Tenemos la opción de ser felices? ¿Podemos decidirnos y caminar hacia eso
que llaman Felicidad?
La neurociencia viene intentando responder a esto, y ya tenemos algunas pistas al respecto:
1. Sabemos que el cerebro puede cambiar con el entrenamiento, es lo que se llama
Neuroplasticidad.
La experiencia modela el cerebro (hardware), el cual permite que nuestra mente
(software) funcione de manera más saludable y nos haga sentirnos mejor. Aunque
también es cierto que experiencias negativas modelan mentes más pesimistas, críticas
y eventualmente agresivas.
En un estudio realizado en 2010 por el equipo de Nim Totenham (Sackler Institute for
Developmental Psychobiology, Weill Medical College of Cornell University) en niños
que se criaron en hogares para huérfanos, hace algunos años, se reportó que tenían
aumentada la amígdala, estructura del cerebro en la zona temporal que está
relacionada con la reactividad emocional. La falta de contención, la dificultad de
desarrollar vínculos saludables y confianza básica en estos niños causaba este cambio
anatómico en sus cerebros.
Por lo tanto, y como decía el Buda, se trata de incorporar experiencias de crecimiento
saludables, “alimentar nuestra mente de virtuosismo” y no de vulgares contenidos
perniciosos (violencia, deseo o apego al confort exagerados).
2. Casi cualquier mente puede cambiar, incluso las que han sufrido lesión o patología y
excepto, por supuesto, aquellas que están desarrollado procesos patológicos
profundos (como la demencia).
Esta premisa deriva de la anterior y nos dice que hasta se puede retrasar el deterioro
con programas cognitivos efectivos. José Martínez Florindo realizó una investigación
cuyo objetivo fue determinar la influencia del mindfulness en una serie de parámetros
psicofisiológicos en personas mayores de 65 años. Los resultados muestran una
mejora significativa de las variables evaluadas, lo que podría indicar la eficacia de este
tipo de intervención en personas mayores, repercutiendo positivamente en su salud
biopsicosocial.
3. Hemos descubierto que las emociones son “señales” que el organismo produce
ante cambios en el contexto o el ambiente, por lo cual si tomamos conciencia de ello
podemos comenzar a comprenderlas, salir de la mera reactividad (asociada a
emociones más dañinas) y pasar a respuestas más consientes (emociones altruistas).
Hay estudios cognitivos que demuestran que la reestructuración y la resignificación de
las experiencias (activación de zonas frontales) pueden inhibir la reactividad de zonas
límbicas, disminuyendo la experiencia del miedo y la ansiedad. (Todd F. Heatherton,
2011).
Asimismo, el cultivo de emociones positivas con prácticas como la meditación puede
ayudarnos a desarrollar áreas del cerebro asociadas a bienestar y la felicidad
(Davidson, 2000)
4. Se viene estudiando la influencia de las conductas saludables a nivel de la mente
y el cuerpo. Las hipótesis son robustas: ejercicio físico, estimulación cognitiva,
alimentación saludable y meditación, entre otros, mejoran nuestro organismo y nos
brindan vida más larga y sana.
Un estudio con religiosas demuestra que aquellas que encuentran un sentido profundo
a sus vidas están menos expuestas a padecer Alzheimer y viven más tiempo que
aquellas que no. David Snowdon, profesor de Epidemiología en el Departamento de
Gerontología de la Universidad de Kentucky, ha estudiado los diarios íntimos de
monjitas escritos en sus épocas de inicio en el claustro. Su estudio parece decirnos
que aquellas que consiguen ser más coherentes con sus valores y emociones
profundas prolongan su vida y están más sanas.
La Neurociencia sigue estudiando cómo podemos ser felices. Estos postulados son
el inicio, seguramente otros más vendrán a enriquecer nuestro conocimiento, pero ya
tenemos bastante para comenzar e iniciar una vida donde cultivemos más bienestar.
Reynoso M. (08 de octubre de 2015). Buena vida. Clarin. Recuperado de:
http://www.clarin.com/buena-vida/ser-zen/descubrimiento-neurociencia-conducen-felicidad
01445255577.html