MEFISTOFELES (EL OTRO YO)
Autor: Ignacio Iván González Anaya
Creanme que en esta ocasión me había planteado hablar sobre las habilidades
comunicativas como competencias a practicar y desarrollar por los profesores en el
nivel de educación secundaria. Pero no se qué pasa, creo que mis demonios quieren
hablar de ellos mismos, de los otros y de algún placer escondido.
En estos últimos días antes de mis 36 años, me he puesto a reflexionar sobre el
Demonio en mi vida, creo que siempre me ha acompañado y sin duda en variadas
ocasiones se muestra a través de mis ojos. Durante mi infancia en la iglesia se hablaba
de cómo siempre (Satán) había estado presente en el camino de la humanidad; en esas
pláticas y en la referencia pictórica lo describían como la serpiente infernal o el patas de
cabra.
No entiendo por qué razón pero nunca creí en el diablo con esa imagen
doctrinaria, por el contrario siempre lo entendí como Fausto lo comprendió. Creo que
Satanás, el diablo es siempre ecuánime, divertido, sarcástico y escéptico. Un
deconstructor del amor, la fe y la esperanza humana. Nunca busca el poder de una
jerarquía celestial o algún tesoro. No; Mefísto parece regirse por una especie de impulso
didáctico, su deseo es expresar algo, refutar algo o probar algo. Creo que el demonio
trata de demostrar que el hombre, si se le da la oportunidad siempre optará por el mal.
Escogerá el mal por sobre el bien, de buena gana y de modo consciente.
Me parece que el diablo y la humanidad nos entendemos muy bien porque
somos de varias maneras parecidos. Entendemos perfectamente cómo el dolor y el
sufrimiento alimentan el mal. Igualmente nos identificamos en el egoísmo, ya que
Luzbel solo ayuda a otros para servir a sus propios fines.
Creo que Dios, el Hombre y el Diablo hemos habitado la misma casa sabiendo
que el bien es el bien y que el mal es el mal. Dios ordenaba una opción. El Diablo
seduce para elegir la otra. Dios y el diablo como jugadores de un ajedrez y el hombre
como la pieza a ganar.
Independientemente de ser o no una pieza del ajedrez creo que todo ser humano
es capaz de distinguir el bien del mal. Incluso cuando finge no hacerlo. Sin dudarlo
todos hemos sido participes del árbol del Edén, del árbol del conocimiento del bien y
del mal. La misma distinción puede aplicarse a la verdad y la mentira: así como resulta
difícil definir una verdad y muy fácil oler la mentira, a veces puede ser difícil definir el
bien; pero el mal tiene un olor inconfundible; los niños lo reconocen inmediatamente.
Por tanto cada que deliberadamente inflingimos dolor y sufrimiento a otro, sabemos lo
que estamos haciendo. Estamos haciendo el mal.
Se puede perdonar la perdida de memoria, la desaparición de las utopías, la
frialdad de las experiencias, pero la maldad extrema del hombre traducida en agresión y
sufrimiento creo que no. Sin duda a veces podemos tomar giros equivocados, pero
incluso cuando lo hacemos sabemos perfectamente lo que estamos haciendo “no somos
producto de las circunstancias”
Les decía al inicio de un placer secreto; este es el de imaginarme al otro o a los
otros. Creo que el hacerlo permite crear un antídoto contra el odio, el fanatismo, la
segregación y la opresión. El imaginarnos al otro nos permite crear inmunidad contra las
estratagemas del diablo (nuestro diablo interno, el del corazón). Imaginar a otro no es
solo una herramienta estética placentera (muy placentera). Es desde mi punto de vista
un imperativo moral mayor para evitar la generación de dolor y sufrimiento que
nuestros demonios buscan concretar como demostración didáctica de la debilidad
nuestras pasiones más humanas.