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Problemas sociales de la ciencia y la tecnología frente al reto del desarrollo sustentable
Autor: Celestino González León
Gestión ambiental y sostenibilidad
26-11-2008
El desarrollo científico y tecnológico es una de los factores más influyentes sobre la sociedad
contemporánea. La globalización mundial, polarizadora de la riqueza y el poder, sería
impensable sin el avance de las fuerzas productivas que la ciencia y la tecnología han hecho
posibles.
En los momentos actuales abordar la relación naturaleza – sociedad, como procesos que
interaccionan, tiene una importancia significativa, se trata de explicar el comportamiento de la
humanidad ante los retos de la Revolución Científica Técnica, que si bien ha constituido un
gran salto en la acumulación de saberes humanos, también ha propiciado la acelerada
destrucción y apropiación irracional del medio ambiente.
A las puertas del siglo XXI el nivel de desarrollo nunca antes alcanzado por la ciencia y la
tecnología está marcando transformaciones tan significativas en la sociedad actual como lo
hicieron en su momento las dos revoluciones industriales, de ahí la denominación de tercera
revolución industrial al cambio cualitativo y la interrelación ciencia-técnica-tecnología-
producción y el papel protagónico de la ciencia y su conversión en fuerza productiva directa,
proceso que identificamos como Revolución Científica Técnica.
El resultado histórico que ha devenido del desarrollo conocido hasta el presente no ha
conducido sino, a un marcado deterioro del medio ambiente, a consecuencias de una
insensata y despiadada intervención humana sobre los sistemas ambientales de nuestro
entorno planetario. Se hace necesario entonces realizar un análisis de la relación ciencia-
tecnología-sociedad y como esta ha repercutido en el actual desarrollo de la humanidad y el
papel que le corresponde asumir en el marco del nuevo paradigma del desarrollo sustentable,
teniendo en cuenta la compleja relación entre los avances en la ciencia y las tecnologías
científicas en los albores del tercer milenio y el desarrollo sostenible, como la vía mas sensata
para salvar la vida en el planeta.
INTRODUCCIÓN
La ciencia y la tecnología han aportado incuestionables resultados a la Humanidad, sin
embargo a más de veinte siglos de civilización del planeta, el ser humano afronta la
inexcusable necesidad de rectificar estilos y formas de desarrollo económico, que de continuar
su desenfrenado ritmo, amenazan agotar para siempre recursos inapreciables del patrimonio
universal, y lo que es peor, comprometer la existencia misma de las futuras generaciones de
seres humanos (Clark, 1998).
Sobre el particular, Castro, F(1992), señaló que “los portentosos avances de la ciencia y la
tecnología se multiplican diariamente, pero sus beneficios no llegan a la mayoría de la
Humanidad, y siguen estando en lo fundamental al servicio de un consumismo irracional que
derrocha los recursos limitados y amenaza gravemente la vida en el planeta”.
El desarrollo científico y tecnológico es una de los factores más influyentes sobre la sociedad
contemporánea. La globalización mundial, polarizadora de la riqueza y el poder, sería
impensable sin el avance de las fuerzas productivas que la ciencia y la tecnología han hecho
posibles. Así también es inobjetable, que en los momentos actuales abordar la relación
naturaleza – sociedad, como procesos que interaccionan, tiene una importancia significativa,
se trata de explicar el comportamiento de la humanidad ante los retos de la Revolución
Científica Técnica, que si bien ha constituido un gran salto en la acumulación de saberes
humanos, también ha propiciado la acelerada destrucción y apropiación irracional del medio
ambiente, con la consecuente derivación hacia problemas tales como: aumento poblacional,
salud, vivienda, educación, alimentos e incluso conflictos armados.
La situación global de la protección del medio ambiente se caracteriza por el carácter global y
la urgencia que ha adquirido el debate ecológico en la contemporaneidad, manifestándose
éste por todo un amplio espectro de rasgos que gravitan negativamente en todos los confines
de la sociedad y la economía planetarias, en tanto que ha surgido un nuevo debate ético: el
motivado por los cambios ambientales que a escalas global y local afectan a toda la
Humanidad.
Pueden citarse diversos hechos harto elocuentes de tan relevante estado de cosas, como son
entre otros: la internacionalización que ha adquirido el fenómeno ambiental, el grado de
concienciación alcanzado sobre los problemas ecológicos globales, el surgimiento de un
fuerte movimiento de organizaciones no gubernamentales (ONGs) de corte ambientalista, así
como los compromisos formales de muchos estados y gobiernos en hacer reversible el
deterioro del entorno al más corto plazo de tiempo posible.
Sin lugar a equívocos, ante tal desafío el planeta se divide entre dos grandes grupos de
países, de una parte una minoría industrializada, poderosa y rica, con un alto desarrollo de la
ciencia y la tecnología y una mayoría atrasada, pobre y desposeída, con un incipiente
desarrollo científico técnico, dotadas ambas con marcadas diferencias en el nivel de vida, pero
semejantes al compartir una baja calidad de vida. Recordemos que más del 90 % de la
capacidad científica y tecnológica mundial está en manos de un reducido grupo de países y
algunos centenares de grandes corporaciones transnacionales. Tal proceso de concentración
es parte del proceso de marginalización que la actual globalización reserva para numerosos
grupos humanos y países. La ciencia y la tecnología son parte de la dinámica de
concentración de riqueza y poder.
Es precisamente en el seno de los países poderosos donde se encuentra el origen de la
pobreza ambiental predominante en el mundo de hoy, al imponer a la Humanidad los actuales
patrones de desarrollo, donde ha predominado la ignorancia ambiental, junto a la avaricia, el
egoísmo y la necedad propias de la especie humana.
Mientras que de una parte, la minoría de la Humanidad se aísla en un ambiente de
consumismo, artificial enajenado y pobre en sus componentes sociales y ecológicos, la otra
parte minoritaria, subsiste en precarias condiciones de vida, matizada por la agonía que
representa el círculo vicioso donde se opta por la pobreza, el hambre, la insalubridad, el
analfabetismo, el deterioro ambiental y otras secuelas derivadas del estilo de desarrollo
impuesto desde el Norte del mundo.
Son diversos los problemas ocasionados por el ser humano al medio ambiente, pues de
hecho se asiste a una profunda crisis ambiental, originada por la especie biológica más
poderosa, que ha crecido en población de forma desmedida en los últimos lustros (de 160
millones de habitantes en 1950, a 500 millones en el 2000); ha realizado un uso irracional de
los recursos y condiciones naturales, al sobrepasar las capacidades de renovación de los
mismos; ha ejecutado una despiadada deforestación (dos millones de kilómetros cuadrados, a
un ritmo anual de cincuenta mil kilómetros cuadrados); ha erosionado y desertificado los
suelos (un total de dos millones de kilómetros cuadrados, equivalente al 10 % del suelo fértil);
ha lacerado los sistemas costeros por las incongruentes construcciones, la contaminación de
las aguas y los derrames de hidrocarburos; ha generado una dañina contaminación ambiental
a consecuencias de la proliferación y disposición inadecuada de productos químicos, tóxicos,
radioactivos y peligrosos en sentido general; así como ha deteriorado la calidad de vida
urbana, producto del creciente desabastecimiento y la contaminación de aguas, las
dificultades con la disposición final de los residuos sólidos, la polución de la atmósfera, los
riesgos de accidentes industriales y las lluvias ácidas entre otros males (PNUMA, 1997).
Si a todo ello se suma la degradación del ambiente social y económico en que se desenvuelve
la vida humana (miseria, hambre, desempleo, insalubridad, analfabetismo, violencia,
drogadicción, prostitución, deuda externa y otros flagelos, no cabe dudas de que nos
encontramos ante los perversos tributos que el actual orden político, económico, social y
ecológico, que el ser humano ha impuesto a todos los inquilinos de La Tierra.
En consecuencia, por la magnitud y la urgencia del asunto que convoca a la Humanidad en su
conjunto a la solución de esta problemática , el objetivo del presente trabajo esta dirigido a
valorar algunos de los principales problemas sociales derivados de la ciencia, la técnica y la
tecnología, que sustentan los hasta ahora conocidos modelos de desarrollo y la complejidad
que enfrenta la propia Humanidad para enfrentar su solución, frente al reto que le impone el
nuevo paradigma del desarrollo sustentable.
DESARROLLO
El actual desarrollo y el medio ambiente.
Sin lugar a equívocos, las formaciones socioeconómicas prevalecientes durante la evolución
del desarrollo de la Humanidad, incluidos el capitalismo y el socialismo, no han logrado ofrecer
una solución al deterioro ecológico ancestral y a la creciente crisis ambiental de nuestros
tiempos. De una parte las posiciones afiliadas al capitalismo mantienen supeditadas las
acciones de beneficio ambiental a la maximización de las ganancias económicas y a los
resortes del mercado, con una extrema desigualdad e injusticia social, mientras que las
percepciones de corte socialista están dominadas por un marcado humanismo, pero con
limitaciones en cuanto a las concepciones ecológicas y al crecimiento económico.
El resultado histórico que ha devenido del desarrollo conocido hasta el presente no ha
conducido sino, a un marcado deterioro del medio ambiente, a consecuencias de una
insensata y despiadada intervención humana sobre los sistemas ambientales de nuestro
entorno planetario, poniendo en peligro la existencia de los sistemas sustentadores de vida en
La Tierra, que a su vez colocan en riesgo de desaparición a la propia especie humana.
El siglo XX, que ha sido un siglo intensamente industrial y tecnológico, proporciona una
perspectiva impresionante de lo conseguido en términos de evolución tecnológica. La magia
soñada en otras épocas se ha hecho realidad ante los ojos de los habitantes del siglo, ya sea
en términos de volar como las aves, comunicarse a distancia, producir y controlar la energía,
dominar la materia a través de sus interrelaciones químicas y producir así nuevos productos y
materiales, crear alimentos sin límite con bastante independencia del sol y de la lluvia, curar
las enfermedades y extender la vida de las personas, dominar las inclemencias del tiempo, y
acercarse al infinito en todas las direcciones. Hemos creado un mundo artificial del que
dependemos inevitablemente para vivir. Un mundo al que se ha llegado con el concurso de
tres habilidades o cualidades específicas del hombre, sin las cuales no sería tal: la habilidad
ya mencionada, de crear artefactos multiplicadores de sus capacidades físicas; la habilidad de
fijarse objetivos externos a él mismo y alcanzarlos; y la habilidad de multiplicarse, expandirse y
colonizar todos los espacios posibles, incluidos los más lejanos y adversos. Es decir, hemos
creado un mundo artificial pero profundamente humano, ya que ha surgido del hombre mismo
dando libertad a su naturaleza más profunda y a sus características más genuinas. El único
problema es que la tecnología, una vez fuera de la mente del hombre, es decir, una vez hecha
realidad física, y una vez puesta al servicio de los intereses de unos y de otros, adquiere
autonomía, se rebela y causa, o puede causar, estragos sin límite en la vida del hombre. Entre
otros, y para empezar, puede afectar a lo que hemos dado en llamar “humano”, un término y
concepto, siempre en los primeros lugares de la actividad de reflexión de los hombres, que
atrae de nuevo con fuerza en la actualidad, el interés de todos: pensadores, intelectuales y
políticos. Puede que, además de la naturalidad de la tecnología, es decir, de su generación
espontánea desde el interior del hombre, la sociedad tecnológica actual haya surgido de la
enorme utilidad que proporciona vía de crecimiento económico, acumulación de riqueza y
dominio y preeminencia de unos sobre otros.
A las puertas del siglo XXI el nivel de desarrollo nunca antes alcanzado por la ciencia y la
tecnología está marcando transformaciones tan significativas en la sociedad actual como lo
hicieron en su momento las dos revoluciones industriales, de ahí la denominación de tercera
revolución industrial al cambio cualitativo y la interrelación ciencia-técnica-tecnología-
producción y el papel protagónico de la ciencia y su conversión en fuerza productiva directa,
proceso que identificamos como Revolución Científica Técnica.
En el ámbito social se aprecia el elevado costo del desarrollo que gravita sobre el capital
humano, la insuficiente valoración del impacto social en el proceso de desarrollo, la incipiente
cultura ambiental en cuanto a gestión participativa, la insuficiente sensibilización humana
sobre los problemas del ambiente y la escasa utilización de las elevadas potencialidades
humanas para resarcir los efectos negativos sobre el ambiente.
Los componentes más sensibles que alertaron sobre el deterioro del medio ambiente, se
refieren a los efectos nefastos de los actuales estilos de desarrollo, sobre las aguas, el aire
atmosférico, los suelos, la diversidad biológica, los cambios climáticos y las condiciones
culturales, curativas, éticas y estéticas de la naturaleza.
En tal compleja situación se ha originado por lo tanto una nueva crisis, la ambiental, que se
añade a tantas otras propias de estos tiempos, como son entre otras la económica, la
financiera y las guerras y que con diferente connotación a éstas últimas, amenaza a más largo
plazo con el exterminio de la especie humana.
En la actualidad la Humanidad asiste a la crisis de la era del desarrollismo industrial, dado el
acusado declive que muestran sus efectos sobre los sistemas sustentadores de la vida en el
Planeta y sobre la propia subsistencia del ser humano. Resulta evidente reconocer que la
tecnología y la eficiencia económica comienzan a rendirse ante las respuestas y reacciones
de los sistemas biofísicos, a su transformación desmedida, y al hecho de que no se respeta la
lógica propia de las leyes de la Naturaleza (Jiménez Herrero, 1995).
Si bien señala Clark (1998), que se experimenta un “abismo creciente entre el avance de la
ciencia y de la tecnología mismas y el ritmo y alcance del progreso social”, se aprecia además
la profundización de tales contradicciones con respecto al medio ambiente, donde habita el
ser humano y del cual depende para su propia existencia.
Incuestionablemente, los actuales patrones de desarrollo y consumo se perciben ante el
conocimiento científico contemporáneo, como absolutamente insostenibles en términos
ecológicos y no pueden por tanto servir de referencia futura a los que pretenden desarrollarse
(Clark, 1998).
En consecuencia parte de la Humanidad se ha dedicado a la búsqueda de un paradigma
alternativo de desarrollo a los actuales y fracasados modelos existentes, que no son más que
el resultado de la interacción multilateral de la sociedad, la ciencia y la tecnología, lo que a su
vez ha propiciado el surgimiento de un nuevo paradigma científico, dados los nuevos retos
que tal problemática le impone a la ciencia y a los propios científicos de estos tiempos. Al
respecto, se precisa que un nuevo paradigma ofrezca una visión alternativa a la realidad
actual, en consonancia con la búsqueda de una solución de esa contradicción.
El paradigma del desarrollo sustentable
Hasta la década de los años ochenta, varios conceptos de desarrollo ya incluían en su
contenido el propio beneficio de la naturaleza y el uso racional de sus recursos, esto no
resultaba suficiente para demostrar la imperiosidad de tomar en serio la extensión de su
denominación. Así se hizo evidente la necesidad de buscar un nuevo termino para catalogar al
desarrollo en un espectro emergente y todo abarcador, o lo que es lo mismo el medio
ambiente.
Por lo tanto surgieron numerosos acercamientos conceptuales al propósito señalado, hasta la
final aparición del nuevo apellido sostenible o sustentable que se la ha adjudicado al término,
con el ánimo de ponderar su faceta ambiental y plasmarlo posteriormente por la Comisión
Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1987), en el informe Nuestro Futuro Común
o documento antecedente a la que resultó ser la Conferencia de Naciones Unidas sobre
Medio Ambiente y Desarrollo, efectuada en Río de Janeiro, Brasil en junio de 1992.
Con independencia de unas u otras definiciones, los contenidos más sensatos que se han
brindado sobre desarrollo sustentable, apuntan hacia la consecución de un crecimiento con
eficiencia económica, garantizando el progreso y la equidad social por medio de la solución de
las necesidades básicas de la población y la salvaguardia de las culturas, sobre la base del
funcionamiento y la eficiencia ecológica de los sistemas biofísicos.
En todo caso, el nuevo paradigma de la sustentabilidad presupone alcanzar una armonía
entre todos los atributos que corresponden al desarrollo, a saber, sus aristas referentes a la
economía, la sociedad, la naturaleza, la cultura y la tecnología, donde la dimensión ambiental
formase parte integral del proceso de desarrollo.
De otro modo se interpreta que al desarrollo sustentable, le resultan inherentes: la posible
única opción viable para salvaguardar a la Humanidad, la adopción de una nueva ética
humana para con la naturaleza, un motivo de solidaridad intergeneracional, una teoría
humanista y progresista, el sentido de responsabilidad por salvar las condiciones que
sustentan la vida en el planeta, un móvil para la paz y la estabilidad mundial, una alternativa
sensata a los modelos existentes de desarrollo y la globalización de la solidaridad ambiental.
El emergente paradigma de la sustentabilidad constituye una teoría impecable, sensata y
aparentemente ideal para salvar a la especie humana del holocausto ambiental, pero
ciertamente enfrenta los obstáculos propios de no ofrecer una guía metodológica y práctica
viable, consistir en una quimera para implementar en el mundo actual, la imposibilidad de
tomar como meta para el futuro e ideológicamente por representar una nueva fórmula de
dependencia y receta de neocolonialismo para el Tercer Mundo.
Ante tan compleja encrucijada, las interrogantes divagan sobre las alternativas destinadas a
aceptar, rechazar o tomar como referente la teoría de la sustentabilidad. Lo último parece ser
lo más sensato, en tanto no existan las mínimas condiciones subjetivas para contar con la
elevada dosis de altruismo que requiere la implementación tácita del desarrollo sustentable.
Entre las exigencias que el nuevo paradigma del desarrollo sustentable le impone a la ciencia
y a la técnica actual, se impone reorientar las nuevas tecnologías, hacia la sustitución de
recursos naturales y a la prevención de la contaminación ambiental, desarrollando programas
pertinentes y coherentes que propicien la educación ambiental, contribuyan a mitigar las
desigualdades entre ricos y pobres y propicien la búsqueda de la calidad de vida en lugar del
nivel de vida de la población.
Si para alcanzar los niveles de desarrollo que hoy ostenta la Humanidad, ha sido necesario
transitar por procesos históricos matizados por las revoluciones industriales y científico -
técnica, no resulta descabellado afirmar, que para acceder al desarrollo sustentable, habrá
que transitar por una revolución ambiental; que a diferencia de sus precedentes, obedecerá a
la evolución ambiental del pensamiento humano, debido a lo cual sólo sería alcanzable a un
imprevisible lapso de tiempo, en tanto que desaparezcan las condiciones que han propiciado
el actual anti-desarrollo, que prevalecerá aún por mucho tiempo en el planeta.
Inexorablemente, saltar de la actual pre-historia del desarrollo humano a una era ambiental,
donde se instaure el desarrollo sustentable, implica rebasar un complejo, difícil y dilatado
proceso de revolución en la conciencia humana, que destierre todo signo de egoísmo y se
apodere de una elevada dosis de altruismo, para encarar exitosamente el derrotero que
conduce a prolongar la estancia del Homo sapiens sobre La Tierra.
Los cambios hacia la sustentabilidad presuponen poner en funcionamiento la capacidad de la
sociedad para apelar a otras alternativas (industriales, tecnológicas, biotecnologías, etc.),
capaces de complementar las exigencias y las necesidades humanas, a introducir los mas
novedosos avances científicos y tecnológicos en materia de desarrollo sostenible.
Conscientes de la abismal ignorancia que atesora el ser humano sobre su ambiente y de su
incapacidad actual para enfrentar un desarrollo sustentable, pero esperanzados en que más
temprano que tarde la sensibilidad por su ambiente y propia existencia propicien un cambio
hacia lo ambiental, entonces cabe predecir que sólo en un muy prolongado lapso de tiempo
imposible de determinar, la Humanidad podrá aspirar a ese anhelado desarrollo sustentable.
Ciencia, Tecnología y Sostenibilidad
De los grupos serios, responsables y preocupados, participantes del mundo avanzado
tecnológicamente hablando, se podrían identificar dos posicionamientos enfrentados: los
optimistas en relación con el desarrollo tecnológico y los pesimistas. Los primeros, aún
reconociendo los efectos colaterales no deseables de la tecnología, argumentan que el
desarrollo tecnológico es imprescindible para mantener a la población mundial y para hacer
crecer el nivel de vida de la población. Sin la tecnología el mundo volvería a la barbarie y al
subdesarrollo y muchos habitantes del planeta simplemente desaparecerían. La respuesta a
nuestros problemas es más tecnología, ya que si la tecnología nos ha traído hasta aquí y nos
enfrentamos a grandes problemas por ello, es la tecnología y el desarrollo científico, lo que
nos tiene que sacar de esta situación comprometida actual.
Los pesimistas, por otra parte, son partidarios de actuar sobre el mundo actual, simplificando
los estilos de vida, descentralizando las actividades productivas, volviendo a los cultivos
naturales sin fertilizantes ni otros productos químicos, patrocinando el uso de energías
alternativas y difundiendo en el mundo la idea de un desarrollo sostenible que proteja nuestro
medio ambiente y la biodiversidad de la naturaleza. Sin dejar por ello, lógicamente, de
alimentar a la población mundial y conseguir un nivel de vida aceptable para todos. Este grupo
es, por supuesto, enemigo de la energía nuclear, del petróleo y de otras energías peligrosas y
contaminantes, y se opone, como cabría esperar, a los productos transgénicos y a la
manipulación de los genes en general.
Hoy, sin embargo, existe la conciencia generalizada de no poder ir mucho más lejos sin
control del desarrollo tecnológico y sin fuerte atención a la protección del medio ambiente. Las
nuevas tecnologías, por otra parte, especialmente las relacionadas con la vida y la genética,
se manifiestan más amenazantes que nunca, aunque también en esto hay confrontación y
diversidad de opiniones.
El reforzamiento de la capacidad científica ha sido establecido como una de las piezas claves
del desarrollo sostenible. La Agenda 21 enfatiza la necesidad de “reforzar las bases científicas
para llevar a cabo una gestión sostenible.”
El Informe de la Secretaría General, preparado por el Consejo Social y Económico de las
Naciones Unidas (UNSEC, 1998), en referencia al capítulo 35, ‘Ciencia para el Desarrollo
Sostenible’ de la Agenda 21, expone que:
“Habida cuenta de la creciente importancia que tienen las ciencias en relación con las
cuestiones del medio ambiente y el desarrollo, es necesario aumentar y fortalecer la
capacidad científica de todos los países, especialmente de los países en desarrollo, a fin de
que participen plenamente en la iniciación de las actividades de investigación y desarrollo
científicos en pro del desarrollo sostenible. Hay muchas maneras de aumentar la capacidad
científica y tecnológica. Algunas de las más importantes son las siguientes: enseñanza y
capacitación en materia de ciencia y tecnología, prestación de asistencia a los países en
desarrollo para mejorar las infraestructuras de investigación y desarrollo que permitirían a los
científicos trabajar en forma más productiva; concesión de incentivos para alentar las
actividades de investigación y desarrollo y mayor utilización de los resultados de estas
actividades en los sectores productivos de la economía.
Es necesario hacer especial hincapié en que los países en desarrollo fortalezcan su propia
capacidad para estudiar su base de recursos y sus sistemas ecológicos respectivos y para
ordenarlos mejor con objeto de hacer frente a los problemas en los planos nacional, regional y
mundial”.
A lo que se añade en párrafos sucesivos que la “…investigación necesita llegar a ser más pro-
activa y centrarse en la prevención e identificación temprana de los problemas emergentes así
como en las oportunidades, más que en su actual enfoque en el que los problemas se
afrontan una vez que se han agudizado.”
Al tenor de esta exposición se plantea la pregunta, qué tipos de problemas son los más
críticos para el desarrollo sostenible y cómo la ciencia se puede movilizar mejor para darles
respuesta. Los retos que afronta la ciencia en la búsqueda de la sostenibilidad no son
solamente de tipo técnico; así, los aspectos empíricos y de metodología científica son retos
fundamentales en el logro de un mejor entendimiento de nuestro medio natural y de los
sistemas complejos del planeta. Finalmente, existen también aspectos de tipo moral y de
procedimiento en la definición del rol del conocimiento científico y de las innovaciones que
afectan a la gobernabilidad de los riesgos ambientales y tecnológicos, en relación a una
gestión sostenible de los ecosistemas y a una comunicación efectiva de la información
científica, en el logro de esos fines.
Los avances científicos están abriendo nuevos dominios en la innovación de potencial
tecnológico, con potenciales consecuencias para la salud humana, la oferta energética, la
producción de alimentos y la ingeniería ambiental. Estos campos de conocimiento avanzado
conllevan muchas esperanzas para la humanidad, pero al mismo tiempo, ciencia y tecnología
traen nuevos azares a la sociedad y nuevos retos para asegurar la calidad.
Los recursos financieros destinados al desarrollo sostenible siguen siendo extremadamente
limitados, y muchas veces condicionados; el acceso de las naciones más pobres a las
tecnologías ambientalmente idóneas continúa siendo sumamente restringido; no se han
registrado modificaciones sustanciales en los patrones insostenibles de funcionamiento
socioeconómico global; y consecuentemente, se han agravado muchos de los problemas
ambientales locales, regionales y globales que afectan a la humanidad.
En lo referido a la transferencia internacional de tecnologías ambientalmente idóneas, el
requerimiento de un mayor acceso de los países subdesarrollados a los nuevos adelantos
tecnológicos continúa chocando con las nuevas estrategias corporativas y las actuales
políticas comerciales de los países industrializados, que tienden a imponer normas más
estrictas y uniformes para la protección de la propiedad intelectual; como se refleja en los
resultados de la Ronda Uruguay y en las directivas de la Organización Mundial de Comercio.
Hasta el momento, a nivel internacional, se ha avanzado preferentemente en el desarrollo de
tecnologías ambientales de fase final, destinadas a controlar la contaminación una vez que
esta se ha producido; en lugar de dar mayor prioridad a aquellas tecnologías limpias
orientadas a reducir sustancialmente la contaminación, desde las primeras fases del ciclo
productivo, o a eliminarla cuando sea posible y que, por tanto, suponen cambios significativos
en los patrones de producción y consumo. Según algunas estimaciones, el mercado global de
las tecnologías ambientales a finales de los años 90 era del orden de los 500 mil millones de
dólares; y la mayor parte de este monto correspondía al comercio de tecnologías de fase final.
Una característica de los nuevos dominios de las innovaciones científicas es su intervención
en procesos biológicos complejos y ecosistemas, donde asegurar la calidad en términos de
resultados es casi imposible. Esta dificultad requiere cierta reflexión, durante mucho tiempo se
ha reconocido que las actividades de producción industrial, consumo y agricultura intensiva
podían producir efectos indeseables o negativos en ecosistemas y en la calidad ambiental. Lo
que se ha enfatizado, más recientemente, es que algunas de esas consecuencias adversas
pueden tener un horizonte temporal de muy largo plazo, efectos irreversibles y una muy difícil
gestión.
En estos momentos, debemos aceptar e internalizar la preocupación de que las
intervenciones científicas en procesos naturales complejos pueden constituir una fuente propia
de generación de problemas, que afecten no solamente al medio natural sino también a la
salud, al sustento de la población y las perspectivas económicas. Estos hechos son
claramente observables en los riesgos que conllevan la industria nuclear y las aplicaciones de
biotecnología basadas en ingeniería genética; observándose también en el complicado y frágil
sistema de producción de comida y comunicación de los que dependen las sociedades
modernas. Así, muchos de los logros en el proceso de incremento de la productividad dentro
de la industria agro-alimentaria dependen de una permanente utilización de pesticidas
químicos, fertilizantes, semillas híbridas o genéticamente modificadas. Estos desarrollos
tecnológicos pueden afectar sobremanera la vulnerabilidad de los sistemas de producción
alimentaria ante cambios tecnológicos, naturales o económicos. La producción intensiva está
también, en muchas regiones, produciendo negativas consecuencias para la calidad de las
aguas y suelos, viéndose afectadas sus productividades a largo plazo.
Los problemas complejos como la salud, el medio ambiente, entre otros, han demostrado los
límites de la capacidad de la ciencia de predecir y controlar. Un testimonio son los problemas
globales como el cambio climático. Se observa que antiguas enfermedades que se
consideraban extinguidas reaparecen y se multiplica el número de nuevas enfermedades; se
producen accidentes nucleares; el caso de las vacas locas demuestra la vulnerabilidad de los
controles tecnocientíficos y los desastres ecológicos ocurren a diario. Todos estos ejemplos
son también el resultado de los procesos de industrialización que la tecnología ha hecho
posibles. La Revolución Verde es un claro ejemplo de destrucción ambiental asociada al
avance tecnológico.
Las actividades industriales y agrícolas provocan cambios en los ciclos biológicos, químicos y
geológicos que perturban los sistemas naturales. Asistimos a la desaparición de especies,
contaminación del aire y del agua, el agujero en la capa de ozono, sequías y exceso de lluvia,
inundaciones, huracanes, tsunami, entre otros.
Se observan un montón de paradojas: los plaguicidas crean plagas, los antibióticos hacen
surgir nuevos agentes patógenos, los hospitales son focos de infección, el desarrollo agrícola
aumenta la brecha entre ricos y pobres. Se abre paso la convicción de una nueva conciencia
de la ciencia, sistémica y humanista, que asimila la incertidumbre y los compromisos con los
valores. La comprensión de la complejidad se abre paso.
Los problemas ambientales, entre otros, plantean a la ciencia y la sociedad problemas
nuevos. El ideal de la ciencia libre de valores; la ingenua idea de que a partir de los hechos
científicos es posible extraer conclusiones inapelables y de ellas deducir acciones y políticas
incontestables, está en buena medida descartada. Ahora se admite que la ciencia y las
políticas que en ella se asientan, se vinculan estrechamente con los valores que guían las
decisiones; en muchos casos carecemos de respuestas únicas y completas y en
consecuencia, es preciso aprender a lidiar con la complejidad, la incertidumbre, el riesgo. En
materia ambiental con frecuencia no es posible explicar y predecir sobre la base de teorías
probadas; frecuentemente sólo es posible tener modelos matemáticos, simulaciones por
computadora, soluciones aproximadas. A este tipo de práctica científica, envuelta en valores
en conflicto, incertidumbre y riesgos, algunos autores prefieren denominarla “ciencia post-
normal”, en alusión a una época en que la norma para la práctica científica podía ser la
solución rutinaria de problemas sin considerar cuestiones éticas, políticas o metodológicas
complejas (Funtowicz y Ravetz, 1997).
Una lección a aprender es que la relación entre los avances en la ciencia y las tecnologías
científicas, por un lado, y el desarrollo sostenible por otro, es compleja, ambigua y presenta
múltiples facetas. Simplemente, el reconocimiento de los límites ecológicos en términos de
producción y consumo económicamente sostenibles conllevan que “más output” no es lo
mismo que “buen output”, así, no necesariamente más conocimiento científico expresado en
innovaciones científicas tendrá como resultado una sociedad más sostenible.
Ante todo esto se deben plantear importantes cambios en la relación existente entre los
problemas afrontados por la ciencia y las soluciones científicas que sean necesarias. Algunos
de estos cambios son:
• La Ciencia no debe ofrecer el ‘beneficio’ de nuevos descubrimientos y aplicaciones, como un
tipo de valor añadido para la inversión.
• En cambio, debe jugar el papel de intentar rellenar un déficit de conocimiento ante el
crecimiento de la preocupación por problemas como la contaminación de las aguas, desechos
radiactivos, disminución de recursos renovables, cambio climático, otros aspectos de la
contaminación atmosférica y efectos en los hábitat terrestres y acuáticos.
• Cada vez más, los análisis se desarrollan con el fin de contribuir a respuestas políticas o
tecnológicas. A este respecto, se puede hablar de una actividad científica diseñada con el fin
de servir a los fines del desarrollo sostenible.
• Sin embargo, esta “ciencia para la sostenibilidad” tendría que ser una ciencia orientada a
problemas, así como generadora de curiosidad o dirigida a un objetivo; dirigirse a los
problemas claves para la sostenibilidad, sin considerar su capacidad para encontrar una
solución tradicional. Estas cuestiones incluyen complejos y difíciles problemas, sin olvidar
aquellos en los que nuestro conocimiento esta afectado por la incertidumbre, la ignorancia y el
conflicto de valores.
Una de las implicaciones que se deducen es que dentro de las prioridades de la ciencia se
debe analizar si la ciencia puede contribuir efectivamente al desarrollo sostenible. Este es un
mensaje que se tiene que comunicar a sí misma la comunidad científica; la práctica científica
no esta básicamente libre de valores, pero tiene que encontrar sus justificaciones en
referencia a las preocupaciones sociales prevalecientes. El objeto del ámbito científico, en
este nuevo contexto, podría bien ser el de impulsar el proceso de resolución social del
problema, incluyendo la participación y el aprendizaje mutuo entre los agentes involucrados,
en vez de la búsqueda de soluciones definitivas o implementaciones tecnológicas.
En este sentido, las orientaciones normativas de desarrollo sostenible deben guiar el trabajo
científico hacia innovaciones tecnológicas que respeten los valores fundamentales de
sostenibilidad, tales como la resistencia de los ecosistemas locales, la mitigación de los
impactos provocados por el cambio climático, la eficiencia energética, la seguridad alimenticia
impulsando, al mismo tiempo, la capacidad de las poblaciones locales de influir en los
procesos de resolución de problemas. Una parte importante de las ideas aquí sugeridas, es el
diseño e implementación de procesos de acuerdos sociales para asegurar la calidad del
conocimiento científico y de las implementaciones tecnológicas. Esto nos dirige al resurgir de
nuevas instituciones sociales que desarrollen la función de asegurar la calidad. En este estilo
de ciencia, el conocimiento de un lugar específico y los recursos de las comunidades locales
necesitarán ser integradas de forma complementaria al conocimiento universal de la práctica
científica tradicional.
La Ciencia en el contexto de la complejidad ambiental
El gran éxito de la ciencia europea moderna fue la simplificación de la complejidad. El
conocimiento abstracto, normalizado, dominó los particulares éxitos y procesos naturales.
Sabemos ahora que por este éxito se pagó un precio. ¿Cuál fue este precio?
La creencia de los fundadores de la ciencia moderna fue que la ignorancia sería conquistada
por el poder de la razón. La incertidumbre era resultado de las pasiones humanas. La tarea de
la ciencia era la creación de un Método que asegurara la separación entre la razón y la
pasión. Su objetivo era el descubrir los puros hechos duros, no contaminados por sistemas de
valores blandos.
El incipiente método científico incluía los siguientes supuestos: el sistema de la naturaleza
podía ser dividido en componentes aislados casi estables, y los objetos de estudio podían ser
separados del sujeto que los estudiaba. Eso ha dado como resultado una ciencia dividida en
disciplinas (que es la base del sistema universitario) y el mito de una ciencia neutral, libre de
valores, que legitima a los expertos. Al mismo tiempo que Europa conquistaba nuevos
mundos, la ciencia moderna conquistaba a la Naturaleza: ambas conquistas están
interrelacionadas.
El éxito de la ciencia dio al Estado moderno un modelo legitimador en la toma de decisiones
racionales. El descubrimiento de los hechos verdaderos llevaba a tomar las acciones
correctas. En otras palabras, lo Verdadero conducía al Bien. La racionalidad se convirtió en
sinónimo de racionalidad científica y el conocimiento fue sinónimo de conocimiento científico.
Otras formas de conocimiento y otras apelaciones a la racionalidad, como el conocimiento
práctico agrícola, medicinal o artesanal, fueron considerados de segunda categoría.
El sistema científico recientemente ha dado a la sociedad moderna una nueva comprensión
de la noción de peligro, etiquetando las situaciones de peligro como riesgos sometidos a una
evaluación probabilística cuantitativa. La gestión de los riesgos corresponde a los "sistemas
expertos", es decir, a la ciencia, a la tecnología basada en la ciencia, y a los expertos
científicos. Se trata de un mecanismo diseñado para que parezca puramente racional, pero la
pasión está implícitamente presente en los juicios de valor que disimulan o se imponen sobre
las muchas incertidumbres científicas. Es la pasión y no la razón, la que da el contexto de
confianza que hace falta para que la gestión del riesgo pueda funcionar bien. Algunos
episodios recientes, como la enfermedad de las vacas locas (BSE), muestran que el
mecanismo que permite traducir el peligro en riesgo es ahora frágil, poniéndose en cuestión
los métodos que permiten plasmar lo desconocido en términos cuantitativos o de control. Los
intentos de los funcionarios para tranquilizar al público sirven sobre todo para confirmar que
existe un peligro. El supuesto tradicional de que la ciencia sólo puede llegar a lo Verdadero,
está ahora en entredicho.
Más por lo general, se difunde el sentimiento de que el sistema científico (incluida la
tecnología basada en la ciencia) es responsable de muchos de los problemas que percibimos
en el ambiente natural y en nuestra salud. La sociedad percibe también la conexión entre ese
sistema científico y una ciencia económica que privilegia el crecimiento económico como la
única forma de desarrollo, olvidándose de las cuestiones de equidad y justicia, y que adopta
un despreocupado optimismo tecnológico. Así pues, el Bien que deriva de la ciencia, también
está en entredicho.
Si éste es actualmente el estado de la cuestión, podemos preguntarnos lo siguiente. ¿Sí la
ciencia y la tecnología han creado esas patologías en nuestro sistema industrial, serán esas
mismas ciencia y tecnología las que contribuirán a solucionarlas? Si la respuesta es negativa,
¿cuál sería la tarea de una nueva ciencia?
Claramente esa tarea no puede ser solamente el avance del conocimiento impulsado por una
mezcla de curiosidad científica de los científicos y de ganancia económica o política de los
patrocinadores de la investigación. Esa nueva ciencia se dirigirá, más bien, a resolver
problemas de salud en la escala individual humana, de las comunidades, y del ambiente
natural. Para lograr esto, su método será necesariamente como antaño, una cierta
simplificación de la complejidad, pero eso debe hacerse ahora en el contexto de una
incertidumbre irreducible e incluso aceptando la ignorancia. Los supuestos básicos de la
ciencia moderna deben modificarse para poder desarrollar una ciencia nueva, dirigida a los
problemas. Para hacer frente a esas nuevas cuestiones, la ciencia dividida en disciplinas tiene
que convertirse en ciencia transdisciplinaria, y la razón debe reconciliarse con la pasión.
El sistema científico moderno y su modelo de toma de decisiones no puede por sí mismo dar
respuestas completas a los problemas de salud individuales, sociales o ambientales. La salud
sólo puede entenderse y abarcarse como un concepto sistémico que incluye una pluralidad de
perspectivas legítimas.
El nuevo paradigma del desarrollo sustentable requiere de una democratización de la ciencia,
una ciencia más humanista, más cuidadosa del medio ambiente, de más amplio acceso a
diferentes grupos sociales y países; en suma la ampliación de los seres humanos que
participa y se beneficia del desarrollo científico y tecnológico, la contribución de la ciencia y la
tecnología al desarrollo social equitativo, sustentable, que incorpore la justicia social como una
prioridad esencial. Esto requiere:
- La ampliación del conjunto de seres humanos que se benefician directamente de los
avances de la investigación científica y tecnológica, la cual deberá privilegiar los problemas de
la población afectada por la pobreza.
- La expansión del acceso a la ciencia, entendida como un componente central de la cultura.
- El control social de la ciencia y la tecnología y su orientación a partir de opciones morales y
políticas colectivas y explícitas. Todo ello enfatiza la importancia de la educación y la
popularización de la ciencia y la tecnología para el conjunto de la sociedad.
La búsqueda de un desarrollo sostenible requiere integrar factores económicos, sociales,
culturales, políticos, ecológicos; exige tomar en cuenta dimensiones locales y globales y sus
interrelaciones; obliga a considerar la equidad intrageneracional e intergeneracional. Estos
problemas no sólo exigen un enfoque interdisciplinario, sino cambios en la metodología de la
ciencia y las vías para la construcción de consensos.
La complejidad de los objetos y la metodología que sintoniza con ella, obliga también a
considerar el concepto de calidad de la investigación y los métodos para estimarla. El método
habitual de estimación de la calidad es la “evaluación por pares, es decir, el juicio de los
expertos sobre las contribuciones de sus semejantes. Sin embargo, en los sistemas
socioecológicos, el conocimiento del contexto específico que se investiga, la experiencia
práctica de los actores, la memoria de una colectividad pueden ser fundamentales para los
nuevos desafíos al conocimiento. Y ese saber puede no pertenecer a los expertos.
La naturaleza práctica y compleja de los problemas a emprender obliga a la superación del
enfoque disciplinario y abre paso a la transdisciplinariedad, que es la forma privilegiada y
atributo del conocimiento. El absolutismo y la arrogancia disciplinaria cede paso a un diálogo
más abierto y participativo. De algún modo ello supone una cierta democratización,
llamémosle interna. Como sabemos, las disciplinas científicas no representan solamente
espacios cognitivos diferenciados sino también zonas que traducen intereses y distribuyen
poder. El diálogo transdisciplinario es una forma de ejercicio comunicativo que para ser
efectivo tiene que ser participativo y puede ayudar a superar las clásicas dicotomías entre
“ciencias duras” y ciencias blandas”, ente otras denominaciones que apenas disimulan la
arrogancia disciplinaria.
Esto puede ejemplificarse con el caso de un debate sobre el manejo integrado de una zona
costera que ha soportado en alto grado la degradación que el turismo hotelero y los cruceros
puede generar. Mi observación participante en diálogos de esta naturaleza donde grupos
organizados de la sociedad civil (ecologistas, pescadores, buzos), empresarios y
representantes del poder público presentan sus argumentos y buscan respuestas a preguntas
sobre las causas y consecuencias de los deterioros ambientales, me sugiere la conveniencia
de acompañar la legitimidad de las diferentes perspectivas e intereses (“la zona costera es de
todos”) con una capacidad comunicativa que la racionalidad fundada en la educación puede
respaldar.
Los problemas que enfrentamos son también responsabilidad de la propia ciencia, con sus
enfoques mecanicistas, su determinismo estrecho, la reducción del todo a las partes, la
formación hiperespecializada, la incapacidad de apreciar lo particular a nombre de las leyes
generales, el exceso de empirismo, sus métodos, sus prioridades. Y también cierta dosis de
prepotencia que conduce a sobre valorar el conocimiento experto en detrimento de los
saberes y juicios de los legos, a veces también poseedores de información útil para la toma de
decisiones en asuntos de interés social (en campos como la agricultura, la salud, el medio
ambiente, existen numerosos ejemplos al respecto).
El carácter social de la ciencia debe ser orientado hacia la sostenibilidad social y ambiental,
como prioridad. La práctica científica y tecnológica debe ayudarnos a lidiar con el riesgo y la
incertidumbre, reconociendo que la capacidad de predicción y control de la ciencia, es
necesario lidiar convenientemente con la complejidad inherente a la naturaleza y la sociedad.
Para ello parece muy importante romper con la dicotomía ciencia/valor, promover la
integración transdisciplinaria, así como el encuentro fecundo ente las ciencias naturales y
sociales, entre la ciencia y la tecnología, entre las tecnologías físicas y las tecnologías
sociales.
Una ciencia orientada a la sostenibilidad debe extenderse a todo el cuerpo social,
promoviendo la cultura científica y tecnológica de la población. Será esencial lograr una
efectiva participación pública en ciencia y tecnología, de modo que la población pueda
efectivamente influir en el curso de la ciencia.
La ciencia se concibe como un “bien compartido solidariamente en beneficio de todos los
pueblos”. El derecho a la educación, en particular la científica, se considera necesaria para la
“plena realización del ser humano”. La práctica científica debe fundarse en un “amplio debate
público” y los sistemas tradicionales y locales de conocimiento deben ser reconocidos. La
práctica científica regulada por normas éticas apropiadas debe basarse en un amplio debate
público.
CONCLUSIONES
Ante la encrucijada que se enfrenta la Humanidad, de reconocer o desconocer el peligro
ambiental que se cierne sobre la propia especie humana, no cabe dudas en calificar como
desacertado, toda manifestación de desarrollo que hasta el presente haya tenido cabida en La
Tierra, al negar como factor común dentro del desarrollo, la inclusión de la complejidad y
diversidad ambiental, en sus componentes naturales, sociales, económicos, culturales y
tecnológicos.
En tanto que las definiciones precedentes de desarrollo hayan incluido o no términos
inherentes a la protección ambiental, lo cierto es que las actuaciones humanas bajo los
modelos conocidos de desarrollo, no cubren pertinentemente todo el espectro de necesidades
del desarrollo y en consecuencia, se puede afirmar que jamás haya existido desarrollo sobre
la faz del planeta, de acuerdo a la concepción más certera que se conoce bajo el paradigma
de la sustentabilidad.
Conocida la amplia interpretación que la ciencia contemporánea le ofrece al nuevo paradigma
de la sustentabilidad, se hace necesario la aspiración a un nuevo modelo de desarrollo,
basada en la reinserción armónica del ser humano en su medio ambiente, como alternativa a
la responsabilidad social de los científicos en el contexto y tiempo que le corresponde vivir.
Objetivamente los modelos de desarrollo prevalecientes hasta el presente, muestran
evidentes enfoques antropocéntricos, productivistas y reduccionistas, al negar lo inhumano y
ponderar la ignorancia y arrogancia humanas, para imponer una verdadera tiranía sobre el
ambiente, que implora a salvar al Homo sapiens, en menoscabo de las propias bases que
sustentan a la vida humana. Cualquier intento de proteger al ser humano y no a su entorno
que lo incluye, pues tributará a la aceleración de la extinción de ésta especie, única capaz de
propiciar su propia desaparición sobre la faz de La Tierra.
Aspirar a la sustentabilidad no implica aplicar a una meta tangible, ni cuantificable, para
alcanzar a corto plazo, sino se trata de una posibilidad de mantener un equilibrio dinámico –
evolutivo y armónico entre los factores que integran los componentes del nuevo paradigma: la
economía, la sociedad y la naturaleza.
La gravedad de los problemas ambientales inserta a los científicos en una dinámica social que
necesita replantear su perspectiva de desarrollo, urge la demanda de reelaborar el papel de la
ciencia ante la situación de deterioro, en la necesidad de reivindicar la tradición ecológica y los
aportes que puede ofrecer al análisis critico de la protección de ese medio en notable
depauperación.
Hoy emerge la necesidad de un saber ambiental donde la concientización de la complejidad
del medio se convierta en un punto de partida para asumir su dimensión, se vuelve
impostergable el replantear las coordenadas de la ciencia, con la intención de que la vida y el
propio lenguaje puedan ajustarse a las nuevas problemáticas que la degradación ambiental
presenta, vinculando el mundo científico y académico a una práctica cotidiana que urge ser
transformada.
El desarrollo sustentable en tanto que hoy se presenta como una utopía inalcanzable, ha
llegado a erigirse en una alternativa que requiere de una sensibilización del ser humano y de
su necesaria educación y capacitación, para poner en práctica la búsqueda de soluciones
propias e imaginativas ante la armonía que precisa alcanzar con la extrema complejidad
ambiental, y sólo así propiciar el necesario cambio en la sociedad humana, conscientes de su
tributo a ese anhelado y posible cambio, hacia un mundo mejor.
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