LA LIBERTAD DE SER DESIGUAL
por Esmeralda Danconia
LA LIBERTAD DE SER DESIGUAL
“Los seres humanos nacen con diferentes capacidades.
Si son libres, no son iguales. Si son iguales, no son libres.”
Aleksandr Solzhenitsyn
Uno de los grandes méritos de los populistas de todos los tiempos, es tomar
palabras con contenido emocional neutro y cargarlas con un halo, ya sea
positivo o negativo, con el fin de usarlas para hacer campaña.
Igualdad y desigualdad son ejemplos de dicho caso. Mientras la primera nos
relaciona casi inmediatamente con ideas de justicia, fraternidad, comunidad y
solidaridad, la segunda nos contacta con ideas de injusticia, opresión,
insensibilidad y egoísmo.
Ambas palabras están en boca de todos. Políticos, líderes religiosos,
gremialistas, economistas, escritores, filósofos. Todos parecen tener algo que
decir sobre ellas, pero pocos de ellos lo hacen en forma racional, carente de
carga emocional.
Pero como en forma personal, honro mi derecho a ser “desigual”, pretendo aquí
hacer lo que pocos hacen en estos días – excepto algunas pocas excepciones
desparramadas por del mundo. Me refiero a desenmascarar el mito que los
populistas han logrado generar detrás de la igualdad y la desigualdad e intentar
hacer justicia con ellas.
Para eso, tenemos que volver a la raíz del problema. Posiblemente, a simple
vista, parezca innecesario retroceder hasta allí. Pero no lo es. Porque es la raíz
no sólo de la batalla entre igualdad y desigualdad. Es la raíz, a mi entender, de
todas las discusiones y debates que se dan en la arena política, económica,
social y jurídica. Es la fuente que nos puede ofrecer la respuesta a todos los
restantes interrogantes que tenemos como seres humanos. Y mientras no le
prestemos atención, seguiremos yendo y viniendo, cambiando nuestra opinión
sobre temas fundamentales de acuerdo de dónde sople el viento, pero sin
ningún ancla que nos permita pensar con claridad.
LA RAIZ
Al origen al que debemos volver, vamos a enunciarlo como una simple pregunta
que espera una simple respuesta: ¿Tenemos derecho a nuestra vida?
Pareciera que me fui unos cien mil kilómetros para atrás,¿no?. No tanto.
Cualquier discusión o debate que mantengamos con una persona - sea de la
tendencia política que fuera-, puede llegar a un buen puerto, siempre y cuando
esta persona sea capaz de seguir un hilo racional y no dude en responder esta
pregunta con un rotundo y limpio “SI”.
Si estas dos cosas estuvieran dadas -la capacidad racional y el amor por la vida
de una persona- , me atrevería a decir que gran parte de la batalla que los
amantes de la libertad llevamos a cabo, estaría ganada si tan sólo
comenzáramos todo debate con esta simple pregunta.
Como casi nadie se atreverá a responder “NO”, sólo nos quedará el desafío de
conducir a quien ya admitió la premisa básica fundamental, por un circuito
racional que les permitirá reconocer porqué un sistema libre es mejor que
cualquier otro.
Sin vida no hay nada. No hay valores, no hay sueños, no hay política, no hay
amor, no hay debates, no hay sexo, no hay igualdades ni desigualdades sobre
las que discutir. Así que excepto que enfrentemos a un terrorista adorador de la
muerte, casi todo el mundo civilizado responderá que sí, que todas las personas
tenemos derecho a nuestra vida.
Bingo!
Y todos estarán de acuerdo en que la aceptación de ese derecho implica la
abstención de los demás de atentar contra el mismo. Si tengo derecho a mi
vida, nadie tiene derecho a quitármela. Excepto que esa persona esté
defendiéndose de mi propio ataque a su derecho a la vida.
Ayn Rand lo resumió muy bien con su frase: “Nadie tiene derecho a iniciar el
uso de la fuerza contra otra persona.” E hizo hincapié en la palabra iniciar,
dejando en claro que todos tenemos derecho a defendernos.
El siguiente paso es intentar definir qué significa tener derecho a la vida. Y aquí
es donde la respuesta que demos puede generar una gran diferencia en toda la
cadena de razonamientos que culminarán determinando lo que pensamos sobre
la igualdad y la desigualdad, el liberalismo, el socialismo, el rol del Estado, la
justicia y todos lo temás relacionados con nuestra vida en sociedad.
Estamos hablando aquí de derecho a la vida de un ser humano, con todas las
características que éste tiene. No es un tigre, no es un delfín, no es una
cucaracha, ni tampoco es un roble, un jazmín ni un cactus. Es una entidad con
determinadas características, y la más importante es que puede razonar. Un
león no puede hacerlo, ni tampoco un roble.
Pero la vida demanda de cada ser viviente determinados requisitos. Todos
necesitamos agua y alimento. El león caza al ciervo por instinto. El roble se nutre
de los minerales que la tierra le provee en forma automática. El ser humano no
sobrevivirá demasiado tiempo si pretende imitarlos, porque su naturaleza es
completamente diferente, y su herramienta principal está en su capacidad de
razonar. Si no piensa, su chance de sobrevivir es poca y breve, excepto que
logre vivir a expensas de alguien que haya decidido pensar por él.
Dado que no tenemos garantizada nuestra vida, los únicos que podemos
garantizárrnosla somos nosotros mismos, respetando la realidad y utilizando
nuestra herramienta principal, nuestro cerebro, para tomar las decisiones
correctas para sobrevivir. Si fallamos, podemos morir.
El derecho a la vida, pues, significa que tenemos derecho de llevar a cabo todas
aquellas acciones necesarias para poder mantenernos con vida y tener una vida
lo más plena posible. Como ese derecho a la vida es de cada uno de nosotros,
nos demanda respetar ese derecho a la vida de los demás. Mi derecho a la vida
no me habilita a violar la vida ajena para poder vivir.
Por simple deducción, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad son
dos derivados del derecho a la vida. Atemos a un hombre de manos y pies,
prohibámosle pensar y llevar a cabo aquellas actividades y decisiones que
demandan su superviviencia, y estaremos condenándolo a una muerte segura.
Quitémosle el fruto de su trabajo, lo que logró producir haciendo uso de su
mente y su libertad, y tampoco sobrevivirá mucho tiempo. El hombre de vive de
aire y sol. Vive de aquello que él mismo produce.
Si el derecho a la vida es un absoluto que no depende de la circunstancia,
cultura y capricho ajeno, entonces el derecho a la libertad y el derecho a la
propiedad son igualmente absolutos. Convertir a los derechos en relativos, nos
expone a la buena voluntad y buen juicio del gobernante de turno que pretenda
definir qué porcentaje de esos derechos puede confiscar. Y en ese momento,
más vale que comencemos a bailar la danza de los deseos para que dicho
gobernante tengo un perfil más parecido a Thomas Jefferson que a Adolf Hitler.
HIERBA MALA Y PSEUDO DERECHOS
Ayn Rand expuso sabiamente que “ningún presunto "derecho" de un
hombre, que requiere la violación de los derecho de otro hombre, es o
puede ser un derecho."
Y con esta frase desenmascara estos derechos que crecieron como yuyos
alrededor de los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad. Me refiero
aquí a los llamados derechos sociales o positivos. Y es fundamental hacer una
pausa aquí para definirlos, porque sobre estos derechos se ha montado toda la
farsa del reclamo por la igualdad y la reiterada denuncia hacia la desigualdad. Y
mientras no expongamos su raíz y los arranquemos desde allí, nunca morirán.
¿A qué se llaman derechos sociales? A todos aquellos que no son los derechos
individuales, obviamente. Ejemplos de derechos sociales son el “derecho a la
educación”, el “derecho a la salud”, el “derecho a una vivienda digna”, el
“derecho a una buena alimentación”, etc. Repasemos los planes sociales de
nuestra bendita América Latina, y encontraremos que todos ellos se basan en un
sin fin de derechos sociales.
¿Cuál es la perversidad escondida detrás de estos derechos? Que todos ellos
requieren una víctima de sacrificio. A diferencia de los derechos individuales,
que sólo requieren que alguien se abstenga de violarlos –no matarás, no
robarás, no privarás de la libertad, no secuestrarás, etc.-, los derechos positivos
requieren la obligación de alguien de proveerlos. Si yo tengo derecho a la salud
o a la educación, significa que alguien estará obligado transformarse en maestro
o médico para atenderme gratuitamente, o, en caso contrario, a pagar con el
fruto de su trabajo, mi acceso gratuito a ellos.
Cualquiera de estos derechos sociales, violan sistemáticamente alguno o todos
nuestros derechos individuales. Por ejemplo, si alguien tiene derecho a una
vivienda, significa que otro está obligado a pagarla o construirla. Significa, en
definitiva, que no puede disponer de su libertad ni de su propiedad para
utilizarlas como desea. Sus deseos son sacrificados en pos de los deseos
ajenos.
JUSTICIA, UN CONCEPTO HUMANO
Además de tener en cuenta la raíz, es decir, los derechos individuales y la hierba
mala que son los derechos sociales, hay otro concepto sobre el que debemos
poner el foco, y es el concepto de justicia.
La justicia se da sólo en el campo de las relaciones humanas, donde existe
conciencia, intención y elección. Un huracán que se lleva tu propiedad no es
injusto. Un tigre que te encontró en el medio de la selva y te arrancá la vida de
un mordisco, no es injusto. El huracán y el león no eligen actuar de ese modo.
Simplemente actúan de acuerdo a su naturaleza.
Los descriptos pueden ser hechos lamentables pero no por ello injustos.
Una injusticia tiene lugar únicamente cuando un ser humano viola alguno de los
derechos individuales de otro. Para dar algunos ejemplos obvios: matar a
alguien porque no me cae bien es atentar contra el derecho a su vida y es
injusto; robar a alguien lo que acaba de producir porque prefiero consumirlo yo,
es atentar contra el derecho de propiedad y es injusto, mantener a alguien
encerrado porque piensa distinto a mi, es atentar contra el derecho a la libertad y
es injusto. Pero no regalar mi casa a quien la desee o necesite, no ceder mi
libertad frente a alguien que quiere manipularme, o no pagar a mi vecino la
misma universidad a la que decidí enviar a mis hijos, no es injusto. Tampoco son
injustas las diferencias naturales que hay entre las personas. Aquellos que la
naturaleza los premio con una mayor inteligencia, belleza o habilidad específica
no son injustos con los menos dotados. No les quitaron nada que les fuera
propio.
Habiendo dejado todos estos puntos en claro, ahora sí podemos dedicarnos a
hablar de la igualdad y la desigualdad.
IGUALDADES Y DESIGUALDADES
Para hablar de desigualdad, tenemos que diferenciar sobre a cuál tipo de
desigualdad nos estamos refiriendo: la desigualdad natural, la desigualdad de
resultados, la desigualdad de oportunidades o la desigualdad ante la ley.
No hace falta ser muy perspicaz para darnos cuenta de que todos somos
completamente diferentes y que cada uno viene con su propia receta irrepetible.
Nos vemos diferente, pensamos diferente, tenemos hablidades, intereses y
metas diferentes. No hay dos personas en este mundo que sean completamente
iguales.
De eso deriva que los proyectos de vida y también los resultados entre una
persona y otra también serán diferentes. Algunos serán científicos, otros
músicos, otros maestros, otros deportistas. Y claro está, que dentro de las
millones de categorías que existen, habrá algunos que obtendrán mayores
logros que otros, de acuerdo a sus características naturales, a su talento, a su
predisposición al esfuerzo, su capacidad de satisfacer una necesidad que el
mercado requiere en un determinado momento y otras tantas variables. Lionel
Messi cuenta con varias características a su favor, sumadas a un mercado que
adora y demanda fútbol. Steve Jobs contó con enorme talento y visión de un
mercado que demanda tecnología. Angelina Jolie combina belleza, dotes para la
actuación y un mercado que invierte en la industria del entretenimiento. Cuando
todos las variables se combinan, el resultado es impresionante y la riqueza
obtenida también.
No hay modo de igualar esta desigualdad natural, excepto arruinando alguno
de los talentos y características de quienes han sobresalido, o prohibiendo a las
personas consumir Messi, Jobs y Jolie. Las implicancias de estas dos opciones
son dignas de terror.
Como expuse arriba, no hay injusticia en la desigualdad natural. Nadie es
bello, inteligente y habilidoso a expensas del feo, lento o torpe. Nadie quitó nada
a nadie, ni violó ninguno derecho ajeno para lograr sus ventajas comparativas.
Es algo que ha venido con su propia naturaleza sin pedirlo.
Y aquí aparecen quienes abogan por la igualdad de resultados, alegando una
serie de argumentos tan errados que no resisten mucho análisis.
Los defensores de la igualdad de resultados, sostienen que dado que las
condiciones naturales (características propias con las cuales venimos al mundo)
y las características contextuales (no todos nacemos bajo las mismas
condiciones) no son las mismas para todos, esto implica una injusticia que es
necesario equiparar de alguna manera. ¿Cómo? Redistribuyendo los resultados,
quitándole a A para darle a B, e igualarlos si bien no en su naturaleza, al menos
en los resultados obtenidos.
No es de sorprenderse que los igualadores de resultados sean intervencionistas
y estatistas. El único modo legal de sacar a unos para darles a otros es a través
del gobierno. Cualquier intento llevado a cabo por un particular sería calificado
de robo, limpio y llano. Imaginen a la Sra. Gervasia entrando a la casa de Messi
para reclamarle y llevarse parte de sus ingresos, bajo pena de meterlo preso en
caso de negarse. ¿Quién en su sano juicio no consideraría esta acción una
violación al derecho de propiedad de Messi? Sin embargo, pareciera que
nuestras habilidades racionales dejan de funcionar cuando se antepone a
cualquier análisis, la palabra “gobierno”, porque de pronto nos parece lógico que
Messi sea acusado de delicuente por evitar entregar a las doñas Gervasias, a
través del fisco, el dinero que se ha ganado con su propio esfuerzo.
Dentro de este grupo defensor de la igualdad de resultados, están también los
que creen que por alguna razón “mágica”, que nunca terminan explicando, la
riqueza del mundo está injustamente distribuida. Y en dicho reparto, a algunos
simplemente les tocó una porción mucho mayor que a otros y que, por supuesto,
esta injusticia debe ser resuelta, redistribuyendo la riqueza en partes equitativas
entre todos. Me referiré a este punto más adelante.
Por último, están los defensores de la Igualdad de oportunidades. Ellos
aceptan que todos somos distintos y que hay que permitir a las personas
desarrollarse de acuerdo a su propia capacidad, permitiéndoles conservar el
fruto de sus logro, pero abogan que la injusticia radica en la diferencia de
contextos que viven algunos en comparación con otros. Sostienen que estas
circunstancias ofrecen mejores oportunidades a unos que a otros y quien, por
ejemplo, nace en una familia rica, capaz de pagar por una buena educación,
cuenta con mayores oportunidades que aquel que nace dentro de una familia
pobre y en un país pobre que ofrece menos opciones y de peor calidad.
Para metaforizar la situación, este tipo de igualadores creen que la vida es una
competencia de unos contra otros, donde para que sea justa todos deberíamos
arrancar de la misma línea de partida. Y luego sí dejar que cada uno llegue tan
lejos como pueda.
El último caso, el de la desigualdad o igualdad frente a la ley, la dejaré para el
final, porque será parte de la conclusión a la que me gustaría que todos
llegáramos.
ERRORES POR AQUI, ERRORES POR ALLA
En todos los casos de desigualdad mencionados arriba, hay un componente que
suelen repetir los adoradores de la igualdad. Ese componente es la supuesta
injusticia que implican las desigualdades descriptas. Pero fíjense que en ninguno
de los casos, se menciona alguna violación de un derecho ajeno, o a alguien
quitando algo a un tercero para obtener un beneficio propio. Todas las
“injusticias” expuestas, realmente no lo son. Son simplemente circunstancias en
donde alguien no puede satisfacer un deseo o una necesidad, lo cual nos puede
gustar o no, pero no por ello podemos calificarlas de injustas.
Otro de los errores en los que suelen caer es en pensar que la “torta” siempre
existió. Todos los redistribuidores parecen creer que, de alguna manera, los
autos, las medicinas, las heladeras, los tratamientos de fertilidad, los libros, la
música, el internet y las joyas son parte de la geografía, que siempre existieron y
que, por ende, tienen derecho a reclamar su parte. Sobre todo, a aquellos que
se les adelantaron y llegaron antes al momento de la distribución.
La realidad es que hace millones de años atrás, nuestro planeta era un simple
conjunto de materias primas: agua, rocas, arena, sal, metales.Y que fueron los
seres humanos pensando, arriesgando y perseverando quienes crearon las
riquezas que hoy nos rodean y damos por sentadas. No aparecieron de la nada.
Implicaron el trabajo mental y físico de individuos que en su afán de crear una
vida mejor para sí mismos y para la posteridad, inventaron todo lo que
disfrutamos hoy en día. ¿Cuántos de nosotros hubiésemos sido capaces de
inventar el avión, o la penicilina o el celular o el tercer concierto para piano y
orquesta que compuso Sergei Rachmaninoff? Yo no. ¿Qué derecho tengo
entonces de reclamar un beneficio sobre algo que me es completamente ajeno?
Pensar además que igualar a través de la redistribución no conlleva ningún
aspecto negativo, es otro de los graves errores. No sólo tiene aspectos
negativos para aquel que tiene que ceder, sino también para aquel que en un
principio pareciera beneficiarse. A la larga, no habrá beneficios para ninguno.
Nunca se puede igualar hacia arriba. Sólo se puede igualar hacia abajo.
Matemática, ciencia exacta, nos demuestra esto fácilmente. Si tenemos a 2 y a
10, el único modo de llevar esto a una igualdad es quitarle 4 a 10 y agregar
esos 4 a 2, para obtener la igualdad 6=6. No importa qué representan estos
números, si riqueza, inteligencia, belleza o felicidad. No hay modo de igualar sin
que una de las partes pierda y se transforme en víctima. No hay modo de igualar
sin quitarle parte de los suyo a quien cuenta con más de algo.
El otro punto aquí a destacar es que si este traspaso de 10 a 6 no se hace en
forma voluntaria, significa que se hace a través de la coacción y violación de
derecho de propiedad. Es decir que alguien, a punta de pistola, te obliga a
ceder parte de lo que te corresponde para entregarlo a alguien más.
Muchos creen que esta igualdad de 6=6 es más armoniosa que la diferencia
existente entre 10 y 2 y alegan que una sociedad es más pacífica cuando todos
gozamos de las mismos beneficios. Pero pensar que redistribuyendo, la
ecuación de 6=6 permanecerá inmutable a lo largo del tiempo, es también otro
de los errores.
Cuando parte de nuestra riqueza es arrebatada en forma compulsiva, constante
y sistemáticamente, nuestro estímulo por producir la misma cantidad se verá
disminuido, y pronto en vez de producir 10, produciremos 8, y luego 6, y luego 4
y luego 2, hasta al punto en que mi esfuerzo y mi capacidad productiva no me
impongan ningún castigo. Hasta es probable que prefiera pasarme del lado de
quienes reciben lo ajeno a ser parte de dichos ajenos.
Es difícil encontrar discursos de hombres independientes reclamando igualdad.
En general, quienes reclaman igualdad son quienes desean obtener algo de
dicho reclamo, ya sea riquezas ajenas o poder político o reconocimiento popular.
Pensar que igualar oportunidades es más noble que igualar resultados, también
es errado. De hecho es imposible igualar oportunidades si no estamos
dispuestos a redistribuir resultados. Permítanme dar un ejemplo sencillo.
Igualdad de Oportunidades significa misma línea de partida o mismas
oportunidades iniciales para todos. Pero si la línea de partida o las
oportunidades iniciales no son las mismas, entonces significa que hay que
igualarlas de alguna manera.
Suena bien, ¿no? ¿Acaso algunos deberían arrancar la “carrera de la vida” diez,
veinte o treinta metros detrás que otros?
Ahora imaginemos la siguiente situación. Logramos de alguna manera que todos
salgan de la misma línea de partida. ¿Qué ocurrirá? Simplemente que algunos
llegarán antes o más lejos que otros, de acuerdo a sus habilidades y
características naturales, generando una diferencia en los resultados finales.
Mientras uno de ellos obtuvo, por ejemplo, más ganancias que le permitirán
enviar a su hijo al mejor colegio, el otro no contará con dicha oportunidad.
Claramente, aún partiendo de la misma línea de partida y de igualdad de
oportunidades, ambos obtuvieron resultados diferentes.
En la siguiente generación, el único modo que habrá de nuevamente igualar
oportunidades, será quitando al que obtuvo mejores resultados en la anterior
generación para adelantar la línea de partida de quién obtuvo peor performance
y necesita ahora un “upgrade” para su hijo.
Igualar oportunidades es una carrera contra la lógica y la ética, en la que el
único modo de lograrse es a través del sacrificio de generaciones enteras a las
que le serán sacados coercitivamente un porcentaje de sus logros para
regalárselos a otros.
Pensemos lo siguiente. Cada uno de nosotros desea alcanzar algo en la vida en
lo cual hay alguien que cuenta con una mejor oportunidad de lograrlo. ¿Cuál
sería la solución para los igualitarios? ¿Cómo hacer para igualar la oportunidad
de todos de alcanzar cada aspiración? La única respuesta posible es:
transformando a la humanidad en un gran animal de sacrificio en pos de la
misma humanidad. Una contradicción digna de la peor pesadilla.
PSICOLOGIA OCULTA
Exceptando a aquellos que pecan por ignorancia o inocencia y que entonces
sólo necesitan descubrir la realidad, quienes reclaman alguno de los tipos de
igualdad mencionados o denuncian sus opuestas desigualdades, son individuos
que tarde o temprano revelarán una fuerte inseguridad en relación a su
capacidad de obtener logros en su vida.
Cuando, por alguna razón, uno cree que no está capacitado para lograr las
cosas que uno se propone, y cuando considera que tiene derecho a tales cosas,
se despierta en el alma uno de los sentimientos más destructivos: el
resentimiento.
El resentido odia cualquier manifestación de éxito, logro o brillo ajeno. La
grandeza ajena lo hace sentir pequeño e inválido. Prefiere que todos vivamos en
un enanismo mediocre donde nadie se destaca, aunque eso implique que su
propia vida vaya a ser más miserable.
Claramente sin los logros de Henry Ford, Thomas Edison, Marie Curie, Freddie
Mercury, Charles Chaplin y cualquiera que haya realizado un trabajo notable,
nuestra calidad de vida sería muy diferente. Por eso es casi imposible de creer
que exista este tipo de psicología, pero si repasamos la historia del Che
Guevara, por ejemplo, y de tantos otros apologistas de las tiranías a los largo de
la historia, verán que el resentimiento es moneda mucho más corriente que lo
que imaginamos.
La hipocresía es otra característica común entre quienes levantan la bandera de
la igualdad. El hipócrita es un pícaro que no iría a vivir a Cuba ni a Venezuela,
aunque se tatúe en el pecho al Che y se llene la boca con halagos para Fidel.
Vive en sistemas que permiten la existencia de los Ford, de los Jobs y de todos
los productos y servicios que estas mentes ofrecen. Luego proclama su derecho
a parte de lo que nunca creó y reclama su distribución. El hipócrita espera a que
alguien produzca y luego exige una porción para sí. Dado que no puede amputar
parte del cerebro o habilidad de Ford, amputa el producto de su cerebro o
habilidad. En definitiva es incluso mejor, ya que el trabajo, de este modo, lo hace
el otro. Y ellos sólo tienen que sentarse a esperar el momento indicado para
levantarse y hacer su reclamo.
Pero ambos casos -el resentido y el hipócrita- no hay duda de que esconden en
su psicología una cuota importante de perversidad.
RICOS VERSUS POBRES
Otro problema que surge cuando se analizan temas como la igualdad y la
desigualdad, es que las pasiones se ponen por encima de la razón.
Uno ve que dos personas con las mismas habilidades no llegan a igual puerto.
Mientras Roger Federer llegó a ser el tenista más grande de la historia, quizás
un joven con igual potencial en algún remoto país de África, se quedo a mitad de
camino. Uno ve personas que tienen quince mansiones alrededor del mundo,
mientras que otras apenas tienen dónde pasar la noche y mueren de
enfermedades curables. E inmediatamente, culpan a las naciones ricas y a los
ricos por la debilidad de las naciones pobres y los pobres. Observan los
resultados, sin mirar nuevamente la raíz.
¿Qué pretenden entonces inmediatamente? Redistribución! Y creen que eso
solucionará todo el problema.
Imaginen ahora a un jardinero. El pobre estaba muy preocupado por la
apariencia de dos árboles de un parque. Por un lado, se imponía un árbol
robusto de ramas fuertes y repletas de relucientes hojas verdes. Por otro, un
arbolito gris y enclenque de ramas quebradizas y alguna que otra hoja reseca.
Considerando la situación de ambos, decidió intervenir. Durante toda una
mañana, arrancó la mitad de las hojas verdes del árbol fuerte y durante la tarde
las colgó de las ramas secas del pobre arbolito. Terminó la tarea y observó con
orgullo el resultado: un jardín homogéneo donde los árboles lucían ahora igual
de verdes. Había hecho justicia.
Cualquiera puede deducir que la historia no terminó así de feliz, pero lo que
parece obvio hasta para un infante, no lo es incluso para algunos economistas.
Para ellos, si cambiamos los personajes del cuento y reemplazamos los árboles
por personas y las hojas por dinero, la idea del jardinero es la mejor solución
TODO A LA MISMA BOLSA
Al analizar un tema como la desigualdad, no podemos meter a todo pobre y todo
rico y toda relación entre ellos en la misma bolsa.
Además de la pobreza circunstancial (como la de un niño de 10 años que aún no
ha producido nada), es necesario distinguir entre la pobreza voluntaria y la
pobreza impuesta. Es muy distinto ser muy flaco por decisión, a ser muy flaco
porque un tercero no me permite cosechar mi alimento. Hay pobres que tienen
la oportunidad de salir de su situación y hay pobres que no, porque el sistema en
el que viven ha anulado todas sus oportunidades de hacerlo.
También es muy distinta la riqueza generada mediante la productividad de un
hombre honesto, a la riqueza como consecuencia de un robo, fraude o violación
de derechos ajenos. No es lo mismo la riqueza generada por un verdadero
empresario que piensa, arriesga e invierte, a la riqueza de un oportunista
obtenida gracias a los subsidios y privilegios otorgados por el Estado, sin correr
prácticamente ningún riesgo.
Por las razones expuestas, no se puede comparar la desigualdad existente, por
ejemplo, entre la millonaria autora de Harry Potter y la pobreza voluntaria de un
eterno adorador del sol, con la desigualdad existente entre los millonarios Castro
y la pobre cubana cuya única salida para mejorar su vida es un mar repleto de
tiburones o la prostitución comprada por los turistas.
¿Cuál de estas “desigualdades” deberíamos intentar resolver?
La desigualdad entre los Castro y esta cubana es indudablemente injusta,
porque la cubana debe su pobreza a la violación de sus derechos de libertad y
propiedad por parte de los Castro. Y los mismos Castro han obtenido sus
riquezas gracias al sudor y sangre del pueblo cubano. Uno ha obtenido un
beneficio a costa de otro. No ha sido por mérito ni esfuerzo propio. ¿Qué mejor
definición para este caso que injusticia?
LO QUE LA RIQUEZA HONESTA DEMANDA
La riqueza siempre es una consecuencia y nunca una causa. Que haya
sociedades ricas, repletas de productos y servicios de buena calidad y a bajo
costo, y otras sociedades secas como un desierto, no es casual.
La riqueza es siempre generada por hombres pensantes. Para crear riqueza,
debieron ejercer su libertad y contar con cierta garantía de que podrían
conservar lo producido por ellos mismos. Un hombre atado de manos y pies
jamás generará riqueza. Un hombre al cual le quitan lo que acaba de producir,
no pasará mucho tiempo para que deje de hacerlo, o, en el mejor de los casos,
para que encuentre un lugar donde esconderlo.
Por algo los paraísos fiscales se han puesto tan de moda. Porque han
representado un escondite perfecto para la propiedad privada.
Quienes realmente están preocupados por la desigualdad, deberían dejar de
invertir tiempo y recursos en difundir la exfoliación legal y dedicarlo a descubrir y
promover los principios filosóficos, valores psicológicos y medidas económicas
que han incentivado la creación de riqueza a lo largo de la historia. Deberían
meter la cabeza bajo tierra y analizar cuáles son las causas que permiten a un
árbol florecer y a una sociedad prosperar, y trabajar por difundir y replicar dichas
condiciones.
Volviendo al caso de Cuba como ejemplo, fijense cuántos cubanos se han
destacado. Desde Alberto Montaner, Andy García, Jon Secada, Gloria Estefan,
William Levy y Daisy Fuentes, entre otros, pero el éxito que obtuvieron en
Estados Unidos no lo hubieran obtenido en Cuba. ¿Cuántos cubanos, fuera de
los Castro, son realmente famosos dentro de Cuba? ¿Y cuántos por mérito
propio? Claramente los cubanos no carecen de talentos, pero sus talentos, bajo
un sistema que no respeta la vida, la libertad y la propiedad, nunca podrán
florecer.
Y sin embargo Cuba, es el resultado perfecto de políticas aplicadas a obtener la
igualdad, y ahora los Castro pueden estar orgullosos de decir que lograron su
meta: que todos los cubanos que continúan viviendo bajo el régimen, vivan igual
de miserables.
LA VERDADERA CUESTIÓN
La pregunta que deberíamos hacernos aquí es ¿qué nos preocupa realmente?
¿La desigualdad? ¿O la pobreza? ¿Queremos que todos seamos iguales? ¿O
queremos que todos tengan la oportunidad de vivir bien y alcanzar sus proyectos
de vida?
Esta respuesta revelará la psicología de quien responda. Porque ya ha quedado
claro que para lograr la igualdad se requiere estar dispuesto a utilizar la violencia
y la violación de los verdaderos derechos. No hay una otra alternativa.
¿Estamos entonces condenados a la desigualdad si no estamos dispuestos a
usar la violencia? La respuesta es un rotundo SI. Y no debería preocuparnos
porque la desigualdad claramente no es el problema.
Si Jobs ganó millones de dólares con trabajo honrado y yo sólo vivo bien con
trabajo honrado, ese no es ningún problema. El problema reside en aquellas
personas, que más allá de su esfuezo, habilidad y talento, no tienen ninguna
chance de vivir bien, con los elementos básicos que le permitan llevar a cabo
una vida plena.
Esa sí que es una realidad que quita el sueño, pero que debemos enfocar si
pretendemos hacer algo para cambiarla. Y no cambiará con más intentos de lo
mismo, con insistir en quitar a unos para dar a otros. Sino que cambiará sólo
cuando enfoquemos en cómo maximizar oportunidades.
Maximizar oportunidades significa lograr ofrecer la mayor cantidad de
oportunidades para que alguien, a través de sus ideas, esfuerzo y mérito, pueda
alcanzar un objetivo. Pero esa maximización de oportunidades debe ofrecerse a
todos por igual, para no caer en un sistema injusto. Y sólo requiere de la
abstención del gobierno de otorgar privilegios a unos en relación a otros.
CAMINO HACIA EL PROGRESO
No es casualidad que los sistemas basados en el respeto por los derechos
individuales son los que han demostrado tener la mayor movilidad social a lo
largo de la historia y los que han sacado la mayor cantidad de gente de la
pobreza.
Y por eso, hay un cuarto reclamo por igualdad. El único válido y honesto. El
reclamo por igualdad ante la ley. Esto significa que ante la ley, todos somos
exactamente iguales y que la misma debe respetar los derechos a la vida, a la
libertad y a la propiedad de todos por igual.
De todas las desigualdades que mencionamos anteriormente, la única inmoral,
es la desigualdad ante la ley, donde el gobernante de turno decide tratar a sus
gobernados en forma desigual, repartiendo favores por decreto o por ley, que
benefician a unos a expensas de otros.
Cuando la ley no es usada para proteger los derechos individuales, sino para
proteger a determinados grupos; cuando el gobierno roba legalmente a 10 para
darle a 2 e igualarlos; cuando la frase “donde existe una necesidad, existe un
derecho (social)” empieza a ser parte del discurso político, podemos estar
seguros de que nuestras vidas está en manos de un grupo de resentidos o de un
grupo de hipócritas buscadores de poder y riquezas ajenas.
Es la igualdad ante la ley y el respeto por los derechos individuales lo que ha
permitido a las personas, en sus diferencias, florecer y generar la enorme
cantidad de bienes y servicios con las que contamos hoy en día, lujos imposibles
de obtener en el pasado. Y si bien eso no nos ha igualado, nos ha permito a
todos vivir mejor.
Claramente, voto por la libertad de ser “desigual”. No quiero igualdad ni reclamo
mi derecho sobre la mente y habilidad de nadie. Puedo escribir este ensayo
desde mi casa en mi computadora, sabiendo que podré enviarlo por internet en
cuanto lo haya terminado, y luego disfrutar de un merecido descanso mirando mi
programa preferido en la tele junto a mis dos hijos que tuve por cesárea, sin
pensar si iba a poder sobrevivir al parto y sin un ápice de dolor. Todas ventajas
que obtuve y obtengo gracias a las diferencias y “desigualdades” ajenas, y a los
proyectos de vida de cada persona que surgen como respuesta a su posibilidad
de ejercer su libertad, de poder conservar su propiedad y de saber que el único
propósito de nuestra vida es la búsqueda de la propia felicidad. Todos derechos
que sólo la igualdad ante la ley sabe respetar.
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