7/23/2019 Ocnos o La Nostalgia Contemplativa
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OCNOS, O LA NOSTÁLGICA CON
TEMPLATIVA
P O R
L E O P O L D O P A N E R O
H
ACE d iec i sé i s o d i ec i s i e t e añ os , en l a pá g i na l i t e r a r i a de un
p o p u l a r p e r i ó d i c o m a d r i l e ñ o , s e p u b l i c a b a u n a r t í c u l o s o
b r e p o e s í a , p r i m e r o d e u n a s er i e q u e l u e g o q u e d ó i n t e
r r u m p i d a , y q u e l l e v a b a p o r t í t u l o g e n é r i c o : El espíritu lírico. L o
f i r m a b a u n p o e t a , d e s d e ñ o s o s i e m p r e d e p o p u l a r i d a d , y e n t o n c e s a p e
n a s c o n o c i d o : L u i s C e r n u d a . T o m o d e a q u e l a r t í c u l o o l v i d a d o , q u e
u n a r a r a c a s u a l i d a d t r a e h o y a m i s m a n o s , e s t a s p o c a s p a l a b r a s i n i
c i a l e s : «U n poe ta c r ea su a tmós fe ra y é s t a l e rodea , v i s ib l e e i nv i s i
b l e .
A i m a g e n s u y a , a c t o s , c o s a s y p e r s o n a s s e a g r u p a n e n t o r n o . V é a -
m o s l e . . . »
V e á m o s l e a h o r a a é l m i s m o , a L u i s C e r n u d a m i s m o , a l a l u z d e
s u s p r o p i a s p a l a b r a s , e n la a t m ó s f e r a v i s i b l e e i n v i s i b l e d e s u p o e s í a .
A b r a m o s l a s b r e v e s h o j a s t r a n s p a r e n t e s , f l u i d a s y m e l a n c ó l i c a s , d e
Ocnos
( 1 ) : « E n o c a s i o n e s , r a r a m e n t e , s o l í a e n c e n d e r s e e l s a l ó n a l
a t a r d e c e r , y e l s o n i d o d e l p i a n o l l e n a b a l a c a s a , a c o g i é n d o m e c u a n d o
y o l l e g a b a a l p i e d e l a e s c al e r a d e m á r m o l , h u e c a y r e s o n a n t e , m i e n
t r a s e l r e s p l a n d o r v a g o d e l a l u z q u e s e d e s l i z a b a a l l á a r r i b a e n l a
g a l e r í a m e p a r e c í a c o r n o u n c u e r p o i m p a l p a b l e , c á l i d o y d o r a d o ,
c u y a a l m a f u e s e l a m ú s i c a . » « A s í , e n e l s u e ñ o i n c o n s c i e n t e d e l a l m a
i n f a n t i l , a p a r e c i ó y a e l p o d e r m á g i c o q u e c o n s u e l a d e l a v i d a , y
(1) Luis
CERNUDA:
Ocnos.
Colección ínsula , I. Mad rid, 1949. 101 páginas.
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desde entonces lo veo flotar ante mis ojos : tal aquel resplandor vago
que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo, con su ala palpi
tante las notas cristal inas y puras de la melodía.» Se l lama este prí-
mer poema de Ocnos vaga y definit ivamente : La Poesía. La poesía
es , pues, para Cernuda, algo inasible y misterioso, oculto casi a ía
real idad de los sent idos; a lgo que nos t ransporta fugazmente a un
mundo deseado, exis tente , verdadero, hecho a imagen y semejanza
de nuest ra imaginación, como quería , y creía—con rel ig iosa fe poé-
tica—, otro gran l í r ico románt ico : John Keats .
Por eso, para Cernuda, más que cosa alguna, la v i r tud esencial
de la palabra poét ica res ide en su poder susci tador , en su potencia
de encantamiento , en la mágica i r i sación que pone entre nuest ros
sent idos y la real idad a que alude y que nos permite adivinar : «En
trevi entonces la existencia de una realidad diferente de la perci
bida a diario.»
Importa quizá por eso conocer previamente la real idad cot idiana
desde la cual se evadía Luis Cernuda al componer y trasvivir, según
los iba escribiendo, los poemas que integran su l ibro. Las circunstan
cias reales y biográficas que asist ieron de alguna manera a su inven
ción acaso nos ayuden a expl icar un poco su índole ín t ima, su anhe
lante fuerza profunda, como de hombre des terrado entre el t iempo
y las cosas, entre la vida y su recuerdo.
Vivía Luis Cernuda en Londres en una habi tación quimérica y
minúscula, cuidadosamente tenida y s i lenciosamente habi tada, cuya
única ventana se abría a n ivel de los árboles de Hyde Park, dejando
ver sólo sus al tas copas estremecidas y flotantes, de un verde denso,
fresco y alt ivo, nimbado de l ibertad en medio de las calles oscuras,
y l lenando con su presencia resbalada y aérea la reducida estancia
del poeta sevi l lano. Aquel los pocos árboles—tan hermosos , tan l i
br e s , tan naturalmente nobles y bel los—, y alguna escapada sol i tar ia
y
ocasional hacia el mar, en un rincón apartado y medio salvaje del
Cornual les cél t ico , eran lo único que Cernuda convivía y amaba; lo
único que le consolaba de vivi r en Inglaterra , s in t ierra propia bajo
las plantas de los pies , náufrago que la tempestad arroja al borde
de un mundo extraño, ajeno y vagamente host i l . Llevaba, cuando yo
volví a verle, cerca de diez años lejos de España. Recordaba con ho-
íror (o mejor dicho : eludía recordar-) sus lóbregos t iempos de resi
dencia en Glasgow, en el sórdido Glasgow industrial , infernal , nórdi
co , perpe tuam ente amor ta jado por e l hum o y l a n ieb la ho l l in ien ta
de sus fábricas : la ciu dad m ás antisevil lana del plan eta . H ab itó
luego algunos cursos—«reo que dos—en Cambridge, y eran los solos
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días de su des t ierro que rememoraba s in amargura. Londres acabó
de dis tanciar le y exi lar le to talmente de Inglaterra . A úl t ima hora me
incl ino a pensar qu e la detes taba y aborrecía , aun que guar dara s iem
pre una especie de abst racta grat i tud a su hospi tal idad. Había usado
hasta el l ímite su vocación de soli tario y le dolía físicamente la nos
talgia de su t ierra nativa. Padecía una fatal inadaptación a la vida
en torno y vivía s in más soporte q ue su pudo rosa dignidad y su heroi
ca resignación andaluza ante los azares de la suerte.
Personalmente creo yo que ningún poeta puede vivi r y expresar
con autenticidad más t ierra y más gente que la propia, y que es su
mamente difíci l lograr ese grado de íntima comunión con lo exte
r ior—cosas , hombres , ideas—que hace posible el sent imiento de
amor absoluto de que brota la poesía l írica. Es verdad que algunos
poetas—un Shelley, un cierto Keats
:
—emigi 'aron de su corazón y se
evadieron románticamente de su suelo natal . Pero se trata en esos
casos de poetas res idenciados pr imordialmente en la fantas ía y que
buscaban fuera de la real idad ci rcundante el c l ima paradis íaco pro
picio a sus ensueños y a la belleza intelectual de su canción. La si tua
ción histórica a que obedecían les movía además a el lo, y, por otra
par te , nunca ha s ido Holder l in , por e j emplo , t an sub l imada y um
versalmente alemán como en su genial in terpretación mít ico-poét ica
del mundo griego.
Que lo vernáculo y entrañable ejerce un inf lujo evident ís imo
sobre la poesía de Luis Cernuda está, para mí, fuera de toda duda.
Desde su pr i m er l ibro , la obra lí r ica de Cernu da va gana ndo en lo
que yo l lamaría in t imidad espir i tual española. A part i r , sobre todo,
de sus Elegías y de los poemas que componen Las Nubes esta en
cendida presencia contemplativa de la t ierra ibera, fi l trada siempre
por la gracia ultrasevil lana de uno de los lenguajes poéticos más per
fectos de nuestro t iempo, se adensa y fortalece cada vez más, hasta l le
gar a la v i rginidad imaginat iva y alada pureza verbal de Ruiseñor en
la Piedra (evocación nostálgica de El E scorial y su paisaje), o Atarde-
cer en la Catedral
(proyección retrospectiva del alma hacia el recogi
miento vivi f icante de cualquier provinciana catedral española) . Tal
es, en su proceso de crecimiento y madurez, e l momento poét ico de
que toma su arranque, art íst ico y vital , la creación de Ocnos.
«Hay destinos humanos l igados con un lugar o con un paisaje.
Al l í , en aquel jardín , sentado al borde de una fuente, soñaste un día
la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba
a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar
s in remordimientos .
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Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce po
drías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde
de la fuente. Y el d ía que comprendis te esa t r i s te verdad, aunque
estabas lejos y en t ierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y
sentar te de nuevo al borde de la fuente, para soñar ot ra vez la juven
tud pasada.» Pero en esta segunda edición de Ocnos enriquecida
con quince nuevos poemas, la nostalgia de Cernuda se ensancha
con templa t ivamente a toda España . Su
mirada interior
expresión
que usa diversas veces en este l ibro y que procede directamente de
Wordsworth , le l leva hacia paisajes y ciudades que no son ya los dé
su niñez sevil lana de la calle del Aire. Su emoción privilegia casi
constantemente aquellos si t ios y parajes, donde el encanto, puro y so
l i tario, de la naturaleza, se reveló un día a su alma. Las figuras hu
manas de este breviario de añoranzas son pocas, apenas son algu
nas .
El poeta parece huir de la sociedad de los hombres y refugiarse
en la compañía de las cosas que ama. Desde este punto de vista.
Cernuda da la sensación de un soli tario o de un desengañado abso
l u to . La fuerza interna que ha moldeado su destino y configurado su
carácter suprime la ternura de su poesía .
Y
s in em bar go, ¡cuán ta
cordial idad, cuánta frus t rada ternura, en el poema—para mi gusto
uno de los mejores del l ibro—donde nos habla laceradamente de su
viejo maest ro de retór ic a Pe ro su visión del m und o es m uy ot ra y
no entran fáci lmente en el la n i la d i recta s impat ía por el hombre ni
l a exper ienc ia de humanidad que e l l a compor ta .
La dicción poética de Cernuda, tan sostenida de continuo sobre
la má s cernida t ransparencia no t iene acaso ot ro antecede nte posible
que el Bécquer de las Leyendas y las Cartas, con su delgada y fluente
naturalidad, con su feliz elegancia y l íquido encadenamiento de cláu
sulas, con su irradiante ámbito de sugerencia, con su gusto espon
táneo j>or el matiz delicado y la expresión metafórica simple e in
tensa. La recept ividad sensual de Cernuda es , probablemente, una
de las más finas, evidentes y ricas de toda nuestra poesía, y comu
nica a su palabra el fluir y la sensación misma de las cosas. Nadie
le iguala en eso, en la cristal ina inocencia de su lenguaje, puesto
siempre al servicio de una segurísima inteligencia poética y de un
sentido de la composición poco menos que infalible.
Así son los poemas todos de este l ibro : ní t idos, perfectos, natu
rales como la bel leza misma. Y netamente sevi l lanos desde la uni
versal melancolía que les inspira y que les da su alma. Hablando de
José Mar ía Izqu ierdo , que nunca supo , o nunca qu i so , abandonar l a
milenaria in t imidad de Sevi l la , nos dice, andalucís imamente, e l des-
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terrado autor de
Ocnos
: «Bécquer y Machado la dejaron tras sí . José
María Izquierdo nunca la abandonó. Después de todo, ¡quién sabe
Durante sus horas de recogimiento s i lencioso, escuchando la mú
sica, o en sus atardeceres junto al río, mientras se perdía así entre
el ruido de los otros bajo el cielo nativo, tal vez gozó gloria mejor
y más pura que ninguna.»
L e o p o l d o P a n e r o .
Ibiza , 35.
MADRID
España).
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