Prof. Dr. Antonio Caballos Rufino
Catedrático de Historia Antigua
Universidad de Sevilla
LA HERMENÉUTICA HISTÓRICA
MÉTODO CRÍTICO Y PROCESUALISMO
Si bien la Hermenéutica, como técnica de interpretación de los textos para fijar su
verdadero sentido, se circunscribió en un principio al estudio de la teología,
aplicándose específicamente a la interpretación de las Sagradas Escrituras, su uso se
ha ampliado desde el siglo XIX hasta abarcar las teorías filosóficas del significado y la
comprensión, así como las teorías literarias de la interpretación textual, lo que está en
la base de la constitución de la Historia como disciplina científica, permitiendo una
valoración de las fuentes, como indispensable tarea previa al ejercicio interpretativo.
Los teóricos de la hermenéutica del siglo XIX, como Friedrich Schleiermacher y
Wilhelm Dilthey, entendían la comprensión como un proceso de interpretación
psicológica, es decir, de identificación, por parte del lector, de la intención original del
autor. En este sentido, el texto es la expresión de los sentimientos de su autor y los
intérpretes deben intentar comprender los componentes ambientales, circunstanciales,
sociales y personales que soportan el acto creador.
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Para el sevillano Emilio Lledó, que ha estado siempre muy interesado en
relacionar la producción filosófica con el conjunto de sus condiciones
materiales y sociales, estableciendo las múltiples conexiones que atraviesan
el texto filosófico como tal, el lenguaje no sólo expresa el pensamiento,
sino una forma de encontrarse ante la realidad y de interpretarla.
Así, según Lledó, la historia es una memoria colectiva que no debe ser
analizada de forma aislada respecto a la sociedad en la que ocurre y de los
usos lingüísticos que la estructuran.
Esta asunción es el argumento que nos lleva a citar aquí, aunque sea sólo
muy sucintamente y en forma de esquema estructurado, las diferentes
operaciones que constituyen la puesta en práctica del método crítico, que
debe aplicarse a las fuentes de información, como paso previo, pero
necesario, en el desarrollo de cualquier investigación histórica.
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A.- LA CRÍTICA EXTERNA O CRÍTICA DE AUTENTICIDAD
A.1.- LA CRÍTICA DE PROCEDENCIA
[¿quién?, ¿cuándo?, ¿dónde?]
Una primera aproximación al documento debe tender a la obtención de respuesta a
las interrogantes de la autoría, cronología, procedencia (en sus aspectos tanto
geográficos como de análisis del medio social) y forma del documento; sin olvidar
asimismo indagar acerca de las vías de transmisión.
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A.2.- LA CRÍTICA DE RESTITUCIÓN [¿qué?]
Esta faceta de la aplicación del método crítico, que puede corresponder a una multitud de
operaciones de índole más o menos técnica, tiene como objetivo la restitución en su
primitiva integridad de los documentos o monumentos del pasado, alterados por la
transmisión.
Para realizar esta tarea el historiador cuenta con los recursos proporcionados por la
“ecdótica”, el arte de editar los textos. Tanto el método conjetural de restitución, como,
caso de que ello sea posible, el método comparativo, que facilita la reconstrucción del
arquetipo, son vías necesarias para detectar tanto los errores accidentales, como los
debidos a un mal juicio del copista sin intención dolosa, sin olvidar, por último, aquellos
errores que se pueden considerar voluntarios.
ECDÓTICA: Del gr. ἔκδοσις (edición), la ecdótica es la disciplina que estudia los fines y los medios
de la edición de textos, permitiendo detectar mejor las manifestaciones de la patología de la
atención y explicar así muchos de los posibles errores que pueden manifestarse en los documentos.
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B.- LA CRÍTICA INTERNA O CRÍTICA DE
CREDIBILIDAD
Es la que se ocupa de analizar el contenido que transmite un documento,
al que hay que entender como el resultado de una larga y compleja serie
de operaciones, que parten de la observación para, tras un proceso de
elaboración intelectual, concluir en su plasmación y proyección durable.
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B.1.- LA CRÍTICA DE INTERPRETACIÓN
[¿QUÉ?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿para qué?]
Consiste en la labor hermenéutica que permite apreciar el contenido exacto
y preciso del sentido del documento a partir de la consideración de la lengua
y de las convenciones sociales de la época en que fue compuesto.
Partiendo de una postura lo más alejada posible de los prejuicios, el perfecto
conocimiento de la lengua empleada y de sus recursos posibilitará
determinar no solamente qué se ha dicho, sino, más allá, qué se ha querido
decir, esto es, identificar las motivaciones y objetivos del autor .
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B.2.- LA CRÍTICA DE COMPETENCIA (1)
Pretende averiguar cómo ha conocido el autor el hecho relatado y hasta qué punto
estaba en condiciones de comprenderlo bien; puesto que incluso un testigo ocular puede
ser origen de numerosos errores de interpretación, si no logra coordinar numerosas
observaciones elementales en un conjunto lógico.
El examen de la competencia del autor va indisolublemente ligado al grado de
vinculación con el hecho, fenómeno o acontecimiento relatado. En primer lugar la
calidad del relato se encuentra condicionada tanto por el interés mostrado por el testigo,
como por la inmediatez temporal entre el hecho mencionado y el relato que de él se
hace.
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B.2.- LA CRÍTICA DE COMPETENCIA (2)
Pero, además, la calidad del testimonio relatado dependerá de si la transmisión ha sido
directa, sin el recurso a los intermediarios; de si el relato ha sido completo, esto es,
referente a la totalidad del hecho observado y no a uno solo de sus aspectos; y del nivel
de depuración del relato, o, lo que es lo mismo, con qué grado de objetividad o
subjetividad nos enfrentamos.
En este apartado hay que tener en cuenta asimismo si la información es directa o existen
intermediarios, y, en este último caso, la resultante será muy diferente si la tradición
recogida es oral, con lo que nos podremos tener que enfrentar con las peculiaridades de
la elaboración mítica, o si es escrita.
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B.3.- LA CRÍTICA DE SINCERIDAD (1)
Se intentará comprobar en este apartado de la labor crítica si el autor ha
desfigurado la totalidad o ciertos hechos de su relato. El punto de partida ha de
ser siempre la duda metódica, considerando además que un documento no
constituye un bloque unitario, sino que está formado por numerosas
afirmaciones independientes, que pueden participar de un grado desigual de
veracidad.
En el enfoque no debemos juzgar la veracidad de las afirmaciones basándonos
en la forma, pues la impresión de verdad que puede llegar a proporcionar un
relato no ofrece nada más que una apariencia de convicción.
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B.3.- LA CRÍTICA DE SINCERIDAD (2)
De nuevo, al igual que hacíamos en relación con la crítica de competencia,
será de un alto valor interpretativo intentar dilucidar, en su caso, las
motivaciones de la falta de sinceridad.
Esta alteración de la verdad puede ser absolutamente consciente, resultado de
que el autor tenía interés en mentir.
Pero puede haber otras motivaciones diversas. Puede existir un forzamiento
no deseado de la voluntad, pero también las relaciones afectivas de simpatía o
antipatía hacia lo relatado, en función de consideraciones doctrinales, la
vanidad —tanto individual como colectiva—, la moda o el conformismo
moral, así como las convenciones literarias pueden ser motivos determinantes
de una alteración más o menos sustancial de la verdad.
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B.4.- LA CRÍTICA DE EXACTITUD
Trata de descubrir los errores involuntarios de un autor al describir un
hecho, motivados por los prejuicios culturales, los tópicos, las
alucinaciones, la mala capacidad o deficitaria preparación, el escaso
interés hacia el fenómeno histórico de referencia, o incluso por dar por
seguros hechos que el autor no se ha molestado en observar, cuando
hubiera podido hacerlo.
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C.- LA VERIFICACIÓN DE LOS TESTIMONIOS
Es la última tarea a cumplimentar, que consiste en la confrontación de la
hipótesis interpretativa propuesta con otras fuentes, para averiguar hasta que
punto existe una adecuación; así como en la comprobación de si existe una
concordancia con el marco histórico general.
Las dificultades de toda hermenéutica estriban en el paso de la teoría a la
práctica, donde topamos con múltiples limitaciones en nuestra capacidad
interpretativa.
Como hemos dicho al comienzo de este apartado, los teóricos de la hermenéutica
del siglo XIX entendían la comprensión como un proceso de reconstrucción
psicológica, es decir, de identificación, por parte del lector, de la intención
original del autor. En este sentido, el texto es la expresión de los sentimientos de
su autor y los intérpretes deben intentar identificar las circunstancias en que se
llevó a cabo el acto creador.
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El problema de esta concepción es principalmente su exceso de fe en el género
humano: presupone que todo el mundo tiene la misma capacidad para superar las
dificultades que entraña todo proceso de comprensión. Se basa en la creencia de que es
posible alcanzar una única interpretación correcta. Sin embargo, una visión algo más
escéptica de la interpretación sostiene que no hay razones fundadas para emitir un
juicio y por lo tanto se corre el riesgo de hundirse en la ciénaga del subjetivismo y el
relativismo, fundamentados en la asunción de que el conocimiento no es absoluto.
Martin Heidegger y su discípulo Hans-Georg Gadamer describían este dilema como un
círculo hermenéutico, en alusión al modo en que la comprensión y la interpretación, la
parte y el todo, se relacionan de manera circular: para comprender el todo es necesario
comprender las partes, y viceversa. Tal es la condición de posibilidad de toda
experiencia y toda investigación humanas.
Testimonios diversos acerca de un mismo hecho o fenómeno histórico pueden
contradecirse, completarse o concordar. En este último caso, si no nos encontramos
ante dos fuentes idénticas hay que sospechar obviamente la existencia de una
derivación.
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EL PROCESUALISMO
Si esta concepción de la realidad resulta básica en todo proceso de
interpretación histórica, no lo es menos una visión especulativa del mundo
que parta de la idea que la realidad básica está en constante proceso de flujo y
cambio, y a la que se ha dado en definir como procesualismo.
En éste la realidad se identifica con un proceso puro; por lo que conceptos
como creatividad, libertad, innovación, emergencia y crecimiento se asumen
como categorías explicativas fundamentales de la filosofía del proceso.
Esta perspectiva metafísica contrasta con una filosofía de la sustancia, la idea
de que una realidad permanente y fija está por debajo del mundo cambiante y
fluctuante de la experiencia común. Mientras que la filosofía de la sustancia
recalca el ser estático, la filosofía del proceso acentúa el devenir dinámico.
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En esa asunción, como fórmula de acceso al conocimiento histórico, de que
la realidad es compleja, interactiva y dinámica Wilhelm Dilthey combatió la
dominación del conocimiento por las ciencias naturales “objetivas”;
pretendiendo como alternativa establecer una ciencia “subjetiva” de las
humanidades (Geisteswissenschaften).
Según Dilthey, estos estudios humanos subjetivos deberían centrarse en una
“realidad histórica-social-humana”, afirmando que el estudio de las ciencias
humanas supone la interacción de la experiencia personal, el entendimiento
reflexivo de la experiencia y una expresión del espíritu en los gestos,
palabras y arte.
Dilthey razonó que todo saber debe analizarse a la luz de la historia, ya que,
sin esta perspectiva, el conocimiento y el entendimiento sólo pueden ser
parciales.
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PIERRE SALMON
Historia y Crítica. Introducción a la metodología histórica Barcelona – Editorial Teide – 1972 (ed. original ULB 1969)
H Ha Contemporánea UR/0114
H Ha Medieval HU-1006
A 443/5/11 (Biblioteca General)