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Milicias, ciudadanía y revolución:

El ocaso de una tradición política (Argentina, 1880)

Hilda Sabato

En 1880 los argentinos debían elegir presidente de la República. Dos nombres quedaron firmes en las

candidaturas: Julio A Roca y Carlos Tejedor. Roca era ministro de Guerra en el gabinete nacional y un

joven pero prestigioso general de ejército. Su candidatura por el Partido Autonomista contaba con el

apoyo de una red de contactos políticos y militares y con el oficial presidente Nicolás Avellaneda (1874-

1880). Tejedor era en cambios el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Jurista de renombre y fue

nominado por colisión de antiguos rivales pues se unía al Partido Nacionalista y sectores del

autonomismo que no apoyaban a Roca.

En 1879, Tejedor anuncia que su provincia no aceptaría la imposición de una candidatura “gubernativa”

y que iniciaría la “resistencia”. Convocó a la Guardia Nacional a ejercicios doctrinales.

El gobierno nacional respondió de inmediato: las provincias no tenía potestad de movilizar a la Guardia,

pero el gobernador apelaba a la población civil para que se agrupara en cuerpos voluntarios.

Roca triunfó en el terreno electoral y los porteños intensificaron la movilización cívica y militar y

acusaron al gobierno nacional de mancillar sus libertades y derechos ciudadanos. El gobierno nacional

rechazaba acusaciones y concentraba regimientos del ejército en la cercanía de la ciudad. El 20 de junio

de 1880 se enfrentan en dos batallas. Gana el ejército nacional, claramente más profesional.

Una consecuencia inmediata de este suceso fue la federalización de la provincia de Buenos Aires, separa

de la provincia y convertida en capital de la República: el Estado Nacional triunfaba sobre la última

provincia autónoma y fortalecía la organización y sus instituciones.

Una de las leyes fundamentales sancionada por los vencedores fue la de prohibir a las provincias la

convocatoria de milicia, subordinando así la Guardia Nacional al gobierno central. Este es considerado el

último paso hacia la consolidación del Estado, proceso asociado al fortalecimiento del ejército y al

monopolio de la fuerza por parte de la autoridad nacional.

Las milicias

Ante la caída del imperio español comenzó una instancia de experimentación política, la adopción de

formas republicanas llevó a la puesta en marcha de muchas instituciones y mecanismos de autoridad, y

reformulación como en la milicia.

En el Río de la Plata colonial, las milicias se establecieron en 1801 para asistir a profesionales “cuerpos

veteranos”. Jugaron un papel claro en 1806-1807 ante los ingleses, y luego en 1810 volvieron a tener rol

protagónico, y luego, cuando se privilegió la formación de ejército regular por la guerra, las milicias

subsistieron.

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Desde entonces, toda la región combinó los dos sistemas durante el siglo XIX. Sobre esas bases se fundó

el Ejército Nacional, constituido por el ejército de línea y la Guardia. El primero era de índole profesional

y operaba bajo la comandancia suprema del presidente de la República. La Guardia reclutaba

ciudadanos y aunque debía responder al comando nacional, en la práctica fue controlada por las

provincias.

Ambas formas representaban dos formas distintas de entender el poder de coerción del Estado: la

Guardia era un cuerpo miliciano fundado sobre el principio de ciudadano en armas, la formaban los

mismos ciudadanos que formaban el electorado, osea todos los hombres libres de nacionalidad

argentina. El reclutamiento sin embargo no involucraba a todos los habilitados porque abundaban

excepciones y dispensas y el pago de reemplazantes (personeros). En el perfil social predomino el

elemento popular de ciudad y campaña. No todos los que tenían recursos y contactos para evitarlo lo

hacían. Jóvenes de buena posición, aspiraban a la dirigencia política y podían ocupar un lugar simbólico

en la República a la vez que brindaba una plataforma no despreciable para la construcción de redes

político-electorales.

Cuando se organizó la Guardia quedó establecido que todos sus integrantes eran a la vez electores y

elegibles para la estructura de mandos. Este creó y reprodujo sus propias jerarquías internas, que

diferenciaban a la tropa miliciana de los comandantes. Los elegidos para ocupar mandos solían ser

gente bien conectadas políticamente que disponían de capital social, y sobre todo debía contar con el

apoyo de tropa, ganarse su respeto.

Desde muy temprano las milicias ocuparon un lugar en el discurso patriótico argentino, fue parte del

imaginario colectivo de ampliados sectores de la población que se identificaban con el papel del

ciudadano armado y conocían las diferencias con el soldado de línea.

Las milicias eran un ámbito clave de la vida política, pues disponían de recursos fundamentales en el

terreno electoral, y eran un instrumento ideal para poner el juego.

Jugó un papel muy importante en las revoluciones, en su sentido más difundido la revolución remitía al

derecho a la rebelión frente al despotismo. Con frecuencia, las revoluciones y levantamientos se

fundaron en ese derecho y la milicia, tanto encarnación de la ciudadanía, fue el actor protagónico. Y

más allá de todo esto, las milicias fueron una fuerza militar concreta.

Ciudadano o soldados

Ejército de línea y Guardia Nacional respondían a dos maneras diferentes de concebir la defensa militar:

un ejército de ciudadanos libres versus uno de soldados profesionales. La Constitución de 1853 buscó

articular ambos principios, lo que generó tensiones y competencias. La primera fue por la ley misma:

creaba un ejército nacional, pero fragmentaba el poder militar al darle control de Guardia a las

provincias.

Segundo: eran motivo de tensiones las diferencias simbólicas y prácticas entre milicianos o guardias y

los soldados profesionales. El soldado es asociado a un mercenario, y el miliciano a ciudadano. En

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Argentina se sumaba la connotación de que el soldado era un general pobre o un delincuente (vago y

malentretenido) reclutado por la fuerza.

La ley también fijaba derechos y obligaciones. El soldado se incorporaba a una estructura jerárquica

cuya definición no tenía influencia alguna, debía cumplir órdenes. Los milicianos solo tenían la

obligación de estar enrolados, asistir al entrenamiento militar e incorporarse cuando les fuera

requerido. Participaban en la elección de sus superiores y la Guardia solo podía movilizarse en

circunstancia graves. Pero la milicia reclutaba mayoritariamente a varones provenientes de capas

populares, a los que les violaba sus derechos. Funcionaban como redes de organización política y sobre

todo eran una fuerza que parcialmente descentralizaba el poder militar.

La confrontación del 80: las palabras y los hechos

El debate

La convocatoria a la Guardia Nacional que hiciera el gobernador Tejedor en 1879 desató un debate

público. Desde el principio se presentaron dos posturas contrapuestas: Tejedor sostenía que las

provincias tenían la potestad en sus respectivos distritos para convocar a la Guardia a ejercicios

doctrinales, mientras que Sarmiento, ministro del interior de la Nación, afirmaba que la organización de

la Guardia pertenecía al Congreso, dejando a provincias solo el nombramiento de oficiales y disciplina.

Estas dos líneas representaban dos concepciones de coerción, y ambos desplegaron argumentos

diversos para sostener sus posiciones principales: a favor o en contra de la centralización del poder

militar.

Tejedor quien no buscaba la centralización del poder de coerción en el ejército profesional, recurrió al

ejemplo de los Estados Unido para justificar su pretensión de control provincial de la Guardia Nacional,

combinó dos argumentos: el primero“ El derechos de los ciudadanos de cargar y ejercitarse en las

armas, considerado como Palladium de las libertades de una República” y el segundo “ en los Estados

Unidos nunca se ha dudado que la milicia es de los estados y así tenía que ser en Argentina donde las

provincias se organizaron sin disposición nacional.

El diputado Lucio López afirmó:” es evidente que por nuestra Constitución las organización de las

milicias corresponde exclusivamente al Congreso” lo que marcaba la diferencia con EEUU. También al

haber recurrido al ejemplo norteamericano se ignoraban los distintos orígenes de ambas federaciones.

Alem dijo “cuando las provincias se confederaron aceptando el sistema mixto que nos rige, hubieron de

desprenderse de parte de su soberanía” pero “nada se dice con referencia a las milicias, por lo tanto las

milicias son de los Estados” Alem era adversario del gobernador pero defendía este principio y apoyaba

al diputado tejedorista Luis Varela, quien tenía que refutar planteos de López: “En nuestra filiación

histórica , la milicia siempre a sido provincial” y señaló que López confundía “facultad de movilizar

milicias con hacerlas ejercitarse” y además es un DEBER nacional de cada provincia organizar su milicia,

darle jefes y hacerla hacer ejercicios. Cita la legislación de EEUU, en donde la facultad de convocar

corresponde a rama del poder popular (Legislatura) diferente de Argentina que es el poder ejecutivo

quien moviliza y son las cámaras las que autorizan a movilizar. Triunfa la posición de que la convocación

a las milicias es facultad del poder popular.

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Las armas

Cuando el Congreso restringió la convocatoria a la Guardia por ser época electoral, la dirigencia porteña

recurrió al principio de ciudadanía en armas y llamó a formación de batallones voluntarios, se formas así

el Tiro Nacional “era más que la milicias, era el pueblo que se manifestaba en toda su grandeza. Se

evoca al mítico rol de la ciudad y sus milicias ante las invasiones inglesas.

La convocatoria fue un éxito, miles de porteños se unieron a los batallones voluntarios dispuestos a

pelear por lo que entendían que era la defensa de Bs As. Entrenaban regularmente y los domingos se

hacían ejercicios en Palermo, donde acudían familias a ver el despliegue de armas. La ciudad entera

estaba literalmente en armas.

En el resto de las provincias la convocatoria fue menos entusiasta. Cuando el gobernados convocó a la

Guardia en toda la provincia, no fue tan fácil.

Desde el gobierno nacional, esta movilización cada vez más ostentosa se interpretaba en clave de

insurrección contra la autoridad legítima, que no podía sino ser reprimida en pos del orden y la

integridad nacional. Finalmente se enfrentaron, pero gana el ejército de línea, BUENOS AIRES FUE

DERROTADA…y la primera medida fue poner la Guardia Nacional enteramente bajo el control del

gobierno nacional.