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SOBRE EL PORVENIRDE NUESTRAS
INSTITUCIONESEDUCATIVAS
Friedrich Nietzsche
O b r a r e
r o d u c i d a s i n r e s
o n s a b i l
i d a d e d i t o r i a
l
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Ilustres oyentes, el tema sobre el que tenéintención de reflexionar conmigo es tan serio importante, y en cierto sentido tan inquietant
que también yo, como vosotros, prestaría atención a cualquiera que prometiese enseñar algal respecto, aun cuando se tratara de una pesona muy joven, y aun cuando debiera parecetotalmente inverosímil que ésta, espontánea
mente y con sus propias fuerzas exclusivamente, pudiese ofrecer algo suficiente e idóneo parsemejante problema. Sin embargo, es posibque haya oído algo verdadero con respecto
inquietante problema del futuro de nuestraescuelas, y quiera ahora contároslo nuevamenta vosotros; es posible que haya tenido maestroimportantes, a los cuales convendría ya en mayor medida profetizar el futuro, inspirándos
igual que los arúspices romanos, en las vísceradel presente.
En realidad, debéis esperar algo semejantPor circunstancias extrañas, pero en el fondtotalmente inocentes, fui una vez testigo de un
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conversación que sostenían precisamente sobreste tema hombres notables, y los puntos esenciales de sus consideraciones, así como el mod
de afrontar este problema, se quedaron grabados en mi memoria demasiado profundamentcomo para no encaminarme yo también en misma dirección, siempre que reflexiono sobrcosas semejantes. Sólo que quizá yo no teng
ese valor lleno de fe de que entonces, delande mí y para maravilla mía, dieron pruebaquellos hombres, al pronunciar audazmentverdades prohibidas y al construir sus esperan
zas con mayor audacia todavía. Así, pues, mha parecido tanto más útil poner por escrito pofin dicha conversación, para animar a otros emitir un juicio sobre opiniones y declaracionetan sorprendentes. Y para ese fin, por razone
particulares, he creído poder aprovechar precsamente la ocasión que me han proporcionadestas conferencias públicas.
En efecto, soy consciente de cuál es el lugaen que ahora insto a una reflexión general sobr
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aquella conversación y a un examen amplio della: verdaderamente, se trata de una ciudaque intenta fomentar -en un sentido incompa
rablemente grandioso- la cultura y la educacióde sus ciudadanos, en tal medida que puedincluso provocar rubor a Estados más grandeAsí, pues, en este lugar desde luego que no mequivoco al suponer que donde se hace tant
por estas cosas se debe de pensar otro tantsobre ellas. Por otro lado, al contar de nuevaquella conversación, sólo podré ser completamente comprensible para aquellos oyente
que adivinen al instante lo que puede que shaya indicado solamente, que completen lo quhaya debido omitirse, que en general necesitenno ya recibir instrucción, sino simplemente quse les refresque la memoria.
Y ahora oíd, ilustres oyentes, mi inocentexperiencia y la conversación -menos inocentede aquellos hombres.
Pongámonos en la situación de un joven etudiante, o sea, en una situación que, en el mo
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vimiento impetuoso e incesante del presente, esencillamente algo increíble: hay que habevivido esa situación para poder creer semejant
ilusión despreocupada, en semejante gozarrancado al instante, y casi fuera del tiempYo pasé un año en ese estado, junto con uamigo mío de mi edad, en la ciudad universitaria de Bonn, junto al Rin: un año que por
ausencia de proyecto y objeto alguno, y por libertad con respecto a cualquier clase dpropósito para el futuro, se presenta a mi modde sentir actual casi como un sueño, delimitad
antes y después por dos periodos de vela. Nosotros dos permanecimos impasibles, a pesade vivir en compañía de gente que en el fondtenía otros intereses y otras aspiraciones. Tvez nos costara trabajo satisfacer o rechazar la
exigencias, demasiado vigorosas en cierto modo, de aquellos contemporáneos nuestros. Perincluso ese juego con elementos contrastantetiene hoy, cuando trato de recordarlo, un caráter semejante al de los obstáculos de todas cla
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ses que encontramos en los sueños, cuandcreemos poder volar, por ejemplo, pero nosentimos contenidos por obstáculos inexplica
bles.Con mi amigo tenía en común numerosorecuerdos de aquel periodo anterior de vela, dla época en que estábamos en el instituto: unde dichos recuerdos debo precisarlo mejor, y
que explica el paso a mi inocente experienciEn un viaje anterior por el Rin, emprendido finales del verano, había concebido un proyectjunto con aquel amigo -casi al mismo tiempo
en el mismo lugar, pero cada uno de nosotrolo había pensado por su cuenta-, de modo quambos nos sentimos obligados a realizarlo, precisamente por aquella insólita coincidenciDecidimos entonces fundar una pequeña socie
dad, rica en frutos, formada por pocos compañeros, con el fin de dar una organización sólidy vinculante a nuestras tendencias productivaen el arte y en la literatura. O, por expresarmde modo más sencillo, cada uno de nosotro
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debía comprometerse a enviar cada mes unproducción propia, una poesía, o un ensayo, un proyecto arquitectónico, o una composició
musical: después, cada uno de los otros tenderecho a pronunciar un juicio sobre dichaproducciones, con la franqueza sin reservas quconviene a una crítica amistosa. De ese modvigilándonos mutuamente, pensábamos est
mular, y al mismo tiempo refrenar, nuestroimpulsos culturales: y en realidad el éxito futal, que nos hizo recordar con sensación de gratitud, o, mejor, de solemnidad, aquel moment
y aquel lugar que nos habían sugerido semejante idea.Aquella sensación de gratitud solemne en
contró muy pronto un modo justo de expresase, cuando prometimos recíprocamente hace
todo lo posible para visitar cada año -en aqudía- la localidad solitaria, cerca de Rolandseckdonde en aquella ocasión, hacia el final del verano, sentados pensativamente uno junto otro, nos habíamos sentido repentinamen
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inspirados para adoptar una misma decisiónLa verdad es que no cumplimos aquella promesa con el suficiente rigor; pero precisament
porque teníamos en la conciencia varios pecados de omisión, decidimos los dos con la mayofirmeza -aquel año de vida estudiantil en Bonncuando vivimos a orillas del Rin por un largperiodo de tiempo- obedecer en aquella ocasió
no sólo a nuestra ley, sino también a nuestrsentimiento, a nuestro impulso de gratitud, visitar solemnemente, el día correspondiente, localidad cercana a Rolandseck.
No fue fácil, ya que precisamente aquel díla numerosa y alegre compañía de estudianteque nos impedía volar, nos dio mucho quhacer, y se aferró con todas sus fuerzas a todolos hilos que podían mantenernos abajo. Nue
tra compañía había decidido para aquel día ungran excursión solemne a Rolandseck, parcerciorarse una vez más -al final del trimestrestival- de la fidelidad de todos sus miembro
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y para enviarlos después a casa con el mejorecuerdo de aquella despedida.
Era uno de esos días perfectos que puede
presentarse, por lo menos en nuestro climsólo a finales del verano: cielo y tierra estabauno junto a la otra, plácidamente fundidos earmonía, maravillosamente mezclados por calor del sol, por el frescor del otoño y por un
infinitud azul. Vestidos del modo más variopinto y fantástico -es decir, de un modo que ysólo puede divertir a los estudiantes, dada tristeza de todos los demás trajes-, subimos
un barco de vapor, festivamente engalanado enuestro honor, y colocamos sobre la cubierta lbandera de nuestra sociedad. De las dos orilladel Rin resonaba de vez en cuando un disparque por orden nuestra comunicaba a los hab
tantes del Rin o, sobre todo, al posadero dRolandseck, la noticia de que nos aproximábamos. No voy a contar la bulliciosa entrada, qudel lugar del desembarco nos condujo a travédel pueblo excitado y curioso, ni las diversione
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y bromas -no al alcance de todos- que nos pemitíamos entre nosotros. Paso por alto el banquete cada vez más agitado, hasta volvers
salvaje, y un increíble espectáculo musical, eel que hubieron de participar todos los convdados, ya con ejecuciones de solistas, ya cointervenciones de conjunto, y que yo, comconsejero musical de nuestra sociedad, hab
tenido que estudiar previamente y entoncetuve que dirigir. Durante el final un poco deordenado y cada vez más veloz yo había hechya una señal a mi amigo, e, inmediatament
después del acorde final -semejante a un alardo-, ambos salimos y desaparecimos, cerrandtras de nosotros, por decirlo así, un abismo aullante.
De repente, la quietud reparadora y silencio
sa de la naturaleza. Las sombras se habían alagado ya un poco, el sol resplandecía inmóvipero ya en el ocaso, y de las ondas verduscas chispeantes del Rin soplaba un fresco hálitsobre nuestros rostros sudorosos. Nuestro so
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lemne aniversario nos comprometía sólo a lahoras más avanzadas de aquel día, así que habíamos pensado dedicar los últimos momento
de sol a una de aquellas diversiones de solitarios que estaban entonces a nuestra disposiciónEn aquella época sentíamos pasión por el t
ro de pistola, y esa habilidad técnica fue muventajosa para cada uno de nosotros en nuestr
posterior carrera militar. El sirviente de nuestrsociedad conocía nuestro campo de tiro -algalejado y en posición elevada- y ya había llevado allí arriba nuestras pistolas. Aquel campo s
encontraba en el margen superior del bosquque cubre las bajas colinas de detrás de Rolandseck, sobre una pequeña meseta accidentada, bastante cercano al lugar en que debíamoconmemorar nuestra fundación. Sobre la pen
diente boscosa, a un lado de nuestro campo dtiro, había un pequeño claro, que invitaba sentarse y permitía extender la mirada hacia eRin, por encima de los árboles y de la vegetación: de ese modo, el horizonte que resaltab
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contra el grupo de árboles estaba formado prcisamente por las líneas bellas y sinuosas dSiebengebirge y, sobre todo, del Drachenfeld
mientras que el centro de aquel sector circulaestaba constituido precisamente por el Rin centelleante, que tenía entre los brazos la isla dNonnenwörth. Tal era nuestro lugar, consagrado por sueños y proyectos comunes, y allí, e
las horas siguientes de la tarde, queríamos retrarnos, o, mejor, debíamos hacerlo, si deseábamos concluir el día con el espíritu de nuestrley.
A un lado, sobre aquella pequeña meseta acidentada, se erguía a poca distancia el troncpoderoso de una encina, destacándose solitaride la superficie sin árboles ni matas, y de lacolinas bajas y onduladas. Sobre aquel tronc
habíamos tallado en colaboración -tiempatrás- un pentagrama, bien visible, que lohuracanes y temporales de los últimos añohabían marcado todavía más, con lo que ofrecun excelente blanco para nuestra habilidad d
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tiradores. Cuando llegamos a nuestro campo dtiro, la tarde ya estaba muy avanzada, y el tronco de nuestra encina extendía una sombra am
plia y acabada en punta sobre la meseta inculty árida. La calma era profunda; los árboles máaltos que estaban a nuestros pies nos impedíamirar directamente hacia el Rin. Tanto mayofue la sacudida producida en aquella soleda
por el sonido lacerante -repetido por el eco- dnuestros pistoletazos. Apenas había disparadel segundo proyectil hacia el pentagramcuando sentí que me agarraban vigorosament
por un brazo, y al mismo tiempo vi que interrumpían de igual modo a mi amo mientraestaba cargando su arma.
Volviéndome bruscamente, descubrí el rotro irritado de un viejo, y al mismo tiempo sen
que un perro robusto me saltaba a la espaldAntes de que yo y mi amigo -inmovilizado dmismo modo por otro individuo algo más joven- pudiéramos rehacernos, aunque sólhubiera sido con una palabra de estupor, re
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sonó la voz del viejo, con tono amenazante violento. «¡No, no!», nos gritaba, «¡aquí no shacen duelos! ¡Vosotros menos que nadie tené
derecho a hacerlo, jóvenes estudiantes! ¡Abajlas pistolas! Calmaos, reconciliaos, daos la mano. ¡Cómo! Vais a ser la sal de la tierra, la intligencia del futuro, la semilla de nuestras esperanzas, ¿y ni siquiera sabéis liberaros de es
insensato catecismo del honor, ni de sus regladictadas por el derecho del más fuerte? Coesto no quiero inmiscuirme en los asuntos dvuestro corazón, pero todo esto no dice much
en favor de vuestro cerebro. Vosotros, cuyjuventud ha tenido como educadores la lenguy la sabiduría de la Hélade y del Lacio, vosotros, sobre cuyo joven espíritu se han hechdescender precozmente -con una solicitud qu
no podréis nunca apreciar como se merece- lorayos luminosos de los hombres sabios y noblede la hermosa antigüedad, ¿vais a tomar comnorma de vuestra conducta el código del honocaballeresco, es decir, el código de la insensate
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y de la brutalidad? Pero considerad de una vepor todas dicho código como hay que considerarlo, reducidlo a conceptos claros, descubri
su miserable estrechez, y adoptadlo como banco de pruebas, no ya de vuestro corazón, sinde vuestro intelecto. Si este último no lo rechaza ahora mismo, vuestro cerebro no está hechpara trabajar en un campo en el que las cond
ciones indispensables que se requieren son unenérgica capacidad de juicio que pueda rompecon facilidad los lazos del prejuicio, y un intlecto orientado rectamente, que esté en cond
ciones de separar con claridad lo verdadero dlo falso, aun cuando el elemento distintivo estprofundamente oculto, y no ya, como ocurrahora, al alcance de la mano. Así, pues, en caso de que vuestro cerebro no sea apto par
todo eso, buscad, queridos amigos, otro modhonorable de andar por el mundo: haceos sodados o bien aprended un oficio y perseveraen él.»
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cuando nos atrevimos a mencionar nuestropuntos de vista, él agarró impetuosamente brazo de su acompañante, y nos gritó enojad
mientras se alejaba: «¡Hay, que tener pensamientos, y no sólo puntos de vista!». Y acompañante intervino para exhortarnos: «¡Upoco de respeto, aun cuando un hombre coméste se haya equivocado!».
Durante ese tiempo, mi amigo había vueltocargar su arma, y gritando «¡atención!» disparde nuevo sobre el pentagrama. Aquella repentina detonación a sus espaldas puso furioso
viejo; se volvió otra vez, miró con odio a mamigo, y bajando la voz dijo al individuo májoven que lo acompañaba: «¿Qué debemohacer? Estos jóvenes quieren acabar conmigcon sus explosiones».
Y el más joven, volviéndose hacia nosotroempezó a decir: «Debéis saber, en realidad, quvuestras ruidosas diversiones son en este casun auténtico atentado contra la filosofía. Observad a este hombre venerable: es capaz inclu
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so de rogaros, para que no disparéis en estlugar. Y cuando un hombre como éste ruega...«Eso es, se sigue haciendo lo mismo», le int
rrumpió el viejo, mirándonos severamente.En el fondo, no sabíamos bien qué pensar dlo que estaba ocurriendo. No éramos claramente conscientes de lo que pudieran tener ecomún con la filosofía nuestras ruidosas dive
siones, y tampoco lográbamos comprender poqué debíamos abandonar nuestro campo dtiro, en función de incomprensibles consideraciones de cortesía. En aquel instante debíamo
de tener probablemente un aspecto muy indciso y malhumorado. El acompañante vio nuetra momentánea perplejidad, y nos explicó lsituación. «Nos vemos obligados», dijo, «a eperar aquí durante dos horas, a pocos pasos d
vosotros. Tenemos una cita: un amigo impotante de este hombre tiene que venir aquí esttarde; y para ese encuentro hemos escogido ulugar tranquilo en el que existen algunas banquetas, aquí en el bosquecillo. Verdaderament
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no es agradable seguir espantándose con vuetros cercanos ejercicios de tiro. Suponemos quvuestros propios sentimientos os impedirá
seguir disparando aquí, una vez aclarado ququien ha escogido esta soledad tranquila apartada para encontrarse con un amigo es unde nuestros filósofos más importantes.»
Aquella explicación nos inquietó todav
más. Nos vimos amenazados por un peligrtodavía mayor que la simple pérdida de nuetro campo de tiro, y preguntamos precipitadamente: «¿Dónde está ese lugar tranquilo? ¿N
será aquí a la izquierda, en el bosquecillo?».«Exactamente.»«Pero ese lugar nos pertenece a nosotro
dos, esta noche», intervino mi amigo. «Ese lugar debemos ocuparlo nosotros», exclamamo
los dos.En aquel momento nuestra solemne fiest
decidida desde hacía tiempo, era más impotante para nosotros que todos los filósofos dmundo, y la expresión de nuestro sentimient
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fue tan vivaz e impetuosa, que quizá nos hiciera parecer un poco ridículos, por aquel desenuestro, en sí incomprensible, pero manifesta
do con tanta insistencia. Por lo menos, nuestrofilósofos aguafiestas nos miraron con una sonrisa interrogativa, como si entonces nos tocarhablar a nosotros, para justificarnos. En cambiguardamos silencio, ya que habríamos hech
cualquier cosa con tal de no traicionarnos.Y, así, los dos grupos siguieron callados,
uno frente al otro, mientras las copas de loárboles, en una gran extensión, habían adquir
do el color rojo del ocaso. El filósofo miraba esol, el acompañante miraba al filósofo, y nosotros dos nuestro escondite en el bosque, quprecisamente aquel día peligraba. Una sensación casi de rabia se apoderó de nosotros. ¿Par
qué sirve la filosofía, pensábamos, si nos impde estar apartados y gozar de la amistad esoledad, si nos disuade de llegar a ser filósofoa nosotros mismos? Efectivamente, creíamoque nuestro aniversario era verdaderamente d
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naturaleza filosófica. En semejante ocasióndeseábamos formular intenciones y planes srios para nuestra existencia posterior; en solita
ria meditación, esperábamos encontrar algque pudiera satisfacer y formar para el futurla parte más íntima de nuestra alma, como había hecho en el pasado la actividad productivde los años precedentes de la adolescencia. E
eso precisamente debía consistir aquel acto dauténtica consagración. Eso era lo único quhabíamos decidido precisamente: estar solosentarnos a meditar, como entonces, cinco año
antes, cuando nos habíamos concentrado juntoy habíamos llegado a aquella decisión. Debítratarse de una ceremonia silenciosa, totalmente proyectada hacia el recuerdo y el futuro: entre las dos, el presente debía intervenir única
mente como una línea de puntos suspensivoY ahora, en nuestro círculo mágico se habintroducido un destino adverso, y no sabíamocómo alejarlo: al contrario, en la extrañeza d
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toda aquella coincidencia sentíamos algo misteriosamente excitante.
Permanecimos callados por un rato, uno
junto a los otros, en grupos hostiles, mientrapor encima de nosotros las nubes de la tarde svolvían cada vez más rojas, y la tarde se volvcada vez más serena y más apacible; escuchábamos en cierto modo la respiración regular d
la naturaleza, mientras ésta, contenta de sobra de arte, concluía una jornada perfecta, strabajo cotidiano. Y, de repente, en medio de quietud crepuscular confusos gritos de júbil
se elevaron violentos y procedentes del Rin. Soyeron muchas voces en lontananza: debía dtratarse de los estudiantes, nuestros compañros, que se habían propuesto dar un paseo ebarca por el Rin precisamente a aquella hor
Pensamos que debían de haber notado nuestrausencia, y nosotros mismos echamos a faltaalgo. Alcé la pistola, y casi simultáneamente alzó también mi amigo. El eco respondió nuestros disparos, y con el eco llegó hasta noso
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tros desde abajo, como señal de reconocimiento, un alarido muy conocido. Efectivamente, enuestra sociedad éramos célebres, y al mism
tiempo teníamos mala fama, como tiradores dpistola fanáticos. Sin embargo, en aquel mismmomento sentimos nuestro comportamientcomo la más grave descortesía hacia los silenciosos forasteros filosóficos, que hasta entonce
habían permanecido quietos, en serena contemplación, y después saltaron a un lado, aterrorizados, ante nuestro doble disparo. Noacercamos rápidamente a ellos, exclamando
nuestra vez: «Perdonadnos. Estos disparos hasido los últimos: hemos disparado para avisarnuestros compañeros que están en el Rin. ellos han comprendido. ¿Los oís? Si queréis toda costa quedaros en ese lugar tranquilo, a
izquierda, en el bosquecillo, permitidnos menos que también nosotros nos sentemos allExisten varias banquetas. No os estorbaremoestaremos sentados tranquilos y callados. Pero
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ya son más de las siete, y ahora debemos bajaallí».
«Todo esto parece más misterioso de lo qu
es», añadí después de una pausa; «existe entrnosotros una seria promesa de pasar allí abajlas próximas horas: también tenemos razonepoderosas para hacerlo. Ese lugar es sagradpara nosotros a causa de un bello recuerdo, y
por eso, está destinado a inaugurar también ubello futuro para nosotros. Así, pues, tambiépor eso, nos esforzaremos para no dejaros umal recuerdo, después de haberos espantado
molestado tantas veces.»El filósofo siguió callado; pero el compañermás joven dijo: «Desgraciadamente nuestrapromesas y nuestros acuerdos nos comprometen de igual modo, para el mismo lugar y par
las mismas horas. La responsabilidad de estcoincidencia podemos atribuirla a algún destno o a algún geniecillo».
«Por lo demás, amigo mío», dijo el filósofcalmado, «ahora estoy contento, más que ante
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de nuestros jóvenes tiradores de pistola. tesanotado qué tranquilos estaban hace un momento, cuando mirábamos el sol? No hablaban, n
fumaban, estaban quietos: casi creo que medtaban.»Y volviéndose bruscamente hacia nosotro
«¿Habéis meditado? Contádmelo, mientracaminamos juntos hacia nuestro común luga
de quietud». Entonces dimos algunos pasojuntos, y trepamos por un lado en la atmósfercaliente y húmeda del bosque, que ya estabbastante obscuro. Mientras caminábamos, m
amigo expuso francamente sus pensamientos filósofo, diciéndole que había temido por prmera vez, aquel día, que un filósofo le impidiera filosofar.
El viejo se echó a reír. «¡Cómo! ¿Teméis qu
el filósofo os impida filosofar? Algo así puedocurrir: ¿no lo habéis experimentado? ¿No habéis tenido alguna experiencia así en vuestruniversidad? Pero, ¿no escucháis las leccionede filosofía?»
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La pregunta era embarazosa para nosotroporque no se había tratado de eso en absolutoPor lo demás, en aquella época todavía creía
mos inocentemente que quien tenga en ununiversidad el cargo y la dignidad de filósofdebe ser también. un filósofo: precisamentcarecíamos de experiencia y estábamos minformados. Declaramos lealmente que no hab
íamos seguido ningún curso de filosofía, perque desde luego corregiríamos nuestra neglgencia.
«Pero, ¿qué entendéis», preguntó, «por filo
sofar?»Y yo dije: «Con respecto a la definición, etamos en un aprieto. No obstante, por lo qucreemos comprender, a nosotros nos basta coesforzarnos seriamente para reflexionar sobr
la mejor manera de poder llegar a ser hombrecultos». «Eso es mucho, pero también pocomurmuró el filósofo: «¡lo esencial es que mediéis bien sobre todo eso! Aquí están nuestrabanquetas: vamos a estar muy lejos unos d
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otros. Desde luego, no quiero estorbar vuestrameditaciones sobre el modo de llegar a sehombres cultos. Os deseo buena suerte, y
puntos de vista, como sobre el problema dduelo, o sea, puntos de vista correctos, originales, cultos, nuevos. El filósofo no quiere impdiros filosofar, con tal de que no lo espantécon vuestras pistolas. Por hoy imitad sólo a lo
jóvenes pitagóricos; tenían que guardar silencidurante cinco años, como discípulos de unauténtica filosofía, y vosotros quizá lo consigádurante cinco cuartos de hora, al servicio d
vuestra propia cultura futura, de la que os preocupáis con tanta premura.»Habíamos llegado a nuestra meta: se inici
nuestro aniversario. Una vez más, como cincaños antes, el Rin se deslizaba entre suave
brumas, una vez más el cielo resplandecía, bosque estaba perfumado. El ángulo más apatado de una banqueta alejada nos amparó: alnos sentamos casi escondiéndonos, para que nel filósofo ni su acompañante pudieran verno
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el rostro. Estábamos solos; la voz del filósofocuando llegaba apagada hasta nosotros, ya shabía transformado en una música natural,
través del movimiento apenas perceptible dfollaje, a través del murmullo y el susurro dmil existencias hormigueantes arriba, en lo altdel bosque. Aquella voz actuaba como un sondo, era semejante a un lejano y monótono la
mento. Verdaderamente, no había nada qunos molestara.
Pasó así un tiempo, durante el cual el ocasse oscurecía cada vez más y el recuerdo d
nuestra juvenil empresa cultural se presentabcada vez más claro ante nosotros. Así, puepensamos que debíamos la mayor gratitud nuestra extraña asociación: había sido, no sólun complemento -por decirlo así- de nuestro
estudios de bachillerato, sino también la auténtica sociedad rica en frutos, en cuyo marco habíamos introducido también nuestro institutoconsiderado como un medio particular parnuestra aspiración universal hacia la cultura.
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Éramos conscientes de no haber pensado ela llamada profesión, gracias a nuestra sociedad. La explotación casi sistemática de eso
años por parte del Estado, que quiere formar lantes posible a empleados útiles, y asegurarsde su docilidad incondicional, con exámenesobremanera duros, todo esto había permancido alejado mil millas de nuestra formación.
el hecho de que ninguno de los dos supiéramotodavía con precisión lo que seríamos y de quni siquiera nos preocupáramos lo más mínimde ese problema demostraba lo poco que hab
íamos estado determinados por instinto utilitario alguno, por intención alguna de obtenerápidos avances y de recorrer una veloz carrera. Nuestra asociación había alimentado semjante despreocupación dichosa: en el anivers
rio de aquélla nos sentíamos agradecidos dtodo corazón a dicha despreocupación. Ya hdicho una vez que semejante goce del instantsin objetivo alguno, semejante balanceo en mecedora del instante debe parecer casi incre
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ble -y, en cualquier casó, censurable nuestrépoca, hostil a todo lo que es inútil. ¡Qué inútles éramos! Cada uno de nosotros habría pod
do disputar al otro el honor de ser el más inútiNo queríamos significar nada, representar nada, tender hacia nada, queríamos carecer dporvenir, lo único que queríamos era no seútiles para nada, cómodamente tendidos en
umbral del presente: ¡y realmente éramos todeso, bueno para nosotros!
Efectivamente, así pensábamos entonceilustres oyentes.
Inmerso en aquellas solemnes meditacionesobre mí mismo, estaba a punto de abordarcon la misma actitud jactanciosa- también problema relativo al porvenir de nuestras ecuelas, cuando comencé lentamente a advert
que aquella música natural, que resonaba desdla lejana banqueta del filósofo, había perdido scarácter anterior, llegaba hasta nosotros bastante más penetrante y articulada. De improvistuve la conciencia de que estaba escuchando
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hurtadillas: estaba escuchando con pasión, colos oídos aguzados. Toqué a mi amigo -quizáalgo cansado- y le susurré: «¡No te duerma
Para nosotros, ahí arriba hay algo que aprender. Es válido para nosotros, aunque no vaydirigido a nosotros».
Efectivamente, oía al joven acompañante defenderse con cierta agitación y al filósofo, e
cambio, atacarlo con un timbre de voz cada vemás fuerte. «No has cambiado», le apostrofab«desgraciadamente no has cambiado. Me parece increíble que seas todavía el mismo de hac
siete años, cuando te vi por última vez, y mdespedí de ti con escasas esperanzas. Desgraciadamente debo quitarte nuevamente -desdluego, no con placer- ese barniz de cultura moderna con que te has cubierto en este tiempo.
debajo, ¿qué encuentro? Indudablemente, mismo e inmutable carácter “inteligible”, comlo entiende Kant, pero desgraciadamente también un carácter intelectual inalterado: verosmilmente, también éste es una necesidad, per
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ello contra su propia naturaleza. En consecuencia, no hay que revelar nada públicamente corespecto a esa desproporción ridícula entre
número de las personas verdaderamente cultay el enorme aparato de la cultura. El verdadersecreto de la cultura debe encontrarse en esoen el hecho de que innumerables hombres aspran a la cultura y trabajan con vistas a la cultu
ra, aparentemente para sí, pero en realidad sólpara hacer posibles a algunos pocos indivduos.» .
«Ése es el principio», dijo el filósofo, «y, si
embargo, ¿has podido olvidar su auténtico significado hasta el punto de creer ser tú mismuno de esos pocos? Has pensado en eso, ya lveo. Por lo demás, eso forma parte de las características despreciables de nuestra época, qu
pretende poseer la cultura. Se democratizan loderechos del genio, para eludir el trabajo cultural propio y la miseria cultural propia. Cuandes posible, todos prefieren sentarse a la sombrdel árbol que ha plantado el genio. Quisiera
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substraerse a la dura necesidad de trabajar parel genio, con el fin de hacer posible su aparción. ¡Cómo! ¿Eres demasiado orgulloso com
para querer ser un profesor? ¿Desprecias a lmultitud de los que se agolpan, deseosos daprender? ¿Hablas con desprecio de la misiódel profesor? ¿Y te gustaría entonces, alejándote hostilmente de esa multitud, llevar una vid
solitaria, imitándome a mí y mi modo de vivir¿Crees que puedes alcanzar sin más, de un solsalto, lo que yo he conseguido conquistar, depués de una larga lucha obstinada, dirigid
hacia la exclusiva meta de vivir como filósofo¿Y no temes que la soledad se vengue contra t¡Prueba, entonces, a ser un solitario de la cultura! Cuando se quiere vivir con las propias fuezas exclusivamente, y se quiere vivir para todo
los demás, ¡hay que poseer una riqueza sobreabundante! ¡Curiosos discípulos! Creéis qudebéis siempre imitar precisamente la cosa mádifícil y más elevada, aquélla precisamente qusólo ha sido posible para el maestro, cuando, e
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realidad, vosotros precisamente deberíais sabelo difícil y peligroso que es, y que muchos talentos de primer orden pueden resultar de
truidos por eso.»«No quiero ocultarle nada, maestro», dijentonces el acompañante. «He aprendido demasiadas cosas de usted, y he estado junto usted demasiado tiempo, como para poder de
dicarme totalmente a los problemas actuales dla cultura y de la educación. Siento con demasiada claridad esos errores y esos inconvenientes insalvables que usted solía señalar, y, si
embargo, me esfuerzo en vano por encontrar emí la fuerza con que podría tener éxito, luchando con más coraje. Se ha apoderado de mun desaliento general: la huida a la soledad nha sido cosa de orgullo ni de presunción. M
agrada describirle las características que hdescubierto en los problemas de la cultura y dla educación, hoy discutidos tan vivaz e insitentemente. En el momento actual, nuestraescuelas están dominadas por dos corriente
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aparentemente contrarias, pero de accióigualmente destructiva, y cuyos resultados confluyen, en definitiva: por un lado, la tendencia
ampl iar y a difundir lo más posible la cultury, por otro lado, la tendencia a restringir y debil i tar la misma cultura. Por diversas razones, la cultura debe extenderse al círculo máamplio posible: eso es lo que exige la primer
tendencia. En cambio, la segunda exige a propia cultura que abandone sus pretensionemás altas, más nobles y más sublimes, y sponga al servicio de otra forma de vida cua
quiera, por ejemplo, del Estado.»Creo haber notado de dónde procede comayor claridad la exhortación a extender y difundir lo más posible la cultura. Esa extensión va contenida en los dogmas preferidos d
la economía política de esta época nuestra. Conocimiento y cultura en la mayor cantidad posible -producción y necesidades en la mayocantidad posible-, felicidad en la mayor cantdad posible: ésa es la fórmula poco más o me
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nos. En este caso vemos que el objetivo últimde la cultura es la utilidad, o, más concretamente, la ganancia, un beneficio en dinero que se
el mayor posible. Tomando como base esttendencia, habría que definir la cultura como lhabilidad con que se mantiene uno “a la alturde nuestro tiempo”, con que se conocen todolos caminos que permitan enriquecerse del mo
do más fácil, con que se dominan todos los medios útiles al comercio entre hombres y entrpueblos. Por eso, el auténtico problema de lcultura consistiría en educar a cuantos má
hombres “corrientes” posibles, en el sentido eque se llama “corriente” a una moneda. Cuantos más numerosos sean dichos hombres corrientes, tanto más feliz será un pueblo. Y el fide las escuelas modernas deberá ser precisa
mente ése: hacer progresar a cada individuo ela medida en que su naturaleza le permite llegar a ser “corriente”, desarrollar a todos loindividuos de tal modo, que a partir de su cantidad de conocimiento y de saber obtengan
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mayor cantidad posible de felicidad y de ganancia. Todo el mundo deberá estar en condciones de valorarse con precisión a sí mism
deberá saber cuánto puede pretender de la vda. La “alianza” entre inteligencia y posesiónapoyada en esas ideas, se presenta incluso como una exigencia moral. Según esta perspectva, está mal vista una cultura que produzc
solitarios, que coloque sus fines más allá ddinero y de la ganancia, que consuma muchtiempo. A las tendencias culturales de esa naturaleza se las suele descartar y clasificar com
“egoísmo selecto”, “epicureismo inmoral de cultura”. A partir de la moral aquí triunfantse necesita indudablemente algo opuesto, edecir, una cultura rápida , que capacite a loindividuos deprisa para ganar dinero, y, au
así, suficientemente fundamentada para qupuedan llegar a ser individuos que ganemuchísimo dinero. Se concede cultura al hombre sólo en la medida en que interesa la ganancia; sin embargo, por otro lado se le exige qu
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llegue a esa medida. En resumen, la humandad tiene necesariamente un derecho a la felcidad terrenal: para eso es necesaria la cultur
¡pero sólo para eso!» «En este punto quierañadir algo», dijo el filósofo. «A partir de esperspectiva -caracterizada de una forma que ncarece de claridad- surge el grande, inclusenorme, peligro de que en un momento dete
minado la gran masa salte el escalón intermedio y se arroje directamente sobre esa felicidaterrenal. Eso es lo que hoy se llama “problemsocial”. Efectivamente, podría parecer a es
masa, a partir de lo que hemos dicho, que cultura concedida a la mayor parte de los hombres sólo es un medio para la felicidad terrende unos pocos: la “cultura cuanto más univesal posible” debilita la cultura hasta tal punto
que se llega a no poder conceder ningún privlegio ni garantizar ningún respeto. La culturcomún a todos es precisamente la barbarie. Pro no quiero interrumpir tu exposición.»
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El acompañante continuó: «Para esa extensión y esa difusión de la cultura, fomentadacon tanto ímpetu por doquier, existen otro
motivos, independientemente de ese dogmtan popular, de la economía política. En algunos países, el miedo a una opresión religiosestá tan arraigado, que todas las clases socialese aproximan con deseo vehemente a la cultur
y asimilan precisamente aquellos elementosuyos que habitualmente anulan los instintoreligiosos. Por otro lado, a veces ocurre que uEstado, con el fin de asegurar su existenci
procura extender lo más posible la cultura, yque sabe que todavía es lo bastante fuerte parpoder someter bajo su yugo incluso a una cutura desencadenada del modo más violento, ve confirmado eso en el hecho de que, en def
nitiva, la cultura más extensa de sus empleadoo de sus ejércitos acaba siempre en ventaja parel propio Estado, en su competencia con lootros Estados. En este caso, los cimientos de uEstado deben ser tan amplios y sólidos com
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para poder sostener la complicada bóveda de lcultura, del mismo modo que, en el primer caso, los vestigios de una opresión religiosa ant
rior deben ser todavía bastante perceptiblecomo para hacer recurrir a un remedio tan desesperado. Por consiguiente, cuando el grito dguerra de la masa exige la cultura más ampliposible para el pueblo, yo suelo distinguir si l
que ha provocado dicho grito de guerra ha siduna tendencia exagerada a la ganancia y a lposesión, o bien el estigma dejado por unopresión religiosa anterior o bien, por último,
clara conciencia que un Estado tiene de su propio valor.»En cambio, me ha parecido que por mucho
lados se entona otra canción -desde luego ncon tanta sonoridad, pero por lo menos con
mismo énfasis-, a saber, la de la reducción de lcultura .
»En todos los ambientes eruditos, habituamente se susurra al oído, en cierto modo, escanción. En realidad, se trata de un hecho gen
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ral: con la utilización -ahora perseguida- poparte del estudioso de su ciencia, la cultura ddicho estudioso se volverá cada vez más casu
y más inverosímil. Efectivamente, el estudio dlas ciencias está extendido tan ampliamentque quien quiera todavía producir algo en escampo, y posea y tenga buenas dotes, aunquno sean excepcionales, deberá dedicarse a un
rama completamente especializada y permanecer, en cambio, indiferente a todas las demáDe ese modo, aunque éste sea en su especialdad superior al vulgus , en todo el resto, o se
en todos los problemas esenciales, no se separará de él. Así, pues, dicho estudioso, exclusvamente especialista, es semejante al obrero duna fábrica, que durante toda su vida no hacotra cosa que determinado tornillo y determ
nado mango, para determinado utensilio o pardeterminada máquina, en lo que indudablemente llegará a tener increíble maestría. EAlemania, donde se sabe cubrir incluso estohechos dolorosos con el glorioso manto d
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pensamiento, se admira mucho en nuestroestudiosos esa limitada moderación de los epecialistas y su desviación cada vez más acen
tuada de la auténtica cultura, y se considertodo eso como un fenómeno ético. La “fideldad en los detalles”, la “fidelidad del recaderose convierten en temas de ostentación, y la faltde cultura, fuera del campo de especialización
se exhibe como señal de sobriedad.»Durante siglos y siglos, entender por hom
bre de cultura al estudioso, y sólo al estudiosse ha considerado sencillamente como alg
evidente. Partiendo de la experiencia de nuetra época, difícilmente nos sentiremos impulsados hacia una aproximación tan ingenua. Efetivamente, hoy la explotación de un hombre favor de las ciencias es el presupuesto aceptad
por doquier sin vacilaciones. ¿Quién se pregunta todavía qué valor puede tener una ciencique devora como un vampiro a sus criaturasLa división del trabajo en las ciencias tiendprácticamente hacia el mismo objetivo, al qu
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aspiran aquí y allá conscientemente las religiones, es decir, a una reducción de la cultura, mejor, a su aniquilación. Pero eso que para a
gunas religiones, con arreglo a su origen y a shistoria, es una exigencia totalmente justificadpodría, en cambio, conducir a la ciencia a arrojarse en un momento determinado a las llamaAhora hemos llegado ya hasta el extremo d
que en todas las cuestiones generales de naturaleza seria -y, sobre todo, en los máximos problemas filosóficos- el hombre de ciencia, comtal, ya no puede tomar la palabra. En cambi
ese viscoso tejido conjuntivo que se ha introducido hoy entre las ciencias, es decir, el periodismo, cree que ese objetivo es de su competencia, y lo cumple con arreglo a su naturaleza, sea -como su nombre indica- tratándolo com
un trabajo a jornal.»Efectivamente, en el periodismo confluye
las dos tendencias: en él se dan la mano la extensión de la cultura y la reducción de la cultura. El periódico se presenta incluso en lugar d
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la cultura, y quien abrigue todavía pretensioneculturales, aunque sea como estudioso, se apoya habitualmente en ese viscoso tejido conjun
tivo, que establece las articulaciones entre todalas formas de la vida, todas las clases, todas laartes, todas las ciencias, y que es sólido y resitente como suele serlo precisamente el papel dperiódico. En el periódico culmina la auténtic
corriente cultural de nuestra época, del mismmodo que el periodista -esclavo del momentpresente- ha llegado a substituir al gran geniel guía para todas las épocas, el que libera d
presente. Ahora dígame usted, maestro, quesperanzas podía abrigar, en una lucha contrel desbarajuste -que se da por doquier- de todalas auténticas aspiraciones, dígame usted coqué coraje podía presentarme, como profeso
aislado, aun sabiendo que, apenas se arrojaruna simiente de cultura auténtica, pasaría poencima de ella inmediata y despiadadamente apisonadora de esa pseudocultura. Piense en linútil que debe resultar hoy el trabajo más as
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Segunda conferenci
Traducción de Carlos Manzano publicada poTusquets, Barcelona, septiembre de 2000, pp
59-86
Ilustres oyentes, aquellos de vosotros quienes en este momento saludo como a moyentes, y que quizá no hayan oído hablar d
mi conferencia, pronunciada hace tres semanadeberán permitir ahora que los introduzca, siotros preparativos, en medio de un diálogserio, que había yo comenzado entonces a refe
rir, y cuyos últimos desarrollos recordaré hoyEl individuo más joven, que acompañaba filósofo, había debido excusarse un poco antede modo lealmente confidencial, ante su impotante maestro, y explicar los motivos por lo
que, presa del desánimo, había abandonado sposición anterior de profesor, y pasaba stiempo desconsolado, en una soledad escogidespontáneamente. La causa de semejante dec
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sión había que atribuirla a todo menos a unpresunción orgullosa.
«He oído demasiadas cosas de usted, mae
tro», había dicho el honrado discípulo, «durante demasiado tiempo he estado junto a ustedpara poder abandonarme todavía con confianza a las ordenanzas vigentes de la cultura y dla educación. Siento con demasiada clarida
esos errores y esos inconvenientes insalvableque usted solía señalarme: y, sin embargo, mparece que escasea en mí la fuerza con quluchando más animosamente, podría tener éx
to, y con que podría hacer añicos los bastionede esta presunta cultura. Se ha apoderado dmí un desánimo general: la fuga a la soledad nse debe a orgullo ni a presunción.» A continución, para disculparse, había descrito de t
modo las características generales de esa situación cultural, que el filósofo no había podidpor menos de interrumpirlo con voz compasva, y tranquilizarlo. «¡Vamos! Deténte de unvez, pobre amigo mío», dijo el filósofo. «Ahor
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te comprendo mejor, y antes no debería habertdicho palabras tan duras. Tienes razón en todmenos en tu desánimo. Ahora voy a decirte un
cosa para consolarte. ¿Cuánto tiempo crees qudurará todavía, en la escuela de nuestra épocsemejante actitud cultural, tan difícil de sopotar para ti? No quiero ocultarte mi confianza eese sentido: la época de todo eso ha acabad
sus días están contados. El primero que se atrva a ser honrado en este terreno podrá escuchael eco de su honradez devuelto por mil almavalientes. Efectivamente, en el fondo existe u
acuerdo tácito entre los hombres de esta épocque están más generosamente dotados, y qusienten con mayor vehemencia. Cada uno dellos sabe lo que ha debido soportar por la stuación cultural de la escuela, y cada uno d
ellos quisiera liberar por lo menos a su descendencia de semejante opresión, aun a costa dsacrificarse personalmente. La triste causa dque, a pesar de todo, no consiga manifestarspor ningún lado una honradez completa es
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pobreza espiritual de los profesores de nuestrépoca: precisamente en ese campo faltan lotalentos realmente inventivos, faltan los hom
bres verdaderamente prácticos, o sea, los qutienen ideas buenas y nuevas, y saben que auténtica genialidad y la auténtica praxis debeencontrarse necesariamente en el mismo indviduo. En cambio, los prácticos prosaicos care
cen de ideas precisamente, y, por eso, carecetambién de una praxis auténtica. Basta con entrar en contacto con la literatura pedagógica dnuestra época: hay que estar muy corrompid
para no asustarse -cuando se estudia ese temaante la suprema pobreza espiritual, ante esdesdichado juego infantil del corro. En nuestrcaso, la filosofía debe partir, no ya de la maravlla, sino del horror. A quien no esté en cond
ciones de provocar horror hay que rogarle qudeje en paz las cuestiones pedagógicas. Indudablemente, hasta ahora, por lo general ha ocurrido lo contrario: quienes se horrorizaban como tú, querido amigo, escapaban atemoriza
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dos, y quienes permanecían impávidos, tranquilos, metían del modo más grosero sus rudamanos en la más delicada de todas las técnica
que pueden corresponder a un arte, es decir, ela técnica de la cultura. Pero eso ya no podrdurar mucho tiempo: tendrá que llegar por fiel hombre honrado que tenga esas ideas buenay nuevas, y que para realizarlas se atreva
romper con la situación actual. Éste, finalmentremitiéndose a un ejemplo grandioso, mostrarel modo de hacer lo que esas manos rudas -laúnicas que hasta ahora han intervenido- n
están en condiciones de imitar: en ese caso, sempezará a distinguir por doquier, y entoncese advertirá al menos el contraste y se podrreflexionar sobre las causas de ese contrastmientras que hoy son muchos los que cree
todavía, con perfecta buena fe, que para la profesión de pedagogo se necesitan manos rudas.
«Quisiera, ilustre maestro», dijo en aqumomento el acompañante, «que usted, mediante un ejemplo concreto, me ayudara a alimenta
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la esperanza por usted expresada tan audazmente. Los dos conocemos el instituto de bachllerato: ¿también con respecto a esa institució
educativa, por ejemplo, cree usted que se podía acabar con las antiguas y tenaces costumbrecon ayuda. de la honradez, y de ideas buenas nuevas? En mi opinión, en este caso, a los arietes de un asalto no se opone una dura murall
sino la más fastidiosa rigidez e inasibilidad dtodos los principios. El asaltante no debe detruir a un adversario visible y sólido: antebien, dicho adversario está disfrazado, pued
transformarse en cien figuras, y en una de éstapuede escapar a la garra que lo atrape, confundiendo siempre al asaltante con una vil concesión o con un movimiento de retroceso. Precsamente el instituto de bachillerato ha sido
que me ha impulsado a huir desalentado a soledad, precisamente porque opino que, si eese campo no concluye la lucha con una victoria, todas las demás instituciones de la culturdeberán ceder, y que, si alguien se desanim
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con respecto a eso, deberá desanimarse. también con respecto a las cuestiones pedagógicamás serias. Así, pues, le ruego, maestro, que m
instruya en relación con el instituto de bachillerato: ¿qué decadencia podemos esperar de él, qué renacimiento?»
«También yo», dijo el filósofo, «atribuyo instituto de bachillerato, como tú, una impo
tancia enorme: todas las demás institucionedeben valorarse con el criterio de los fines cuturales a que se aspira mediante el institutcuando las tendencias de éste sufren desviacio
nes, todas las demás instituciones sufren laconsecuencias de ello, y, mediante la depuración y la renovación del instituto, se depuran renuevan igualmente las demás institucioneeducativas. Ni siquiera la universidad pued
pretender ahora tener semejante importancde fulcro motor. La universidad, en su estructura actual, puede considerarse simplemente -menos, en un aspecto esencial- como el rematde la tendencia existente en el instituto de ba
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chillerato: después te explicaré claramente estpunto. Por el momento, consideremos conjuntamente lo que me inspira una alternativa llen
de promesas, en función de la cual, o bien espíritu del bachillerato hasta ahora cultivadotan variopinto y tan difícil de captar- se dispesa completamente en el aire, o bien habrá qudepurarlo y renovarlo radicalmente. Y para n
asustarte con principios universales, pensemoante todo en una de esas experiencias del bachllerato que todos hemos tenido y que todosufrimos. ¿Qué es hoy, si la consideramos sev
ramente, l a enseñanza del al emán en el bachllerato?»Antes que nada, voy a decirte cómo deber
ser. Hoy todos hablan y escriben naturalmentla lengua alemana con la ineptitud y la vulgar
dad propias de una época que aprende alemán en. los periódicos. Por eso, al adolescente que está creciendo, y está dotado más generosamente, habría que colocarlo por la fuerzbajo la campana de vidrio del buen gusto y d
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una rígida disciplina lingüística: si eso no eposible, prefiero entonces volver enseguida hablar en latín, ya que me avergüenzo de un
lengua tan desfigurada y deshonrada.»Una escuela mejor no podrá tener otro objtivo a ese respecto que el de llevar al caminrecto, con autoridad y rigor digno, a los jóvenelingüísticamente corrompidos, y exhortarle
así: “¡Tomad en serio vuestra lengua! Quien nconsiga sentir un deber sagrado en ese sentidno posee ni siquiera el germen del que puedsurgir una cultura superior. Eso, es decir, vue
tro modo de tratar la lengua materna, revelarhasta qué punto apreciáis el arte, con eso sverá hasta qué punto congeniáis con el arte. Sno conseguís obtener ese resultado por vosotros mismos, es decir, sentir un desagrado físic
frente a ciertas palabras y a ciertas frases dnuestra jerga periodística, abandonad al instante las aspiraciones a la cultura. Efectivamentahí, muy cerca de vosotros, siempre que habláy escribís, hay una piedra de toque para juzga
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lo difícil y descomunal que es la tarea del hombre de cultura, y hasta qué punto es inverosímque muchos de vosotros alcancéis la auténtic
cultura”.»Según el espíritu de semejante discurso, profesor de alemán en el instituto de bachillerato tendría la obligación de llamar la atención dsus escolares sobre miles de detalles y d
prohibir incluso -con toda la seguridad quproporciona el buen gusto- el uso de palabracomo, por ejemplo, beanspruchen (reclamarvereinnahmen (cobrar dinero), einer Sach
Rechnung t ragen (tener en cuenta una cosa), dI ni t i at i ve ergrei fen (tomar la iniciativa), selbsverst dädl i ch (evidente), etcétera, cum t aedio i
in f in i tum . Además, el mismo profesor, al refrirse a nuestros autores clásicos, debería mo
trar, renglón a renglón, el enorme cuidado rigor con que hay que entender todas las expresiones, cuando se tiene un auténtico sentimiento artístico, y cuando se aspira a la completclaridad de lo que se escribe. Obligará a su
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alumnos a expresar el mismo pensamiento unvez más y de modo todavía mejor, hasta qulos alumnos menos dotados pierdan el terro
reverente a la lengua y los alumnos más dotados hayan llegado a sentir un noble sentimienthacia ella.
»Así, pues, ése es un cometido de la llamadcultura formal: uno de los cometidos más pr
ciosos. ¿Y qué es lo que encontramos ahora eel bachillerato, en lugar de la llamada culturformal? Quien sepa clasificar en las rúbricacorrectas lo que haya encontrado en este terre
no, sabrá también que pensar del bachilleratactual, como presunta institución de culturEfectivamente, descubrirá que el bachillerato, partir de su formación originaria, no educa colas miras puestas en la cultura, sino sólo en
erudición, y observará además que en los últmos tiempos de la impresión de no querer squiera educar con las miras puestas en la erudción, sino sólo preparar para el periodismo. Latestigua la forma de impartir la enseñanza d
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escolar debe aprender a actuar correctamente: sólo de acuerdo con esta perspectiva prácticresulta necesaria la enseñanza del alemán e
nuestras escuelas. Indudablemente, el métodhistórico parece bastante más fácil y mácómodo para el profesor; asimismo, parece requerir dotes mucho más modestas y en generun ímpetu mucho menor en la voluntad y e
las aspiraciones del profesor. Pero podemohacer esa misma observación en todos los campos de la realidad pedagógica: lo más fácil más cómodo se envuelve en un manto de pre
tensiones fastuosas y de títulos orgullosos. Easpecto verdaderamente práctico -es decir, lacción necesaria para la cultura-, dado que en fondo es la cosa más difícil, recibe miradas ddesaire y de desprecio. Por esa razón el hombr
honrado deberá aclararse a sí mismo y a lodemás este quid pro quo .
»Pero, ¿qué suele dar un profesor de alemánaparte de esas sugerencias eruditas para uestudio de la lengua? ¿De qué modo sabe con
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jugar el espíritu de su escuela con el espíritu dlos pocos hombres de cultura auténtica que htenido el pueblo alemán, con el espíritu de su
poetas y artistas clásicos? Éste es un terrenoscuro y peligroso, sobre el que no podemoarrojar luz sin dejar de preocuparnos: tampocen esto nos ocultaremos nada, ya que un díhabrá que renovarlo todo en dicho terreno. E
el instituto de bachillerato, se imprimen larepugnantes características de nuestro periodismo estético sobre los espíritus todavía nformados de los adolescentes; en el instituto, e
el propio profesor quien esparce las semillas dun grosero y deliberado entendimiento incorrecto de nuestros clásicos: después dicho entendimiento incorrecto se hace pasar por críticestética, y no es otra cosa que barbarie. Los e
colares aprenden allí a hablar de nuestro Schller , que es único, con una superioridad puerien el instituto nos habitúan a sonreír ante suconcepciones más nobles y más alemanas, sonreír ante el marqués de Posa, ante Max
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Tecla: es ésa una sonrisa que provoca la cólerdel genio alemán y que hará enrojecer a unposteridad mejor.
»El último terreno a que suele dedicar su actividad el profesor de alemán en el instituto, que muchas veces se considera el punto culmnante de dicha actividad, y hay quienes lo consideran incluso como el vértice de la cultura d
bachillerato, lo constituye la llamada composción en al emán . Del hecho de que en ese terreno se afanen, con particular tesón, los escolaremás dotados habría que deducir lo peligrosa
mente estimulante que puede ser la tarea aqupropuesta. La composición en alemán es unllamada a la individualidad, y, cuanto mayoconciencia tenga un escolar de las cualidadeque lo distinguen, tanto más personalment
elaborará su composición en alemán. Ademáesa “elaboración personal” la requiere en mayoría de los institutos la elección de loasuntos: la prueba más válida de ello, en mopinión, radica en el hecho de que en las clase
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inferiores se proponen temas -en sí y por sí antipedagógicos- que conducen al escolar a decribir su vida y su desarrollo. Basta con hojea
las listas de los temas desarrollados en unocuantos institutos para llegar a convencerse dque verosímilmente la mayor parte de los escolares, sin culpa alguna, deberá sufrir toda svida a causa de esas composiciones personale
exigidas demasiado pronto, y de esa inmadurproducción de pensamiento. ¡Y con cuánta frcuencia toda la posterior obra literaria de uhombre aparece como la consecuencia de aqu
pecado original contra la inteligencia!»Basta con reflexionar en lo que ocurre a esedad, cuando se requiere producir semejantrabajo. Se trata de la primera producción orginal: las fuerzas todavía no desarrolladas con
tribuyen por primera vez a formar una cristalzación; el sentimiento embriagador de la autonomía requerida reviste esas producciones coun encanto seductor, que no se había presentado nunca antes y que no volverá a presentars
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Se reclaman todas las audacias de la naturalezdesde sus profundidades, todas las vanidadeya no contenidas por una barrera bastante po
tente, pueden adquirir por primera vez unforma literaria: desde ese momento el joven quse ha vuelto maduro, se siente un ser capaz dhablar, de tomar parte en una conversación, mejor, invitado a ello. Efectivamente, esos t
mas le obligan a calificar obras poéticas, o biea incluir a personajes históricos en la forma duna descripción de caracteres, o bien a exponede forma autónoma serios problemas éticos,
bien a aclarar también -invirtiendo introspectvamente la antorcha- su desarrollo, y a dar uinforme crítico de sí mismo. En resumen, todun mundo de problemas, que requieren la meditación más profunda, se abre ante el jove
estupefacto, hasta aquel momento casi inconciente, y se confía a su decisión.
»Ahora hemos de tener presente la actituhabitual del profesor ante esas primeras producciones originales, tan ricas de consecuen
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cias. ¿Qué le parece criticable en esos trabajos¿Sobre qué llama la atención de sus alumnosSobre todos los excesos de la forma y del pen
samiento, es decir, sobre todo lo que es indivdual y característico de esa edad. El profesocritica el aspecto verdaderamente autónom(que, si se estimula prematuramente, sólo puede manifestarse precisamente en torpezas, e
asperezas y en rasgos grotescos), o sea, precsamente el aspecto individual, y lo rechaza favor de una actitud altiva, mediocre y carentde originalidad. En cambio, la mediocrida
vulgar obtiene elogios, prodigados de magana: efectivamente, la mediocridad suele fatidiar bastante al profesor, y con buenas razones.
»Quizás existan todavía hombres que vea
en toda esa comedia de la composición ealemán en el instituto no sólo el elemento máabsurdo, sino también el más peligroso del bachillerato actual. Se exige originalidad y depués se rechaza la única originalidad posible
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esa edad: en el instituto se presupone una cutura formal, que en la actualidad consiguealcanzar sólo poquísimos hombres, en eda
madura. En el instituto se considera a todos simás como seres capaces de hacer literatura, qut i enen derecho a tener opiniones propias sobrlas cosas y los personajes más serios, mientraque una educación auténtica debería reprim
con todos sus esfuerzos las ridículas pretensiones de una independencia de juicio, y habituaal joven a una rígida obediencia bajo el dominidel genio. En el instituto se presupone la capa
cidad de representar cuadros muy amplios, una edad en que cualquier afirmación pronunciada o escrita- constituye una barbariSi pensamos, además, en el peligro que va undo a la autosatisfacción, que surge con facilida
en esos años, si pensamos en el sentimiento dvanidad con que el adolescente ve por primervez en el espejo su imagen literaria, nadpodrá dudar, abarcando con una sola miradtodas esas consecuencias, de que en el institut
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se inculcan continuamente a las nuevas generaciones todos los males de nuestro ambientliterario y artístico, o sea, la tendencia a produ
cir de modo apresurado y vanidoso, la manídespreciable de escribir libros, la completa faltde estilo, un modo de expresarse que no se hrefinado, que carece de carácter o pobrementafectado, la pérdida de cualquier canon estét
co, el deleite en la anarquía y el caos, en resumen, todos los rasgos literarios de nuestro periodismo y al mismo tiempo de nuestro mundacadémico.
»Son muy pocos hoy los que saben que unsolo, quizá, de entre muchos miles está autorzado para sentirse escritor, y que todos los demás que por su cuenta y riesgo intenten seguese camino merecen como recompensa por ca
da frase impresa una carcajada homérica poparte de hombres verdaderamente capaces djuzgar: verdaderamente, el espectáculo de uHefesto literario que avanza cojeando, parofrecernos algo de beber, es digno de los diose
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»Pero, en relación con la lengua es casi imposible observar influencia alguna del mode
clási co : así, pues, ya sólo por esa consideració
la llamada. “cultura clásica”, que debería salde nuestros institutos de bachillerato, me parce una cosa bastante dudosa y equívoca. Efectvamente, bastaría con echar una mirada a esmodelo, para vernos obligados a observar
extraordinaria seriedad con que el griego y romano consideraban y trataban su lengudesde los años de la adolescencia. Sería imposble no discernir su valor de modelo en relació
con ese punto, si el plan educativo de nuestroinstitutos de bachillerato adoptara todavía ralmente, como supremo modelo de enseñanzel mundo clásico griego y romano. Sobre estúltimo tengo por lo menos dudas. Con respect
a la pretensión que el instituto tiene de enseñala “cultura clásica”, me parece que se trata, máque nada, de una escapatoria torpe, que se utliza cuando alguien niega al bachillerato la capacidad para educar en la cultura. ¡Cultur
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clásica! ¡Una expresión tan cargada de digndad! Hace avergonzarse al atacante, hace aplazar el ataque: efectivamente, ¿quién podrá de
cifrar nunca completamente esa fórmula embarazosa? Esa es la táctica del bachillerato, que hllegado a ser habitual desde hace tiempo: segúla dirección de donde proceda la invitación acombate, aquél escribe en su escudo -desd
luego, no adornado con distintivos de honouno de esos lemas embarazosos: “cultura clásca”, “cultura formal”, o bien “cultura para ciencia”; tres cosas gloriosas, pero que desgra
ciadamente son contradictorias en sí, y que sólpodrán producir un hircocervo de la culturcuando se las junte por la fuerza. Efectivamente, una auténtica “cultura clásica” es algo taincreíblemente difícil y raro, y requiere dote
tan complejas, que el hecho de prometerla como resultado alcanzable en el bachillerato estreservado únicamente a la ingenuidad o a ldesvergüenza. La designación “cultura formalforma parte de esa burda fraseología no filosó
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fica, de la que hay que liberarse cuanto sea posible: en realidad, no existe en absoluto un“cultura material”. Y quien establece como fi
del bachillerato la “cultura para la ciencia” desecha con ello la “cultura clásica” y la llamad“cultura formal”, o sea, que abandona en general cualquier clase de fin cultural del bachillerato. En efecto, el hombre científico y el hombr
de cultura pertenecen a dos esferas diferenteque de vez en cuando entran en contacto en uindividuo aislado, pero no coincidirán nuncentre sí.
»Si comparamos estos tres presuntos objetvos del bachillerato con la realidad observadpor nosotros en relación con la enseñanza dalemán, dichos objetivos suelen reducirse, en uso común, a escapatorias dictadas por la ve
güenza, ideadas para la lucha y el combate, muchas veces bastante apropiadas incluso parasombrar al adversario. Efectivamente, en enseñanza del alemán no hemos podido encontrar nada que recordara de algún modo el mo
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delo de la antigüedad clásica, o sea, la grandiosidad antigua en la educación lingüísticademás, la “cultura formal” que se recibe me
diante dicha enseñanza del alemán se ha reducido a la aprobación de la “personalidad librees decir, de la barbarie y la anarquía; y por lque se refiere a la “cultura que encamina hacla ciencia”, como consecuencia de esa enseñan
za, indudablemente nuestros germanistapodrán valorar con equidad lo poco que hacontribuido al desarrollo de su ciencia esoprincipios eruditos en el bachillerato y l
enorme que ha sido, en cambio, la contribucióhecha por la personalidad de profesores unversitarios particulares.
»En conclusión, el bachillerato ha desatendido hasta ahora el objeto primordial e inme
diato, de que arranca la cultura auténtica, edecir, ha desatendido la lengua materna: le fata así el terreno natural y fecundo en el qupueden apoyarse todos los esfuerzos culturaleposteriores. En realidad, sólo cuando se utilic
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como base una disciplina y un uso de la lenguque sean rigurosos y artísticamente esmeradose podrá fortalecer el sentimiento preciso de
grandeza de nuestros clásicos, cuyo reconocmiento por parte del bachillerato se ha basadhasta ahora casi únicamente en dudosas inclnaciones estetizantes de profesores concretos, en el efecto puramente material de ciertas tra
gedias y ciertas novelas. No obstante, hay qusaber ya por experiencia directa lo difícil que ela lengua, y hay que especificar, después dlargas investigaciones y largas luchas, el cam
no recorrido por nuestros poetas, para advertentonces con qué facilidad y qué belleza lo recorrieron, y con qué torpeza y afectación intentan seguirlos los demás.
»Sólo mediante una disciplina semejant
puede el joven experimentar desagrado físicante la “elegancia” estilística -tan popular alabada- de nuestros asalariados del periodimo y de nuestros novelistas, o bien ante “dicción selecta” de nuestros literatos. En t
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caso, el joven puede librarse de una vez, y defnitivamente, de una serie de problemas y descrúpulos verdaderamente cómicos; por ejem
plo, de la cuestión de si Auerbach, o Gutzkowes realmente un poeta: semejante cuestión quedará zanjada inmediatamente, cuando el deagrado no permita seguir leyendo ni a uno ni otro. Nadie debe creer que sea fácil educar e
sentimiento propio, hasta llevarlo a ese deagrado físico; pero, por otro lado, nadie podresperar llegar a un juicio estético por un caminque no sea el espinoso sendero del lenguaje,
no precisamente de la investigación lingüísticsino de la autodisciplina lingüística.»Quien desee esforzarse seriamente en es
terreno pasará por las mismas experiencias dquien, siendo ya adulto, por ejemplo de solda
do, se ve obligado a aprender a caminar, depués de haber sido hasta ese momento, en essentido, un principiante aficionado y un emprico; son meses de fatiga: tememos que los tendones se rompan; perdemos toda esperanza d
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poder llegar nunca a ejecutar cómoda y fácimente los movimientos y a fijar las posicionede los pies, aprendidos consciente y expresa
mente; vemos con terror con qué torpeza y toquedad colocamos un pie delante del otro, tememos habernos olvidado completamente dcaminar y no poder nunca volver a aprender caminar bien. Después, de improviso nos da
mos cuenta de que los movimientos aprendidoexpresamente se han transformado ya en unnueva costumbre y en una segunda naturalezy que la antigua seguridad y la antigua fuerz
del paso vuelven fortalecidas, y acompañadaincluso de cierta gracia: ahora sabemos tambiélo difícil que es caminar, y podemos burlarnode quien, al caminar, sea un empírico tosco un aficionado que crea moverse con eleganci
Nuestros llamados escritores “elegantes” nhan aprendido nunca a caminar, como demuetra su estilo: y, desde luego, en nuestros institutos de bachillerato, como lo demuestran nuetros escritos, no se aprende a caminar. Per
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junto a la andadura correcta del lenguaje, comienza también la cultura: esta última, una veque se ha iniciado correctamente, produce
continuación, incluso en relación los escritore“elegantes”, una sensación física que se llam“náusea”.
»Al llegar a este punto, reconocemos laconsecuencias infaustas de nuestro bachillerat
actual: por el hecho de que éste no está en condiciones de enseñar la cultura auténtica y rigurosa, que es ante todo obediencia y hábito poel hecho de que, en el mejor de los casos, cum
ple su objetivo más que nada estimulando fecundando los impulsos científicos, se explicesa alianza tan frecuente entre la erudición y barbarie del gusto, entre la ciencia y el periodismo. Hoy se puede observar, en la mayor
de los casos, que nuestros estudiosos han caídy se han precipitado desde esa altura culturque la naturaleza alemana había alcanzado gracias a los esfuerzos de Goethe, de Schiller, dLessing y de Winckelmann: decadencia est
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que se revela precisamente en la grosera clasde entendimientos incorrectos a que en medide nosotros están expuestos esos grandes hom
bres, ya sea por parte de historiadores de literatura -llámense Gervinus o Julian Schmidya sea en cualquier ocasión de la vida social, omejor, en cualquier conversación entre hombrey mujeres. Pero donde esa decadencia se mue
tra en la medida más grande y más dolorosa eprecisamente en la literatura pedagógica quatañe al bachillerato. Se puede afirmar que evalor incomparable de aquellos hombres, co
relación a una auténtica institución de culturno se ha enunciado siquiera -y mucho menoreconocido durante más de medio siglo: mrefiero al valor de esos hombres como guías mistagogos que preparan la cultura clásica, lo
únicos que pueden llevarnos de la mano hasthacernos encontrar de nuevo el camino correctque conduce a la antigüedad. En cualquier caso, la llamada cultura clásica tiene un únicpunto de partida sano y natural, es decir,
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costumbre, artísticamente seria y rigurosa, dutilizar la lengua materna. No obstante, es rarque alguien se vea guiado desde dentro -por s
propias fuerzas- por el sendero correcto, es decir, a adquirir esa costumbre y a apoderarse dsecreto de la forma; en cambio, todos los demánecesitan esos grandes guías y esos grandemaestros, y deben confiarse a su tutela. Por otr
lado, no existe una cultura clásica que pueddesarrollarse sin que se haya revelado ya essentido de la forma. En este punto, en que srevela gradualmente el sentido que distingue
forma de la barbarie, por primera vez se agita eala que conducirá hasta la auténtica y únicpatria de la cultura, hasta la antigüedad griegDesde luego, con la ayuda exclusiva de esa alno podríamos llegar muy lejos, ni en el intent
de acercarnos a ese castillo del mundo grieginfinitamente remoto y circundado de murode diamante. Una vez más, necesitamos, máque nada, esos mismos guías, esos mismos maestros, nuestros clásicos alemanes, para que
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aletazo de sus aspiraciones a la antigüedad noeleve también a nosotros y nos arrastre hacia tierra de la nostalgia, Grecia:
»Esa relación -la única posible- entre nuetros clásicos y la cultura clásica no se ha advetido, desde luego, entre los viejos muros de loinstitutos de bachillerato. Más que nada, lofilólogos se esfuerzan perseverantemente, si
buscar ayuda alguna, para aproximar sHomero y su Sófocles a las almas de los jóvenes, y denominamos sin más el resultado con expresión eufemística, y que nadie discute, d
“cultura clásica”. Cada cual podrá comprobaa partir de sus experiencias, lo que haya aprendido en Homero y en Sófocles, con la guía desos maestros infatigables. En este terreno sencuentran las ilusiones más frecuentes y má
arraigadas, y se difunden amplia e involuntariamente los equívocos. En el instituto alemáno he encontrado todavía nunca ni siquiera menor vestigio de lo que podría llamarse reamente “cultura clásica”; y no hay por qué ex
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trañarse de ello, si se piensa hasta qué punto sha independizado el instituto de los clásicoalemanes y de la disciplina de la lengua alema
na. Con un salto en el vacío no se podrá lleganunca hasta la antigüedad: y, sin embargo, todo el modo de tratar en las escuelas a los escrtores antiguos, todos los honrados comentarioy las paráfrasis de nuestros profesores de filo
logía no son otra cosa que un salto en el vacío.»Efectivamente, el sentido de lo que es clás
camente helénico constituye un resultado tararo de la lucha cultural más encarnizada y d
un talento artístico, que actualmente sólo poun grosero equívoco puede tener el instituto lpretensión de despertar ese sentimiento. ¿qué edad? A una edad que está todavía domnada por las más variadas tendencias del pr
sente, y no tiene todavía el menor presentmiento de que ese sentido del mundo helénicuna vez despertado, se vuelve al instante agrsivo, y debe expresarse en una lucha continucontra la presunta cultura del momento actua
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Para el estudiante de bachillerato actual, logriegos en cuanto griegos están muertos: indudablemente, se divierte leyendo a Horner
pero una novela de Spielhagen lo cautiva comucha más fuerza; engulle con cierto placer ltragedia y la comedia griegas, pero un dramverdaderamente moderno, como Los peri odi
t as de Freitag .lo conmueve de forma muy dife
rente. Al contrario, siente inclinación a exprsarse, con respecto a todos los autores antiguode igual modo que el crítico de arte HermanGrimm, que, en un tortuoso artículo sobre
Venus de Milo, se pregunta al final: “¿Qué epara mí esta figura de diosa? ¿Para qué me siven los pensamientos que me inspira? Orestes Edipo, Ifigenia y Antígona: ¿Qué tiene ecomún todo eso con mi corazón?”. No, quer
dos estudiantes de bachillerato, la Venus dMilo no os importa para nada; pero igualmentpoco importa a vuestros profesores, y ésa es desgracia, y ése es el secreto del bachilleratactual. ¿Quién podrá conduciros hasta la patr
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de la cultura, si vuestros guías están ciegoaunque se hagan pasar todavía por videntesNinguno de vosotros conseguirá llegar a di
poner de un auténtico sentido de la sagradseriedad del arte, ya que se os enseña con mmétodo a balbucear con independencia, cuando, en realidad, habría que enseñaros a hablase os enseña a ensayar la crítica estética de mo
do independiente, cuando, en realidad, se odebería infundir un respeto hacia la obra darte; se os habitúa a filosofar de modo independiente, cuando, en realidad, habría qu
obligaros a escuchar a los grandes pensadoreEl resultado de todo eso es que permanecerépara siempre alejados de la antigüedad, y oconvertiréis en los servidores de la moda.
»La cosa más beneficiosa que contiene la in
titución del bachillerato actual consiste, ecualquier caso, en la seriedad con que se estudian la lengua latina y la lengua griega durantuna serie de años. En ese terreno se aprende respetar una lengua fijada de acuerdo con re
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glas, se aprende a respetar y a tener en cuentla gramática y el léxico; en ese dominio, todavse sabe lo que es un error, y no se fastidia e
ningún momento con la pretensión de que sautoricen -como en el estilo alemán de nuestrépoca- incluso los caprichos y los malos hábitoen la gramática y en la ortografía. Desgraciadamente, ese respeto hacia la lengua carece d
un fundamento sólido: se trata, por decirlo asde un fardo teórico, que se desecha muy pronto, frente a la lengua materna. Más que nada, eel propio profesor de latín o de griego quie
rinde pocos honores a dicha lengua materndesde el principio la considera como un terrendonde se puede recuperar el aliento, despuéde la severa disciplina del latín y del griego, donde vuelve a estar permitida la jovialida
negligente con que el alemán trata comúnmente todo lo que es de casa. Los alemanes no harealizado nunca esos magníficos ejercicios dtraducción de una lengua a otra, que puedefomentar del modo más beneficioso también e
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sentido artístico de la lengua propia, con la debida dignidad categórica y rigurosa que es ncesaria sobre todo en este caso, por tratarse d
una lengua no disciplinada. En los últimotiempos incluso esos ejercicios van desaparciendo cada vez más: nos contentamos con conocer las lenguas clásicas extranjeras, pero deechamos la posibilidad de hablarlas.
»Una vez más se manifiesta en eso la tendencia erudita en el modo de concebir el bachllerato: fenómeno este que arroja una luz clarficadora sobre la cultura humanística, en otr
tiempo entendida seriamente como objetivo dbachillerato. Era ése el tiempo de nuestrograndes poetas, es decir, de los poetas alemaneverdaderamente cultos; era el tiempo en que ilustre Friedrich August Wolf dirigió hacia e
bachillerato el nuevo espíritu clásico que llegaba desde Grecia y desde Roma por mediacióde aquellos grandes hombres: poniendo audazmente los fundamentos, aquél consiguiconstruir una nueva imagen del bachillerato
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que desde aquel momento habría debido convertirse no sólo en un vivero de la ciencia, sinsobre todo en el auténtico santuario de cua
quier cultura más noble y más elevada.»Entre las reglas que exteriormente parecíanecesarias para ese fin, algunas -esencialísimahan pasado con éxito duradero a constituir bachillerato moderno: pero no se ha lograd
precisamente lo más importante, es decir, entrega de los propios profesores a ese nuevespíritu. De ese modo, entre tanto el objetivdel bachillerato se ha alejado de nuevo extrao
dinariamente de esa cultura humanística deseada por Wolf. La antigua valoración absolut(ya superada por el propio Wolf) de la erudción y la cultura docta ha ido substituyendgradualmente, después de una lucha agotado
ra, al principio cultural que se había insinuadsi bien no con la antigua franqueza, sino, contrario, de modo solapado y con el rostroculto. El fracaso del intento de hacer entrar ebachillerato en el grandioso movimiento de
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cultura clásica se ha debido al carácter nalemán, podemos decir casi extranjero o comopolita, de esos esfuerzos culturales, es deci
a la creencia de que es posible quitarse de debajo de los pies el terreno de la patria, y permancer todavía erguido, en resumen, a la ilusión dpoder saltar directamente, sin utilizar puentea ese alejado mundo griego por el hecho d
haber renegado del espíritu alemán o en genral del espíritu nacional.
»Desde luego, hay que ser capaz de rastreaese espíritu alemán en sus escondrijos, baj
disfraces de moda, o bien bajo montones druinas, hay que amarlo hasta el punto de navergonzarse ni siquiera de su forma pervertda; sobre todo, lo que no hay que hacer es subtituir ese espíritu por lo que hoy se llama, co
actitud orgullosa, “cultura alemana de la épocactual”. El espíritu alemán es, más que nadíntimamente hostil a dicha cultura. Y precisamente en las esferas de cuya falta de cultursuele lamentarse la “época actual” con frecuen
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cia se ha conservado ese espíritu alemán auténtico, si bien mezclado con superficialidadegroseras, y desde luego no de forma fascinant
En cambio, lo que ahora se llama, con particular presunción, “cultura alemana”, es un conjunto cosmopolita, que guarda con el espíritalemán la misma relación que un periodista coSchiller, o Meyerbeer con Beethoven. En est
caso, la influencia más fuerte es la ejercida pola civilización francesa, antigermánica en lmás profundo de su ser, a la que se imita sitalento y con el gusto más dudoso, imitació
con la que se da una forma hipócrita a la sociedad, a la prensa, al arte y al estilo alemaneIndudablemente, esa copia no producirá poningún lado un resultado tan logrado artístcamente como el producido en Francia, ca
hasta nuestros días, por esa civilización orignal, nacida de la naturaleza neolatina. Para advertir todavía más ese contraste, compárensnuestros novelistas alemanes más famosos cotodos los franceses o italianos; incluso los me
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nos famosos: en ambas partes se encuentran lamismas tendencias dudosas, los mismos finedudosos y los mismos medios todavía más du
dosos, pero, mientras que en el segundo castodo eso va unido a una seriedad artística opor lo menos, a una corrección de lenguajmuchas veces incluso a una auténtica bellezque refleja por doquier una civilización soci
correspondiente, en el primer caso, en cambitodo carece de originalidad, todo es oscilantideas y expresiones de andar por casa, o bien edesagradablemente afectado; además de es
falta siempre el fondo de una forma sociauténtica, y, como máximo, son los modales los conocimientos eruditos los que recuerdaque en Alemania se hace literato el estudiosfracasado, y, en cambio, en los países latinos
hombre educado artísticamente. Con esa cultura que se pretende alemana, pero que, en fondo, carece de originalidad, los alemanes npodrán nunca aspirar a las victorias: en todeso los avergüenzan los franceses y los italiano
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y, en lo que se refiere a la imitación ingeniosde una cultura extranjera, sobre todo los rusos
»Con tanta mayor razón debemos mante
nernos apegados al espíritu alemán, que smanifestó en la Reforma alemana y en la músca alemana, y que ha demostrado -con la extraordinaria audacia de la filosofía alemana, y cola fidelidad del soldado alemán, experimentad
en los últimos tiempos- esa fuerza resistenthostil a cualquier apariencia, de que podemoesperar todavía una victoria sobre la pseudocultura de la “época actual”. Esperamos qu
una actividad futura de la escuela consista ehacer participar en dicha lucha a la auténticescuela de la cultura, y, sobre todo, al bachillerato, en el enardecimiento de la nueva generación, que asciende ahora, con respecto a lo qu
es verdaderamente alemán: en semejante escula, hasta la llamada “cultura clásica” acabarteniendo su terreno natural y su punto de patida. Una verdadera renovación y una verdadra depuración del bachillerato sólo surgirán d
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una renovación y una depuración del espíritalemán, que sean profundas y potentes. Evínculo que ciñe realmente la naturaleza ale
mana más íntima al genio griego es algo batante misterioso y difícil de captar. No obstantmientras la más noble necesidad del auténticespíritu alemán no intente coger de la mano esgenio griego, como sólido apoyo en el río de l
barbarie, mientras que de dicho espíritu alemáno brote una nostalgia angustiosa por los griegos, mientras la visión en lontananza penosamente conquistada- de la patria grieg
no haya llegado a ser la meta del peregrinaje dlos hombres mejores y más dotados, el fin de lcultura clásica del bachillerato seguirá revoloteando aquí y allá en el aire sin cesar, y por lmenos no habrá que censurar a quienes, aun
que sea con espíritu limitado, quieren introducir en el bachillerato el cientifismo y la erudción, para tener un objetivo verdadero, sólido aun así ideal, y para salvar a sus escolares dlas tentaciones del fantasma brillante que s
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hace llamar hoy “civilización” y “cultura”. Tes la triste situación del bachillerato actual: laperspectivas más limitadas están en cierto mo
do justificadas, porque nadie está en condiciones de alcanzar, o al menos indicar, el punto eque todas esas perspectivas se vuelven erróneas.» «¿Nadie?», preguntó el discípulo con ciertemoción en la voz, volviéndose hacia el filóso
fo: y ambos enmudecieron.Friedrich NietzscheSOBRE EL PORVENIR DE NUESTRA
INSTITUCIONES EDUCATIVA
Friedrich NietzscheTercera conferenciTraducción de Carlos Manzano publicada poTusquets, Barcelona, septiembre de 2000, pp87-111
¡Ilustres presentes! En el punto en que demi relato la última vez, una pausa larga y gravhabía interrumpido la conversación, oída pomí tiempo atrás y cuyos elementos esenciale
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que quedaron profundamente grabados en mmemoria, intento delinear aquí frente a vosotros. El filósofo y su acompañante estaban sen
tados, inmersos en un profundo silencio. Sobrel alma de ambos gravitaba la singular situación de angustia -discutida poco antes- de lescuela más importante, el instituto de bachillerato, como un peso que el individuo bien inten
cionado es demasiado débil para poder elimnar, y que la masa no es suficientemente bieintencionada para eliminar.
Sobre todo, dos cosas turbaban a nuestro
pensadores solitarios: por un lado, la comprensión clara de que lo que habría derecho a llama«cultura clásica» no es hoy otra cosa que uideal cultural fluctuante e inconsistente, que nestá en condiciones de crecer sobre el terren
de nuestros órganos educativos, y, por otrlado, la comprensión de que lo que hoy se llama, con un eufemismo corriente e indiscutid«cultura clásica», tiene simplemente el valor duna ilusión pretenciosa, cuyo efecto más nota
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ble es la circunstancia de que la propia exprsión «cultura clásica» continúa subsistiendo no ha perdido todavía su tono patético. Aque
llos dos hombres honrados, al referirse despuéa la enseñanza del alemán, habían llegado juntos a aclarar que todavía no se ha encontrado verdadero punto de partida para una cultursuperior, que se apoye en los pilares de la ant
güedad: la corrupción de la instrucción lingüítica, la intrusión de tendencias eruditas e históricas en el lugar de una disciplina y hábitprácticos, la conexión de ciertos ejercicios ex
gidos en los institutos de bachillerato con peligroso espíritu de nuestro ambiente periodístico, todos esos fenómenos, perceptibleen la enseñanza del alemán, les habían comuncado la certeza de que en los institutos ni s
quiera se presienten las fuerzas más beneficiosas procedentes de la antigüedad clásica: mrefiero a esas fuerzas que preparan para combatir contra la barbarie .del presente y que quiz
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transformen algún día los institutos en arsenales y laboratorios de esa lucha.
Les parecía incluso que el espíritu de la ant
güedad estaba ahora destinado a ser expulsadsistemáticamente de los umbrales del instituty que también en éste se deseaba abrir lo máposible las puertas a ese ente mal educado polas adulaciones que es la presunta «cultur
alemana» de hoy día. Y, si había todavía unesperanza, para nuestros interlocutores solitarios, era la de que las cosas debían empeoratodavía, que muy pronto debería resultar lla
mativamente claro para muchos lo que hastahora habían advertido pocos, y que no debya estar lejana la época de las personas honradas y decididas, incluso en relación con la seresfera de la educación del pueblo.
«Tanto más tenazmente», había dicho el filósofo, «debemos mantenernos apegados al espritu alemán, que se manifestó en la Reformalemana y en la música alemana, y que ha demostrado -con la extraordinaria audacia y
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rigor de la filosofía alemana, y con la fidelidadel soldado alemán, probada en los últimoaños- esa fuerza resistente, hostil a cualquie
apariencia, de que podemos esperar todavuna victoria sobre la pseudocultura de la “época actual”. Esperamos que una actividad futurde la escuela consista en hacer participar en eslucha a la auténtica escuela de la cultura, y
sobre todo, al bachillerato, en el entusiasmo dla nueva generación, que ahora asciende, por lverdaderamente alemán: en semejante escuelhasta la llamada “cultura clásica” acabará te
niendo su terreno natural y su punto de partda. Una verdadera renovación y una verdaderdepuración del espíritu alemán, que sean profundas y potentes. El vínculo que ciñe realmente la naturaleza alemana más íntima al geni
griego es algo bastante misterioso y difícil dcaptar. No obstante, mientras la más noble necesidad del auténtico espíritu alemán no intencoger de la mano ese genio griego, como sólidapoyo en el río de la barbarie, mientras de d
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cho espíritu alemán no brote una nostalgia angustiosa por los griegos, mientras la visión elontananza -penosamente conquistada- de
patria griega no haya llegado a ser la meta dperegrinaje de los hombres mejores y más dotados, el fin de la cultura clásica del bachilleratseguirá revoloteando aquí y allá en el aire sicesar, y por lo menos no habrá que censurar
quienes, aunque sea con espíritu limitadquieren introducir en el bachillerato el cientfismo y la erudición, para tener presente uobjetivo verdadero, sólido y aun así ideal,
para salvar a sus escolares de las tentaciones dese fantasma brillante que se hace llamar ho“civilización” y “cultura”.»
Después de algún tiempo de silenciosa reflexión, el acompañante se dirigió al filósofo
le dijo: «Ha querido usted darme esperanzamaestro, pero también ha aumentado mi comprensión, y, por tanto, mis fuerzas, mi valor. Erealidad, ahora miro con mayor denuedo hacel campo de batalla, y ya desapruebo mi huid
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demasiado rápida. Desde luego, no queremonada para nosotros: no debemos preocuparnode saber cuántos individuos caerán en esta lu
cha, ni debemos pensar que puede que caigamos nosotros mismos entre los primeros. Precsamente porque no tomamos en serio esta cuetión, no deberíamos tomar en serio nuestra pobre individualidad: en el instante en que ca
gamos, indudablemente otro cogerá la banderen cuyos colores creemos. No quiero preguntarme siquiera si soy bastante fuerte para semejante lucha, si resistiré durante mucho tiemp
en cualquier caso, tendrá que ser una muerhonrosa, la de caer entre las risotadas de escanio de los enemigos, cuya seriedad tantas vecenos ha parecido algo ridícula. Si pienso en emodo en que mis coetáneos se han preparad
para mi misma misión, para la misión supremde profesor, me convenzo de que casi siemprhemos reído precisamente de cosas opuestas, hemos tomado en serio las cosas más diferentes...».
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«Amigo mío», le interrumpió riendo el filósofo, «hablas como quien desee lanzarse agua sin saber nadar y, al hacerlo, más qu
ahogarse, tema no ahogarse y verse escarnecdo. Por cierto, lo último que debemos temer evernos escarnecidos: efectivamente, nos encontramos en un terreno en el que son tantas laverdades que hay que decir -verdades terrible
tormentosas, imperdonables-, que desde luegno faltará contra nosotros el odio más puro. Eciertas ocasiones será solamente el furor el qusugerirá una risa incómoda. Basta con qu
pienses en las inmensas escuadras de los profesores, que con la mejor buena fe han adoptadel sistema educativo anterior, para seguaplicándolo de buena gana, y sin la menor duda seria: ¿cómo crees que se lo tomarán, cuand
oigan hablar de proyectos de los que estén excluidos y, además, benefi ci o nat urae , de exgencias que superen con mucho sus mediocrecapacidades, de esperanzas que no tienen resonancia en ellos, de luchas cuyo grito de guerr
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ni siquiera comprenden, y en las que intervinen sólo como masa sorda, recalcitrantplúmbea? Por lo demás, ésa tendrá que ser, si
exageración, la posición inevitable de la mayoía de los profesores en las escuelas superioremás aún: si consideramos el modo como surgla mayoría de dichos profesores, y el modo como l l egan a ser profesores de una cultura sup
rior, ni siquiera nos asombraremos ya de posición citada. Hoy en día, casi por doquieexiste un número tan exagerado de escuelasuperiores, que continuamente se necesita u
número de profesores infinitamente mayor dque la naturaleza de un pueblo, aunque esnotablemente dotado, está en condiciones dproducir. Llegan así a esas escuelas una cantdad excesiva de incompetentes, quienes, con s
superioridad numérica y con el instinto dsimi l i s simi l i gaudet , determinan gradualmente el espíritu de dichas escuelas. Pero, manténganse alejados sin esperanza alguna de lacuestiones pedagógicas quienes piensen que l
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notoria abundancia -consistente en el númerode nuestros institutos y de nuestros profesorepueda transformarse, mediante alguna ley
alguna norma, en una auténtica abundancia, euna ubertas ingenii sin que disminuya número. En cambio, con respecto a un puntdebemos asentir, a saber, el de que la naturaleza como tal destina a un desarrollo cultur
auténtico sólo a un número extraordinariamente pequeño de hombres, y que para promovefelizmente el desarrollo de ellos es suficienttambién un número bastante limitado de hom
bres, en tanto que en las escuelas actuales, detinadas a grandes masas, deben de sentirse lomenos favorecidos de todos precisamentaquellos para quienes, en resumidas cuentapuede tener sentido el establecimiento de alg
semejante.»Lo mismo se puede decir también con re
pecto a los profesores. Precisamente los mejores, los que en general, según un criterio suprior, son dignos de ese nombre honorífic
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quizá sean los menos aptos, en el estado actudel bachillerato, para educar a esta juventud nselecta, escogida, amontonada, y, más que na
da, deben ocultarle, en cierto modo, lo mejoque podrían ofrecer. Por el contrario, la inmensa mayoría de los profesores se siente en sambiente en esas escuelas, ya que sus doteestán en cierta relación armónica con el baj
nivel y la insuficiencia de esos escolares. Esmayoría exige ruidosa e insistentemente fundación de nuevos institutos y nuevos centros superiores: vivimos en una época en qu
con esas continuas exigencias, que resuenacon un ritmo ensordecedor, provoca indudablemente la impresión de que hoy una necesdad desmesurada de cultura intenta afanosamente satisfacerse. Pero precisamente ésta es
ocasión en que hay que saber entender bien, eque hay que mirar a la cara -sin dejarse turbapor el efecto pomposo de las palabras culturales- a quienes hablan tan incansablemente de necesidad cultural de su época. Se experimen
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tará entonces una extraña decepción, la mismque nosotros, mi querido amigo, hemos experimentado con tanta frecuencia: de repente eso
chillones heraldos de la necesidad cultural stransformarán, si los miramos seriamente y dcerca, en adversarios ardientes -o, mejor, fanátcos- de la cultura auténtica, es decir, de la ques partidaria de la naturaleza aristocrática d
espíritu. Efectivamente, aquéllos piensan en fondo que su objetivo consiste en emancipar las masas del dominio de los grandes indivduos, y, en el fondo, tienden a destruir la ord
nanza más sagrada del reino del intelecto, edecir, la sujeción de la masa, su obediencia sumisa, su instinto de fidelidad al servir bajo cetro del genio.
»Desde hace mucho tiempo me he acostum
brado a considerar con circunspección a todoaquellos que hablan ardientemente a favor dla llamada “formación del pueblo”, tal como sla entiende comúnmente. Efectivamente, en lmayoría de los casos desean consciente o in
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conscientemente conquistarse, en las epidémcas Saturnales de la barbarie, la desenfrenadlibertad que no les concederá nunca el sagrad
orden de la naturaleza: han nacido para servipara obedecer y cualquier instante en que sagitan sus pensamientos serviles o débiles con las alas tullidas, confirma de qué arcilla loha formado la naturaleza o qué marca de fábr
ca ha impreso en dicha arcilla. Así, pues, nuetro objetivo no puede ser la cultura de la massino la cultura de los individuos, de hombreescogidos, equipados para obras grandes y du
raderas: nosotros sabemos ahora que una poteridad equitativa juzgará el estado cultural dconjunto de un pueblo únicamente en funcióde los grandes héroes de una época, que avanzan en solitario, y dará su veredicto según qu
dichos héroes hayan sido reconocidos, ayudados, honrados, o bien segregados, marginadomaltratados, aniquilados. Lo que se llama fomación del pueblo se puede proporcionar, perde modo totalmente exterior y rudimentari
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por ejemplo consiguiendo para todos la intrucción elemental. Las auténticas regiones máprofundas, en que la gran masa entra en con
tacto con la cultura, es decir, donde el pueblcultiva sus instintos religiosos, donde siguextrayendo poesía de sus imágenes míticadonde se mantiene fiel a sus costumbres, a sderecho, a su suelo patrio, a su lengua, toda
esas regiones son difíciles de alcanzar por vdirecta, y, en cualquier caso, eso sólo es posiblmediante violencias y destrucciones: promoveverdaderamente la formación del pueblo e
esas cosas serias significa precisamente limitase a mantener alejadas esas violencias y esadestrucciones, a mantener esa saludable inconsciencia, esa placidez del pueblo, que contituyen el contrapeso y el remedio sin el cual
cultura, con la devoradora tensión y exasperación de sus efectos, no podría subsistir.
»Pero nosotros sabemos cuál es el fin dquienes quieren interrumpir ese sueño sano beneficioso del pueblo, quienes le gritan cont
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partir de un pueblo, el hecho de que representcasi la imagen refleja, el oscuro juego cromáticde todas las fuerzas peculiares de dicho puebl
el hecho de que revele el destino supremo dun pueblo mediante la naturaleza simbólica dun individuo y mediante una obra eterna, colo que liga a su pueblo a la eternidad y lo liberde la esfera mutable de lo momentáneo, tod
eso podrá hacerlo el genio sólo cuando madury se alimente en el regazo materno de la culturde un pueblo. Sin esa patria, que pueda defenderlo y darle calor, no conseguirá, en cambi
desplegar las alas para su vuelo eterno, y tritemente deberá irse temprano -como un extranjero impelido a una soledad invernal- lejos desa tierra inhóspita.»
«Maestro», dijo en aquel momento el acom
pañante, «me asombra usted con esa metafísicdel genio, y sólo vagamente consigo advertir lpertinencia de esas comparaciones. En cambicomprendo plenamente lo que ha dicho corespecto al número excesivo de los institutos
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al consiguiente número excesivo de enseñanzasuperiores. Precisamente en este terreno hrecogido experiencias, que me confirman que
tendencia educativa del bachillerato debamoldarse a la inmensa mayoría de esos profesores. En el fondo, éstos no tienen nada que vecon la cultura, y, sólo porque se los necesitabhan escogido ese camino, haciendo valer su
pretensiones. Todos los hombres que en umomento fulgurante de iluminación han llegado a convencerse de la singularidad y de inaccesibilidad del antiguo mundo griego,
con luchas penosas han defendido ante sí mimos semejante convicción, todos esos, repitsaben que el acceso a semejantes iluminacioneno estará abierto nunca a muchas personas, consideran un comportamiento absurdo,
mejor, indigno, el de ocuparse de los griegoscomo si se tratara de un instrumento artesancotidiano- por motivos profesionales y con efin de ganarse el pan, y el de tocar esas relquias con manos de artesano, sin el menor re
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peto. Y precisamente en la clase de que procedla mayoría de los profesores de instituto, o seen la clase de los filólogos, ese modo de sent
burdo e irrespetuoso es la regla: por ese motivla propagación y la transmisión de semejantmodo de sentir no deberá extrañar siquiera.
»Basta con observar a la nueva generacióde filólogos: es muy raro ver en ellos ese sent
miento de vergüenza por el que nosotros, frente a un mundo como el griego, no tenemos squiera el derecho de existir; en cambio, esa joven nidada construye con la máxima indiferen
cia y descaro sus nidos sobre los templos mágrandiosos. Sería necesario que desde todos loángulos una voz potente se dirigiera a los infnitos individuos que desde sus años universitarios se mueven satisfechos de sí mismos, sin
menor respeto, entre las maravillosas ruinas daquel mundo: “¡Fuera de aquí, vosotros que nsois iniciados y no lo seréis nunca, huid en slencio de este santuario, mudos y avergonzados!”. Pero esa voz sonaría en vano, ya qu
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hasta para poder simplemente comprender unmaldición y un anatema griegos, hay que poseer ya en cierta medida la naturaleza griega. E
cambio, aquéllos son tan bárbaros, que se instalan cómodamente, como es costumbre en elloentre esas ruinas: llevan consigo todas sus comodidades y sus manías modernas, y despuéesconden todo eso entre columnas antiguas
monumentos fúnebres antiguos. A continuación se elevan altos gritos de júbilo, al encontraen ese ambiente antiguo lo que previamente shabía introducido astutamente. Puede ocurr
que uno de esos filólogos escriba versos, posaber consultar el léxico de Hesiquio: con essólo se convencerá de que está destinado a continuar la poesía de Esquilo, y encontrará incluso partidarios, que sostendrán que aquél -
ladrón que escribe poesías- es “congenial” Esquilo. En cambio, otro, con el ojo receloso dun policía, va buscando todas las contradicciones -y hasta la sombra de las contradiccionede que se haya vuelto culpable Hornero: de
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perdicia su vida arrancando y cosiendo juntojirones homéricos, que anteriormente ha robdo, sustrayéndolos a un traje espléndido. U
tercero se encuentra a disgusto ante los aspetos mistéricos y orgiásticos de la antigüedad: sdecide de una vez por todas a admitir solamente al ilustrado Apolo, al considerar al atenienscomo un individuo apolíneo, sereno y sensat
pero algo inmoral. ¡Qué profundamente respiréste, cuando consigue conducir un ángulo ocuro de la antigüedad hasta la altura de su sabiduría, al descubrir, por ejemplo en el viej
Pitágoras a un honrado colega, que tiene sumismas convicciones políticas ilustradas! Otrmás se pregunta angustiado por qué condenó destino a Edipo a realizar acciones tan pérfidaa tener que matar a su padre y casarse con s
madre. Pero, ¿de quién es la culpa? Dónde estla justicia poética? De repente, llega a descubrirlo: a decir verdad, Edipo fue un individuapasionado, absolutamente carente de mansdumbre cristiana; cuando Tiresias lo llama
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monstruo y la maldición de su tierra, se enfurece incluso de modo totalmente inconvenient“¡Sed mansos!”, quizá fuera ésta la enseñanz
de Sófocles, “o, de lo contrario, os casaréis covuestra madre y mataréis a vuestro padreOtros más pasan toda su vida haciendo cálculos sobre los versos de los poetas griegos o romanos, gozando con la proporción 7: 13 = 1
26. Por último, existen quienes prometen resover una cuestión como la homérica, partiendde las preposiciones, y creen sacar la verdadel poco utilizado ‹n‹ y ‹tax. Pero todos, segú
sus diferentes tendencias, excavan y sondean terreno griego con tal inquietud, con tal impercia desmañada, que un amigo serio de la antgüedad tiene verdaderamente que preocuparsAsí que me gustaría coger de la mano a cua
quier hombre -dotado o no dotado- que hagpresagiar cierta inclinación profesional hacia lantigüedad, y me gustaría dirigirme a él con siguiente peroración: “¿Sabes qué peligros tamenazan, joven que emprendes el viaje con u
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modesto equipaje de conocimientos escolares¿Has oído que, según la opinión de Aristótelela de ser aplastado por una estatua no es un
muerte trágica ? Y, sin embargo, ésa es precsamente la muerte que te amenaza. ¿Te soprendes? Has de saber, entonces, que desdhace siglos los filólogos se afanan -pero hastahora con fuerzas insuficientes- para levanta
de nuevo la estatua de la antigüedad griegcaída a tierra y aquí desplomada: efectivamente, se trata de un coloso sobre el que esos hombres, semejantes a enanos, intentan trepa
Enormes esfuerzos conjuntados, y todas lapalancas de la cultura moderna, se aplican a esfin: en todas las ocasiones la estatua, apenaalzada de tierra, vuelve a caer, y al precipitarstritura a los hombres situados debajo de ell
Todo eso podría tolerarse incluso, ya que todolos seres deben perecer por alguna causa: per¿quién puede garantizar que esos intentos nacaben por hacer añicos también la estatua? Lofilólogos perecen a causa de los griegos -de es
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podríamos consolarnos-, pero ¡la propia antgüedad queda hecha pedazos a manos de lofilólogos! Reflexiona sobre eso, joven atolon
drado, y vuelve atrás, si no eres un ‘iconoclata’”.»«En realidad», dijo el filósofo riendo, «exi
ten hoy numerosos filólogos que han vueltatrás, como tú deseas, y yo advierto un gra
contraste con respecto a las experiencias de mjuventud. Un gran número de aquéllos, conciente o inconscientemente, llega al convencmiento de que el contacto directo con la civil
zación clásica es inútil para ellos y que no abrperspectiva alguna: por esa razón, ahora la mayoría de los propios filólogos considera esestudio estéril, superado, digno de epígonoCon ímpetu tanto mayor esa escuadra se h
lanzado sobre la lingüística: aquí, en una extensión infinita de terreno cultivable, recién removido, donde hoy día se pueden aplicar todavde modo rentable las dotes más modestas, donde una cierta sensatez se considera ya com
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señal de talento positivo, dada la novedad inseguridad de los métodos y el continuo pelgro de falsificaciones fantásticas, aquí, dond
un trabajo ordenado y orgánico constituye cosa más deseable, aquí, en resumen, quien saproxima no se ve sorprendido por esa vosolemne que resuena desde el mundo en ruinade la antigüedad, repeliendo a todo el mund
Aquí se acoge con brazos abiertos a todos, incluso a quien ante Sófocles y Aristóteles nha conseguido nunca recibir una impresióinsólita, tener un pensamiento decente, lo colo
can en el telar de la etimología con cierto éxitolo invitan a recoger residuos de dialectos muetos, y pasar así sus días, uniendo y separandrecogiendo y esparciendo, corriendo aquí y aly consultando libros. Pero ¡un lingüista em
pleado tan útilmente debe hacer también dprofesor! En tal caso, de acuerdo con sus oblgaciones, y por el bien de la juventud del bachllerato, debe enseñar algo sobre esos autoreantiguos que no han dejado en él ni impresio
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nes ni, menos aún, conocimientos. ¡Qué incomodidad! La antigüedad no le dice nada, y, econsecuencia, no tiene nada que decir con re
pecto a la antigüedad. Pero, de repente, todo sle aclara. ¿Para qué sirve un lingüista? ¿Por quescribieron aquellos autores en griego y elatín? Comienza sin más, y alegremente, desdHomero, buscando etimologías y utilizand
como ayuda el lituano o el eslavo eclesiásticopero sobre todo el sagrado sánscrito, como las horas asignadas para la enseñanza del griego no fueran otra cosa que un pretexto par
proporcionar una introducción general al estudio del lenguaje, y como si el único error dprincipio cometido por Homero hubiera sido ede no haber escrito en indoeuropeo primitivQuien conozca los institutos de bachillerat
modernos sabrá también hasta qué punto shan alejado sus profesores de la tendenciclásica, y hasta qué punto ha determinado precisamente la sensación de esa ausencia sem
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jante predominio de trabajos eruditos en relación con la lingüística comparada.»
«No obstante, yo considero», dijo el acom
pañante, «que lo esencial, para quien quierenseñar la cultura clásica, consiste precisamenten no substituir a los griegos y a los romanopor los otros pueblos, por los pueblos bárbaroy en el hecho de que para él el griego y el latí
no podrán ser nunca lenguas que se puedacolocar j unt o a otras lenguas. Para su tendencclásica, debe ser indiferente que el esqueleto desas lenguas coincida con el de otras lenguas,
que sea afín a ellas: las coincidencias no debeimportarle en absoluto. Realmente debe interesarse de modo especial -en la medida en ququiere iniciarse en la cultura y desea remodelarse a sí mismo a partir del sublime arquetip
del mundo clásico- precisamente por lo que nes común , precisamente por lo que hace que nse considere bárbaros a esos pueblos y que slos coloque por encima de todos los demápueblos.»
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«Y quisiera engañarme», dijo el filósofo«pero tengo la sospecha de que con el modcomo hoy se enseña el latín y el griego en lo
institutos debe perderse precisamente el domnio de la lengua, que se expresa en el habla y ela escritura, o sea, algo que distinguía a mi generación, que desde luego ahora ya está muavejentada y ha enflaquecido bastante. En cam
bio, me parece que los profesores actuales tratan a sus escolares con un método tan genéticy tan histórico, que en definitiva lo que saldrde todo eso, en el mejor de los casos, será
otros pequeños estudiosos de sánscrito, u otrobrillantes diablillos en busca de etimologías, otros desenfrenados inventores de conjeturasin que, a pesar de todo, ninguno de ellos esen condiciones de leer por placer, como hace
mos nosotros los viejos, su Platón o su TácitAsí, pues, los institutos pueden ser tambiéahora lugares en que se siembre la erudiciónpero no esa erudición que es únicamente efecto colateral -natural e involuntario- de un
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cultura encaminada a los fines más nobles, sinesa erudición que se podría comparar con lhinchazón hipertrófica de un cuerpo no san
Los institutos son los lugares donde se traplanta esa obesidad erudita, cuando no hadegenerado hasta el punto de convertirse en lapalestras de esa elegante barbarie, que hoy suele pavonearse con el nombre de “cultura ale
mana de la época actual”.»«Pero, ¿adónde deberán huir», volvió
hablar el acompañante, «esos pobres y numerosos profesores, a quienes la naturaleza no h
concedido las dotes que les permitan alcanzauna auténtica cultura, y que, más que nadtienen la pretensión de aparentar que se encaminan hacia la cultura, sólo porque los impulsuna necesidad, para ganarse el pan y porque
número excesivo de escuelas exige un númerexcesivo de profesores? ¿Adónde deberán huisi la antigüedad los rechaza perentoriamente¿No deberán caer tal vez víctimas de esos poderes de la época presente, que se dirigen
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ellos todos los días desde los órganos de lprensa, incansables en su propaganda: “¡Nosotros somos la cultura! ¡Nosotros estamos en
cúspide! ¡Nosotros somos el vértice de la pirámide! ¡Nosotros somos la meta de la histordel mundo!”, cuando escuchan las promesaseductoras, cuando se ensalzan ante ellos losignos más abyectos de la incivilidad, el públ
co ambiente plebeyo de los llamados “intereseculturales” del periodismo, como los fundamentos de la forma más nueva, más elevada más madura de la cultura? ¿Adónde podrá
huir esos pobres individuos, cuando presientan, aunque sólo sea vagamente, que semejantes promesas son totalmente falaces? Tendrápor fuerza que refugiarse en el más obtuso, eel más micrológico y estéril cientifismo, sól
por no escuchar más ese incansable griterío efavor de la cultura. Al verse perseguidos de esmodo, ¿no acabarán tal vez escondiendo, comavestruces, su cabeza en un montón de arena¿No será tal vez para ellos una auténtica suer
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meno impresiona a la mayoría, exactamentcomo si a ella se dirigiera una necesidad eterny absoluta, la ley primordial de las cosas. Po
otro lado, un “Estado cultural”, como se dichoy, que tenga semejantes pretensiones consttuye un fenómeno reciente, y sólo en los últmos cincuenta años ha llegado a ser algo “evdente”, es decir, en un periodo en que -por usa
una vez más esa expresión favorita- sucedemuchísimas cosas “evidentes” pero que en mismas, a decir verdad, no se comprenden dtodo inmediatamente. Precisamente el Estad
moderno más fuerte, Prusia, se ha tomado taen serio ese derecho a mantener una supremtutela sobre la cultura y sobre la escuela, quese peligroso principio así adoptado, dada losadía que caracteriza a dicho Estado, adquier
un significado universalmente amenazador peligroso para el auténtico espíritu alemán. Poese lado encontramos sistematizada de modformal la tendencia a elevar el instituto de bachillerato hasta la “altura de nuestro tiempo
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en Prusia están en auge todos los mecanismoque sirven para incitar a una educación de bachillerato al mayor número posible de escola
res; allí el Estado ha aplicado incluso su medimás potente, es decir, la concesión de ciertoprivilegios en relación con el servicio militacon el resultado de que, según el testimoniimparcial de los funcionarios de estadística
son precisa y exclusivamente esos recursos loque permiten explicar la completa saturacióde todos los institutos prusianos de bachilleraty la imperiosa y continua necesidad de nueva
escuelas. ¿Qué más puede hacer el Estado favor de un número excesivo de escuelaademás de establecer una relación estricta dinstituto con todos los cargos más altos de lclase de los funcionarios, así como con la ma
yoría de los inferiores, con el acceso a la univesidad, e incluso con los más acreditados privlegios militares, y todo eso en un país en qutanto el servicio militar obligatorio para todoaprobado con el completo apoyo popular, com
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la más desenfrenada ambición política de lofuncionarios impulsan inconscientemente eesa dirección a todos los individuos dotados
En Prusia el bachillerato está considerado anttodo como una especie de grado honorífico, todos aquellos que se sientan impulsados entrar en la esfera del gobierno seguirán el camino del bachillerato. Ese es un fenómeno nue
vo y, en cualquier caso, original: el Estado smuestra como un mistagogo de la cultura, y, tiempo que persigue sus fines, obliga a todosus servidores a comparecer ante él con la an
torcha de la cultura universal de Estado en lamanos: a la luz inquieta de dicha antorcha, deben reconocerlo de nuevo como el fin supremcomo lo que recompensa todos sus esfuerzoculturales. Ahora bien, este último fenómen
debería volverlos perplejos, debería recordales, por ejemplo, esa tendencia afín, comprendida poco a poco, de una filosofía favorecidtiempo atrás por el Estado y destinada a promover los fines del Estado, o sea, la tendenc
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de la filosofía hegeliana; más aun: quizá nfuera exagerado sostener que Prusia, al subodinar todos los esfuerzos culturales a los fine
del Estado, se ha apropiado con éxito de la pate en que la herencia de la filosofía hegeliana eprácticamente utilizable: la apoteosis del Estado, por obra de dicha filosofía llega a su apogeindudablemente en esa subordinación.»
«Pero, ¿qué fin puede tener el Estado», preguntó el acompañante, «al sostener una tendencia tan inquietante? Que se trata de finepolíticos resulta ya evidente del hecho de qu
otros Estados admiran, consideran ponderadamente y aquí y allá imitan semejante reglamento escolar de Prusia. Evidentemente, esootros Estados suponen que eso beneficia a lestabilidad y a la fuerza de un Estado, com
ocurre con esa famosa conscripción generaque ha llegado a ser tan popular. Cuando se vque todos llevan periódicamente y con orgullel uniforme militar, cuando se ve que casi todohan recibido en los institutos de bachillerat
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una cultura nivelada de Estado, se puedhablar entonces, con exageración, casi de ureglamento digno de la antigüedad, de un
omnipotencia del Estado alcanzada sólo en lantigüedad, y que el instituto y la educacióestimulan a los jóvenes a considerar semejantEstado como la cima y el fin supremo de existencia humana.»
«Esa comparación», dijo el filósofo, «serindudablemente exagerada, y cojearía de lados piernas. Efectivamente, el Estado antiguse mantuvo muy alejado precisamente de es
fin utilitario, que consiste en admitir la cultursólo en la medida en que beneficia al Estado, en aniquilar los impulsos que no resulten utilzables sin más para sus fines. En lo más profundo de su alma los griegos experimentaba
hacia el Estado ese fuerte sentimiento -casi ecandaloso para el hombre moderno- de admración y de gratitud, precisamente porque reconocía que sin esa institución, que satisface lanecesidades y se ocupa de la defensa, no pued
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desarrollarse ningún germen de cultura, y sabque toda la cultura griega -inimitable y únicen toda la historia- creció tan lozana precisa
mente bajo la protección primorosa y prudende las instituciones políticas destinadas a lanecesidades y a la defensa. El Estado no erpara su cultura un guardián de fronteras, uregulador, un superintendente, sino un compa
ñero de viaje, un camarada sólido, musculosoequipado para combatir, que acompañaba través de realidades rudas al amigo más noblcasi divino, y a cambio recibía su admiración
su gratitud. En cambio, cuando el Estado moderno pretende esa gratitud entusiasta, eso nocurre porque sea consciente de haber intervenido caballerosamente a favor de la cultura del arte alemán más altos: efectivamente, e
este aspecto su pasado es tan vergonzoso comsu presente, si pensamos en la forma como sconmemora, en las ciudades alemanas más importantes, la memoria de nuestros grandes potas y artistas, y en el modo como dicho Estad
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ha apoyado los más altos proyectos artísticode esos maestros alemanes.
»Así, pues, nos encontramos ante circun
tancias particulares, ya sea con respecto a estendencia estatal que favorece de todos modolo que se desea llamar “cultura”, ya sea corespecto a una cultura favorita semejante, quse someta a esa tendencia estatal. Dicha ten
dencia está en guerra -declarada o no- con auténtico espíritu alemán y con una cultura qude él pueda emanar, semejante a la que te hdelineado, amigo mío, con rasgos vacilantes:
espíritu de la cultura, que es beneficioso paresa tendencia estatal, y que ésta sostiene couna participación tan activa (a causa de dichespíritu despierta admiración en el extranjersu reglamento escolar), debe proceder, por tan
to, de una esfera que no tiene ningún punto dcontacto con el auténtico espíritu alemán, o secon el espíritu que nos habla tan maravillosamente de la esencia íntima de la Reforma alemana, de la música alemana, de la filosofí
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alemana, y al que esa cultura pujante por inspración estatal considera con tanta indiferencia tanta insolencia, como si fuera un noble deste
rrado. Es un extranjero que se aleja con solitarmelancolía, mientras se agita el incensario antesa pseudocultura que entre las aclamacionede los profesores y de los periodistas “cultosha usurpado el nombre y la dignidad del autén
tico espíritu alemán, y bromea abiertamentcon la palabra “alemán”. ¿Por qué necesita Estado ese número excesivo de escuelas y dprofesores? ¿Con qué objeto esa cultura popu
lar y esa educación popular, tan ampliamentdifundidas? Porque se odia al espíritu alemáauténtico, porque se teme la naturaleza aritocrática de la cultura auténtica, porque propgando y alimentando las, pretensiones cultura
les en la multitud se quiere incitar a los grandeindividuos a buscar un exilio voluntario, poque se intenta escapar a la severa y dura discplina de los grandes guías, haciendo creer a masa que encontrará por sí sola el camin
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guiada por el Estado, auténtica estrella pola¡Ahí tenemos un fenómeno nuevo! ¡El Estadcomo estrella polar de la cultura! No obstant
hay una cosa que me consuela: ese espíritalemán, que se ve combatido hasta ese puntque ha sido substituido por un vicario cargadde decoraciones variopintas, ese espíritu -digoes valiente: luchando, conseguirá salvars
abrirse camino hacia una época más pura, conservará -siendo como es noble y consguiendo como conseguirá la victoria- ciertsentido de compasión hacia el Estado, y lo ex
cusará de su alianza con semejante pseudocutura, ya que la situación del Estado es extraodinariamente penosa y embarazosa. Efectivamente, ¿quién puede hacerse idea, en definitva, de lo difícil que es la misión de gobernar
los hombres, es decir, de conservar la ley, orden, la tranquilidad y la paz, entre muchomillones de individuos, pertenecientes a uncasta que en su inmensa mayoría es descomedida, egoísta, injusta, irracional, inmoral, env
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diosa, malvada y, por si fuera poco, bastanlimitada y extravagante, y, además, defendecontinuamente, contra vecinos codiciosos
bandidos insidiosos, las posesiones que el Etado ha conseguido adquirir? Un Estado econdiciones tan tristes se une a cualquier aliado: y, cuando un aliado se ofrece espontáneamente, con frases pomposas, cuando, como h
hecho Hegel por ejemplo, lo llama “organismético absolutamente perfecto”, y establece commisión de la cultura que cada cual encuentre lugar y la situación en que pueda servir d
modo mejor al Estado, ¿quién va a tener derecho a asombrarse en tal caso de que el Estadsalte al instante al cuello de semejante aliadespontáneo, y lo salude con plena convicción con su profunda voz barbárica: “¡Eso es! ¡T
eres la cultura, tú eres la civilización!”»Friedrich NietzscheSOBRE EL PORVENIR DE NUESTRA
INSTITUCIONES EDUCATIVAFriedrich Nietzsche
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Cuarta conferenci
Traducción de Carlos Manzano publicada poTusquets, Barcelona, septiembre de 2000, pp
113-140
¡Ilustres oyentes! Después de que hayáis seguido fielmente hasta aquí mi relato, y juntohayamos escuchado hasta el final aquel colo
quio solitario, apartado, de vez en cuando ofensivo, entre el filosofo y su acompañante, puedesperar ahora que deseéis, como valientes nadadores, superar también la segunda meta d
nuestra ruta, tanto más cuanto que puedo prometeros que en el pequeño teatro de marionetas de esta experiencia mía se mostrarán ahoralgunos títeres más, y sobre todo, en caso dque hayáis resistido hasta aquí, que las olas d
relato deberán llevarnos ahora más fácil y márápidamente hasta el fin. En realidad, ya hemollegado a un punto crucial; así, pues, seraconsejable comprobar una vez más, con unrápida mirada retrospectiva, los resultados qu
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pensamos haber alcanzado a través de aquelconversación tan variada.
«Sigue en tu puesto», así había dicho el filó
sofo a su acompañante, «ya que puedes abrigaesperanzas. Efectivamente, cada vez resultmás claro que no tenemos instituciones de cutura, pero que debemos tenerlas. Nuestros intitutos de bachillerato, predestinados por s
naturaleza a ese objetivo elevado, o se han convertido en lugares en que se cultiva una culturpeligrosa, que rechaza con odio profundo educación auténtica, o sea, aristocrática, basad
en una selección sabia de los ingenios, o biecultivan una erudición micrológica y estérique en cualquier caso permanece alejada de leducación, y cuyo mérito consista quizás etapar por lo menos ojos y oídos contra las ten
taciones de esa cultura equívoca.» El filósofhabía llamado la atención de su acompañantpor encima de todo sobre la singular degenerción que debe haber entrado hasta lo más profundo de una cultura, si el Estado puede cree
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sume sus fuerzas para esa lucha individual dla vida. Algunos, limitando estoicamente sunecesidades, se elevarán bastante pronto
fácilmente en una esfera en la que podrán olvdar su subjetividad, sacudiéndosela, por decirlasí, de encima, para gozar de una juventueterna en un sistema solar de intereses extrañoal tiempo y a su persona. En cambio, otros ex
tienden tanto la acción y las necesidades de ssubjetividad, y edifican en proporciones taasombrosas el mausoleo de dicha subjetividadque parecen en condiciones de superar en l
batalla a su terrible adversario, el tiempo. También en ese impulso se revela un deseo de inmortalidad: riqueza y energía, sagacidad, prsencia de ánimo, elocuencia, una reputaciófloreciente, un nombre importante, todo es
constituye únicamente el medio con que la insaciable voluntad personal de vivir tiende una nueva vida, con que anhela una eternidadilusoria en definitiva.
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»Pero ni siquiera en esa forma más alta dsubjetividad, ni siquiera en la necesidad incrementada al máximo de semejante individu
más amplio, colectivo, por decirlo así, encontramos un contacto con la cultura auténtica: ysi partiendo de esa perspectiva, tendemos hacel arte, entonces tenemos en cuenta sus efectodispersivos o estimulantes, es decir, aquello
que el arte puro y sublime no sabe provocar, que, corresponden, en cambio, a un arte degradado y corrompido. Efectivamente, quien scomporte así, por sublime que pueda parecer
espectador, no se liberará nunca, en toda sactividad, de su codiciosa e inquieta subjetivdad. Ese etéreo espacio luminoso de la contemplación no subjetiva escapa delante de él, y, poeso, deberá vivir eternamente alejado de la cu
tura auténtica, desterrado de ella, por muchque aprenda, viaje y acumule. En efecto, la cutura auténtica desdeña contaminarse con uindividuo necesitado y lleno de deseos: sabescurrirse astutamente de las manos de quie
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quiera apoderarse de la cultura como de umedio para sus fines egoístas. Y, cuando aguien cree haberla apresado, para sacar prov
cho de ella, de algún modo, y, al utilizarla, satisfacer las necesidades de su vida, entonceaquélla se escapa súbitamente, con pasos imperceptibles y con actitud desdeñosa.
»Por consiguiente, amigos míos, no cambié
esta cultura, esta diosa etérea, de pie ligero, poesa útil doméstica que a veces recibe incluso ldenominación de “la cultura”, pero que no esino la sierva y la consejera intelectual de la
necesidades de la vida, de la ganancia y de lmiseria. Por lo demás, una educación que hagvislumbrar al fin de su recorrido un empleo, una ganancia material, no es en absoluto uneducación con vistas a esa cultura a que noso
tros nos referimos, sino simplemente una indcación de los caminos que se pueden recorrepara salvarse y defenderse en la lucha por existencia. Indudablemente, semejante indicación tiene una importancia máxima e inmediat
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una relación personal inmediata. Deberáhablarle, en sus diferentes lenguas, el bosque la roca, la tempestad, el buitre, la flor aislada, l
mariposa, el prado, los precipicios de los montes; en cierto modo deberá reconocerse en todeso, en esas imágenes y en esos reflejos, dispesos e innumerables, en ese tumulto variopintde apariencias mutables: sentirá entonces in
conscientemente, a través del gran símbolo dla naturaleza, la unidad metafísica de todas lacosas, y al mismo tiempo se calmará, inspiradpor la eterna permanencia y necesidad de
naturaleza. Pero, ¿cuántos son los jóvenes a loque está permitido crecer tan cerca de la naturaleza, en una relación casi personal con ellaLos otros deben aprender pronto una verdadiferente, a saber, la de cómo se puede somete
a la naturaleza. En este caso se deja de lado esingenua metafísica: la fisiología de las plantas de los animales, la geología, la química inorgánica obligan a los escolares a considerar la naturaleza de modo totalmente diferente. Lo qu
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se ha perdido, a través de esa consideraciónueva e impuesta, no es, desde luego, una fantasmagoría poética, sino la comprensión instin
tiva, auténtica e incomparable de la naturalezen su lugar ha intervenido ahora una actituastuta, calculadora, que intenta engañar a naturaleza. Así, a quien es verdaderamentculto se le concede el bien inestimable de pode
permanecer fiel, sin trasgresión alguna, a loinstintos contemplativos de la niñez, con lo qualcanza una tranquilidad, una unidad, una coherencia y una armonía, que un hombre edu
cado en la lucha por la vida no podrá ni siquiera presentir.»Sin embargo, no creáis, amigos míos, qu
desee escatimar elogios a nuestras escuelatécnicas y a las escuelas primarias superiore
respeto los lugares donde se aprende correctamente la aritmética, se llega a dominar una lengua, se aprende en serio la geografía y se provee uno de los sorprendentes conocimientos dla ciencia natural. También estoy dispuesto
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admitir que los escolares preparados en lamejores escuelas técnicas de nuestra épocestán perfectamente autorizados a hacer vale
los mismos derechos que suelen corresponderlos bachilleres, y, desde luego, no está lejano día en que se abrirán a esos escolares las puetas de la universidad y de los empleos estatalecon la misma largueza con que se han benef
ciado de ellos hasta ahora los alumnos de bachillerato exclusivamente: ¡los alumnos dbachillerato actual, por supuesto! No he podidpor menos de añadir esta última frase doloros
si bien es cierto que la escuela técnica y el insttuto de bachillerato casi coinciden en líneagenerales en sus fines actuales, y se distingueentre sí por elementos tan tenues, que puedecontar con una plena igualdad de derechos an
el foro del Estado, aun así carecemos completamente de una especie de instituciones educativas: la de las instituciones de cultura. Desdluego, esto no es un reproche para las escuelatécnicas, que han seguido hasta ahora, tan feli
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como honorablemente, tendencias bastante mámodestas, pero extraordinariamente necesariasin embargo, en la esfera del bachillerato la
cosas van mucho menos honorablemente, también mucho menos, felizmente: en efecten ella encontramos todavía cierto sentimientinstintivo de vergüenza, cierta conciencia oscura de que la institución en conjunto está vi
mente degradada, y de que las sonoras palabras educativas de profesores sagaces y apologéticos contrastan con la barbárica, desolady estéril realidad. Así, pues, ¡no existe ningun
institución de cultura! Y quienes, decaídos descontentos, simulan todavía sus actitudecarecen de esperanzas más que quienes formaparte de los hatos del llamado “realismo”. Polo demás, observad, amigos míos, a qué extre
mo de tosquedad y de falta de instrucción se hllegado en el ambiente de los profesores, desdel momento en que se ha podido entendeerróneamente el riguroso término filosófic“real”, o “realismo”, hasta el punto de olfatea
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dentro de él la antítesis entre materia y espírity de interpretar el “realismo” como “la tendencia a conocer, configurar, dominar lo real”.
»Por mi parte, conozco una sola antítesauténtica, la existente entre i nst i t uci ones par
l a cult ura e i nst i t uci ones para las necesidade
de l a v i da . A la segunda especie pertenecetodas las instituciones presentes; en cambio,
primera especie es aquella de la que estohablando yo».
Podían haber transcurrido unas dos horadesde el momento en que los dos amigos filóso
fos habían iniciado su coloquio sobre cuestiones tan singulares. Entre tanto, había descenddo la noche: si ya en el crepúsculo la voz dfilósofo había resonado en la espesura del boque como una música natural, en la complet
oscuridad de la noche, cuando hablaba coexcitación, o incluso con pasión, el sonido de svoz se quebraba -a través de los troncos de loárboles y de las rocas que se perdían abajo en valle- en mil tonos, estallidos y silbidos. D
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repente, enmudeció; apenas había acabado drepetir, con actitud casi compasiva: «¡No tenemos ninguna institución de cultura, no tenemo
ninguna institución de cultura!», cuando algotal vez una piña de abeto, cayó justo delante dél, mientras el perro del filósofo se arrojabencima ladrando. Al verse interrumpido de esmodo, el filósofo alzó la cabeza y sintió a u
tiempo la noche, el frescor, la soledad. «Per¿qué hacemos aquí?», dijo a su acompañant«Ya ha oscurecido. Hemos esperado tanttiempo inútilmente. Ya sabes a quién esperá
bamos aquí: pero ahora ya no vendrá nadiHemos esperado tanto tiempo inútilmentvayámonos.» Ahora, ilustres oyentes, debo comunicaros las impresiones experimentadas pomí y por mi amigo, mientras seguíamos desd
nuestro escondrijo, escuchando ávidamenaquel coloquio claramente perceptible. Ya os hcontado que en aquel lugar y en aquella horde la noche éramos conscientes de estar celebrando solemnemente un aniversario: dich
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aniversario no se refería a otra cosa que a lofrutos.
de la cultura y de la educación, de los cuale
de acuerdo con nuestra fe juvenil, habíamorecogido una rica y feliz mies en nuestra vidanterior. Así, pues, éramos especialmente propensos a recordar con gratitud aquella institución que en otro tiempo y en aquel lugar hab
íamos proyectado con el fin, como ya he dichantes, de estimular y vigilar recíprocamente, eun pequeño círculo de compañeros, nuestrovivos impulsos culturales. Y, de repente, sobr
todo aquel pasado caía una luz completameninesperada, mientras escuchábamos en silenciabandonándonos a los enérgicos discursos dfilósofo. Nos sentíamos como personas qucaminando a tontas y a locas, se encuentran d
repente al borde de un abismo: nos parecía qumás que haber escapado a los peligros mayores, lo que habíamos hecho había sido correr su encuentro. En aquel lugar tan memorabpara nosotros, oíamos entonces la orden
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«¡Atrás! ¡No deis un paso más! ¿Sabéis dóndos llevan vuestros pasos, dónde os conducengañosamente este camino brillante?».
Nos parecía que ahora ya lo sabíamos, y usentimiento desbordante de gratitud nos impulsaba tan irresistiblemente hacia el seriamonestador y el fiel Eckart, que los dos nopusimos en pie de un salto para correr a abra
zar al filósofo. Éste estaba a punto de irse, y yse había vuelto. Mientras con paso ruidoso nolanzábamos por sorpresa hacia, él y el perro stiraba contra nosotros ladrando furiosament
él y su acompañante debieron de pensar en uasalto de bandidos más que en un abrazo entusiasta. Evidentemente, nos había olvidado. Eun instante se escapó. Y, cuando conseguimoalcanzarlo, nuestro abrazo falló completament
Efectivamente, en aquel momento mi amiggritó, pues el perro le había mordido, y acompañante se echó sobre mí con tal furia, quambos caímos a tierra. Entre perro y hombre sentabló una pelea inquietante que duró alguno
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instantes, hasta que mi amigo consiguió gritacon voz potente, parodiando las palabras dfilósofo: «¡En nombre de toda cultura y pseu
docultura! ¿Qué quiere de nosotros este estúpdo perro? ¡Maldito perro! ¡Fuera de aquí, tú quno estás iniciado ni podrás estarlo nunca, lejode nosotros y de nuestras vísceras, hazte atráen silencio, callado y confuso!».
Después de aquella alocución, la escena saclaró un poco, al menos en la medida en qupodía aclararse en la completa oscuridad dbosque. «¡Son ellos!», exclamó el filósofo
«¡nuestros tiradores de pistola! Verdaderamente, nos habéis asustado. ¿Qué os impulsa a precipitaros así sobre mí, a estas horas de la noche?»
«Nos impulsa la alegría, la gratitud, la adm
ración», fue nuestra respuesta. Y, mientras perro ladraba lleno de comprensión, nosotroestrechamos las manos del viejo. «No queríamos dejarle irse sin decírselo. Para poder explcarle todo, es necesario que no se vaya uste
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todavía: queremos preguntarle muchas cosaque nos oprimen el corazón. Así que, quédesconocemos punto por punto este camino; má
tarde les acompañaremos hasta abajo. Tal vellegue todavía el huésped que usted esperMire allí abajo, sobre el Rin: ¿qué es lo que sagita con ese claror, como si estuviera iluminado por muchas antorchas? Creo que allí en me
dio está su amigo; más aún: tengo el presentmiento de que subirá hasta aquí junto con todaaquellas antorchas.»
Dejamos así estupefacto al viejo, con nue
tras súplicas, nuestras promesas y nuestrofantásticos espejismos, hasta que finalmente propio acompañante aconsejó al filósofo paseaun poco más allí arriba en la cima de la colincon el suave aire nocturno, «liberados de cua
quier bruma del saber», como añadió él.«Avergonzaos», dijo el filósofo, «si queré
hacer una cita, no sois capaces de citar otra cosque el Fausto. Pero cederé ante vuestros deseocon o sin citas, con tal de que nuestros jóvene
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permanezcan, y no escapen de improviso, como han venido. En realidad, son semejantes los fuegos fatuos: nos asombran cuando apare
cen y nos asombran cuando desaparecen.»Y, al instante, mi amigo recitó:
«Espero que, movidos por la veneraciónpodamos
Forzar nuestra ligera naturalezDe ordinario avanzamos en zigzag».
El filósofo se detuvo asombrado. «Vosotro
me maravilláis», dijo, «señores fuegos fatuono estamos en un pantano. ¿Qué os parece estlugar? ¿Qué significa para vosotros la proximdad de un filósofo? Aquí el aire es fresco límpido, el terreno es seco y duro. Para vuestr
inclinación a avanzar en zigzag, debéis escogeuna razón más fantástica.»
«Si no recuerdo mal», intervino entonces acompañante, «los señores ya nos han dichque están vinculados a este lugar, en esta hor
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por una promesa: no obstante, me parece qutambién han escuchado -como un coro- nuestrcomedia de cultura, como auténticos “especta
dores ideales”. Efectivamente, no nos han molestado, y hemos creído que estábamos solos.»«Sí», dijo el filósofo, «eso es verdad: no se le
puede negar ese elogio, pero me parece qumerecen otro mayor.»
En aquel momento, yo tomé la mano dfilósofo, y dije: «Hay que ser obtuso como ureptil, que arrastra el vientre por la tierra y lcabeza por el fango, para escuchar discurso
como los suyos sin volverse serio y reflexivo mejor, excitado y ardiente. Alguno podría tavez enojarse por todo eso, al sentirse llevadcon gran despecho a acusarse a sí mismNuestra impresión ha sido muy diferente: si
embargo, no sé cómo describirla. Esta hora erpara nosotros precisamente algo exquisitnuestro estado de ánimo estaba ansiosamentpreparado, estábamos sentados ahí abajo comrecipientes vacíos; ahora nos parece estar lleno
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hasta el borde de esa nueva sabiduría, pues yno sé qué partido tomar, y, si alguien me preguntara qué pretendo hacer mañana, en gen
ral, qué me propongo hacer de ahora en adelante, la verdad es que no sabría qué respondeEfectivamente, es evidente que hasta ahorhemos vivido de un modo que no es el correctopero ¿cómo haremos para superar el abism
que separa el hoy del mañana?».«Sí», confirmó mi amigo, «lo mismo me ocu
rre a mí: la pregunta que hago es la mismpero casi me parece que ese punto de vista, ta
alto e ideal, con respecto a la misión de la cultura alemana me coge alejado de ella, atemorizado, y me parece que no soy digno de participatambién yo en la construcción de su obra. Vesólo un espléndido cortejo de las naturaleza
más ricas avanzando hacia ese objetivo: prevelos abismos sobre los que pasará dicho cortejoy las tentaciones que dejará tras sí. ¿Quiépuede ser tan audaz como para asociarse a dcho cortejo?»
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En aquel momento también el acompañanse dirigió de nuevo al filósofo, y dijo: «Le ruegque no me censure, por sentir también yo alg
semejante y declararlo ahora ante usted. Cuando hablo con usted, me ocurre con frecuencique me siento elevado por encima de mí mimo, y me enfervorizo con su valor y sus espranzas hasta olvidarme de mí mismo. Despué
llega un momento de frialdad, un viento quazota desde la realidad me lleva a reflexionasobre mí mismo, y sólo entonces veo el vastabismo que se abre entre nosotros y que uste
me había hecho salvar como en un sueño. Eese caso, lo que usted llama cultura se agita etorno a mí o descansa pesadamente sobre mpecho: es como una coraza que me oprime, una espada que no sé blandir».
De repente, nos encontramos los tres dacuerdo, frente al filósofo: estimulándonos animándonos mutuamente, pronunciamos ecolaboración el siguiente discurso, mientrapaseábamos lentamente para arriba y para aba
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jo, con el filósofo, por aquel espacio sin árboleque en el mismo día nos había servido de campo de tiro, en la noche completamente silencio
sa, y bajo un cielo estrellado que se extendíplácidamente sobre la tierra. «Ha hablado ustemucho del genio», tal fue poco más o menonuestro discurso, «de su solitario y penoso peregrinar a través del mundo, como si la natura
leza produjera sólo las antítesis extremas, edecir, por un lado la masa obtusa, torpe, que smultiplica por instinto, y, por otro lado, a undistancia enorme, los grandes individuos con
templativos capaces de creaciones eternaAhora bien, también usted llama a éstos vértice de la pirámide intelectual; por otra pate, parece que entre los amplios y sobrecargados cimientos y la cumbre excelsa son necesa
rios innumerables grados intermedios, y quprecisamente ahí debe ser válido el principionatura non faci t sal t us . Pero, adónde comienzlo que usted llama cultura, cuáles son las losade piedra que separan esa parte de la pirámid
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que está gobernada por abajo de la parte questá gobernada por arriba? Y, en caso de que spueda hablar verdaderamente de “cultura
sólo a propósito de esas naturalezas más remotas, ¿es posible, entonces, hacer basarse ciertainstituciones en la existencia problemática ddichas naturalezas?, ¿es lícito, entonces, pensaen instituciones de cultura que sean provecho
sas sólo para esos elegidos? Nosotros pensamos, más que nada, que precisamente ésos saben encontrar su camino, y que su fuerza smanifiesta precisamente en el hecho de pode
avanzar sin esos puentes educativos, necesariopara todos los demás, y en el de poder abrirspaso, sin estorbos, a través de la muchedumbrde la historia del mundo, casi como un fantama que pase a través de una densa reunión d
gente.» Juntos pronunciamos poco más o menos e
tas palabras, sin mucha gracia ni orden; acompañante del filósofo fue aún más lejos dijo a su maestro: «Así, pues, piense en todo
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los grandes genios, de que solemos estar orgullosos, por considerarlos como guías o jefes auténticos y fieles- del verdadero espírit
alemán, y cuya memoria honramos con ceremonias y estatuas, cuyas obras contraponemoseguros de nosotros, a lo que se ha hecho en extranjero: ¿cuándo encontraron aquéllos uncultura como la que usted desea, y en qué me
dida se mostraron alimentados y maduros poun sol patrio de la cultura? A pesar de eso, fueron posibles, y han llegado a ser lo que debemos honrar hasta tal punto; más aún: tal ve
sus obras justifiquen precisamente la forma ddesarrollo adquirido por aquellas nobles naturalezas, y quizás incluso una falta de culturcomo la que debemos admitir también en sépoca y en su pueblo. ¿Qué podía sacar Le
sing, o Winckelmann, de una cultura alemanya existente? Nada, o, por lo menos, tan poccomo Beethoven, como Schiller, como Goethcomo todos nuestros grandes artistas y poetaQuizá corresponda a una ley natural el hech
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de que sólo las generaciones siguientes debetomar conciencia de los dones celestiales quhan marcado a una generación anterior».
En aquel momento, el viejo filósofo se irritviolentamente, y gritó a su acompañante: «¡Ohcordero del conocimiento cándido! ¡Oh, vosotros todos, que no sois sino mamíferos! ¿Quargumentaciones patituertas, torpes, limitada
gibosas y tullidas son ésas? Sí, justamente ahorhe escuchado la cultura de nuestros días, y emis oídos resuenan todavía con esas cosahistóricas simples y “evidentes”, puro sentid
común sabiondo y despiadado, propio de hitoriadores. Recuérdalo, tú, naturaleza no profanada: tú has envejecido, y desde hace milenios este cielo estrellado se extiende por encimde ti, pero ¡todavía no has oído nunca un
habladuría culta, y en el fondo maligna, comla predilecta de nuestra época! Así, que, ¿vosotros, mis queridos alemanes, estáis orgullosode vuestros poetas y de vuestros artistas? ¿Loindicáis con el dedo, y alardeáis de ellos ant
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los extranjeros? Y, como no os ha costadningún esfuerzo tenerlos entre vosotros, de esdeducís entonces la graciosísima teoría de qu
tampoco más adelante tendréis necesidad aguna de esforzaros por ellos. Pero, indudablemente, queridos niños inexpertos, aquéllos vienen por sí solos: os los trae la cigüeña. ¿Quiéva a querer hablar de comadronas? Ahora bien
queridos amigos, os espera una severa lección¡Cómo! ¿Deberéis estar orgullosos por el hechde que todos los citados espíritus ilustres y nobles fueran prematuramente sofocados, agota
dos, matados por vosotros, por vuestra barbarie? ¿Cómo podéis pensar, sin avergonzaros, eLessing, que murió por vuestra torpeza, al luchar contra vuestros ridículos y necios ídolodestruido por vuestros teatros, por vuestro
estudiosos, por vuestros teólogos, sin podeaventurarse ni siquiera una vez en ese vueleterno para el que había nacido? ¿Y qué sental recordar a Winckelmann, el cual, para liberasu mirada de vuestras grotescas necedades, fu
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a pedir ayuda a los jesuitas? Su ignominiosconversión recae sobre vosotros, y sobre vosotros pesará como una mancha indeleble. ¿Acas
tendréis derecho a nombrar a Schiller sin ruborizaros? ¡Mirad su imagen! Su mirada inflamada y centelleante que se aleja desdeñosamentde vosotros, está su mejilla sonrojada. ¿No odice nada todo eso? Para vosotros era un jugu
te magnífico y divino, y habéis hecho pedazodicho juguete. Y si exceptuamos la amistad dGoethe de aquella vida triste, apresurada, motalmente atormentada, en lo demás, en lo qu
depende de vosotros, habréis contribuido extinguirla más rápidamente. No habéis echaduna mano a ninguno de nuestros genios, ¿ahora queréis sacar de eso el dogma de que yno hace falta ayudar a nadie? Para cada uno d
aquéllos, hasta este momento, habéis representado más que nada la “resistencia del mundobtuso”, como dice explícitamente Goethe, eel epílogo a La Campana ; para cada uno dellos, vosotros habéis sido precisamente lo
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hombres perezosos y apáticos, envidiosos ruines, malvados y egoístas. A pesar vuestrellos crearon aquellas obras, contra vosotro
dirigieron sus ataques, y gracias a vosotros morirán demasiado pronto, sin haber realizado llabor de su jornada, destrozados y entorpecidopor las luchas. Nadie puede adivinar qué era lque estaban destinados a alcanzar aquello
hombres heroicos, si ese auténtico espíritalemán los hubiera cubierto con la bóveda protectora de una institución potente, ese espíritudigo, que sin dicha institución arrastra su exi
tencia aislado, disgregado y degenerado. Todoesos hombres están condenados a perecer, y enecesaria una fe fanática en la racionalidad dtodo lo que ocurre, para pretender excusavuestra culpa. Y no se trata sólo de esos hom
bres. Desde todos los campos de la eminenciintelectual comparecen los acusadores contrvosotros: si considero todos los talentos poétcos, o filosóficos, o pictóricos, o plásticos, y nsólo los talentos de primerísimo orden, po
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doquier observo la imposibilidad de madurael exceso de estímulo o una precoz lasitud, agostamiento o la congelación antes de la flora
ción, por doquier olfateo esa “resistencia dmundo obtuso”, o sea, vuestra culpa. A eso mrefiero precisamente, cuando anhelo instituciones de cultura y cuando considero lastimoso estado de las instituciones que hoy reciben es
nombre. Quien pretenda llamarlo un “deseideal”, y hablar de “idealismo” en general, crea haberme hecho callar así, con un elogiomerece como respuesta que la situación actua
sea precisa y sencillamente algo vulgar y vegonzoso, y que quien tirita de frío y desea calor se enfurezca, cuando alguien llame a esun “deseo ideal”. En este caso se trata de realdades presentes y efectivas que se imponen
saltan a la vista: quien siente algo de eso sabque en este caso existe una condición miserablcomo, por ejemplo, la del frío y del hambre. Ecambio, quien no sienta nada de eso, tendrá polo menos un criterio para juzgar en qué punt
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cesa lo que yo llamo “cultura”, y sobre qué piedra de la pirámide recae la separación entre esfera que está gobernada por abajo y la esfer
que está gobernada por arriba».El filósofo parecía haberse acalorado muchonosotros lo invitamos a pasear un poco máEfectivamente, había pronunciado sus últimodiscursos erguido y en pie, cerca de aquel tron
co de árbol que nos había servido de blancpara nuestros ejercicios de tiro. Por un tiemptodo permaneció tranquilo entre nosotros. Caminábamos hacia adelante y hacia atrás lenta
penosamente. Sentíamos bastante menos vergüenza de haber expuesto argumentos tanecios, sentíamos casi como cierta reintegracióde nuestra personalidad; precisamente despuéde aquellas alocuciones ardientes, nada lisonje
ras para nosotros, creíamos sentirnos mápróximos al filósofo, en una relación más pesonal con él. En efecto, el hombre es tan miserable, que se aproxima con la mayor rapidez un extraño precisamente cuando éste deja tra
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lucir una debilidad, un defecto. El hecho de qunuestro filósofo se hubiera enojado y hubiesusado palabras injuriosas nos hacía supera
algo la tímida actitud de reverencia que hastentonces había sido la única que habíamos sentido. Para quien pueda considerar chocantsemejante observación, debemos añadir qucon frecuencia ese puente conduce de una leja
na veneración hasta el amor personal o la piedad. Y dicha piedad se presentaba poco a poccada vez más fuerte, a partir de esa sensacióde restitución de nuestra personalidad. ¿Co
qué fin llevábamos de paseo de noche, entrárboles y rocas, a aquel hombre viejo? Y, dadque él nos había concedido aquello, ¿por quno encontrábamos una forma más tranquila más modesta para instruirnos?, ¿por qué deb
íamos expresar nuestro desacuerdo los trejuntos, y de modo tan inoportuno? Efectivamente, en aquel momento habíamos notadhasta qué punto carecían nuestras objeciones dexperiencia, de preparación y de reflexión,
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hasta qué punto resonaba en ellas precisamentel eco del presente, cuya voz, en el campo de lcultura, no quería escuchar el viejo. Además d
eso, nuestras objeciones no habían brotado dforma pura del intelecto: el auténtico fundamento, excitado por los discursos del filósofo estimulado a la resistencia, parecía ser otro. Tvez se expresara en nosotros simplemente
ansia instintiva de saber si a partir de las opniones manifestadas por el filósofo se tomabaen consideración ventajosa precisamente nuetras individualidades: tal vez todas aquella
fantasías anteriores, que habíamos acariciadcon respecto a nuestra propia cultura, se encontraban entonces en dificultad y se esforzabapor encontrar a toda costa razones que oponea un modo de considerar, a través del cual in
dudablemente quedaba denegado fundamentalmente nuestro presunto derecho a alcanzauna cultura. Pero con adversarios que sientede modo tan personal la violencia de una agumentación no se debe contender; o inclus
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para nuestro caso la moraleja podía ser la sguiente: semejantes adversarios no deben contender, no deben contradecir.
Caminábamos así junto al filósofo, avergonzados, compasivos, descontentos de nosotromismos, y más convencidos que nunca de quel viejo debía de tener razón y de que habíamosido injustos con él. Verdaderamente, estab
muy lejos el sueño juvenil de nuestra institución de cultura, y nosotros reconocíamos ya cotoda claridad el peligro de que nos habíamolibrado hasta entonces sólo por casualidad, e
decir, el peligro de vendernos en cuerpo y almal reglamento cultural que desde aquellos añode la niñez, y ya en nuestro instituto de bachllerato, nos había hablado lisonjeramente. Aspues, ¿de qué dependía que no hubiéramo
entrado todavía en el coro público de sus admradores? Quizás únicamente del hecho de quéramos todavía estudiantes realmente y de qupor tanto, para huir de aquel codicioso gentídel arribismo, de aquellas incesantes e impe
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tuosas olas de la vida pública, todavía podíamos retirarnos a una isla que dentro de poctambién sería barrida.
Dominados por aquellos pensamientoestábamos a punto de dirigirnos al filósofocuando repentinamente él se volvió hacia nosotros, y empezó a hablar con voz más dulce: «Ndebo maravillarme de que os comportéis d
modo juvenil, imprevisor y apresurado. Eefecto, es difícil que hayáis reflexionado nuncseriamente sobre lo que ahora me habéis escuchado. Tomaos tiempo, llevaos con vosotros
problema, pero pensad en él día y noche. Eefecto, hoy estáis ante la encrucijada, y hosabéis adónde conducen los dos caminos. Stomáis uno de ellos, agradaréis a vuestra épocy ésta no os escatimará las coronas y los signo
de la victoria: partidos inmensos os apoyarán, tanto a vuestras espaldas como frente a vosotros habrá hombres con vuestros mismos sentimientos. Y, cuando el que va delante, pronuncie una consigna, resonará a través de todas la
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filas. En este caso el primer deber es: combaten fila y cada cual en su puesto, y el segundo eel siguiente: aniquilar a todos aquellos que n
quieran entrar en la formación. Por el otro camino tendréis pocos compañeros, es más difícimás tortuoso y más escarpado. Los que recorren el primer camino se burlan de vosotropues vosotros camináis con mayor fatiga; tam
bién intentan induciros a que os paséis a sbando. Si en alguna ocasión se cruzan los docaminos, os maltratarán, os apartarán a un lado, o incluso os evitarán recelosamente y o
aislarán.»¿Y qué debería significar, para los viandantes tan distintos de esos dos caminos, una insttución de cultura? Esa enorme escuadra quavanza hacia sus metas por el primer camin
entiende por eso una institución mediante cual pueda encontrar sus filas, y quede separada y liberada de todo lo que puede tender hacfines más altos y más remotos. Indudablemente, éstos saben poner en circulación palabra
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pomposas para designar sus tendenciahablan, por ejemplo, del “desarrollo total de personalidad libre en el marco de conviccione
sólidas, comunes, nacionales, éticas y humanas”, o bien designan como su objetivo “la fundación del Estado popular, que se basa en razón, la cultura y la justicia”.
»Para la otra hilera menos numerosa, un
institución de cultura es algo completamentdiferente. En la defensa de una organizaciósólida, quiere impedir que sea barrida y apatada por aquella turba, y que sus individuo
prematuramente debilitados o extraviadodegenerados, destruidos, pierdan de vista snoble y sublime objetivo. Dichos individuodeben llevar a cabo su obra -ése es el sentido dsu institución común-: y precisamente una obr
depurada, en la que no queden, por decirlo asvestigios de la subjetividad, y que, como purreflejo de la esencia eterna e inmutable de lacosas, supere el juego mutable de las épocas. todos aquellos que participen en esa institució
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deben preocuparse también de preparar, coesa eliminación depuradora de lo subjetivo, nacimiento del genio y la producción de s
obra. No son pocos los que, incluso en la serde las actitudes de segundo y tercer ordenestán destinados a esa labor auxiliar, y sólo servir a semejante institución de cultura auténtica pueden llegar a sentir que viven cumplien
do con su deber. En cambio, ahora esas actitudes precisamente resultan desviadas de su camino por obra de las incesantes artes de seducción de esa “cultura” de moda, con lo que qu
dan alejados de su instinto. A los gestos egoítas de éstos, a sus debilidades y vanidades, vdirigida esa tentación, y precisamente ese espritu de la época les susurra: “Seguidme. Ahabajo, sois servidores, auxiliares, instrumento
oscurecidos por naturalezas superiores, movdos por hilos, encadenados, como esclavos mejor, como autómatas; aquí, cerca de mí, seéis dueños de vuestra personalidad libre y gozaréis de ella, vuestras dotes pueden resaltar d
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forma autónoma y con ellas iréis, oportunamente, en cabeza; un enorme séquito os acompañará y la voz de la opinión pública os dar
mayor placer que un elogio concedido aritocráticamente desde la altura del genio”. Holos mejores sucumben víctimas de esos halagoy, en el fondo, es difícil que el hecho de ser rceptivo o no a semejantes voces dependa d
grado de talento; más que nada, lo decisivo eel grado y el nivel de cierta elevación moral, instinto para el heroísmo y el sacrificio, y, poúltimo, una necesidad auténtica de cultur
introducida por una educación correcta y convertida en un hábito: como ya he dicho, aquélles sobre todo obediencia y acostumbramiento la disciplina del genio. Pero precisamente dsemejante disciplina y de semejante hábito po
demos decir que no saben nada las instituciones que hoy se llaman “de cultura”, si bien a mno me cabe duda de que, originariamente, instituto de bachillerato se concebía como unauténtica institución de cultura de esa clase -
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menos como institución preparatoria- y que elos tiempos maravillosos y profundamente agtados de la Reforma dio realmente los primero
pasos audaces en esa dirección. Y yo estoy seguro igualmente de que en la época de nuestrSchiller y de nuestro Goethe se pudo notar uprimer indicio, vilmente desviado o marginadde esa necesidad; un germen, por decirlo así, d
esa ala de que habla Platón en el Fedro y queleva el alma, en cualquier contacto con lo bello, haciéndola volar hacia el reino de los modelos inmutables y puros de las cosas».
«Mi venerado y admirable maestro», comenzó a hablar entonces el acompañant«después de que usted ha citado al divinPlatón y el mundo de las ideas, ya no creo questé usted enojado conmigo, a pesar de habe
merecido verdaderamente, por mi discursanterior, su desaprobación y su ira. Apenahabla usted, se agita en mí esa ala platónica, sólo en las pausas debo luchar, como auriga dmi alma, con el caballo recalcitrante, selvático
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rebelde, que también Platón describió comzambo, zafio, de cuello fuerte y corto y hocicachatado, de pelo negro, de ojos grises e inye
tados en sangre, con las orejas hirsutas y looídos torpes, siempre listo para los crímenes las atrocidades, a duras penas domable con fusta y la vara. Le ruego, además, que piense eel mucho tiempo que he vivido alejado de u
ted y en que precisamente sobre mí han podidaplicarse todas esas artes de la seducción -dlas que ya he hablado- quizá no sin cierto éxitoaunque yo mismo no lo advirtiera. Precisamen
te ahora comprendo más que nunca lo necesaria que es una institución que haga posible lvida en común con los escasos hombres dauténtica cultura, para que se puedan encontraen ellos guías y estrellas que muestren el cam
no. Ahora siento intensamente el peligro dviajar solo. Y cuando yo, como le he dicho, crsalvarme con la huida de la muchedumbre del contacto directo con el espíritu de nuestrépoca, también esa huida era un engaño. Con
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tinuamente, a través de canales infinitos y cada aliento, esa atmósfera llega hasta nosotroy no hay soledad bastante solitaria y apartad
donde no pueda alcanzarnos con sus nieblas sus nubes. Las imágenes de esa civilizacióndisfrazadas de duda, de ganancia, de esperanza, de virtud, nos van rodeando lentamentbajo los disfraces más variados: e incluso aqu
cerca de usted, esa impostura ha sabido seducirnos. ¡Con qué constancia y fidelidad deberhacer guardia esa pequeña escuadra de uncultura que casi se puede llamar sectaria! ¡
cómo deberán reforzarse mutuamente sucomponentes! ¡Con qué rigor habrá que censurar el paso en falso, y con qué piedad habrá quperdonarlo! Así, que perdóneme también uted, maestro, después de haberme reprendid
tan seriamente.»«Querido amigo, usas un lenguaje», dijo
filósofo, «que no puedo tolerar, y que me recuerda las camarillas religiosas. No tengo nadque ver con eso. Pero tu caballo platónico m
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Tusquets, Barcelona, septiembre de 2000, pp141-167.
Si lo que os he contado, ilustres oyentes, sobre los discursos de nuestro filósofo, pronunciados en la quietud nocturna y agitados podiversas causas, lo habéis recibido con simpaía, entonces su triste decisión, que hemos refe
rido al final, deberá de haberos impresionadcomo nos impresionó entonces a nosotros. Efetivamente, nos había anunciado de improvisque quería marcharse: ante el plantón que
había dado su amigo, y el poco consuelo que había proporcionado lo que nosotros y sacompañante habíamos sabido aducir en aquella soledad, parecía ya querer interrumpir aprsuradamente aquella estancia inútilmente pro
longada en el monte. La jornada debía de parcerle perdida, y, al apartar de sí su recuerdindudablemente habría deseado hacer un hacon dicho recuerdo y el de habernos conocidoAsí, pues, estaba incitándonos, enfadado,
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marcharnos, cuando un nuevo fenómeno lobligó a detenerse, y, después de haberse pueto ya en marcha, tuvo que detenerla de nuev
vacilante.Un esplendor de luces variopintas y un rudo crepitante, apagado al instante, hacia la rgión del Rin, atrajo nuestra atención; e inmediatamente después subió hasta nosotros desd
aquella distancia una lenta frase melódica, cantada al unísono y reforzada por numerosas voces juveniles. «Ésa es su señal», exclamó el filósofo, «de nuevo llega mi amigo, y no he espe
rado en vano. Volveremos a vernos a medianoche: ¿cómo podemos anunciarle que aún estoaquí? ¡Ah!, vosotros, tiradores de pistola, ¡motrad una vez más vuestras armas! ¿Oís el ritmriguroso de esa melodía que nos saluda? Fijao
en ese ritmo y repetidlo en una serie sucesivde disparos.»
Aquella tarea era conforme a nuestro gusty a nuestra capacidad; cargamos con la mayorapidez posible, y, después de habernos puest
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de acuerdo brevemente, levantamos nuestrapistolas hacia la luminosa bóveda estrelladmientras aquella penetrante progresión de so
nidos, después de una corta repetición, se extinguía en lo profundo. El primero, el segundy el tercer disparo resonaron nítidamente en lnoche. Entonces el filósofo gritó: «¡Habéis deafinado!». Efectivamente, de repente habíamo
dejado de realizar nuestra tarea rítmica: inmediatamente después del tercer disparo, habíaparecido, rápida como una flecha, una estrelfugaz, y casi sin quererlo disparamos el cuart
y el quinto disparo simultáneamente en la drección de su caída.«¡Habéis desafinado!», gritó el filósof
«¿quién os ha dicho que miréis a las estrellafugaces? Ya explotan por sí solas, sin vuestr
intervención; cuando se usan las armas, haque saber lo que se quiere.»
En aquel momento se dejó oír nuevamentprocedente del Rin, aquella melodía, entonadentonces por voces más numerosas y más alta
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«Pero nos han entendido», exclamó riendo mamigo, «ay, por lo demás, ¿quién puede resitirse, cuando se pone precisamente a tiro seme
jante fantasma luminoso?» «¡Silencio!», le intrrumpió el acompañante, «¿qué cuadrilla serla que nos canta esa señal? Calculo de veinte cuarenta voces, potentes voces masculinas, ¿de dónde proviene su saludo? Parece que n
han abandonado todavía la orilla opuesta dRin. Pero podemos cerciorarnos, regresando lugar donde estábamos sentados. Venid rápidallá abajo.»
En el lugar donde hasta entonces habíamoestado caminando para delante y para atrás, edecir, en las cercanías de aquel imponente tronco de árbol, el denso, oscuro y alto follaje impedía ver el Rin. En cambio, ya he contado qu
desde aquel lugar de quietud, un poco máabajo del llano sin árboles en la cima del montse gozaba de una vista a través de las copas dlos árboles, y que precisamente en el centro daquella perspectiva circular se podía ver el Ri
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abrazando la isla de Nonnenwörth. Corrimoapresuradamente, aún preocupándonos dviejo filósofo, hacia aquel lugar de quietud: e
el bosque había una densa oscuridad, y, guiar al filósofo a derecha e izquierda, más quver con claridad, lo que hacíamos era adivinael camino recorrido.
Apenas llegamos al banco, una luz de fueg
túrbida, vasta e inquieta, que evidentementprocedía de la otra orilla del Rin, hirió nuestroojos. «Son antorchas», exclamé, «no hay dudalguna, allí abajo están mis compañeros d
Bonn, y vuestro amigo debe ir entre ellos. Elloeran los que cantaban, y ellos le escoltarán. ¡Mrad!, ¡oíd! Ahora están subiendo al barco: dentro de poco más de media hora el desfile dantorchas habrá llegado hasta aquí arriba.»
El filósofo dio un brinco hacia atrás. «¿Qudecís?», replicó, «¿vuestros compañeros dBonn, es decir, estudiantes? ¿Así que mi amigviene con estudiantes?»
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Aquella pregunta hecha casi con rabia noindignó. «¿Qué tiene usted contra los estudiantes?», replicamos, sin obtener respuesta. Hast
después de un rato no comenzó el filósofo hablar lentamente, en tono quejoso, y casi dirgido a quien todavía estaba lejos: «Así quamigo mío, incluso a medianoche, incluso en lalto de un monte solitario, no estaremos solo
y eres tú mismo quien trae hasta mí una cuadrlla de estudiantes bulliciosos, a pesar de qusabes que evito prudentemente ese genus omn
En eso no te entiendo, amigo lejano: y, sin em
bargo, es algo importante volver a encontrarsy verse de nuevo después de una larga separación, y escoger para ello semejante rincón rmoto y semejante hora insólita. ¿Para qué necesitábamos un coro de testigos? Y, además, ¡me
nudos testigos! Lo que nos invita al encuentrde hoy no es en absoluto una necesidad sentmental, propia de corazones tiernos: efectivamente, los dos hemos aprendido desde hactiempo a vivir solos, en un aislamiento lleno d
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dignidad. Hemos decidido volver a vernoaquí, no, desde luego, por nosotros, por cultvar, por ejemplo, sentimientos delicados, o po
recitar patéticamente una escena de amistadAntes bien, aquí fue donde un día te encontren una hora memorable de solemne soledadcomo si fuéramos caballeros de un nuevo trbunal secreto. Acepto que nos escuche quie
pueda comprendernos, pero, ¿por qué traecontigo una turba que indudablemente no nocomprende? En eso no te reconozco, amiglejano».
No consideramos conveniente interrumpiren sus tristes lamentaciones, y, cuando enmudeció melancólicamente, no nos atrevimos decirle cuánto nos había disgustado aquel rechazo lleno de desconfianza hacia los estudian
tes.Al final el acompañante se dirigió al filósof
y dijo: «Me recuerda usted, maestro, que eotro tiempo, antes de que yo lo conociera, también usted vivió en varias universidades, y qu
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desde entonces circulan rumores sobre sus relaciones con los estudiantes y sobre su métodde enseñanza. Por el tono de resignación co
que ha hablado de los estudiantes, muchopodrían suponer que ha tenido experienciaparticularmente decepcionantes; pero yo cremás que nada, que usted ha experimentado ha visto lo que cualquiera puede experimenta
y ver en esos lugares, y que, aun así, ha juzgadtodo eso más severa y correctamente quningún otro. En efecto, por la intimidad qutuve con usted aprendí que las experiencia
más notables, más instructivas, más decisivas más íntimas son las cotidianas, pero que mupocos son los que entienden como enigma lque ante todos se presenta como tal, y que a lopocos filósofos auténticos existentes es a quie
nes van destinados esos problemas -ignoradoabandonados en el camino y casi pisoteadopor la multitud-, para que los recojan con cudado y desde ese momento resplandezcan como piedras preciosas del conocimiento. En
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corto intervalo de que disponemos todavía hata la llegada de su amigo, quizá debiera ustedecirnos algunas cosas más sobre sus conoc
mientos y experiencias en la esfera de la humanidad, con lo que completaría la serie de consderaciones a que, sin quererlo, nos vemos oblgados en relación con nuestras instituciones dcultura. Además de eso, permítasenos recorda
le que en un momento anterior de la discusióme ha hecho usted incluso una promesa. Areferirse al bachillerato, ha afirmado usted sextraordinaria importancia: a su objetivo cultu
ral, una vez establecido, deberían adecuarstodas las demás instituciones, y las desviaciones de sus tendencias afectarían de algún moda dichas instituciones. A semejante importancde centro motor no podría ahora aspirar ni s
quiera la universidad, que en su forma actudebe considerarse, por lo menos en su aspectesencial, como una simple continuación de tendencia del bachillerato. En ese punto me hprometido usted una aclaración ulterior: tal ve
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puedan atestiguarlo también nuestros amigoestudiantes, que pueden haber oído nuestrcoloquio».
«Lo atestiguamos», intervine yo. El filósofse volvió hacia nosotros y respondió: «Entonces, si realmente habéis oído, podréis descrbirme, de acuerdo con lo que hemos dicho, lque entendéis por tendencia actual del bachille
rato. Por otro lado, todavía estáis bastantpróximos a ese ambiente como para poder etablecer una comparación entre mis pensamientos y vuestras experiencias y vuestros sent
mientos».Mi amigo respondió pronta y rápidamentcomo corresponde a su carácter, poco más menos lo siguiente: «Hasta ahora siempre habíamos creído que el único fin del bachillerato e
el de preparar para la universidad. Sin embago, esa preparación debe hacernos lo suficientemente independientes, en armonía con la posición extraordinariamente libre de un universtario. En efecto, me parece que en ningún cam
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po de la vida actual le está permitido al indivduo disponer y decidir con respecto a tantacosas como en el dominio de la vida estudiant
Debe guiarse a sí mismo durante varios añopor un terreno vasto y en el que se le deja libetad completa: por eso, el bachillerato será el qudeberá intentar hacer que sea independienteYo continué el discurso de mi compañero. «Má
aún: me parece», dije, «que todo lo que a ustele parece criticable en el bachillerato, con razóindudablemente, no es sino un instrumentnecesario para producir, en una edad tan tem
prana, una especie de autonomía, o, por lo menos, de fe en ella. La instrucción alemana debservir con vistas a esa autonomía: el individudebe congratularse de sus opiniones y de sufines, para poder caminar por sí solo, sin ayud
de muletas. Por eso, muy pronto se le invita ofrecer una producción original, y, más prontaún, un juicio y una crítica precisos. Y, aunqulos estudios latinos y griegos no estén en condciones de provocar en el escolar entusiasm
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hacia la lejana antigüedad, aun así, gracias método con que se llevan a cabo se despiertael sentido científico, el gusto por la causalida
rigurosa del conocimiento, el deseo de encontrar y descubrir. Y muchos son los que, al decubrir una nueva variante textual -encontraddurante el bachillerato y captada por un olfatjuvenil- quedan seducidos para siempre por lo
halagos de la ciencia. El estudiante de bachillerato debe aprender y recoger muchas cosas: dese modo es posible que se despierte lentamente un impulso que posteriormente lo guiará
aprender y a recoger de forma semejante, autónoma, en la universidad. En resumencreemos que la tendencia del bachillerato consiste en preparar y habituar al discípulo parque después pueda seguir viviendo y apren
diendo autónomamente, de igual modo que htenido que aprender y vivir bajo la constricciódel reglamento del bachillerato.»
Ante aquellas palabras el filósofo se echó reír, pero no con benevolencia precisamente,
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replicó: «Acabáis de darme una prueba perfectde esa autonomía. Y es justamente esa autonomía lo que me espanta tanto y lo que hac
que me resulte tan deprimente la proximidade los estudiantes actuales. Sí, queridos amigovosotros ya estáis formados, habéis acabado dcrecer, la naturaleza ha roto ya vuestro moldy vuestros maestros pueden ya deleitarse co
vosotros. ¡Qué libertad, precisión y falta dprejuicios a la hora de juzgar! ¡Qué originaliday agudeza a la hora de comprender! Os erigen jueces, y todas las civilizaciones de todos lo
tiempos escapan corriendo. El sentido científicse ha inflamado y brota de vosotros como unllama: todos deben estar en guardia para nquemarse al contacto con vosotros. Si considertambién a vuestros profesores, vuelvo a encon
trar una vez más la misma autonomía, con unvigorosa y arrogante intensificación: nunca hhabido una época tan rica en las más hermosaautonomías, y nunca se ha odiado tan intensamente cualquier clase de esclavitud, entre ella
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indudablemente también la esclavitud de leducación y de la cultura.
»No obstante, permitidme valorar esa auto
nomía vuestra con el criterio de esta cultura considerar vuestra universidad simplementcomo institución de cultura. Cuando un extranjero quiere conocer la vida de nuestras univesidades, pregunta ante todo con insistenci
“¿De qué modo entran en relación vuestroestudiantes con la universidad?”. Nosotros repondemos: “A través del oído, como oyentesEl extranjero se asombra. “Sólo a través d
oído?”, vuelve a preguntar. “Sólo a través doído”, volvemos a responder. El estudianescucha. Cuando habla, cuando mira, cuandcamina, cuando está en sociedad, cuando socupa de arte, en resumen, cuando vive, e
autónomo, o sea, independiente de la institución de cultura. Con bastante frecuencia el etudiante escribe también, mientras escuchÉsos son los momentos en que está unido cordón umbilical de la universidad. Puede e
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coger lo que desea escuchar, no necesita creeen lo que escucha, puede taparse los oídocuando no desea escuchar. Ese es el métod
“acroamático” de enseñanza.»Por su parte, el profesor habla a esos estudiantes que escuchan. Lo que piensa y hace eotros momentos está separado por un inmensabismo de la percepción del estudiante. Mu
chas veces el profesor lee mientras habla. Egeneral, quiere tener el mayor número posibde oyentes de esa clase; en caso de necesidadse contenta con pocos, y casi nunca se dirige
uno solo. Una sola boca que habla y muchísmos oídos, con un número menor de manoque escriben: tal es el aparato académico exterior, tal es la máquina cultural universitaripuesta en funcionamiento. Por lo demás, aqu
a quien pertenece esa boca está separado y eindependiente de aquellos a quienes pertencen los numerosos oídos: y a esa doble autonomía se la elogia entusiásticamente como “lbertad académica”. Por otro lado, el profesor
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toda la educación para la cultura compete, esentido estricto, a él solo, y entonces la autonomía buscada a través del bachillerato se reve
la, con el máximo orgullo, como “autoeducación académica para la cultura”, y se adorncon sus plumas más brillantes.
»¡Época feliz, en que los jóvenes son lo batante sagaces y cultos como para poder guiars
a sí mismos! ¡Insuperables institutos de bachllerato, que consiguen implantar la autonomímientras que otras épocas creían deber implantar y trasplantar la dependencia, la disciplin
la sumisión, la obediencia, y deber rechazacualquier clase de presunción de autonomí¿Veis ahora claro, queridos amigos, por qudesde el punto de vista de la cultura, me gusta mí considerar la universidad actual como un
continuación de la tendencia del bachilleratoLa cultura conseguida a través del bachilleratse presenta como un todo completo, y con pretensiones de libertad de opción, a las puertas dla universidad: exige, dicta leyes, juzga. As
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pues, no os engañéis con respecto al estudiantculto: éste, precisamente porque cree haberecibido la consagración de la cultura, sigu
siendo todavía el bachiller formado por las manos de sus profesores. En cuanto tal, despuéde haber acabado el bachillerato y de habeentrado en el aislamiento académico, quedprivado completamente de cualquier formació
y guía ulterior, para vivir de ese modo con supropias fuerzas exclusivamente y ser libre.
»¡Libre! Examinad esa libertad, vosotros, conocedores de los hombres. Por estar construid
sobre la base arcillosa de la cultura de bachillerato actual, es decir, sobre sus cimientos digregados, su edificio se alza inclinado e inseguro frente al soplo de vientos turbulentos. Miraal estudiante libre, al heraldo de la cultur
autónoma, adivinad sus instintos, interpretadlen función de sus necesidades. Decidme qupensáis de su formación, cuando la hayáis valorado en relación con una triple escala graduada, juzgándola ante todo con relación a su ne
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cesidad de filosofía, en segundo lugar con relación a su instinto para el arte, y, por último, corelación a la antigüedad griega y romana, qu
es el imperativo categórico concreto de cuaquier cultura.»El hombre se ve tan asediado por los pro
blemas más serios y más difíciles, que, si se guía correctamente hasta ellos, caerá pronto e
ese asombro filosófico duradero que es en lúnico en que, como sobre una base fecundpuede fundamentarse y acrecentarse una cultura más profunda y más noble. Sus propias ex
periencias lo conducen con la mayor frecuencia esos problemas, y sobre todo en el tumultuoso periodo de la juventud casi todos los acontcimientos personales se reflejan con doble lucomo ejemplificaciones de una realidad cot
diana y, al mismo tiempo, como ejemplines dun problema eterno, sorprendente y digno dexplicación. En esa edad, que ve sus experiencias envueltas, por decirlo así, en un arco irmetafísico, el hombre siente la necesidad su
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prema de una mano que lo guíe, ya que se hconvencido repentina y casi instintivamente dla ambigüedad de la existencia y ha perdido
terreno sólido de las opiniones tradicionalesostenidas hasta entonces.»Como es fácil de comprender, ese estad
natural de extrema indigencia, está consideradcomo el peor enemigo de la tan deseada auto
nomía a que debe ser guiado el joven culto dla época presente. Por eso, todos los partidariode la “época actual” -refugiados en la “evidencia”- se esfuerzan activamente por reprimir
paralizar ese estado natural, por desviarlo sofocarlo: y el medio preferido consiste en paralizar mediante la llamada “cultura históricaese impulso filosófico conforme con la naturaleza. Un sistema que hasta hace poco tiemp
gozaba de una escandalosa celebridad mundiha descubierto la fórmula de esa autodestrución de la filosofía: y hoy, según la consideración histórica de las cosas, se revela por doquier tal ingenua falta de escrúpulos a la hor
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de transformar lo que es irracional al máximen la “razón” y de presentar como blanco lque es negro al máximo, que muchas vece
podríamos preguntar, parodiando el principide Hegel: “¿Es real esa irracionalidad?”. Degraciadamente, hasta lo irracional parece hoy lúnica cosa “real” precisamente, es decir, la únca cosa operante, y justamente el hecho de re
servar esa especie de realidad para explicar historia es lo que se considera como “culturhistórica” propiamente dicha. En esta última impulso filosófico de nuestra juventud se h
transformado como en una crisálida; y hoy loextraños filósofos de las universidades parecehaber conspirado para reforzar la confianza djoven universitario en esa cultura histórica.
»Así, en lugar de una interpretación profun
da de los problemas eternamente iguales, hintervenido lentamente una valoración histórca o incluso una investigación filológica: ahorse trata de establecer qué ha pensado o no pensado tal o cual filósofo, de ver si tal o cual escr
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to puede atribuírsele con razón, o bien si haque preferir tal o cual variante. En los seminarios filosóficos de nuestras universidades, s
estimula hoy a nuestros estudiantes a sentsemejante interés neutral por la filosofía; poeso, hace mucho tiempo que me acostumbré considerar esa ciencia como una rama de filología, y a valorar a sus representantes segú
sean buenos o malos filólogos. Por eso ahora filosofía como tal está desterrada de la univesidad: con eso hemos dado una respuesta a primera pregunta, que se refería al valor cultu
ral de las universidades.»No podemos evitar la vergüenza al confesar qué relación guarda con el arte esa mismuniversidad: no guarda ninguna relación. En universidad no se pueden encontrar ni siquier
indicios de comparación, de aspiración, de etudio ni de pensamiento en cuestiones artísticay nadie podrá hablar en serio de un deseo de universidad de favorecer los más importanteproyectos artísticos nacionales. En este sentid
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no tiene la menor importancia que un profesoconcreto se sienta por casualidad inclinado máíntimamente hacia el arte, o que se cree un
cátedra para historiadores estetizantes de literatura: pero en el hecho de que la universdad en su conjunto no esté en condiciones dsometer al joven estudiante a una rigurosa diciplina artística y en el hecho de que en es
campo carezca totalmente de voluntad vimplícita ya una crítica acerba a su arrogantpretensión de representar la suprema institución de cultura.
»Nuestros universitarios “independientesviven sin filosofía y sin arte: por eso, ¿cómo vaa poder sentir la necesidad de ocuparse de logriegos y de los romanos, dado que nadie tienya razón para simular una propensión haci
ellos, y dado que, además, los antiguos reinaen un alejamiento majestuoso y en una soledacasi inaccesible? Por eso, las universidades atuales -con coherencia, por lo demás- no se preocupan en absoluto de tales tendencias cultura
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les totalmente extintas, y crean sus cátedrafilológicas exclusivamente para la educación dnuevas generaciones de filólogos, a quiene
incumbirá la preparación filológica de los bachilleres: ciclo vital este que no va a favor ni dlos filólogos ni de los institutos de bachilleratosino que sobre todo culpa por tercera vez a universidad de no ser aquello por lo que le gu
taría hacerse pasar ostentosamente, o sea, uninstitución de cultura. Efectivamente, si elimináis a los griegos, con su filosofía y su arte, ¿poqué escala pretenderéis todavía subir hacia l
culturas En realidad, en el intento de trepar pola escala sin esa ayuda, podría ocurrir quvuestra erudición -debéis tolerar que se os digesto-, en lugar de poneros alas y elevaros hacilo alto, presionará, en cambio, sobre vuestro
hombros como un peso molesto.»Así, pues, si bien vosotros, personas respe
tables, habéis seguido teniendo una actituhonrada con respecto a esos tres grados dcomprensión y si bien habéis reconocido que
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estudiante actual no es apto ni está preparadpara la filosofía, que carece de instinto para arte auténtico y que, frente a los griegos, es u
bárbaro que se cree libre, no por ello debéhuir horrorizados delante de él, aun cuando tvez quisierais evitar un contacto demasiadinmediato. De hecho, tal como es, es inocenttal como lo habéis conocido, es una acusació
callada pero terrible contra los culpables.»Deberíais entender el lenguaje secreto co
que ese inocente vuelto culpable habla a mismo: en ese caso comprenderíais también l
esencia íntima de esa autonomía exhibida dtan buen grado. Ninguno de los jóvenes mánoblemente dotados ha permanecido ajeno esa necesidad incesante, debilitante, turbadory enervante de cultura: en la época en que e
aparentemente la única persona libre en unrealidad de empleados y de servidores, pagesa grandiosa ilusión de la libertad con tormentos y dudas que se renuevan continuamentSiente que no puede guiarse a sí mismo, que n
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puede ayudarse a sí mismo: se asoma entoncesin esperanzas al mundo cotidiano y al trabajcotidiano. Lo rodea el ajetreo más trivial y su
miembros se aflojan desmayadamente. Pero drepente se yergue nuevamente: siente todavintacta la fuerza que había sabido mantenerlo flote. Orgullosas y nobles decisiones se formay se intensifican en él. Le aterroriza la idea d
caer tan pronto en una especialización estrechy mezquina, e intenta entonces aferrarse a columnas y a puntos de apoyo para no versarrastrado por ese camino. En vano. Esos apo
yos ceden, ya que sus asideros eran falsos, y shabían aferrado a frágiles soportes. Con ánimvacío y desconsolado, ve esfumarse sus planeSu situación es espantosa e indigna: oscila entruna actividad frenética y una lasitud melancó
lica. En este último caso está cansado, sienpereza, temor al trabajo, espanto ante todo lque es grande, se nota lleno de odio hacia mismo. Analiza sus capacidades y cree percibespacios vacíos o caóticamente llenos. A cont
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nuación, desde la altura de un conocimientimaginario de sí mismo se precipita de nueven un escepticismo irónico. No atribuye la me
nor importancia a sus luchas internas y se siente dispuesto para cualquier utilidad real, aunque sea ínfima. Entonces intenta consolarse couna acción incesante y apresurada, para esconderse, así, de sí mismo. De ese modo su perpl
jidad y la falta de un guía hacia la cultura limpulsan de una forma de existencia a otrdudas, ímpetus, necesidades de la vida, esperanzas, desesperaciones, todo eso lo impulsa e
una dirección y en otra, lo que significa que poencima de él se han apagado todas las estrellabajo cuya guía podría tripular su nave.
»Tal es la imagen de esa famosa autonomíde esa libertad académica, reflejada en las a
mas mejores y verdaderamente necesitadas dcultura: frente a ellas carecen de la más mínimimportancia esas naturalezas más groseras y siprejuicios, que se congratulan de modo bárbarcon su libertad. Efectivamente, estas última
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con un mezquino bienestar y con su estrecheoportunista, idónea para un campo reduciddemuestran que precisamente ese elemento e
el que les conviene: no tenemos nada que decen contra. No obstante, su bienestar no consttuye una compensación, frente al dolor de usolo joven que se siente inclinado hacia la cutura, que necesite un guía, y que finalmen
deje caer las riendas desanimado y comience despreciarse a sí mismo. Tal es el inocente siculpa: efectivamente, ¿quién le ha impuesto carga insostenible de permanecer solo? ¿Quié
lo ha instigado a la autonomía a una edad eque las necesidades naturales e inmediatas consisten por lo general en dejarse llevar por grandes guías y en seguir con entusiasmo el camindel maestro?
»Verdaderamente, resulta inquietante rflexionar sobre los efectos a que puede conducir la represión violenta de necesidades tanobles. Quien examine de cerca y con miradpenetrante a los partidarios y amigos más pel
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grosos de esa pseudocultura del presente, taodiada por mí, encontrará también con demasiada frecuencia, entre ellos precisamente, eso
hombres de cultura degenerados y descarriados, impulsados por una desesperación íntima una furia hostil hacia la cultura, cuyo accesnadie había querido mostrarle. No son los peores ni los más decadentes los que encontramo
entonces, después de la metamorfosis de desesperación, haciendo de periodistas o dgacetilleros; al contrario, el espíritu de ciertogéneros literarios, hoy muy cultivados, se pod
ía caracterizar incluso como un estado de ánmo estudiantil desesperado. ¿Cómo podrentenderse, si no, esa “joven Alemania” -taconocida en otro tiempo- con todos sus epígonos reproducidos hasta hoy? En eso descubr
mos una necesidad de cultura que ha llegado ser, por decirlo así, salvaje, y que al final senardece hasta gritar: ¡yo soy la cultura! Allabajo, ante las puertas de los institutos y de launiversidades se pasea la cultura de esos gru
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pos, que han abandonado el bachillerato y ahora se comportan de modo soberbio, a pesar dcarecer, desde luego, de la erudición del bach
llerato y de la universidad. Así, por ejemplo, lmejor forma de caracterizar al novelista Gutzkow sería la de considerarlo como la imagedel bachiller moderno, ya convertido en literato.
»Un hombre de cultura degenerado es uproblema serio, y nos sentimos profundamentperturbados, cuando observamos que todonuestros hombres públicos, estudiosos y perio
distas, llevan encima las señales de esa degeneración. ¿Cómo puede juzgarse correctamente nuestros estudiosos -al verlos contemplar sifastidio alguno, o incluso prestar su ayuda a labor de seducción periodística del pueblo-
no con la hipótesis de que para ellos la erudción puede resultar algo semejante a lo qupara los otros es escribir novelas, o sea, unhuida ante sí mismos, una mortificación ascétca de su impulso cultural, una desesperad
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aniquilación del individuo? De nuestro degenrado arte literario, como de la manía de escriblibros -que aumenta hasta el absurdo- de nue
tros estudiosos surge un mismo suspiro: ¡ah, pudiéramos olvidarnos de nosotros mismoNo lo consiguen: el recuerdo, no apagado pomontañas enteras de papel impreso que se han echado encima, sigue repitiendo de vez e
cuando: “Tú eres un hombre de cultura degenerado, has nacido para la cultura y te haeducado para la no cultura, tú, impotenbárbaro, esclavo del día, ligado a la cadena de
instante, ¡y hambriento, eternamente hambriento!”.»¡Miserables inocentes vueltos culpable
Efectivamente, les faltaba algo que debía llegade fuera, una auténtica institución de cultur
que pudiera proporcionarles objetivos, maetros, métodos, modelos, compañeros, y de cuyinterior pudiera verterse sobre ellos el soplfortificante y exaltante del espíritu alemáauténtico. Se consumen así en el desierto, de
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generando como enemigos del espíritu que eel fondo les es íntimamente afín; acumulan cupa sobre culpa, delitos más graves que los co
metidos por cualquier otra generación, mancllando lo puro, profanando lo sagrado, preconizando lo falso e inauténtico. A partir de sejemplo podéis tomar conciencia de la fuerzcultural de nuestras universidades y podé
formularos con toda seriedad la pregunta: ¿quintentáis favorecer en ellas? La erudición alemana, la inventiva alemana, el honrado impuso alemán hacia el conocimiento, el celo alemá
capaz de sacrificio, o sea, cosas bellas y espléndidas, por las que las otras naciones os envdiarán, o, mejor, las cosas más bellas y espléndidas del mundo, con tal de que sobre ellas sdesplegara, como una nube oscura, centellean
te, fecundante y bendecidora, ese espíritalemán auténtico. Pero vosotros teméis a esespíritu, y, por esa razón, otra nebulosidadbochornosa y pesada, se ha acumulado poencima de vuestras universidades, y por debaj
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de ellas vuestros jóvenes más nobles respirafatigados y oprimidos, mientras los mejores dtodos perecen.
»En este siglo ha habido un intento trágicamente serio, e instructivo como ninguno, ddispersar esa niebla y abrir una amplia perspetiva hacia la alta nube -que avanza- del espíritalemán. La historia de la universidad no regi
tra ningún otro intento semejante, y quien quira demostrar incisivamente lo que es urgenthacer en ese terreno no podrá encontrar nuncun ejemplo más claro. Se trata del fenómeno d
la antigua y originaria “corporación de estudiantes”.»Con la guerra, el joven había llevado a cas
el premio más digno e inesperado de la luches decir, la libertad de la patria: adornado co
aquella corona, pensó en cosas más nobles. Dregreso a la universidad, sintió, respirando difcultosamente, aquel soplo bochornoso e infectque gravitaba sobre las sedes de la cultura unversitaria. De improviso vio, con ojos desenca
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jados por el terror, la barbarie no alemana, dsimulada artificiosamente bajo cualquier clasde erudición, y de repente advirtió que su
propios compañeros, carentes de guía, estabaabandonados a un desagradable frenesí juveniY se enojó. Se rebeló con la misma actitud dindignación más orgullosa con que en otrtiempo su Friedrich Schiller podía haber recita
do ante los compañeros Los bandidos : así comSchiller había atribuido a su drama la imagede un león y el subtítulo i n ty rannos , así también su discípulo fue, a su vez, aquel león list
para saltar. Y realmente temblaron todos lo“tiranos”. Indudablemente, aquellos jóveneindignados, de mirada despavorida y superfcial, no parecían muy diferentes de los banddos de Schiller: sus discursos causaban un
impresión terrible al oyente miedoso, como en comparación con ellos Esparta y Roma fueran equiparables a conventos de monjas. Eterror provocado por aquellos jóvenes furiosohabía llegado a ser universal verdaderament
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y ni siquiera aquellos bandidos habían provocado en el ambiente de las cortes un terrocomparable a ése. Y, sin embargo, un príncip
alemán había dicho, según Goethe, refiriéndosa éstos: “Si yo fuera Dios, y hubiese previsto laparición de Los bandi dos , no habría creado mundo”.
»¿De dónde procedía la fuerza incomprens
ble de aquel terror? En realidad, aquellos jóvnes indignados eran los más valientes, los mádotados y los más puros de entre sus compañros. Sus gestos y sus trajes se caracterizaban po
una magnánima falta de prejuicios y una noblsencillez de costumbres; los preceptos más nobles los unían mutuamente, impulsándoles una bondad rigurosa y fervorosa: ¿qué se podtemer de ellos? Nunca podrá aclararse hast
qué punto se engañaba, o fingía, la gente o biereconocía la verdad: no obstante, un instintarraigado se expresaba a través de aquel temoy a través de aquella vergonzosa y absurdpersecución. Dicho instinto odiaba tenazmen
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dos cosas en la corporación estudiantil: anttodo, su organización, como primer intento duna institución cultural auténtica, y, en segun
do lugar, el espíritu de dicha institución cultural, es decir, aquel espíritu alemán viril, serimelancólico, duro y audaz, aquel espíritu quse había conservado sano y salvo desde la época de la Reforma, de Lutero, hijo de minero.
»Pensad ahora en el destino de la corporación estudiantil. Efectivamente, yo me pregunto: ¿acaso comprendió la universidad alemanaquel espíritu, en una época en que incluso lo
príncipes alemanes, con su odio, demostrabahaberlo comprendido? ¿Acaso echó los brazoal cuello de sus hijos más nobles, de modo decidido y valiente, con las palabras: “antes dmatar a éstos, tendréis que matarme a mí”? Y
conozco vuestra respuesta, y a partir de eldebéis juzgar si la universidad alemana es uninstitución alemana de cultura.
»En aquella época el estudiante tuvo el presentimiento de la profundidad en que deb
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echar raíces una institución cultural auténticdichas raíces consisten en una renovación inteior y en un estímulo de las fuerzas morales má
puras. Y todo eso deberá contarse perpetuamente, para mayor gloria del estudiante. En locampos de batalla pudo haber aprendido lo quno tenía la más mínima posibilidad de aprender en la esfera de la “libertad académica”, e
decir, que se necesitan grandes guías y qucualquier cultura comienza con la obedienciEn pleno júbilo de la victoria y con el pensamiento dirigido a su patria liberada, ¡se hab
prometido a sí mismo solemnemente segusiendo alemán! Entonces aprendió a comprender a Tácito, entonces entendió el imperativcategórico de Kant, entonces le entusiasmó lírica guerrera de Karl Maria von Weber. La
puertas de la filosofía, del arte e incluso de lantigüedad se abrieron de par en par ante él, con uno de los hechos sangrientos más memorables, con el asesinato de Kotzebue, vengó con profundo instinto y con imprevisión exa
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tada- a su incomparable Schiller, prematuramente consumido por la resistencia del mundobtuso, Schiller, que habría podido ser para é
un guía, un maestro, un organizador, y cuyfalta sentía entonces con un resentimiento taprofundo.
»En efecto, tal fue la suerte de aquellos estudiantes llenos de presagios: no encontraron lo
guías que necesitaban. Poco a poco se volvieroinseguros mutuamente, desunidos, descontentos: torpezas desdichadas revelaron muy pronto que entre ellos faltaba el genio capaz d
eclipsar todo; aquel misterioso hecho sangriento reveló también, junto a una fuerza pavorosla peligrosidad de aquella falta. Estaban siguía, y, por esa razón, se perdieron.
»Así, que os repito, amigos míos: cualquie
clase de cultura se inicia con lo contrario dtodo lo que hoy se elogia como libertad académica, es decir, se inicia con la obediencia, con lsubordinación, con la disciplina, con la sujeción. Y así como los grandes guías necesitan
7/27/2019 Sobre el porvenir de la educación
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quienes deben ser guiados, así también quienedeben ser guiados necesitan a los guías: corespecto a esto, en el orden espiritual domin
una predisposición recíproca, o, mejor, unespecie de armonía preestablecida. Contra esorden eterno, al que las cosas tenderán siemprcon una fuerza de gravedad conforme con naturaleza, obra precisamente esa cultura qu
hoy está sentada en el trono del presente. Éstquiere humillar a los guías, sometiéndoles servidumbre, o bien quiere acabar con elloespía a quienes deben ser guiados, en el mo
mento en que están buscando su guía predestnado, y aturde con medios embriagadores sinstinto de búsqueda. Pero si, a pesar de esquienes están destinados el uno para el otro sencuentran juntos en la lucha, heridos, surg
entonces una sensación de delicia y de profunda conmoción, como si la provocaran los acodes eternos de una lira, una sensación que sólmediante una imagen podría intentar haceroadivinar.
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»¿No habéis tenido nunca ocasión, durantun ensayo musical, de considerar con ciertparticipación la extraña especie de humanida
arrugada y bondadosa que suele componer orquesta alemana? ¡Qué imágenes alternas, poobra de la caprichosa diosa “forma”! ¡Qué narces y qué orejas, qué movimientos desmañadodignos de esqueletos! Imaginad que fuera
sordos, que no hubieseis supuesto lo mámínimo la existencia del sonido y de la músicy que gozarais únicamente, como artistaplásticos, con el espectáculo de las evolucione
orquestales: en tal caso no os cansaríais nuncde mirar -sin que os molestara la acción idealzadora del sonido- ese espectáculo cómico qurecuerda las toscas incisiones medievales emadera, esa parodia inocente del homo sapien
»Imaginad ahora que regrese de nuevvuestro sentido de la música, que vuestros odos se abran y que se presente a guiar la oquesta un respetable director en la función qule compete: en tal caso dejará de existir par
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vosotros el espectáculo cómico de esas figuraciones y escucharéis, pero en ese caso os parecerá que el espíritu del aburrimiento pasa d
ese venerable director a sus compañeros. Sólveréis la desgana y la flojedad, sólo oiréis limprecisión rítmica, la vulgaridad melódica la trivialidad de los sentimientos. La orquestse convertirá para vosotros en una masa indife
rente y aburrida, o incluso desagradable.»Y, por último, introducid en esa masa, co
vuestra desenfrenada fantasía, un genio, uverdadero genio: entonces notaréis al instant
algo increíble. Parecerá como si por una fulmnante transmigración de las almas dicho genihubiera entrado en todos los cuerpos semianmales y como si ya todos ellos miraran a travéde un único ojo demónico. Así, pues, escucha
y mirad: ¡nunca seréis capaces de escuchar batante! Si entonces consideráis nuevamente lorquesta sublimemente tumultuosa o íntimmente lastimera, si en cada uno de sus músculos adivináis una tensión ágil y en cada uno d
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sus gestos una necesidad rítmica, sentiréis entonces también vosotros lo que es una armonpreestablecida entre quien guía y quienes so
guiados, y comprenderéis que en el orden espritual todo tiende a construir semejante organzación. Por otra parte, a partir de mi comparación, interpretad ahora lo que entiendo po