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MUJERES ANNIMAS
LUCA DE MEDEROS
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Mis agradecimientos, absolutament
nfinitos, a todos los que apostaron po
este proyecto y me animaron, cada da
a llevarlo hasta el final.
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Solo haca treinta minutos que estabsentada en aquella salita, pero senta qu
levaba siglos en ese lugar, quieta, simoverse, entregada a la inercia. E
silln era lujoso, mullido, confortablede color neutro, pero incluso unenvejecida y desvencijada silla hubiersido igual. Su mente, sin parar, viajab
perdida por miles de parajes, recuerdo evocaciones. Algunos, amargos
violentos; otros, dulces, gratos. Con lo
ojos entrecerrados en alguno
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momentos, Adela Carmona nodespegaba la mirada de la angostventana que tena enfrente y qu
mostraba, a lo lejos, la inmensidad demar. Un azul pacifico, suave. A ratosmiraba el viejo reloj, que dominaba ecentro de una de las paredes, con usuave y continuo tic-tac, constante rtmico, que mostraba el paso de lominutos con una lentitud pasmosa. A
faltaban ms de tres horas, tres eternahoras, para abandonar ese lugar. Pudopartir mucho antes, pero no lo hizo. Poqu no me fui, y ya! -Balbuceab
enfadada en medio de ese desorden quera su mente. Algo en ella querpermanecer hasta el final, cumplir cosu deber. Lo haba repetido y hecho
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saber a la familia. -El deber de unesposa devota, segn los consejos de smadre. Pero cmo mi madre m
pide que sea una esposa devota? Poqu la obedezco? O en el fondo serverdad lo que temi, secretamente, ealgunos momentos: Que, en medio dese torbellino que estaba viviendohaba una especie de morbosa necesidade seguir all y sentir aquello en toda s
magnitud.Adela, atormentada, agit la cabez
con la intencin de remover aquellaextraas ideas. De todos modos lquedaban muy pocas fuerzas para haceotra cosa. Aunque los sentimientoencontrados la hacan pasa
abruptamente del deseo desquiciado d
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gritar como una perturbada y salicorriendo, al silencio ms rotundo. Pomomentos pensaba que quedarse all er
o ms acertado. La duda que lembargaba le ganaba a la tristeza. Oeran iguales? Incapaz de discernirsegua en el mismo espacio, con lmisma expresin y la misma posicinUna contrariada infelicidad y unsensacin de infinita orfandad l
mpedan valorar si estaba dando lopasos acertados. Por lo menos estabsola, en silencio, sin interrupcionesPensaba. Eso lo agradeca. No habr
podido atender a nadie, ni hablar, ni oa nadie. Necesitaba hacer un espacio emedio de ese dolor y pensar acerca do que vena despus, porque la batall
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segua y esto, con todo lo que implicabaera solo un alto, una breve paradamucho ms dolorosa de lo que hab
maginado, pero breve. Dos veces habentrado una muchacha de mirada difana ofrecerle un t, agua o cualquier otrcosa que quisiera beber o comer y ellni siquiera haba contestado. Su miradaguamarina, extraviada, indefensa saturada de dolor hablaba por s sola.
En los ltimos meses haba imaginaden reiteradas ocasiones este momentopero ahora comprobaba que jams logracercarse lo suficiente. Nada de lo quhaba supuesto se pareca a lo que lestaba sucediendo, a lo que senta, a lque estaba viviendo. Por momentos
recordaba las serenas conversacione
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que tuvo con su esposo respecto aacontecimiento final: cmo sera, qu shara primero, qu seguira despus
cmo lo asumiran. Sin embargo, hubperodos en los que, descontroladafuriosa, se rebelaba ante los hechos desbarataba lo planificado, se negaba comprender y deban hacer un altoLuego, una vez calmada, retomaban eema y recorran, pausadamente, una ve
ms, la rutina a seguir. En otraocasiones se jact, soberbia e irnicade contar con una fortaleza a todprueba. -Que no haba tormentas n
empestades que la vencieran! -Que nnecesitaba planificaciones previas, quendra todo bajo control, como siempro haba hecho, durante toda su vida!
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Los minutos pasaban lentos, muy lentoesa espantosa e incontrolable tristeza
que invada su alma de manerdespiadada, no daba tregua. Un gritsordo suba por su garganta siencontrar salida y las lgrimas brotabaatropelladas y anrquicas. Siproponrselo, durante breves instanteperda el control, pero la salita, con s
silencio, su tenue luz y la vista exterioque regalaba a travs de esas pequeaventanas, se transformaba en un singularefugio que la rescataba de todo aquello
A lo lejos, el panorama, con sus coloressu quietud, su silencio, ayudaba una otra vez a recorrer lejanos parajes qucrea olvidados. El verano apenas s
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asomaba y los tonos de azul qunvadan el horizonte dejaban todo es
ambiente al descubierto: una ni
delgada, alta, muy alta para su edad, counos cabellos marrones, onduladosdesordenados y rebeldes, movindosibre, mientras corra al salir de l
escuela pblica, calle arriba, bajo leterna y fresca sombra de la arboledfrondosa que dominaba las aceras d
ambos lados a ras de la calle. Eracalles coloniales que se salvaban de lgran metrpolis, calles pobladas dcasas antiguas, con ventanas altas
enormes portones de entradaprincipales, con sus antiguos zaguanesodo sin remozar, con el tiempo clavado
en cada fachada y en cada entrada, lejo
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quedaba la ciudad y sus rascacielosAdela corra feliz, perseguida por suhermanos ms pequeos, en direccin
su pequea casita. Cursaba sexto gradcuando se dio cuenta de que creca murpido, su cuerpo cambiaba, la ropa lapretaba y sus carreras hasta su casa lhacan sudar ms de la cuenta delatandun nuevo olor en su piel: una mezcla dcebolla rancia y vinagre dulzn. Po
aquel entonces ella no entenda por qusuceda eso y su joven madre, cuynstinto maternal aun estaba en proceso
permaneca absorta en otros mundos
donde ella, al parecer, no estabncluida. Siempre, en esa loca carrera
alcanzaba primero que sus hermanos eportn de la casona, que luego tra
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empujarlo con fuerza, lo soltaba en uestruendo que enfadaba sobremanera su abuela paterna. Adela corra a trav
del extenso jardn hasta los dos cuartitoque conformaban su pequeo hogarenclavado en el patio trasero de la gracasa de sus abuelos. Alldespreocupada, despus de cambiarse lropa escolar y comer algo, segucorreteando y jugueteando sin parar
unto a sus hermanos el resto del daEra una poca en que el mundo erperfecto. -Era perfecto ese mundo? Claro que era perfecto. No conoca otro
Nac y crec en esa casa todo giraben torno a ese paraso, mis aspiracioneeran mnimas, no me interesaba nadms. Pero un da, sbitamente tod
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cambi. -Qu edad tena cuando nomudamos? Estaba a punto de cumplir locatorce aos cuando salimos de all
Fueron muchos aos los que pasaronantes de que mi madre en un arranque dextraa heroicidad, con el terroplasmado en su cara y la marca de dofuertes manos en su cuello, junto a mihermanos y yo, partimos de all, con lpuesto. -De qu huamos? De mucha
cosas y de mucha gente, entre ellos, mpadre, el hombre de las mil caras quien jams llegu a conocer.
Es inevitable que Adela se incorporde su asiento, busque una toallitdesechable en su cartera, se limpie unvez ms su rostro y contemple de nuevo
a travs de las angostas y altas ventanas
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aquel horizonte; tal vez buscando eaquella inmensidad las respuestas a sudivagaciones. Observa el reloj que sigu
mparable en su lenta marcha. Saca sugrandes lentes de sol y se los pone. Suojos estn muy hinchados. Se acomodnuevamente y trata de pensar en otrcosa, pero es imposible, su mente se vpresurosa a la imagen de la estruendosfuga que signific la salida de s
diminuta casa, para luego vivir todos euna habitacin mucho ms chica que lanterior, en un pequeo apartamentounto a su abuela materna y su novi
taliano, con mucho menos comodidadecon una disciplina frrea. Giovanni er
un hombre bajito, delgado, envejecidantes de tiempo, con mal aspecto
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mirada esquiva. Nunca estuvo cmodcon ellos y se los hizo saber sidisimulo cada uno de los das qu
pasaron all. Adela senta que se lacababan las fuerzas para seguir coesos recuerdos, pero su mente era la qudominaba el momento y segundiferente, anrquica Qu
desagradable no poder controlar estdesfile de datos y recuerdos! musitab
con palabras casi imperceptibles.Mientras vivi su abuelo paterno, es
entorno que la cobij en sus primeroaos pas deprisa, sin sobresaltos. Solviva para jugar, correr y divertirse, nose percat del paso del tiempo ni de laestrecheces, ni siquiera de los abuso
hogareos, que comenzaban a asoma
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sus temibles caras. Desde que ella llega este mundo l fue su padre, sprotector, supapabuelo,pero parti
una mejor vida muy pronto, ms de lque hubiese querido. Un cncefulminante se lo llev en tres meses uego, en la casa que haba sido e
refugio de su vida, todo comenz decaer, a cambiar, da tras da. Poco poco se disiparon las mscaras de l
gente que la habitaba, dejando a la lusus verdaderos rostros. Los das daquella muchachita despreocupada ngenua llegaban a su fin. Sobre l
marcha y, sin previo aviso, se viouchando con todas sus fuerzas par
sobrevivir.
En la casona siempre escuch deci
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que vivan en un pas con muchariquezas, millonario segn decan! Millonario? Para quin? s
pregunta Adela, con una expresivirulenta, agotada, cuando ella, a lodiecisis aos tuvo que dejar loestudios, buscar un empleo de aprendide oficinista y ayudar a la economa da casa, de lo contrario se habra vist
obligada a regresar a todo aquello qu
haban dejado atrs. Adems debcolaborar en los gastos que demandabaos estudios de sus dos hermanosndependizarse de su abuela materna
orcer el destino y lograr algo mejor esus vidas.
La mente de Adela no tena descanso
oda su vida desfilaba desordenada y si
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pausa; destellos de imgenes pasabauna tras otra: la salida intempestiva da casona, su primer trabajo, e
Concurso de Belleza, el que gan, eque desech, su noviazgo, smatrimonio su esposo, su nuevhogar, sus hijas sus bellas gemelas, suprimera casa, su primer negocio... eretorno a la tierra de sus ancestros. Esnueva vida que encontr y que crey
una vez ms perfecta.Todo lo que la maestra enseaba en l
escuela, era absorbido por Adela siesfuerzo. Todo le resultaba sencillo. Laareas las haca en un momento y n
necesitaba preparar las clases del dsiguiente, por lo que el resto del tiemp
que le quedaba libre, era invadido po
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parajes encantados que Adela recreaben medio de aquellos maravillosoespacios donde se refugiab
constantemente junto a sus hermanosaventuras y juegos eternos que solcesaban al caer la noche. Desde ldistancia y, oculta en medio de lsalvaje hierba, observaba a su abuelpaterna que se le acercaba codificultad, buscndola entre lo
matorrales. Su pelo blanco recogido eun pequeo moo en la nuca, sus ojograndes y sus lentes bifocales colgadoal cuello le daban una aparienci
envejecida. Nada quedaba ya de aquellbelleza mediterrnea que mostraba eretrato que colgaba en una de laparedes del saln de la casona: un
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muchacha feliz, con un cabello oscurobrillante, largo y alborotado, de piel dporcelana y labios muy rojos, cuy
sonrisa dejaba a la vista una dentadurblanca y perfecta, con una verde miradaalmendrada, que mareaba al mdespistado. Esa mujer del retrato ya nexista, se esfum con la vida, lopartos, las prdidas. El sobrepeso lpasaba factura, nada quedaba ya d
aquel hermoso pasado. Su caminardificultoso y lento que Adela observabaescondida, desde la espesura de lplatanera, le pareca tan divertido qu
ugaba a esconderse y a aparecer dsbito. Su abuela Azucena, enfadada poos brincos de sorpresa que aquellouegos le producan, se retiraba de
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ugar llamando a gritos a su nuerapidindole que controlara a esos nios:
-Dara, Dara! Esos nios andan comsalvajes por el terreno, parecedemonios La ociosidad no es buenaponlos a hacer algo, castgalos!
repeta, siempre, cada da.Adela vuelve a observar el reloj
deja asomar una leve e imperceptiblsonrisa, casi como una mueca, irnicaburlesca. -Cmo deca eso mi abuelacuando mi padre era la ociosidapersonificada? -An escuchaba ntido
os repiques de aquella vozacompaados de su dedo ndicacusatorio cuando les daba alcance, y dsus grandes ojos verde oscuro, que lo
fulminaba con cada mirada.
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Ansiosa, una vez ms, Adela, observel reloj de pared, -solo ha pasado unhora, una miserable hora. Ser que estdaado? Revisa el telfono mvil parverificar lo que muestran sus ojos yefectivamente, comprueba con pesar qu
solo ha pasado una hora. Apagnmediatamente el telfono. En unosegundos aparecen mensajes, llamadaperdidas, correos. No quiere saber nada
Se arrellana en el silln, entrecierra loojos y se sumerge nuevamente en surecuerdos. Regresa a la casa de snfancia, casi sin proponrselo. L
primero que ve es a su padre, ArieCarmona, caminando hacia el terrenrasero de la pequea casita, a u
espacio libre de maleza, contiguo a s
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aller de arte, donde tena una grapecera de vidrio acomodada sobre unpila de ladrillos que servan de base
lena de algas, piedras marinas y pecemulticolores. La cuidaba como si sratase de un tesoro.
Ariel Carmona durante toda su vidlev una barba y unos bigotedescuidados y tupidos. Su ropaje, dvacaciones eternas, le imprima u
constante aspecto trasnochado. Aunquhubo veces en los que se ba, perfumvisti de manera formal si la ocasio requera, pero seguro que fueron mu
pocas. Quizs... en el funeral depequeo Carlos Cundo se cas comi madre! Quizs. -Sin embargo, l
normal era verlo sentado, a medi
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vestir, frente a su gran pecerobservando aquellos peces duranthoras. Adela no recuerda habe
conversado alguna vez con l. Todorespecto a su padre era distante, rarofro. Adems de sus peces, pasaba lodas inventando empresas que lo haramillonario de la noche a la maana. Trecuadernos lo acompaaban a todapartes, para apuntar las ideas que se l
venan a la mente referente a esomultimillonarios e infinitos proyectoempresariales. Entre la contemplacidel acuario y la redaccin de su futur
millonario, Ariel mataba parte de lahoras del da o de la noche, el resto deiempo lo ocupaba pintando en s
caballete lienzos de distintos tamaos
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algunos leos con paisajes pocprecisos o extraos, retratos de algfamiliar ya muerto o figuras sin sentido
colocados sobre entornos difciles dnterpretar.
De igual forma no se amilanaba a l
hora de enfilar sus pinceles copiandartes ajenas. Siempre tena a mano algcatlogo sacado de alguna bibliotecque le ayudaba en sus creaciones. U
permanente fondo musical de cualquieipo, segn su estado anmico, era part
de su entorno. Con un oficio pocdefinido y una labia extraordinarimostraba sus singulares trabajos a todel que quisiera verlos, cada vez que spresentaba alguna oportunidad, por l
que era normal encontrarlo charland
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con algn desconocido acerca de temavariados, como poltica, arte, geografareligin, en un simulado sal
organizado al pie de la pequeescalerita que daba a la entrada de sncmodo hogar. Era un espaciomprovisado, ataviado con un par d
sillones cubiertos con montones de telade distintos colores, que escondan sdesgastado y miserable aspecto
disimulaban su origen, muebledesechados y reciclados de algbasurero, acompaaban, adems, eescenario, una pequea mesa de meta
desvencijada y oxidada, donde scolocaba la bandeja de plstico, colorosada, con el caf que animara lanterminables tertulias, cuya nic
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ntencin era lograr convencer al clientde turno que se llevara el producto deda. Con una sonrisa extraordinaria, un
simpata desmedida, su inseparablacita de caf y sus cigarrillos. Arie
agotaba sus das vendiendo no slo suproducciones artsticas, sino un sinfn dartculos que consegua en las tiendas dcosas usadas o en los desperdicios dcasas antiguas, derruidas, que lueg
ofreca como valiosas y antiguas piezascon pasados gloriosos e historiaescabrosas que pregonaba sin rubor sin la menor vergenza. No se cansab
de repetir que algn da sermillonario, famoso y que todos tendraque hacer una reverencia a su pasoContaba con una elocuencia asombrosa
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era capaz de convencer al ms incrdulcon la idea de que la luna, muy prontose vendera por pedazos y que ser
entregada a sus dueos diligentementenvuelta en coloridos papeles.
Adela no recuerda haber visto a s
padre como un asalariado msdesempeando alguna actividad fuerdel hogar, con un horario estricto; todosus ingresos provenan de esos extrao
oscuros negocios. Una que otra vez, eun arranque de infinita generosidad, lextenda algunas migajas a Dara, smadre, y luego desapareca, ignorandcualquier responsabilidad con todoellos. Muchas veces esas desaparicioneduraron aos, porque terminaban hast
donde lo llevara su labia y la cantida
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de dinero que recaudada. El nicrecuerdo, que la remueve y la perturbprofundamente, es cuando, ebrio
drogado, decida dormir con ella, cosque se hizo ms pattico a medida quella creca y su cuerpo se desarrollabdejando a la vista curvas protuberancia que Adela, muncmoda, ya no poda esconder
Situacin que su madre, quien viv
prendida de una nube, aceptaba coresignacin. Con el tiempo esa mana sransform en algo que nadie pud
controlar. Adela se acostaba con Dimas
su hermano ms pequeo, y se abrazaba l con todas sus fuerzas, buscandproteccin, pero una vez entregada asueo era muy fcil quitar al peque
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del lugar y ponerlo en la cama de arribunto a su hermano ms grande o en la d
al lado, junto a su madre. Arie
pregonaba, con un desparpajsobresaliente, que su hija era de spropiedad, que sera l quien decidirqu vestira, qu estudiara y qu iba pasar con su vida.
A raz de esos desvaros de su hijoque con el tiempo se hicieron mu
evidentes, Azucena Calvo obligaba a snieta a vestir como un espantapjaros, para apaciguar malos pensamientos deca, convencida de que esas medidaprotegeran a su hijo de cualquienclinacin o deseo equivocado. -L
detest? Lo odi? Todava lo odio
Tal vez ya no. Y a mi abuela? La
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odi, tambin, con toda mi alma? Ono? Y a mi madre, y a todo el que supo yno hizo nada Qu siento por todo
ellos? -murmura Adela, bajito, sin dejade sollozar. Todava siente el rencor, ladecepcin y la contrariedad crepitanden su alma. Nada se fue con la muerte dsu padre, al contrario, todo qued allestancado, hasta hoy, como una pesada ncmoda sombra. Desde aquel da e
que les comunicaron la extraa y trgicmuerte de Ariel Carmona, un da dsrdidos deleites, donde ella, de manerexagerada, creyendo estar liberada d
esas sombras que le producan surecuerdos, saturados de extraofantasmas, que la atormentaban siexplicacin, crey, con seguridad qu
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sus ruegos haban sido escuchadosPero ahora, sin proponrselo, en medide este dolor, apareca una vez ms es
antiguo sentimiento, como un intrusdemonio, para recordarle que hubo anteotra muerte que ella anhel con fuerzaUn deseo, que se cumpli sidesperdicio y que con el tiempo pensabconfinarlo en el olvido. Su violentmuerte no fue un castigo, al contrario
fue casi un premio! Dios! Unodisparos y al otro mundo Qu injustes todo! En cambio, ahora, que hlevado como una gran Cruz quinc
espantosos meses de agona perenne que, cuando por fin se termina, no puedcon estos sentimientos de angustiamiedo, dolor y prdida. -Ser ese e
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precio que debo pagar por esosentimientos experimentados antaocuando me regocij en la muerte de otr
an cercano y tan distante?Desde el momento en que l
enfermedad de Xavier no tuvo retorno
Adela alberg en silencio, celosamentea pesar del vrtigo que le producaaquellos pensamientos, la certidumbrde que su partida sera un alivio para l
familia, para ella y las nias y as lrez mil veces en la pequea Capillitdel Hospital, en la Iglesia cercana a scasa, en sus interminables noches en eHospital velando su prdida dconciencia, en su casa, en la terraza demirador, donde se escapaba en solitario
cuando no poda ms, en su cama
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vaca, -que termine su sufrimiento y qusu alma encuentre la paz que necesitaDios Por favor, aydalo, que ya no
iene vida, est lleno de cables, jeringasubos y no conoce a nadie, no sab
quien soy! No. -vuelve a balbucear evoz alta. Ah estuvo el pobre, como upenitente, meses y meses, lleno de framquinas que lo ayudaban a vivirVivir? Era eso vida? -Un profundo
suspiro sali descontrolado de su boca una vez ms el llanto la domin. Lmuchacha de la mirada difana entr ea salita y, sin mediar palabras, entreg
a Adela una bebida dulce y refrescantque ella bebi rpido, sin preguntas, dun solo trago. De algn modo aquellbebida logr aliviar la profunda congoj
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de que era presa. Adela, sin dejar dsollozar y escondiendo sus ojos tras sugafas oscuras, pidi un segundo vaso d
ese lquido mgico, refrescante y dulceque le haba permitido respirar y, poco poco, volver a controlarse. Incmodapor no poder dominar sus emocionesamold su rebelde cabello, limpi srostro y revis la hora. Compardesconfiada, la hora del reloj de pare
con la hora que le mostraba su mviPor fin el tiempo haba avanzado. Slfaltaban treinta minutos. Treintminutos Para qu? Pens. -Par
erminar con esa espera. -Pero Qurecibira en treinta minutos? Una cajaUna caja con los restos del que habsido su esposo. Una caja con la ceniza
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de lo que fue l. -Y despusqu? Adela se incorpora del silln dondhaba estado todo ese tiempo, se acerc
a una de las ventanas y observa eexterior. No se oye nada, pero dentro dpoco tendr que irse con su caja enfrentarse a todo aquello que ve desdesa ventana, ese mundo bullicioso de lcalle, de las avenidas, de la autopistaSu casa, su negocio, su trabajo diario, s
familia. -Cmo ser escuchar losonidos de la vida sin l? Cmo seresa nueva sinfona? Desafinadadestemplada, distorsionada, agradable
musical?Al otro lado de la ventana el so
nflama el da. Ha comenzado la tarde
Adela pronto saldr con su nueva vid
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sobre sus manos. Se incorpora demullido silln, donde ha estadcobijada, busca en su bolso sus toallita
desechables, sopla y limpia su fina respingada nariz, seca sus ojoaguamarina, hinchados y enrojecidos poel llanto, no se despega de sus lentes dsol. Se vuelve a acomodar, ahuecada eel silln, con la intencin de poner smente en blanco. Dentro de poco saldr
de all a una nueva vida. No quierseguir recordando, solo quiere que eiempo pase rpido y partir. -Pero
dnde? Hacia dnde se parte cuando
uno le entregan los restos del esposo qufue, y que ya no es los restos de uesposo muerto? Un suspirentrecortado se le escapa de su boca
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nquieta, se acomoda en el mullidsilln que ha sido su refugio y sconsuelo durante las ltimas horas. S
entrega a sus pensamientos en medio dun vrtigo que no la abandona. Mipreguntas la invaden. -Cmo empezaresta nueva ruta de mi vida, a esta edadcon mi esposo sobre mi regazconvertido en cenizas? Dios! Qupasar cuando tenga aquellos restos
Entra en la salita un seor no muy altovestido con un traje gris plomizo, uncamisa blanca inmaculada y una corbatazul cobalto, que la saca de su
cavilaciones violentamente, porqurecuerda que ese color era el preferidde su esposo. Lo ve acercarse. Adela sacomoda en el silln, compone su ropa
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muy nerviosa arregla sus lentes oscurosEl hombre, con gestos delicados y vosuave, le comunica que pronto le ser
entregado el arcn con los restos de sesposo. -Pero hay una particularidad agrega, nervioso-, el padre del difuntha pedido otra caja de madera, con lmitad de las cenizas. -Adela, suspirhondo se quita los lentes, alza la vistenrarecida por el llanto, vacila uno
nstantes, mira al hombre con unexpresin de resignacin y, finalmentecon un leve gesto, aprueba el hecho, sihacer comentarios. En silencio, vuelve
derrumbarse. Cuando el empleado est punto de cruzar la puerta de salidaAdela logra articular algunas palabras yen un tono irnico, le reclama, -lo nic
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que quiero es que me den los restos deque fue mi marido, una parte, un trozo, o que sea, me da igual; lo nico qu
deseo es poder marcharme de este sitiunto a l, lo ms pronto posible.
El hombre, sin perder la compostura
extremadamente teatral, sale de la salit desaparece. Adela, muy nerviosa, sdetiene frente a una de las ventanas busca sus cigarrillos en el bolso
Enciende uno y aspira: profundo, lentouna y otra vez, incmoda. Estanonadada. No esperaba que Ramn, epadre de su esposo, su suegro, el to dsu madre, su to abuelo, su propifamilia, pidiera a ltima hora que lacenizas fueran separadas. Una part
para ti otra parte para m! Sonre
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rnica, triste, apenada. Mientrasopesaba contrariada este ltimo sucesoa muchacha de la mirada difana s
acerca y le pide que apague ecigarrillo. Seora, perdone usted. Nest permitido fumar. Desea que lraiga alguna otra cosa? No. -Adel
apaga el cigarrillo con fuerza, -NoSolo quisiera un marido vivo sano -piensa, pero no lo dice. Co
una ira que le es difcil controlar svuelve hacia la muchacha y agrega: Solo quiero la caja, con lo que quieradarme, de los restos del que fue m
marido. Gracias.Adela ha conducido su coche durant
ms de una hora a travs de escarpada
carreteras, busca ansiosa el lugar que l
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ha acompaado los ltimos meses. Nquiere llegar a su casa. Necesita uespacio, lejos, a solas, con aquella caj
que la acompaa en el asiento decopiloto. Por fin llega a un Mirador eo alto de la montaa. Estaciona e
vehculo, baja y se sienta en unbanqueta solitaria a observar el paisajcon la pequea urna en su regazo. El soaun calienta, pero la brisa impregnad
de un suave olor a pino silvestre es framuy fra. La tarde est finalizando y ecielo va cambiando sus tonos danaranjados rojizos a anaranjado
cenicientos.Hubiera sido mejor, sin lugar
dudas, sentir el peso de tus huesos
Amor mo! La caja es bella. La eleg d
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madera de palo de rosas, bajita, counos dibujos tallados en la tapa y tuniciales en letra cursiva. Seguro qu
esto ltimo te hubiera parecido cursi. Eque as, con esas caractersticas, podrconfundirse con una caja de bombonesuna caja de puros o mejor an! Upequeo refugio de cartas de amorescritas en papel de seda, de una antigurelacin de algn antepasado glorios
que, en su momento, por ilcitasescondi el conjunto de esquelas cuyoescritos delataban los ms ntimosentimientos dentro de sus respectivo
sobres, atados con una cinta de sedroja, en un doble fondo. Adela, emedio de aquella soledad, solloza simites, profundamente. Como s
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quisiera vaciar en ese llanto toda lristeza acumulada. Necesitaba darse u
respiro. Muchas lgrimas recorren ahor
su rostro.-S. Para esto ltimo, era la caj
perfectami amor. Cuando la eleg, e
mi mente no figur para nada la razn desta adquisicin. La verdad es que npens jams en lo que iba a meter dentrde ella: ese montn de polvo
piedrecillas desconocidas, de color grisque me impide pensar con ciertcoherencia estos restos que mrecuerdan que ste fue el hombre quhasta hace un ao dorma a mi lado. Lpersona que sin duda he amado, a pesade todo, desde que le conoc. El hombr
que, si pudiera escoger, me hubier
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gustado llevarme a casa con todos suhuesos, enteros, limpios y no sucenizas. Cenizas que cualquier viento
en un descuido, me pueden arrebatarAdela se cambia de asiento y se refugidel sol a la sombra de un esculidalmendro, sigue sentada frente a lnmensidad marina, con la caja en s
regazo y la mirada perdida en ldistancia. Fuma lentamente un cigarrillo
dos cigarrillos. Se limpia la nariz y loojos una y otra vez -Dirn que estooca. S. Loca de dolor, de orfandad, d
abandono Ay, si hubiese podido
levarme tus huesos enteros, amor! Piensa, mientras acaricia la tapa de lcaja.
-No s. Tal vez en medio del saln o
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en nuestro cuarto unira cada uno desos huesos, hasta restaurar completo tesqueleto, como si de un rompecabeza
se tratara y, cuando estuviera listo, macostara al lado de todo aquello yquin sabe, habra recuperado a
menos tu porte! Tan solo por umomento me pondra a tu lado en medide la habitacin y, por breves instantese recuperara, aunque fueras solo un
parte, de lo que fuiste mi hombreQuin sabe, en esa improvisadestructura podra ver y reconocer a esser lleno de energa que una ve
fuiste! Quizs, incluso, a travs de tdentadura, tu bella dentadura, con esasingulares partes de oro que en unoportunidad te dio por hacer segn m
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comentaste: -para parecer un amantde una poca antigua! Insististe qu
era para amarme con ms estilo! Adel
sonre con un gesto triste y desalentadoren medio de continuos sollozos, con srostro baado por las lgrimas. -Esodientes que, suaves y delicados, persalpicados con una infinita pasinugueteaban sobre mi cuerpo desnudo e
aquellos mltiples momentos d
desenfreno y lujuria que inventabas que yo comparta, porque eramomentos especiales y nuestrosMomentos que borraban de un plumaz
as dificultades y los sinsabores de lrutina. Verdaderos aquelarres, cuyonicos participantes ramos nosotrosT y yo. Siempre estuvimo
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hambrientos de pasin! Siempre. Segurque estos gratos recuerdos mayudarn A qu? A todo creo. S
ese armazn de huesos hubiera salidbien, mi amado, hubiera tomado tu carentre mis manos y la hubiera acariciadcomo no lo pude hacer nunca. O mejorcomo no lo hice nunca, porque estabmuy ocupada no s en qu, perocupada y tampoco lo hice, en es
arga y espantosa agona que nomantuvo unidos pero sin pensar ecaricias. Era un entorno demasiaddoloroso y sin esperanzas para pensa
en detalles, sin embargo es un hecho qume qued atragantado desde tu partidaQu desperdicio! Solo hubo pasin
rutina. Trabajo y codicia. Es que nunc
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se me ocurri acariciarte ociosaseductora! Qu desperdicio! Esason mariconeras, cursileras
Deja! me repetas. -Aunque no tgustara, deb hacerlo. Adela se quedcon la mirada clavada en el horizonte-Qu vida esta y estos pensamiento
de loca que no paran! Nada puedo hacerDebo conformarme con este montn dcenizas sobre mis piernas aunque no m
atreva a mirarlas, eres t! Ests ah, mamado y pronto, sers parte ns tal vez del mar o la tierra. Pero sni siquiera ests completouna mita
estar en mi casa y la otra quin sabecon tu familia al otro lado del marQu detalle!
Adela vuelve a perder el control
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lora desconsolada -Todos mientecuando dicen que comprenden mi dolosusurra-. No pueden comprender est
que siento porque ni yo lo comprendoY despus qu se hace con lcaja? Quizs, ms adelante, cuando eiempo me ayude a disimular mi herida
haya tenido el valor de esparcir estpolvo en algn sitio, pueda conservar lcaja dentro de mi casa y depositar e
ella todos mis recuerdos, los buenos, lomalos, los amargos y los dulcesRecuerdos que sern escritos eesquelas de papel de colores, puestas e
hermosos sobres, con letras doradasamarrados con una cinta de seda roja quin sabe! Tal vez pueda dejarlo
como una herencia. Quizs, no ss
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pierdan, olvidados en algn rincn! Efinal del da se asoma a pasoagigantados en medio de un brillant
atardecer reflejado en un mar tranquilo iso, adornado con nubes de distintoonos cenizas que se unen en un lmit
esplendoroso imposible de ignorarAdela termina de fumar su cigarrillo, dnmediato enciende otro y parte en s
coche sin dejar de pensar en lo
perfectos y hogareos escenariofamiliares que expuso al mundo y en lagotadora que fue su vida, relatandocuidadosamente, una ajustada y oportun
historia de su pasado, a su desaparecidesposo. -Ser que ahora encontrar lranquilidad? Ser yo, por fin? A qu
precio...?
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Dara se enamor de Ariel a una edaden que los amores son solo efmera
lusiones que llegan y se van. Rpidosin previo aviso. Eufrica y embriagadpor l, a sus trece aos, se dej lleva
probando a destiempo las mieleprohibidas. Era una poca dgeneraciones alborotadas, drenovaciones y cambios, de rebeliones
desobediencias, de guerras fratricidaque el mundo censuraba. Caracas, partmportante de ese torbellino d
modernidad, no era la excepcin; su
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ropicales calles se llenaban dnmigrantes en busca de sueonconclusos. Seres diversos, que hua
de distintas opresiones y se repartan loespacios, en una ciudad que crecanrquica, alegre y confusa, empujadpor la placidez y el espejismo de unriqueza efmera. Una joven ciudadngenua e inexperta, que se mova
curiosa, entre corrientes y movimiento
rados por los exiliados de pasevecinos. Una urbe que alberg sidistincin religiones y sectas que senriquecan con sus meditaciones, su
viajes astrales, sus comidas y suejercicios relajantes. Un lugar quabraz el movimiento hippie exportaddel norte, promoviendo el amor libr
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que se abra paso en medio de esrenovacin urbana y del estupor quprovocaba en los adultos. Hombres
mujeres desnudndose sin vergenza relegando al rincn de los recuerdos lcastidad que, de ser una virtud, pas ser una imperfeccin. Todo este desfilde novedades hacan de Caracas uugar envidiado, una ciudad para visitadisfrutar, la diversidad y el trpico s
fundan en un baile seductor e hipnticoque ni ella ni sus habitantes se lmaginaron jams.
Ariel y Dara se conocieron en una desas tantas calles llenas de gente, qusin prdida de tiempo, organizabaconcentraciones y protestas de cualquie
hecho o injusticia, comprobada o no
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conocida o desconocida. Perdido entra juvenil y agitada muchedumbre, e
grupo de Dara Daz se top con u
mprovisado vendedor, quien con unrapidez sobrenatural se les acercpresentndose, -como el amigo dodos los que son de este mundo y de lo
que no lo son tambin; vendedor dfortuna, una fortuna que llegar a cadpersona a travs de la cantidad de suert
que su aura atraiga-. Era un individuque se deslizaba entre la gente commarioneta mal amarrada y que contabcon la particular habilidad de captar s
atencin con facilidad. Con unmprovisada literatura y los abalorio
que cargaba, juraba, por todos loSantos, que lo de l no era un negocio
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que aquella actividad era el producto duna revelacin, porque ayudaba a lgente a encontrar a la esquiva suerte
Sintindose el centro de atencin entrel grupo de muchachas, habl sin tapujocon todas y cada una, hizo chistes, lecoment las razones de la concentraci les ofreci su maravillosa mercancrada de lugares remotos
desconocidos. Dara, sin entender nada
mareada por la elocuencia de esnterlocutor, no pudo evitar contemplarfascinada, un poco apartada del grupoo que el chico despeinado, con much
barba, de ojos coquetos, sonrisa fcil discurso locuaz, les deca.
Aquella maana Dara se hab
evantado mucho ms temprano que d
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costumbre, para dejar todo recogido pedir el permiso a su padre. -Ira a lBiblioteca Pblica con sus compaera
de clase a pedir prestados unos librosdespus de la jornada diaria del colegioLe coment, mientras colaba el caf
serva el desayuno para los dos. Ehombre haba aceptado. Desconfiaba da veracidad del hecho, pero ese da lo
huesos le dolan como nunca y n
rezong. Para Dara esas furtivas salidaeran pedacitos de libertad, quconsegua de vez en cuando, y ladisfrutaba plenamente. Junto a su
amigas y compaeras de clase, al salide la jornada escolar, guiadas por lms atrevida, se fueron a la Plaza decentro de la ciudad, donde se llevara
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cabo una protesta por una guerra que loamericanos del norte ayudaban a libraen Asia, en un lugar llamado Vietnam
Dara, que de geografa saba muy poco casi nada y que, medianamente, ubicaben el mapa del saln dnde quedaba sciudad, las tierras vecinas y EstadoUnidos, no consegua encontrar el lugadonde se hallaba ese otro pas. Nunchaba odo hablar de l y no conoca n
su ubicacin, ni su nombre, hasta lleg dudar de su existencia, pero eso no errelevante, lo importante para ella era lque viva en esas clandestina
escapadas. Esas experiencias junto a suamigas de clase valan ms que lguerra, la geografa mundial y suenmaraados conflictos. -Conflictos
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guerra! Qu va! Conflictos y guerrera lo que tena ella en su casa todos lodas, con un padre solitario, envejecid
enfermo y una hermana amargada, quviva como si guardara en su alma toda tristeza del mundo, sudando a cad
paso su enfado y su misterioso tormentoEn su corta vida, lo que ms conocDara era su casa, agria y lgubre, sbarrio antiguo y rutinario y el Litoral, l
zona costera cercana a la ciudad dCaracas, que Dara aoraba. Fue un lugaperfecto que visit algunas vecescuando su madre an estaba en la casa
eran una familia casi normal. Aunquese es un recuerdo un poco borroso, lconserva, lo alimenta y, cada vez qupuede, cierra sus ojos y lo repasa en s
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mente.
Salan muy temprano, al alba, ecuanto el sol asomaba sus dbiles rayoscargando con los bolsos y la cesta dondba la merienda del da. Se iba
caminando rapidito directo al autob
que los trasladara hasta una playgrande, con arena blanca y un mar azuurquesa, donde Dara y sus hermano
correteaban, se baaban, se revolcaba
en la arena y se volvan a baar una mil veces, sin lmite, durante todo el damientras su madre tomaba el sol sobruna silla alquilada, con su traje de banegro, su sombrero de ala ancha blancsus lentes de sol negros que la haca
parecer una artista del cine. Pero,
veces, a media ciudad se le antojab
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hacer el mismo paseo y las retencionede los vehculos en la carretera eran taextensas, que su madre, impacient
como era, no las aguantaba y furiosfinalizaba el paseo y regresaban coodos los brtulos, los bocadillos, y lo
refrescos. Cuando eso sucedacaminaba tan rpido que ella y suhermanos deban correr para alcanzarlaEn esas ocasiones la merienda del d
erminaba siendo un picnic improvisaden el ltimo patio de la casa, en medide un extrao silencio. Su padre nuncparticip de esas aventuras, ni d
ninguna. Creci vindolo caminar de uado a otro dentro de la casa
rezongando o peleando sin motivo, sentado al final del da a la entrada de l
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puerta principal tomando el fresco frente al televisor, dormitando.
Dara, en esas disimuladas escapadasse diverta como nunca, por lo tantoninguno de esos recuerdos importabaPara ella, alejarse del yugo paterno, d
a amarga mirada de su hermana y sentique, por breves momentos, era otrpersona, no tena lmites y se entregabextasiada a esos pequeos lujos que ell
se preparaba.Ariel, un muchacho de veintin ao
recin cumplidos, con unos hueso
fuertes que alcanzaban el metro ochentadelgado, de expresin alegre y miradlana, llenaba sus das asistiendo
cuanto alboroto se organizara e
Universidades o Plazas pblicas. Hab
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salido del bachillerato sin saber quhacer con su vida. Le gustaba el arte y se daba bien el dibujo y la pintura a
leo que haba aprendido de su madrepero encerrarse cinco aos en un salpara poder hacer unos cuantos cuadros exponerlos, no iba con l. Tambin lgustaba la poesa y, en su aos destudiante, haba llenado un cuaderncon versos y estrofas, que en algun
oportunidad le mostr a un profesorpero ste le haba indicado quprofundizara en potica, en mtrica, queyera a Aristteles, a Machado
eruda y eso lo atorment sobremanerapor lo tanto, cogi el cuaderno de verso estrofas, lo meti en un cajn y s
olvid de ello. La norma, el estudio, e
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rigor, lo estresaban. Pero su padrequien vea con muy malos ojos la ociosvida de su hijo, a cada momento l
reclamaba que deba hacer algo parayudar con la economa de la casa. -Earte no da de comer ni paga las deudas el deambular desocupado de un ladpara otro, tampoco! -le espetabcontinuamente. Sin embargo, Ariel ano encontraba su misin en esta tierra
reclamaba paciencia y tiempo, palabraque Alberto Carmona no entenda. Lapeleas y discusiones dentro de la casde los Carmona Calvo cada vez suba
ms de tono, por lo que Azucena, sumadre, haca magia cada da para que nse encontraran, -Por favor cuandlegue tu padre desaparece hijo
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para que la sangre no llegue al ro, -lrogaba. En ms de una ocasin AlbertoCarmona haba echado a su hijo de casa
agotado por la indolencia y la desidiaPero ms tardaban en sacarlo, que l evolver, prometiendo que trabajara y qucontribuira con la economa familiarAzucena Calvo no poda ver al tesoro dsu vida pegado a la reja del jardn coun bulto entre sus manos. As, tratando
de contribuir con la paz hogarea, Arieldurante algn tiempo, estuvo dayudante de un transportista, luego dvendedor de comida de animales
despus de ayudante de carnicero finalmente de vendedor de boletos dotera. En esa ltima actividad, en l
cual solo dur medio da, se dio cuent
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que la gente siempre suea con ganar umontn de dinero con solo comprar upapelito con un nmero. - Qu
ngenuos! Pensaba l. -Si para lograrlse necesita mucha suerte. Entonces fucuando le vino aquella iluminacidivina y se le ocurri la brillante idede vender la materia prima de lsuerte. Esa era la revelacin questaba esperando y se puso manos a l
obra. Busc minuciosamente el talismque convertira en amuleto de lsuerte y que ayudara a la gente, a ganao que quisiera. La obsequiara por u
mdico precio y un discursconvincente, que sin duda atraera lsuerte a todo el que lo adquiriera.
Ese da, como lo vena haciend
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haca varios meses, llen su bolso cosus talismanes y esta vez, adems, counos cuantos libros de Meditacin
Relajacin. Libros inconclusos, que lhaban regalado por defectuosos en unmprenta del barrio y que, si
prembulos, convirti en mercancmprescindible para sus negocios. Es
sera la literatura que acompaara a stalismn de la suerte que venda, mu
bien presentados, en unas bolsas derciopelo negro y cinta roja. Se tratabde pequeas piedras, que recoga en laaderas de un ro cercano al Litora
central y que despus de un prolijavado y secado, -pues se trataban dos milagrosos productos que venderuego por las calles de la ciudad-, la
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pula con esmero. La ganancia era pocapero le permita financiar sus brevepaseos, sus cigarrillos, los normales
os prohibidos, una que otra fiesta y, loms importante, aportarle unas cuantamonedas fuertes a su madre, quien hacun ruido enorme cada vez que su hijo lextenda esas pequeas ddivas. Estltimo era lo ms importante, as spadre dejaba de mirarlo con ojo
acusadores y poda seguir su descansadvida, sin prisas.
Aquel da, muy temprano, Ariel sencamin hasta el lugar donde slevara a cabo la concentracin
Prometa ser exitosa por el despliegupublicitario que tuvo. Estab
convencido de que ese da vendera tod
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su mercanca de ilusiones. Se pas lmaana de un lugar a otro, mezcladentre la gente, ofertando sus productos
pero sin xito. -Lo que vendes ncuadra con la esencia de la protesta! Le espet un asistente. Pero esocomentarios no amilanaban el empede Ariel. Se trataba de vulgarederroteros que envidiaban su quehacecomercial. Al terminar la maana, e
pleno medioda, cuando el sol escaldabos pensamientos y encenda las cabezade los asistentes, quienes amenazabacon volverse violentos, inspirados po
os discursos cada vez ms prendidosAriel, con lentitud, se fue retirando decentro del tumulto y, por uno de esofurtivos espacios que quedaban, entr
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odo ese montn de jvenes reunidosdivis, bajo la sombra de un viejmango, al grupo de muchachas, risuea
nerviosas, vestidas con uniforme dLiceo pblico. Se aproxim, resuelto venderles lo que pudiera de la literaturmutilada y los talismanes de la suerteSin proponrselo se encontr de frentcon la mirada de la chica ms altacabello de mueca y sonrisa afable
quien se aproxim a l y con curiosidacogi y observ cada una de las piedraque ofertaba con un inusitado inters una delicadeza que ni ella se explicaba
Ariel, aprovechando el inters de lmuchacha por su mercanca, se arm dsus ms rebuscadas palabras parexplicarle la importancia de la terapi
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de las piedras preciosas semipreciosas descubierta por loorientales haca miles de aos, discurs
que respald con sus pequeos libritoque sac de un bolso de mil coloresejido a telar, que colgaba cruzado
desde sus hombros. Dara fue incapaz devitar aquella imagen de Cristpredicador que le sugera aquemuchacho. -Si hubiera llevado sandalia
una tnica, hubiera jurado que srataba del mismsimo Jess. -Pens.
Soadora empedernida, Dara se alejdel grupo de sus amigas, empujando Ariel con una imperceptible sutilezahasta las afueras de la muchedumbresimulando un marcado inters por l
mercanca que le ofreca el chico. N
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ena con qu comprar nada de aquellopero eso no fue impedimento parpegarse a aquel vendedor de sueos
quien muy halagado y con su egcrecido, por aquellas lisonjas que ella lobsequiaba, pensando que aquel dhaba conquistado a la muchacha mbella, sigui el juego, sin percatarse quaquella gacela, quien se le habpresentado como una aparicin, s
colgara de su cuello, para no soltarseporque l, era lo ms cercano a libertad y al amor con el que ella soab
cada da, encontrando por fin la soluci
a su triste existencia.Lo que quedaba de la familia d
daira Daz Santana se reduca a u
padre envejecido y solitario y s
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hermana, seis aos mayor que ellalamada Mara Mercedes, con quien s
cruzaba algunos domingos por l
maana, cuando tena el da libre. Ellrabajaba en una panadera desde hac
varios aos. Su jornada comenzaba aamanecer y se extenda hasta el final da tarde y luego, por la noche, parta a unstituto Universitario, donde estudiab
Administracin. Era muy hbil. Haca u
ao que haba terminado el Bachilleratofinanciado por ella, ignorando pocompleto los reproches de su padrequien se opona rotundamente a que la
mujeres estudiaran. Se les llena lcabeza de letras y nmeros y luegquieren vivir la vida libertina, comunas putas -Repeta cada vez qu
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ena oportunidad o se pasaba con evino de la cena. Ahora ella seguestudios de Tcnico Superior. Er
silenciosa, apenas hablaba cuandestaba en casa y su mal genio lo cargaba flor de piel; mucho ms, desde quJuan Ignacio, el mayor de los trehermanos, haba muerto vctima de unsobredosis. Una mezcla de drogas pocconocida, segn dijeron en emergencias
donde ella lo llev con la ayuda de uvecino, cuando ya su alma haba partida una mejor vida.
El padre de Dara, siendo muy jovense fue desde Madrid a las IslaCanarias, huyendo del fro peninsulaque haca mella en sus huesos. Buscand
un mejor clima para su raqutico
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enfermizo esqueleto, se instal en la islde Tenerife, un lugar templado que lpermitiera vivir cmodo, encontrar u
rabajo y formar una familia. Prximo cumplir los cuarenta aos, cuando ycrea que el tren se le haba pasado y squedara irremediablemente solteroJos Manuel Daz Castaeda se cascon una moza tinerfea, casi tan altcomo l, de mirada azul, con un cabell
negro abundante y alborotado que lembruj desde el primer momentoAlegre y jovial, Milagros SantanFerrer, una chica de escasos quinc
aos, se sinti encantada y protegida poese padrote que haba conquistado. Parella, aquel galn entrado en aos, cosus incipientes canas en las sienes, er
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perfecto. Alto, fuerte y maduro, era loque ella buscaba. La pareja, tras unodas de descanso, se instal en la isla d
Tenerife. Pero las cosas no tardaron ecomplicarse y, empujado por loproblemas econmicos de las islas, lfalta de empleo y fascinados por locomentarios que llegaban de ultramaacerca de las maravillas del NuevContinente, a mediados de la dcada d
os cincuenta, Manolo Daz, sin dudarlose embarc en un viejo buque del siglXIX, junto a su mujer y sus tres hijopequeos y partieron a Venezuela en
busca de la Tierra Prometida. Locomienzos en la nueva tierra, con layuda de sus coterrneos, fueron tabuenos, que en muy poco tiempo lo
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ngresos que estaba recibiendo Manole permitieron comprar una vieja cas
colonial, en una antigua zona de l
ciudad, bastante respetada, con historiadonde adems, vivan muchocompatriotas venidos de diferentregiones de Espaa y otros de diversougares de Europa.
Manolo Daz disfrutaba plenamentde aquella abundancia. Era lo que hab
estado buscando durante media vidaPero su penosa enfermedad no tard ehacerse notar. Los huesos comenzaron pasarle factura. La artrosis degenerativa padeca desde muy joven, nunca se lrat, solo se limit a tomar calmantesodos los que le recomendaban. Per
leg el momento que ms haba temido
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Sus huesos no dieron para ms y quednhabilitado para el trabajo qu
realizaba como albail de primera y s
vio obligado a replantearse su vidaReorganiz la vivienda que habadquirido, transformndola en unvecindad, para alquilar cada una de suhabitaciones y vivir de la renta que elle proporcionaba. Pero sus das dentr
de la casa arruinaron la convivenci
entre l, sus hijos mayores y su mujerAdems, los ingresos disminuyeron, poo que Milagros Santana, al ve
mermado el presupuesto del hogar, s
busc un trabajo. Ms que sexperiencia, que no tena, fue suventud, su belleza y su porte, el ava
para encontrar rpidamente un empleo
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Ella orgullosa y arrogante saba qucontaba con cierto atractivo, por esbusc en los restaurantes m
exclusivos. As fue cmo en las afuerade la ciudad encontr el que se ajustaba sus pretensiones.
EnEl Giovanni, entr como ayudantde cocina, propiedad de un italiannapolitano, inmigrante como ella, bajitoregordete y muy hablador, quien, desd
el primer momento, qued fascinado coel porte de Milagros y no dud econtratarla. Sin embargo el transporthacia el restaurante era deficiente Milagros ni contaba con vehculo propipara ir y venir, ni conduca, por lo qucada semana se vea obligada
pernoctar all. -Los das ms fuertes
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segn reseaba, que eran casi todosvolva a su casa el lunes por la maanaLlegaba cargada de exquisiteces par
compartirlas con la familia, perManolo despreciaba todo lo que traa smujer y esos das libres dedicados a lcasa se convertan en un verdadernfierno. Milagros, al principio
procuraba llevar la rutina y, estoicaaguantaba los arranques de su marido
sus celos y su desproporcin en loreproches, pero con el tiempo eambiente dentro de la casa Daz Santanase fue haciendo ms denso, ms grosero
ms violento. Un lunes, sin dar ni unexplicacin, Milagros Santana napareci por su casa. Manolo, con esemblante rgido, pregunt a sus hijo
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qu saban de su madre. Eso ocurrisolo las primeras semanas y luego, upar de veces, pero al cabo de un tiemp
no se volvi a hablar del asunto, hasta epunto que prohibi pronunciar el nombrde Milagros dentro de la casa. Darsiempre pens que esa separacin entrsus padres haba sido pautadpreviamente, que no haban querido quellos lo supieran para evitarles un ma
momento. Pero uno de esos domingosen los que coincidi con su hermana ea cocina y, viendo que en ella asomab
un resquicio de cordialidad, la abord
con algunas interrogantes. Ellrespondi directo y sin tapujos, fra escueta.
Nuestra madre se qued viviend
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con su jefe ese enano italiano que lcontrat Espero que sea tan infelicomo nosotros -agreg irnica. Si
embargo, a pesar de la amargrespuesta, Mara Mercedes se detuvocarraspe y con una sorprendentamabilidad se sent frente a Dara aadi.
-Cudate mucho, Dara, padre es uviejo enfermo, que cualquier da se no
va y Juan Ignacio anda un pocextraviado, y yo yo no estoy parcuidar a nadie. Ya eres una seorita
ada de sonrisas coquetas, ni mostraditde dientes a cualquier badulaque quencuentres por ah. Un desliz cualquierpuede ser tu perdicin. Si traes un
barriga a esta casa, padre te pone d
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patitas en la calle al instante, y yo, yno alcahueteo frescuras ni tuyas, ni dnadie. -Le advirti mirndola fijament
a los ojos. En medio de toda esconversacin, Dara, ms cmplice, satrevi a interrogar a su hermana acercde su madre. Necesitaba saber algo msMara Mercedes, extraamentconmovida, fij su mirada en un lejanarbusto del patio, donde haba una sill
que observ desde la cocina y agreg:Nuestra madre. Aquella que s
sentaba a la sombra de aquel arbusto poas tardes y que desde all nos gritab
nuestros deberes, aquella que sali dcasa en cuanto padre se qued en ellapues esa mujer, un da, si
explicacin, no volvi ms porqu
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prefiri a otro hombre antes que nosotros olvdala, Dara, olvdala. Mara Mercedes hizo un alto y lueg
agreg-, la busqu por muchas partescada da, durante meses, para decirlque la perdonaba, que no nos dejara, qua necesitbamos, pero no la encontr
hasta hoy no s nada de ella. Debemoolvidarla. Algn da, quin sabevoluntariamente o aquejada por la culpa
se nos acercar, nos pedir perdn odo pasar. Ahora, no me vuelvas mportunar con esas complicada
preguntas Bscate la vidania!
Replic perdindose por el largo pasillde la casa. No hubo ms informacinDara debi conformarse y aceptar srealidad. Sin embargo, siempre tuvo l
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certera intuicin de que con el tiempo smadre la buscara y ella, sin preguntara perdonara, pero ese moment
ardara mucho en llegar.Juan Ignacio, el hermano mayor d
Dara, dej el liceo en cuanto su madr
desapareci. Luego se busc un empleen el mercado de vveres cercano a lcasa. All venda, cargaba, transportabe iba de un lado a otro, pero comenz
relacionarse con gente misteriosaaquella que los comerciantes teman poco a poco Dara vio cmo su hermanocon quien jugaba y comparta muchomomentos dentro de la casa, a quiquera de manera especial por sernura, un da dej de hacerlo
alejndose de ella, de su hermana y d
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su padre, esquivando sus miradahacindose ms silencioso y apagadoDej de llegar a casa por las noches y s
presentaba en estados deplorables aamanecer. Entonces comenzaron ladiscusiones con su padre y con shermana. Con el tiempo, aquelladiscusiones se hicieron ms enrgicasviolentas y escandalosas. Muchas veceDara rez con ahnco para que n
volvieran a encontrarse y se terminaraas peleas. Aquellos altercados lgolpeaban la cabeza, despus no poddormir y su mente se llenaba de extraa
mgenes. Una noche de lluvia unovecinos llamaron a la puerta de lvivienda y advirtieron que Juan Ignaciestaba en muy mal estado a un costad
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de la puerta principal. Manolo Dazapoyado en sus bastones, fue el quatendi a aquellas personas. Co
dificultad se asom y asegur que esera una borrachera sin importancia, quse fueran a sus casas. Les agradeci lmolestia y les pidi que se marchararanquilos que ya l se ocupara. Pero no hizo. Cerr la puerta principal y le
prohibi a sus hijas que lo auxiliaran.
Dejen a ese vagabundo que se muercomo un perro callejero. l se lo buscLes grit.
Mara Mercedes, silenciosa, esper que su padre se fuera a su cuarto y, unvez dormido, sali a la calle. Era mde medianoche. La lluvia segua si
parar y la calle estaba inundada d
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sombras. Dara la sigui, pero solo viun bulto en posicin fetal en la acera. Shermana, intent moverlo, pero tena l
ropa mojada y se le resbalaba, pesabdemasiado. Dara, al ver que aquel bultoque se pareca a su hermano no smova, se puso a dar gritos y a llorahistrica. Mara Mercedes la mand a scuarto y cerr la puerta de la casa. Darasin dejar de sollozar, no supo ms, e
cansancio la venci y se durmiprofundamente. Despus comprendi, aescuchar tras la puerta, que en esmomento su hermano Juan Ignaci
agonizaba y que lleg a la Emergencidel Hospital Vargas sin signos vitales. Mucha droga, mucho licor y poccomida. Una mala vida que no perdona
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le coment un enfermero a MarMercedes. Esa noche la hermana dDara lleg a casa al amanecer
completamente mojada. La suave lluviaque comenz al final del da anterior, sconvirti en un diluvio que amain medianoche para volver a las pocahoras, sorprendindola a la salida deHospital. Haba vuelto a su cascaminando bajo la lluvia, sin protegerse
Luego, sentada en la cocina, con la vistperdida, mientras el alba naca, llor esilencio, empapada, esperando a qunaciera del todo el da para comunicarl
a su padre la partida de Juan Ignacio.Dara se despert esa maana con lo
gritos de su padre y de su herman
Mara Mercedes, ella se oa frentica
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Por lo que pudo deducir, su padre snegaba a financiar la sepultura de Juagnacio. Que lo tiren a una fos
comn! Vociferaba furioso. MaraMercedes, con una gran frustracin cuestas, y a pesar de la discusin, no satrevi a objetar a su padre, adems nena los medios para costear tod
aquello. Esa tarde Dara vio a shermana guardar todas las cosas de Jua
gnacio en varias bolsas de papel, luegas llev al final del pequeo patio.
-Aydame! -Le replic-. No tquedes ah como una sosa. Trae el restode las bolsas! -Dara obedeci, sireclamar.
En silencio, fue llevando las bolsa
hasta el lugar. Mientras tanto, Mar
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Mercedes haca un gran hueco al finadel patio, al lado del arbusto preferidde su madre. Despus cogi todas la
bolsas y las meti en l. Luego reg todcon kerosene, les prendi fuego y, couna expresin desquiciada, esper a quodo se volviera cenizas. Finalmentap el hueco e hizo un pequeo espaci
donde enterr una maceta con unesculida mata de limn. Dara se acerc
para ver en qu terminaba toda aquellceremonia.
Esa ser la tumba de nuestrhermano. Reza en silencio. Yo tratar deconectarme con el susurro de lomuertos para que lo cuiden, le comentMara Mercedes, sin mirarla-. No diga
nada a nuestro padre! Ahora mismo est
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dormido. Si hablas te las vers conmigosentenci.
Ese da para Dara fue un dnvariable, termin como comenzriste, lluvioso y gris, con Mar
Mercedes sentada junto a la mata d
imn sollozando y ella quieta, parada su lado, imitndola.
La casa de los Daz Santana habcambiado mucho con la partida de DoMilagros. Pero con la muerte de Juagnacio el silencio se qued pegado eas paredes y en cada rincn de l
vivienda durante meses. Dara, a ratossenta que viva sola, en una isldesconocida, en medio del ocano. Caduno iba a lo suyo. Manolo, que tra
superar la partida de su mujer, siempr
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se sentaba por las tardes en la puerta da calle a charlar con cualquiera qu
pasara, dej de hacerlo. Renov el viej
aparato de televisin que tena en scuarto y casi no sala de all, si no erpara ir a la letrina, fumar algn cigarrcubano en el patio, comer algo en lcocina o hablar con alguno de sunquilinos; cosas rutinarias. Mar
Mercedes se sumi en sus proyectos
convirtindose en un espectro quapenas apareca por la casa. Las nicaveces que se diriga a su hermana erpara consultarle por las reuniones de
colegio, las tareas y las notas. Lonquilinos de las habitaciones era
personas que trabajan todo el da y, poa noche, se limitaban a resolver su
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asuntos personales. Adems Dara tenprohibido relacionarse con ellos. Teres de una casta superior. No debe
relacionarte con ellos. -Le repetManolo, su padre, cada vez que tenoportunidad. Sin embargo Dara no sdejaba amilanar por esa neblina damargura que habitaba en su casa, por econtrario, procuraba tener muchaamigas en el colegio y, cuando pas a
Liceo, su grupo de amistades aumentporque ahora eran chicos y chicasncluso decidi que no se enamorara d
ningn compaero de clases. Seguir
os consejos de su hermana, quien cada oportunidad le recomendaba questudiara y fuera alguien en la vida. Para que puedas irte lejos de esta casa
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an triste y tan vieja. -Dara comprendmuy poco toda esa retahla que, de veen cuando, le daba su hermana. N
ograba entender eso de que tena quser alguien en la vida -Quin erentonces?- y lo que reiteradamente ldeca su padre, que ellos eran de otrcasta, una superior. Ser porquparezco un poste de alta y todas miamigas tienen que mirarme hacia arriba
Se repeta. Dara, sin ms comunicacique la imprescindible. Viva en un made confusiones, por lo que procuraba npensar en nada que se relacionara con s
casa. Pasaba los das resignada, con lbueno y con lo malo. Pero no dejaba dsoar con el instante en que llegara uprncipe azul que la sacara de aque
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nfierno de la calle Oeste 9, del centrviejo de la ciudad, y se la llevara lejoa una vida plena y feliz.
Ese ao Dara cursaba primero dbachillerato y eso la haca sentirsorgullosa. Por fin haba salido de l
primaria, de aquel grupo de niatas queran sus compaeras que lo nico quhacan durante todos los das, erburlarse de su estatura. Aunque ahora s
senta un poco trastornada, con todo esmontn de materias que deba aprende aprobar, sin embargo, la cantidad d
muchachos y muchachas con los que sencontraba cada maana la animaban estar presente cada da y disfrutar dodo ese alboroto. As olvidaba por una
cuantas horas su mundo hogareo, que l
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alteraba de tal manera que a ratos sencontraba en extraos estados dausencia y vrtigo difciles de controlar
Manolo Daz, sumido en saislamiento y soportando estoico loavatares de su penosa enfermedad
estaba convencido de que a esta vida sviene a sufrir y rechazaba tajantcualquier opinin opuesta. Tampococomparta los cambios que se vena
dando en las nuevas generaciones y sproceder frente a ellos segua siendmuy estricto y chapado a la antiguaJams daba tregua y siempre que loportunidad se le presentaba defendsin tapujos que el padre deba ser eencargado de buscar la pareja de su
hijas, cuando estuvieran en eda
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casamentera o cuando l considerarque era hora de casarlas. -Hombres coprestigio, solvencia econmica y co
cierta edad para que las protejan, afirmaba con desparpajo. El viejManolo, con sus prstinas costumbresno dio crdito a lo que deca su pequeDara, cuando dej al descubierto suropiezos.
Ella no perdi el tiempo y us tod
clase de artimaas para reunirse con senamorado. Durante dos aos y mediaprovech cada momento para estaunto a su prncipe. Aunque, Ariel
hambriento de libertad, a veces, sperda en otros brazos ms expertosms gruesos o ms atrevidos, pero, si
podrselo explicar, siempre regresab
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unto a Dara. Aquellos encuentros coesa delgada nia, alta, angelical, con scaminar flotante, sus ojos brillantes y s
boca hambrienta, despertaban en l unujuria desenfrenada, anorma
depravada, que aumentaba con cadretozo. Sin embargo, el destino y lacuentas les jugaron una mala pasadaAriel, ante aquella contrariedad, sesfum, huy, rpido, sin mirar atrs
aunque el deseo desmedido le ordenaso contrario, procur desaparecer, noacercarse a ella. Dara, ante tan penosrealidad, no le qued ms qu
comunicar el acontecimiento a su padr a su hermana. En vista de que ya n
haba ropa que disimulara su pequebulto a nivel del vientre y, con Arie
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desaparecido, se arm de valor y senfrent a los leones. Aprovech emomento en que su hermana serva l
comida a su padre en su cuarto. Ese dMara Mercedes lleg temprano a scasa. Tena gripe. Le sorprendi muchoque Dara entrara al cuarto de su padrdetrs de ella. -En qu andas? Estmisteriosa. No te quedes ah, sosaaydame con padre! Inquiri.
Dara, sin or a su hermana, acerc lespalda a una de las paredes de lhabitacin y confes su pesar. Manolomuy entretenido, vea un programa dhumor en el aparato de televisin y nescuch lo que deca su hija. MarMercedes se qued mirando a s
hermana con una expresin de horror
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anim a su padre a que prestara atencia lo que estaba diciendo Dara. Manolpuso atencin a las palabras de su
hijas. A medida que escuchaba lo querepeta por tercera vez Dara, su cara sba descomponiendo en una mueca d
espanto. Al cabo de unos minutos sncorpor con una fuerza extraa. Un
fuerza que, a pesar de su dificultad dmovimiento, le sirvi para dar riend
suelta a su furia. Fuera de s y despude darle una tunda con los bastones, qucasi la matan, sac a su hija a empujonefuera de la casa. Los inquilinos s
asomaban a la puerta de suhabitaciones y, sorprendidospresenciaban el acontecimiento. Ellloraba a gritos, horrorizada con lo qu
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estaba viviendo. Golpeada despavorida sali a trastabillones hasta acera frente a la puerta principal d
su casa y ah se quedo sollozando. Acabo de unos minutos su padre abrinuevamente la puerta. Se detuvo, la mirunos momentos y le tir una pequea desvencijada maleta con algunas cosasuya. Ah se qued sentada en la cunetaabrazada a la vieja maleta, frente a l
puerta de entrada de la que fue su casacon la esperanza de que su hermana o spadre se arrepintieran. O que algnquilino abogara por ella. Al caer l
noche, Mara Mercedes sali y la ayuda incorporarse, pero no dud emandarla a resolver su problema con eresponsable de tan lamentabl
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estropicio.
Yo te lo advert! le espet, conndiferencia-. Anda, busca al muchacho
con quien te revolcabas y dile que nienes donde estar. Dile la verdad y qu
asuma su responsabilidad. Que t
acompae la suerte! inquiri codesdn. Dio media vuelta, abri lpuerta de la casa y entr dejando a spequea hermana sola en medio de l
calle.As, Dara, sin haberlo planeado, co
a inocencia dibujada en su cara
prxima a cumplir los diecisis aosleg a vivir a la casona de los CarmonCalvo. De la mano de Ariel, su singulanovio, cruz el gran portn, con l
extraa maleta entre sus manos
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apoyadas sobre su prominente barrigaque revelaba sin malicia, las razones dsu improvisada mudanza. Temerosa
mida, con la roda ropa que apretabodo su cuerpo, camin a travs del graardn de la entrada, mirndolo todo co
notorio asombro. Nunca haba entraden una casa con tanto terreno, jardinesplantaciones de pltano, rbolefrutales. La abrumaba tanto espacio
anta luz, tanto color. Todo esocontrastaba completamente con su casaan antigua y oscura. Tan colonial, tan
angosta, alta y larga, llena d
habitaciones a cada lado del pasilloCon esos dos patios interiores, tahmedos, que su padre mantena llende gigantescas plantas tropicales que l
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hacan ms fra, lgubre y oscura, anLo ms luminoso, era el final, el lugadonde se encontraba un patio exterior
completamente baldo, donde estabaas letrinas y los lavaderos comunes dos huspedes y la tumba o eimonero de su hermano, lo m
familiar, la gran cocina, comn, con emprovisado comedor que se llenaba d
agua cada vez que llova, llenando d
moho las habitaciones contiguas, quocupaba su pequea familia o lo ququedaba de ella.
Dara, una muchacha de refinadafacciones, espigada, con su cabellcolor marrn, que caa sobre su espaldcomo una brillante cascada. Su mirad
nfantil, esquiva y de una profund
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risteza, contrastaba con su candorossonrisa fcil y nerviosa. Sumovimientos delataban confusin y un
creciente habilidad para mirar lnexistente. Pareca venida de otr
mundo, parada en medio de la salaiesa, sin moverse, se vea torpe y co
una manifiesta incapacidad para la vidprctica. Fue recibida en el jardn de lcasona por los padres de Ariel, quienes
amable y forzadamente cariosos, emedio de un sin nmero dnterrogantes, hicieron pasar a l
muchacha al saln de la casa. Ell
accedi al interior, escudada, en todomomento, en la espalda de ArieCarmona quien, muy divertidoprocuraba despegarse, a cada instante
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de las manos de aquella nia. En uprincipio ella no quera entrar, pero noard mucho en acceder, temerosa subi
a pequea escalerita que daba acorredor principal de la casona, sisaber que el resto de su vida, por mque lo intentara, siempre sus pasoerminaran en ese mismo lugar. Lo
padres de Ariel vean a la pareja comucha desconfianza, pues la chic
pareca ms una nia con la tripa llende parsitos que una mujer embarazadde cinco meses que decide hacer unnueva vida junto a su novio. Y Arie
Carmona, su descocado hijo, con saspecto de hippie y bohemio edecadencia, su tupida barba, que lcubra parte de la cara, su larga melen
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crespa y alborotada, cuya vestimentapantalones vaqueros, rodos y suciosfranela desteida a punta de cloro, llen
de figuras sicodlicas y unas viejabotas vaqueras, pareca ms un nufragextraviado que un hombre que quierasumir responsabilidades y formar uhogar.
Alberto Carmona, muy contrariadcon la situacin a la que lo hab
expuesto su hijo, le reclamseveramente aquella irresponsabilidad.
-Tendrs que casarte yo no voy
aceptar concubinatos en mi casa! Vete a Jefatura Civil y pide una cita parfijarlos carteles.
Pero si solo la traje para que n
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durmiera en la calle! El viejo Manoloel madrileo ese de malas pulgas, quvive al final de la avenida, es su padre
a bot de su casa! Qu haca yoPadre, acepte que viva conmigoPoahora, no quiero casarme con ella espas de moda quizs ms adelantepero es que tampoco quiero que mhijo nazca en otro lugar.
Rojo por la furia Alberto Carmon
bufaba con las respuestas de su hijo. Eso habr pasado de moda en tu cabez
o entre esos amigos desocupados malolientes que tienes! Aqu en mi casse harn las cosas como se han venidhaciendo desde siempre: te cortas todese montn de pelos, te casas, t
acomodas con tu mujer en tu habitaci
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buscas un trabajo o te vas con tproblema a otra parte, ya tienes edasuficiente y no se hable ms!
Alberto Carmona, que haba llegado Caracas muy joven, procedente dCanarias, escapando de inconfesable
penurias, cuyos comienzos haban sidmuy duros, se impuso como jefe dfamilia y decidi que no le aceptarms vagabunderas a ese primognit
que, a cada paso que daba, lo sacabms de sus casillas. No haba luchadanto para terminar con un
descendencia ociosa e irresponsablecon hijos bastardos y una vida disipadansisti en casar a la muchacha con s
hijo por las Leyes de Dios y de lo
hombres, como lo haban hecho l y s
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esposa, y como lo hara toda sdescendencia. Con horror se percatabapoco a poco, que la cmoda vid
proporcionada a su hijo mayor lo habconvertido en un hombre perezoso, siaspiraciones ni oficio. Ante estrealidad se vea en la necesidad dcontrolarlo muy de cerca, por lo quprefera que todo siguiera su curso bajsu techo a pesar de lo pesada que s
haca aquella carga. No era ajeno a lmala vida que haba desarrollado sprimognito y albergaba la remotesperanza de que la familia que formar
con aquella muchacha, lo distrajera das malas juntas y las malas vivencias
Todos esos muchachos desprovistos dfuturo, que deambulaban de un lado
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otro el da entero, con pelos largosmalolientes, ropas andrajosas y caras dpervertidos que frecuentaba Ariel, l
daban muy mala espina. Estabconvencido de que estas nuevaobligaciones lo ayudaran a corregir, eparte, el cerro de defectos y malacostumbres que haba adquirido.
El muchacho, desde que sali deLiceo y decidi que deba tomarse u
ao sabtico, que para esa fecha shaban convertido en ms de tres comenzaba a cansarle, se lo pasaba dun lado para otro holgazaneando. Verlodeambular dentro de la casa durante eda y desaparecer durante la nochehasta altas horas de la madrugada
cuando l se levantaba para salir a l
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faena diaria, era un sin vivir.
Dara no dejaba de moquear y llorarAzucena trataba de que la discusin nrascendiera. Consolaba a unos
serenaba a otros. Ella se alteraba coas discusiones, sobre todo si en ella
estaba involucrado su hijo mayor, -ems amado- como ella lo denominabaSiempre haca lo posible por evitar loconflictos
Hijo, yo voy a la Jefatura y preguntpor los trmites que hay que hacer parque te cases. No disguste a tu padre
Por favor hijo! Por el amor de Diosno repliques. Vamos, sgueme yacomodemos las cositas de la chica eu cuarto ven deja de discutir con t
padre a ver como arreglamos todo.
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Recomendaba, nerviosa, Azucenamientras empujaba a la pareja hasta lhabitacin que Ariel comparta con uno
de sus hermanos y que a partir de esmomento sera de la nueva pareja.
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Comenzando la dcada de los setentaa fines de enero, Ariel y Dara se casaro
, en abril de ese mismo ao, naciAdela del Roco. Ariel, en todomomento, procur mantenerse al marge
de tanta algaraba, aunque reconoci qua muchachita era grande, gorda, sana muy bella, con piel de porcelana, lcabeza pelona y unos ojos d
ndescifrable transparencia. AlbertoCarmona, al ver que su hijo nmanifestaba mayor inters por enacimiento de su hija y que siempr
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procuraba escabullirse de todceremonial social, decidi que el jovematrimonio deba vivir independiente
asumir sus cargas y sus costes. Eso dvivir todos bajo el mismo techo no habcontribuido a mejorar las cosas, muy acontrario, Ariel segua dependiendo dl, completamente ajeno a suresponsabilidades y viviendo la vida su aire. As, a los dos meses de nacer su
primera nieta, contrat unos albailescompr un montn de materiales dconstruccin y mand construir, en lparte trasera de la casona, a la altura d
a entrada del servicio domstico, en uerreno preparado para tal fin, un
pequea casita, con la finalidad de qusirviera de hogar para su hijo, su muje
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su pequeo retoo. El improvisado pequeo apartamento fue construidsobre un gran relieve, por lo que par
acceder a l hubo la necesidad de haceuna larga escalera, que terminaba a unometros de la puerta trasera de la casonaAl parecer esa estructura haba sido uerror de los albailes, pero comaquella entrada no se vea mal, sino mbien majestuosa, lo dejaron as. A uno
metros del ltimo peldao, hicieron unespecie de terraza abierta, agreste, cosuelo de cemento rojo, muchas mataropicales bordeando el recinto y u
sencillo techo de madera rstica, parque sirviera de salita de estar comedor, en la temporada seca. Ldistancia que separaba ambos hogare
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era mnima y la independencia tambinsin embargo, Alberto Carmonconsider que haba hecho lo correcto
as tendra vigilado al dscolo de su hijque no terminaba de cuajar en esa nuevvida marital. Dara, poco a poco y pesar de su juventud, asimilaba cosatisfaccin su nueva vida junto a lpequea Adela. Pero Ariel, alejado ydistante, cada vez que poda manifestab
su inconformidad. Con rapidez spercat que al vivir fuera de la casfamiliar, su responsabilidad creca y se acababa la libertad por completo
Aoraba su vida de vendedor de sueosambulante y libre. Ese descubrimiento lenfad sobremanera y dej el trabajque su padre le haba encontrado en un
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empresa de Seguros, alegando qunecesitaba buscar algo ms acorde cosu personalidad, sus verdadero
ntereses y sus gustos y que debprepararse en el aprendizaje de nuevodiomas.
A los cuatro meses de haber nacido lpequea Adela, ante la sorpresa de loCarmona Calvo, Dara mostraba una vems una prominente barriga. Estab
embarazada otra vez. Ariel, que habdejado el empleo con la ilusin dreplantearse su vida, totalmentdesconcertado ante la visin de que lfamilia creca y las responsabilidadeambin, busc su pasaporte, su
ahorros, se compr un pasaje de avin
bes a su madre y, sin ms prembulos
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vol al Reino Unido. Al despedirse dsu mujer y de su hija, les prometi qusolo iba por unas cuantas semanas.
-Lo que dure el curso que har poall -repeta, al despedirse.
Alberto Carmona, atnito y furioso, l
reclam a su mujer el hecho, acusndolde alcahuetear la vida disipada de ArielAzucena resista impvida los reclamo la furia de su esposo. Para ella er
mucho ms sencillo escuchar el enfadde su marido que el de su hijo, porque este ltimo era incapaz de contradecirlo
Para sorpresa de todos, Ariel regresa Caracas, deportado por el Gobiernngls, cuando los gemelos estaba
celebrando los dos aos. Alberto no
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supo definir sus sentimientos a llegada de su hijo, era una mezcla d
rabia y alegra, sin embargo, agradec
a deportacin. As estar obligado no regresar y, con el tiempo y los trehijos, seguro que se le acaban todas esadeas -pensaba.
Ariel lleg a su pequea casa, simayores aspiraciones. Una vez ms, sdedic a ver pasar los das, ocupado e
distracciones diversas sin mayobeneficio. A pesar de haber aprendidoalgo de ingls y contar con esa nuevherramienta, no se interes por buscaninguna ocupacin remunerada. A sulegada su comportamiento fue much
ms libertino, relacionndose con gent
mucho ms extraa y con m
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desenfrenos. Para Dara comenz unespiral deprimente, una vida hueca, sisueos ni esperanzas. Esa luz, es
espacio y esas plantaciones que lhaban deslumbrado tanto al llegar a escasona, poco a poco se habaconvertido casi en una pesadilla. A ratorecordaba a su padre, quien habntentado guiar a su pequea familia co
severidad y reglas arcaicas, que nunc
nadie entendi y de las que todohuyeron, incluso ella. Aquella disciplinnmutable que lo ayud a salir adelante
pero que su madre no aguant, ni su
hermanos, y que ahora ella la aorabcomo nunca lo haba hecho. A esa rutinase sum la desilusin, la resignacin ms tarde el temor, un temo
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ncontrolable, fuerte y desquiciante, que impidi imponerse ante su marido
Desde que lo conoci, a sus trece aos
fue igual. Sin embargo, ahora, ese temorsbitamente creci, al ver que Ariel shaba transformado. Era ms irasciblefrentico y no le agradaba que los niose le acercaran. Hua de ellos y saislaba en medio de la enmaraadespesura que se teja en el terreno virge
salvaje que haba detrs de la casitaSin embargo, a pesar de ese nuevcomportamiento, l logr hipnotizar, unvez ms, a Dara. Ella, consciente de
desparpajo del que haca gala smarido, se dej envolver por suencantos hasta quedar atrapada comuna crislida, pero no para protegerse
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crecer a salvo, sino para vivir atrapada merced de su amo.
A los diez meses de llegar Ariedeportado desde Londres, Dara dio a luotro beb, esta vez fue un varn, fuerte bello. Ariel, a sus veinticinco aos, s
sinti eufrico con la llegada de esthijo y como un desquiciado se dedico pintar gigantescos leos, sin orden nconcierto, inspirado en cuadro
alegricos que haba visto en una Iglesicercana a su casa y en los tenebrosopasillos de un Seminario donde habestado interno algunos meses siendo munio. Con el mismo mpetu pintabaadems, costas escabrosas, acantiladomarinos, montaas nevadas y selva
vrgenes con indgenas y churuatas, qu
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copiaba de un catlogo turstico coalgunos retoques personales. Cuandlevaba una veintena de telas d
diferentes portes y formas, las expuso eun parque de la ciudad, donde lavendi todas sin mayor esfuerzo. Antamao xito, sigui copiando obras d
distinto autores, siempre aadindole uoque personal. Para que no crean quos copio deca muy satisfecho con s
nueva y rentable actividad. Una vez msAriel, eufrico ante tantos ingresos, scompr un boleto de avin y esta vez edestino fue Francia.
El padre de Ariel resoplaba de rabiante las sorpresas de su primognito. Siembargo, en virtud de que ste n
manifestaba ningn cambio en s
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conducta, por el contrario, sncapacidad para ocuparse de su famili
se acentuaba, comprendi que la qu
ena que responsabilizarse era su nueraTena edad suficiente para buscarse uempleo. Contaba con un techo y unfamilia que la ayudaran con el cuidadde los nios. No era nada nuevo, erealidad eso era un hecho comn. Emundo estaba lleno de mujeres qu
salan cada da a la calle a buscarse lvida. Hablara con ella.
Dara, con su porte espigado, smirada oscura y una expresin dconstante tristeza, en silencio, escuch su suegro. Alberto, tras darle el discursoo mejor que pudo, sali de la casita d
su nuera, ms confundido que cuand
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entr. No poda borrarse de su mentaquella expresin neutra de su rostroElla, sumisa, sin hacer jams u
reclamo, cumpli su rol, dentro de esentorno, sin op