La vaca estudiosa
Mª Elena Walsh
Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja,
muy vieja, estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: - Estas equivocada.
Y la vaca le respondió:
¿Por qué no puedo estudiar yo?
La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y en aviones.
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.
Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos.
Y en ese lugar de Humahuacala
única sabia fue la vaca.
La bruja
Mª Elena Walsh
La bruja, la bruja
se quedó encerrada
en una burbuja.
La bruja, la boba
con escoba y todo
con todo y escoba.
Está prisionera
chillando y pateando
de mala manera.
Tiene un solo diente
orejas de burro
y un rulo en la frente.
Que llore, que gruña
que pique su cárcel
con diente y con uña.
Que salte, que ruede
que busque la puerta
que salga si puede.
¡Se quedó la bruja
presa para siempre
en una burbuja!
Canción del Estornudo
(Maria Elena Walsh)
En la guerra le caía
mucha nieve en la nariz,
y Mambrú se entristecía.
Atchís.
Como estaba tan resfriado
disparaba su arcabuz
y salían estornudos.
Atchús.
Los soldados se sentaron
a la sombra de un fusil
a jugar a las barajas.
Atchís.
Mientras hasta la farmacia
galopando iba Mambrú,
y el caballo estornudaba.
Atchús.
Le pusieron cataplasma
de lechuga y aserrín,
y el termómetro en la oreja.
Atchís.
Se volcó en el uniforme
el jarabe de orozuz,
cuando el boticario dijo:
Atchús.
Le escribió muy afligido
una carta al rey Pepín,
con las últimas noticias.
Atchís.
Cuando el Rey abrió la carta
la miró bien al trasluz,
y se contagió en seguida.
Atchús.
“¡Que suspendan esta guerra!”
ordenaba el rey Pepín.
Y la Reina interrumpía:
Atchís.
Se pusieron muy contentos
los soldados de Mambrú,
y también los enemigos.
Atchús.
A encontrarse con su esposa
don Mambrú volvió a París.
Le dio un beso y ella dijo:
Atchís.
Es mejor la paz resfriada
que la guerra con salud.
Los dos bailan la gavota.
Atchús.
VOY A CONTAR UN CUENTOMª Elena Walsh
EL REINO DEL REVÉSMª Elena Walsh
EL PAÍS DEL NOMEACUERDOMª Elena Walsh
LA CENICIENTA
Roal Dahl
"¡Si ya nos la sabemos de memoria!",
diréis. Y, sin embargo, de esta historia
tenéis una versión falsificada,
rosada, tonta, cursi, azucarada,
que alguien con la mollera un poco rancia
consideró mejor para la infancia...
El lío se organiza en el momento
en que las Hermanastras de este cuento
se marchan a Palacio y la pequeña
se queda en la bodega a partir leña.
Allí, entre los ratones llora y grita,
golpea la pared, se desgañita:
"¡Quiero salir de aquí! ¡Malditas brujas!
¡¡Os arrancaré el moño por granujas!!".
Y así hasta que por fin asoma el Hada
por el encierro en el que está su ahijada.
"¿Qué puedo hacer por ti, Ceny querida?
¿Por qué gritas así? ¿Tan mala vida
te dan esas lechuzas?". "¡Frita estoy
porque ellas van al baile y yo no voy!".
La chica patalea furibunda:
"¡Pues yo también iré a esa fiesta inmunda!
¡Quiero un traje de noche, un paje, un coche,
zapatos de charol, sortija, broche,
pendientes de coral, pantys de seda
y aromas de París para que pueda
enamorar al Príncipe en seguida
con mi belleza fina y distinguida!".
Y dicho y hecho, al punto Cenicienta,
en menos tiempo del que aquí se cuenta,
se personó en Palacio, en plena disco,
dejando a sus rivales hechas cisco.
Con Ceny bailó el Príncipe rocks miles
tomándola en sus brazos varoniles
y ella se le abrazó con tal vigor
que allí perdió su Alteza su valor,
y mientras la miró no fue posible
que le dijera cosa inteligible.
Al dar las doce Ceny pensó: "Nena,
como no corras la hemos hecho buena",
y el Príncipe gritó: "¡No me abandones!",
mientras se le agarraba a los riñones,
y ella tirando y él hecho un pelmazo
hasta que el traje se hizo mil pedazos.
La pobre se escapó medio en camisa,
pero perdió un zapato con la prisa.
el Príncipe, embobado, lo tomó
y ante la Corte entera declaró:
"¡La dueña del pie que entre en el zapato
será mi dulce esposa, o yo me mato!".
Después, como era un poco despistado,
dejó en una bandeja el chanclo amado.
Una Hermanastra dijo: "¡Ésta es la mía!",
y, en vista de que nadie la veía,
pescó el zapato, lo tiró al retrete
y lo escamoteó en un periquete.
En su lugar, disimuladamente,
dejó su zapatilla maloliente.
En cuanto salió el Sol, salió su Alteza
por la ciudad con toda ligereza
en busca de la dueña de la prenda.
De casa en casa fue, de tienda en tienda,
e hicieron cola muchas damiselas
sin resultado. Aquella vil chinela,
incómoda, pestífera y chotuna,
no le sentaba bien a dama alguna.
Así hasta que fue el turno de la casa
de Cenicienta... "¡Pasa, Alteza, pasa!",
dijeron las perversas Hermanastras
y, tras guiñar un ojo a la Madrastra,
se puso la de más cara de cerdo
su propia zapatilla en el pie izquierdo.
El Príncipe dio un grito, horrorizado,
pero ella gritó más: "¡Ha entrado! ¡Ha
entrado!
¡Seré tu dulce esposa!". "¡Un cuerno frito!".
"¡Has dado tu palabra. Principito,
precioso mío!". "¿Sí? -rugió su Alteza.
--¡Ordeno que le corten la cabeza!".
Se la cortaron de un único tajo
y el Príncipe se dijo: "Buen trabajo.
Así no está tan fea". De inmediato
gritó la otra Hermanastra: "¡Mi zapato!
¡Dejad que me lo pruebe!". "¡Prueba esto!",
bramó su Alteza Real con muy mal gesto
y, echando mano de su real espada,
la descocó de una estocada;
cayó la cabezota en la moqueta,
dio un par de botes y se quedó
quieta...
En la cocina Cenicienta estaba
quitándoles las vainas a unas habas
cuando escuchó los botes, -pam, pam, pam-
del coco de su hermana en el zaguán,
así que se asomó desde la puerta
y preguntó: "¿Tan pronto y ya despierta?".
El Príncipe dio un salto: "¡Otro melón!",
y a Ceny le dio un vuelco el corazón.
"¡Caray! -pensó-. ¡Qué bárbara es su alteza!
con ese yo me juego la cabeza...
¡Pero si está completamente loco!".
Y cuando gritó el Príncipe: "¡Ese coco!
¡Cortádselo ahora mismo!", en la cocina
brilló la vara del Hada Madrina.
"¡Pídeme lo que quieras, Cenicienta,
que tus deseos corren de mi cuenta!".
"¡Hada Madrina, -suplicó la ahijada-,
no quiero ya ni príncipes ni nada
que pueda parecérseles! Ya he sido
Princesa por un día. Ahora te pido
quizá algo más difícil e infrecuente:
un compañero honrado y buena gente.
¿Podrás encontrar uno para mí,
Madrina amada? Yo lo quiero así...".
Y en menos tiempo del que aquí se cuenta
se descubrió de pronto Cenicienta
a salvo de su Príncipe y casada
con un señor que hacía mermelada.
Y, como fueron ambos muy felices,
nos dieron con el tarro en las narices.
en "Cuentos en verso para niños perversos"
Ed. Alfaguara
LA RECETA O EL COMIENZODE LA POESÍA
Mario Meléndez
Una gota de amor
por cada cinco versos
Tres cucharadas de oficio
por cada día del año
Un cuarto de inspiración
y otro tanto de locura
Un octavo de risa
aliñada con ironía
Media taza de recuerdos
y cuatro de realidad
Dos litros de lágrimas
instantáneas
Una docena de emociones
Cien gramos de fantasía
o de razón a gusto
A todo esto agregue sus ojos
sus manos y sus labios
y revuelva a fuego lento
durante toda la vida.
Huelga de brujas
de Zandra Montañez Carreño
El mundo hechizado por real decretohará una huelga de un día completo.Y en el sindicato de brujas chifladas,se propone huelga de escobas paradas.
La bruja Anacleta que perdió su escoba,siempre vive en huelga y con cara de boba.La bruja Benita que es muy mandona,secunda la huelga desde su poltrona.
El brujo Martín, fino y elegante,ya colgó su escoba en el viejo estante.Y Aníbal, el brujo del vestido roto,ya no tiene escoba porque monta en moto.
Las brujas suspenden todas sus tareas,las brujas gorditas y las brujas feas.La huelga es total, ninguna trabajani la bruja alta ni la bruja baja.
Haciendo gran bulla salen esta nochey de sus embrujos no harán derroche.Saldrán sin escoba y sin su caldero,sin el gato negro y el alto sombrero.
Esta noche clara contarán estrellaslas brujas chifladas y las brujas bellas.Los brujos gentiles y los brujos rarosbrindarán alegres con vinos muy caros.
Esta noche clara con la luna inmensahay huelga de brujas, lo dice la prensa.Piden al gobierno del mundo encantadoun mejor salario, bien remunerado.
Terminó la huelga de escobas paradascon todas las brujas cantando sentadas,porque consiguieron de la direcciónuna buena paga con magia a montón.
La reina
Pablo Neruda
Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú,
mas altas.
Hay más puras que tú,
más puras.
Hay más bellas que tú,
hay más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal,
nadie mira la alfombra de oro rojo
que pisas donde pasas,
la alfombra que no existe.
Y cuando asomas
suenan todos los ríos en mi cuerpo,
sacuden el cielo las campanas,
y un himno llena el mundo.
Sólo tú y yo,
sólo tú y yo,
amor mío,
lo escuchamos.
Romance del Conde Olinos
Anónimo
Madrugaba el conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
canta un hermoso cantar:
las aves que iban volando
se paraban a escuchar;
caminante que camina
detiene su caminar,
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
Desde la torre más alta
la reina le oyó cantar:
-Mira, hija, cómo canta
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
que esa no tiene cantar;
es la voz del conde Olinos,
que por mí penando está.
-Si por tus amores pena
yo le mandaré matar,
que para casar contigo
le falta sangre real .
-¡No le mande matar, madre;
no le mande usted matar,
que si mata al conde Olinos
juntos nos han de enterrar!
-¡ Que lo maten a lanzadas
y su cuerpo echen al mar!
Él murió a la media noche;
Ella, a los gallos cantar.
A ella, como hija de reyes,
la entierran en el altar, y a él,
como hijo de condes,
unos pasos más atrás.
De ella nace un rosal blanco;
de él, un espino albar.
Crece uno, crece el otro,
los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella nacería una garza;
de él, un fuerte gavilán.
Juntos vuelan por el cielo,
Juntos vuelan par a par
UN LORO, UN MORO, UN MICO Y UN SEÑOR DE PUERTO RICO
Anónimo
Un señor de Puerto Ricocolgó en su balcón un lorode rica pluma y buen pico,un loro que era un tesoroy a su amo costó un pico.
Un vecino suyo, morode Tetuán recibió un mico.
Y a este mico, lo ató el moroen su balcón ante el loro,
que así quedó frente al mico.
Tanto y tanto charla el loro,que un día se enfada el mico,
y con la furia de un torolo embiste; se esconde el loro,
rompe la cadena el mico,
salta a la jaula del loro,sale el loro, pica al mico
chilla el mico, grita el loro,Se asoman, al ruido, el moro
y el señor de Puerto Rico.
«¿Por qué no encierra a su loro?»«¿Por qué no ata bien su mico?»
exclaman los dos, a coro.Y uno le echa mano al loro
y el otro tira del mico.
Cae el mico sobre el loro,el loro le clava el pico,
los dientes rechina el micoy, asustado, muerde al loroy al señor de Puerto Rico.
Este reniega del loroy jura matar al mico,
mientras furibundo, el moro,provoca al amo del loro
y embiste al loro y al mico.
Hacia arriba vuela el loro,
se escurre hacia abajo el mico,y, faltando al decoro,
caen, agarrados, el moroy el señor de Puerto Rico.
«¡Ay, moro, si pierdo al loro!»,exclama el de Puerto Rico,
y airado replica el moro:«¡Pagará caro tu loro,
cristiano, si pierdo el mico!»
Les imita arriba, el loro,muecas hace, abajo, el mico,
y no se sabe si el moroes quien habla, o si es el loro,
o el señor de Puerto Rico.
Crece el trajín: vuela el loro,y va a caer sobre el mico...Furioso el de Puerto Ricoviendo en peligro su loro
quiere ahora matar al mico.
Le da un empujón al moro;le dispara un tiro al mico,yerra el tiro y mata al loro;se desmaya; ríe el moro,
y corre en busca del mico.
Risueño regresa el morocon el loro y con el mico:riendo del de Puerto Ricole envía, muerto, al loroy una carta con el mico.
Dice: «Seis onzas de oropor atentar contra el mico
a un cristiano reclama un moro;guarde disecado el loro;
... pero págueme ese pico».
Viendo esto el amo del lorose lanza furioso al mico;
mata al mico, mata al moro...Muertos moro, mico y loro
se embarca... y ¡a Puerto Rico!
EL CONDE SISEBUTO
Joaquín Abati Díaz
A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Lo habitaba un gran señor,
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto
y su esposa, Leonor,
y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
que atendía por Mariana,
y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y su hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.
En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.
Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
- ¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-, ¡vaya un apuro!
De pronto algo que resbala
siente sobre su cabeza;
extiende el brazo y tropieza
con la cuerda de una escala.
- ¡Ah!... -dice con fiero acento.
- ¡Ah!.. -vuelve a decir gozoso.
- ¡Ah!.. -repite venturoso.
- ¡Ah!.. -otra vez, y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde,... ¡la Pepa!
En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
lo seca bien con serrín.
- Lisardo... mi bien, mi anhelo,
único ser al que adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,
¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿qué sientes, Lisardo amado?
Y él responde: - Siento frío.
- ¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esta manta.
- Y ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
- Yo te adoro como un niño.
- Mi pasión raya en locura,
- La mía es un arrebato.
- Si no me quieres, me mato.
- Si me olvidas, me hago cura.
- ¿Cura tú?, ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es mi padre muy bruto,
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos... vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.
- Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
¡que nos quiten lo bailado!
En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
- ¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre..., luego un can...,
luego nadie..., luego nada...
- ¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?
Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.
Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco
de resultas del espanto.
El perro... no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,
de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.