Recuerdo
ese tornado de polvo
y agua marchita
delante de mí cuando niño.
Algo se
arremolinó en el corazón
y mis ojos fueron agujas,
o esquirlas;
no lo sé con precisión.
Ahora soy su aliento;
rápido, todas las veces
la pausa, el zumbido.
su émbolo
la estampa detenida,
el grito.
El lomo de los días gastados,
en sola una página,
palabra no impresa
lo único que llevo,
adentro, aquí conmigo.
Deja de ser agua
el témpano al revés;
se vuelve luz
y lunares;
vértices de sombra quebrándose.
La gravedad no se derrama;
llora.
Alguien dispara su sangre
tras su débil percutor,
el paredón del desasosiego.
Un peso cae sin grito
en el charco ahogado;
los ojos del mundo.
Son la ráfaga del silencio;
del centro del miedo,
hay más miedo,
y pigmenta al estruendo,
mucho después del tiro,
calderas del tiempo
y el humo de un destello.
La piedra cae
y hunde al agua;
no es la piedra
la que viaja al fondo,
es el agua
la que se dobla
y sucumbe.
Todo es un largo y lento sueño
-aguas violentas que lavan las piedras-.
Los sueños en los sueños,
pequeñas fisuras de la gran trampa:
-un charco dentro de un témpano-.
la raíz del mundo.
Ya no más llanto;
sólo abrimos los ojos,
y renacemos
al breve acto del coma.
El canto de un búho
en la madrugada
es quejido armonioso y lento,
Danza con su cabeza de arriba abajo,
resopla;
al retículo de la leve luz
-la recién nacida-
que se asoma a su nido imaginario.
Canta,
canta.
Yo era ese niño haciendo del mundo un destello
Mi abuela cocinaba camarones en su restaurante a media carretera
Yo miraba la autopista siempre de lejos
Hasta que vi cómo atropellaron a ese perro
No comprendía muy bien su retorcimiento
Sus lapidantes y largos gritos
Todo era polvo y humo delante de mis pequeños ojos
Pedí ir a ver al perro; aún se retorcía y fue vez primera que puede ver las
entrañas -esas que nos resumen a todos los seres del planeta-
Su corazón todavía palpitaba
Y toda la estela de sangre tomó la forma de un riel de dolor atravesándome
Yo me volví su fresco contenido
Todo aquello que él no pudo terminar entró en mí como un cuchillo
Pasaron algunos días en que la mamá del perro se pasó persiguiendo a cuanto
autobús pasaba por el asfalto -esa cadena de esperanzas manchada por los
hematomas-
Fui como la vuelta al guante
Y todo eso que había en su último grito, se fue a vivir a mi sangre - mi dotada
sangre de perro; porque mi Nahual lo dice-
Porque yo soy ese perro atropellado hace tiempo; incluso ahora
Soy todo lo de adentro; afuera
Y se me nota el dolor y el desparpajo
Se me nota el nervio aún temblando
Y me cuelga siempre un iris que me mira de regreso; y me sobra más una
pupila, que abierta mira hacia el horizonte mientras jadea echada al piso;
escuchando tal vez la vena del mundo, mientras mi abuela me espera -detrás de
su propia sombra- con un agua de tamarindo sobre su mano, y al ver que no
regreso, se sienta en su propia orilla a soñarme.
Saco a flote
La parte ciega
y muda de mi corazón
adentro
canta algo manco
y terso,
-tibio aguacero-,
mar en llamas.
Esa película ilegible;
otras,
en cámara lenta;
muda,
no pasa de un cuadro
imagen evaporada;
blanco y negro;
el soundtrack;
tristeza y hastío;
la felicidad en la cúspide del frío
y de nuevo la caída:
el trailer que no convence.
El niño quebró su tinta,
agotó su lápiz;
reventó su agua,
se hizo origami;
mordió las aspas del aire,
y nadó recio las aguas del verbo:
se hizo poeta;
así lo quiso el agobio
y la pizarra del silencio.
Dejé de arar en el mar.
Ahora instilo cosechas de luz atrapada,
hago cántaros con mis manos al ras del agua.
Fui y hablé con los Perejiles;
no hay raíz que los aguante,
dicen que ya no soportan a Los Macuys y los Cilantros.
Que cuando se comportan muy Chipilines,
y lo único que logran es que se vean bien Apazotes.
Tampoco saben qué hacer cuando se ponen bien Bledos
y los tratan de Verdolagas para abajo.
Yo traté de hacer Hierbabuena del ambiente;
resultó inconciliable el asunto.
O le bajan un poco de Mora a su Hierba,
o de Quiletes les van a quedar las ramas.
Que le disminuyan dos hojitas a su rollo
de creerse Albahacas;
con esa postura ya para qué Romeros
y que bajo advertencia no hay Apio.
Ya han Tomillo sus medidas
y están dispuestos a Mentárselas.
Está muy Yuca todo esto.
Mi cerebro es un zoológico en quiebra;
el circo lo sabe,
el elefante lo atesora;
la cebra lo raya,
mi payaso lo llora.
Reta la rosa al rocío rezándole,
a veces rozándolo
al ras de su radio;
otras,
rutilando en la ruta
que deja la rabia
de todo lo rojo.
Tensa expectación
en la punta de mi frío,
se desangra
y ruedan las palabras
como la nieve,
como el filo transparente,
con el que corta el agua.
En mis ojos una palabra,
hace color su sangre;
arde la ceguera,
que su brillo se deja pronunciar con tacto.
Ningún video,
acontecimiento,
noticia,
catástrofe;
nada, tan viral como la estupidez,
la inercia borrega
y la ceguera compartida.
Pienso en el diafragma de los gallos
como universales piezas de dominó.
Una a una van caen con el eco de sus cantos
hasta rasgar la frágil membrana del fin del mundo.
-La sólida pared del retorno-
somos esa penumbra que toca el silencio
en su cresta roja
-se desangra de sonido-.
Para comenzar por el fin,
hay que saber rebanar alientos;
luego,
beberse los tajos hasta el hartazgo,
porque de ahí brota el sumo del vacío;
su pulpa.
A unos metros de mí
canta un grillo.
Hago ruido
y calla.
Hago silencio
y continúa;
la quietud es su interruptor;
el mío,
el juego nuevo.
Árboles atrás,
una correntada
de loros jóvenes
y viejos
se pelean
la franja
del horizonte.
Juntos
a sostienen la línea
y su irregularidad
en un sólo canto;
el que templa el equilibrio.
Un ciego se detiene;
le da paso a la penumbra,
-no quiere disputas-,
sabe bien que su luz
lo sigue atrás fielmente;
como perro luciérnaga
-jadea luminiscencia, oro y sigilo-.
Una glándula del rocío
mora en el colibrí
por su rapaz metal verde en las alas,
su pecho púrpura se atraganta;
callado y su escape,
el zumbido.
Ningún lugar me espera;
yo no espero ningún lugar.
Estamos a mano,
como la hoja al aire;
como el polvo al Cosmos.
La sangre es agua en llamas;
líquido que arde sin pasar,
-ni siquiera por las brasas-;
fuego y huracán en apareo.
Nunca llegaremos más lejos;
así lo quiso la vida
y no esos dioses.
¿Cuánto es hasta dónde?
Pregúntele al polvo;
el Cosmos tiene esa fecha,
la página abierta,
de ese libro ciego:
un charco sereno,
hirviendo.
Adónde te lleva el río
para no ir allí a llorarte.
Dime lluviecita ligera
porqué has venido
si yo ya tenía un aguacero adentro.
Hazme saber cuando escampe
si aún soy la misma gotita de rocío
que se extraña
y se bebe más allá
de todo olvido.
De un azahar a otro
un limonar hace 14 años.
Todo fue ayer
como un acto sagrado.
Sembré con el corazón abierto;
a puro latido,
la tierra se abrió
hasta llegar a la otra pared del mundo.
Si hubieses aprendido
a valorar el trigo;
no te habrías comido tus dientes.
No hay Dios que regale ese talento;
uno mismo se obsequia
el tamiz y la mesura,
en cada campo que pasa por tus manos,
en cada río que llueve contigo
por tus ojos.
Si no aprendes,te secas.
Bienvenido tiempo;
hace mucho que te esperaba.
Bienvenido silencio;
hace tanto que te callaba.
Adelante incertidumbre;
por atrás de mi lejanía
es extraño ya no extrañarte.
Antes de la tormenta, la calma.
Durante la paz,
la quietud;
después
agua extendida,
abierta,
inmóvil.
Arde niña; quémate lindura,
que a mi vidrio empañado,
le nace moho,
para que renazcas al día siguiente
otra vez lidia conmigo y contigo.
Acribíllame; aquí estoy a la espera,
jadeando como un toro tras una cornada y decenas de banderillas.
Bufa la sangre; saca ceniza de los pulmones,
quema al aire desde el reflejo de tus ojos.
Muero lentamente en todas las canciones del mundo.
Para vivir tengo una razón,
para la razón tengo una vida.
La razón es un cuarto de paredes blancas,
sin gota de sangre.
SOY
Tarde árida de domingo; triste donde un lunes se embaraza de polvo.
-Carbón en la ceniza; el tronco caído por el rayo, incendio-.
Una ruleta rusa con cañón roto en la boca de un hombre sin placas –que tiembla
ante el holograma de una bala, sólo el dibujo de la pólvora; casquillo y cruz en
la memoria-
Gatillo oxidado,
húmeda humareda rota,
sal de la sal,
-una cresta y una raíz robada, quizá las cumbres donde lloró un hombre por la
milpa enferma, por la falta de lluvia, por la hija violada-.
El río quemado
trae a mí
agua de sol.
Tormenta seca y
polvo húmedo.
Lágrimas de hielo
en hordas me atraviesan.
La luz,
una sombra líquida
en retroceso.
Soy todo
el incendio de agua callada,
en la orilla del mundo,
donde el vapor se cristaliza;
y una espada se desangra.
Soy su transfusión,
el renacimiento.
El mar, pulpa de sal y ahogo.
El pasado, una ciénaga,
arena movediza con vidrio en llamas;
miedo donde la oscuridad se esconde.
El presente, un charco; leve corriente que purifica los pies.
Debajo de un aire mínimo
estero donde el corazón pasa calmo;
el canto de la vida,
su cuerpo,
su tibieza.
Después de regresar del infierno,
un mapa de luz mudo y ciego.
Duele ser libre a sorbos
en la espesura de un lienzo blanco,
-Ni señal ni marca, más que la propia lágrima-.
Mis chakras
son una telenovela barata
contemplo mi propia puesta en escena.
Verme actuar ha sido el único pronóstico certero
-la mitad del ticket se apoya en mis dedos,
la otra, flota más allá del presagio y el destino-;
voy a su encuentro sin tirar los dados.
Voy a la suerte;
soy la lotería y la tómbola,
-la recompensa,
y el cartel donde me busco-.
Evacuar el vacío antes de llenarse;
morir para renacer,
quemar las naves para salir nadando,
irse pues,
con los pocos tiliches a soñar
con ríos que no dejan su cadáver en el mar,
sino millones de flores a su paso.
Yo creía en esa piedra
y ella también me tenía fe.
Y así fuimos queriéndonos
-sabiéndonos silencio-,
y así sucedió el milagro,
-nunca nos movimos-;
cada uno tenía su lecho marino,
-o quizás el piso del río-,
donde hubo cielo y fuego,
amándose también,
sin decir nada;
sin pedirlo
He visto
descansar a una nube
sobre la garganta
de una montaña.
Reposa ella y la luz la apura.
Sé que después
será eco o suspiro
en resguardo de mi
afilado pecho.
No puedo dejar de pensar
que hay una parte derruida
de mi sombra,
que se levanta más temprano que yo,
y labora incansablemente
en remozarse
sin perder de vista
a la pizarra de luz,
donde anota uno por uno
los nombres y olores de cada color.
Esto último,
supongo que lo hace,
como medida precautoria
para no perder la esperanza
y mantener tensa
la línea de mi horizonte,
-el que a veces ondula como un fuego
cansado y recién nacido -.
Mar,
infinita placenta viva
-nado en ti reptando horizontal-
Sobre tu pared llorona descubro
la huella del cielo
-el olvido del azul en un ahogo-.
Los rugidos del silencio
la tibieza y su centro
el estertor de la espuma
rompiéndose
Agua vieja,
recién nacida:
Mar,
Somos tu oquedad y tu salida
-tu fuga-.
Mar, qué mal sonamos como eco
-perdónanos la carne-
Mar, madre; devuélvenos
Haznos brisa.
Soy todas las semillas del mundo
en una tierra que late;
estoy seguro,
y tanto,
que sé que volveré
a ser todos los aguaceros
que las nutren
alguna vez
desde un lugar sin nombre;
así como ese
en el que nací
cuando todo era desierto
en un sólo brote.
Con la fuerza inquebrantable de la hoja
Como una ola detenida
Como una sombra viva,
a punto de vivir muriendo.
He tocado al árbol
Lo he decidido;
me salgo de la pelea
y que venga lo que venga.
La vida es también
todo lo que no se entrena
y tanto lo que no se gana.
Renuncio al desgaste;
ya vendrán los tickets
para alguna función
donde haya la alegoría
y la paz de un circo viejo;
el chiste de un payaso,
el llanto de un niño serio.
43 niñas
Carbón y cenizas
Humo, viento breve
Luz salina, amarga, ácida
Luz que fue pan y tiempo
-Agua fresca para la llovizna que tanto llora la sombra del río-
Vientres marinos,
preñados de olvido
partiendo la ola -con el hacha de un útero-
Trazo de tizne en el vuelo de un pájaro lisiado
como una mano que tacha la hoja
-todo es un árbol y un incendio; sangrando-
Hollín de la campana doblada en los ojos
-ni mil iglesias para el lamento-
Susurro
La grieta más grande, está en el ahogo
El grito más inmenso está en lo que calla.
Eres ese puente derruido
con todas las frases
que nunca pude decirte.
El tratado de un precipicio;
una parte de la luz herida,
sangrando sombra,
profusamente
en el más hondo de los silencios,
mujer.
Todas las indecisiones unidas en una sola decisión
-la misma muerte al mar de manera distinta ;
eso es,
precisamente,
el amor-.
Toda la ceniza que nos contuvo
-la que nos hizo fuego-
Lo que nos unió es diáspora y viento
ya no la marca sólida y densa como la sombra más digna de la luz hiriendo
Somos ahora una tristeza muy pura y transparente
-como un espejo pulido por el dolor-,
algo que rechina.
Nada de esa ceniza en el puño;
Tanta lluvia a la deriva,
tanta nube huérfana ahora,
sin árbol,
sin cenzontle,
sin calor que la vaporice.
Tanta ceniza blanca en el olvido.
Humedales
Acaso no extrañas tu agua?
El débil canino de tu entraña?
El río pequeño y lento que corre hacia la dermis?
La explosión cósmica en las tejas de tu ritmo que gotea?
Mi agua junto a la tuya hicieron su follaje
A los dos nos dio sofoco la luz que nos traspasaba
o miedo de caernos de golpe -como leve lluvia-,
perder lo corpóreo -derrame de polvo en los ojos-,
y desvanecernos en las piedras
donde tensábamos nuestras miradas al borde del llanto
en lo que nos evaporábamos
sin saber quiénes éramos.
La noche finge ser un grillo;
todos los grillos la imitan
y oscurecen lentamente,
se apagan con su canto;
son la vida ensordeciendo a la muerte.
Renaceré en todos los brotes
bajo el bosque quemado;
un pequeño color verde que tiembla,
será mi ruta entre el nuevo rocío.
No hay manual para esa ráfaga.
No hay instrucciones.
La vida duele y también repara.
El amor es una hemorragia y una herida.
Aunque esté más preso
y atado que nunca;
en mil metros bajo tierra,
en el más elevado búnker,
en la celda más fortalecida,
en los cientos de brazadas
-que el mar me haga en los ojos-.
Aunque no pueda ver la luz de la mañana
escuchar los lamentos de los pájaros
asistir a una misa por las campanas,
quedarme ciego,
caminar hacia atrás
con este corazón
inválido ante su propia ceniza.
Aunque esté atado, bajo la maña de la sombra,
Aunque todo
Aunque nada
Puedo precisarte una sola cosa:
Soy corriente amando la piedra,
y no me detengo ante su silencio,
nunca ni siempre.
Toda la imaginación del ciego por un segundo
Volcánica, escupe colores que no nombramos
Esa sombra reteje el corazón
al tacto de un latido torpe,
-choca contra su propio sonido-.
Por favor, así, delicado, arrúllalo,
mientras empaca su sueño y huye
hacia otras miradas
con menos filo y fuego
-vaho será
contemplando tu lágrima
mientras llovizna en tu pecho
ahogándose en tus sorbos
de silencio de agua-.