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El compromiso de Ediciones Babylon
con las publicaciones electrónicas
Ediciones Babylon apuesta fervientemente por el libro electrónicocomo formato de lectura. Lejos de concebirlo como un complementodel tradicional de papel, lo considera un poderoso vehículo decomunicación y difusión. Para ello, ofrece libros electrónicos en variosformatos, como Kindle, ePub o PDF, todos sin protección DRM,puesto que, en nuestra opinión, la mejor manera de llegar al lectores por medio de libros electrónicos de calidad, fáciles de usar y a bajocoste, sin impedimentos adicionales.
Sin embargo, esto no tiene sentido si el comprador no se involucra
de forma recíproca. El pirateo indiscriminado de libros electrónicospuede beneficiar inicialmente al usuario que los descarga, puesto queobtiene un producto de forma gratuita, pero la editorial, el equipohumano que hay detrás del libro electrónico en cuestión, ha realizadoun trabajo que se refleja, en el umbral mínimo posible, en su precio. Sino se apoya la apuesta de la editorial adquiriendo reglamentariamentelos libros electrónicos, a la editorial le resultará inviable lanzar nuevostítulos. Por tanto, el mayor perjudicado por la piratería de libroselectrónicos, es el propio lector.
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ADVERTENCIA
Este libro contiene algunas escenas sexualmente explícitas y lenguaje adulto que
podría ser considerado ofensivo para algunos lectores y no es recomendable para
menores de edad.
El contenido de esta obra es ficción. Aunque contenga referencias a hechos
históricos y lugares existentes, los nombres, personajes, y situaciones son ficticios.
Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, empresas existentes,
eventos o locales, es coincidencia y fruto de la imaginación del autor.
©2015, Quemaste tus alas de ángel
©2015, Víktor Valles
©2015, Diseño de cubierta: Patricia Sanjurjo representada por Ediciones BabylonColección Amare nº 22
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A Pattrice Moreno
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«No podría volver a ser un ángel...
La inocencia, una vez perdida, no se puede recuperar.»
Neil Gaiman
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PRIMERA PARTE
Camino al exilio
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I
Era primera hora de la mañana. El sol apenas había salido a desear los buenos
días a aquel rebaño y yo, consumido por el desgaste, observaba su reflejo por la
ventana. Una tras otra pasaban las estaciones que me deslizaban hasta un nuevo
destino. La impaciencia por llegar derretía la mirada tras el sucio cristal que me
apartaba del paisaje, opaco como mi visión sobre el mundo.
Ante mí pasaron árboles verdes, chalets alejados, ciudades enteras, gente que
iba y venía sin rumbo… Todo aquello se reflejaba en mis pupilas y el destello semarchitaba al siguiente instante, tornando una insignificante fotografía en blanco
y negro. Mi mirada se estacaba en el horizonte en busca del mar, aquel loco
enamorado que arrasaba con sus olas todo cuanto encontrara en su camino. Con un
único propósito: acariciar la orilla. Siempre tuvieron algo especial los trenes. A mi
mente se acercaban buenos momentos de reflexión y sosiego en aquellos asientos.
Sentado en el vagón me daba la sensación de que el tiempo se paraba y, al bajar, era
cuando retomaba su ritmo cuadrado por los engranajes del reloj. En el andén de la
obsoleta estación dejé yo la desesperación y el malestar, aunque por unos segundosme consumía el recuerdo.
Mi divorcio de Claudia poco me había beneficiado: jugué mal mis cartas y
aquel fuego me consumió hasta dejar solamente cenizas ardientes. Me mataron las
noches en vela, los «y si…», los intentos por solucionar algo que ya estaba perdido.
Mi aspecto se tornó desaliñado durante los últimos días en Barcelona, era algo que
debía solucionar con prioridad. Ese fue el verdadero motivo de mi mudanza: la
búsqueda de un cambio de aires.
Atrás dejé aquella desazón que me extinguía. A mis espaldas quedaba una vida ya
inerte que expiraba entre segundos perdidos, ya sin aliento y con un latido ronco.
Todo aquello quedaba escondido en la alargada sombra que me perseguiría allá
donde fuera. Era momento de mirar hacia delante. Ante mí estaba el que sería mi
nuevo hogar: allí donde emprendería una nueva aventura, de la cual yo sería el
principal protagonista. Un nuevo rumbo se fijaba, un nuevo camino ante mis pies.
Y con aquella reflexión me encontré ante mi nuevo destino: Vilanova i la Geltrú.
Hacía años que no visitaba aquella pequeña ciudad costera del Garraf, posiblementeun lustro desde el último veraneo. Pero aquel día fue como una «primera vez»:
viajaba sin billete de regreso. Bajé las escaleras de la estación y me encontré ante la
soledad de las calles. Miré al cielo como si esperara una señal y, al no encontrarme
con nada, regresé a la tierra y puse rumbo al piso que tenía ya alquilado a un viejo
amigo.
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Tomé el camino largo. Ansiaba beber de aquella calma de invierno que gobernaba
las calles que habitaría durante un tiempo indefinido. El reloj danzaba lento mientras
paseaba por la vieja rambla, observando minuciosamente cada detalle, como si lasaceras estuvieran pasando un duro examen. Los balcones permanecían inertes ante
el frío que madrugaba en el viento, que arrastraba el abandono en volandas de una
punta a la otra de la calle. Los portales dormían sin mendigos arropados por viejas
mantas en los cajeros y las cafeterías parecían ser las únicas que se habían dado
cuenta de que un nuevo día había despertado. Aunque sin demasiado entusiasmo.
Solamente me crucé con un hombre en todo el camino. Un señor a quien
apenas pude ver los ojos, los cuales me apuntaban directamente como si de un arma
de fuego se tratase. Tuve la sensación de mantener en mi frente el reflejo de un lásermarcando el destino de la bala de acero.
A lo lejos observé el mar, pero decidí demorar nuestro encuentro a pesar de las
ganas: debía fijar el ancla antes que nada y, además, mi cuerpo me exigía algo de
reposo. Y así transcurrieron los pasos hasta que finalmente llegué al apartamento.
Subí las escaleras con calma y me enfrenté a la puerta durante un instante. Las ganas
de acomodarme se contenían bajo la cazadora mientras, sin prisa, buscaba las llaves
entre los bolsillos.
Una vez abrí la puerta encontré una nota sobre la mesita que dormía en elrecibidor:
Estimado Arián:
Espero que hayas encontrado bien el piso, ya que el número, como habrás comprobado, anda
algo «perdido» entre tanto apartamento. Me he tomado la libertad de colocar un poco tus cosas,
más que nada para ahorrarte una nueva instalación. Seguramente llegarás cansado y mejor
tenerlo ya hecho…, ¿no crees?
En los próximos días tengo planeado un viaje a Toulouse (negocios, ya sabes). Sin embargo,
a mi regreso prometo llamarte.
Bien, espero que te sientas a gusto aquí. En unos días ya hablaremos de todo lo demás.
Un abrazo.
Javi.
Los primeros días se sometieron a la calma y la tranquilidad.
Eran frecuentes los largos paseos por la orilla sobre la media tarde. Con cierto
cariño recuerdo cuando observaba al reloj marcar las seis. Entonces vestía mi cazadora
y salía a la calle como un niño que va al parque a columpiarse bajo la oscuridad.
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El reloj danzaba gran cantidad de minutos mientras yo andaba por la arena, en
silencio y paz. Aquel momento lo aprovechaba para cavilar sobre la trama de mi
próxima novela, que aún estaba por empezar. Tenía ganas de plasmar en el papeltodo lo que ocurría en mi interior. Los pensamientos, sentimientos y sensaciones
que carcomían mis entrañas.
También aprovechaba algunas caminatas para las reflexiones personales. Estas
cada vez fueron más escasas y, con el paso de los días, invertía más horas en lo
profesional. Terminé dejando lo personal a un lado.
La mayor parte de aquellas remisas tardes terminaba sentado en un espigón,
junto a la figura taurina con una mujer en sus entrañas. Desde allí observaba el
infinito: la unión del mar y el cielo en el horizonte, y cómo el sol se enredaba entreellos.
Las mañanas transcurrían ante el ordenador, donde escribía los artículos que me
encargaban. Mi colaboración en diversas publicaciones seguía siendo fuente de mi
subsistencia.
Era la gran ventaja de mi oficio. Las nuevas tecnologías evitaban la necesidad de
mi presencia en la redacción. Así, pues, tenía completa libertad para desplazarme y
viajar si lo deseaba. O pasarme el día dando tumbos por casa si era preciso. Por otra
parte, mi sueldo tampoco tenía nada que ver con el de quienes permanecen ochohoras en la redacción. Tampoco me hacía falta: mi ambición iba mucho más allá que
la de cualquier obrero del sistema.
Yo no soñaba con tener un gran coche y una gran casa. No deseaba una familia
numerosa y poderme permitir todos los lujos habidos y por haber. Para mí era
imprescindible marcar el ritmo de vida. La situación en la que me encontraba
era perfecta. Trabajaba por las mañanas, y así el resto del día lo tenía libre a mi
conveniencia, sin más. Las noches eran el momento idílico para relajarme. Solía
sentarme en el sofá con una manta. Dirigía la mirada al otro lado de la ventana y me
dejaba envolver por la música de algún disco. La gran mayoría de jazz.
No desmerecía ningún estilo musical; sin embargo, nada me llenaba más por la
noche que escuchar algún larga duración de Louis Armstrong o Miles Davis. Aunque
alguna vez me dejaba enamorar por alguna melodía pop o por las estridencias del
rock.
Al terminar la última pieza solía dejar el vaso en el cual había vertido mi té
con leche y me acostaba en la cama. A soñar con lo que nunca soñaba. Tambiéntuvieron lugar las primeras conversaciones con los pocos vecinos que habitaban la
ciudad durante el invierno. En su totalidad eran palabras por cumplir, preguntas sin
importancia. Sin embargo, aquellas dulces voces lograron que rápidamente bajara
la guardia. Poco tiempo tardé en empezar a sentirme a gusto en aquel ambiente.
Y tal vez por ese hecho fue posible mi conexión con diversos lugares de la vila. A
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los pocos días conocí una cafetería del centro, cerca del ayuntamiento. Pronto me
convertí en cliente habitual. Hasta aquel local yo me acercaba cada tarde, a la hora
del café. Allí aprovechaba para repasar las notas de lo que algún día iba a ser minuevo libro.
Concurríamos la escena casi siempre las mismas personas. Así el café tornaba
algo familiar: en una esquina se encontraba don Ramón, quien pasaba largos ratos
esperando a la señora Lucía. En la mesa de al lado, un pequeño reducto de gente
mayor que tendía a hablar sobre el entierro de la jornada. Un poco más cercanas
a la puerta se sentaban Emilia y Dolores, dos amigas de toda la vida que hablaban
largas horas sobre las noticias de prensa rosa. Por último, en la mesa contigua a
la mía solían sentarse dos muchachas que parecían ser estudiantes. «¿Filología,quizás?», me preguntaba con asiduidad. Solía sorprenderlas observando fijamente
mis notas entre susurros confusos. Recuerdo con exactitud la primera conversación
que entablé con aquellas dos chicas. Era una tarde de lluvia y más gente de la común
se refugió en la cafetería. Las mesas estaban llenas por completo, aunque yo fui
afortunado al poder conservar el privilegio de mi sitio. De pronto entraron las dos, y
al observar que su mesa habitual estaba ocupada, se miraron mutuamente y dijeron:
«¿Qué hacemos?». Al darse media vuelta, yo les ofrecí, si les apetecía, ocupar las
sillas vacías de mi mesa.Rápidamente aceptaron. Una de ellas sonreía, tal como la observaba hacer cada
tarde. Acto seguido se presentaron: María y Ainara.
En aquella ocasión hablamos sobre literatura. Desde los clásicos hasta los libros
actuales. Incluso tuvimos tiempo para valorar los best sellers. Conversamos sobre la
filosofía de Friedrich Nietzsche y la influencia que ejercía sobre distintas obras.
También sobre cómo la literatura refleja la sociedad. Ambas se mostraron cómodas
durante la tarde.
Al descubrir el contenido de mis notas, parecieron intrigadas. Sin embargo,
jamás intentaron ir más allá de lo que yo decidía mostrarles. Siempre fueron muy
respetuosas al respecto.
María y Ainara se delataron, en efecto, como estudiantes de filología. Me
revelaron algunos de los cuchicheos que yo había visto que intercambiaban. Ellas
ya habían imaginado que me dedicaba a la escritura, aunque no dieron con mi
identidad hasta que les dije mi nombre.
A los pocos días María trajo copias de mis dos novelas con intención de quese las dedicara. Yo jamás fui muy favorable a las grandes convenciones de la fama.
Sin embargo, acepté firmarlas. Noté la mirada atenta de Ainara mientras deslizaba
el bolígrafo. La chica estudiaba minuciosamente mis gestos, solamente apartó
su mirada para dirigirse en silencio a su amiga. Ambas empezaron a sugerirme
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diferentes lugares de la ciudad que yo aún desconocía. Entre ellos, un club de jazz
que se situaba en el casco antiguo.
Por lo visto hacía una década larga que aquel local mantenía una gran fama entrelos adoradores de la música. Yo jamás oí hablar de aquel lugar que, tras las palabras
de las estudiantes, me había propuesto visitar en breve.
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II
Envuelto en calma prosiguió aquella rutina que muy pronto hice mía. Poco a
poco se tachaban días en el calendario, y mis notas cada vez iban teniendo más
sentido. Las noches se transformaron en laborables de lunes a domingo y, sin querer
evitarlo, me dejé seducir por el trabajo. Me concentré tanto en mis entrañas que por
poco olvidé que existía vida más allá de donde mis ojos miraban.
Relaté rápido varios esbozos que trazaban un largo viaje por mis venas. Ahora
solamente me quedaba lanzarme a nadar, dejarme llevar por las letras. Y para esemomento no faltaba mucho, pues las ganas de empezar se hacían incontenibles a
medida que repasaba los detalles. Estaba a punto de dejarme arrastrar por la magia
de la locura.
Febrero expiraba y el mundo parecía tomar un ritmo acompasado conmigo. Las
tardes en la cafetería daban sus frutos y mi aspecto parecía mejorar. Desaparecieron
las notables ojeras y logré ganar algo de peso. Incluso el color de mi piel parecía
recobrar vida. Mis ojos recuperaron el brillo y la rueda parecía indispuesta a
detenerse de nuevo. Cesó la necesidad de pasear dibujando la orilla. Sin embargo,algunas tardes salía embutido en mi cazadora y andaba un rato por la arena.
Terminaba sentado sobre ella, con la mirada clavada en el horizonte. Y soñaba con
ser, sin darme cuenta de que ya era. Atrapaba un poquito de salado aroma bajo la
piel y regresaba a casa, casi siempre con los ojos brillantes. Al llegar me preparaba
una taza de café caliente y observaba el mundo desde el otro lado de la ventana. Y
transcurrían los días; con especial devoción recuerdo uno en particular.
Como cada tarde asistí a la cafetería. Saludé a varios de los habituales antes de
sentarme en mi mesa. Desplegué las notas sobre la madera y trabajé durante un
rato en el esquema. Pasada algo más de media hora entró Ainara, enfundada en un
abrigo gris y con su radiante sonrisa. Con decisión se acercó a mí, saludando con un
gesto. Me brindó dos besos y yo le ofrecí acompañarme.
—He quedado aquí con María, pero por lo visto aún no ha llegado… —dijo
mientras tomaba la silla que quedaba justo a mi lado.
—Bueno, supongo que no tardará en llegar —respondí—. No creo que se le
haya olvidado que hoy quedabais más pronto de lo normal, ¿verdad?
Continuamos la conversación mientras llegaba su acompañante. En su actitud
noté algo extraño. Era como si se hubiera cambiado el papel con María, el nerviosismo
se hacía notable en sus gestos. No quise dar rienda suelta a mi imaginación y me
limité a observar a la extraña Ainara que se encontraba ante mí.
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Miró al reloj mientras le preguntaba ante la tardanza de su amiga. Ella cogió el
bolígrafo y un trozo de papel, disponiéndose a escribir sin perder ni un segundo.
Finalmente avisté a María entrando en el local, mientras Ainara me cogía la manopor debajo de la mesa. Me entregó la nota que acababa de escribir. Se levantó y fue
directa a saludar a María. Se dirigieron a la mesa contigua, desde donde me dedicó
una sonrisa al llegar. Leí el apunte que Ainara me dejó: «Este es mi número de
teléfono, llámame cuando salga. Me gustaría cenar contigo esta noche. Un beso.»
Se atascó mi corazón al leerla. La guardé en el bolsillo de la camisa, asegurándome
de no extraviarla. Aquella nota me despistó completamente, mi concentración se
partió en dos durante el resto del tiempo en la cafetería. Mientras una parte de
mí luchaba por concentrarse en las notas, la otra no podía apartar la mirada de Ainara. Mis pensamientos se enredaban, siendo imposible llegar a ninguna parte. La
situación me incomodó, hasta que las dos chicas abandonaron el local.
Una vez cruzaron la puerta, tomé la nota entre mis manos y la observé
minuciosamente. Apunté el número en mi teléfono y volví a guardarla en el bolsillo
de la camisa. Finalmente logré centrarme en el tema que debió ocuparme desde
un principio: los preparativos de la novela. No fue hasta mi regreso a casa cuando
recordé de nuevo aquel asunto con Ainara. Con un vaso de agua en la mano me
decidí a llamar, aún sin saber qué decirle.Los tonos de espera se hicieron eternos. El timbre se marcaba firmemente en mi
oído, hasta el momento en el que Ainara respondió con un simple: «¿Sí?».
Tras varios minutos de conversación, acordamos citarnos en un restaurante en
primera línea de mar. Allí nos acompañaríamos durante la cena. Una vez colgué,
decidí acicalarme para aquella velada que cada vez me ilusionaba más. Llegadas las
nueve en punto me presenté en el restaurante. Nada más cruzar la puerta avisté
a Ainara sentada en la barra. «¿Llevas mucho rato esperando?», pregunté. Ella
respondió moviendo la cabeza de derecha a izquierda y, acto seguido, me abrazó.
Logré que nos sentaran en una mesa más bien oculta. Cenamos con calma,
como una pareja corriente que disfrutaba de una romántica velada junto al mar.
Conversamos sobre la falta de originalidad de los escritores actuales. En algún
momento intentó sonsacar información sobre mi nueva novela. Yo desvié el tema
hacia Miserias de la noche, mi anterior trabajo. Ainara me sorprendió al mostrar tanta
admiración por aquel libro.
Tras la cena vinieron el café, los licores y los cigarrillos. Dejamos que laconversación se empapara con la pureza del vicio. Fuimos acercándonos un poco
más, dejando a un lado el protocolo y las actitudes correctas.
Llegada la medianoche salimos del restaurante. Queríamos aprovechar el tiempo
para dar un largo paseo por la arena. Nos detuvimos bajo la estatua del minotauro.
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Ainara se aproximó a mí con suavidad, buscando un abrazo. Yo respondí a su gesto, y
nos mantuvimos anudados durante varios minutos. Juntos mirábamos el horizonte,
contando estrellas. Empezaron los jugueteos con las manos, las sonrisas, los juegosde miradas furtivas. Hasta que, finalmente, nos respondimos con un beso. La luna
nos observaba con envidia mientras nuestros labios jugaban a quererse, rozándose
una y otra vez. Nuestras nerviosas manos no encontraban lugar donde posarse.
Los latidos tornaban firmes, como marcha militar marcando el paso, y las estrellas
parecían brillar un poco más.
El tiempo emprendió una carrera hasta llegar al apartamento. Serví dos copas de
whisky que quedaron intactas. Nos desprendimos de la ropa entre besos. Abrimos un
frente de batalla, luchando por el sensual control sobre el otro. Nuestra piel desnudase unía, formando un solo ser en la oscuridad.
Aún recuerdo sus finos dedos recorriendo mi espalda, cómo clavaba suavemente
las uñas. Los labios recorrieron cada centímetro de piel, las miradas perdieron toda
timidez. El reloj danzaba alegre mientras ambos retozábamos como animales que
pierden la inocencia.
Tomamos la copa de un trago, brindando por aquella estupenda velada.
Seguidamente la llevé en brazos hasta la habitación. El juego continuó, haciendo
desaparecer el mundo que nos rodeaba. Allí solamente estábamos Ainara y yo, en plena lucha por la supervivencia. Entre
besos y sudores, acariciando nuestras almas como si el expiro fuera próximo, como
si los tiempos ya terminaran. Y mientras, a través de la ventanal, el mar nos cantaba
una nana.
Por la mañana desperté con el olfato invadido por el aroma a café recién preparado.
Me incorporé con calma. La cabeza retumbaba como si el eco se apoderase de la
realidad. Tras un leve mareo cubrí el torso con una camiseta y me dirigí a la cocina,
pero allí no había nadie. Pegada a la cafetera encontré una nota:
Tras una noche arropada
por danzante melodía
de un corazón que tirita al llegar la despedida (…)
Versos a un lado…, comprobarás que no nací para poetisa, sin embargo te he dejado preparado
un rico café. Eso sí que se me da bien, no las palabras.
Adiós. Besos desnudos con aroma a sexo.
Ainara
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Tomé una taza de moca. Absorbido en el más puro de los silencios observaba el
teléfono que reposaba sobre la mesa. En mi mente retozaban las preguntas, los «sin
saberes» que me quedaron al amanecer esperando respuesta. Me encontraba abatidoante lo inesperado, solamente el café podía hacerme revivir de las amargas cenizas.
Más tarde probé a llamarla un par de veces. No obtuve respuesta, solamente
un contestador me indicó que aquel teléfono permanecía sin conexión. Desde la
ventana de mi alcoba observaba al mar llevarse lo que por la noche trajo. Sobre
la media tarde me dirigí a la cafetería con intención de encontrarme con Ainara.
Allí no estaban ni ella ni su amiga. Me dejé seducir por el trabajo en las notas que
ocupaban ya toda la mesa. Cumplida alrededor de una hora entró María junto a otra
chica. Me extrañó que no las acompañara Ainara. María se acercó a la mesa juntocon su nueva amiga.
—Qué extraño… ¿Hoy Ainara no viene contigo? —pregunté tras las cortesías.
—No. Se marchó esta mañana a Madrid —respondió—. Ha decidido ir a vivir
con su chico tras tanto tiempo de acá para allá.
Aquellas últimas palabras me vencieron. Se clavaron en mi pecho como una
estaca de acero que se lleva la vida por delante. Opté por no dejar entrever nada de
lo que sucedió la noche anterior, ni comentar más de lo necesario. Me dispuse a
retomar mi labor y dejar escapar, como si de una mariposa se tratara, el pensamientoque me invadió desde que amanecí. No tenía nada que perder, pero jamás fue de mi
agrado mostrar mi intimidad.
Así pues me dispuse a retomar el trabajo, aunque en breve tiempo decidí regresar
al piso. Allí abandoné todo el material.
El mar, viejo compañero, era el más fiel amigo con el que cualquier ser vivo
podía contar.
Envuelto en pensamientos contradictorios, me decanté por liberarme de la
esclavitud y dejarme llevar. Decidí ir a visitar el viejo club de jazz del cual me
hablaron María y Ainara. Necesitaba encontrarme con grises melodías al compás
de copas ahumadas.
Las calles estaban vacías de camino al bar. Las almas se escondían entre paredes,
evidenciando su locura más extrema. El silencio cubría con su manta la aceraabandonada y el eco de los pasos retumbaba en oídos sordos. La rutina ansiaba
despojarse a cualquier precio. Al cruzar la puerta avisté los instrumentos bien
colocados al fondo. Me acerqué al improvisado escenario, asombrado por la tenue
luz de un bajo eléctrico color fuego y, ya de paso, me entretuve a admirar el resto de
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instrumentos antes de acercarme a la barra. Me acerqué al camarero con timidez.
Aquel hombre lucía una tupida barba gris y una prominente tripa. Su espalda era
ancha, digna de cualquier portero de local nocturno. Le acompañaba una voz tosca,aunque su gesto era amable. Al corto rato una chica se posó a mi lado. Buscaba al
dueño, aunque su mirada me encontró a mí. Su gesto fue extraño.
—Disculpa, ¿nos conocemos? —preguntó ella.
—Creo que no, debes de confundirte —respondí—. Soy nuevo aquí, y creo que
si hubiéramos coincidido en algún otro lugar lo recordaría. Mi nombre es Arián.
Su gesto se volvió aún más extraño tras revelarle mi nombre. Hizo un gesto
expresivo indicando que cavilaba. De pronto reaccionó: «¡ Miserias de la noche! Ya
sé quién eres. Me llamo Ariette, encantado de conocerte, y de tenerte hoy aquí». Aquella respuesta me descolocó, no estaba acostumbrado a que la gente me
reconociera por la calle. Pero aún me impresionó más cuando me citó una hora más
tarde en la barra, se dio media vuelta y fue corriendo al escenario.
Al empezar la actuación noté una presión en el pecho. Su voz provocaba
invisibles cortes, queriendo desangrarme durante una hora larga y veloz. Las gotas
manchaban el suelo que pisaban mis pies. Las vibraciones eran intensas, hacía
tiempo que la música, pese a ser mi mentira preferida, no me hacía sentir lo que
logró aquella noche. Nadie había logrado atraparme en su voz como lo consiguió Ariette.
Mi mirada no lograba apartarse de la figura de aquella mujer. Sus ojos eran puro
veneno y la melancolía de su voz abría paso a una belleza fuera de este mundo.
Era capaz de seducir a cualquier mortal con sus cuerdas vocales. Pieza a pieza, mi
corazón no podía latir por nadie más que ella. No fue hasta finalizar la actuación
que volví a sentirme un ser independiente. Entonces Ariette regresó a la barra sólo
para sugerirme que la siguiera. Salimos juntos del humeante local y nos dirigimos a
una caravana que había aparcada en la calle contigua. Allí me pidió que la esperara,
entró a asearse y cambiarse de ropa. Al salir huimos de aquel lugar, desapareciendo
entre la oscuridad. Y nos dimos cita con el mar y las estrellas, tumbados juntos en la
arena. La tranquilidad nos seducía y aquello se reflejaba en nuestra conversación. De
pronto ella preguntó: «¿Fumas?», y yo asentí. El humo de contrabando se nos llevó
paralelamente a un mundo de luces intensas, donde los sueños ansían convertirse
en realidad mientras las mentiras van de cabeza a la papelera.
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descubre cómo termina esta obra