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Dirección General:
Mario Eduardo Ángeles.
Textos: Alma Consuelo Hernández Olguín.
Arte digital: Verónica Posada.
Consejo Editorial: Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Cristian Martín Padilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles y Jesús Reyes.
Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Paulina Romero, Flor de Liz, Tzolkín Montiel.
Contacto:
lat e s t ad ur al i t e r ar i a@ g mai l . c om
México, Septiembre 2013.
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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-
res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
CONTENIDO
El Desenlace
Tu presencia
Tus pasos
CONTENIDO
Eucalipto, la hoja
La tía de Destino
El Desenlace
Verónica Posada
La Testadura 8
Desenlace
En la tregua de un fatal desengaño,
veo surgir los versos trepando las hojas
cual adicto a las rutas de tus ojos,
al silencio ingrato de una noche en
[soledad.
Llegaron los rencores en sonetos,
se asomaron a la roja insignia de tu
[pecho,
ahí sola en el tiempo estaba aniquilada,
La Testadura 9
pues tu sombra se escurrió por otra
[puerta.
Aquello que surgió entre aromas
[celestiales,
petrificado quedó en los azufres de lo
[incierto,
en la duda que taladró hasta llegar al
[inconsciente.
Tuve tu silueta clavada en la esperanza,
de que algún día llegaras a mi encuentro,
pero hoy bajo la cruz me desespero,
arranco los silencios y me encierro.
La Testadura 10
No soy la que soñó tomar tu mano,
recorrer el camino de la vida en tu
[presencia,
soy la que cierra el alma con el viento,
la que busca con sosiego el desenlace.
Tu presencia
Verónica Posada
La Testadura 14
Tu presencia
En tu presencia, los minutos tiemblan,
cada segundo se arrodilla ante ti,
eres la fragancia que desata sueños
[mortales y
añoranzas sin cesar.
Las montañas se arrodillan al paso,
de tu andar sin cesar y felino,
mi diosa, de manos de abismo,
de miradas de arena.
La Testadura 15
Dejas la tierra tatuada con tu nombre,
haces de los ríos tus espejos,
tu rostro se mira en todo espacio y yo,
no tengo más que rendirme a tu beso.
El silencio tambalea asombrado,
no encuentra la calma desde que a
[tientas,
suspiraste a gotas tus recuerdos,
extrajiste la esencia de mis huesos.
En danza eterna dejas los elementos,
esos que solían pasar las noches enteras,
durmiendo y mascando el paisaje sin
La Testadura 16
[miedos,
Más hoy velos cautivados cual íntimo
[deseo.
La luna escribe notas en el cielo,
al escuchar tu sonrisa, tus secretos,
perfecta armonía hace tu cuerpo y el mío,
en el conteo, ¡tú y yo somos eternos!.
Todo resulta incierto a tu encuentro,
dudan mis manos, de tanto adorarte,
el sabor del viento no tiene reacción,
¡sólo en tus brazos me siento viviente!.
La Testadura 17
El sol se esconde para robarte un suspiro,
trepa a tu mirada con sutil desatino,
se escabulle y nos mira a los dos,
en el más memorable encuentro de
[almas.
Las flores emiten colores insospechados,
arremeten contra la hierba, te buscan, así
[yo
ansío poner tu sombra en el infinito.
El mundo hace una reverencia,
cuando cruza tu sombra esta penumbra,
hacen figuras inconcebibles,
los astros, ¡el universo entero!.
Tus pasos
Verónica Posada
La Testadura 20
Tus pasos
En tus pasos me encuentro, regreso,
poseo tus besos, camino a distancia,
te miro a destiempo, ¡me salgo del tiem-
po!.
En tus pasos, busco el misterio, las lí-
neas,
el sonido de tu llegada, tu estancia,
esperando por ti, por tu fragilidad;
por tu veneno de sutil fragancia
La Testadura 21
que despides al roce grato de nuestras
caricias.
Miradas fugaces y nocturnas,
sórdidamente pronunciadas, en sábanas,
húmedas, soñolientas, desesperadas,
en el fuego intenso de las despedidas.
Tu mano, se desliza en cada insomnio,
en la pálida agonía, en mis brazos,
te percibo aquí, más que fuera,
más en caída, más en lo interno.
En tus pasos, busco resucitar e ignorarte,
La Testadura 22
sacar lo brusco y lo infinito,
partir de golpe, en una sola frase,
morir por dentro, ¡vivir sin aliento!.
Tus manos surcan mi piel,
agotan las distancias abismales,
intensifican mis intentos, me poseo
en una ola de sorbos y movimientos
[lentos.
Escurrí mi tacto, en cada espacio,
de tu piel suave, tus mórbidos besos,
prendida en la ignorancia, en la candidez
del avasallador encuentro.
La Testadura 23
En tus pasos, busqué una respuesta,
una señal de cordura, una pista,
a esta maraña de ciegas infusiones,
pócimas diabólicas que bebo cada día.
Mortal es el sosiego, la lucha moribunda,
late a minutos, se detiene en instantes,
solos en la habitación, no hay puerta
[abierta,
no hay proezas, ni similitudes,
ahí se queda, el único yo que nunca
[muere.
En tus pasos, escuché miles de misterios,
La Testadura 24
referencias a la verdad, a la mentira,
versículos sagrados, citas perversas,
pasajes bondadosos e insolentes.
En tus pasos, me aprieta el destino,
náufrago en la multitud en silencio,
resurgen los deseos inhibidos,
me pongo tu piel, tus heridas.
En tus pasos, soy lo que soy,
la que mejora, la que se arruina,
el lago escondido que no guarda castigo,
la parte de ti ¡que no tiene escapatoria!.
Eucalipto, la hoja
Verónica Posada
La Testadura 28
Eucalipto, la hoja
En una isla muy lejos de la zona
inerte, vivía Eucalipto, esa frágil hoja, que
gustaba por dormirse en los arbustos.
Su aspecto más que el de una
hoja parecía el de una leyenda de cine,
con sus colores deslumbrantes, su andar
tan espectacular, solía dejar marcada
una estela de colores que daba la impre-
sión de estar sumergidos en un sueño.
¡Qué bella dama!, solían suspirar los
ríos, que enamorados entonaban cancio-
nes que llegaban de su hermosura a plas-
marse en el libro de los suspiros. Ese libro
La Testadura 29
guardaba los momentos más sublimes de
la Isla, como el momento en que Eucalip-
to nació. Ese día, 8 de enero, se conglo-
meraron los árboles, juntos bailaron una
danza que duró por semanas, la tierra se
sacudió de tal manera que llovió desde
ese instante hasta el momento presente,
una lluvia que al momento de tener con-
tacto con la piel descuenta años a los
humanos, de tal manera que ahora habi-
tan solo niños, por lo que se escuchan los
pasos de ellos cual duendecillos ilumina-
dos con la luz de las luciérnagas que
aman acompañarlos desde el amanecer
hasta la llegada de la noche.
La Testadura 30
Desde ese momento todos las hojas
voltean a mirar a Eucalipto, por ser la
hoja elegida, esa que anunciaban las
leyendas, la que haría de las hojas la his-
toria de cuentos e historietas, así de sim-
ple, como una hoja, ¿quién pensaría?,
pues se escribieron poemas, canciones,
sonetos! todo para Eucalipto!, esa hojita
que descendiente de las hojas sagradas
de la isla sonora, cautivó a los habitantes
con su hermosura. Sus pliegues perfec-
tos, su aroma que eleva el alma a su má-
ximo elemento, así sigue caminando Eu-
calipto; enreda los pensamientos, alum-
bra los caminos, más no dejes de recor-
La Testadura 31
dar a los humanos, ahora niños todos,
que es el momento de descansar.
Ese cruel tirano que los gobernaba
no volverá, no habrá más arco iris san-
grientos, ni hilos de desesperanza, como
niños solo pensarán únicamente en los
globos, en los juegos, en atrapar insectos
en las redecillas. Es el tiempo de soñar,
ahora sí no tendrán límites, aquí no hay
quién te diga qué hacer o cómo hacerlo,
solo portas esa maleta que contiene mi-
les de ocurrencias, de respuestas y sonri-
sas. Come algodón de azúcar, camina
desgarbado, no mires jamás las líneas
del tiempo, son mortales, mira sólo la
La Testadura 32
eternidad, es a la que pertenecemos, es
el verdadero alimento del alma.
Eucalipto es la suave caricia, sus
pasos ligeros dejan huellas en el piso y en
el cielo; es amiga de los sonidos que
aman acompasar cada movimiento con
una canción, hay tantas canciones en la
isla que no hay tiempo para hacer más
actividades que cantar y ser escuchado,
es la clave de la felicidad que reina en
isla sonora. Desde la llegada de Eucalip-
to, las hojas no son arrancadas, los árbo-
les son sagrados, no son objeto para ha-
cer cuadernos, el que tale un árbol podría
sufrir la pena capital, esa de deambular
La Testadura 33
cual fantasma por la eternidad, cargando
el tronco pesado del árbol talado y los
pensamientos malvados de los infames
gobernantes del pasado, esos que deglu-
tían los sueños de los habitantes, por eso
esa gran etapa de insomnio, de gran os-
curidad, nadie lograba conciliar el sueño,
ni aunque desesperados buscaran algún
remedio, ningún ser vivo lograba dormir.
Eucalipto llegó, lo decían las
abuelas, estaba escrito en las piedras,
pero con el insomnio no había quien lo
leyera o si lo hacían de tanto cansancio
no lograban asimilarlo, agotados los hu-
manos solían instalarse en sillones y
La Testadura 34
pasar horas largas con la mirada pérdida
frente a una caja que iluminada les ex-
traía lo poco que guardaban en su men-
te. Eran absorbidos por esa caja diabóli-
ca, era horrendo verlos desterrados, no
salían de sus casas por quedarse a ser
deshumanizados. Más no había que la-
mentarse, Eucalipto derrotaría al insom-
nio y la apatía, sólo bastaba con seguir
sus colores y entonar sus canciones para
quedar enamorado para siempre, así
como quedaron los habitantes de la isla y
de cada rincón que miró u escuchó el
andar de cuan singular criatura.
La tía de Destino
Verónica Posada
La Testadura 38
La tía de Destino
Destino, era un niño que había creci-
do en los alrededores de las fábricas, su
rostro estaba sumergido en una enorme
nube, era difícil percibirle los ojos, por lo
que quienes se dirigían a hablarle solían
mirarle sólo las manos las cuales movía
con gran habilidad, parecía que sus ma-
nos hacían una danza como las que so-
lían pasar en la televisión y dejaba embe-
lesados a quienes miraban.
Las jornadas de trabajo en las
fábricas eran muy largas, Destino se sen-
tía abrumado al ver llegar a su papá del
La Testadura 39
trabajo, lo veía sólo en las noches antes
de acostarse y recibía una dosis de rega-
ños, los cuales hacían que su nube au-
mentará, a veces hasta las manos era
difícil mirarle.
Una noche Destino soñó que la
nube en su rostro desaparecía, así podía
percibir los colores al natural, mirar direc-
tamente a los ojos a sus compañeros de
escuela, los cuales solían burlarse de su
nube y alguno que otro trataban de arre-
batársela pero resultaba imposible por-
que al solo tacto de un extraño, se evapo-
raba, era imposible aprisionarla, sólo
pertenecía a Destino, el niño que había
La Testadura 40
nacido así, con la visibilidad truncada,
más eso no le impedía disfrutar de su
gran pasatiempo: atrapar sueños, era por
esto que Destino conocía los sueños de
los habitantes de la súper poblada ciu-
dad Después.
Cada día al salir de clases solía ir
entre las chatarras abandonadas en los
alrededores, se subía a la torre más alta,
cerraba los ojos y su nube una vez en la
cúspide de su frente, aspiraba los sueños
de todas las personas con las que guar-
daba algún lazo familiar o de amistad.
Sueños de salir de esa ciudad gris, traba-
jar menos horas y ganar más, convertirse
La Testadura 41
en actriz, casarse con Alberto el comer-
ciante, sacarse la lotería, lograr un ascen-
so en el trabajo, irse de vacaciones al
Atolladero, comprar ropa de marca, esa
que usan las “estrellas” de cine, conse-
guir un nuevo empleo, etc. Esos eran
unos de los tantos sueños que Destino
tenía en su haber, pero había un sueño
que logró cautivar su mirada de nube, era
el sueño de su tía, la mujer menuda, de
cabello cano, brazos quebradizos, sonri-
sa sincera, ojos vivarachos.
Ella soñaba con tener una estancia en
el Luna Paraíso, la ciudad donde había
aún unos animales extraños que hacían
La Testadura 42
compañía a los humanos, otros se encon-
traban en lugares saturados de árboles el
cual llamaban bosque, el agua se encon-
traba en abundancia, la gente trabajaba
medio día y después disponía de tiempo
para encontrarse con su familia, andar
por los parques comiendo helados. Todo
eso fascinaba el corazón de la tía de Des-
tino, ¡cuán hermoso sería vivir una vida
así!, pensaba, mientras escuchaba el
ruido ensordecedor de las fábricas y los
miles de autos que transitaban las calles,
la gente vestida con overoles azules, mar-
chando como poseídos por un espíritu
demoníaco, ¿acaso alguna enfermedad
La Testadura 43
los abrumaba?, no había más días solea-
dos, ni tardes de lluvia; solo quedaban
las jornadas monótonas en las filas lar-
guísimas para ir al trabajo, para pagar la
deuda que los habitantes tenían, con el
que día con día, pasaba a recordarles el
día y la hora, sin esta información se sen-
tían perdidos, ¿cómo vivir sin saber el
pasar del tiempo?.
Destino, al conocer el sueño de su
tía, sintió que su nube se desvanecía, por
un momento creyó que había desapareci-
do por completo, sin embargo no desapa-
reció hasta aquel 11 de febrero, el cual,
un rayo deslumbrante de sol lo despertó,
La Testadura 44
se acercó a la ventana y pudo ver algo
extraño: la gente vestía diferente, los au-
tos parecían más voluminosos, algunos
edificios no lograba encontrarlos más en
su lugar, había otras construcciones, pero
lo más insólito: no había más chatarras,
ni overoles marchando, ni el ruido es-
truendoso de las fábricas. Una sonrisa se
dibujó en el rostro de Destino, el cual
saltó de la cama y salió corriendo de su
casa, se quedó mirando a todos de una
manera especial, no sentía esa neblina
pesada atrofiándole su vista, todo pare-
cía más nítido.
Al pasar por un aparador su reflejo le
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descubrir que la nube no estaba más,
pensó si soñaba, por lo que en un instan-
te se le vino a la mente su tía, ella podría
ayudarle a descifrar el misterio, tal vez
dándole un pellizco o con sólo mirarla a
los ojos lo sabría, pues era una mujer con
una transparencia, que nadie tenía; tanto
que hasta podía mirarse su corazón la-
tiendo y su sangre correr por sus venas.
Cuesta abajo Destino llegó a la casa
de su tía, tocó a la puerta pero nadie acu-
dió a su llamado, entonces decidió entrar
por la puerta trasera, la cual mantenía
abierta, una vez dentro, una pequeña
mesita atrajo su atención, se aproximó
La Testadura 46
sigilosamente, se encontró con un libro,
titulado: “El sueño de Destino”, comenzó
a leerlo y una pesadez le invadió el estó-
mago, sus ojos se crisparon, entonces
todos los recuerdos acudieron de golpe,
al ir hojeando el pequeño libro, el cual
contenía su vida, se asombró. Eso era,
¡era su vida!, una historia, unas letras, un
sueño de otro sueño soñado, una duda en
su cabeza, no sabía exactamente lo que
pasaba, pero si sabía una cosa: ¡era él
quien soñaba!.
ALMA CONSUELO
HERNÁNDEZ OLGUÍN.
Egresada de la Licenciatura
en Lenguas Modernas en
Inglés, UAQ. generación 2009
-2013.
De mano en mano, de pantalla en pantalla
¡Que la voz corra!. La Testadura, una literatura de paso,
hecha para olvidarse en lugares públicos o
salas de espera