STEPHEN BAXTER
LAS NAVES DEL TIEMPO
NOVA x i t o
Ttulo original: The Time Ships Traduccin: Pedro Jorge Romero 1 edicin: noviembre 1996 Stephen Baxter, 1995 Ediciones B, S.A., 1996 Bailn 84 - 08009 Barcelona (Espaa) El autor y la editorial agradecen el consentimiento de los albaceas literarios de la herencia de H. G. Wells, para poder usar los personajes y la trama de La mquina del tiempo y otras obras de H. G. Wells. La mquina del tiempo, El relato de Plattner y otras obras de H. G. Wells tienen copyright de los albaceas literarios de la herencia de H. G. Wells. Printed in Spain ISBN:84-406-6788-4 Depsito legal: BI. 1.923-1996 Impreso por GRAFO, S.A. - Bilbao
PRESENTACIN
En 1888 Herbert G., Wells public una primera narracin sobre el viaje en el tiempo. Lo
hizo en el Science School Journal y su ttulo era THE CHRONIC ARGONAUTS (Los
argonautas del tiempo). Trataba sobre una mquina del tiempo concebida por un cientfico
llamado Moses Nebogipfel, quien utilizaba su invento para viajar al pasado y cometer un
asesinato. Algo de esa historia no deba de gustarle al mismo Wells, y la narracin fue
reescrita varias veces hasta que en 1895 se public la novela que hoy conocemos con el
ttulo de LA MQUINA DEL TIEMPO. En ella un ahora innominado Viajero se traslada
al futuro (en lugar de al pasado) para constatar personalmente la escisin de la
humanidad en dos grandes grupos (o tal vez dos especies derivadas de la humana...): los
intiles y ociosos Elois y los trabajadores y peligrosos Morlocks.
LA MQUINA DEL TIEMPO es hoy un clsico indiscutible y una de las muestras de la
ms aeja ciencia ficcin. En realidad, Wells utiliz muchos de los temas, novedosos
entonces, que la ciencia faccin ha desarrollado despus: el viaje por el tiempo, la
invisibilidad, la investigacin y manipulacin biolgicas, la invasin extraterrestre, etc.
Cuando en 1995 se cumplan cien aos de la aparicin de la clsica novela de Wells, un
nuevo y brillante escritor britnico, Stephen Baxter, publicaba LAS NAVES DEL
TIEMPO, la continuacin autorizada de LA MQUINA DEL TIEMPO. En 1996, en el
cincuentenario de la muerte de H. G. Wells, nos sentimos orgullosos de rendir un
merecidsimo homenaje a uno de los indiscutibles padres fundadores del gnero, con la
publicacin de la edicin espaola de LAS NAVES DEL TIEMPO (NOVA xito, nmero
11).
Stephen Baxter, la nueva y gran estrella de la ciencia ficcin britnica, ha recibido una
clida acogida de la mayora de la crtica y los lectores. Revistas de gran difusin, como
New Scientist, no tienen reparos en considerarle el sucesor de Arthur C. Clarke y un igual
de Isaac Asimov y Robert A. Heinlein:
Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Robert Heinlein y unos pocos ms tuvieron xito en su
empresa. Ahora Stephen Baxter se une a ese reducido grupo capaz de escribir una ciencia
ficcin en la cual la ciencia no tiene errores y leer las extrapolaciones proporciona un
delicado placer, admiracin y entretenimiento. La reaccin que se obtiene es esa a la que
se refera C. S. Lewis cuando calificaba la ciencia ficcin de nica droga genuina capaz de
expandir la conciencia.
Baxter se form como matemtico en Cambridge, obtuvo el doctorado en Southampton, y
hoy trabaja en las tecnologas de la informacin. Su obra se inscribe en esa ciencia ficcin
llamada dura como derivado del trmino ingls hard que se asigna a ciencias como la
fsica, la biologa, la qumica y, tambin, a sus aplicaciones ingenieriles. Baxter cuenta ya
con media docena de novelas entre las que destaca una compleja serie en torno a una
curiosa especie, los xeelee. La saga, concebida como una interesante historia del futuro, se
inicia en RAFT (1991), primera novela de Baxter, para seguir en TIMELIKE ETERNITY
(1992), FLUX (1993) y RING (1994). Hay tambin otras obras de menor extensin como
CITY OF GOLD y diversos relatos sobre los xeelee que muy pronto se recogern en una
antologa prevista para 1997.
En 1993 Baxter public su primera aproximacin y homenaje a los clsicos de la eiencia
ficcin con la novela ANTI-ICE (1993). Se trata de una epopeya steam-punk (algo as
como cyber-punk, pero con la tecnologa correspondiente a la mquina de vapor), situada
en una Tierra alternativa. Homenaje explcito a Julio Verne, incluye aventuras, romance y
mucha diversin, con descripciones de naves espaciales propulsadas por vapor que
recuerdan directamente el Nautilus de 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO.
Tras el homenaje a Verne, no poda faltar un trabajo parecido de Baxter sobre la obra de
Wells, al fin y al cabo britnico como l. LAS NAVES DEL TIEMPO es una novela
brillante, continuacin de LA MQUINA DEL TIEMPO de Wells a la que no desmerece
en absoluto. La opinin de un experto tan cualificado como Arthur C. Clarke resulta, como
l mismo advierte, casi blasfema:
Casi me siento tentado a decir (y s que es una blasfemia) que la continuacin es
mejor que el original.
Pero es lgico que as sea. Baxter ha escrito el relato de las nuevas aventuras del
Viajero del tiempo de Wells a la luz de la ciencia y la ciencia ficcin defines del
siglo XX. Un siglo en el cual los conocimientos cientficos y las realizaciones
tecnolgicas han superado en mucho las mejores expectativas del siglo XIX desde la
teora de la relatividad hasta el descubrimiento de la estructura en doble hlice del
ADN, pasando por la mecnica cuntica; y desde la energa nuclear hasta las
tecnologas de la informacin, pasando por la conquista del espacio, nuestro punto
de vista sobre el universo y sobre nosotros mismos ha cambiado. Eso es lo que
refleja, con gran habilidad y brillantez, Stephen Baxter en esta interesante y
sugerente novela.
LA MQUINA DEL TIEMPO de Wells finalizaba con el retorno del Viajero al futuro y
precisamente as empieza Baxter su narracin. En LAS NAVES DEL TIEMPO, tras
despertar en su casa de Richmond la maana posterior al retorno de su primer viaje al
futuro, el Viajero de Wells, apesadumbrado por haber dejado a Weena en manos de los
Morlocks, decide embarcarse en un segundo viaje al ao 802.701 para rescatar a su amiga
Eloi.
Al avanzar hacia el futuro y llegar al ao 600.000, descubre que las cosas no son como en
su anterior viaje. Al encontrarse con la esfera Dysson construida en torno al Sol por los
Morlocks, altamente evolucionados a inteligentes, el Viajero constata que su mquina y su
anterior viaje han alterado el futuro al crear nuevas realidades. El futuro es distinto, y el
Viajero resulta irremediablemente atado a las paradjicas complejidades del viaje a travs
del tiempo. En su intento desesperado por restablecer el primer futuro conocido decide
viajar al pasado (acompaado accidentalmente por un Morlock) para encontrarse consigo
mismo y ser detenido despus por un grupo de viajeros temporales procedentes de un 1938
en el cual Inglaterra lleva 24 aos en guerra con Alemania...
Y se es slo el inicio de una novela sorprendente, repleta de aventuras y especulaciones
que ha pretendido, con xito, homenajear y reexaminar LA MQUINA DEL TIEMPO de
H. G. Wells a la luz de la ciencia y la ciencia ficcin de hoy, cien aos despus de la
publicacin de la novela con la cual se iniciara la obra de uno de los padres de la moderna
eiencia ficcin.
Como era de esperar, LAS NAVES DEL TIEMPO ha obtenido ya diversos premios. Entre
ellos destaca el John W. Campbell Memorial de 1996. Se trata de un premio con gran
reputacin intelectual (tal vez en contraposicin a la popularidad de los premios Hugo y
Locus), otorgado por un grupo de expertos y estudiosos que se renen cada ao en la
Universidad de Kansas desde que, en 1979, el comit evaluador fuera presidido por James
Gunn. Clarke, Dick, Pohl, Dish, Benford, Aldiss, Wolfe, Brin y Willis, por ejemplo, han
sido algunos de sus ganadores en ediciones anteriores. Baxter est bien acompaado.
Adems, por el momento, LAS NAVES DEL TIEMPO ha obtenido el premio Kurd
Lasswitz a la mejor novela de ciencia ficcin publicada en Alemania. Tambin es finalista
del premio Hugo 1996 y del premio Arthur. C. Clarke 1996. Y otros deben estar al caer...
LAS NAVES DEL TIEMPO los merece.
Para traducir una obra como LAS NAVES DEL TIEMPO haca falta no slo
profesionalidad, sino tambin mucho cario y dedicacin. Como los que ha puesto en la
empresa Pedro Jorge Romero, quien se ha molestado en releer LA MQUINA DEL
TIEMPO en sus versiones inglesa y castellana. Era necesario para mantener parte del
estilo de la vieja y conocida traduccin castellana, al igual que Baxter se haba
preocupado por mantener el adecuado respeto por la forma literaria y las expresiones
utilizadas por Wells.
Pedro, adems de estudiar detenidamente LA MQUINA DEL TIEMPO, se ha dedicado a
incordiar bastantes veces a Baxter gracias a ese correveidile de la actualidad que es la red
Internet. Espero que Stephen Baxter no me odie por haber optado por alguien tan
concienzudo como Pedro para esta traduccin...
Sus conocimientos de experto y ese amoroso estudio de la obra de Wells (y tambin de la de
Baxter) le han valido a Pedro Jorge Romero el ser conferenciante invitado a los 1os
encontros de fico cientfica e fantstica que, con el ttulo genrico Na periferia do
Imprio, se han celebrado en Cascais (Portugal) del 25 al 29 de septiembre de 1996. A la
espera de que su traduccin al castellano aparezca en BEM, no me resisto a transcribir
algunos prrafos de la conferencia que Pedro Jorge Romero dict en Cascais con el ttulo
The Time Traveler as a Slow Learner: From The Time Machine to The Time Ships (El
viajero del tiempo como alguien que aprende lentamente: De La Mquina Del Tiempo a
Las Naves Del Tiempo). En realidad, creo que, con excepcin (quizs!) del mismo
Baxter, pocas personas han reflexionado tanto sobre LAS NAVES DEL TIEMPO.
La mquina del tiempo se public diez aos antes de que el joven Einstein
asombrara al mundo con la Teora Especial de la Relatividad. Una teora que al final
llev a la idea del tiempo como una cuarta dimensin de lo que a partir de entonces
se conoci como espacio-tiempo (el hecho de que el Viajero del tiempo siempre
hable de Espacio y Tiempo como dos entidades diferentes, es la pista que nos cuenta
que no conoce la Relatividad).
sa es la explicacin de que el Viajero utilice una terminologa pre-relativista, y un
ejemplo concreto de ese cuidado con el que Baxter (y su traductor!) ha contemplado la
gradual revelacin y descubrimiento que el Viajero experimenta respecto a algunos de los
conocimientos cientficos que la humanidad ha adquirido en los ltimos cien aos.
Los ltimos prrafos de esa conferencia de Pedro Jorge Romero son muy ilustrativos a ese
respecto:
[...] El Viajero del Tiempo de Baxter permite analizar y diagnosticar las causas que
conformaron las caractersticas del Viajero del Tiempo de Wells como personaje.
Ha comprendido cmo sus prejuicios determinaban sus reacciones. Ha cambiado,
por supuesto, ya que la poca en la cual el libro se escribe es otra, una cien aos ms
vieja. En nuestro tiempo sera imposible decir que los Morlocks son los malos;
sabemos que los otros, los que son diferentes, existen. Al evolucionar las
especies, cambian de forma y de caractersticas. El Viajero aprende que si los
Morlocks son inhumanos, tambin ocurre lo mismo con los Elois, que en el ao
802.701 no hay un slo ser humano a excepcin de l mismo. Comprende que en
pocas diferentes se aplican normas diferentes. Le ha costado cien aos aprender
todo esto, porque a nosotros mismos nos ha tomado cien aos descubrirlo. La forma
en que evoluciona la manera de pensar del Viajero es precisamente la evolucin
mental que hemos seguido nosotros.
Hagamos algo de viaje por el tiempo nosotros mismos. Por desgracia no
disponemos de una mquina del tiempo y por eso deberemos acudir al viejo
experimento mental einsteniano (Gedankenexperiment). Imaginen conmigo un
mundo futuro ms o menos cien aos a partir de ahora, en 2095: Entonces alguien
escribir una continuacin de LA MQUINA DEL TIEMPO y de LAS NAVES
DEL TIEMPO. En ese libro (o en lo que haya sustituido al libro dentro de cien
aos), el Viajero del Tiempo, ese hombre cualquiera que no merece tener nombre
porque nos representa a todos nosotros, viajar de nuevo en el tiempo para descubrir
y encontrar algo totalmente nuevo. Dentro de cien aos sabremos muchas ms cosas
sobre el universo y sobre cmo funciona, por eso ese libro ser un salto an
mayor a travs del universo, utilizando teoras cientficas que ahora no podemos ni
siquiera imaginar, de la misma forma que el mismo Wells desconoca la mecnica
cuntica, la interpretacin de Everett o la relatividad de Einstein. En ese libro se
discutirn, descartarn, reinterpretarn y redefinirn todos los prejuicios de nuestro
tiempo, y eso se har a la luz de los descubrimientos en torno a la condicin humana
obtenidos dentro de cien aos, de la misma manera como LAS NAVES DEL
TIEMPO se enfrenta y discute los prejuicios de Wells. En ese libro de dentro de
cien aos, las relaciones entre el Viajero del Tiempo, los Morlocks y los Elois sern
completamente diferentes ya que el Viajero aprender algo nuevo, algo que no
podemos ni siquiera ver por estar inmersos en nuestro tiempo, de la misma forma en
que Wells, por ms que fuera un hombre excepcional, estaba inmerso en su propia
poca. Cada poca piensa en s misma como la ltima de las pocas. Pero nunca lo
es, siempre hay otra justo tras la esquina esperando para atraparnos. De cualquier
forma, el Viajero del Tiempo tardar 200 aos en aprender lo que sea que descubrir
en ese libro del ao 2095. Evidentemente el Viajero es alguien que aprende
lentamente pero, no lo somos todos nosotros? La expedicin del Viajero a travs
del tiempo en realmente nuestra propia expedicin.
Para finalizar, slo recordar que Les Edwards es el autor de las ilustraciones que tomamos
del original ingls de LAS NAVES DEL TIEMPO.
Y, djenme aadir una nota personal. Aunque ni siquiera Pedro Jorge Romero parece
haberse dado cuenta (no me lo ha comentado, todava...), yo estoy convencido de que
Stephen Baxter ha utilizado en la ltima parte de LAS NAVES DEL TIEMPO ideas de La
fsica de la inmortalidad, de Frank J. Tipler. Se trata de la versin moderna de la teora del
Punto Omega, una idea cientfico especulativa que casi parece de ciencia ficcin y que,
en palabras del mismo Tipler, propone la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente
y omnipresente, el cual en un futuro lejano nos resucitar a todos para que vivamos
eternamente en un lugar que, bsicamente, coincide en lo fundamental con el Cielo
judeocristiano. Ah es nada. Los interesados encontrarn ms detalles en el libro de
Tipler, una lectura curiosa y recomendable aun cuando deba hacerse crticamente.
De momento pasen y disfruten con LAS NAVES DEL TIEMPO, imaginando tal vez como
podra ser esa hipottica continuacin escrita en el ao 2095 de que nos habla Pedro Jorge
Romero.
MIQUEL BARCEL
A mi esposa Sandra y a la memoria de H. G.
PRLOGO
El viernes despus de mi regreso del futuro despert a primeras horas de la maana. Haba
dormido profundamente sin soar.
Sal de la cama y descorr las cortinas. El sol realizaba su habitual caminata lenta por el
cielo y record que, desde el punto de vista acelerado de un viajero del tiempo, el sol
pareca moverse a saltos en lo alto. Ahora apareca insertado en un tiempo denso, como un
insecto atrapado en mbar.
Los ruidos de una maana de Richmond se arremolinaron alrededor de la ventana: el trote
de los caballos, el ruido de la ruedas en el empedrado, los golpes en las puertas. Un tranva
de vapor, expulsando humo y chispas, cruz torpemente Petersham Road, y los gritos de
gaviota de los vendedores ambulantes flotaban en el aire. Sent que mi mente se alejaba de
mis extraordinarias aventuras en el tiempo y se asentaba de nuevo en el mundo comn:
repas los artculos del ltimo nmero de Pall Mall Gazette, el mercado de valores, y
consider con anticipacin que el correo de la maana me traera el ltimo nmero del
American Journal of Science, que incluira algunas de mis especulaciones sobre los
descubrimientos de A. Michelson y E. Morley, sobre ciertas caractersticas de la luz, que
haban aparecido en esa misma revista cuatro aos antes, en 1887...
Y as todo! Los detalles de la vida diaria se agolpaban en mi cabeza, y en contraste los
recuerdos de mi aventura en el futuro parecan casi fantsticos, incluso absurdos. Ahora que
pienso en ello, me pareca que toda la experiencia tena algo de alucinacin, como un
sueo: hubo una sensacin de cada, la desorientacin de todo lo relacionado con el viaje en
el tiempo, y mi ltima incursin en el mundo dantesco de 802.701. El control de lo
ordinario sobre nuestra imaginacin es sorprendente. De pie, en pijama, algo de la
incertidumbre que finalmente me haba asaltado la noche anterior regres, y comenc a
dudar de la misma existencia de la Mquina del Tiempo!, a pesar de tener recuerdos
perfectos de los dos aos que haba pasado inmerso en los detalles de su construccin, sin
mencionar las dos dcadas anteriores, en las que desarroll la teora del viaje en el tiempo a
partir de las anomalas que haba observado en mis estudios de ptica.
Repas mentalmente la conversacin que haba mantenido con mis acompaantes en la
cena de la noche anterior -de alguna forma esas escasas horas me resultaban ms claras que
todos mis das en el mundo del futuro- y record sus variadas respuestas a mi relato: todos
disfrutaron de una buena narracin, y la acompaaron con toques de simpata o semiburla,
segn el temperamento de cada individuo. Recordaba un escepticismo casi generalizado.
Slo un buen amigo, al que llamar en estas pginas el Escritor, pareca escuchar mis
divagaciones con cierto grado de comprensin y confianza.
Me estir frente a la ventana, y mis dudas sobre mis recuerdos se derrumbaron. El dolor de
la espalda era muy real, agudo a insistente, as como la sensacin de quemadura en los
msculos de piernas y brazos: las protestas de los msculos de un hombre ya no joven que
haban sido obligados desacostumbradamente a superarse a s mismos.
Bien -me dije-, si lo viaje al futuro fue slo un sueo (todo l, incluyendo aquella terrible
noche en que luchaste con los Morlocks en el bosque), de dnde han salido estos dolores y
achaques? Has correteado por el jardn, quizs, en un rapto de locura inspirado por la
Luna?
Y all, amontonadas sin cuidado en una esquina de la habitacin, vi las ropas: las que haba
destrozado en mi viaje al futuro, y que ahora slo servan como trapos. Poda ver las
manchas de hierba y las quemaduras; los bolsillos estaban rotos, y record que Weena haba
usado las carteritas como vasos improvisados para cargar con las descoloridas flores del
futuro, antes de que la abandonase para sufrir una suerte inimaginable. Sobre la alfombra
estaban los restos sucios y manchados de sangre de mis calcetines.
En cierta forma fueron esos calcetines -esos cmicos calcetines!- los que con su ruda
existencia me convencieron, ms que nada, de que no haba enloquecido: que mi viaje al
futuro no haba sido un sueo.
Vi con claridad que deba viajar de nuevo en el tiempo; deba reunir pruebas de que el
futuro era tan real como el Richmond de 1891, para convencer a mi crculo de amigos y a
mis colegas de empresas cientficas, y para eliminar hasta la ltima de mis dudas.
Y mientras adoptaba esa decisin, vi de pronto el dulce y vaco rostro de Weena, con tanta
claridad como si ella misma estuviese frente a m. La tristeza y una punzada de culpa por
mi impetuosidad me rompieron el corazn. Weena, la mujer nia Eloi, me haba seguido
hasta el Palacio de Porcelana Verde a travs de lo ms profundo del bosque del distante
valle del Tmesis del futuro, y la haba perdido en la confusin del incendio siguiente y el
ataque de los Morlocks. Siempre he sido un hombre que ha actuado primero y luego ha
dejado que su mente racional evaluase la situacin. Durante mi vida de soltera, esa
tendencia nunca haba puesto a nadie en una situacin realmente peligrosa ms que a m
mismo, pero ahora, en mi insensata huida, haba abandonado a la pobre y confiada Weena a
una muerte terrible en las sombras de la Noche Negra de los Morlocks.
Tena las manos manchadas de sangre, y no slo de los fluidos de aquellos sucios y
degradados subhombres: los Morlocks. Decid compensar, como pudiese, el abominable
trato que haba dispensado a la pobre y confiada Weena.
Hice que Mrs. Watchets me preparase el bao, y me sumerg en l. A pesar de mis prisas,
me tome tiempo para mimar mis pobres y maltratados huesos; observ con inters las
ampollas y rasguos de los pies y las pequeas quemaduras que haba sufrido en las manos.
Me vest con rapidez. Mrs. Watchets me prepar el desayuno. Disfrut con entusiasmo de
los huevos, los championes y los tomates, pero el beicon y las salchichas no me agradaron;
cuando mord la carne, el jugo, salado y aceitoso, me asque.
No poda evitar recordar a los Morlocks, y la carne que les haba visto consumir en sus
repugnantes comidas! Mis experiencias no haban reducido el placer del cordero en la cena
de la noche anterior, record, pero en aquella ocasin mi hambre haba sido mucho mayor.
Podra ser que ciertos traumas a inquietudes, producto de mis desventuras, estuviesen
haciendo su efecto en mi mente?
Aun as, mi costumbre es tomar un desayuno completo; creo que una buena dosis de
peptona en las arterias en las primeras horas del da es vital para el correcto funcionamiento
de la vigorosa mquina humana. Y hoy podra ser el da ms duro de toda mi vida. Por
tanto, dej de lado mis preocupaciones y acab mi plato, masticando el beicon con
determinacin.
Una vez terminado el desayuno, me vest con un prctico traje de verano. Creo haber dicho
a mis acompaantes de la noche anterior que era evidente en el viaje en el tiempo que el
invierno haba desaparecido del mundo. de 802.701-ya fuese por evolucin natural,
planificacin geognica o por un cambio en el propio Sol, no lo saba-, por lo que no
necesitaba de abrigos o bufandas en el futuro. Me cubr con un sombrero, para evitar que el
sol del futuro alcanzase mi frente plida inglesa, y calc mi par de botas ms resistentes.
Cog una mochila y recorr la casa revolviendo armarios y cajones en busca del equipo que
pudiera serme til en mi segundo viaje al futuro, para alarma de la pobre y paciente Mrs.
Watchets, que sin duda haca ya tiempo que haba relegado mi cordura al reino de lo
mitolgico! Como suele pasar, me mora por partir, pero tambin estaba decidido a no ser
tan impetuoso como la primera vez, cuando haba recorrido ocho mil siglos sin ms
proteccin que un par de zapatos y una caja de cerillas.
Llen la mochila con todas las cerillas que pude encontrar en la casa, y de hecho envi a
Hillyer al estanco a comprar ms cajas. Empaquet alcanfor, velas y, por instinto, un trozo
de guita, en caso de que tuviese que fabricarme mis propias velas (no tena ni idea de cmo
hacer tal cosa, pero bajo la luz brillante de aquella maana optimista no dudaba de mi
capacidad para improvisar).
Cog alcohol, blsamo, pastillas de quinina y vendas. No tena pistola; y dudo que la
hubiese cogido de haberla tenido porque de qu sirve una pistola cuando se te acaba la
municin?, pero me met la navaja en el bolsillo. Tom tambin varias herramientas: un
destornillador, llaves de varios tamaos y una pequea sierra con hojas de repuesto,'as
como tornillos, trozos de nquel y cobre y barras de cuarzo. Estaba decidido a que ningn
accidente tonto de la Mquina del Tiempo me dejase varado en un futuro inconexo por falta
de un poco de cobre o una barra de cuarzo: a pesar de mis breves planes de construir una
nueva Mquina del Tiempo cuando los Morlocks robaron la original en 802.701, no haba
visto en el mundo superior ninguna prueba de que pudiese encontrar materiales ni para
reparar un tornillo. Por supuesto, los Morlocks haban conservado algunas habilidades
mecnicas, pero no me apeteca la perspectiva de verme obligado a negociar con aquellos
plidos gusanos por un par de pernos.
Encontr la Kodak, y desenterr el flash. La cmara estaba cargada con un rollo de cien
negativos. Record lo cara que me haba parecido cuando la compr (no menos de
veinticinco dlares, adquirida en un viaje a Nueva York), pero si volva con imgenes del
futuro cada uno de los negativos, de cinco centmetros, valdra ms que la ms hermosa de
las pinturas.
Finalmente, me pregunt: estoy preparado? Ped consejo a la pobre Mrs. Watchets, aunque
no le revel, por supuesto, adnde pretenda viajar. La buena mujer (impasible, honrada,
normal, y sin embargo de corazn fiel a imperturbable) ech un vistazo al interior de la
mochila, llena a reventar, y alz una formidable ceja. Luego fue a mi laboratorio y volvi
con ropa interior y calcetines limpios, y -la hubiese besado!- mi pipa, limpiadores y un bote
de tabaco.
De esta forma, con mi combinacin normal de febril impaciencia e inteligencia superficial -
y con infinita confianza en la buena voluntad y sentido comn de los dems- me prepar
para viajar en el tiempo.
Con la mochila bajo un brazo y la Kodak bajo el otro, me dirig al laboratorio, donde me
esperaba la Mquina del Tiempo. Cuando llegu al saln, me sorprend al encontrarme con
un visitante: uno de mis invitados de la noche anterior, y quiz mi amigo ms ntimo; se
trataba del Escritor del que ya he hablado. Estaba de pie en el centro de la habitacin,
embutido en un traje que le sentaba mal, con el nudo de la corbata tan mal hecho como era
posible y con las manos colgando torpemente. De nuevo record que, del crculo de amigos
y conocidos a quienes haba reunido para que fuesen los primeros testigos de mis
descubrimientos, ese honrado joven fue el que escuch con mayor inters, con un silencio
lleno de simpata y fascinacin.
Me sent extraamente feliz al verlo, y agradecido de que hubiese venido; de que no me
hubiese considerado un excntrico, como otros, despus de mi actuacin la noche anterior.
Me re y, cargado como estaba con la mochila y la cmara, le tend un codo; cogi la
articulacin y la agit solemnemente.
-Estoy muy ocupado con eso de ah -seal.
Me mir con atencin; en sus ojos azules me pareci descubrir una decidida voluntad de
creerme.
-No es un engao? Realmente puede viajar en el tiempo?
-As es -dije, sosteniendo su mirada todo lo que pude, porque quera que confiara en m.
Era un hombre bajo y rechoncho, le temblaba el labio inferior, su frente era ancha, tena
patillas finas y orejas feas. Era joven, de unos veinticinco aos, creo, dos dcadas menor
que yo. Aun as, su pelo desmadejado ya raleaba: Caminaba a saltos y demostraba energa,
pero pareca siempre enfermo: saba que sufra de hemorragias; de vez en cuando, debido a
un golpe en los riones que recibi en un partido de ftbol cuando trabajaba como profesor
en una escuela galesa olvidada de Dios. Aquel da, sus ojos azules, aunque cansados,
estaban llenos de su habitual inteligencia y preocupacin por m.
Mi amigo trabajaba como profesor (en aquella poca, para alumnos por correspondencia);
pero era un soador. En nuestras agradables cenas de los jueves por la noche en Richmond,
nos ilustraba con sus especulaciones sobre el pasado y el futuro, y comparta con nosotros
sus ultimas reflexiones sobre el anlisis terrible y ateo de Darwin. Soaba con el
perfeccionamiento de la especie humana. Era justo la persona que deseara de todo corazn
que mis relatos de viajes en el tiempo fuesen ciertos.
Lo llamo Escritor por cortesa, supongo, ya que por lo que saba slo haba publicado
extraas especulaciones en revistas universitarias y similares; pero no tena dudas de que su
cerebro vivaz se abrira algn hueco en el mundo de las letras y, mejor an, l tampoco lo
dudaba.
Aunque deseaba partir, me detuve un momento. Quizs el Escritor pudiese ser testigo de mi
nuevo viaje. De hecho, podra ser que ya estuviese planeando relatar mi primera aventura
para publicarla de alguna forma.
Bien, tena mi bendicin.
-Slo necesito media hora -dije, calculando que podra volver a ese preciso tiempo y lugar
simplemente accionando las palancas de mi mquina, sin que importase el tiempo que
decidiese pasar en el futuro o en el pasado-. S por qu ha venido y es muy amable por su
parte. Aqu tiene algunas revistas. Si espera al almuerzo, le dar pruebas del viaje en el
tiempo, con especimenes y todo. Pero ahora debo dejarle.
Asinti. Le salud y, sin ms prembulos, recorr el pasillo hasta mi laboratorio.
As me desped del mundo de 1891. Nunca he sido hombre de profundas ataduras, y no me
gustan las despedidas exageradas; pero si hubiese sabido que nunca volvera a ver al
Escritor (al menos, no en carne y hueso) creo que hubiese sido ms ceremonioso.
Entr en el laboratorio. Tena el aspecto de un taller. Haba un torno de vapor colgado del
techo, con l se accionaban varias maquinas por medio de cinturones de cuero; y fijados a
bancos por el suelo haba tornos ms pequeos, una trituradora, prensas, equipos de
soldadura de acetileno, tornillos y dems. Piezas de metal y pianos dorman en los bancos, y
los frutos abandonados de mi trabajo yacan en el polvo del suelo, ya que por naturaleza no
soy un hombre ordenado; por ejemplo, en el suelo encontr la barra de nquel que me haba
retrasado en mi primer viaje al futuro: una barra que haba resultado ser una pulgada
demasiado corta y que tuve que rehacer.
Reflexion que haba pasado casi dos dcadas de mi vida en esa habitacin. El lugar era un
invernadero rehabilitado que daba al jardn. Haba sido construido sobre una estructura de
hierro pintado de blanco, y una vez tuvo una vista decente al ro; pero haca ya tiempo que
haba cubierto las ventanas, para asegurarme una luz constante y para protegerme de la
curiosidad de mis vecinos. Los diversos aparatos y herramientas se entrevean en la
oscuridad, y ahora me recordaban las enormes mquinas que haba vislumbrado en las
cavernas de los Morlocks. Me pregunt si yo mismo no tendra algo de Morlock! Cuando
volviese, decid, quitara los paneles y volvera a poner vidrios, para convertirlo as en un
lugar de luz Eloi en lugar de tinieblas Morlock.
Entonces me dirig a la Mquina del Tiempo.
La forma inmensa y torcida se encontraba en la parte noroeste del taller, donde, ochocientos
milenios en el futuro, los Morlocks la haban arrastrado, en su empeo por atraparme en el
interior del pedestal de la Esfinge Blanca. Arrastr la mquina de nuevo a la esquina
sudoeste del laboratorio, donde la haba construido. Cuando lo hube logrado, me inclin y
en la oscuridad localic los cuatro indicadores cronomtricos que median el paso de la
mquina a travs del conjunto fijo de das de la historia; por supuesto, las agujas marcaban
todas cero, ya que la mquina haba regresado a su propio tiempo. Adems de la fila de
indicadores, haba dos palancas que guiaban a la bestia: una para el futuro y otra para el
pasado.
Me adelant y empuj impulsivamente la palanca del futuro. La rechoncha masa de metal y
marfil tembl como si estuviese viva. Sonre. La mquina me recordaba que ya no
perteneca a este mundo, a este Espacio y Tiempo! nica entre todos los objetos del
universo, exceptuando aquellos que haba llevado conmigo, esa mquina era ocho das ms
vieja que su mundo: haba pasado una semana en la era de los Morlocks, pero haba vuelto
el mismo da de la partida.
Dej la mochila y la cmara en el suelo del laboratorio, y colgu el sombrero en la puerta.
Como recordaba que los Morlocks haban jugueteado con la mquina, me dediqu a
repasarla. No me preocup en limpiar las manchas marrones y los trozos de hierba y moho
que todava se adheran a los carriles de la mquina; nunca me ha preocupado el aspecto
exterior. Pero uno de los carriles estaba doblado; lo enderec, comprob los tornillos y
engras las barras de cuarzo.
Mientras trabajaba, record el pnico vergonzoso que experiment al descubrir que haba
perdido la mquina a manos de los Morlocks, y sent un sbito afecto por la cosa. La
mquina era una caja abierta de nquel, cobre y cuarzo, bano y marfil, bastante elaborada
(quiz como los mecanismos internos de un reloj de iglesia) y con un asiento de bicicleta
incongruentemente colocado en medio. Cuarzo y cristal de roca, baados en plattnerita,
brillaban en la estructura, dando al conjunto un cierto aspecto irreal y raro.
Por supuesto, nada de eso hubiese sido posible sin las propiedades de la extraa sustancia
denominada plattnerita. Recuerdo la noche en que lleg por casualidad a mis manos una
muestra de ese material: dos dcadas atrs, un desconocido haba llamado a mi puerta y me
la haba dado. Plattner, la llam. Era un tipo corpulento, varios aos mayor que yo, con
una extraa y amplia cabeza gris, a iba vestido con colores de selva. Me dio instrucciones
para estudiar la potente sustancia que me haba entregado en un frasco de medicamento.
Bien, aquello haba permanecido sin investigar en un estante durante ms de un ao,
mientras me dedicaba a hacer progresos en trabajos ms importantes. Pero finalmente, una
tarde aburrida de domingo, cog el frasco...
Y lo que descubr, finalmente, me haba llevado a eso!
Era la plattnerita, sumergida en barras de cuarzo, lo que impulsaba la Mquina del Tiempo,
y haca posible sus hazaas. Pero me halaga pensar que fue necesaria mi particular
combinacin de anlisis e imaginacin para descubrir y explotar las propiedades de esa
sustancia sorprendente, en una situacin en la que hombres menos capacitados hubiesen
fracasado.
Haba vacilado a la hora de publicar mis trabajos, ya que se trataba de un campo
extravagante, sin verificacin experimental. Me promet a m mismo que en cuanto
volviese, con especimenes y fotografas, redactara mis estudios para Philosophical
Transactions; sera un famoso complemento a los diecisiete artculos sobre la fsica de la
luz que ya haba publicado all. Sera divertido, se me ocurri, ponerle un ttulo anodino
como Algunas especulaciones sobre las anmalas propiedades cronolgicas del mineral
plattnerita, y enterrar en medio la revelacin impactante de la existencia del viaje en el
tiempo.
Finalmente acab. Me volv a poner el sombrero sobre los ojos, recog la mochila y la
cmara y las coloqu bajo el asiento. Luego, sin pensarlo, fui a la chimenea del laboratorio
y cog el atizador. Sopes su masa (pensaba que podra serme til!) y lo coloqu en la
estructura de la mquina.
Me sent en el asiento, y apoy la mano en la palanca blanca. La mquina tembl como el
animal del tiempo en el que se haba convertido.
Mir el laboratorio, su realidad terrena, y me sorprendi hasta qu punto estbamos ambos
fuera de lugar, yo con mi ropa de explorador aficionado y la mquina por su aspecto
extraterreno y por las manchas y rasguos del futuro, aunque los dos ramos, en cierta
forma, hijos de ese lugar. Sent la tentacin de quedarme un poco ms rezagado. Qu dao
poda hacer el pasar otro da, semana o ao all, inmerso en mi cmodo siglo? Podra
recuperar fuerzas -y curar mis heridas. Estaba precipitndome una vez ms en aquella
nueva aventura?
O pasos en el corredor de la casa y vi que accionaban el picaporte. Deba de ser el Escritor
que entraba en el laboratorio.
De pronto, tom la decisin. Mi valor no crecera con el paso del tiempo aburrido y moroso
del siglo XIX; y adems, ya haba dicho todos los adioses que me preocupaban.
Empuj la palanca hasta el fondo. Tuve la extraa sensacin de girar que se produce en los
primeros instantes del viaje en el tiempo, y luego vino la sensacin de caer de cabeza. Creo
que solt una exclamacin al experimentar de nuevo esa incmoda sensacin. Me pareci
or un golpe de vidrio: quizs una ventana del techo que haba estallado por el
desplazamiento del aire. Y, durante un breve fragmento de segundo, le vi en el quicio de la
puerta: el Escritor, una figura fantasmal a indefinida, con una mano alzada hacia m:
atrapado en el tiempo!
Pero desapareci, barrido a la invisibilidad por mi viaje. Las paredes del laboratorio se
volvieron nebulosas a mi alrededor, y una vez ms las inmensas alas de la noche y el da se
agitaron alrededor de mi cabeza.
LIBRO UNO
La Noche Negra
1
EL VIAJE EN EL TIEMPO
Hay tres dimensiones espaciales por las que el hombre puede vagar libremente. El Tiempo
no es sino una cuarta dimensin: idntica a las otras en sus principales caractersticas,
excepto por el hecho de que nuestra conciencia se ve obligada a viajar por ella a un paso
fijo, como la punta de mi pluma sobre esta pgina.
Si -sas eran mis especulaciones en el curso de mis estudios sobre las peculiares
propiedades de la luz- uno pudiese girar las cuatro dimensiones de Espacio y Tiempo -
convirtiendo la longitud en duracin, por as decirlo- entonces podramos recorrer los
pasillos del tiempo con la misma facilidad con la que cogemos un taxi a West End!
La plattnerita introducida en la sustancia de la Mquina del Tiempo era la clave de esa
operacin; la plattnerita permita a la mquina girar, de forma poco usual, a una nueva
configuracin de la estructura del Espacio y el Tiempo. De esta forma, los espectadores que
observasen la partida de la Mquina del Tiempo -como el Escritor- veran que la mquina
giraba vertiginosamente antes de desvanecerse en la historia; asimismo, el conductor -yo-
inevitablemente sufra mareos, producidos por la fuerza centrfuga y de Coriolis, que te
hacan sentir como si te salieses de la mquina.
Por todas esas razones, el giro inducido por la plattnerita era de un tipo diferente al de una
peonza, o al de la lenta revolucin de la Tierra. La sensacin de girar se contradeca por
completo, desde el punto de vista del conductor, con la impresin de estar quieto sobre el
asiento, a medida que el tiempo dejaba atrs la mquina, porque se trataba de una rotacin
del Espacio y el Tiempo en s mismos.
A medida que las noches sucedan a los das, la forma nebulosa del laboratorio desapareci
y me encontr en espacio abierto. Una vez ms recorra el periodo del futuro en el que,
supona, el laboratorio haba sido derribado. El Sol volaba por el cielo como una bala de
can, mltiples das condensados en un minuto, iluminando un plido y esqueltico
andamio a mi alrededor. El andamio desapareci pronto, dejndome al descubierto al lado
de la colina.
Mi velocidad en el tiempo se increment. El parpadeo de noches y das se combin en un
azul profundo, y pude ver la Luna, girando en sus fases como la peonza de un nio. Y a
medida que viajaba ms rpido, la bola de can del Sol se transform en un arco de luz, un
arco que se elevaba y cruzaba todo el cielo. A mi alrededor, el clima oscilaba, y las rfagas
de nieve invernal y verde primaveral marcaban las estaciones. Finalmente, ya acelerado,
penetr en una nueva quietud tranquila en la que los ritmos anuales de la Tierra misma -el
Paso del anillo solar por sus solsticios- latan como un corazn sobre el paisaje.
No estoy seguro de si dej claro, en mi primer relato, el silencio en que uno se ve envuelto
cuando viaja en el tiempo. El canto de los pjaros, el traqueteo del trfico en el pavimento,
el tictac de los relojes -incluso el respirar suave de la propia casa- forman todos juntos un
tapiz invisible en nuestras vidas. Pero, apartado del tiempo, slo me acompaaban el sonido
de mi propia respiracin y el suave ruido, como el de una bicicleta, de la Mquina del
Tiempo bajo mi peso. Tena una increble sensacin de aislamiento, pareca como si
hubiese penetrado en un nuevo universo mudo a travs de cuyas paredes fuese visible
nuestro mundo como por una ventana, pero en este nuevo universo yo era la nica cosa
viva. Una gran confusin se apoder de m, y se ali con la sensacin vertiginosa de cada
que acompaa el viaje al futuro, para provocarme nuseas y depresin.
Sin embargo, el silencio qued roto: un murmullo pesado, sin fuente aparente, pareca
llenar mis odos como el ruido de un ro inmenso. Ya lo haba notado en mi primer viaje: no
estaba seguro de la causa, pero pareca ser el resultado de mi paso indecoroso a travs del
majestuoso devenir del tiempo.
Cun equivocado estaba, como suceda a menudo con mis hiptesis apresuradas.
Estudi los cuatro indicadores cronomtricos; golpe con la ua cada uno de ellos para
asegurarme de que funcionaban. La manecilla del segundo indicador, que meda miles de
das, haba comenzado a desplazarse de la posicin de reposo.
Esos indicadores -sirvientes mudos y fieles- haban sido adaptados de medidores de presin
de vapor. Funcionaban midiendo la presin en la barras de cuarzo tratadas con plattnerita,
una tensin que era producida por el efecto de rotacin del viaje en el tiempo. Los
indicadores contaban das -no aos, o meses, o aos bisiestos, o fiestas de guardar!- por
decisin de diseo.
Tan pronto como comenc a investigar en los aspectos prcticos del viaje en el tiempo, y en
particular en la necesidad de medir la posicin de la mquina en l, emple bastante
esfuerzo en intentar producir un medidor cronomtrico capaz de mostrar una medida
normal: siglos, aos, meses y das. Pronto me di cuenta de que probablemente invertira
ms tiempo en ese proyecto que en el resto de la Mquina del Tiempo!
Me volv bastante intolerante con las peculiaridades de nuestro ya viejo calendario, que
haba sido el resultado de una historia de ajustes inadecuados: intentos de fijar la
recoleccin y el invierno que se remontaban a los comienzos de la sociedad organizada.
Nuestro calendario es un absurdo histrico, sin ser siquiera preciso, al menos no en la
escala cosmolgica que pretenda desafiar.
Escrib cartas furibundas a The Times proponiendo reformas que nos permitiesen funcionar
con precisin y sin ambigedades en una escala de tiempo que fuese til en algo a un
cientfico moderno. Para empezar, dije, desechemos esos absurdos aos bisiestos. El ao
tiene cerca de trescientos sesenta y cinco das y cuarto; y ese cuarto accidental es el que
produce esa estupidez de ajuste con aos bisiestos. Propuse dos esquemas alternativos,
ambos capaces de eliminar ese absurdo. Podramos tomar el da como unidad bsica, y
crear meses y aos regulares con mltiplos de das: imaginen un ao de trescientos das
compuesto de diez meses de treinta das cada uno. Por supuesto, el ciclo de la estaciones se
desplazara a lo largo del ao, pero -en una civilizacin tan avanzada como la nuestra- eso
no producira demasiados problemas. El Observatorio de Greenwich, por ejemplo, poda
publicar diarios cada ao con las diversas posiciones solares -los equinoccios y dems- de
la misma forma que, en 1891, todos los peridicos imprimen las fiestas de la Iglesia
Cristiana.
Por otra parte, si el ciclo de las estaciones se considera unidad fundamental, entonces
deberamos inventar un Nuevo Da que fuese una fraccin exacta -digamos una centsima-
de un ao. Eso significara que nuestro periodo de oscuridad y luz, de sueo y vigilia, caera
en momentos diferentes cada Nuevo Da. Pero y qu? Argumentaba que ya muchas
ciudades modernas operan las veinticuatro horas. Y por lo que se refiere al lado humano,
bastara con llevar un diario; con la ayuda de registros adecuados uno podra planear sus
momentos de sueo y vigilia con unos Nuevos Das de antelacin.
Finalmente propuse que deberamos mirar hacia delante, cuando la conciencia del hombre
se liberase de su foco decimonnico en el aqu-y-ahora, y considersemos cmo podran ser
las cosas cuando nuestro pensamiento se ocupara de decenas de milenios. Imaginaba un
nuevo Calendario Cosmolgico, basado en la precesin de los equinoccios -la inclinacin
lenta del eje de nuestro planeta bajo la influencia gravitatoria del Sol y la Luna-, un ciclo
que tarda veinte milenios en completarse. Con un Gran Ao de ese tipo podramos medir
nuestro destino en trminos precisos y sin ambigedades, por ahora y para siempre.
Rectificaciones de ese tipo, deca, tendran un valor simblico ms importante que el
prctico: sera la forma perfecta de celebrar la llegada del nuevo siglo, ya que servira para
anunciar a todos los hombres que una nueva Era de Pensamiento Cientfico haba
comenzado.
No tengo que decir que mis contribuciones fueron ignoradas, si exceptuamos una respuesta
obscena, que decid ignorar, en una seccin de la prensa popular.
De cualquier forma, despus de eso abandon todo intento de construir medidores
cronomtricos sujetos al calendario, y opt por contar simplemente los das. Siempre he
sido bueno con los nmeros, y no me era difcil convertir mentalmente el recuento de das a
aos. En mi primera expedicin, haba viajado al da 292.495.934, que -ajustando los aos
bisiestos- resultaba ser el ao 802.701 despus de Cristo. Nuevamente deba viajar por tanto
hasta que los indicadores sealasen el da 292.495.940: el da exacto en que haba perdido
a Weena, y gran parte de mi autoestima, entre la llamas del bosque!
Mi casa haba estado situada en una hilera de terrazas situada en Petersham Road, la parte
bajo Hill Rise, por encima del ro. Me encontr, una vez que la casa haba sido derribada, a
la intemperie a un lado de la colina. El rellano de Richmond Hill se levantaba a mis
espaldas; una masa incrustada en el tiempo geolgico. Los rboles florecan y se convertan
en tocones en cuanto sus vidas de siglos transcurran en unos pocos latidos de mi corazn.
El Tmesis se haba convertido en un cinturn de luz argentina, suavizado por mi paso a
travs del tiempo, y labrbase un nuevo cauce: pareca retorcerse por el paisaje como un
gusano inmenso y paciente. Nuevas edificaciones se elevaban impetuosas: algunas incluso
estallaban a mi alrededor, all donde se haba levantado mi casa. Aquellos edificios me
sorprendieron por sus dimensiones y gracia. El puente de Richmond de mis das haba
desaparecido haca tiempo, pero vi un nuevo arco, quiz de una milla de longitud, que
formaba un lazo, sin ningn soporte, en el aire y a travs del Tmesis; y haba torres
disparadas al cielo inconstante, soportando masas inmensas en sus gargantas esbeltas.
Consider la idea de utilizar la Kodak a intentar fotografiar aquellos fantasmas, pero saba
que los espectros carecan de luz suficiente, difuminados como estaban por el viaje en el
tiempo. Las tecnologas arquitectnicas que all vi me parecan tan alejadas de las
posibilidades del siglo diecinueve como remota era una catedral gtica para los romanos o
los griegos. Con seguridad, supuse, en ese futuro el hombre habra ganado algo de libertad
frente al inexorable tirn de la gravedad; de qu otra forma podran haberse elevado esas
formas contra el cielo?
Pero no tard el gran arco del Tmesis en mancharse de marrn y verde, los colores de la
vida destructiva a irreverente, y -en lo que me pareci un parpadeo- el arco se desplom por
su centro, convirtindose en dos troncos a cada orilla. Como toda obra humana, comprend,
incluso aquellas estructuras colosales eran quimeras pasajeras, destinadas a la caducidad
frente a la paciencia inmemorial de la tierra.
Me sent extraamente ajeno al mundo, un distanciamiento producido por el viaje en el
tiempo. Record la curiosidad y la emocin que sent al penetrar por primera vez por entre
esos sueos de arquitecturas futuras; record mi breve y febril especulacin a propsito de
los logros de aquella futura raza de hombres. Esta vez saba la verdad; saba que a pesar de
esos logros increbles, la humanidad caera inevitablemente, bajo la presin inexorable de la
evolucin, en la decadencia y la degradacin de Elois y Morlocks.
Me di cuenta de lo ignorantes que somos, o nos hacemos, las personas con el paso del
tiempo. Cun breves son nuestras vidas!, y qu pequeos son los males que nos afligen
cuando los vemos con la perspectiva del curso de la historia. Somos menos que moscas,
desamparados frente a las fuerzas inmisericordes de la geologa y la evolucin; unas fuerzas
que se mueven imparables, pero con tal lentitud que, da a da, no somos conscientes de su
existencia.
2
UNA NUEVA VISION
Pronto pas la poca de las grandes edificaciones. Nuevas casas y mansiones, menos
ambiciosas pero todava enormes, hicieron acto de presencia a mi alrededor, cubriendo por
completo el valle del Tmesis, y adquirieron una cierta opacidad, que es, a ojos de un
viajero en el tiempo, el resultado de la longevidad. El arco del Sol, que se inclinaba en el
cielo azul oscuro entre los solsticios, pareci hacerse ms brillante, y una afluencia verde
cubri Richmond Hill y tom posesin de la tierra, desterrando los marrones y blancos del
invierno. Una vez ms, haba penetrado en la era en que el clima de la Tierra haba sido
ajustado en favor de la Humanidad.
Mir el paisaje reducido a la inmovilidad por mi velocidad; slo los fenmenos de ms
larga vida persistan en el tiempo lo suficiente para ser registrados por los ojos. No vi ni
gentes, ni animales, ni siquiera el paso de una nube. Qued suspendido en una quietud
misteriosa. Si no hubiese sido por la banda oscilante del Sol, y el profundo y sobrenatural
azul del cielo, habra tenido la impresin de encontrarme sentado a solas en un parque una
tarde de otoo.
Segn mis indicadores, haba recorrido algo menos que un tercio del viaje (aunque ya
haban transcurrido un cuarto de milln de aos desde mi propia poca), y aun as la era en
que el hombre construa sobre la tierra ya haba acabado. El planeta se haba transformado
en el jardn en el que las gentes que se convertiran en Elois viviran sus vidas ftiles e
insignificantes; y ya, estaba seguro, los proto-Morlocks deban haber sido aprisionados bajo
tierra, y deban estar ya construyendo sus inmensas cavernas llenas de mquinas. Pocas
cosas cambiaran en el prximo medio milln de aos que me quedaba por atravesar, slo la
posterior degradacin de la humanidad, y la identidad de las vctimas en el milln de
pequeas tragedias que a partir de ese momento sera la condicin humana...
Pero observ, al dejar esas mrbidas elucubraciones, que haba un cambio que lentamente
se manifestaba en el paisaje. Me sent trastornado, en el acostumbrado balanceo de la
Mquina del Tiempo. Algo haba cambiado, quizs algo en la luz.
Desde mi asiento contempl los rboles fantasma, la llanura plana de Petersham y los
recodos del paciente Tmesis.
Entonces levant la cabeza hacia los cielos difuminados por el tiempo, y finalmente
comprend que la banda del Sol estaba quieta. La Tierra todava giraba sobre su eje con la
suficiente rapidez como para manchar el movimiento de nuestra estrella sobre los cielos, y
para convertir las estrellas en invisibles, pero la banda de luz ya no cabeceaba entre los
solsticios: se haba quedado quieta a inmutable, como hecha de cemento. Rpidamente me
volvieron la nusea y el vrtigo. Me tuve que agarrar con fuerza a los carriles de la
mquina, y tragu, luchando por controlar mi cuerpo.
Me es difcil explicar el impacto que aquel nico cambio del paisaje tuvo en m! Primero,
me conmocion la audacia de la ingeniera necesaria para eliminar el ciclo de las
estaciones. Las estaciones de la Tierra son el producto de la inclinacin del eje del planeta
con respecto al plano de su rbita alrededor del Sol. Pareca que ya nunca ms habra
estaciones sobre la Tierra. Y eso slo poda significar -me di cuenta instantneamente- que
haban corregido la inclinacin del eje del planeta.
Intent imaginar cmo podra haberse logrado tal cosa. Qu grandes mquinas se haban
instalado en los polos? Qu medidas se haban tomado para garantizar que la Tierra no
saliese disparada durante el proceso? Quizs, especul, haban empleado algn dispositivo
magntico de gran tamao, con el que haban manipulado el ncleo fundido y magntico
del planeta.
Pero no fue slo la magnitud de esa ingeniera planetaria lo que me conmocion: ms
aterrador era el hecho de que no haba apreciado la regularizacin de las estaciones en mi
primer viaje en el tiempo. Cmo era posible que no hubiese visto un cambio tan inmenso y
profundo? Despus de todo, soy un cientfico: mi oficio es la observacin.
Me frot la cara y mir la banda solar que colgaba del cielo, como desafindome a creer en
su falta de movimiento. Su brillo hera mis ojos; y pareca hacerse cada vez ms brillante.
Primero supuse que era mi imaginacin o un defecto en mis ojos. Agach la cabeza,
deslumbrado, me sequ las lgrimas con la manga y parpade para librarme de las manchas
de luz.
No soy un hombre primitivo, ni un cobarde, pero sentado all ante la prueba de los logros
extraordinarios de los hombres del futuro, me sent como un salvaje que se pintase su
desnudez y llevase huesos en el pelo, acobardado ante los dioses del esplendoroso cielo.
Tem en lo ms profundo de mi ser por mi cordura; y aun as intent creer que, de alguna
forma, no haba notado aquel increble fenmeno astronmico durante mi primer paso por
esos aos. Porque la nica hiptesis alternativa me aterraba hasta lo ms profundo de mi
alma: no me haba equivocado durante mi primer viaje; aquella vez no haba habido
regulacin del eje de la Tierra; el curso de la historia haba cambiado.
La forma semieterna de la colina no se haba transformado -la morfologa de la antigua
tierra no se vea afectada por la evolucin de la luz en los cielos-, pero pude ver que el
manto de verdor que la haba cubierto retroceda, bajo el brillo constante del sol.
Not un lejano parpadeo sobre la cabeza, y mir hacia arriba protegindome con una mano.
El parpadeo provena de la banda solar, o lo que haba sido la banda solar, porque una vez
ms poda distinguir la trayectoria del Sol en forma de bola de can a travs del cielo en su
ciclo diurno; ya su velocidad no era tan rpida para que no pudiese seguirlo, y el cambio de
la noche al da produca el parpadeo.
Al principio pens que la mquina haba desacelerado. Pero cuando mir los indicadores, vi
que las manecillas se movan por las esferas con la misma velocidad de antes.
La uniformidad perlada de la luz se disolvi, y la alternancia de noche y da qued en
evidencia. El Sol se mova por el cielo, reduciendo su velocidad con cada trayectoria,
caliente, brillante y amarillo; y pronto me di cuenta de que la estrella empleaba muchos
siglos en completar una revolucin por el cielo de la Tierra.
Finalmente, el Sol se detuvo por completo; se par en el horizonte occidental, ardiente,
inmisericorde a inalterado. La rotacin de la Tierra se haba detenido; y ahora giraba con
una cara perpetuamente hacia el Sol!
Los cientficos del siglo diecinueve haban predicho que finalmente las fuerzas de marea del
Sol y la Luna haran que la rotacin de la Tierra se ajustase al Sol, de la misma forma que la
Luna se vea obligada a presentar siempre la misma cara a la Tierra. Ya haba sido testigo
de ese fenmeno en mi primer viaje al futuro: pero era algo que no ocurrira hasta pasados
muchos millones de aos. Y sin embargo, a poco ms de medio milln de aos en el futuro
me encontraba con una Tierra quieta!
Comprend que haba visto de nuevo la mano del hombre en accin: dedos que descendan
de los de los monos se haban extendido por los siglos con la fuerza de los dioses. El
hombre no se haba conformado slo con enderezar su mundo, sino que tambin haba
reducido el giro mismo de la Tierra, eliminando as para siempre el viejo ciclo del da y la
noche.
Mir el nuevo desierto de Inglaterra. La hierba haba desaparecido por completo, y slo
quedaba expuesto un barro seco. Aqu y all vi parpadeos de algn arbusto resistente -de
forma similar a un olivo que intentaba sobrevivir bajo el sol implacable. El poderoso
Tmesis, que se haba desplazado como una mina en su lecho, se encogi entre sus orillas
hasta que ya no pude ver el brillo de sus aguas. No senta que esos ltimos cambios
hubiesen mejorado el lugar: al menos el mundo de Morlocks y Elois haba mantenido el
carcter esencial de la campia inglesa, con mucho verde y mucha agua; el efecto,
reflexiono ahora, deba ser similar al de remolcar las Islas Britnicas al trpico.
Imaginen al pobre mundo, con una cara vuelta siempre hacia el Sol, y la otra alejada de l.
En el ecuador, en el centro del lado diurno, deba de hacer calor suficiente como para hervir
las carnes de un hombre sobre los huesos. Y el aire deba de estar huyendo del lado
supercalentado, con vientos huracanados, hacia el hemisferio ms fro, para quedar all
congelado formando una nieve de oxgeno y nitrgeno sobre los ocanos helados. Si en ese
momento hubiese detenido la mquina, quizs esos grandes vientos me hubiesen arrastrado,
como el ltimo suspiro de los pulmones del planeta! El proceso slo acabara cuando el
lado diurno estuviese seco y al vaco, desprovisto de vida; y el lado oscuro quedase cubierto
por una costra de aire congelado.
Tambin comprend con creciente terror que no poda volver a mi poca! Para volver deba
detener la mquina, y si lo haca me encontrara en un mundo sin aire, ardiente, tan estril
como la superficie de la Luna. Pero me atrevera a continuar, hacia un futuro incierto, y
esperar encontrar en las profundidades del tiempo un mundo habitable?
Ya saba con seguridad que algo haba fallado en mis percepciones, o recuerdos, de mi viaje
en el tiempo. Si me era apenas creble que durante el primer viaje pudiese haber pasado por
alto la desaparicin de las estaciones -aunque no lo crea-, me resultaba inconcebible que no
hubiese notado el cambio en el giro de la Tierra.
No haba ninguna duda: viajaba a travs de sucesos que diferan, enormemente, de los que
haba presenciado la primera vez.
Soy un hombre especulativo por naturaleza, no me faltan nunca una o dos hiptesis; pero en
aquel momento estaba tan conmocionado que no poda pensar. Me senta como si mi
cuerpo siguiese avanzando por el tiempo; pero con el cerebro todava en el pasado. Creo
que el valor que haba sentido al principio era slo apariencia porque complacientemente
me saba dirigido hacia un peligro ya conocido. Pero ahora ya no tena ni idea de lo que me
esperaba en los corredores del tiempo!
Mientras me entretena con esas elucubraciones morbosas, presenci cambios posteriores en
el cielo, como si el orden natural de las cosas no hubiese sido suficientemente alterado! El
Sol se volva ms brillante. Y, aunque es difcil estar seguro de por qu el brillo resultaba
ms intenso, me pareca que la forma de la estrella cambiaba. Se extenda por el cielo
convirtindose en un trozo elptico de luz.
Consider la posibilidad de que se le hubiese hecho girar ms deprisa, para que se aplastase
debido a la rotacin...
Y entonces, repentinamente, el Sol estall.
3
EN LA OSCURIDAD
Penachos de luz emergieron de los polos de la estrella, como enormes llamaradas. En unos
pocos latidos de mi corazn el Sol se cubri de un brillante manto. Calor y luz golpearon de
nuevo la castigada Tierra.
Grit y escond el rostro entre las manos; pero todava poda ver la luz del multiplicado Sol
que se filtraba a travs de la carne de los dedos, y era reflejada por el cobre y el nquel de la
Mquina del Tiempo.
Entonces, tan rpido como haba llegado, la tormenta de luz ces, y una especie de cscara
se cerr alrededor del Sol, como una boca enorme que se tragase la estrella, y ca en la
tinieblas.
Apart las manos y me encontr en medio de la oscuridad ms absoluta, incapaz de ver,
aunque las manchas de luz todava me bailaban en los ojos. Poda sentir el duro asiento de
la Mquina del Tiempo debajo de m, y al inclinarme pude encontrar las esferas de los
indicadores; y la mquina todava temblaba al proseguir su viaje por el tiempo. Comenc a
temer que haba perdido la vista.
La desesperacin se adue de m, ms oscura que la oscuridad exterior. Acabara tan
pronto mi segundo viaje en el tiempo, con tanta ignominia? Agarr los controles, mientras
mi cerebro conceba planes en los que rompa las esferas de los indicadores cronomtricos
y, por medio del tacto, tal vez pudiese volver a casa .
... Y supe entonces que no estaba ciego: poda ver algo.
En muchos aspectos se fue el hecho ms extrao de todo el viaje hasta ese momento; tan
extrao que al principio permanec ms all del horror.
Primero distingu una luz en la oscuridad. Era un brillo tan tenue y extenso, similar a la
aurora, y tan dbil que pens que mis ojos me estaban jugando una mala pasada. Cre ver
estrellas a mi alrededor; pero eran dbiles, como si su luz me llegase a travs de una
ventana empaada.
Y luego, bajo el dbil resplandor, vi que no estaba solo.
La criatura estaba a una pocas yardas por delante de la Mquina del Tiempo; o mejor dicho,
flotaba en el aire, sin apoyo aparente. Se trataba de una bola de carne: algo as como una
cabeza flotante, de unos cuatro pies de dimetro, con dos juegos de tentculos que colgaban
hacia el suelo como dedos grotescos. Su boca era un pico de carne, y no pareca tener nariz.
Los ojos de la criatura -dos, grandes y oscuros- eran humanos. Pareca emitir un ruido -un
murmullo bajo, como el de un ro- y comprend con horror que se era exactamente el ruido
que haba odo al principio de la expedicin, a incluso durante mi primera aventura en el
tiempo.
Me haba acompaado esa criatura -ese Observador, como la llam- de forma invisible en
mis dos expediciones por el tiempo?
De pronto, corri hacia m. Apareci a no ms de una yarda de mi cara!
Me derrumb por fin. Grit y, sin pensar en las consecuencias, tir de la palanca.
La Mquina del Tiempo volc -el Observador desapareci- y vol por los aires!
Qued inconsciente; no s durante cunto tiempo. Despert despacio, con la cara pegada a
una superficie dura y arenosa. Sent como un aliento clido en el cuello -un suspiro, un
toque de pelos suaves contra mi mejilla-, pero cuando me quej a intent inclinarme, la
sensacin desapareci.
Extend los brazos y busqu a mi alrededor. Para mi tranquilidad, me vi recompensado con
un choque casi inmediato con una masa de marfil y cobre: era la Mquina del Tiempo,
arrojada como yo en aquel desierto oscuro. Palp con manos y dedos los carriles y
travesaos de la mquina. Estaba volcada, y en la oscuridad no tena forma de saber si haba
sufrido algn dao.
Necesitaba una luz. Busqu las cerillas en el bolsillo y no las encontr: como un idiota las
haba colocado todas en la mochila! El pnico se apoder de m; pero pude controlarme, y
temblando me acerqu a la Mquina del Tiempo. La comprob con el tacto, buscando entre
los carriles doblados hasta que encontr la mochila, todava segura bajo el asiento. Con
impaciencia, la abr y busqu en su interior. Encontr dos cajas de cerillas y me las puse en
los bolsillos; luego saqu una cerilla y la encend .
... Haba un rostro, justo frente a m, ni a dos pies, brillando en el crculo de luz de la
cerilla: vi una piel blanca y sin relieves, el pelo le colgaba del crneo, y tena unos ojos
grandes de color rojo grisceo.
La criatura emiti un grito extrao y gutural, y se esfum en la oscuridad ms all del brillo
de la luz.
Era un Morlock!
La cerilla me quem los dedos y la solt; busqu otra y con el pnico casi tiro mi preciada
caja.
4
LA NOCHE NEGRA
El fuerte olor a azufre de las cerillas se me meti en la nariz, y retroced sobre la arena hasta
que toqu con la espalda las barras de cobre de la Mquina del Tiempo. Despus de unos
minutos de desesperacin recuper el sentido comn suficiente para sacar una vela de la
mochila. Sostuve la vela frente a la cara y fije la vista en la llama amarilla, ignorando la
cera caliente que me corra por los dedos.
Comenc a distinguir alguna estructura en el mundo que me rodeaba. Pude ver la masa de
cobre y cuarzo que era la Mquina del Tiempo brillando bajo la luz de la vela, y una forma -
como una gran estatua o edificio- que se alzaba, plida a inmensa, no lejos de donde me
encontraba. La falta de luz no era completa. El Sol poda haber desaparecido, pero las
estrellas seguan brillando en grupos sobre m, aunque las constelaciones de mi niez se
haban desplazado. No puede encontrar ni rastro de nuestra Luna.
Sin embargo, en una zona del cielo no brillaba ninguna estrella: en el oeste, sobresaliendo
sobre el horizonte negro, haba una elipse aplastada, sin estrellas, que ocupaba un cuarto del
cielo. Era el Sol, rodeado de una increble cscara!
Cuando se me pas algo el miedo, decid que mi primera tarea deba ser asegurarme el
regreso a casa: deba colocar en posicin la Mquina del Tiempo, pero no lo hara en la
oscuridad! Me arrodill y palp en el suelo. La arena era dura y de grano fino. Escarb con
el pulgar, y abr un pequeo agujero donde insert la vela, confiando que en unos pocos
momentos se fundiese cera suficiente para mantenerla en su lugar. Ahora tena una fuente
de luz para realizar la operacin, y las manos libres.
Apret los dientes, respir hondo, y luch con el peso de la mquina. Met muecas y
rodillas bajo la estructura en un intento de levantarla del suelo -la haba construido para que
fuese slida, no fcil de manejar- hasta que finalmente se rindi a mi asalto y volvi a su
posicin. Una barra de nquel me golpe dolorosamente en el hombro.
Descans las manos en el asiento, y sent que la arena de este nuevo futuro haba estropeado
el cuero. En la oscuridad de mi propia sombra encontr los indicadores cronomtricos con
un dedo -una esfera se haba hecho pedazos, pero el indicador en s pareca estar bien- y las
dos palancas blancas con las que podra volver a casa. Al tocar las palancas, la mquina
tembl como un fantasma, recordndome que yo no perteneca a esta poca: que en
cualquier momento poda subir al aparato y regresar a la seguridad de 1891, slo herido en
mi orgullo.
Saqu la vela de su hueco en la arena y la mantuve frente a los indicadores. Era el da
239.354.634: por tanto -estim- el ao era el 657.208 despus de Cristo. Mis especulaciones
sobre la mutabilidad del pasado y el futuro deban ser ciertas, porque esa colina oscura
estaba situada en el tiempo ciento cincuenta milenios antes del nacimiento de Weena, y no
poda concebir cmo aquel mundo jardn iluminado por el sol poda haber salido de esa
oscuridad!
En mi remota infancia, recuerdo que mi padre me entretena con un juguete primitivo
llamado Imgenes cambiantes. Toscas imgenes en color se proyectaban sobre una
pantalla por medio de un doble juego de lentes. La lente de la derecha proyectaba una
imagen; luego la luz iba cambiando hacia la izquierda, de forma que la imagen proyectada
por la derecha se desvaneca a medida que la otra incrementaba su brillo. De nio me
impresionaba profundamente por la forma en que una realidad brillante se converta en un
fantasma, para ser sustituida por una sucesora que al principio apenas se vea. Haba
momentos emocionantes en que las dos imgenes estaban en perfecto equilibrio, y era
difcil decir con exactitud qu realidades avanzaban y cules retrocedan, o si alguna parte
del conjunto de imgenes era verdaderamente real.
De la misma forma, en medio de un paisaje en sombras, senta que la descripcin del
mundo que haba construido se volva nebulosa y dbil, y era reemplazada slo por el
esquema de su sucesora, con ms confusin que claridad!
La divergencia de las historias gemelas que haba presenciado -en la primera, la
construccin del mundo jardn de los Elois; en la segunda, la desaparicin del Sol y la
aparicin de ese desierto planetario- me era incomprensible. Cmo podan las cosas ser y
luego no ser?
Record las palabras de Toms de Aquino: Dios no puede hacer que lo ya pasado no haya
sido. Es una imposibilidad mayor que resucitar a los muertos... Yo tambin lo haba
credo! No soy dado a las especulaciones filosficas, pero siempre haba considerado el
futuro como una extensin del pasado: fijo a inmutable, incluso para Dios, y por supuesto
para la mano del hombre. El futuro para m era como una enorme habitacin, fija y esttica.
Y en el mobiliario del futuro poda yo explorar con mi Mquina del Tiempo.
Pero haba descubierto que el futuro poda no ser algo fijo, sino algo mutable! Si as era,
pens, qu sentido tenan las vidas de los hombres? Ya era bastante soportar la idea de que
todos nuestros logros seran reducidos a la insignificancia por la erosin del tiempo -y yo,
de todos los hombres, era el que mejor lo saba!-, pero al menos uno siempre haba tenido la
sensacin de que sus monumentos, y las cosas que amaba, haban sido una vez. Pero si la
historia era capaz de un borrn tan completo, qu valor tena cualquier actividad humana?
Reflexionando as sent como si la solidez de mi pensamiento y la firmeza de mi
comprensin del mundo se derritiesen. Mir fijamente la llama de la vela, en busca del
esquema de una nueva comprensin.
No todo estaba perdido, decid; mis temores se apaciguaban, y mi mente permaneca fuerte
y decidida. Explorara ese mundo extrao y tomara todas las fotos posibles con la Kodak, y
luego regresara a 1891. All, mejores filsofos que yo podran lidiar con el problema de
dos futuros que se excluan el uno al otro.
Fui hacia la Mquina del Tiempo, desenrosqu las palancas que me conducan en el tiempo
y las guard seguras en el bolsillo. Luego busqu hasta encontrar el atizador, todava fijo en
el sitio de la mquina donde lo dej.
Prob el mango y lo sopes. Me imagin partiendo los blandos crneos de algunos
Morlocks con ese trozo de ingeniera primitiva y mi confianza creci. Met el atizador en
una de las presillas del cinturn. Colgaba un poco torpemente pero me tranquilizaba con su
peso y solidez, y por sus resonancias a hogar y fuego.
Levant la vela en el aire. La estatua o edificio espectral que haba notado cerca de la
mquina apareci vagamente iluminada. Era de hecho un monumento de algn tipo: una
figura colosal esculpida en piedra blanca, aunque la forma era difcil de distinguir bajo la
luz de la vela.
Me aproxim al monumento. Cuando lo haca, por el rabillo del ojo me pareci ver un par
de ojos de color rojo grisceo que se abran y una espalda blanca que hua por la arena con
un ruido de pies descalzos. Coloqu la mano sobre el trozo de cobre que colgaba de mi
cinturn y segu.
La estatua se eriga sobre un pedestal que pareca ser de bronce y decorado con paneles
finamente grabados. El pedestal estaba manchado, como si tiempo atrs hubiese sufrido un
ataque de verdn que se haba secado haca mucho. La estatua en s era de mrmol blanco, y
de un cuerpo leonino se extendan grandes alas que parecan flotar sobre m. Me pregunt
cmo podan sostenerse esas grandes hojas de piedra, ya que no pude ver ningn puntal.
Quiz tuviese una estructura metlica, pens, o quizs algo de aquel control de la gravedad,
que haba supuesto en mi paso por la Era de las Grandes Edificaciones, haba perdurado
hasta esa poca. La cara de la bestia de mrmol era humana y estaba vuelta hacia m; sent
que aquellos dos ojos de piedra me miraban, acompaados de una sonrisa sardnica y cruel
en los labios golpeados por la intemperie...
Y con una sacudida reconoc la construccin; si no hubiese sido por mi temor a los
Morlocks hubiese saltado de alegra! Era el monumento que haba denominado La Esfinge
Blanca; una estructura con la que me haba familiarizado en ese mismo sitio durante mi
primera visita al futuro. Era casi como encontrarse con una vieja amiga!
Camin por la colina arenosa, alrededor de la mquina, recordando. El sitio haba sido un
prado, rodeado de malvas y rododendros prpura; arbustos que en mi primera visita haban
arrojado sus flores sobre m como bienvenida. Y, alzndose sobre todo, inconfundible,
haba estado la imponente forma de esa esfinge.
Bien, all estaba otra vez, ciento cincuenta mil aos antes de esa fecha. Los arbustos y el
prado no estaban all, y sospechaba que nunca lo estaran. El jardn iluminado por el sol
haba sido sustituido por un desierto oscuro, y ahora slo exista en los recovecos de mi
mente. Pero la esfinge estaba all, slida como la vida y casi indestructible.
Palme los paneles de bronce de la estatua casi con afecto. De alguna forma, la existencia
de la esfinge, que permaneca desde mi anterior visita, me reafirmaba que no estaba
imaginando todo aquello, que no me volva loco en alguna alcoba de mi casa en 1891!
Todo era objetivamente real, y -sin duda y como el resto de la creacin- todo encajaba en un
esquema lgico. La Esfinge Blanca era parte de ese esquema, y slo mi ignorancia y las
limitaciones de mi cerebro me impedan ver el resto. Me sent reforzado, y decidido a
continuar con mis exploraciones.
En un impulso, camin hasta el lado del pedestal que quedaba ms cerca de la Mquina del
Tiempo y, a la luz de la vela, examin el panel de bronce tallado. Fue ah, record, donde
los Morlocks -en aquella otra historia- haban abierto la base hueca de la esfinge para
encerrar la Mquina del Tiempo dentro del pedestal, con la intencin de aprisionarme.
Haba ido a la esfinge con una piedra y haba golpeado en ese panel, justo all; recorr los
adornos con las yemas de los dedos. Haba aplastado algunas espirales de ese panel, aunque
sin resultado. Bien, ahora las espirales estaban en perfectas condiciones, como si fuesen
nuevas. Era extrao pensar que esas espirales no conoceran la furia de mi piedra hasta
dentro de muchos milenios o quiz nunca en absoluto.
Estaba decidido a alejarme de la mquina para explorar. Pero la presencia de la esfinge me
haba recordado el horror de dejar la Mquina del Tiempo en manos de los Morlocks. Me
palme el bolsillo -al menos, sin las palancas la mquina no funcionaba- pero no haba nada
que impidiese acercarse a aquellas horribles bestias a la mquina tan pronto como me
alejase, quiz para desmontarla o robarla nuevamente.
Por otra parte, cmo iba a evitar perderme en aquel paisaje oscuro? Cmo podra volver a
la mquina una vez que me hubiese alejado aun unas pocas yardas?
Medit el problema unos momentos: mi deseo por explorar en lucha con mis temores. Y se
me ocurri una idea. Abr la mochila y saqu las velas y los trozos de alcanfor. Con
impaciencia coloqu esos elementos en los recovecos de la Mquina del Tiempo. Luego
recorr la mquina con cerillas encendidas hasta que cada trozo o vela estaba ardiendo.
Me apart de mi obra con algo de orgullo. Las llamas de las velas se reflejaban en el nquel
y el cobre, por lo que la Mquina del Tiempo pareca un adorno de Navidad. En esa
oscuridad, y con la mquina situada en un lado desnudo de la colina, podra ver mi faro
desde una distancia adecuada. Con suerte, las llamas alejaran a los Morlocks y, si no, vera
inmediatamente la reduccin de la iluminacin y podra volver de inmediato para unirme a
la batalla.
Juguete con el mango del atizador. Creo que una parte de m deseaba ese desenlace;
senta un hormigueo en manos y brazos al pensar en la rara y suave sensacin de sentir el
puo hundirse en la cara de un Morlock!
De cualquier forma, ahora estaba preparado para la expedicin. Cog la Kodak, encend una
pequea lmpara de aceite y camin por la colina, detenindome cada pocos pasos para
asegurarme de que la Mquina del Tiempo permaneca tranquila.
5
EL POZO
Levant la lmpara, pero su brillo slo alcanzaba unos pocos pies. Todo estaba en silencio;
no haba ni un soplo de aire, ni ningn ruido de agua, y me pregunt si el Tmesis segua
fluyendo. A falta de un destino definido, decid dirigirme hacia el lugar, donde estaba el
gran saln comedor en la poca de Weena. Se encontraba a poca distancia hacia el noroeste,
por la colina ms all de la esfinge, y se fue el camino que segu una vez ms, reflejando
en el espacio, aunque no en el tiempo, mi primer paseo en el mundo de Weena.
Record que cuando realic ese viaje por ltima vez haba hierba bajo mis pies, sin ser
atendida, pero que creca exacta, corta y libre de hierbajos. Ahora, mis botas empujaban la
arena suave al caminar por la colina.
Mi visin se estaba adaptando a aquella noche escasa en estrellas, pero, aunque haba
edificios -sus siluetas se recortaban contra el cielo- no vi ninguna seal del saln. Lo
recordaba perfectamente: haba sido un edificio gris, deteriorado y vasto, de piedra
desgastada, con una entrada tallada y adornada; y al entrar por su arco, los pequeos Elois,
delicados y hermosos, haban revoloteado a mi alrededor con sus miembros plidos y sus
tnicas suaves.
No tard mucho en caminar tanto que supe que haba superado el emplazamiento del saln.
Evidentemente -al contrario que la esfinge y los Morlocks- el palacio comedor no haba
sobrevivido en esa historia, o quiz nunca haba sido construido, pens con un escalofro;
quizs haba caminado, dormido, e incluso comido!, en un edificio inexistente.
El camino me llev hasta un pozo, un elemento que haba visto en mi primer viaje. Como
recordaba, la estructura estaba rodeada de bronce y protegida por una cpula pequea y
extraamente delicada. Haba algo de vegetacin -negra como el humo a la luz de las
estrellas- alrededor de la cpula. Lo examin todo con cierto temor, ya que esos enorme
conductos haban sido el medio empleado por los Morlocks para subir de su cavernas
infernales al mundo soleado de los Elois.
La boca del pozo estaba en silencio. Eso me pareci extrao, ya que recordaba haber odo
en aquellos otros pozos el tuc-tuc-tuc de las grandes mquinas de los Morlock, en lo ms
profundo de las cavernas.
Me sent a un lado del pozo. La vegetacin pareca ser un tipo de liquen; era suave y seca al
tacto, aunque no la investigu ms profundamente, no intent determinar su estructura.
Levant la lmpara, intentado sostenerla sobre el anillo para ver si volva el reflejo en el
agua; pero la llama parpade, como en una gran corriente, y en un breve momento de temor
ante la idea de enfrentarme a la oscuridad, la apart.
Met la cabeza bajo la cpula y me inclin sobre el borde del pozo, y un golpe de aire clido
y hmedo me recibi -fue como abrir la puerta de un bao turco-, algo inesperado en
aquella noche calurosa y rida del futuro. Tena la impresin de que era muy profundo, e
imagine que mis ojos, adaptados ya a la oscuridad, podan distinguir un resplandor rojo.
A pesar de su aspecto, no se pareca en nada a los pozos de los primeros Morlocks. No
poda ver ningn gancho de metal a los lados, los que usaban para trepar, y todava segua
sin detectar el ruido de las mquinas que haba odo antes; y adems, tena la impresin
extraa a imposible de probar de que ese pozo era mucho ms profundo que las cavernas de
aquellos otros Morlocks.
Por capricho, saqu la Kodak y prepar el flash. Llen el hueco de la lmpara con
blitzlichtpulver, levant la cmara a inund el pozo con luz de magnesio. Su reflejo me
deslumbr, y era un brillo tan intenso que posiblemente no se haba visto sobre la Tierra
desde el momento en que el Sol haba quedado cubierto, cien mil aos antes o ms. Al
menos eso habra asustado a los Morlocks! Y comenc a preparar un esquema defensivo
segn el cual conectara el flash a la Mquina del Tiempo, de forma que el polvo se
encendiese si alguien la tocaba.
Me levant y pas algunos minutos cargando el flash y tomando fotos al azar alrededor del
pozo. Pronto me rode una nube de humo blanco y acre. Quiz tuviese suerte, pens, y
pudiera capturar para maravilla de la humanidad la huida aterrorizada de un Morlock!
... Oa unos araazos, suaves a insistentes, al lado del pozo, ni a tres pies de donde me
encontraba.
Grit mientras buscaba el atizador. Me haban atacado los Morlocks mientras fantaseaba?
Con el atizador en la mano, me adelant con cuidado. Comprend que el sonido chirriante
provena de entre los lquenes; haba una forma que se mova segura por entre esas
pequeas plantas oscuras. No era un Morlock, as que baj el atizador, y me inclin para
examinar los lquenes. Vi un pequea criatura como un cangrejo, no mayor que mi mano; el
sonido que oa era el roce de su nica y desmesurada boca contra los lquenes. La concha
del cangrejo pareca ser negra y
no tena ojos, como si fuese una criatura ciega de las profundidades del ocano.
Comprend, al ver aquel simple drama, que la lucha por la supervivencia continuaba,
incluso en esa noche cerrada. Me sorprendi que no hubiese visto ningn signo de vida -
exceptuando a los Morlocks-, aparte de ese pozo, en toda mi visita. No soy bilogo, pero
me pareca evidente que la presencia de una fuente de calor y aire hmedo debera atraer la
vida, en aquel mundo convertido en un desierto, de la misma forma que haba atrado a ese
cangrejo granjero y a su cosecha de lquenes. Supuse que el calor deba de provenir del
interior de la Tierra, cuya actividad volcnica, evidente en nuestros propios das, no se
haba reducido significativamente en los pasados seiscientos mil aos. Y quiz la humedad
provena de un acufero que todava exista bajo el suelo.
Deba de ser, pens, que la superficie del planeta estaba llena de cpulas y pozos como
qul. Pero su propsito no era permitir la entrada al mundo interior de los Morlocks -como
en aquella otra historia- sino liberar los recursos intrnsecos de la Tierra para calentar y
humedecer el planeta sin Sol; y la vida que haba sobrevivido a la monstruosa ingeniera
que haba presenciado se congregaba ahora alrededor de aquellas fuentes de calor y
humedad.
Mi confianza se incrementaba -entender algo de todo aquello era un tnico poderoso para
mi valor, y despus de la falsa alarma del cangrejo no tena sensacin de peligro- y me sent
nuevamente al borde del pozo. Tena mi pipa y algo de tabaco en un bolsillo; llen la
cazoleta y la encend. Comenc a especular sobre la forma en que esa historia difera de la
primera que haba visto. Evidentemente haba algunos hechos paralelos -haba habido
Morlocks y Elois- pero sus monstruosas diferencias haban sido resueltas en eras pasadas.
Me pregunt por qu ambas especies se haban enfrentado finalmente, ya que los Morlocks,
a su modo bestial, eran tan dependientes de los Elois como stos de los Morlocks, y el
sistema pareca estable.
Vi la forma en que podra haber sucedido. Los Morlocks eran humanos degradados despus
de todo, y el corazn del hombre no est hecho para la lgica. Los Morlocks deban de
saber que dependan de los Elois para su existencia; deban de haber sentido resentimiento
por ello y haberlos despreciado: sus primos remotos reducidos a ganado. Y aun as..
Y aun as, qu maravillosas eran las breves vidas de los Elois! La pequea gente rea,
cantaba y amaba sobre la superficie de un mundo convertido en un jardn, mientras que los
Morlocks deban trabajar en las pestilentes profundidades de la Tierra para proporcionar
una vida de lujo a los Elois. De acuerdo en que los Morlocks estaban condicionados para su
lugar en la creacin, y con seguridad sentiran repugnancia ante la luz del sol, el agua clara
y la fruta de los Elois si alguna vez se les ofreciese, pero no envidiaran oscura y
taimadamente la vida de lujo de los Elois?
Quiz la carne de los Elois se volva rancia en la boca de los Morlocks, cuando la coman
en sus srdidas cavernas.
Imagin a los Morlocks -o a una faccin de ellos- surgiendo una noche de sus tneles bajo
la Tierra para caer sobre los Elois con sus armas y brazos musculosos. Habra una gran
criba, pero en esta ocasin no sera la recoleccin disciplinada de carne, sino un asalto a
sangre fra con un nico a inconcebible propsito: la extincin definitiva de los Elois.
Cmo debi de correr la sangre por los prados y los palacios, y las viejas piedras
devolvieron el eco de los gemidos infantiles de los Elois!
En esa batalla slo podra haber un vencedor. La frgil gente del futuro, con su belleza
atareada y destructiva, jams podra defenderse contra el criminal asalto organizado de los
Morlocks.
Lo vi todo, o al menos eso cre! Los Morlocks, triunfantes al fin, haban heredado la Tierra.
Como el jardn de los Elois ya les era intil, haban permitido que decayese; haban surgido
de la Tierra y de alguna forma trajeron con ellos su propia oscuridad estigia para cubrir el
Sol! Record que el pueblo de Weena haba temido las noche