refieren básicamente la presentación y defensa
de trabajos escritos.
Para cumplir con su diaria rutina escolar (y escolarizante) Adriana debe día a día
levantarse muy temprano a quitarle pedazos de sueño y descanso a su madre para, fuera de
casa, comenzar a pelear con muchas de las personas que esa misma hora y como ella, se
encuentran apostadas en las paradas de transporte que tiene su querida ciudad, a la espera
que les aparezca la camioneta o el autobús con destino a la ciudad jardín de Venezuela,
lugar donde está anclado su centro de estudios.
Cuando el transporte llega a la parada que ella ocupa, ya éste viene casi totalmente
repleto de personas, por lo tanto el conductor le advierte que no hay puesto libre, que si
gusta, lo haga de pie, situación que irremediablemente ella, junto a quienes allí se
encuentran bajo similar condición y necesidad, deciden aceptar.
Ya medio agotada y temblorosa arriba a su terminal de destino, acto seguido, se
mete en una-otra- soberana cola de personas. Advierte en ella a demasiadas caras
conocidas, pues quienes están allí son, en su mayoría, estudiantes de su misma casa de
estudios y, como tal, necesitan trasladarse con urgencia hacia dicha institución.
Una vez que la camioneta le ha llevado a la universidad, logra bajarse y rápidamente
advierte en el pasillo que algo no anda bien en sus pertenencias, cae en cuenta que le han
robado su monedero. A ciencia cierta no logra determinar si tal hurto ocurrió en el
transporte que le llevó de La Victoria a Maracay o del Terminal de Maracay a su
universidad. Con todo, Adriana sospecha de antemano la penuria que (sin dinero) le espera
ese amargo día, en especial cuando deba regresar a su hogar.
El asunto que nos queda por sacar en limpio del pedazo de faena transitado por
Adriana, puede tomar perfectamente la forma de unas cavilaciones que incluyan
interrogantes, a saber:
Habida cuenta de la existencia dentro del mercado convencional y dentro de la
institución donde ella estudia, de equipos, programas y servicios de computación y de la
Internet, totalmente pertinentes y benignos para generar y “colgar” en ellos, con
vistosidades, facilidades y atractivos interesantes12, los contenidos, las estrategias, las
12. Por lo demás, existe a la fecha un espeso acumulado mundial que entrega buenas noticias respecto a la generaacción y de desarrollo de experiencias virtuales en muchos campos, en especial dentro del campo de la
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enseñanzas y otras tantas exigencias educativas de formación universitaria que le son tanto
dadas como exigidas a nuestra sufrida Adriana, de manera tal que ella pueda hacer uso de
ellos bien sea en su casa o en alguno de esos tantos lugares que prestan servicios
informáticos en todos lados, incluyendo tres cyber que quedan a media cuadra de su casa,
vale preguntarnos:
¿Es imposible o le está negado a la universidad donde está fijada escolarmente
Adriana hacer uso o el atreverse a ensayar, hasta convertir en política de
enseñanza/aprendizaje, experiencias educativas del tipo On Line?; ¿ hasta qué punto hoy
día no es totalmente pertinente y posible generar programas, estrategias, contenidos y
modos de transferencia de saber hacia los estudiantes, en formatos y bajo mecánicas
tecnológicas y comunicacionales, soportadas en la computación y en la Internet?.
Sí la universidad donde Adriana está matriculada como estudiante universitaria
pusiera en desarrollo modalidades de enseñanza y aprendizaje del tipo antes descrito; ¿los
rendimientos, las habilidades, las destrezas, los saberes y técnicas que ella (y otros miles
como ella) pudieran llegar a adquirir y obtener, serían de menor o más alta calidad que los
adquiridos por la rutinaria y tediosa (y hasta odiosa) vía convencional?
Si la universidad, las universidades, pusiera en operación programas y modalidades
de estudios en Red, telemática y/o bajo dispositivos de almacenamiento digital; ¿los costos
de la educación de Adriana (económicos, psicológicos, políticos, de salud, de alimentación,
de transporte, etc.), y de otros tantos de miles como ella, subirían o disminuirían
ostensiblemente?
Sí Adriana es apenas un caso entre miles y cientos de miles de personas que para
cursar estudios, deben, hasta hoy, salir obligatoriamente de sus moradas y tomar varios
transportes, molestarse en demasía y molestar a la ciudad misma, para llegar, por fin, a sus
lugares de estudio; ¿Su universidad no obtendría acaso una gran economía y unos inmensos
agradecimientos de ella y de otros tantos miles y cientos de miles de sus estudiantes, si esta
se aventurara, se atreviera, a girar su eterno convencionalismo de transmisión a favor de
tales apuestas? ¿Hasta qué punto a la universidad donde ella cursa estudios, en especial, a la
personas que ésta dirigen, le importan, le duelen de verdad sus estudiantes? Con la asunción
por parte de Adriana de modalidades de estudio On line y/o bajo soportes digitales; ¿la
formación y la enseñanza.
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ciudad, el Estado y la ciudadanía en general, ganan o pierden en cuanto a tener menos
personas demandando y sufriendo sus unidades y servicios de transporte?
El corolario aquí es del tipo: ¡¡¡ saque usted su cuenta y verá!!!
8. Tensiones en el estadio
“Yo prefiero ir a ver el juego en el estadio, allí uno goza más de una, no ve que a cada rato se forman unos zafarranchos de padre y señor mío que casi nunca los pasa la televisión.”.
Dentro de aquellas cosas muy especiales que hacen a la mayoría de las ciudades
(modernas y no modernas), destaca la presencia de arquitecturas deportivas, pues por muy
modesta que resulte esta o aquella urbe, resulta visible encontrar en ella-s alguna
instalación destinada para las prácticas deportivas.
Sabemos algo que las arquitecturas deportivas de las ciudades varían mucho en sus
características más apremiantes, que los parques deportivos urbanos difieren unos de otros
y de ciudad en ciudad. Aspectos tales como tipo de diseño, uso, tamaño, alcance, materiales
y acondicionamientos, entre otros, se nos presentan muy distintos entre sí.
Lo que aquí nos interesa destacar es la observancia y el registro de ese sinnúmero de
pulsiones y tensiones (los conflictos) que tienen nivel de ocurrencia dentro de tal tipo de
instalaciones, en tanto que retrato vivo de cómo la conflictividad y los apremios sociales y
culturales también llegan a alcanzar, y bastante, (dentro de las ciudades) a experiencias y
prácticas de tenor deportivo.
Digamos de entrada que los parques deportivos están confeccionados para albergar
deportistas y actores de espectáculos ocasionales; que los conflictos observados en ellos,
están en función del anudamiento de elementos y circunstancias un tanto comunes y
distintas.
Hay pugnacidades que son de la competencia, casi exclusiva, de los mismos
deportistas. Existen riñas (dentro de los campos deportivos) que obedecen,
fundamentalmente, a choques, desavenencias o pugnacidades sólo atribuibles a las
conductas y comportamientos extralimitados que pueda generar este o aquel jugador contra
su oponente.
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Encontramos también rivalidades y deudas pendientes entre los mismos jugadores,
tanto del mismo equipo como del bando contario, en tales casos los campos deportivos,
especialmente el llamado “terreno”, se constituye en la más limpia arena para zanjar en
parte tales acumulados, sin embargo los conflictos, las rivalidades o las tensiones que aquí
queremos destacar apuntan más bien a pretender identificar aquellos líos que se forman ya
no entre jugadores propiamente dichos, sino entre quienes constituyen el plus del hecho
deportivo, es decir tanto los llamados fanáticos como esas otras personas que coadyuvan a
la asistencia, a la generación de pasiones colectivas.
Aunque no es exclusivo, digamos que la competencia deportiva y las instalaciones
que le sirven de acogida toman vida fuerte, vuelven elementos claves para el competidor y
su divisa, una vez que el estadio o campo deportivo en cuestión deja fluir al fanático y sus
represadas energías, de lo que se sigue que éstos se nos conviertan en uno de los lugares
urbanos muy extraordinarios para exteriorizar el ardor y la pasión, mostrar la fidelidad o
hasta el odio, a favor de tal o cual equipo y competidores.
Habría que decir que las disputas (urbanas) dentro de los campos deportivos,
sobremanera en los llamados estadios, es mucho más regular, descarnada y visible13,
cuando en ellos se presentan eventos deportivos signados por la comercialización del
espectáculo o lo que es su equivalente, cuando el tipo de deporte en programación y
realización es de carácter profesional, cuando los equipos y competidores en lucha están
gobernados por la lógica del dinero y el pago o contratación de sus servicios por manos y
entes privados.
La misma inversión publicitaria, por lo demás multimillonaria, que hacen las
empresas y los sponsor de cada equipo a favor de atraer a los parques a numerosos
públicos, a la postre han ido generando unas peculiares culturas identitarias deportivas,
unas gigantescas industrias del deporte, de una naturaleza tal que hoy día ya se encuentran
desparramados por las más grandes (y chicas) ciudades del orbe, infinidad de ligas,
liguillas, clubes, escuderías, y otras tantas modalidades de asociación y competencia
13-. Recordemos que cada competencia deportiva está regida por un conjunto de condiciones y reglamentos, por ello para cada tipo de actividad preexisten diversas simbologías que procuran ir contra la arbitrariedad. En el caso del fútbol, por ejemplo, las disputas y reyertas entre jugadores (y de éstos contra los árbitros) son sancionadas con el famoso saque de tarjeta roja o amarilla, según sea calificada la falta.
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deportiva respecto a las cuales las personas se alinean con las mayores pasiones y amores
posibles, hasta llegar a constituir flamantes “bandas” o “barras”.
Digamos aquí, solamente de pasada, que en nuestros días la globalización
económica y la mundialización cultural se cruzaron y estacionaron radicalmente dentro de
la industria del deporte, hecho que hizo de tales prácticas toda una potente y voraz industria
de proporciones y dimensiones gigantescas, elocuentemente trans-mundiales, en las cuales
la pasión y las pugnacidades son sus inmediatos herederos.
9. Lugares de pugnas y pugnacidades deportivas
En buena medida, los campos deportivos generan y reproducen una división y
distribución del espacio que es bien consustancial al tipo de deporte que éstos prevean
favorecer. Así, los campos o terrenos donde tiene lugar la propia disputa deportiva alcanzan
dimensiones y geometrías diferentes, en tal sentido la extensión y la forma del terreno para
jugar béisbol o el softbol, por ejemplo, es bien extraña a la del fútbol. Popularmente a la
primera se le llama “diamante” en tanto que a la segunda se le dice “rectángulo”. Las pistas
de carrera generalmente son ovaladas y multiformes, en cambio que el campo para el
ejercicio del basket es rectangular, muy similar a la del fútbol pero mucho más chica. La
arena del boxeo toma forma cuadricular, etc.
Paralelamente al disímil campo donde batallan los jugadores, encontramos que en
los escenarios deportivos también destacan muy visiblemente aquellos lugares donde, desde
días u horas muy tempranas, buscan afanosamente apostarse tanto los fanáticos como sus
acompañantes, todas aquellas otras personas que con sus trabajos y parafernalias cumplen
funciones de asistencias y prestación de servicios a esa inmensas cantidades de públicos
que acaloradamente nutren a dicho reductos.
Los lugares donde regularmente se originan y estallan las disputas de los fanáticos,
son principalmente las taquillas donde se venden las boleterías (las entradas) para cada
evento; las puertas de entrada y salida de cada parque; los distintos tipos de tribunas
(tribuna principal, central, gradas centrales, laterales, palco de terreno, etc.); los
estacionamientos, los baños, los pasillos y patios internos de los estadios por donde
transitan o se detienen a conversar (cerveza en mano) unos y otros asistentes e, incluso, los
mismos entornos externos adyacentes a dichas instalaciones, etc.
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Las razones o motivaciones que originan cada trifulca suelen ser de muchos tipos.
Hay fanáticos que se lían en acaloradas discusiones y a golpes (a veces a tiros) porque el
otro le tomó indebidamente su asiento o bien se le antepuso de ipso facto en la cola para
adquirir los boletos, cuando no, porque algún enamorado rabioso le miró de manera extraña
y lasciva a su novia o esposa, bien porque su inmediato par le rosó atrevidamente alguno de
los bellos atributos físicos que porta tan bella dama; por el robo de carteras, porque en el
estacionamiento interno o en las adyacencias al estadio le quitó indebidamente el puesto
donde el primero iba a colocar su carro; quizás por el “baño” de cerveza que le echaron al
término del juego o, sencillamente, motivado a que alguien, muy cercano al lugar donde se
encuentra presenciando el juego, le hurtó malsanamente el souvenir que éste limpiamente
había obtenido gratuitamente de un Miguel Cabrera o un Messi.
Las mismas actuaciones, buena o malas, que dentro del terreno de juego generen los
jugadores y/o árbitros, también constituyen, en muchas oportunidades, motivos suficientes
para observar el alardeo de francas peleas entre unos y otros fanáticos. Unos y otros se “van
a las manos” muchas veces en virtud que el árbitro cantó o sentenció una falta, un strike,
una bola, un out, un jonrón, hizo o dejó de hacer una supuesta sanción, etc.
En muchas oportunidades el sólo hecho de que su divisa favorita desarrolle un
pésimo desempeño (contra el adversario) es fuerza suficiente para que ciertos (y a veces
numerosos) hinchas vayan minuto a minuto, ining a ining, tiempo a tiempo, round a round,
sintiendo su orgullo herido y predisponiendo sus cuerpos para estallar en cualquier
momento, justo contra ese otro que, por buena o mala suerte, se cruzó a su paso o mirada.
Por último, digamos que también fuera del estadio abundan los lugares en donde se
muestra y circula suficientemente el ardor y la pasión molesta, colérica o efusiva de unos y
otros fanáticos.
Nuestras casas, los restaurantes, los botiquines, los bares, etc., están investidos de
personas que en sus gustos, pasiones y preferencias deportivas apuestan sus ganas por uno
u otro equipo, están ensimismadas a favor de tal o cual vehículo o caballo. Basta con una
floja actuación del competidor, del juez, del caballo, o una no compartida opinión (o
provocación) de quien o quienes estén a su lado, para ver pronto un buen armado de rollos
y peleas de tipo gratuito y no siempre con finales preestablecidos.
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La mediática es en este caso tecnología bien apropiada y apremiante que juega muy
a favor de la provocación de zafarranchos del tipo que hemos querido describir hasta aquí.
De hecho, en casa más de una vez y más de una madre, padre o esposa nos han apagado o
mandado a apagar la radio o el televisor cuando presienten que entre los padres e hijos,
hermanos y hermanas, primos o amigos (que están en la sala del hogar disfrutando una u
otra competencia) el tiempo de la cordialidad y paz reinante en la tribu familiar amenaza a
su fin, pues también allí llegó, en vivo y en directo, la sentencia del juez o del árbitro, la
ganancia o pérdida de determinado jugador, animal o equipo y, con ello, buenas razones
para armar guerras de familia.
10. En clave de epílogo
Los lugares sociales públicos hasta aquí someramente trabajados, en tanto
expresiones de las microgeografías urbanas donde día a día las personas fraguan sus
combates por obtener viviendas, para estacionar sus carros, por encontrar puestos en los
sistemas de transporte, en los parques deportivos, en las aceras, en las calles, en el estadio,
etc., nos quedarían incompletos si a ellos no les agregamos esas otros microfísicas sociales
y culturales donde también arrecian frecuentemente ese tipo de disputas, tales como las
discotecas, los restaurantes, los aeropuertos, los mercados, los hoteles, los moteles, las salas
de cine, los hospitales, las instituciones de educación, la mediática, las autopistas y todo
aquel otro lugar donde se oferten bienes y servicios tanto públicos como privados.
Habida cuenta que en nuestras ciudades las instituciones (públicas o privadas) no le
aseguran a sus habitantes lugares óptimos para cualquiera de sus tantas demandas, es lo que
explica (en parte) las enconadas luchas que desde tempranas horas del día hasta extremas
horas de la noche, deben librar las heterogéneas personas a bien de posicionarse de los
mismos, pues la renuncia a la fragua, el abandono al combate con el prójimo, con el clima,
con la salud personal, etc., pueden ser motivos suficientes para que esta o aquella persona,
familia o grupo de amigos queden sencillamente al margen de los tantos bienes, servicios y
escenarios que desean.
Y es que a cada instante, a cada hora y en cada día, las luchas de los ciudadanos por
obtener un servicio o un bien determinado es un asunto bien cuesta arriba, bien sea en un
colegio, en un parque deportivo, en un restaurant, en un hospital, en una clínica, en la
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morgue o en el cementerio mismo, en consecuencia vivir la ciudad hoy es todo un supremo
acto de vivir en angustia permanente, bajo continua tensión, pues la tranquilidad y el
sosiego que deparaba a sus habitantes aquel pasado urbano, recogido, por ejemplo, en la
nostalgia que a muchos nos evoca la vieja Caracas, aquella de “los techos rojos”, Maracay,
“la Ciudad Jardín”, Barquisimeto, la de los crepúsculos, San Cristóbal, la de “la
cordialidad” o Mérida, la de “los caballeros”, constituyen llanamente experiencias y
tiempos citadinos que hace rato pasaron.
En este rápido ejercicio intelectivo estamos consientes que (con seguridad) se nos
quedado “colgados”, por ende pendientes, tanto un mayor desarrollo de los tópicos labrados
como la referencia, la mostración y los anudamientos de esos otros aspectos y situaciones
que, sin lugar a muchas dudas, también intervienen en la producción de las tensiones y
conflictos urbanos, tales deudas no revelan la necesaria prosecución investigativa de esta
clase de atrevimientos que ahora ya hemos comenzado a dibujar.
Referencias:
Aberarsturi Andrés (2012). La calle como concepto. Artículo de opinión aparecido en Diario La Región.03/03/2012. WWW.laregión.es.
Balaguera, José E (2008): Gentrifugación Urbana en Venezuela. Compilaciones. Ediciones del Centro de Investigaciones Contemporáneas (CINCO).
Borja, Jordi y Muxí Zaida (2003): El espacio público, ciudad y ciudadanía. Editorial Electa. Barcelona.
García C. Nestor (1991): El consumo sirve para pensar. Revista Diálogos para la Comunicación. Federación Latinoamericana de Asociaciones de Facultades de Comunicación Social, N°30. Lima/Perú.
Lees, L. (1988): Images of the Street. Planning, Identity and Control in Public Space. Nicolas R. Fyfe (ed) Routledge, London and New York.
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