La energía de los alimentos
Al hablar sobre la energía de los alimentos el primer concepto que nos viene a la mente es su
contenido calórico. En occidente, la comida se analiza en función de su contenido de
proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas y minerales… es decir, en la química de sus
elementos. Sin embargo, en medicinas orientales como la china o la ayurvédica, el enfoque
que se le da a los alimentos está orientado más a la alquimia de los mismos.
Uno de los conceptos que trabaja la medicina china se refiere a la temperatura, que puede ser
caliente, tibia, neutra, fresca o fría. Esto no se refiere a cuán caliente o fría esté la comida
cuando la llevamos a la boca, sino su efecto en el organismo luego de la digestión: ¿nos
calienta o nos enfría? Los alimentos más fríos dirigen nuestra energía hacia adentro y nos
aquietan, mientras que los más calientes dirigen nuestra energía hacia afuera y nos aceleran.
Un ejemplo son los chiles picantes, que nos calientan intensamente llevando la energía de
adentro hacia afuera.
En líneas generales se dice que:
Los alimentos acuáticos y los que crecen bajo tierra se consideran fríos, mientras que los
que crecen sobre la tierra y en lugares luminosos se consideran calientes.
Las comidas con un mayor contenido de agua suelen ser más refrescantes, como la sandía,
la lechuga y el pepino.
Los alimentos secos tienden a ser más calientes que los mismos en su estado natural.
Ejemplo: uvas vs. uvas pasas.
Los fertilizantes químicos y aditivos artificiales producen una reacción de calor en los
alimentos.
Los métodos de preparación afectan la temperatura de la comida, esto es:
Crudo: Refrescante
Al vapor: Refrescante/Neutro
Hervido: Neutro
Salteado: Ligeramente tibio
Guisado: Tibio
Horneado: Más tibio
Frito: Caliente
A la parrilla, asado: Más caliente
Cuanto más lenta y larga sea la cocción, el alimento será más caliente. Conocer la
temperatura de los alimentos nos ayuda a balancear sus efectos según las necesidades de
nuestro cuerpo. Por ejemplo, si eres friolento, te conviene comer más comidas calientes.
Con respecto a los sabores se dice que:
El sabor salado (como el pescado, algas, ajo porro) regula el balance de humedad en el
cuerpo, desintoxica, estimula la función digestiva y mejora la concentración. Un poco de sal
mejora la calidad de la sangre, pero el exceso la coagula y estresa el corazón.
El sabor ácido (como el limón, fresas, aceitunas) es astringente, contrarresta el efecto de las
grasas, estimula las secreciones de la vesícula y páncreas, alcaliniza y beneficia la absorción
de los alimentos. Las comidas ácidas activan la sangre, pero su exceso puede ocasionar
estancamiento y retención de líquidos.
El sabor amargo (como endivias, achicoria, tomillo) estimula el apetito y la digestión, elimina
el frío y la humedad. En exceso puede drenar demasiada energía.
El sabor dulce (como arroz, calabaza, legumbres, nueces, lácteos, almidones, carne) es el
más común y armoniza todos los otros sabores, estimulando moderadamente la energía y la
sangre. Tonifica, fortalece y proporciona humedad, pero su exceso produce flema y calor. El
azúcar refinado debilita la sangre.
El sabor picante (jengibre, ajo, pimienta) promueve la circulación de la energía y la sangre,
estimula la digestión y ayuda a combatir la flema. Su exceso puede sobre estimular el
organismo, agotando la energía y la sangre.
Podemos aumentar o disminuir la ingesta de un sabor particular de acuerdo a nuestras
necesidades.
Un error común es no consumir alimentos dulces en su estado natural (frutas, zanahoria,
remolacha, plátano, batata o boniato…) por temor a engordar. Nuestro cuerpo es sabio y
necesita el dulce, así que lo va a pedir, cayendo luego en la tentación de comer un chocolate
o una torta. Una dieta balanceada debe incluir un poco de cada sabor, de esta manera habrá
un equilibrio y evitaremos los antojos.