SEMBLANZAS SACERDOTALES
ínito k su í É s í a D. Venancio Puente Arroyo
C U R A A R C I P R E S T E D E B A R R U E L O D E S A K T U L L A N
U n P á r r o c o ¿a p u e b l o
Como el Maestro D. José María Escoda Cedó
P A R R O C O R E G E N T E D E V I L L A R R O D O N A
por E , C .
SEMBLANZAS SACERDOTALES
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lliiiníiiítii ik su inbiii D. Venancio Puente Arroyo C U R A A R C I P R E S T E D E BÁRRUELO D E SÁNÍULLAN
por U n P á r r o c a de p u e b l o
Maestro D. José María Escoda Cedó
P A R R O C O R E G E N T E D E V I L L A R R O D O H A
por E , C .
. ' •
Nihil obstat:
FR. TEODOSIO DE LA SDA. FAMILIA.
IMPRIMATUR:
Victoriae 10 Julü 1948,
f CARMELUS, EPISCOPUS VICTORIENSIS.
Imp., Lib. y Ene. del Montepío Diocesano—S. Antonio 10—VITORIA
CAMÍNITO DE SU IGLESIA
£o que dice su autor U to Que decimos nosotros
E l veterano Sacerdote que nos ha ofrecido esta Semblanza, l a p ro loga asi , en dos trazos:
«Teníase D . Venancl® po r una medianía , y en ese concepto quer ía ser tenido. N o voy contra é l en este su deseo; po r ello he elegido un titulo tan diminuto y en grado diminutivo. N o obstante su pobreza, en él caben los pocos datos que he podido obtener y los no menos pocos que se pueden meter en una no del todo desordenada Semblanza de reducidas dimensiones.
« Título tan pobre no puede dar, n i a p r é s t a m o , dignidad alguna a los hechos; a s í p o d r á el lector examinarlos detenidamente, v iéndolos po r los cuatro costados en su pura y estricta r ea l idad» .
Hasta a q u í lo que dice e l autor de esta Semblanza. Ahora , lo que decimos nosotros.
Porque algo hemos de decir acerca del anón imo bajo e l cual ha deseado encubrirse, para que no se nos atribuya equivocadamente su paternidad: que, aun cuando nos p a r e c í a demasiada modestia la de «un cura de pueblo», no nos hemos c re ído con derecho a introducir en ello ninguna modif icación. P o r lo tanto, a s i q u e d a r á impreso en letras de molde, aunque nuestros hermanos echen de ver, a pocas p á g i n a s que lean, que no es tan cura de pueblo—todos nos entienden en qué sentido lo queremos d e c i r - q u i e n con tanta soltura y desenfado escribe, amén de las lecciones de s ab ros í s ima experiencia que le brotan a c á y a l lá po r los puntos de la pluma.
Y todavía p u d i é r a m o s a ñ a d i r mucho m á s en alabanza de l autor de estas p á g i n a s . . . Pero él nos entiende y nos basta.
Vitoria, 12 de Junio de 1948.
LA DIRECCIÓN de «SEMBLANZAS SACERDOTALES».
Ous primeros anos
E n el pueblo de Frandovínez, Arciprestaz-go de Tardajos, Arzobispado y; Provincia de Burgos, del matrimonio Manuiel Puente y¡ Gregó r i a Arroyo, que ya había tenido más hijos, los cuales fallecieron antes del uso de la ranzón, nació Venancio: a éste siguieron Benita, María Paz, Petra, Mercedes, Angel y Pilar.
Iban estos niños creciendo en edad y, con tan buenos padres, de los que su párroco decía : el padiie es un buen hombre, la madre es una santa: todo en aquella casa era paz.
Por una de esas intenciones que no saben cómo ha venido {D*eus operatur in nobis sine nobis), deciden que Venancio empiece a estudiar Latín en Palacios de Benaber, donde hay un párroco preceptor muy ejemplar, y el niño Venancio se distingue por su no distinción, sino que en todo lo bueno es uno de todos. L a única distinción es su seriedad natural.
Terminado tel latín, va al Seminario de San José de Burgos y pasa el primer año como un seminarista que cumple bien el regla-
mentó, pero sin procurar distinguirse en nada. Llega el fin de curso y, habiendo obtenido buenas notas, se propone hacer oposición a becas, para ¡ayudar en los gastos a sus padres, y-, en efecto, obtiene beca.
Con buenas notas también termina sus estudios en^el Seminario y sale de él sin la distinción que todos tanto desean: Licenciarse en Sagrada Teología.
Todos los compañeros del Seminario hablan muy bien de él : le tienen por aplicado, virtuoso, serio, pero no soberbio.
E n 1908 se ordena de Sacerdote y, para la primera Misa, deja a sus padres que lo dispongan todo, y éstos quieren hacer una gran, fiesta, encargando el sermón a su pariente D . Miguel Arroyo, Profesor del. Seminario de Valladolid, y el oficio de Padrino al M . Iltre. Sr. D . Antonio G . Ballesteros, Canónigo de Burgos.
Preparado ya para ¡empezar a ejercer como Sacerdote, se le nombra Ecónomo de San Adrián de Tuarros. Allí suóede a un párroco anciano y enfermo desde muchos años: es, pues, su entrada deseada, llenándose los feligreses de satisfacción al recibir a l nuevo cura, joven y dispuesto; y esa satisfacción les duró hasta que salió, para tomar posesión en propiedad de otra parroquia, y iaun hoy le recuerdan con cariño.
No se le tomaba en cuenta su natural seriedad, al ver el cariño para con todos, y parece que le ayudaba para aconsejar a quien le
pedía consejo y. para cumplir íntegra y fielmente cuantas comisiones se le daban. Esto se vio bien claro en la enfermedad de un coin-pañero de más edad que él, a quien tan seria .y( cariñosamente teupo aconsejar en los últimos momentos—consejo, por otra parte, necesario, ya que, no obstante creer todo el mundo que era rico, se hallaba en deudas—para que declarase en el testamento su estado económico, librando así de muchos disgustos a la familia, e quienes le asistían y a los compañeros. E r a muy bueno aquel sacerdote, y de ello dió pruebas con esta obediencia.
Con ser continuo su estudio, atendía y procuraba, como buen compañero, fijarse en lo que los otros hacían bien. No es extraño que todos le quisiesen y que estuviesen dispuestos a ayudarle.
' .Metido en la Lrega
Toma parte en el concurso, son aprobados sus ejercicios y le dan en propiedad la parroquia de Villonej o, en el Arciprestazgo de San-tibáñez de Zarzaguda.
Aquí sigue la vida que empezó en San Adrián, humilde, sencilla, de.trabajo en sus l i bros, asiduo en la iglesia, en el confesonario, catecismo, etc., y siempre dispuesto a oir, aconsejar y ayudar a sUs feligreses. Los vecinos de Villorejo dicen que predicaba mucho.
Sin pedirlo él, le nombran confesor de las Religiosas Benedictinas de Palacios de Bena-
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ber, ,y¡ ellas ven en él un sacerdote celaso, serio, que entiende de la dirección" dle las almas y enemigo de largas conversaciones.
Hasta el año 1924, en que se anuncia otro concurso, se pasa la vida de D . Venancio en esa oscuridad, en ese silencio, en ese, si queréis llamarlo así, desvío de las felicidades mundanas. Así se pasa la vida íntegra y, larga de tantos curas rurales. Toda ella está incluida en estas palabras: «Caminito de su iglesia ».
Y ahora, permítaseme romper una lanza en su favor.
¡ Quién pudiese gozar de la pluma de IOSÍ Fray Luis o de esos escritores de fama para contar y cantar las virtudes y conocimientos del sufrido clero rural! Y a que y«> sea incapaz para ello, preguntaré a muchos: universitarios que tan engambeiados contra los curas de pueblo salían de la Universidad.
Los que han empezado a ejercer su carrera en pueblos pequeños, todos se hacjen a1 los pocos días amigos del Cura, y esta amistad no es pasajera; dura después que se 'separan, y no son pocos los que siguen hablando cariñosa y respetuosamente de su primer párroco rural; siguen escribiéndose y desean .verse amenudo.
L a explicación de este hecho nos la da uno de los médicos que más visitas y consultas tenía en una capital de provincia. «Cuando los médicos visitamos o recibimos consulta de una persona particular o moral, en la
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que hayi educación, quedamos satisfechos: si hiay virtud, también se nos considera y atiende y, por ello quedamos complacidos: si hay educación y virtud, entonces todo está completo: ¡qué palpablemente se ve cómo para la vida isocial se ayudan y suplen la educación y la virtud! »
No creo pueda explicarse más claramente el atractivo de los curas rurales. Son personas educadas y virtuosas, y esto llama la atención más en un pueblecilío que en una gran población. Alguien preguntará : ¿Qué educación o ilustración y qué virtudes tienen los curas rurales ?
E n cuanto a educación e ilustración, sus años de Seminario abarcan no pocas asignaturas que se estudian a conciencia y continuamente acompañan a las lecciones, muchas de las cuales lo exigen, reglas e instrucciones de trato de gentes. Las asignaturas abarcan todos los conocimientos y, por ello, un sacerdote puede dar lecciones de cualquier asignatura.
De virtudes, si no tuviera un gran amor de Dios,, dejaría su manera de ser y su parroquia, porque, como confesaba un minero, no bueno: « N o debemos insultar a ios curas;: ¡ si ganan menos que el último peón! »
Su amor del prójimo lo patentiza su continuo trato con los feligreses, teniendo que bajar tanto, como e l médico quje tan acertadamente cita Pereda en Peñas arriba.
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:al3a el retrato
Siaben dominarse: De un sacerdote que conocí hiace mncho., muy, nervioso ly, por lo mismo, de genio fuerte, me dijeron los compañeros, que le estimaban y; admiraban, porque era
D . Venancio Puente Arroyo
notorio que, para dominar su genio, hiacía penitencias.
Con otro de no menos genio, llegó un feligrés la ser alcalde pedáneo, a la vez que una hija suya era Matestra del pueblo; quiso aprovecharse de la ocasión, pana imponer una servidumbre a la casa del párroco. Empezó a
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trabajar; le mandó iel cura que cesase; al no obedecer, bajó el párroco y ¡le sujetó. L a mujer acude en defensa de su marido yl queda sujeta; la Maestra voceaba, pero no salió de casa. A l versie en esa situación, abandonaron la idea de la servidumbre y cada uno se fué a su casa; cuando he aquí que, antes de media hora, va el párroco a casa del vecino, dicién-dole que baje. E l se resiste, pero el párroco le dice: «lo pasado, pasado; hay que vivir como buenos vecinos». E l alcalde le indica que suba a tomar un trago, y e l cura respon-de: «yo no tomo vino a deshora: baja un vaso de agua y.. . ¡todo te rminado!»
Si prtguntamos a lós otros curas rurales, si en ellos hay cosas parecidas, nos responden : «no, hay tesos genios y, por tanto, obras tan grandles, pero obras de la^ dos clases, las tenemos todas las semanas» .
L a virtud de la pobreza es más manifiesta: aunque tienen derecho a tomar vacacioneB, no salen de casa, si no es para hacer ejercicios o asistir a conferencias, y esto todo es para bien de la parroquia y de los feligreses;! de Isuerte que de estas salidas is|e debe decir que son «caminito de su iglesia».
Su comida es muy pobre; celebran las fiestas del pueblo con comida extraordinaria, pero ¡no pocas veces tienen que contribuir los mismos ¡sacerdotes que acompañan en la fiesta. Se hablaba de que tomaban chocolate, pero era sin azucarillo y de lo barato; total: dos pesetas al mes. Hoy, entre los curas rura-
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les, al chocolate se le llamia: el soldado desconocido.
\ Ciuántos de estos sacerdotes que pasan así toda su vida, valdrían para mucho m á s ! S i a nuestro D . Venancio no se le ocurre hacer otro concurso, ¡así hubiese pasado su vida entera, hecho un pobre cura rural, sin poder manifestar sus aptitudes.
N uevo concurso
E n esto, se anuncia nuevo concurso a curatos... Presenta D . Venancio su instancia j -toma parte en él. Como, desde que empezó la carrera, su principal trabajo era ev estudio, aprobó.
Después del examen de concurso y antes de la provisión de parroquias, siguiendo el consejo de quienes bien le querían, se licenció en Sagrada Teología.
Como era tan querido! en las parroquias que regentó, rio tenía ilusiones, ni había estudiado la manera de ser de las parroquias de Ascenso, a las que le decían sus amigos debía d i r i gir su firma; por ello pregunta a quienes puéden estar más enterados, notándose en él muy singular interés por conocer las particularidades de Barruelo de SantuUán, en la provincia de Falencia. Se le expone por más de uno lo que dicha parroquia es, y; él la firma. Se la dan, y; los de Barruelo, porque nadie allí le conoce, ni se ilusionan, n i sienten el nombramiento'.
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Llegado el tiempo de tomar posesión de su nueva parroquia, a ella se dirige con su sencS-llez proverbial, y Barruelo, contento con el cura que tenía, le acoge cortésmente, pero nada más . Algunos, a l Ver su figura no arrogante y, sus pocos años, no recibieron gran satisfacción, n i concibieron grandes esperanzas ; otros, precisamente por su aspecto, tranquilidad y, si se me permite l a frase, nada echado para adelante, dijeron: «éste tienje trazas de ser el párroco que Barruelo nedesi ta».
E r a su principal deseo, y es la primejr obligación, visitar, antes que nada, la iglesia parroquial, y delante de ella conoce cuán verí-dicamentre le expusieron lo que era, cosa que él nunca pudo creer. . I
Este caminito de Isu iglesia le produjo tal impresión que de día y de noche, en Barruelo y fuera de Barruelo, no sabe hablar de otra cosía. Para un pueblo de las almas de aquél, su actual iglesia Íes por sus dimensiones una pequeña sacristía.
Alguien se atreverá a decirle: «Deshazla y edifica otra» ; esto cuesta poco el decirlo, pero ¿ y el hacerlo ? También le dijeron que en Barruelo había habido sacerdotes de mérito, de lo cual él se acordaba bien; y si estos, a quienes él se propuso guardar consideración, no se atrevieron a hacer nueva iglesia, él ¿cómo iba a meterse en obra tan grande ? Esta pena le sigue siempre y él no desespera de. que, por buenos o malos caminos, se presente alguna ocasión propicia.
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Con tal dolor va siguiendo íina vida parecida a la que tuvo en las parroquias anterio-res; de estudio, de predicación continua, asiduo en el confesonario, siempre dispuesto a oir, aconsejar y ayudar a sus fieligreses y dando cuantas limosnas podía.
Sin pedirlo él, ni desearlo, he aquí que le confieren otro cargo.
Se le nomtra A r e l preste
Aunque las circunstancias no eran muy agradables, por seguir, como siempre, obediente ia sus Superiores, acepta el cargo y, al tener que presentarse ¡en nuevas parroquias, se hace más conocido y las personas buenas quieren tratar con él, exponiéndole con confianza sus graves asuntos, y a todos sabe dar una solución prudente. Así lo afirman los sacerdotes y personas religiosas y, lo que más admira,, así lo confiesa un sacerdote del A r c i -prestazgo, a quien habían depuesto del cargo de Arcipreste: «Estoy contento con él, decía, porque me guarda consideraciones». Estas consideraciones no llevaban consigo desconsideración, ni injusticia para los demás sacerdotes del Arciprestazgo.
Tenía buenas relaciones con las Autoridades de Barruelo; estaba bien conceptuado entre los de las Minas, lo mismo propietarios y jefes que obreros, tratando con todos y huyendo ¡de halagar a clase determinada. E r a el párroco de todos legal y prácticamente.
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Antes de la república y con la república, él procedía como verdadero párroco, y su personalidad iba ganando. Los que le recibieron con desilusión, reconocían haberse equivocado, y los que creyeron ver en él al párroco ideal para Barruelo, se alegraban cada día más de tenerle consigo. Pero él seguía con su dolor por la iglesia, y su dolor iba en aumento. Con los sufrimientos de la república y la pena que le afligía por las dimensionies de su iglesia viene lo que no tenía más remedio que venir.
Iva revoluc ión, de Octutre
Cuando estaba en San Adrián y después de salir de dicha parroquia, jamás D . Venancio habló mal de los1 de San Adrián. E n Vi l l a -rejo nadie le oyó quejarse de sus feligreses; hasta el punto de que una persona que tuvo el atrevimiento de decirle: «Sufrirá V. mucho con los de su parroquia», recibió la inmediata y enérgica contestación: «Los de mi parroquia son los mejores». Otra persona de Barruelo, en carta de condolencia a los hermanos, dice: «Dios les bendiga y disfruten de esa tierra y gentie, a mi juicio, mejor que la de este rincón; eso m> se podíá decir a D . Venancio; pues él lo def endía a capa y espada».
Jamás se le oyó quejarse de Barruelo, ni antes, ni después de la revolución.
Si , pues, él, como buena madre,' jamás empezó conversación con quejas de los de Ba-
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rruelo, sintiendo no poder negar lo que con víerdad le decían, pido a mis lectores no me conviertan en mala suegra que parece gozar con hablar de las faltas de sus nueras y¡ yernos .
No hay; que negar, sin embargo, que en Barruelo hubo una verdadera revolución, la cual en los primeros momentos se aprovechó de que no había más fuerzas que las ordinarias en tiempo de paz.
Nunca había habido alteración grande de orden entre aquellos mineros; no es, pues, de extrañar que no la esperasen tampoco entonces. Pero habían trabajado mucho en Barruelo los socialistas, y los dirigentes de la revuelta se aprovecharon de la falta de fuerza pública.
Como una riada iban y tenían que ir todos los que se encontraban en la calle, cuando la turba pasaba. Se gritaba y vocteaba con voces de hombres, de mujeres y de niños contra todo lo bueno; se amenazaba con quemar todo lo que indicaba orden: Ayuntamiento, Juzgado e Iglesia; se pedía la muerte de personas de orden, de Religiosos y del Párroco, sin que nadie pudiera oponerse. Se prende fuego a la casa del Ayuntamiento, quemándose toda su documentación y la del Juzgado. Se pone fuego en la Iglesia, de la que nada se salva. Se quita la ^vida al Hermano Director de los M a ris tas...
Permítanme no diga más, porque ya es bastante lo dicho. Lo que verdaderamente l lama la atención es una cosa:
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A D . Venancio no le mataron
¿Cómo se explica esto? Hay; una explicación que no tiene vuelta de hoja: No lo quiso Dios.
Debiemos, sin embargo, escudriñar algo en la vida en general, y más en particular, en la vida del Párroco. Dos, de entre muchos ejemplos que pueden citarse, servirán para qtdtar-nqs algo de ese asombro.
E l primer día del Movimiento Nacional, en un pueblo de mineros y en poder de los rojos, registran tres veces la casa del párroco y, a la tercera le dicen: «'Márchese, que si no le. vamos a m a t a r » . Se marchó y, al terminar el Movimiento, volvió a la parroquia, siendo de todos querido.
E n otro pueblo también de mineros y en poder de los rojos, pasaban por el lado de la casa del cura unos rojos como ellos solos; a l llegar a la esquina, vocean con todo pulmón: « ¡Viva e l comunismo! », y sueltan una blasfemia. E l cura les dice: «Ya terminaré yo por vosotros: ¡abajo el clero! » Los mineros emprendieron precipitada huida, y a uno le fué mal en las narices. I
Son dos hechos que hay que admitir como reales y, de los que hay que partir para hallar alguna causa más o menos influyente dentro de las obras humanas, naturales o sobrenaturales.
Los feligreses conocen que la personalidad
del párroco es completamente particular. S i ven ¡al párroco con otros sacerdotes, a él miran y consideran de manera muy distinta: si, por cualquier desagradable suceso, se enemistan con su cura, también dicen que es una enemistad que no se parece a las otras enemistades .
Aquellas virtudes que rnencionámos a l romper una lanza en favor del clero rural, han causado en los feligreses, buenos y no buenos, una impresión difícil de borrar; aquel rebajarse para oír, aconsejar y ayudar a todos, sin que la dignidad se rebaje lo más mínimo; aquel hacer favores,' sin exigir votos ni esclavitud alguna; aquel no guardar odio, háganle lo que le hagan y díganle lo que le digan; y, sobre todo, aquel trato con hombres y mujeres, jóvenes, niños o ancianos, buenos o malos, sin salir de su boca palabra que mancille su castidad (para este punto dejé intencional-mente tratar de esta virtud), todas,, estas cosas hacen que los feligreses juzguen de la personalidad del cura de muy distinta manera que de Sí mismos y de los demás vecinos.
Si se presenta algún asunto, para el que hace falta extraordinaria confianza o riguroso secreto, unánimemente nombran todos al Señor Cura. La continuidad en su vida ha hfecho que todos sus feligreses consideren su manera de vivir superior a la de los demás. L a administración de Sacramentos y la celebración de los divinos Oficios, a buenos y malos tiene encantados ; a los buenos, con agradable admi-
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ración; a los malos, con admiración más que odiosa, envidiosa y, por ello, si se ven en caso grave, no se avergüenzan de i r a depoisitar su confianza y: cuita en su buen párroco. También los no buenos feligreses saben que el párroco es mediador entre los hombres y; Dios y, por ello, se escandalizan tanto de cualquier falta, real o falsa, que se eche sobre el cura.
También los rojos sabían prácticamente este reverencial cariño de los feligrjeses hacia su párroco y, aunque se libraban muy bien de. die^ cir sus propósitos y confesar sus hechos, no-faltó quien, estando en la taberna y después, de beber más que lo que le dejiaba su iestado normal, al preguntarle^ si ellos se atreverían a matar a su cura, dijo: «Para eso traeremos rusos». (Esto no pasó 'en taberna de Barruelo).
Siendo tan Luen párroco D . Venancio, ayudan estos hechos y estas consideraciones a hacer menos' increíble el que no le matasen.
Ño estaba entonces D . Venancio para pensar en estas filosofías y así, al oir los subversivos gritos de la calle, entre los. que venía la amenaza de su muerte; al saber que el Ayuntamiento y la Iglesia estaban ardiendo y que el Director de los Maristas había sucumbido ; al ver la aflicción de su madre y hermana, aflicción que aumentaba, porque ellas siempre habían vivido en pueblo de'pacíficos labradores castellanos, tiene que tomar alguna determinación. O se queda en casa, y es un peligro para sí y para su familia, o se marcha, para que, por él, no las maltraten. Lo primero no
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da esperanzá alguna; lo segundo parte su co-. razón, porque no puede dejar de pensar en lo que queda en casa, en su cargo, y también en los peligros de la salida.
Su madre y hermana le instan para que pueda él salvarse, esperando qüe a ellas las dejen en paz.. E l , syi casi saber lo que hace» pide un viestido de paisano y sale de Barruelo.
A « a m p o traviesa
Vestido de paisano y aprovechando la ocasión en que la turba está lejos de su casa, a eso de las once, sale de casa; encuentra enseguida en la calle unos rapazuelos que le conocen. No todos los buenos de Barruelo han sido arrastrados al paseo' triunfante de la revolución; personas que seguían en su casa, con la ventana medio abierta, ypn a D . Venancio y le conocen; tienen miedo de que le detengan y quiten la vida, pero reconocen también que la huida íes la única esperanza, aunque pequeña, de salvar su vida, y le encomiendan a Dios.
Penetra en una casa de buena gente, pero advierte luego que es un peligro para los de dicha casa. Sale por fin del pueblo y, aL no-haberle detenido, cree quie no le conocen; cuando, a los pocos pasos de dejar la última casa, desde cierta distancia, le dice un hombre: «Adiós, D . Venancio». Y D . Venancio se dice: «Adiós, ilusión de pasar por desconocido ».
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Se intiema en un monte de mata baja yi se separa diel sendero. A la sombra de una de esas matas que, por tener hoja, le ocultan, se vuelve a mirar a Barruelo y, ve con sus propios ojos lo que no podía antes creer: que él Ayuntamiento está ardiendo, perdiéndose toda la documentación, así como la del Juzgado; y que de la iglesia no queda nada: ni puertas, ni tejado, ni sacristía, ni ropas, ni, lo qu(e más le traspasa el alma, ni altar mayor y formas consagradas.
A estos motivos de tristeza únese el recuerdo de su casa y de todos los buenos feligreses, que allí quedan.
Por si esto fuera poco, se ha sabido ya en Barruelo que el cura ha marchado, y mandan que vayan a buscarle. Cuando D . Venancio está aún debajo de la mata, ve pasar a los encargados de traerle y oye esta frase: «Por aquí ha tenido que p a s a r » . Ve desde al l í ,cuando las casas lo permiten, gente enloquecida y oye sus gritos; en la perplejidad de volver a Barruelo o de caer en manos de los que le buscan, decide ir sin camino a un pueblo que dista de Barruelo unos diez kilómetros, San Martín de Perapertú, tardando ocho horas en llegar.
• H a podido aprender que en San Martín hay paz, y esto le consuela. Llega a dichopue-^ blo, se dirige a casa del párroco, quien le recibe muy satisfecho, porque, como sabía algo de lo que pasaba en Barruelo, temía le hubiesen quitado la vida. Pasó la noche sin que
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nadie le molestase; harto le molestaba el recuerdo de lo ÍDasado, como el recordar que a l día siguiente, domingo del Rosario, en B a -rruelo no habría Misa ni procesión, ni culto.
Sabe ya el domingo que de Patencia han llegado fuerzas a Barruelo. Estas dispararon enseguida un cañonazo; lo oye el valiente corifeo de la revolución y dice: «Este tiro no es de los nuestros; sálvese el que pueda» . Tomó él las de Villadiego y se acabó la revuelta. . :
Sin esperar nuevas noticias, D . Venancio se decide a volver a su parroquia, acompañado del que se presente, sea rojo o no.
O t r a vez en Barruelo
Su primera visita hubiese sido caminito de su iglesia; pero... ésta no existe. Va entonces a buscar la gente de su casa y l a encuentra, no sólo con vida, sino sin haber sufrido nada. Dan todos gracias a Dios y empiezan a • llegar feligreses a saludarte; no son buenos todos los que te visitan, perro a todos agradece i su visita y, como si nada tuviese contra nadie,, ordena la manera de que no falte el culto, ofreciéndole gustosas las' Hermanas de la Caridad sus salones, y allí se tienen las misas, se administran los sacramentos, etc.
Hecho esto, va al sitio donde estaba la parroquia y lo que antes era deseo veh!emente, ahora es necesidad Urgente. Aunque yo no sea teólogo ni filósofo, tengo que decir que en es-
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ta visita su entendimiento paciente quedó de tal manera impresionado que parecía que los sentidos no acertaban a presentar otra cosa, y el entendimiento agente no quería o no podía pensar más que en la iglesia por construir.
Y a no es desconsideración para sus . .predecesores decidirse a edificarla. ¡ Tristemente han cambiado tanto las circunstancias !
Pero la iglesia que se edifique no ha de ser como la1 anterior, y ésto es una nueva preocupación, porque se necesitará mucho dinero', y, en plena república, ¿a quién pedir? ¡Si v i viese aquel tan hombre grande y tan gran hombre, a quien tanto tiene que agradecier E s paña entera, el Excmo. Marqués de Comil las. . . ! Pero... ya no existe.
Preocupadísimo está D . Venancio, sin salida para su apuro. Empezar sin tener un céntimo, ni a hombre tan preocupado, como él, parecía bien. Llega a, sus oídos que el Estado concede indemnizaciones por lo devastado en octubre y empieza su esperanza. Da los pasos que exige esta concesión y, después de no poco esperar, le conceden 40.444 pesletas. E m pieza a preguntar cuanto podrá costar una iglesia que pueda llamarse iglesia de • Barrue-lo, y pide planos; le presentan uno no desagradable y le dicen que el edificio sólo no costará menos de 80.000 ptas. Aun con esa diferencia entre el dinero con qtjte cuenta y el coste del edifició según el presliputesto, precio que aumentará con el pago de las demás cosas necesarias, se decide a edificarla.
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Por todas partes surgen dificultades; las leyes de construcción, la falta* de terreno, el parecer de los compañeros, quienes le dicen que ya ha sufridg bastante y que, en tiempo de república, está expuesto a un fracaso. N a da puede torcer la voluntad de D . Venancio y, siguiendo la dirección de D . Luis Sierra, Ingeniero de «Construcciones Olasagast i» , acomete la magna empresa.
L a ot ra en marcna
Pide obreros a la Compañía Olasagasti y con poca fiesta, porque en tiempo de república estas fiestas no agradaban, ni su bolsillo' estaba en condiciones de dar pruebas de generoso, colocan la primera piedra el 5 de noviembre de 1935. N i a los obreros, n i a nadie puede prometer llegar al fin sin suspender las obras, aunque siempre confió en que Dios le ayudaría, ya que para Dios lera la obra.
E n Bármelo y fuera de él se hablaba' de la obra en todos los sentidos; y no pocos la juzgaban un disparate en tiempo de república. A l ver abrir los cimientos, creyéndose muchos maestros de obras, le dicen que va a ser más pequeña que la anterior. E l tiene que sufrir cuanto digan y procurar no enemistarse con nadie. L a Compañía de Minas, tan generosa siempre para obras en favor de Barruelo, en aquellas circunstancias ¡estaba como las otras minas. Compárense las cotizaciones de accio-
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nes mineras del 1925 con las del 1935 y se verá esto claramente.
Además ¿qué hubiese sido de cualquier propietario o jefe de las minas que, en tiempo de la república y más aún del Frente Popular, si, al pedir los obreros, con razón o sin ella, mejoras o adelantos, hubiese respondido; «no podemos daros nada, porque hemos entregado x miles de pesetas al párroco para edificar la iglesia ? » Todo esto lo conoce D . Venancio y tiene que limitarse a pedir secretamente a presentes y ausentes; más aún, si vuelve otra revuelta, como la del 34, y le encuentran la lista de los donantes, éstos hubiesen tenido que sufrir, como ocurrió, a tantos en terreno de los rojos durante el movimiento.
Las críticas siguen y hay quien habla de fabulosas cantidades recibidas por el pá r roco ; otros refieren ofrecimientos hechos, no cumplidos. A D . Venancio le hacen preguntas espontáneas y estudiadas en todos los sentidos y él tiene que callar. ¡Con cuánta razón decía entonces y repetía después: «El que no sepa de disgustos, póngase a edificar una iglesia y quedará luego lleno de ellos » !
Algunas veces se reía de lo infundadas que eran todas estas críticas; decía é l ; «Casi todas ison iguales a las de los que dicen que la nueva iglesia va a ser más pequeña que la quemada. Vean las dimensiones: la iglesüa antigua tenía 14 metros de larga y 13 de ancha; la nueva, 19 de larga y 18 de ancha;
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parecido suele ser casi siempre el valor y la razón de las críticas ».
Ahora bien, si, ya antes de empezar las obras, la vida de D . Venancio estaba como encerrada en estas palabras: «caminito de su iglesia», desde que empezaron aquellas, ¿cuántas veces al día andaría ese camino y qué viaje haría que no fuese para su iglesia ? Bien-puede decirse que ninguno.
Viene el Frente Popular y las obras no se suspenden; las gentes de Barruelo y de fuera empiezan a tomar el asunto en serio y dicen que la mano de Dios tiene que proteger esta obra. Los apuros, sólo D . Venancio, entre los mortales, los sabía.
Teniendo que obrar con tanto sigilo, coa tanta prudencia, con tanto miedo de que el dinero se acabase, se presenta el Glorioso Movimiento Nacional y entonces, aunque han cambiado las circunstancias por completo, puesto que ya puede pedirse públicamente, ya pueden ponerse en público las listas de donantes y ya se puede esperar algo de las Autori-dades, porque se precian de odiar el laicismo, por falta de hombres, de materiales y de medios de transporte, contra toda su voluntad, pero, acatando las disposiciones superiores, no tiene más remedio que abrir un paréntesÜs de espera.
iSuspende la construcción
Suspendamos la historia en este capítulo
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y estudiemos a D . Venancio en actividades completamente distintas.
•Uno de los frentes de guerra se llama frente de Barruelo; por ello, Barruelo es bombardeado por los rojos de día»y: de noche. Los montes de Campóo sirven para poder salir,, sin ser vistos, de los rojos, los que desean pasarse a los nacionales;, y a Barruelo van a presentarse no pocos.
L a figura de D . Venancio ha subido y él es el encargado de proveer de alimientos y de habitación a los que se pasen; el examen personal le hacen los militares. D . Venancio es todo caridad; así lo confiesan los que se pasaron^ como se ve en el caso del Rxcmo. Sr. Obispo de Córdoba, (q. e. g. e.), D . Adolfo Pérez Muñoz.
Llega el Sr. Obispo a Barruelo sin ropas,, con los pies deshechos de un viaje de varias leguas por montes espesos, sin comer. Pregunta por el párroco y, reconocido por éste, le abraza cariñosamente y le ofrece la casa con cuanto en ella hay y él mismo se encarga de-servirle y ayudarle en todo; no le ofrece su ropa de sacerdote, porque no le vale. Entonces iel Sr. Obispo le pregunta, si tiene a lgún sastre conocido en Palencia, para encargarle telefónicamente la hechura de las vestiduras episcopales; D . Venancio tiene coílocido sastre de confianza. Van a dar aviso y, en el mismo instante, es llamado por teléfono el pár roco de Barruelo; puesto al aparato, se le dice: «Hemos oído que el Excmo. Sr. Obispo de
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Córdoba ha pasado a los nacionales; ¿está ahí ? » A l contestar afirmativamente, dicen des-
'de Falencia: «Somos amigos y admiradores de S. E . , le suponemos sin ropa; mándenos las medidas, para que se la hagan aqu í» . ¡ Oh admirable Providencia! ¡cómo no olvidas a los que te sirven! E l Sr. Obispo nunca olvidó la caridad y: prudencia del cura de Barruelo.
E r a necesario aclarar y sancionar lo ocurrido en Barruelo en octubre de 1934 y, para ello, tenían que informar todas las Autoridades. Aquí se presenta a D . Venancio el papel más triste. E l , que nunca había hablado mal de sus fieligreses, se ve obligado a decir y escribir cosas graves de ellos y no buenas ; ésta fué su prueba más dura, pero procura que, con la verdad en la exposición, vaya también la petición de indulgencia. Cuando sabe que se fusila a alguno de Barruelo, las lágrimas le brotan y es todo caridad y solicitud para que mueran arrepentidos.
Una tarjeta de D . Venancio tenía un valor insuperable; así lo dicen los que a Barruelo llegaron. i
Preguntará alguien: «¿ Cómo aquel cura de parroquias tan pequeñas, de aspecto de cura rural y nada más, ha llegado a ser una figura importante, un hombre de prudencia extraordinaria, de trato tan estimado y capaz de tantas cosas, como vemos que hace ?
E l Médico, de quien se habló más arriba, te d i rá : «No mires, ni busques hombres de gran porte, de gran posición, ni de mucho d i -
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ñero, si, quieres hacer o que te hagan cosías grandes, buenas y prudentes; busca quien tenga educación e ilustración y, sobre todo, v i r tud ; ese lo hará todo b ien» . .
¡ Oh venerables párrocos rurales que, en pueblos tan insignificantes, conserváis la educación e ilustración adquirida en el Seminario y habéis sabido adquirir la virtud die párroco,, que ¡encierra todas las virtudes! E n esos pue-•blecillos sois dignos de envidia, porque valéis para más y, sobre todo, porque, con vuestras virtudes y trabajos tan discretos, gozáis del cariño de vuestros feligreses, de la amistad die vuestros compañeros y de la benevolencia de vuestros Superiores, de los que, si casi nunca tenéis que dirigiros ¡a ellos, n i visitarlos, tampoco recibís reprensión alguna!
¡ Guántas veces cada día iría en este tiempo D . Venancio caminito de su iglesia y cuántas veces pensaría en ella! ¡ a cuántos hablaría de ella y a cuántos pediría ayuda económica !
Queda libre de rojos Santander y ya puede tener algunos hombres a su disposición, con los cuales volver a su empresa.
5e reanudan la otras
Arrojado de España el laicismo ( ¡y quiera Dios que no vuelva!), ya puede hablar y pedir sin peligro. Y a miran todos la iglesia como cosa propia, y dan ánimos y dinero a don Venancio, para que siga adelante. Y , en efecto,
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el edificio, pero sólo el edificio, ya llega a su fin. i í
Tienen una imagen de Nuestra Señora del Carmen y quieren todos que se bendiga e inaugure cuanto antes. Que la inauguración sea solemne, invitando al Excmo. Sr. Arzobispo de Burgos, el cual gustoso atiende la invitación y lleva un acompañamiento digno de él y de la nueva iglesia: tres canónigos, D . Antonio Alonso, D . José P. lyhmoz (her-» mano del Sr. Obispo de Córdoba) y D . Pedro Riaño que predica en la fiesta. Esta tiene lugar el día 5 de setiembre de [-938. Todos dicen que fué la. fiesta más completa y más alegre de Bármelo.
Pero estaba hecho el edificio únicamente, y, en una parroquia ¡cuántas cosas son necesarias! D . Venancio lo sabe y el mismo Sr. A r zobispo, después de abrazarle y darle la enhorabuena, le dice: «Has edificado la iglesia; complétala, adquiriendo imágenes, altares y ornamentos ».
A l finalizar el primer año, ya presenta don Venancio un inventario de ropas y enseres, como el de la parroquia mejor dotada, y, al terminar el Movimiento, puede regalar a las parroquias devastadas, tantas ropas, cálleles y otros enseres, como la parroquia más rica.
Hecho lo relatado y tanto más que hay que omitir, tan entretenido en llenar su iglesia; salen nuevos trabajos para D . Venancio.
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Hati l i tando templos
A la iglesia de Bármelo le vino la desgracia en 1934; pero a las de Brañosera, Salce-dillo, Cillamayor. y Bervios, del mismo A r c i -prestazgo, les llegó, durante el Movimiento, quedando inservibles para el/culto.. E l Sr. A r zobispo, conocidas sus aptitudes, le da carta abierta para que las arregle, y. él, a tratar de nuevo con operarios, a hacer continuas salidas, a presentar a los Superiores explicaciones de lo hecho y. de lo que se debe hacer y. . . a recibir nuevos disgustos.
" Sin escatimar gastos personales y sin po-5 nerlos ien la cuenta de las iglesias, deja las
cuatro útiles. Los párrocos contentísimos, porque sólo han. tenido que cumplir las órdenes de su Arcipreste.
Quemada la casa del Ayuntamiento de B a -rruelo y, por tanto, los archivos del Juzgado, todas las partidas de nacimiento, matrimonio y defunción tienen que ser expedidas por el párroco, y ésto en una parroquia de 6.000 almas, no de labradores asentados en el pueblo, sino de gentes obligadas a salir y buscar trabajo donde le encuentren.
Tantos afanes no impiden que D . Venancio se prepare para un nuevo concurso de parroquias, en el que, siguiendo consejos de quienes bien le querían, toma parte. Aprueba y no le dan nueva parroquia y él sigue el mismo, deduciéndose de su actitud que, con entrar
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a concurso, sólo deseaba ponerse a disposición de sus Superiores. Nadie le notó contradicción, y; su vida siguió siendo caminito de su iglesia, tratando de deshacerse por Dios, por su iglesia de Barruelo y por los feligreses dle Bar meló .
Los grandes acontecimientos durante la república y el Movimiento habían producido convulsiones extraordinarias en las personas; lera, pues, necesaria una medida eficaz y ninguna mejor que una Misión general. También pedía l a nueva iglesia unos actos de particular fervor y de interior renovación; lo propone D . Venancio y, acogida con alegría universal la idea, no faltan ofrecimientos económieos y de todas clases. Se tiene la Misión en la Cuaresma de 1945, quedando todos muy contentos de (ella, y no menos los tres Padres Dominicos encargados de la misma.
De cómo seguía caminito de su iglesia es prueba convincente el que estuviese allegando fondos para un artístico Comulgatorio y un Paso para Semana Santa.
¡ Tanto puede hacer un sacerdote que ste levanta siempre con luz artificial, que estudia diariamente, que es el primero len entrar en la iglesia y el último en salir de ella, que prueba su amor a los pobres, dándoles mensualmente no menos de cien pesetas, y llegando en 21 años a las 25.000! Añadamoís las i $ . ó c t o dadas piara hacer la iglesia, y suman todas 40.000. Así no es extraño que muriese pobre.
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F i n propio de tal vida
No como único motivo, pero sí como parte muy; principal, tenemos que considerar a la revolución die Octubre como causante de la muerte de su madre, que ocurrió e l 18 de Octubre del mismo año . Los trabajos tan abrumadores que sobre él pesaban, los disgustos y, malos ratos de vida tan agitada como la suya, el clima y la atmósfera de Barruelo, 'donde todo es carbón, tenían que minar su naturaleza y, a principios de marzo de 1946, se sintió enfermo. Expone su estado al Médico, quien le dice que padece de agotamiento de fuerzas, por exceso de trabajo. Obedece unos días, trabajando menos, pero llega la Cuaresma y vuelve al trabajo. Todos notan el progreso de su sufrimiento, pero é l puede celebrar todavía el primier día de Pascua, teniendo que suspenderlo todo.
Se ¡avisa a su hermano el Párroco-Arcipreste de Villadiego, y convienen (en ir a V a -lladolid a consultar. E n Valladolid les dice el Doctor que la gravedad iba aumentando por momeptos. Así lo ve él enfermo, pidiendo vayan a su lado la hermana y sobrina que quedaron en Barruelo. Pide que le visite un Pa dre Jesuíta de San José, con quien se confiesa y cuya visita sigue recibiendo con gusto. Manifiesta deseos de ir a Barruelo para recibir allí solemnemente el Santo Viático, y l legan el día 7 de mayo. Pidie enseguida que
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venga un Padre Dominico de Montesclaros, con quien vuelve a confesarse. Acuden los párrocos del Arciprestazgo, a los cuales dice que «veía se aproximaba el cumplimiento de lo que siempre había pedido a Dios ; --morir como víctima en el cumplimiento de su deber—y: tenía que predicar su última plática». Imposible referir la solemnidad y fervor del acto; pero ÍSU salud no le permite hablar.
Pide él mismo la Santa Unción y entonces, rodeado también de gente, pide perdón y perdona a todos, ofrece de nuevo sus sufrimientos por la salvación de la parroquia, se despide uno por uno de f amiliares, coadjutor, Autoridades, Médico, etc., pide le lean la recomendación del alma, ordena al coadjutor celebre la Misa de agonizantes y, repitiendo jaculatorias,, expira con la palabra Jesús en los labios.
A l llegar aquí, que las lágrimas y los deseos de imitarle en todo se encarguen de lo que yo no haya dicho o haya dicho mal.
u na mirada atrás
Fácil será a cualquiera deducir de lo escrito que la vida de D . Venancio fué vida verdaderamente espiritual; pero no creo exceder y sobrepasar la obligación del cronista, si expongo algo de su vida que pruebe que tales hechos son debidos a tal vida y que, por lo mismo, son indiscutiblemente suyos propios, presupuesta siempre la gracia y ayuda de Dios.
Parece que también él tenía empeño en
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que no ¡se publicasen sus obras y sus condiciones, no pudiendo encontrar en lo referente a sus particularidades, más que dos papelitos,, ordinariois, en los que tenía escritos a lápiz datos de partidas, por lo que hace suponer que se los llevaba consigo, para, queriendo o sin querer, leerlos varias veces ai día.
Aquel continuo y silencioso trabajo de sus primeros años en las pequeñas parroquíias, así como después, estando preparado para hacer concurso con tantos trabajos como tenía en Barruelo, nos lo explican las breves frases: «Studio Theologiae vacare.—Me acostaré no después de las doce y me/levantaré no después de las siete » . i
Con su carácter reservado parece que podría explicarse su manera de ser silenciosa y hasta enemiga de que sus obras se publicasen; sin quitar nada a su carácter, supo dar valor particular a este su proceder; pues dos ve-oes dice: «En honor de Jesucristo y su Santísima Madre» y otra vez añade : « N a d a haré para mi propia alabanza; todo para honor de Dios ».
Aquel guardar tanto silencio, cuando en las obras de la iglesia sufría tantos apuros pecuniarios y cuando tantas cosas, hasta desagradables, se decían de é l ; aquel no manifeistar distinción entre unos • feligreses y otros, después de haber tenido que abandonar a Barruelo, era diariamente alimentado con la lectura de las siguientes líneas: « Nunca de otros y particularmente de los enemigos hablar ma l ;
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nunca fijes tu atención en las cosas que en otros te desagradan; nunca te enfades, sobre todo, si son- de condición humilde. Sé humilde yt ni te irrites con las ofensas, ni te alegres con las alabanzas ».
Lia repetición de aquella frase: «Háganse con orden todas las cosas», y aquella otra: «Sé ecuánime lo mismo en la prosperidad que en la advers idad», servían para lo' mismo. Aquel repetir «Sé humilde», nos dioé que su carácter no era suficiente y que eran necesaria^ ayudas sobrenaturales.
, Para merecer cariño y respeto coi), su trato, le preparaban las advertencias tan útiles a todo ¡el que tiene cura de almas: «'Ño hacer las cosas alborotada sino tranquilamente; no mezclarse en asuntos ajenos a l ministerio;' lo de fulera amarga la vida; mejor que hacer muchas cosas, hacerlas bien; jamás ment i r» .
A todo Párroco, y más aún a todo A r c i preste, se presentan urgentes ocasiones de corregir, y en tales casos se enctientra suma d i ficultad en conservar la serenidad. D . Venancio tenía para entonces, además de lo general ya apuntado, la sentencia siguiente: «Corrección, cuando sea necesaria, tras diligente examen, con caridad ».
Para l a lectura de periódicos tenía el siguiente aviso: «Tendré diariamente brevísima lectura de periódicos».
Tantas limosnas como hizo, panecferá a alguien (extraño el que no se encuentre en las notas algo relativo a favoHecer a los pobres;!
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pero no hay que olvidar que las limosnas llevan consigo un gran peligro de vanagloria, y de este peligro hemos visto cuánto empeño ponía en librarse.
Para la vida Je su espíritu
E n lo estrictamente espiritual le servía de despertador una serie de notas, con que empiezan y terminan estos dos papeles, no faltanr do entre las ya mencionadas para dar a entender que esto es lo más principal.
«Meditación cotidiana por media hora; lectura espiritual; rosario; visita a l Santísimo; Oración cotidiana, siempre, devota y antes que todo lo demás ; Misa con preparación y acción de gracias, por media h o r a » .
«En todas las cosas debo considerar a Dios presente; debo mirar ante todo por mi salvación, después por la de los demás ; conserva-varé durante el día el espíritu de oración con frecuentes jaculatorias ».
L a última nota lo dice todo: «La llave, el examen; no se haga rutinariamente, sino con espíritu de F é » .
A l leer los últimos días y últimas disposiciones de su vida, pudiera entender alguien que toda su ocupación, todos sus buenos deseos eran para la parroquia y solamente para sys feligreses, aplicándose aquí completa y exclusivamente el título de esta semblanza: C A -M I N 1 T O D E S U I G L E S I A . Nada más ajeno a su pensamiento y vida que esta tan desea-
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rriada aplicación en cuanto tenga o se acerque a la exclusiva. Sabía él bien que un párroco, tanto tiene de buen párroco cuanto tiene die buen sacerdote; que. pasar la yida trabajando por la salvación de otros y no preocuparse de su salvación,, no es de cuerdos.
E n esos pequeños apuntes repite el remedio para no caer en tal desatino, diciendo: «Atiende primero a tu salvación y después a las de los demás» . Entre los otros, el primer lugar corresponde a sus feligreses; por eso, se preocupa tanto de ellos.
Termina uno de estos, al parecer, insignificantes papeles: «Os pido mi salvación y la de la parroquia y dos gracias temporales: mi 'traslado a otra parroquia, donde más fácilmente me sa lve . . . » ; la segunda nos la deja para que la adivinemos y ese mismo encargo doy a los lectores. '
U n luici uicio exacto
Esta opinión se verá confirmada con el juicio que de él tení^. y tiene formado el M . I. Sr. Secretario del Arzobispado:
«Si la caridad es el centro de toda perfección cristiana, de manera singular, si cabe, es la sustancia de la vida sacerdotal, y la expresión de la misma en los ministerios del Párroco, principalmente con los enfermos, pobres y desvalidos, es el mayor atractivo de las almas, iel medio más eficaz de apostolado. E n los feligreses más necesitados ve 'el sacerdote.
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más claramente la imagen de su Divino Redentor.
»Tal fué el distintivo de la vida de D : Venancio. Los mineros de su parroquia y, entre estos, de modo especial los enfermos que v i sitaba diariamente con cariño paternal, eran objeto die su predilección. Nunca entraba en albergue humilde sin dejar, de manera escondida casi siempre, su limosna acompañada del consuelo espiritual.
»Conducta tan ejemplar suavizaba ante sus hijos el continente menos afable propio de un carácter fuerte como el suyo. Pocas veces entreabrió sus labios a la sonrisa. No era muy: dulce en la forma, pero sus obras delataban un corazón grande, de apóstol.
»A levantar al mundo dte la miseria del pecado, de la ignorancia, de la abyección, dirigió todo el celo de su vida, sacerdotal, y esta es La obra de la Redención. Por esto hizo carne y vida propia «1 ideal de Jesucristo Nuestro Señor: «Evangelizare • pauperibus misit m e » . Burgos, ID de abril de .—Buenaventura Diez y Diez.—Canciller-Secretario ».
E n Barruelo y con Barruelo
L a vida de D . Venancio en Barfiruelo había adquirido, en la parroquia y en todos los pueblos del Arciprestazgo un prestigio muy grande; sus obras todas y, principalmente, la edificación de su iglesia, así como la reparación
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de las otras cuatro, obligaban a que todos hablasen die él y; le conociesen.
Su entiierro tenía que ser un acontecimiento, como en iefecto lo fué, no habiéndose visto en Bármelo tanta aglomeración en entierro alguno. Además, todos pedían que fuese enterrado en la nueva iglesia. A l no ser esto posible, todos deseaban y de'sean que a ella sean trasladados sus restos cuanto antes.
Cumplió en Barruelo y con Barruelo, como un sacerdote ejemplar que no olvidarán los que le conocieron.
¡ Qué buena lección también para los sacerdotes ! Fué hombre de trabajo, hombre de paciencia y, por tanto, de prudencia. No fué hombre de ilusiones, ni de aspiraciones; se contentó vcon ser hombre de ocasiones, ante ninguna .de las cuales sucumbió, por graves y difíciles que fuesen. Procediendo así, es como más segura se tiene la ayuda de Dios.
De esta manera procede con la última ocasión: la muerte. No la teme; antes la acepta resignado; se prepara para ella, y la ofrece por lo que expresa el título de esta Semblanza : por los feligreses, por la parroquia y a Dios. Esto es su iglesia para el pár roco; el edificio que debe adornar y conservar. Los feligreses, iglesia sin feligreses, tristeza continua. Dios que elige la iglesia, como continua y particular habitación.
Bien podemos, pues, decir que la muerte de D . Venancio fué el último viaje que hizo C A M I N I T O D E S U I G L E S I A .
COMO EL MAESTRO
, Vagando una deuda
/ J N nuestro deseo de ofrecer a los lectores de Sem-blanzas Sacerdotales e/promeí/rfo folleto de 64 p á g i n a s , pensamos que p o d r í a m o s completar las precedentes con las de una edif icant ís ima re lac ión,
publicada a ñ o s a t r á s en El Mensajero del Corazón de Jesús (Mayo 1943) bajo el titulo de <El martirio de un sacerdote españo l» .
Mas , como no nos c r e í amos autorizados para tomaría de a l l í por nuestra cuenta y riesgo, escribimos a su Director, e l Rodo. Padre J o s é Ju l io Mar t ínez , S. J . , e l cual , no só lo se a p r e s u r ó a complacernos, sino que llevó su amabil idad hasta remitirnos e l recordatorio del hermano ejemplartsimo y otras cosas interesantes para nuestro objeto.
P o r eso, estas frases con que abrimos l a breve, pero magníf ica Semblanza del joven Sacerdote már t i r , a l mismo tiempo que han de servir de in t roducc ión explicativa de aquél la , queremos que sean e l pago de una deuda de gra t i tud a dicho Padre po r el insigne favor que nos ha dispensado con autorizart la reproducc ión de tan edificante relato en estas p á g i n a s ,
Vi tor ia , 11 de Junio de 1948. i
LA DIRECCIÓN DE «SEMBLANZAS SACERDOTALES».
Comarca del P a n a d é s
X es tina villa de 2.000 habitantes, cuya industria principal es la elaboración del vino.
Desde hiace muchos años esta villa era notable por el relajamiento de sus costumbres y por ¡su hostilidad contra Dios y su Iglesia. Hostilidad organizada y reglamentada. M u chas familias habían firmado un documento por el cual se comprometían a no tener relación con ningún sacerdote y a nunca usar de su ministerio. Sólo cuatro hombres asistían a la Santa Misa el domingo.
E l señor Obispo, viendo tanta miseria acumulada, eligió para párroco a un sacerdote joven, santo y celoso, que condujera las ovejas extraviadas al redil, del Pastor.
E l 8 de agosto de 1934 don José María Escoda entraba en esta parroquia; tenía treinta y cuatro años. Encontró una iglesia muy grande, llena de riquezas que los siglos habían acumulado, pero vacía de hombres, de jóvenes y de niños.
Hacía cuarenta años que unas religiosas di -
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rigían allí un pensionado, pero su influencia parecía nula. A
E r a imposible al nuevo párroco acercarse a las familias, imposible hablar de Dios a sus feligreses. ¿Qué ha rá? Más tarde me decía él mismo cómo oraba al divino Maestro y con qué grande insistencia le pedía la salvación de su parroquia.
Y la pedía por medio de la Virgen María, a la que profesa una devoción íntima y fi l ial . Celebraba sus fiestas con el gozo del niño que está con su madre, y le consagraba una pureza y una modestia ejemplarísimas. A la súplica por sus feligreses unía la penitencia. Guardaba rigurosamente los ayunos de la Iglesia; y¡ cuando le decía que debía comer más por estar muy flaco, riespondía invariable-miente: «Es necesario que el párroco se mortifique para la conversión de tantos pecadores» . •. -
Nuestra fuerza
Cuando fui ordenado sacerdote, tuvo la amabilidad de pedir al señor Obispo que yo fuese su; vicario.
E l 13 de julio de 1935 llegué a X . Me recibió con los brazos abiertos, me acompañó ante el Santísimo, y enseñándome el Sagrario: «Ahí está nuestra fuerza», me dijo. E n seguida me explicó sus deseos ardientes y sus planes de apostolado.
E l trabajaría y rezaría particularmente por
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una parte de la parroquia y yo por la otra, ocupándome principalmente de los hombres, de los jóvenes y de los niños.
Muchos de estos últimos venían todos los días a la casa parroquial; después de haber asistido al catecismo se quedaban para leer y jugar hasta la hora de comer.
Yo veía allí el espíritu de sacrificio de mi párroco. Su mayor contento era estar entre ellos para llenar sus almas de Jesús, a fin de ponerlos en estado de resistir a los malos ejemplos de sus padres y de sus compañeros. A l cabo de un mes, habiendo sobrepujado dificultades humanamente invencibles, obtuvimos que cuatro jóvenes de veinticuatro años consintiesen en venir por la tarde para asistir a un círculo de estudios, a condición de que no se les hablase nunca de Dios ni de religión. Consulté con don José María, para saber qué actitud adoptar. Su respuesta fué: «Acepte y rezaremos ».
Pasados tres meses, los jóvenes que habían entrado en esas condiciones era veintitrés. L a víspera díe Navidad de 1935, sin ninguna presión por nuestra parte, todos expresaron el deseo de asistir a la Misa del gallo y comulgar en ella.
Hacía muchos años no se había visto en esta villa que los jóvenes se ; acercasen a la sagrada Mesa. ¿Qué hacer? No sabían ni el Padrenuestro, ni Dios te salve, Maríu, ni nada de los sacramentos. Casi todos ho habían comulgado más que una vez en su vida a' los
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siete u ocho años. E l párroco resolvió satisfacer sus deseos.
y
Soplo de vida
Esta segunda Comunión fué para estos jóvenes el principio de una existencia completamente cristiana, y; desde entonces vivieron en sus cuerpos y en sus almas la vida de Jesús, la gracia santificante. Asistían todos los domingos a Misa, y algunos lo hacían al precio de sacrificios verdaderamente heroicos a causa de la gran oposición de sus padres.
E n presencia de todos y a pesar de los numerosos obstáculos, se mostraban cristianos en todas sus acciones y se sentían ufanos de llíevar este título. * ¡ Qué consuelo para el corazón del sacerdote contemplar la obra de la gracia en sus almas! '
Eran los jóvenes más felices del lugar— afirmaban ellos mismos—; y no podían comprender cómo habían pasado tantos arios sin conocer ¡a Jesús. Se penetraron tanto de este espíritu cristiano, que llegaron a ser verdaderos apóstoles. Su deseo ardiente era comunicar su felicidad a sus padres y a los otros jóvenes, que estaban sumergidos en la mayor miseria moral. E n la calle, durante su trabajo, en sus conversaciones, su objeto constante era llevarlos a Jesús.
¡ Con qué gusto iban al Sagrario para decir ial Huésped divino lo que habían hecho por sus compañeros! U n día encontré a dos
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delante del Santísimo y les pregunté cómo hablaban con Jesús y qué le habían pedido. Uno de ellos me respondió: yo hablaba alto para que mi compañero lo oyese, y decíamos a Jesús: «Te pedimos que nuestros padres te amen y nuestros compañeros te conozcan». ¡ Ingenua y sublimfe oración!
Cada vez quie algún otro joven consentía en venir a l círculo, ¡con qué alegría le acompañaban a la casa parroquial! Imposible pará mí hablar de Dios a los recién venidos, porque ellos mismos ponían esa condición; pero los otros jóvenes emprendían la tarea de i luminar sus almas poco a poco, hasta que ellos mismos, libremente^ pedían al sacerdote ayuda y orientación para salir del abismo en que su ignorancia les había sumergido. L a Semana Santa llegó, y todos participaron die las solemnidades de la .parroquia. Durante el tiempo que Jesús estuvo en el monumento, hacían su vela ante el altar, pero antes nos preguntaban cómo se hablaba con Jesús en estos días.
E l .secreto
Todos estos jóvenes dieron sus nombres a la F . J. C. (Federación de Jóvenes Católicos).
¿ Cómo explicar este milagro de la gracia ? He aquí el secreto:
Mientras'nosotros estábamos en el círculo de estudios, el cura, abismado en oración delante del Santísimo, imploraba la conversión de estos jóvenes. Aún lo recuerdo arrodillado
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sobre el pavimento, inmóvil, sus ojos fijos en el Sagrario y sus manos juntas sobre el pecho. Así continuaba hasta la una o las dos de la madrugada.
L a obra de la gracia lera tan visible, que yo notaba la diferencia del éxito del círculo de estudios, cuando, teniendo otras ocupaciones, no podía entregarse a su adoración nocturna y habitual. Más tarde veremos que la organización de este grupo de jóvenes fué la primera acusación de los anarquistas en el momento de la muerte.
A las conferencias ateas oponía las conferencias católicas; a las persecuciones y a las injurias la mayor caridad, hasta el punto de amar con predilección a los que más le odiaban, i
He aquí entre muchos otros un ejemplo que puedo citar: U n hombre, que lie había in juriado varias veoeá en la caUe y cuyos h i jos no estaban bautizados, cayó gravemente enfermo de un tifus tan malo, que ni sus vecinos,
.ni nadie de su familia quería socorrerlo, y su mujer se encontraba sola para cuidarlo en la mayor pobreza. Desde que el párroco lo supo, me ordenó' i r el C el S el del enfermo para ofrecerle que nosotros le cuidaríamos, él durante la noche y yo durante el día. Su necesidad extrema hizo que aceptara nuestros servicios.
Desgraciadamente no había vuelto 'aún a casa para comunicar a mi cura este resultado, cuando los ateos se presentaron al enfermo
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con el nefasto documento y le obligaron a retractar su aceptación.
E n tre injurias
¡ Cuántas veces, pasando por las calles, pía yo que nos injuriaban con palabras tan odiosas que no es posible escribirlas, hasta el punto de que los niños nos apedreaban, mientras sus padres les miraban complacidos!
M i pena llegaba al colmo cuando llevaba públicamente el Santísimo a las enfermos, como es costumbre en España , y hombres y mujeres injuriaban con palabras y a veces con obras al Señor y al sacerdote. Sin embargo, era imposible llevar el Viático sin solemnidad, porque esto hubiera sido considerado en el pueblo como una cobardía, y era preciso mostrarse siempre más valiente que los anarquis-
'tas. . ." . ••• E l martes de Carnaval de 1936 hicieron
parodias sacrilegas de la Eucarist ía por las calles. Pero no sintiéndose satisfechos, entraron' en la iglesia misma.
. E l Sacramento estaba expuesto y yo en el púlpito. U n joven entró en la iglesia, subió hasta el altar; y señalando la Hostia consagrada, pronunció una blasfemia. Otro penetró en e l templo durante el sermón, y gritó al predicador: «Todo lo que dicie es una gran mentira ».
Para evitar estos cuadros, cuando un sacerdote' predicaba, otro debía vigilar a la
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puerta. ¿Qué hacía el buen pastor ante tales espectáculos ? Orar y trabajar por su querida parroquia.
[ P e d í a el martirio!
No perdía un momento, y no pedía nada para sí, cíando todo a los otros. Los días más felices de su vida eran los que más había sufrido. U n mes antes de salir yo de su parroquia, una denuncia calumniosa me obligó a comparecer ante un tribunal. Me felicitó y v i no conmigo para tomar parte en esta prueba.
A l volver, yo estaba triste; me censuré esta tristeza, inconcebible para él, que vivía únicamente vida de fe.
Veía tan difícil la salvación de su parroquia, que para obtenerla ofreció su vida. ¡ Con qué insistencia pedía la gracia del martirio!
«Cuando vengan los ana rqu i s t a s—dec í a -no me esconderé ni me marcharé : los xaré para entregarme a ellos. Todos los días ruego a Jesús que me ayude con su gracia para resistir, pero Jesús aún no me ha quer ido». Entonces no comprendía yo ese deseo...
E l 25 de junio de 1936 recibí el nombramiento de vicario de V. Fué necesario separarnos. Tenía para él no solamente respeto, sino también un afecto filial, acompañado de admiración.
Reunió a los jóvenes, y me hizo una fiestk de despedida. Ese día yo les revelé el secieto de su conversión. Me acordaré 's iempre de las
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palabras que me dir igió-delante de ellos, y; cómo con lágrimas me pedía que fuese todos los días de mi vida un sacerdote santo y; celoso.
U n joven recientemente ordenado, me reiem-plazó en el cargo de vicario. Lleno de celo empezó así su vida sacerdotal, que habla de durar sólo un mes.
X e D e u m
Llegó ¡el 19 de julio de 1936. L a multitud asaltaba y quemaba; los •sacerdotes y religiosas eran conducidos a la muerte.
E l martes, 21 de julio, sin tocar las campanas, don José María empezó la Misa a las siete de la mañana : asistían solamente las seis religiosas de la parroquia.
Los rojos . se presentaron en la sacristía, y el vicario les preguntó qué deseaban. «Queremos ver a tu amo», contestaron.
E l vicario comunicó la orden al cura que había consagrado ya.
«Estoy pronto, cuando ellos quieran; pregúnteles si puedo terminar la Misa ».
L a respuesta fué afirmativa. ¡Con qué fervor debió de terminar su última Misa el que parecía un serafín cuando subía al altar! • Y recibió su Comunión, su Viático. E l v i
cario y las religiosas comulgaron seis o siete veces para consumir todas las hostias.
E l márt i r entró en la sacristía recitando en voz alta el Te Deum, con el rostro resplan-
se •
deciente de alegría. Saludó a la cruz, dejó el cáliz sobre la mesa y, revestido con los ornamentos sacerdotales, se arrodilló en medio de la sacristía. Allí, con los brazos en cruz, dijo a los anarquistas que consumasen sü martirio, y
Ellos se turban ante tanta fortaleza; y titubeando le mandan que se quite los ornamentos. ¡Con qué amor los besa!
Le obligan, lo mismo que a su vicario, a quitarse la sotana y fuerzan a las religiosas a dejar el hábito. Así los conducen a casa de una familia, la cual responde con su vida de que ninguno de los prisioneros se escape.
A l poco rato oyen el clamoreo de la multitud que entra en la iglesia y en la casa parroquial. Oyen cómo derriban de lo alto del altar la estatua de Santa María de Gaya, pa-trona de la parroquia, y |el santo cura, que hasta entonces había sostenido a los otros, siente tal peso de dolor, que intenta salir para ir a la iglesia, pero cae desmayado, diciendo: «Ellos destruyen y queman mi iglesia; yo debo morir defendiéndola».
A l cabo de una hora había vuelto en sí y volvió a ser el sostén de todos. Sus ojos y su rostro reflejaban una paz y una serenidad incomparables.
L a úl t ima comida
N i el clamoreo de las turbas, ni las llamas sacrilegas que iluminaban siniestramente la
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villa turbaron su espíritu, dirigido continuamente a Dios. E n adelante su boca sólo se abrió para hablar del cielo, pero en términos tan conmovedores que todos los que le oían deseaban el martirio. Tanto él como las buenas religiosas, como los niños de la casa, insistieron mucho para que el vicario huyese, pero éste respondía: «Lejos de usted temo que me falten las fuerzas necesarias para sufrir el martirio; a su lado lo espero y lo deseo ardientemente ».
E l jueves, ,23 de julio, supo don José M a ría que ios anarquistas querían matar a todos los de aquella casa, y mandó preparar la cena como para una fiesta; él mismo se ocupó de todos, los detalles.
Antes de cenar los exhortó a que recibiesen el Sacramento de la penitencia. E l mismo se confesó con el vicario, luego empezó a servir a la mesa, hablando sólo del cielo que se acercaba': «Es la última comida* que tomaremos len la tierra; la otra será eterna en el cielo. Mañana o pasado mañana, en está hora contemplaremos la hermosura de Dios» .
Sus palabras eran tan sublimes que todos estaban alegres, deseando y pidiendo a Dios la gracia del martirio. E l viernes, 24, los rojos se presentaron, golpeando con fuerza la puerta, y ordenaron que el cura, el vicario y las seis religiosas subiesen a un camión descubierto que se dirigió hacia la plaza principal del pueblo, donde estaba reunida una gran multitud.
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Piasaron delante de la casa parroquial y de la iglesia profanada y destruida, donde ondeaba la bandera roja y; negra en lo alto de una pared. Llegando a la plaza el camión se paró, para que la multitud tuvifese el placer de i n juriar a los sacerdotes, viéndoles en compañía de las religiosas. i
U n día, cuando yo era vicario suyo, me había dicho que un insulto de esta especie le ocasionaría más pena qufe todos los martirios; y tuvo que pasar por esta prueba...
Los prisioneros fueron llevados a X , donde permanecieron dos horas en la Alcaldía;1 luego se dirigieron a Villafranca del Panadés , y allí los encerraron en una prisión, donde encontraron a un joven sacerdote ordenado en 1934. Oraron toda la noche.
, iSentenciados a muerte
Llegó la mañana del 25 de julio de 1936, fiesta del Apóstol Santiago, Patrón de España. Los anarquistas fueron a la prisión, y con mi l burlas e injurias, uno de ellos leyó un papel con las sentencias de muerte:
E l cantarada José María merece la pena de muerte porque en su parroquia tenía un grupo de jóvenes y les permitía reunirs\e en la casa parroquial. Merece otra, pena de muerte porque mientras el tiempo que estuvo \en N . alborotó a los habitantes. E l enmarada Angel {el vicario) merece la pena de muerte porque sabemos es sacerdote. E l cafnarada Jaime Bo-
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lada merece la pena de muerte porque es evidente que es sacerdote. E l Tribunal Popular ordena la ejecución inmediata de estas sentencias.
E l isanto cura hizo sobre leí que leía la señal de l a cruz y levantó su mano para bendecir por última vez a sus coinpañieros, diciendo: «Nos vamos al cielo; dentro de un momento veríemos ia Dios. Ahora de todo corazón perdono a todos ». ,
Con paso firme y con el rostro reflejando alegría, los ojos fijos en el cielo y; las manos cruzadas ien el pecho, siguió a los anarquistas. Su vicario y el otro sacerdote acompañaban rezando. Su deseo ardiente iba a cumplirse. E l buen pastor, imitando a su divino Maestro, ofreció su vida por sus ovejas, y Dios aceptaba su sacrificio.
Las religiosas oyeron las detonaciones. Sus cuerpos fueron enterrados y sus almas triunfan en el cielo. . \
F i s o n o m í a de su espíritu
Interrumpimos aquí la emocionante narración, para destacar algunos rasgos de nuestro márt i r (ya referidos antes), que manos piadosas espigaron en aquélla para reproducirlos en tel. sencillo recordatorio del «Rvdo. don José M . a Escoda Cedó, Párroco Regente de Villarrodona, que murió gloriosamente como mártir del Señor, en Almuríia (Comarca del Panadés) , el 26 de julio de 1 9 3 6 » .
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Alma de oración.—Pasaba largos ratos arrodillado al pie del altar, inmóvil, sus ojos fijos en el Sagrario, y sus manos juntas sobre el pecho, y así permanecía hasta entrada la noche.
Su devoción a la Santísima Virgen.—Era íntima y f i l ia l ; celebraba sus fiestas con un gozo semejante al de un niño que está con su madre, obsequiándola de un modo especial los sábados y en las festividades a E l l a consagradas.
Su pureza y modestia.—Eran ejemplarí-simas; muchas veces se le oía decir que el sacerdote no sólo- debe ser casto, sino pare-cerlo.
Su gran placer.—Estar con1 los niños para llenar sus almas de Jesucristo y derramar-su caridad con los pobres y los enfermos, repartiendo muy en secreto sus limosnas, y los visitaba con gran amor y. delicado' trato.
Su conversación.—Versaba siempre sobre su amada Parroquia, ya que su obsesión, su única obsesión era la recristianización de aquellas almas. «Hemos de forzar a Jesús—decía —para que reine en esta Parroquia» ; para eso ofrecía su vida y pedía con insistencia la gracia del martirio. «Cuando vengan los anarquistas, decía, no me esconderé n i marcharé ide la Parroquia, sino que esperaré con la gracia de Dios ».
Su espíritu de mortificación.—Kra. severo en la observancia de los ayunos de la Iglesia y, cuando alguna vez se le llamaba la atención
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sobre leste punto, contestaba invariablemente: «Conviene que el Párroco se mortifique para la conversión de los pecadores».
U n a jMLisa singular
E l relato que transcribimos, termina con estas palabras:
Días después yo pude ir a celebrar la M i sa en casa de un hermano de don José Mar ía ;
• encontré allí a uno de los testigos de este martirio que me dió los detalles que acabo de mencionar.
i Qué Misa aquélla! Me acordaré siempre: L a mesa del comedor cubierta con un man-
1 tel blanco; en lugar del Ara una fotografía del sacerdote mártir , para que la Hostia consagrada descansase sobre él, y toda su familia alrededor de ese altar improvisado... ¡Con qué placer la miraría él diesde el cielo, tan resignada y tan alegre!
INDICE
Caminito de su iglesia
L o que dice su autor y lo que decimos nosotros . . . 5 Sus primeros años 7 Metido en la brega • 9 Se acaba el retrato - 12 Nuevo concurso • 14 Se le nombra Arcipreste 16 La revolución de Octubre 17 A D. Venancio no le mataron 19 A campo traviesa 22 Otra vez en Barruelo 24 La obra en marcha 26 Suspende la construcc ión— 28 Se reanudan las obras 31 Habilitando templos 33 Fin propio de tal vida 35 Una mirada atrás 36 Para la vida de su espíritu 39 Un juicio exacto 40 En Barruelo y con Barruelo 41
Como el Maestro
Págs.
Pagando una deuda 45 Comarca del Panadés 47 Nuestra fuerza 48 Soplo de vida 50 El secreto 51 Entre injurias 53 ¡Pedía el martirio! 54 Te Deum 55 La última comida 56 Sentenciados a muerte 58 Fisonomía de su espíritu 5$* Una Misa singular 61