Gabriel Astengo
Editorial Voces de Hoy
Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre Primera edición, 2010
Edición y diseño interior: Josefina Ezpeleta Diseño de cubierta: Pedro Pablo Pérez Santiesteban © Gabriel Astengo, 2010 © Editorial Voces de Hoy, 2010 ISBN: 978-0-557-37224-9 Editorial VOCES DE HOY Miami, Florida, EE.UU. www.vocesdehoy.net Este libro no podrá ser reproducido, ni total, ni parcialmente, sin el previo permiso por escrito del editor. Todos los derechos reservados.
6 Gabriel Astengo
Historias reales
de la vida de un hombre
Hay melodías que se impregnan en la sangre para
dejar que sus notas fluyan por nuestra propia historia,
canciones que entonamos en los momentos de ale-
gría y tristeza, como aferrados al perpetuo recuerdo.
Pero también ellas mismas se encargan de marcar con
creces diferentes épocas de nuestras vidas, haciéndose
presentes con la misma intensidad.
Tal es el caso de la conocida canción Lágrimas
negras del famoso compositor cubano Miguel Mata-
moros, tema musical que ha influido con elevado
sentido en la vida de Gabriel Astengo, autor del pre-
sente libro.
Gabriel nos presenta cuatro historias reales que
han marcado su vida para siempre. Justo en la pri-
mera historia que abre las páginas del libro es donde
la popular canción Lágrimas negras, sirve de hilo
conductor para dejarnos conocer parte de sus días.
Astengo deja al descubierto el yo interior del hom-
bre combatiente, del amigo, del actor, del músico
y del cantante. Junto a su historia entraremos a des-
cubrir el protagonismo de su vida y de aquellos que
en los momentos narrados representaron para él,
pilares indiscutibles.
Hoy tenemos la posibilidad de entrar a descubrir
otra faceta de este hombre que despunta en los
caminos de la literatura, haciendo galas de buena na-
rrativa a través de una voz con matices sencillos y elo-
cuentes, donde el sentimiento real constituye la gé-
nesis de cada historia.
―Lágrimas negras‖, ―El joven y el guerrero‖, ―Los
Trovadores‖ y ―El caló de Charolito‖ son las cuatro
obras que protagonizan las páginas del presente libro,
que ya se suma a nuestro amplio catálogo para rego-
cijo de los lectores. Gabriel Astengo en esta ocasión
toma su guitarra para deslizar sobre cada cuerda el
lápiz de las anotaciones que acumuló durante años,
para que hoy tengamos la oportunidad de conocer las
historias reales de la VIDA de un hombre.
PEDRO PABLO PÉREZ SANTIESTEBAN
Editorial Voces de Hoy
8 Gabriel Astengo
Una historia a cuatro tiempos
Introducción
Tenía que llegar a tiempo, algo que siempre ha sido
muy difícil para mí. Al fin, la última luz de tránsito
a vencer: color verde y chillar de gomas, ya casi
llegaba y se iban aproximando los minutos que me
separaban de las 7 de la noche.
Yo tenía que estar allí, más que un compromiso
convencional, era una cita impostergable con mi pro-
pia conciencia. A duras penas logré encontrar estacio-
namiento en la acera frente al Koubek Center, ya que
su parqueo se encontraba repleto. Bajé del auto y con
paso presuroso me dirigí al interior de dicho centro.
Al llegar, ni un solo asiento desocupado, así que me
conformé con quedarme de pie cerca de la puerta de
entrada.
Miré mi reloj, las 7 en punto. Lo había logrado, sí
señor, ¡a tiempo exacto por primera vez en mi vida!
Lágrimas negras 9
10 Gabriel Astengo
Era la noche del viernes 13 de julio de 2007 en la
que se efectuaría el concierto del joven violinista Án-
gel Enrique Pardo Núñez, hijo de dos entrañables
hermanos de luchas y duros años de prisión política
en Cuba: Emelina Núñez y Ángel Pardo. Aunque Án-
gel Enrique había nacido en tierras del exilio, sus
padres le habían inculcado desde pequeño su amor
por la patria lejana e irredenta.
Aquel joven que era una promesa musical, estaba
representándonos a todos los que escogimos un día
―vivir sin patria, pero sin amo‖; era el triunfo del
talento y el esfuerzo, pero sobre todo de la honestidad
y la perseverancia ante las miles de adversidades que
nos deparara un injusto destierro.
Y comenzó la presentación de Ángel Enrique. Un
número tras otro y aquel joven interpretaba de ma-
nera magistral, para su escasa edad, todos los géneros
que figuraban en el programa: La tarde, La bella cubana,
entre otros, se escuchaban impecables, hasta que llegó
la pieza final, Lágrimas negras, de Miguel Matamoros.
¡Ah!, Lágrimas negras y la mente, traicionera siempre,
se marchó muy lejos en las alas del recuerdo.
Lágrimas negras 11
Primer tiempo
Muelle de Luz, La Habana, octubre de 1965
Se aproximaba la embarcación que habría de trans-
portarme en breves minutos al ultramarino pueblo de
Regla.
Al llegar la lancha al muelle, esperé la salida del
último de los pasajeros y de un salto penetré en su in-
terior. En el transcurso del viaje pude apreciar en la
bahía los numerosos barcos soviéticos que fondeaban
en su nueva colonia del Caribe. Llevaba varios meses
en la clandestinidad, cambiando constantemente de
refugio, para no ser capturado por la tenebrosa Segu-
ridad del Estado castrista. Muchos estudiantes como
yo se encontraban prófugos del régimen. Dejé mis
meditaciones, cuando la lancha al llegar, golpeara
levemente las gomas de caucho que protegían las ta-
blas del embarcadero de Regla.
Al salir de la pequeña embarcación me encontré
con mi querido profesor Miguel Alejandro Herrera
Govín, un combatiente vertical contra todas las dicta-
duras que habían azotado a Cuba. El ―Profe‖ hacía un
rato que me esperaba para presentarme a un íntimo
amigo suyo, nada menos que al Maestro Miguel
12 Gabriel Astengo
Matamoros, fundador e integrante del fabuloso Trío
Matamoros.
Ya yo conocía a Siro Rodríguez, el cual era la
segunda voz del trío y aunque nacido en el barrio de
Tívoli en Santiago de Cuba, hacía muchos años resi-
día en la calle Damas esquina a Paula, en la Habana
Vieja. Además de conocerlo desde niño, con los años
se había forjado una gran amistad entre nosotros.
Yo tocaba algo de guitarra por aquellos tiempos
y dicha práctica me servía de terapia en mi larga per-
manencia en los escondites que tuve que utilizar para
no ser detectado por las fuerzas represivas del go-
bierno.
Me ―encantaba‖ la trova tradicional, pero tenía
problemas para poder ejecutar en mi instrumento
musical el verdadero sabor de la llamada ―síncopa
cubana,‖ tan imprescindible en el son, tanto habanero
como oriental y quién mejor que Miguel Matamoros,
su creador, para enseñármela correctamente.
Después de caminar varias cuadras tuvimos que
subir una lomita para llegar a casa del Maestro.
Don Miguel ya sufría de una enfermedad de la
visión que a la postre lo dejaría totalmente ciego. Al
llegar a la puerta de su casa el ―Profe‖ Herrera gritó:
—Buenas tardes, ¿se puede?
Lágrimas negras 13
—Entra pa’cá tocayo —respondió una voz fuerte
y aguda; era la del Maestro Miguel Matamoros.
—Mira, aquí te traigo un alumno mío que te ad-
mira mucho y quiere consultarte algo.
Después de saludarle con el debido respeto y de
intercambiar algunas frases de cortesía, Don Miguel
me preguntó:
—Bueno muchacho, ¿en qué puedo servirte?
Yo le expliqué la razón de mi visita y el Maestro
con su propia guitarra tuvo la paciencia de expli-
carme exactamente cómo distribuir sobre todo en los
bordones, los tiempos fuertes y débiles del cadencioso
son cubano y Lágrimas negras fue la muestra. Al termi-
nar la explicación del Maestro, su esposa Mercedes
nos regaló una taza de café cubano.
Antes de retirarnos, el Maestro me obsequió unas
maracas que él mismo confeccionaba y me invitó
a volver a visitarlo cuando quisiera.
―Le caíste bien a Miguel‖, me decía el ―Profe
Herrera‖, ―él no es muy fácil que digamos‖.
En otras ocasiones visité de nuevo al Maestro antes
de que los esbirros de la tiranía me detuvieran y en-
viaran a prisión.
14 Gabriel Astengo
Segundo tiempo
Prisión de La Cabaña, agosto de 1969
―¡Patio!‖, gritaba el ―llave‖ de turno en aquella calu-
rosa tarde. Hacía solo unos minutos que Lionel Ro-
dríguez había terminado de leernos la prensa con-
trolada y yo, guitarra en mano, me dirigía hacía la
Galera 16 cuando casi tropiezo con nuestro com-
pañero José Misrahí que, puesto de cabeza, parecía un
faquir hindú. Según él, esto estimulaba los folículos
capilares y lograba el crecimiento de nuevo cabello.
Misrahí era médico y había sido capitán del Ejército
Rebelde en Las Villas; no hace mucho lo vi y está tan
calvo como siempre.
Un poco más lejos y a pesar del hambre, Tony
Lamas hacía planchas entre dos ―wilayas‖1 y encima
de estas, ―el Chino‖ Aquit y Huber Matos platicaban
en voz baja.
Al fin llegué donde me proponía y me encontré
a mi amigo Laureano Pequeño preparándose un agua
con azúcar, a la cual llamábamos jocosamente ―un
suero‖.
1 Los presos en La Cabaña le llamaban así a las literas de ―tres pisos‖ o tres camas. (N. del E.)
Lágrimas negras 15
Después de darle una palmada de afecto le dije:
—Pequeño, ¿qué crees de este acorde ‖alterado‖
que pretendo añadir a Lágrimas negras para moder-
nizarla un poco?
Laureano, después de analizar el acorde con su
calma asiática y su incomparable paciencia para con
sus compañeros, me respondió:
—Bueno chico, está un poco duro auditivamente,
pero armónicamente sí ―cabe‖.
Me quedé tranquilo después de la observación del
―Peque‖. él era una autoridad en esto y tenía buen
oído musical.
Yo no podía darme el lujo de fallar, en la próxima
―descarga‖ musical tenía que rivalizar con la voz
grave y potente del ―Negro― Isasi con su feeling y con
las baladas de Angelito de Fana. No podía chotear-
me, todo tenía que estar bajo total control.
Al final, todo aquel esfuerzo musical fue en vano.
Llegó en septiembre la huelga de hambre. La guar-
nición comunista hizo una gran requisa y después de
caernos a palos como era habitual, nos confiscó las
guitarras y se jodió la ―descarga‖. Después nos sepa-
raron, nos enviaron a diferentes prisiones a lo largo
de toda la Isla.
16 Gabriel Astengo
Tercer tiempo
Sitio del Niño, El Salvador, mayo de 1983
El batallón había regresado de operaciones esa tarde
después de golpear duramente a la guerrilla marxista,
causándoles numerosas bajas en el norteño depar-
tamento de Chalatenango.
Terminaba de rasurarme cuando sonó el teléfono
en mi habitación de la instalación militar, levanté el
auricular y escuché:
—Gabriel, preséntate inmediatamente en el Casino
de Oficiales, es una orden.
—Okey —respondí resignado.
La llamada en cuestión me la hacía el Coronel Juan
Carlos Carrillo Shlenker, Comandante del Batallón de
Reacción Inmediata Atlacalt; buen jefe Juan Carlos,
y mejor amigo.
Ya no podría darme un saltito hasta Santa Tecla
como tenía pensado. ¡Así, que ni modo…!
Me apresuré en vestirme y al salir, mi chofer ―Mo-
torola‖, después de cuadrarse militarmente, me tras-
ladó rápidamente hacia el Casino de Oficiales. Al
entrar, el Coronel Carrillo, eufórico por el éxito de la
Operación en Chalatenango, me gritó:
Lágrimas negras 17
Cen
tro
amér
ica,
198
4.
18 Gabriel Astengo
—Ya mandé al Capitán Zamora a buscarte una
guitarra y quiero que nos cantes esa canción que dice:
―Tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir…‖
—¡Ah!, sí, Lágrimas negras —respondí.
—¡Esa, esa! —corearon todos mis compañeros ofi-
ciales.
Imposible negarme ante aquellos hombres que ca-
da día luchaban y morían por la libertad y la demo-
cracia de América y el mundo.
Segundos más tarde, llegaba el ―Tigre‖ Zamora
con una hermosa guitarra valenciana y una vez más
en mi agitada vida comencé con: ―Aunque tú, me has
echado en el abandono…‖
Ni en El Salvador podía yo escapar de la ―dichosa‖
Lágrimas negras.
Lágrimas negras 19
Cuarto tiempo
Miami, Florida, 28 de abril de 2006
Hacía solo unos minutos acababa de filmar mi última
escena en la producción ―Soñar no cuesta nada‖ en
los estudios de Venevision Internacional, en la cual
desempeñaba el papel del Dr. García, un respetable
ginecólogo.
Sumamente preocupado para no llegar una vez
más con retraso, corría mi auto hacia el oeste por toda
Bird Road; antes de llegar a la 87 Ave. hice un rápido
giro a la izquierda y penetré al estacionamiento del
Restaurant La Carreta, donde me esperaban mis com-
pañeros del Trío Las Tres Voces, Luis Ochoa y Tomás
Choy, para tomarnos nuestro acostumbrado café a la
diableé, mezcla del oscuro néctar con una línea de ron.
Dicha infusión nos calentaba las cuerdas vocales, o al
menos eso imaginábamos, para justificar un poco la
conciencia.
Después de excusarme por mi imperdonable ma-
nía de llegar ―pisando la base‖, entramos al local,
donde consumimos apresuradamente el afrodisíaco
―néctar negro de los dioses blancos‖. Más tarde
decidimos movernos en un solo auto y en el camino,
el ―Chino‖ Choy, me preguntó:
20 Gabriel Astengo
—¿Dónde es la cosa hoy?
—Es una sorpresa que una señora le quiere dar
a su esposo, ya que hoy es su cumpleaños y no es
lejos de aquí —respondí.
Al llegar al lugar, afinamos rápidamente las gui-
tarras y nos dirigimos hacia la entrada de la resi-
dencia, donde nos topamos con un hombre de baja
estatura y barba canosa, que parecía esperarnos.
—Disculpe, ¿se encuentra la señora Yolanda?
—Sí, yo soy su esposo —me dijo.
—Pues en este mismo instante se acaba de fasti-
diar la sorpresa —le contesté.
Todos reímos y ahí mismo le comenzamos a cantar
Las mañanitas al señor.
Al terminar la canción, todos pasamos hacia un
shelter con techo de guano, para allí continuar nuestra
presentación. Una tras otra fueron saliendo de nues-
tras gargantas una diversidad de conocidas y popu-
lares melodías, que todos coreaban junto a nosotros.
Al fin llegamos a la inevitable Lágrimas negras y al
terminarla, luego de agotarse los aplausos, se me
acercó un individuo que me miraba como dudando.
No sé por qué ese rostro me era familiar.
—Oiga, perdone, pero… ¿usted no fue preso polí-
tico?
Lágrimas negras 21
—Sí señor —le contesté.
—¿Usted no es Gaby?
—Sí —respondí asombrado.
—Yo soy Eraise, Eraise Martínez ¿no me recuer-
das?
No podía creerlo, mi compañero de la cárcel de
Morón y de La Cabaña, el buen Eraise. No pude casi
articular palabras y nos abrazamos con gran afecto.
Sin reponerme aún de la sorpresa, me dice Eraise:
—¿Y tú no conoces a este que le estamos cele-
brando el cumpleaños? ¡Es Laureano Pequeño!
Casi me desmayo de la sorpresa, ¡mi querido
amigo el ―Peque‖, el hombre del gran oído musical, el
entrañable compañero de los días difíciles de La Ca-
baña…
Aquello fue el acabose y como si esto fuera poco,
fueron apareciendo más sorpresas del coro que hacía
solo unos minutos cantaba con nosotros: Tommy
Fernández Travieso, Raúl Cay, Rafaelito Izquierdo
y otros queridos hermanos que se encontraban junto
con sus familias en esa fiesta de Laureano. Todos
fueron identificándose, uno a uno.
―Era mucho para un solo corazón,‖ como reza la
popular frase. Nos fundimos todos en un abrazo
colectivo.
22 Gabriel Astengo
Increíble, habían pasado 38 largos años sin vernos,
pero ahí estábamos todos. Ya no había esbirros que
nos golpearan o confiscaran nuestras guitarras. Yo no
creo que pueda plasmar en estas páginas la inmensa
emoción de aquel momento inolvidable e imprede-
cible.
Todos estábamos más viejos físicamente, pero el
amor a Cuba y los fuertes lazos de amistad que nos
unían, perdurarían eternamente jóvenes por siempre.
Hasta mis compañeros del Trío, tan exactos para
medir el tiempo de trabajo, siguieron cantando junto
a nosotros mucho más de lo acostumbrado.
¡Qué noche aquella!
Lamentablemente meses después, nuestro querido
hermano de luchas y anhelos, Laureano Pequeño,
moriría víctima del cáncer.
Lágrimas negras 23
Final
Las últimas notas de Lágrimas negras, interpretada
magistralmente por Ángel Enrique y los aplausos
continuados que siguieron a esta, me sacaron de
aquel océano de recuerdos.
Mi vista recorrió todo el auditorio y vi muchas
caras conocidas de los días difíciles días de la prisión
y el destierro. Recordé también a mi querido amigo, el
periodista Agustín Tamargo, ya desaparecido, cuyo
tema preferido era también Lágrimas negras.
Los aplausos se prolongaban y no sé por qué, sentí
una extraña sensación, de que además de los pre-
sentes, ahí se encontraban Pedro Luis Boitel, Mario
Chanes de Armas, Eusebio Peñalver, Márquez Trillo,
Laureano Pequeño y muchos de nuestros hermanos
que ya partieron, aplaudiendo también al joven Ángel
Enrique. En definitiva, él representaba nuestra conti-
nuidad histórica.
¿Se dan cuenta por qué tenía yo que estar allí?
Qué lejos estaba el Maestro Miguel Matamoros de
pensar que sus Lágrimas negras entrelazaran tantas
historias reales en una sola.
Miami, julio 25 de 2007
24 Gabriel Astengo
Eran los días finales del mes de abril de 2007 y en una
apartada iglesia del suroeste de Miami, un hombre de
sienes plateadas y mirada triste contemplaba un
numeroso grupo de personas, que a su llegada, se
iban concentrando poco a poco en la entrada del
templo. Se iba a celebrar esa tarde una misa en honor
de un patriota cubano caído en la Sierra del Es-
cambray muchos años atrás.
Continuaba llegando público hasta repletar el am-
plio espacio y todos esperaban pacientemente para
entrar. El hombre de las canas de pronto dejó de
observar aquella escena y sus recuerdos fueron agol-
pándose uno a uno y llenando por completo toda su
mente.
Corrían los primeros meses de 1959 y un joven sen-
tado en un pequeño muro de una estrecha calle de la
Habana Vieja, acariciaba la pelambre de un cachorro
de labrador, cuando de pronto una voz lo interrum-
pió en su quehacer, preguntándole:
—Oye muchacho, ¿me quieres vender el perro?
El joven y el guerrero 25
El joven, sorprendido ante la inesperada pro-
puesta, alzó el rostro y se encontró frente a él a un
hombre de mediana estatura, relativamente joven,
que con uniforme militar de color verde olivo y gra-
dos de capitán, le sonreía y observaba, esperando una
respuesta.
El muchacho se quedó por unos momentos pen-
sativo, pero reponiéndose rápidamente de su asom-
bro, le respondió al militar:
—Bueno, no te lo vendo, pero sí te lo cambio por
un clip de tu fusil.
—Trato hecho, pero con la condición de que no
juegues con las balas, ya que es sumamente peligroso
—le advirtió el Capitán.
—Sí —contestó el joven presuroso y ocurrió el
intercambio.
Desde ese momento comenzó a forjarse una gran
amistad entre ambos. El oficial del Ejército Rebelde en
cuestión visitaba varias veces por semana a su her-
mana, una laboriosa y humilde mujer, nombrada Re-
gla, la cual ganaba su sustento lavando y planchando
ropa, en esa humilde barriada de la Habana Vieja.
Aquella señora conocía al joven desde niño y am-
bos se profesaban un gran cariño. En numerosas
26 Gabriel Astengo
ocasiones, durante las visitas del Capitán a su her-
mana, almorzaban juntos los tres, oportunidad que
aprovechaba el joven para pedirle al oficial que le
narrara algunos episodios de la lucha insurreccional
recientemente librada.
En aquellas anécdotas llamaba profundamente la
atención que aquel militar jamás denigraba a los
vencidos de aquella lucha fratricida y muy por el
contrario, se dolía de la sangre derramada entre
hermanos.
—Quiera Dios esto no vuelva a ocurrir jamás en
Cuba —repetía con tristeza el capitán.
Lamentablemente no fue así. Unos meses más
tarde, la Revolución Cubana fue traicionada en sus
ideales originales y muchos de aquellos hombres que
habían combatido la dictadura anterior, empuñaron
de nuevo sus armas y se lanzaron a la lucha, ahora
contra una incipiente tiranía que respondía a foráneos
intereses. Entre aquellos hombres se encontraba el
aguerrido capitán.
El joven, por su parte, comenzó a combatir dentro
de las filas estudiantiles contra la dictadura pro-
soviética. Fueron años difíciles y sangrientos, toda
Cuba se hallaba en pie de guerra. El Escambray volvía
a tronar dignidad y rebeldía.
El joven y el guerrero 27
Osw
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28 Gabriel Astengo
Un día el joven aquel supo que su amigo el Ca-
pitán, por su experiencia y coraje, había sido nom-
brado Comandante en Jefe de todas las fuerzas
rebeldes que luchaban en el Escambray, combatiendo
al totalitarismo comunista. Estando en la clandes-
tinidad, el estudiante se enteró que el propio tirano le
había ofrecido a su amigo el reconocimiento de su
grado militar y el respeto a su vida, si este descendía
de las montañas, para dialogar con él.
El joven se llenó de orgullo cuando supo la res-
puesta de su amigo al traidor de la Revolución
Cubana: ―Si Castro quiere dialogar conmigo, que
suba al Escambray, que aquí lo espero‖. De más está
decir que el tirano comunista no aceptó la contra-
oferta. Algunos años después, aquel heroico guerrero,
caería en Aromas de Velázquez, en esas mismas mon-
tañas que tantas páginas de gloria le vieron escribir.
Un tiempo después, el joven era capturado por las
fuerzas represivas del régimen y con solo dieciocho
años de edad, condenado a nueve años de prisión
política.
De pronto, una palmada en la espalda hizo que el
hombre de las sienes plateadas escapara de sus re-
cuerdos; era su entrañable amigo y compañero de
El joven y el guerrero 29
luchas y prisión, el Doctor Gerardo Rodríguez Ca-
pote.
—Vamos, que ya la misa va a comenzar —le dijo.
Ambos entraron a la iglesia y al terminar la cere-
monia religiosa, el joven de la historia, ya viejo, pudo
al fin abrazar a los hijos y viuda de su amigo el
guerrero. Desgraciadamente, Regla su hermana, había
fallecido uno meses atrás.
Habían pasado cuarenta y ocho largos años y un
ciclo histórico se cerraba. El guerrero legendario se
nombraba Oswaldo Ramírez y el joven de esta his-
toria real era yo.
Miami, Florida, abril de 2007.
30 Gabriel Astengo
El autor de estas líneas en una protesta estudiantil en
1964.
Los trovadores 31
El trío que burló al régimen castrista
La trayectoria del trío Los Trovadores comienza
a mediados de la década del 60, cuando sus futuros
integrantes se conocieron en la Prisión de La Cabaña,
específicamente en la Galera de Tránsito No. 15,
mientras aguardaban ser ―juzgados‖ por los tribu-
nales del régimen castrista.
Los hermanos Antonio y Rogelio Gutiérrez Valdés
habían sido capturados cuando intentaban abandonar
el país, de manera ilegal, según las leyes del estado
comunista. Por su parte, Gabriel Astengo Acosta es-
taba acusado de conspirar dentro de las filas estu-
diantiles, para tratar de derrocar al gobierno marxista
que subyugaba al país.
Los hermanos Gutiérrez Valdés fueron condena-
dos cada uno a 3 años de prisión y Astengo Acosta,
a 9 años, por supuesto, en causas jurídicas diferentes.
En su estancia en La Cabaña se inició una gran
amistad entre los tres. Los hermanos Gutiérrez Valdés
eran músicos profesionales y habían formado parte
del trío Los Emperadores hasta que fueron arrestados.
32 Gabriel Astengo
En la Galera No. 15 escucharon la voz de Gabriel
y decidieron todos que si alguna vez se volvían a en-
contrar fuera de la prisión, conformarían un nuevo
trío de voces y cuerdas, aunque fuese solamente para
entretenerse ellos mismos.
Después de sus respectivos ―juicios‖ los jóvenes
fueron separados y trasladados para diferentes prisio-
nes a lo largo de Isla.
Pasaron nueve largos años y en 1975, cuando
Gabriel cumplió su condena, fue a visitar a sus anti-
guos compañeros, que residían en la guanabacoense
Villa de Pepe Antonio. Fue un encuentro muy emo-
tivo e inolvidable.
Los hermanos Gutiérrez Valdés convencieron
a Gabriel de matricular con ellos en el Conservatorio
de Guanabacoa, donde ambos estudiaban Teoría,
Solfeo y Armonía, entre otras asignaturas musicales.
No fue fácil para Gabriel poder matricular por sus
antecedentes de preso político rebelde y no quedó
más remedio que falsificar una serie de documentos,
incluidos los antecedentes penales, para poder entrar
en dicho centro de estudio.
Comenzaron los ensayos, en gran parte super-
visados por su profesor de Guitarra y Armonía,
Dagoberto Casañas, un respetado y querido amigo ya
Los trovadores 33
fallecido, el cual a su vez era un discípulo eminente
del legendario guitarrista Guyún.2
El trío Los Trovadores quedó conformado enton-
ces por Antonio (tercera voz y requinto), Rogelio (se-
gunda voz y segunda guitarra) y Gabriel (primera
voz y tercera guitarra), siendo el promedio de edad
27 años aproximadamente. Había gran parecido físico
entre los tres y tenían más o menos la misma estatura,
condiciones que en un futuro cercano les sería de
gran utilidad, sobre todo con los productores de pro-
gramas televisivos.
El nuevo trío tenía su propio sello y no imitaba
a otros; todos los integrantes aplicaban sus conoci-
mientos musicales a cada tema que incorporaban al
repertorio, como si se tratara de una lección de Ar-
monía.
Todo este esfuerzo en el orden musical era uti-
lizado solo para la propia satisfacción de sus integran-
tes, sin esperar nada a cambio, ya que se sentían
sumamente escépticos de ser aceptados como trío
profesional, por sus antecedentes anti-castristas.
2 Se refiere el autor a Vicente González Rubiera (Santiago de Cuba, 27 de octubre de 1908 – La Habana, 1987), más conocido por Guyún. (N. del E.)
34 Gabriel Astengo
Los trovadores 35
36 Gabriel Astengo
Por otra parte, el Ministerio de Cultura del régi-
men había suspendido las evaluaciones artísticas des-
de hacía casi 8 años, para de esta forma, no incorporar
al profesionalismo a nuevas agrupaciones musicales
y así ahorrarse de pagar un salario decoroso a estos
artistas por su trabajo.
Imagínense ustedes la cantidad de talentos que se
fueron acumulando a lo largo de esos 8 años en que
estuvieron ―congeladas‖ las referidas evaluaciones en
un país que siempre se ha destacado por ser eminen-
temente musical.
Una tarde en la que el trío se encontraba ensa-
yando, se presentaron en el local de la práctica dos
destacados personajes del ambiente artístico, el can-
tante Nelo Sosa y el compositor Juan Arrondo,
quienes quedaron impresionados con la calidad del
trío e inmediatamente invitaron a sus integrantes
a participar en una actividad musical en la Casa de la
Trova de Guanabacoa. Se trataba de la conmem-
ración de un aniversario más del nacimiento de la ya
desaparecida Rita Montaner, una inolvidable y polifa-
cética artista originaria de esa villa.
El recién creado trío Los Trovadores se presentó
con dos canciones: Estoy perdido, de Álvaro Carrillo
Los trovadores 37
y el joropo venezolano Alma llanera, de Pedro Elías
Gutiérrez.
Aquella presentación fue un suceso que jamás
habían imaginado sus integrantes, todo un éxito. Los
aplausos prolongados y la demanda del público
solicitando más interpretaciones hicieron comprender
a Tony, Yoyi y Gaby, los integrantes del trío, que
tenían un grupo que contaba con la calidad y el
carisma necesario para poder imponerse. Hasta ese
momento no habían tenido conciencia de eso.
Después lo demás ya es historia.
Durante los años 76, 77 y 78, al trío le solicitaron
participar en programas de radio y televisión, graba-
ciones en la EGREM3 y en diversas actividades musi-
cales a lo largo de todo el país. En esos mismos años
fueron triunfadores indiscutibles de tres Festivales
Nacionales consecutivos.
Mientras esto sucedía, los integrantes del trío se
asombraban de que el régimen castrista no intervi-
niera para interrumpir su vertiginoso ascenso artís-
tico. Más tarde se enterarían del por qué de todo
aquello.
3 Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales, empresa discográfica cubana, fundada en 1964. (N. del E.)
38 Gabriel Astengo
En este último año de 1978 obtuvieron no solo la
mayor calificación en el género de tríos, sino además
la más alta a nivel general, incluidas todas las agru-
paciones participantes. Los jurados de estos Festivales
Nacionales estaban compuestos por profesores de
gran prestigio musical, como Adolfo Guzmán, Rafael
Somavilla, Tony Taño, Rembert Egües y otros.
El trío además, fue seleccionado para representar
a Cuba en el Festival Internacional de Dresde, en la ya
desaparecida Alemania comunista. Asombrados de
su buena suerte, ya habían averiguado que el avión
que los llevaría hacia Alemania haría escala en Ma-
drid, donde pensaban pedir asilo político, en la pri-
mera oportunidad que tuviesen.
Lamentablemente el viaje no pudo efectuarse,
porque cuando menos lo esperaban, explotó la ―bom-
ba― del escándalo. La Seguridad del Estado del régi-
men, al investigar las vidas de los componentes de la
revista artística antes del viaje, descubrió el pasado
anticastrista de los integrantes del trío, y ahí, como
dicen ―ardió Troya‖.
Vinieron las purgas de los funcionarios regionales,
provinciales y nacionales, por haber permitido la
ascensión del trío, sin haber investigado antes a sus
integrantes.
Los trovadores 39
Después se enterarían que buena parte de estos
funcionarios purgados conocían el pasado de los jó-
venes componentes del grupo. Lo que había sucedido
es que se habían ido percatando de quiénes eran estos
después de que el trío ya estaba cosechando triunfos
y preferían entonces guardar silencio, no por ser
buenas personas, sino para evitar ser ―tronados‖ por
no haber hecho un buen trabajo investigativo.
A nivel regional, provincial y nacional, repito, fue
conformándose una ―conspiración de silencio‖ para
no asumir ninguna responsabilidad al respecto. Este
silencio duró prácticamente 3 años, mientras el trío se
hacía popular a nivel nacional. Y todo terminó cuan-
do sucedió la intervención de la Seguridad del Estado
castrista.
El propio régimen con sus mecanismos de terror
y control se había enredado en su propia madeja
paranoica y eso había beneficiado increíblemente a los
integrantes del trío, en su ascensión hacia la popula-
ridad. Ahora entendían el ―por qué‖ de su ―buena
suerte‖.
Para evitar que el escándalo trascendiera más de lo
debido y llegara a oídos de la población —algo que
no pudieron evitar—, el Ministerio de Cultura los citó
40 Gabriel Astengo
a una reunión para ―darles la oportunidad‖ de inte-
grarse en otros tríos profesionales, pero tenían que
desintegrar al trío Los Trovadores. El encargado de
comunicarles la noticia fue nada menos que el poeta
Jesús Orta Ruiz, ―El Indio Naborí‖. Los jóvenes enten-
dieron que era táctico desintegrar el grupo, al menos
por el momento. Aunque con la tristeza de separarse,
se sentían satisfechos, ya que habían logrado su pro-
pósito de ser considerados artistas profesionales y lo
más importante de todo, haberse burlado del régi-
men, que se consideraba infalible en materia de con-
trol político.
Es muy importante señalar que jamás en sus tres
años de duración, el trío Los Trovadores, a pesar de
las presiones, se prestó para ninguna indignidad
artística, ni cantó una sola canción dando loas a la
dictadura, algo que para los tres, fue gran motivo de
orgullo por el resto de sus vidas. Se habían salido con
la suya, poniendo en ridículo al sistema, sin sacrificar
sus principios. Fue una dulce y callada venganza
a sus años de prisión política.
En el caso de Gabriel, pasó a formar parte del trío
Los Tres Soles y su entrada en ese trío ayudó indirec-
tamente a que otros compañeros trovadores pudiesen
Los trovadores 41
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42 Gabriel Astengo
activar de nuevo sus agrupaciones, como querían. Me
refiero a los tríos Los Cancilleres y Voces de Oro.
Por su parte los hermanos Gutiérrez Valdés, se
integraron a su vez, a otras agrupaciones musicales.
Un año más tarde, en 1979, y motivado por el
acuerdo migratorio que se produjo entre la admi-
nistración del Presidente Jimmy Carter y el régimen
comunista de Cuba, según el cual, se permitía emi-
grar a los ex prisioneros políticos cubanos junto a sus
familias, los integrantes del trío Los Trovadores
pudieron salir hacia el exilio.
Esta es la verdadera e inédita historia de Los Tro-
vadores, el trío que burló al régimen castrista.
Miami. agosto 17 de 2007.
El caló de Charolito 43
Es posible que muchas personas nacidas en Cuba no
dominen este antiquísimo dialecto —el caló4—, utili-
zado en las provincias de La Habana y Matanzas,
sobre todo en las zonas urbanas.
Es una mezcla de palabras africanas, árabes —traí-
das por los andaluces, hace varios siglos— y otras de
origen puramente criollo. Era casi patrimonio de las
clases más desposeídas de nuestro país. Por ejemplo,
los miembros de la orden Abakuá, sociedad fraternal
y religiosa, creada por descendientes de esclavos afri-
canos, lo utilizaban corrientemente para comunicarse
entre sí. Como los argentinos tienen su lunfardo, so-
bre todo en sus tangos, los cubanos tenemos el caló.
En mi caso personal soy nacido en el puerto haba-
nero y más específicamente, y a mucha honra, en el
barrio de Belén, cuna de santos, escritores y poetas,
4 En nuestro idioma castellano se conoce por ―caló‖ el lenguaje de los gitanos españoles y lo más probable es que se tomara este mismo vocablo para adjudicarlo a este lenguaje usado por una minoría. (N. del E.)
44 Gabriel Astengo
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El caló de Charolito 45
donde nació José Martí;5 pero también cuna de chu-
los, maleantes y putas, lugar donde murió Yarini;6 lo
mejor y lo peor de la sociedad, como en todos los
puertos del mundo.
Pero volviendo al tema… voy a contarles cómo,
por conocer desde pequeño esta ―lengua‖ suburbana
que aprendí con Charolito, me salvé de que me enta-
rabillara, perdón, de que me capturara la policía cas-
trista, allá por el año de 1964.
Por aquella época me encontraba viviendo en la
clandestinidad, luego de que un grupo de estudiantes
del Instituto de La Habana nos expresáramos públi-
camente en contra de la dictadura pro-soviética de
Castro y por ende, perseguidos por los órganos re-
presivos de su régimen.
Pues resulta, que motivado por la canina, digo, por
el hambre, había salido del gao, perdón otra vez, que
esto se pega, quise decir de la casa donde estaba
escondido, me dirigía a una pequeña cafetería, ubica-
da en la confluencia de las calles Compostela y Te-
niente Rey, frente a la antigua Droguería Sarrá, para
5 Apóstol de Cuba (La Habana, 28 de enero de 1853 – Dos Ríos, Oriente, 19 de mayo de 1895). (N. del E.) 6 Se refiere a Alberto Yarini (1882-1910), el chulo más famoso de Cuba. (N. del E.)
46 Gabriel Astengo
comprarme algo que calmara la sinfonía de mis tripas
vacías, cuando de pronto, me topé con mi amigo Cha-
rolito, que limpiaba zapatos en esa esquina.
Charolito en realidad se nombraba Hermenegildo;
nadie supo nunca su apellido. Era huérfano de madre
y su padre era un trabajador portuario, que murió
muy joven, tras un accidente en el muelle La Machi-
na, cuando estaba manipulando una carga que se des-
prendió y terminó aplastándolo. A partir de ese mo-
mento todo el barrio lo adoptó como hijo. Él y yo
éramos dos diablillos inseparables, terror de los co-
merciantes y vecinos del área, por nuestra certera
puntería en pos de vidrieras y parabrisas.
Cuando fui a saludarlo, me hizo un guiño y me
dijo:
—Oye asere, el acoy que se achanta a la orilla de su me
y que tiene los encorios macris y el cagua nichardele, es
tremendo embori zizigamba, así que pírate ya.
Después de oír esto, mire a mi lado y vi a un tipo
de aspecto lombrosiano que me observaba detenida-
mente. Poniendo cara de ―yo no fui‖, inmediatamente
salí que jodía de aquel establecimiento, con las tripas
chillando de vacías, pero al menos con el consuelo de
no haber caído preso de la porra chivateril comu-
nista, al menos en ese instante. De lejos Charolito me
El caló de Charolito 47
seguía con la vista y en su cara tan negra como un
totí, brillaban sus dientes blanquísimos en una amplia
sonrisa de satisfacción por haber alertado y salvado al
amigo de la infancia. Ahora, les traduzco lo que me
había dicho Charolito en caló: ―Oye mi amigo, el tipo
que está sentado a tu lado y que tiene los zapatos
blancos y el sombrero negro, es delator de la policía,
así es que vete rápido‖.
Tuve suerte también porque que el chivato7 en
cuestión era de las provincias orientales y no entendía
el caló. Con los años supe que le decían Pancho ―El
Jabao‖ y había sido anteriormente casquito8 de la dic-
tadura de Batista; un perfecto ejemplo de camaján
cubano, siempre de instrumento de los que detentan
el poder y jamás del lado de los oprimidos.
Estos chivatos de hoy en Cuba son de la misma
estirpe que la de los llamados ―voluntarios‖ al ser-
vicio del colonialismo español, los ―porristas‖ del
machadato o los ―ciudadanos cívicos‖ del batistato.
Unos meses después de este incidente, fui final-
mente apresado por los órganos represivos del
7 En Cuba se les ha llamado ―chivatos‖ a aquellos que cooperan con el régimen, delatando a opositores al mismo. (N. del E.) 8 Nombre que recibían los soldados del ejército en la etapa en que Fulgencio Batista era presidente de Cuba. (N. del E.)
48 Gabriel Astengo
régimen castrista y condenado a nueve años de pri-
sión. En todos esos años Charolito jamás dejó de preo-
cuparse de mi suerte y de ayudar a mi madre a con-
seguir en el mercado negro habanero, los escasos
alimentos que me llevaba los días de las contadas
visitas que me podía hacer a la prisión.
Más tarde me enteré que había caído en desgracia
y enviado a prisión bajo la arbitraria ―ley de peligro-
sidad‖, por haberse negado a participar en la guerra
de Angola, campaña neocolonialista llevada a cabo
por el régimen cubano, sirviendo de instrumento al
imperialismo soviético en sus intereses geopolíticos,
en tiempos de la llamada ―guerra fría‖.
Miles de cubanos, en su mayoría de la raza negra,
utilizados como carne de cañón, perdieron sus vidas
o quedaron mutilados en ese ajeno conflicto armado.
En una visita que me hicieron unos viejos amigos
del barrio, a la Casa del Preso, donde estuve ocupan-
do el cargo de Secretario de Prensa e Información del
Presidio Político Histórico Cubano, supe que Charo-
lito hacía solo unos meses había muerto allá, en el
mismo barrio que nos vio crecer y mataperrear juntos.
Me imagino con tristeza, cuánto habrá sufrido en
todos estos años de vivir bajo un régimen totalitario
y discriminativo.
El caló de Charolito 49
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50 Gabriel Astengo
Es increíble que hoy en ese kafkiano país que se
nombra Cuba, los negros cubanos carezcan de la
suficiente representación en los círculos de poder,
cuando componen más de la mitad de la población
nacional.
El gran consuelo que me queda y del que estoy
más que seguro, es que en Cuba quedan muchos
Charolitos como reserva moral de la nación. Un día
no lejano vendrá, en que se hará justicia para todos
esos hermanos en nuestra patria.
Ya ven cómo es la vida, comencé este escrito como
un artículo explicativo sobre el caló y sin proponér-
melo, se terminó como una anécdota de la vida real.
Gracias por vuestra atención, aseres.
Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre 51
Sobre el autor
Gabriel Astengo nace en La Habana, Cuba, un 24 de
marzo de 1947. Siendo muy joven comienza a luchar
en las filas estudiantiles en contra de la traición a que
fueron sometidos los ideales originales de la Revo-
lución Cubana.
En 1964 funda junto a un grupo de estudiantes
y jóvenes militares el Directorio Revolucionario
Nacionalista 13 de Marzo, para combatir, por medio
de la lucha armada, la nueva tiranía pro-soviética
entronizada en el país por Fidel Castro.
Luego de permanecer en la clandestinidad cerca
de dos años, fue detenido a los diecisiete años de
edad, pero logró evadirse. Finalmente fue capturado
por las fuerzas represivas del régimen castrista en
Febrero de 1966 y condenado a nueve años de prisión.
Al cumplir su sanción totalmente, inicia su carrera
artística fundando e integrando el trío Los Trovadores
en 1975.
En 1979 sale hacia el destierro, arribando a Vene-
zuela, donde permanece por breve tiempo. Meses
más tarde viaja hacia Estados Unidos donde se esta-
blece definitivamente junto a su familia.
52 Gabriel Astengo
En 1980 funda, junto al legendario comandante
revolucionario Huber Matos, la organización Cuba
Independiente y Democrática (CID), quedando a car-
go de las transmisiones de la cadena radial La Voz del
CID, la cual emitía sus señales hacia Cuba y el
mundo.
En el año 1982 marcha hacia tierras centroameri-
canas para enfrentar la intervención castro-soviética
en el área, donde permanece por varios años,
regresando a Estados Unidos en 1986, luego de cum-
plir sus objetivos. En ese mismo año se reintegra a su
carrera artística como cantante y actor.
Ha participado en diversas producciones de Uni-
vision, Telemundo y Venevision; entre algunas de
ellas, las telenovelas ―Prisionera‖, ―Anita no te rajes‖,
―Olvidarte jamás‖, ―Soñar no cuesta nada‖, ―Dame
chocolate‖ e ―Inocente de ti‖.
En abril de 2003 fue escogido para formar parte
del ejecutivo de la organización Presidio Político
Histórico Cubano, quedando a cargo del Departa-
mento de Prensa e Información de esa prestigiosa
agrupación.
En estos momentos forma parte del grupo ciber-
nético Peña de Cuba, donde colabora con diversos
artículos, como escritor y periodista independiente.
Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre 53
Índice
Historias reales de la vida de un hombre / 5
Lágrimas negras / 7
El joven y el guerrero / 23
Los Trovadores / 30
El caló de Charolito / 41
Sobre el autor / 49
54 Gabriel Astengo
Otros títulos publicados por la Editorial Voces de Hoy
Holguín durante la Guerra Grande, Cuba 1868-1878, de
Beatriz R. Suárez Font. Huellas de un camino, de Ricardo M. del Toro Tamayo. Una hoja en el tiempo, de Teresa Cifuentes-Plá. El mundo lleva alas, antología poética. Bosque de bojs, Me lo contaron las vicarias y Ecos de mis
antojos, de Josefina Ezpeleta. Thaormine la culpable. Diario de una alcohólica, Perdida en el
tiempo y Retazos, de Estrella Fresnillo-Díaz. Clavelina, la princesita que quería volar, de Marlene de la
Victoria López Huerta. Cin y 1 poemas de amor y El corazón te llama. ¿Dónde estás?,
de Elías Ramos. Plagio de lo humano, Frente al espejo, Amparo, la hija de Jacinta
y Recaredo y El juego de la memoria, de Pedro Pablo Pérez Santiesteban.
De la Loma al verso, de Josefina Ezpeleta y Pedro Pablo Pérez Santiesteban.
Cuentos de Merssy. Volumen 1, de Merssy Álvarez. Prefiero a Juanita, de Narciso Julián. Piedras sagradas e Impronta, de Carmenluisa Pinto. Zahir, el príncipe negro, de Fabio Figueroa. Univision: un hogar lejos del hogar. Impacto de la televisión en
español en los Estados Unidos, de Rubén Soto. Vitrales de sentimientos y Cuba, cuna de José Martí. El hombre
amor, de Blanca M. Segarra.
Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre 55
Cuarto creciente. Volumen 1, de Nely Morosini. Tras el cielo cristalino, existo, de Silvia Lafuente. Destrucción de un país, de Olivia Sifontes. Eidos, de Alain González. Clarita, de Ana Palacios. El pececito de la fortuna y el cojo dormilón, de Blanca Men-
dieta. The Blue Album for Piano, de Leonardo Curbelo. Impronta, de Carmen Luisa Pinto.
Títulos de próxima aparición Editorial Voces de Hoy
Parto cubano, de Aylem Collazo Amador y Amelia Ama-
dor Martínez. Dos aleteos de un zunzún / The Flutters of a Hummingbird, de
Josefina Ezpeleta y Bárbara Laplace. Traducción de Olga Ma. Geraci.
Pesadilla, de Iván J. Valle Rodríguez. Apuntes, de Pedro Pablo Pérez Santiesteban. Fernando, de Olivia Sifontes. Mi experiencia con Dios, de Ramona Melo. Puerta abierta al manicomio, de Asunción Muñoz Vignau. La Cueva de los Cristales, de H. de los Santos. Historias de una exiliada, de María Elena Palicios y Josefina
Leyva. Cuba nunca ha sido nación, de Manuel González Beceña.
Lágrimas negras. Historias reales de la vida de un hombre 57
Nota de la editora
Lágrimas negras (1930), pieza musical que da título
a este libro y a la primera de sus historias, es un
bolero son de la autoría de Miguel Matamoros (San-
tiago de Cuba, 8 de mayo de 1894 – 15 de abril de
1971), compositor, guitarrista y director del famoso
trío Matamoros, que formara en 1925 con Siro Rodrí-
guez y Rafael Cueto.
A continuación, la letra de esta obra emblema de la
trova cubana, para que los que no la conozcan, pue-
dan aprendérsela y para que los que muchas veces la
han escuchado y cantado, la disfruten de nuevo:
Aunque tú,
Me has echado en el abandono.
Aunque ya,
Han muerto todas mis ilusiones.
En vez de maldecirte con justo encono,
En mis sueños te colmo,
En mis sueños te colmo de bendiciones.
Sufro la inmensa pena de tu extravío,
Siento el dolor profundo de tu partida
Y lloro sin que sepas que el llanto mío
Tiene lágrimas negras,
Tiene lágrimas negras como mi vida.