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Tierra de promisión
Reflexiones sobre
la inmigración en América
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Nelson Montes-Bradley
Tierra de promisión
Reflexiones sobre
la inmigración en América
2012
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© 2012, by Nelson Montes-Bradley
ISBN-10: 978-1475161540
ISBN-13: 1475161549
MB Ediciones
1165 Owensville Road
Charlottesville, VA 22901
2nd
Edition
Printed in USA
Información estadística del Pew Hispanic Center. Centro de
estudios para la migración. http://www. pewhispanic.org/
Y de The American –Western European Values Gap, Pew
Research Center, Q61.
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En recuerdo de
mi hermano Horacio, que decidió quedarse
en Trapalanda.
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Contenido
1 Introducción 11
2 Problemas de identidad 31
3 Antecedentes 37
-Reforma y contrarreforma 39
4 Antiimperialismo de café 59
-Los cubanos 75
-Los puertorriqueños 78
-Los haitianos 80
5 Webster’s vs. Larousse 81
6 ¿Hispanos? 95
7 Derechos humanos e inmigración 101
Anexos estadísticos 111
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Introducción
Las tradiciones guardan historias y costum-
bres acrisoladas en un pasado –en ocasiones cer-
cano, remoto en otras– que contribuye a modelar y
definir la personalidad y la conducta social que nos
singulariza.
La lengua materna; la narrativa; las anécdo-
tas; la música y el refranero; el vestido, los gestos y
decires; la escuela, las creencias religiosas; las nor-
mas morales y de conducta, y hasta las comidas
con las que nuestras madres nos alimentaron en la
infancia, constituyen parte fundacional de un patri-
monio cultural que nos identifica, más allá de la vo-
luntad. Cuando digo las creencias religiosas me re-
fiero las creencias ancestrales, animistas por lo ge-
neral, y no a las grandes religiones impuestas desde
afuera, con pretendidos dogmas eternos e inmuta-
bles. El hambre endémico, la miseria, el analfabe-
tismo y la ignorancia no son patrimonio cultural de
pueblo alguno.
La tradición no nos hace mejores ni peores,
sólo distintos, y –a veces– a poco que se profundi-
ce el tema, ni tanto. Constituye una herencia con
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frecuencia lineal, simple y directa que suele enri-
quecerse y hacerse más compleja con los aportes
migratorios, que llegan hasta a alterar el patrón ori-
ginal de la comunidad receptora; el arribo de gente
extraña con costumbres diferentes, que modifican y
se modifican, relacionándose dinámicamente con la
sociedad de la tierra de adopción. Cuando esto no
ocurre y los elementos culturales se perpetúan sin
cambio, la comunidad languidece hasta su ex-
tinción, agotada la capacidad de regenerarse, de-
sangrada por la emigración de sus hijos y absorbi-
da por aquellos polos en expansión. Es muy difícil
establecer hasta donde debemos escarbar para en-
contrar atributos de aquel grupo humano –lejano en
el tiempo– que podríamos atrevernos a señalar co-
mo primigenio de nuestra identidad: pudo cambiar
más allá del reconocimiento, haberse refugiado en
el folklore y la literatura costumbrista, o simplemen-
te haber desaparecido, como tantas culturas y civili-
zaciones que nos precedieron. Sin entrar en pre-
cisiones históricas o antropológicas.
Esta reflexión es válida para todas las so-
ciedades humanas del orbe. Todos somos –gene-
ración más, generación menos– hijos de inmigran-
tes. Lo ratifica el mero hecho de estar aquí y ahora.
La especie viene migrando desde sus más remotos
orígenes y seguirá haciéndolo, en búsqueda de me-
jores pastos o territorios de abundante caza, me-
tafóricamente hablando. Con contratiempos –sin
duda– las movilizaciones humanas nunca erraron
el rumbo de sus desplazamientos y nadie tiene au-
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toridad como para establecer que el proceso se a-
gotará en nuestra instancia cronológica.
A partir de esta premisa, el debate acerca de
la inmigración debe circunscribirse a la regulación
inteligente de un fenómeno inherente a la condi-
ción humana. Las migraciones son incontenibles y
responden a una dialéctica propia que trasciende
las fronteras nacionales (que sólo resultan serlo ad-
ministrativamente hablando).
Dicha regulación inteligente opera con a-
cuerdos internacionales, leyes y disposiciones ajus-
tadas a las circunstancias, pero sobre todo con vi-
sión política y sentido común.
En atención a lo dicho, el ingreso de extran-
jeros al país, sin autorización ni documentación le-
gal pertinente constituye una suerte de ―pecado ori-
ginal‖ que no se redime con la buena conducta del
protagonista, ni con su aporte laboral o disposición
a establecer un hogar y tener hijos que concurran a
establecimientos educativos. Las infracciones a las
leyes no se compensan automáticamente, y la Ley
de Migraciones no prescribe. El manoseo –por lo
general intencionado– de la información sobre el te-
ma, sólo aumenta la confusión y lleva a conclusio-
nes erróneas, oscureciendo el panorama.
* * *
Entre mis ancestros en línea directa, arriba-
dos al Río de la Plata a lo largo de doscientos años,
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montados en sucesivas oleadas migratorias, más
duras y erizadas de mayores dificultades que las de
hoy en día, se cuentan: castellanos de Castilla la
Vieja; gallegos de El Ferrol; gaditanos y andaluces
de las serranías de Ronda (mozárabes) y de Carta-
gena de Levante. Pero también italianos de Vero-
na, sospechados de remoto origen sefaradí (de los
expulsados de España en 1492, que fueron a parar
a Génova primero y más tarde a Ferrara, en Italia).
Sin olvidar a los alemanes de Tipitz, llegados a las
playas del Plata después de la batalla de Ituzaingó
–dos de ellos– antes de que Alemania fuera Ale-
mania; y un tercero, armero de profesión, que ha-
bía emigrado a Inglaterra y fuera allí contratado por
Manuel Moreno para tecnificar la fábrica de armas
de Esteban DeLuca. Sin omitir a los norteamerica-
nos de Massachusetts y Maine (cuyos antepasa-
dos habían llegado, a su vez, desde Inglaterra): ma-
rinos, corsarios, comerciantes y labriegos que com-
batieron por la independencia de su país en dos
guerras, para más tarde, con familia y escasos bie-
nes, adoptar el proyecto de Rivadavia, largándose
a ayudar a fundar una república en el lejano Sur.
Estos aportaron el componente romántico de la es-
tirpe, pero bien se dice que ―no hay buena intención
que quede impune‖.
Más tarde, casé a mi vez con la hija de un
honorable comerciante polaco y una rumana, judíos
ambos, llegados a la provincia de Santa Fe, en Ar-
gentina, en el período comprendido entre las dos
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guerras mundiales, insuflando renovados bríos al
viejo tronco familiar. De historias y anécdotas de
parientes, amigos y vecinos –narradas en primera
persona– he aprendido cuanto se puede conocer y
decir sobre el tema: los desplazamientos, violentos
o pacíficos; el drama del desarraigo; la discrimina-
ción; las penurias económicas; el hambre; las arbi-
trariedades y los atropellos; las injusticias y los mie-
dos; las historias del Hotel de Inmigrantes y las cua-
rentenas.
¿Idioma? Había sólo uno: el que hablan to-
dos…el oficial del país. ¿Protección? ¿Servicios so-
ciales? ¿Vivienda? ¿Educación? Todo estaba por
hacerse. Todo debía ser inventado. Trabajaron du-
ramente y salieron adelante, con gobiernos corrup-
tos, sectarios y amiguistas, policía ―brava‖, caudi-
llos políticos, represión, cárceles, muertes y la per-
manente amenaza de deportación.
Claro está que las deportaciones a que me
refiero no respondían a la condición de su ingreso
al país –por ―ilegales‖ o ―indocumentados‖, que no
lo eran– sino obedeciendo a razones de otra índo-
le: Integrantes de la Federación Obrera de la Cons-
trucción, les aplicaron la temida Ley de Residen-
cia, la ―ley Cané‖ de 19021, utilizada hasta por Pe-
rón en el ´55 –cuando se enojó con la Iglesia–; vio-
latoria de derechos elementales consagrados por la
1 “Ley Cané‖, así llamada por haber sido Miguel Cané (perio-
dista, diplomático, Senador de la Nación, escritor, autor de ―Juvenilia‖) su impulsor desde el Senado, a solicitud de la U-nión Industrial Argentina, que buscaba librarse de sindicalistas perturbadores. Y el Estado acudió en su ayuda.
16
Constitución Nacional y tardíamente anulada por
Frondizi en 1960. ¡Nada menos que cincuenta y o-
cho años de vigencia de una ley infame!; a veces
activa o, si no, jugando como reserva o amenaza
para emergencias ―sociales‖ por los gobiernos que
se sucedieron2.
Este rigor político-administrativo no se em-
plea ahora sobre los millones de bolivianos, para-
guayos, peruanos y chilenos que pueblan las ―vi-
llas de emergencia‖ en los suburbios de los centros
urbanos de Argentina (y a veces no sólo en los su-
burbios), sobrecargan los servicios públicos asis-
tenciales o viven, lisa y llanamente, dependiendo
de subsidios de Estado, ―enganchados‖ al servicio
eléctrico, viviendo en casillas miserables (levanta-
das en terrenos fiscales o de algún propietario inde-
fenso) tal vez no mejores que las que dejaron en
su país, pero con un grifo de agua potable cerca-
no, un dispensario gratuito y una escuela para sus
hijos. Es mejor una mala vida que una peor muerte.
En su gran mayoría indocumentados, desocupa-
dos o realizando las tareas más duras, peligrosas y
menos remuneradas de la escala laboral. Y aún
delincuentes, vinculados al tráfico de estupefacien-
tes o al contrabando de bienes y personas; busca-
dos en sus respectivos países o no; protegidos por
2 En 1920, durante el gobierno de Yrigoyen, se deportaron
7.029 extranjeros radicados en Argentina. El 30 de octubre de 1937, en el ―Principessa Giovana‖ se deportó a Guido Fio-ravanti, José Pierpuccioni, Emilio y Pedro Fabretti y Mario Pi-ni, anarquistas, enviándolos a la Italia fascista, con destino pre-visible.
17
la ineficiencia, la lenidad, cuando no la complicidad
directa de las autoridades, comisarios y jueces de
la Nación, que los utilizan políticamente, olvidando
el compromiso fundacional de brindar seguridad a
los ciudadanos.
Sin embargo, los ―progresistas‖ se rasgan las
vestiduras por el destino de los intrusos en los EE.
UU. Como si corrieran algún riesgo cierto, que no
sea bajo la protección de una legislación y un sis-
tema jurídico del que no gozan en sus países de
origen, asolados por gobiernos demagógicos que
se benefician con sus transferencias de dólares;
incapaces –por otro lado– de proporcionarles tra-
bajo y condiciones elementales, mínimas, de higie-
ne, salud y educación, para llevar una vida digna
en su tierra, tras dos siglos de haberse constituido
como ―naciones‖ independientes.
* * *
Nací, crecí y gradualmente fui ganando con-
ciencia de lo que significaba pertenecer a una fa-
milia, a una sociedad en particular, en Rosario, la
más italiana de las ciudades argentinas. Mis con-
discípulos eran testimonio viviente del cosmopo-
litismo de nuestra comunidad. Los había hijos de
italianos y de españoles, pero también judíos cen-
troeuropeos, armenios, sirios, libaneses, ingleses y
criollos con bastante de indio y negro, y hasta un ja-
ponés. De ahí salieron también mis amigos, para
toda la vida.
18
Soy al fin –digamos– un producto hecho y
derecho (sin que ello entrañe mérito propio alguno)
de esta América aluvional cuyos habitantes vinimos
todos de otra parte. Atención: Antes o después, pe-
ro de otra parte: caminando; escapando a fenóme-
nos geológicos; en balsas de totora impulsadas por
los vientos del Pacífico; desertores de las naos de
los conquistadores; contrabandistas u honestos
mercaderes. Más tarde, pasajeros hacinados en la
tercera (o cuarta o quinta) clase de los buques,
buscando mejor futuro para su semilla; y –más re-
cientemente– en la ―clase turista‖ de gigantescas
aeronaves, que han acortado distancias aunque sin
aportar nada nuevo al impulso primario de emigrar,
con ser sólo un recurso más del desarrollo tecno-
lógico global de la humanidad, que apura el trasla-
do, pero no el arraigo, de la gente.
Todos los recién llegados debieron competir
a brazo partido con quienes (carentes de otro dere-
cho que no fuera el de haber sido actores de ante-
riores y similares epopeyas personales) demanda-
ban privilegio, por estar allí desde antes, para ganar
un espacio propio y el derecho de permanencia en
la nueva tierra pacíficamente conquistada, despre-
ciando al recién llegado, discriminando al ―diferen-
te‖. Analizando la historia de las sociedades huma-
nas veremos que, cuanto más primitivo sea el gru-
po en estudio, mayor será la desconfianza y la hos-
tilidad manifiesta de éste hacia los forasteros, lle-
gando a culparlos de los males e infortunios (pla-
gas, pestes o disfavor de los dioses) que pudiera
19
soportar circunstancialmente la tribu, llegando has-
ta el sacrificio propiciatorio del distraído visitante y
aún al canibalismo.
Estas acciones, por injustas y crueles que
parezcan, son comprensibles en un contexto cul-
tural dado, y son de carácter individual por multitu-
dinarias que fueran en los hechos. Por el contrario,
la atención cordial y solícita del extranjero, más aún
cuando se encuentra en apuros o en condiciones
de necesidad extrema, señala un elevado nivel in-
telectual y cultural de los protagonistas. El proble-
ma reviste características diferentes cuando la dis-
criminación es administrada y dirigida por las auto-
ridades del Estado, con sentido racial, religioso o
económico. Si la segregación por raza, color de piel
o rasgos fisonómicos naturales es cruel e injusta, la
discriminación por motivos religiosos es estúpida,
porque el pensamiento religioso corresponde al
campo de las ideas (que son materia opinable), y la
discriminación ideológica constituye tal vez la forma
más torpe e irracional del género. Solamente el
miedo acuña diferencias.
La historia de las migraciones compone un
capítulo importante de la más amplia historia de la
humanidad y ésta podría resumirse en aquella. Sin
tener a menos la natural curiosidad de la especie,
que siempre quiso y quiere saber qué hay más allá
del horizonte (y tratar de sobrevivir en la adversi-
dad), las cuestiones económicas más primitivas
constituyen el principal motor de los desplazamien-
20
tos humanos. Desde procurarse alimento y abrigo
de las inclemencias naturales, hasta la libertad de
desarrollar una actividad comercial, artesanal o in-
telectual lícita.
Pero no son éstas las únicas causas a con-
siderar: La intolerancia, las persecuciones raciales,
políticas y religiosas; la codicia y la rapiña; compo-
nen otra categoría de inmigrantes, que suele ser
–según se vea– tanto o más importante que las an-
teriores. Corresponden a un carácter que me atrevo
a englobar como ―las tribulaciones del espíritu‖, ori-
gen de demandas tan perentorias y dolorosas co-
mo las del estómago, satisfechas que fueran éstas.
* * *
Precisamente en esta última categoría de los
impulsos sociales centrífugos radica la menos a-
nalizada razón de las diferencias malévolamente
señaladas como ―culturales‖ entre las sociedades
de Europa y Estados Unidos.
Los anti-norteamericanos, que no son todo
lo ―antiimperialistas‖, ―anticapitalistas‖ ni ―antilibera-
les‖ que dicen ser, son sólo y simplemente antinor-
teamericanos, viscerales. Coinciden en ello las co-
rrientes fascistas; la iglesia católica; las ―organiza-
ciones no gubernamentales‖ (ONG) de muy diversa
índole, ignoto origen, y propósitos difusos; y los gru-
púsculos de la izquierda bastarda, punto donde con-
vergen el corporativismo y el ―Estado de Bienestar‖
21
bismarckeano, que culminan en una abstracción
ante la imposibilidad de sostener sus tesis sobre la
superioridad de la cultura europea en relación con
la de EE.UU.
Hoy por hoy no se puede ya negar el aporte
de ésta nación a la civilización universal –en el sen-
tido más amplio– en todas las expresiones del Arte,
las Ciencias y las tecnologías aplicadas, su asom-
broso desarrollo científico y su influencia determi-
nante en la vida cotidiana de terceros países, des-
de la pasta dental y el papel higiénico hasta la cu-
riosa sonda marciana, aún de aquellos que se su-
ponen enconados adversarios, política o económi-
camente.
Pero debemos convenir en que sí, existe u-
na diferencia, nada sutil aunque difícil de advertir
por aquello de que ―en la oscuridad todos los gatos
son pardos‖ 3 y más aún de evaluar, sin mediar un
análisis más profundo y detenido que el derivado
de la simple observación de la ventajosa (estadísti-
camente hablando) posición de Norteamérica frente
al Viejo Continente. Los valores en que el pueblo
norteamericano se apoya, difieren sustancialmente
de aquéllos cultivados preferentemente por los eu-
ropeos.
Sin duda, la mayoría de los americanos son
individualistas a porfía y poco inclinados a aceptar
la intervención del Estado como garante o regula-
3 Me refiero en este caso a las tinieblas de la mente.
22
dor de actividades privadas, que no sean aquellas
que puntualmente le asigna la Constitución y la De-
claración de Derechos (Bill of Rights) de 1789, con
sus enmiendas posteriores, ratificado en 1791.
Tal vez consecuencia del proceso de globa-
lización en marcha (producto del formidable impac-
to de los medios de comunicación satelitales en la
vida cortidiana; del incremento del turismo interna-
cional y del intercambio científico y cultural) cada
vez son menos los estadounidenses que estiman
el desarrollo de su país –en materia cultural– como
inferior al de los países europeos4. En cuanto a los
beneficios derivados del promocionado estado de
bienestar, éstos cuentan con la aprobación de sólo
un 35% de la población, en tanto el 58% de ella es
partidaria de la libertad de los individuos para al-
canzar sus objetivos vitales como resultado de su
propio esfuerzo y capacidades. En los países de
UE estas cifras oscilan: entre el 55 y el 38% –res-
pectivamente– para Gran Bretaña, y el 67% y 30%
para España, valores –en este último caso– que
tienen su explicación en la ―pedagogía social‖ de
los largos años de la dictadura del nacional-sindi-
calismo franquista.
Con todo, en la cuestión religiosa se plantea
una contradicción: Para el 50% de los norteameri-
canos la religión (cualquiera sea) es muy importan-
4 Actualmente menos del 50% de la población considera que
si bien su sociedad no es perfecta, su cultura supera a las demás (46% disiente)
23
te en sus vidas. Se me ocurre que esta firmeza de
convicción ciudadana deriva del espíritu de confron-
tación de la Reforma. Estos valores decrecen ver-
tiginosamente en el Viejo Continente: en España es
22%; en Alemania un 21%; para la Gran Bretaña el
17%, y Francia registra tan sólo un 13%. Cabe se-
ñalar que en Europa los cultos religiosos se con-
centran en dos o tres iglesias mayoritarias, en tanto
en EE.UU. la dispersión es notablemente mayor,
con más de veinte cultos importantes en número
de fieles y proyección sobre la sociedad.
A diferencia de la mayoría de los norteame-
ricanos, que lo aborrecen, los europeos –en térmi-
nos generales– profesan una adoración casi mís-
tica por el Estado. Es algo inherente al origen y la
configuración de las naciones del Viejo Mundo.
Desde tiempos bíblicos y aún antes, durante mile-
nios, jefes, caciques, príncipes, señores feudales,
reyes, monarcas absolutos (y no tan absolutos),
emperadores, sátrapas y tiranos, pero también líde-
res revolucionarios civiles, funcionarios encarama-
dos en la burocracia, dictadores de toda laya (por lo
común entroncados con la clase político-militar) le-
vantando engañosas banderas de justicia social y
prometiendo el paraíso en la Tierra, crearon y sos-
tienen una entelequia denominada ―Nación‖ o ―Es-
tado‖: Paternalista, omnipotente, previsor, protector
de pobres y entenados; representante de sí mismo
y árbitro sabio y justiciero en los enfrentamientos
corporativos de la comunidad organizada. Reserva
24
para sus actores –verdaderos sumos sacerdotes
del culto– el goce de honores, pompa y lujos nada
republicanos por cierto. Herencia o resabio de mo-
narquías ultramontanas y del clero: ―Su Excelen-
cia‖, ―Su Señoría‖,‖Eminencia Reverendísima‖, ―Ex-
celentísimo Señor‖, ―Honorable Magistrado‖, etc.
Así como son acreedores a estos títulos
grandilocuentes y escandalosos, los jerarcas lo son
también a reverencias, genuflexiones y veneración
pública indiscutida; y por supuesto, a disponer de
hacienda y bienes públicos como propios. Confor-
ma el estado totalitario por antonomasia. El Estado
es una entelequia, es el ―pueblo‖ en su conjunto
–las masas– y sólo éstas dan sentido a su exis-
tencia. Es la dictadura de la mayoría. Una vez más
el bien y el mal, la aristotélica oposición de los con-
trarios5. La lealtad o la traición.
Los slogans partidarios, voceados por mul-
titudes arreadas a sus fastos rituales en señalados
días feriados o en circunstancias previsibles, reite-
rados hasta el éxtasis colectivo, operan como sal-
modias del culto de los máximos jefes políticos, de
exaltada irracionalidad. Sus líderes, pasan a cons-
tituir la encarnación o imagen viviente de lo más sa-
grado de la sociedad: la ―Patria‖ eterna. Entidad so-
brenatural, etérea y difusa –aunque de precisos e
inviolables límites territoriales y símbolos intangi-
5 ―Si el pueblo es peronista, estar contra Perón es estar con la
anti-Patria, compañeros‖, rezaba uno de los slogans favoritos de Eva Perón.
25
bles– que expresa y da sentido al ―ser nacional‖, al
que se adhiere por el mero acto involuntario de na-
cer en su suelo, de ser hijos de nacidos en él (ius
soli), o mediante la aceptación de un reglamento
ad-hoc (si se trata de un extranjero que pretende
sumarse), previas pruebas de honestidad, voca-
ción, y juramento de fidelidad, trámite éste insos-
layable.
Con el apoyo y estímulo entusiasta del verti-
calismo papal, la devoción por el Estado se ha con-
figurado como el pensamiento ―nacional y popular‖
vinculado a las virtudes del altruismo y el servicio
heroico del mismo y sus encarnaciones locales. No
habría mayor honor que el de servir al mandón de
turno, que personifica los principios sagrados de la
nacionalidad: el ―Caudillo‖ o ―Líder‖ carismático.
Es claro que el desarrollo del concepto y la
aceptación de la existencia etérea de un único ―Se-
ñor‖ en los cielos (creación sustantiva de las reli-
giones monoteístas y primerísimo artículo de sus
reglamentos) sería inviable sin haber incorporado y
asumido previamente la noción de un homólogo te-
rrenal, con similares aunque –sin duda– más limi-
tados poderes y atributos, legalizados y refrenda-
dos por el Todopoderoso celestial en el acto de su
coronación a manos de una autoridad religiosa, con
periódicas reafirmaciones, mediante invocaciones y
fórmulas rituales esotéricas de ocasión.
Con el transcurso de los siglos y las adapta-
ciones evolutivas impuestas por circunstancias
26
cambiantes, estos atributos de poder han sido cues-
tionados y limados. Pocos creen, hoy por hoy, en la
intervención de la voluntad divina para ungir un rey
(o un ―presidente democrático‖), aunque es eviden-
te en la sustitución de la pomposa ceremonia de
coronación del monarca por una más simple misa
de acción de gracias (Te Deum) del presidente e-
lecto y su estado mayor, celebrada en la Iglesia Ca-
tedral (en la mañana siguiente a su asunción al car-
go y antes que ningún acto de gobierno), con la a-
sistencia de las máximas autoridades y que viene a
ratificar y bendecir la acertada designación de és-
tas y –a su vez– resaltar su sumisión a la iglesia.
Sin embargo el europeo común, de a pie, es
un fiel y honorable siervo de tal orden de ideas. Se
trate de ciudadanos de monarquías constituciona-
les o de gobiernos socialdemócratas, el socialismo
y el progresismo han calado muy hondo. Claro está
que no todos en Europa piensan del mismo modo.
Los que no, son también candidatos a emigrar, más
temprano que tarde, aun si sus necesidades ali-
mentarias estuvieran satisfechas, tropezando ahora
con el impedimento de las ―cuotas‖ de inmigración
del Acta de 1964.
Algo similar sucede con sectores de la riquí-
sima burguesía latifundista (y más recientemente,
en cierto grado, industrial también) centro, sudame-
ricana y caribeña; terrateniente, heredera de los an-
tiguos hidalgos españoles, corrupta hasta el tuéta-
no, prebendaría, rapaz y codiciosa, cuyos intelec-
27
tuales, liados con la cultura europea y la curia cató-
lica, recibieron –infiltrado– el culto y la adoración
del Estado omnipotente y su infinita sabiduría, be-
nefactor, que premia y castiga a sus habitantes co-
mo a niños malcriados, disfrutando de su posición a
la derecha del César todopoderoso.
Viene al caso la admonición atribuida al Ge-
neralísimo Francisco Franco, Caudillo de España
―por la Gracia de Dios‖:
—―¡Ay españoles, españolitos…Sois como niños!‖
refiriéndose a la necesitad de aplicarles severos co-
rrectivos que iban desde la mazmorra y la tortura
hasta el garrote vil o el fusilamiento sumario. Ni u-
nos ni otros entienden la importancia del individuo,
ni sus derechos fundamentales. Esteban Echeve-
rría, lúcido, anticipaba:
— ―Hemos logrado la Independencia, pero no la emancipación…‖
* * *
Los pioneros arribados a Massachusetts, co-
lonos, agricultores y artesanos (y no Caballeros de
la Cruz y de la Espada), puritanos, conducidos por
quienes representaban en Europa lo más brillante
de su intelectualidad, influidos por las ideas de Ba-
con y John Locke, habían abandonado el Viejo Con-
tinente para fundar una Inglaterra Nueva; no sólo
impulsados por persecuciones religiosas, como se
machaca insistentemente, sino hasta donde éstas
tenían que ver con cuestiones políticas: estaban
28
desconformes con lo que percibían como corrup-
ción de la iglesia de Inglaterra y la tiranía de la Co-
rona.
Sentaron las bases de una sociedad de hom-
bres libres, sin invocaciones al altísimo ni en repre-
sentación de monarca alguno; sociedad que parte
del respeto a la persona y sus derechos y la irres-
tricta igualdad ante la Ley, y se apoya en el recono-
cimiento de las libertades individuales. Fieles a
estos principios, un siglo y medio más tarde los ―Pa-
dres Fundadores‖ instituyeron un orden político ori-
ginal, provisto de los mecanismos jurídicos y admi-
nistrativos para la organización, desarrollo y fun-
cionamiento de los trece Estados Unidos de Norte-
américa primigenios, la primera República moder-
na y única revolución destinada a durar hasta nues-
tros días. Hombres de profunda fe religiosa, levan-
taron –sin embargo– un muro de separación infran-
queable entre la iglesia y el Estado.
Es natural consecuencia entonces que el
europeo, de donde quiera fuera, devoto de la Revo-
lución Francesa y fascinado por las propuestas de
Rousseau, no comprenda la importancia de las i-
deas de la Revolución Americana, una verdadera
epifanía laica. Con táctica curialesca se mezclan y
confunden deliberadamente conceptos básicos:
Como individualismo o materialismo con egoísmo;
o el liberalismo de las ideas con el liberalismo mo-
ral, derivando la cuestión fundamental –política y
filosófica– al campo de la ética (más al gusto de los
29
jesuítas y sus discípulos), aún cuando no hay en el
mundo sociedad solidaria como la norteamericana,
donde la Cultura, el Arte en sus múltiples expresio-
nes, la asistencia y la educación se apoyan en la
generosidad y el mecenazgo de personas comunes
instituciones u organismos privados, y no en la dis-
cutible benevolencia e idoneidad del Estado. Más
allá de las becas personales de estudio, de espe-
cialización o investigación, con contadas excepcio-
nes las universidades; colegios; bibliotecas; mu-
seos; teatros; salas de concierto; orquestas sinfó-
nicas y ballets (sus actuaciones y giras nacionales
e internacionales o la contratación de figuras ex-
tranjeras); como también el sostenimiento de hos-
pitales, clínicas, escuelas de medicina y centros de
investígación científica de todas las disciplinas, son
sostenidas por donaciones de personas, fundacio-
nes establecidas por éstas o empresas comerciales
de la más diversa índole. Desde el aporte de dinero
o propiedades hasta la contribución con horas de
trabajo voluntario de quienes no tienen otra cosa
que ofrecer. Dentro del sistema, claro está, y de la
Ley.
Este, en definitiva, sería el campo de con-
frontación entre la mentalidad del ciudadano nor-
teamericano común y corriente, y la importada por
los inmigrantes iberoamericanos (y algunos euro-
peos también), que se sintetiza en la cuestión po-
lítico-religiosa.
30
31
Problemas de identidad
Otra reflexión me mueve a analizar un he-
cho singular: en los Estados Unidos el vocablo ―la-
tino‖ se reserva con exclusividad para identificar a
los sudamericanos, mexicanos, puertorriqueños y
dominicanos de habla castellana, y no así a un ita-
liano, aun cuando… ¿Habría acaso en el mundo al-
guien más latino que un romano…?
No obstante, no es así. Para los norteame-
ricanos los italianos no son ―latinos‖, es decir, no se
les considera como tales en el habla corriente. Un
maya guatemalteco, o un hijo de argentinos des-
cendiente de alemanes, serán latinos en el lengua-
je popular y en los medios de comunicación audio-
visuales. Y no ya en el vocabulario de gente de ori-
gen o ancestros europeos (residentes o ciudadanos
antiguos ignorantes del tema), como en el de los
propios sudamericanos, mexicanos y caribeños,
que se autodefinen como integrantes del subgrupo.
En lo personal, debo decir que nunca tuve o-
portunidad de conocer a ―latinoamericano‖ alguno,
y sí a miles (por parte baja) de argentinos, chilenos,
32
uruguayos, peruanos, ecuatorianos, mexicanos, co-
lombianos, cubanos, venezolanos, etc., quienes,
cultivan y preservan libremente los atributos nacio-
nales que los identifican: la lengua materna; tradi-
ciones familiares; sus fiestas colectivas; artesanías;
trajes; comidas típicas y las banderas nacionales
de sus respectivos países, que enarbolan y agitan
en cuanta oportunidad se les brinda. Pero ¿lati-
nos…? No. Jamás. Porque ninguno de ellos pro-
viene del Lacio –como he señalado–, ni de ningu-
na otra región de la península itálica.
La denominación no abarca solamente a los
sudamericanos propiamente dichos, sino también a
mexicanos, cubanos y puertorriqueños, que no lo
son; y últimamente a los haitianos. Los mexicanos,
técnicamente, son tan americanos del Norte como
los estadounidenses o los canadienses, a punto de
compartir con ambos países la membrecía del NA-
FTA y de beneficiarse con ello. Sin embargo a na-
die en su sano juicio se le ocurriría llamar a un me-
xicano ―norteamericano‖ en aras de la precisión
geopolítica. Y el disparate culmina con el galimatías
que encierra la categoría de ―judíos latinoamerica-
nos‖, como si algo así fuera posible. Podrán ser
sudamericanos judíos, argentinos judíos o brasile-
ños judíos (en orden de englobarlos de algún mo-
do), pero… ¿católicos? De ningún modo, es un ab-
surdo.
―Americano‖ o ―norteamericano‖, son los a-
pelativos regulares de un ciudadano de los Estados
33
Unidos, por nacimiento o naturalización. En todo
caso con los usuales prefijos racistas y discrimina-
torios de ―ítalo-americano‖, ―afro-americano‖, ―ger-
mano-americano‖ o lo que corresponda para cada
comunidad. Pero el ―latino-americano‖ es otra cosa:
no es un norteamericano de origen ―latino‖ como
los casos mencionados, por la simple razón de que
no existe tal calidad. Es… ¡vaya usted a saber qué!
* * *
―Latinoamericanos‖; ―lo latino‖; ―somos lati-
nos‖; ―la Raza‖; ―Latinoamérica‖; no son sino mule-
tillas racistas, totalizadoras y auto discriminantes
que nivelan ―por abajo‖ (capite deminutio). Un mé-
dico uruguayo o chileno, hijo de italianos (o de po-
lacos o de sirios), destacado profesional en un hos-
pital de Filadelfia; un ingeniero peruano funcionario
municipal en Chicago o un campesino nicaragüen-
se que cosecha tomates en el Sur de la Florida; un
oficinista de Los Ángeles, de rasgos indígenas, piel
oscura, cabello negro tieso y bigote ralo, o un oficial
de policía de Nueva York hijo de puertorriqueños,
alto, rubio y de ojos claros (como sus ancestros ga-
llegos) de tercera generación en los Estados Uni-
dos, todos son nivelados con el rasero de ―latino‖,
con frecuencia por mera portación de apellido.
Los mismos que utilizan el ―gringo‖, ―tano‖,
―gachupín‖, ―gallego‖, ―bolita‖, ―yanqui‖, ―franchute‖
―turco‖ o ―ruso‖ para caracterizar peyorativamente
a los inmigrantes en sus respectivos países, acep-
34
tan encantados, al punto de hacerlo propio, y uti-
lizan graciosamente el mote de ―latino‖. Se ufanan
de ello y lo promueven de cuanta forma les es po-
sible.
Destacados intelectuales y funcionarios sud
y centro americanos, mexicanos y caribeños, inclu-
yendo a no pocos enrolados en la izquierda clásica
(muchos de ellos ateos o agnósticos que gozan de
becas y residencias universitarias en Estados Uni-
dos y otros que no, pero que quisieran) insisten con
entusiasmo en el uso del vocablo ―Latinoamérica‖ y
sus derivados, para referirse a actividades vincula-
das con diversas ramas de una actividad científica,
cultural o empresaria y sus respectivos actores.
Así, el decir: ―pintura latinoamericana‖ o ―poesía la-
tinoamericana‖, como ―escritor latinoamericano‖, o
―música latinoamericana‖ esconde un prejuicio ra-
cista y discriminatorio, en la innecesaria mención
de un equívoco origen nacional, que sectoriza el a-
nálisis e introduce –por añadidura– un nuevo error,
derivado de la traducción automática del idioma in-
glés: En español castellano (no en ―hispano‖, por
cierto) el sustantivo precede al adjetivo y éste, a su
vez, lo califica (se dirá: ―el mar azul‖ y no ―el azul
mar‖). Del mismo modo, debiera decirse: América
Latina y no ―Latinoamérica‖; como ―americolatinos‖
y no ―latinoamericanos‖ serán sus habitantes.
¿No dicen acaso, los autodenominados his-
panos o latinoamericanos, al referirse a la nomen-
clatura urbana: ―42 Calle‖ por Calle 42 ó ―75 Aveni-
35
da‖ por Avenida 75, traduciendo las denominacio-
nes catastrales de las calles de Miami al castella-
no, sin modificar la sintaxis inglesa? ¿No dicen ―trá-
fico‖ (del inglés ―trafic‖) en lugar del castizo ―transi-
to‖, referido al desplazamiento de personas o ve-
hículos? En español, como en inglés, ―tráfico‖ se re-
serva exclusivamente para el movimiento de mer-
cancías.
Resulta que el castellano lo olvidaron y el
inglés no lo aprendieron nunca.
36
37
Antecedentes
Me pregunto entonces: ¿Cuál es el origen
de la etiqueta, aplicada con entusiasmo radiofónico
y televisivo rayano en el frenesí por ambas partes,
rotuladores y rotulados?¿Qué tienen en común
esas personas para ser así agrupadas y clasifica-
das? Pues, simplemente, el proceder de la porción
católica de América (de ahí la inclusión de México,
Puerto Rico y Cuba en el paquete, pese a su ubi-
cación); de la porción del continente heredera de
España y Portugal con la Iglesia de Roma incluida.
Históricamente, ―latino‖ –refiriéndose a los
habitantes de la América Austral– quiere decir, sim-
ple y llanamente, ―católico apostólico romano‖. La
denominación es de carácter religioso y no geopo-
lítico, lingüístico ni antropológico. No se refiere a la
difusión del idioma español en sus territorios, ni a
ninguna cultura en particular de las muchas que ha-
bitan en el subcontinente, aunque a algunos se les
llene la boca hablando de ―La Raza‖. En la casi to-
talidad de los países del área, la católica es religión
oficial del Estado, y el clero cobra sueldos y sub-
venciones de éste; sus bienes y emprendimientos
están exentos de impuestos, aunque la Iglesia sea
38
un poderoso propietario (sobre todo urbano) y sus
inversiones sean meramente especulativas, hasta
llegar a constituir un formidable poder político en la
administración de los gobiernos con que operan. A
punto que el Vaticano tiene una agencia de Bolsa y
un Banco en sus dependencias. Debemos recor-
dar el escándalo del banco Ambrosiano, del Insti-
tuto de Obras Sociales Religiosas y del obispo Mar-
cinkus, reiterado recientemente en affaires que en-
rolan a personajes de la más alta jerarquía en la ca-
sa de San Pedro, y hasta al mismísimo Benedictus
XVI, quien honra cabalmente la memoria de sus
antecesores.
La difundida calificación de Francia, España,
Portugal e Italia como países ―latinos‖ nada tiene
que ver con la mentada raíz compartida de la len-
gua latina6, ni con los vastos dominios del antiguo
Imperio Romano, sino con la condición oficial de la
Iglesia Católica o su supremacía en los países in-
volucrados en la denominación.
Como toda regla conlleva su excepción, los
filipinos, quienes también fueron súbditos colonia-
les de España desde 1543 hasta el Tratado de Pa-
rís (que puso término a la guerra entre España y
Estados Unidos de 1898), portadores de nombres y
apellidos muy hispánicos (aquí sí corresponde el
uso del vocablo) y cuya lengua todavía se habla fa-
6 Britania y Romania participan de ella también, en mayor o
menor grado, y no se les considera países latinos.
39
miliarmente, pese a un siglo largo de influencia nor-
teamericana, paradójicamente, no son ―latinos‖ en
USA, como sí lo son los puertorriqueños o los cu-
banos, con historias nacionales paralelas. Se dirá
que la población natural del archipiélago filipino ha-
blaba y aún habla mayoritariamente tagalo, pero
también los peruanos y los bolivianos de hoy se ex-
presan regularmente (y en vastos sectores de la
población, con exclusividad) en quechua o aymara.
Los paraguayos se relacionan cotidianamente en
guaraní, y en México casi tres millones de habitan-
tes hablan sólo náhuatl. Pero eso no les permitirá e-
vadir el mote de ―hispanos‖ o ―latinos‖.
Reforma y Contrarreforma
El gran cisma de 1054 dividió a la Iglesia en
dos grandes campos: la Iglesia de Oriente u Orto-
doxa y la Iglesia Católica Apostólica encabezada
por el Obispo de Roma, o iglesia latina. Desde en-
tonces, ―latinos‖ serían aquellos que siguieran dis-
ciplinadamente el dogma y la liturgia de esta última,
que incluía el uso del latín como idioma de culto
hasta hace muy poco tiempo (y todavía algunos
―conservadores‖ reclaman su reimplantación). La
posterior Reforma Luterana (iniciada en 1521) se
verificó en el seno de la Iglesia Católica misma, y
señaló a sus adversarios en el dogma, a los católi-
cos, como a ―aquellos que siguen al anticristo de
Roma, los que rezan en latín‖: en suma, los ―lati-
nos‖, identificándolos peyorativamente con esa eti-
queta.
40
La respuesta del papado a Lutero y sus se-
guidores fue reforzar la intransigencia, con la cola-
boración de los jesuitas, y culminó en 1545 con el
Concilio de Trento, gatillando el movimiento de la
―Contrarreforma‖, sintetizado en una serie de reso-
luciones adoptadas al efecto: La obediencia ciega
al Pontífice y su infalibilidad; el fortalecimiento del
celibato –para terminar con el derecho de herencia
en el clero, que había llegado a niveles de escán-
dalo–; preservar la vigencia de la rentable e inmoral
venta de indulgencias; la organización militar de los
cuadros jesuitas (―el Ejército de Dios‖, ―la Compa-
ñía de Jesús‖) y otras lindezas por el estilo: La má-
gica ―transubstanciación‖ 7; el culto de María y de
los santos; la veneración de sus reliquias e imáge-
nes y la confesión auricular. Se incluyen en el Índex
los evangelios llamados ―apócrifos‖8 (censura lite-
raria); se establece asimismo que la tradición es
fuente de revelación y se fortalece la Inquisición
(que no era ninguna santa) para controlarlo todo.
Se instituyó el Tribunal del Santo Oficio para juzgar
y sentenciar a los acusados de herejía dentro del
dogma (cátaros, albigenses, templarios y apósta-
tas); a los que quedaban con vida –claro está– por-
7 En la Misa, la transformación (por intervención divina) del vi-
no y el pan, en la sangre (que sólo bebe el oficiante) y la carne del celebrado (la ostia), en un acto de canibalismo ritual susti-tutivo. 8 No incluidos entre los evangelios canónicos por los editores del Nuevo Testamento: Entre ellos los testimonios (evange-lios) de Tomás, María Magdalena y Judas.
41
que la Inquisición en Francia venía masacrando
cátaros, albigenses, templarios y otros ―herejes‖
desde comienzos del s.XIII. De los centenares de
miles de sacrificados por Domingo de Guzmán, im-
pulsor de la orden domínica (quién solía presenciar
los ―autos de fe‖), no se acuerda nadie9.
Lo de los judíos vino más tarde, por exten-
sión, porque estos –en realidad– no constituían he-
rejía (no estaban dentro del dogma) sino competen-
cia; pero este último empeño es el que ganó mayor
difusión con la Inquisición Española (1478).
—¿Para qué marchar hasta Jerusalén y afrontar
peligros, miserias y penurias combatiendo herejes,
cuando hay judíos entre nosotros?– Fue la gran o-
currencia de los inquisidores:
—"Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los
campos más difíciles o de primera línea, ha habido
o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías
y en las trincheras sociales, entre las exigencias del
hombre y el mensaje cristiano allí han estado y es-
tán los jesuitas." 10
9 Durante la Cruzada Albigense, a las puertas de Bézieres,en
1209, Simón de Montfort, al comando de las tropas, consulta con Arnaldus Amalricus, (abad de Cîteaux y futuro Obispo de Narbona):–―¿Y a los que no son herejes, debo también matar-los?‖ La respuesta (en latín por cierto), fue: –―Mata a todo ser viviente. Dios después tomará a los suyos‖. Con semejante mandato, no quedó perro ni gato vivo en la ciudad. 10
Pablo VI, 1975. Cambió el nombre de la Inquisición por el de ―Santa Congregación para la Doctrina de la Fe‖.
42
Volviendo a nuestro tema: En cuanto a las
consecuencias de la aplicación del Index o censura
literaria, Mario Vargas Llosa señaló con precisión
las consecuencias perversas de ésta en la evolu-
ción del pensamiento occidental y –en particular de
la América del Sur:
―La Inquisición lo vio clarísimo: los libros deben ser
examinados y purgados por censores estrictos para
asegurar que sus contenidos se ajusten a la orto-
doxia y no se deslicen en ellos apostasías y des-
viaciones de la doctrina verdadera. Dejarlos pros-
perar sin esa camisa de fuerza de la censura previa
sería poblar el mundo de heterodoxias, teorías sub-
versivas, tentaciones peligrosas y desafíos múltiples
a las verdades canónicas11.
Esta mentalidad llevó a decidir que todo un género
literario –la novela– fuera prohibida durante los tres
siglos que duró la colonia en todas las posesiones
españolas de América. Durante trescientos años no
se pudo editar ni importar ficciones en las colonias
americanas. El contrabando se encargó de que mu-
chas novelas circularan en nuestras tierras, feliz-
mente. Pero una de las perversas –o tal vez felices–
consecuencias de esta prohibición fue que, en
América Latina, como la ficción fue reprimida en el
género que la expresaba mejor –las novelas–, y
como los seres humanos no podemos vivir sin fic-
ciones, éstas se la arreglaron para contaminarlo
11
En entrevista televisiva el cardenal Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI expresó que, en su momento, la Inquisición, fue un ―progreso‖. No es de extrañar: Ratzinger fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe antes de ascen-der al papado.
43
todo, la religión, desde luego, pero también las ins-
tituciones laicas, el derecho, la ciencia, la filosofía y,
por supuesto, la política, con el previsible resultado
de que, todavía en nuestros días, los latinoameri-
canos tengamos grandes dificultades para discernir
entre lo que es ficción y realidad. Eso ha sido muy
beneficioso en los dominios del arte y la literatura,
pero bastante catastrófico en otros, en los que sin
una buena dosis de pragmatismo y de realismo
– saber diferenciar el suelo firme de las nubes– un
país puede estancarse o irse a pique― 12
Los detalles no tienen importancia, aunque
haya habido consecuencias políticas, como que las
tropas de Loyola terminaran expulsadas de las tie-
rras del Rey de España, por socio desleal y por
pretender construir un Estado dentro del Estado,
competencia que al Monarca absoluto no le hacía
muy feliz que digamos, por más católico que fuera
el propósito de los frailes. La medida fue inspirada,
pero ineficaz.
La independencia de las antiguas colonias
dejó a los nuevos países desnudos, expoliados, po-
bres, sin instituciones, sin fronteras seguras, ame-
nazados desde adentro y asediados desde afuera
por los ejércitos reales que no se resignaban a par-
tir y los de otras naciones europeas que, hábilmen-
te, pretendían sustituirlos. En manos de patriotas
inspirados, pero inexpertos en asuntos de la con-
12
Su discurso en la Feria del Libro de Buenos Aires, Argenti-na, abril de 2011, que se le impidió inaugurar.
44
ducción del Estado y con la quinta columna vis-
tiendo hábitos, enquistada en el seno de la socie-
dad colonial. Anticipándose a los cambios que se
avecinaban, la Iglesia hacía la ―vista gorda‖ con las
filtraciones del pensamiento de Rousseau, pero no
así con las ideas de John Locke o Roger Williams,
Thomas Paine o Benjamin Franklin. Sabían bien
dónde les apretaba el zapato.
Tampoco los líderes revolucionarios indepen-
dentistas más audaces (incluyendo a algunos que
acabaron asesinados o en el exilio), vieron con cla-
ridad que la ruptura política con España debía a-
compañarse con estrictos límites a la influencia de
la Iglesia en la administración del Estado. Camino
éste –por otra parte– arduo de recorrer cuando era
vital la movilización de un pueblo idólatra e igno-
rante, adoctrinado durante siglos por el clero13, al-
guno de cuyos integrantes militaban entre los par-
tidarios de una Junta de Gobierno propia que pro-
tegiera los intereses del felón de Fernando VII en
tiempos tormentosos. España, luchando por su pro-
pia independencia y su Constitución liberal, trai-
cionada desde adentro, no estaba en condiciones
de sostener el dominio político, mercantil y militar
sobre sus colonias; pero la Iglesia no renunciaría,
13
Correspondencia de J. de San Martín y Manuel Belgrano. Biblioteca Mitre, Buenos Aires, Argentina. En los monopólicos establecimientos de primera enseñanza, administrados por el clero, no podían concurrir las mujeres ni los pobres y el anal-fabetismo rondaba el 90% de la población del país.
45
así como así, a intervenir activamente en esta nue-
va etapa, y asumía posiciones estratégicas.
Ejemplo actualizado de la agilidad política
del Vaticano, se da hoy en la visita del Papa Bene-
dicto XVI a Cuba: Frente al evidente deterioro de la
agonizante ―revolución marxista-leninista‖, presio-
na, obtiene renovadas prebendas, reúne y arenga
a sus tropas, y se prepara para el cambio cercano.
En la España de la Reconquista y de las
Partidas14 al enemigo de la religión católica se le
consideraba, a la vez, enemigo del Estado, y en la
primer Constitución ―liberal‖ de la Provincias Unidas
del Río de la Plata, de 1819 se lee:
―La Religión Católica, Apostólica, Romana es la Re-
ligión del Estado. El Gobierno le debe la más eficaz
y poderosa protección, y los habitantes del territorio
todo respeto, cualesquiera fueran sus opiniones pri-
vadas‖.15
Curándose en salud la Primera Junta de Go-
bierno –electa el 25 de Mayo de 1810– al día si-
guiente de su establecimiento, el 26 de mayo, pro-
clamó que el primer cuidado del nuevo Gobierno
Provisional debía ser el de: ―proveer por todos los
14
Ley 15, título II, Partida IV, se prescribe que ―ningún cristia-no debe casar con judía, mora, ni con hereje, ni con ninguna otra mujer que no tenga la ley de los cristianos, bajo pena de nulidad del matrimonio. Concepto incorporado a la legislación Argentina en 1833, por el gobierno del ―Restaurador de las Le-yes‖. Ya sabemos de qué leyes se trataba. 15
TONDA, AMÉRICO A. La Iglesia Argentina incomunicada con Roma (1810-1858). Editorial Castellvi, Santa Fe, Argentina.
46
medios posibles la conservación de nuestra Reli-
gión Santa‖. Liberales, pero no mucho, ni todos.
Los gobiernos americanos, nacidos del mo-
vimiento constitucionalista español, no estaban en
condiciones económicas, ni contaban con maes-
tros, educadores, ni siquiera funcionarios suficien-
tes como para llevar adelante un proyecto nacional
laico. Y ni decir que el Papa colaboró, fulminando
con su Santa Ira la insurrección liberal sudamerica-
na como crimen de lesa majestad católica. Aten-
diendo a objetivos inmediatos, los patriotas debie-
ron aceptar la presencia de religiosos en sus cua-
dros, pactar y establecer convenios con las órde-
nes religiosas, que se hicieron cargo (o, mejor di-
cho, continuaron a cargo) de la educación, de los
registros vitales y de los cementerios, en todos los
niveles. Además, la propia educación católica reci-
bida debió pesar gravemente en el espíritu de los
revolucionarios, en el momento de las decisiones,
salvo contadas y destacables excepciones.
El Dr. Manuel Moreno16 se refería a la for-
mación que recibiera su hermano Mariano –el Nu-
men de Mayo– cuando alumno del Real Colegio de
San Carlos, hoy Colegio Nacional Buenos Aires:
―En cuanto a la utilidad que debía esperarse de promover los conocimientos y las ciencias, estando reducidas sus lecciones en el Colegio de San Car-los a formar de los alumnos unos teólogos intole-
16
QUIROGA, MARCIAL I. Manuel Moreno. EUDEBA, Buenos Aires, 1972. Páginas 28 y 29.
47
rantes que gastan su tiempo en agitar y defender cuestiones abstractas sobre la divinidad, los ánge- les…y consumen su vida en averiguar las opinio-nes de autores antiguos sobre puntos que nadie es capaz de conocer, debemos decir que es absoluta-mente ninguna…‖
[Los estudiantes] ―…son educados para frailes y
clérigos y no para Ciudadanos…‖
Al respecto, ―La Gazeta de Buenos Aires‖
del 21 de junio de 1810, editorializa: 17
―…No se adelantarán las artes, ni los cono-
cimientos útiles, porque no teniendo libertad de
pensamiento se seguirán respetando los absurdos
que han consagrado nuestros padres, y han autori-
zado el tiempo y la costumbre. Seamos una vez
menos partidarios de nuestras envejecidas opinio-
nes; tengamos menos amor propio; dese acceso a
la verdad, y a la introducción de las luces y de la
ilustración; no se reprima la inocente libertad de
pensar en asuntos de interés universal…‖
Finalmente destruido el incipiente movimiento
liberal –como en la metrópoli–, el tirano Rosas, el
―Restaurador de la Leyes‖, acabaría por clausurar
todos los establecimientos de enseñanza que no
fueran católicos, devolviendo su gestión a la Iglesia.
Imitando a Fernando VII, repatrió a la Compañía de
Jesús. La Iglesia Católica ha estado siempre, histó-
ricamente, contra toda corriente de liberación inte-
lectual o política. Desde entonces la educación
17
La nota carece de firma, pero se adivina la pluma de Maria-no Moreno.
48
pública ha funcionado como una máquina de a-doctrinar, a excepción del breve período funda- cional del Presidente Sarmiento y su lucha es-clarecedora.
Necesaria tal vez (en algunos aspectos) para alcanzar la integración de las diversas na-cionalidades y culturas que componían la hete-rogénea avalancha de inmigrantes arribados a la América del Sur a fines del s.XIX, así como el guardapolvo blanco reglamentario de las es-cuelas públicas uniformaba a los niños en su aspecto exterior, debía lograrse lo mismo con ciertos usos y costumbres, con el lenguaje y con la educación de los recién llegados. Inevi-tablemente esto llevó a controlar el contenido de los programas de estudio, como las mate-rias y los libros de texto, convirtiendo a los edu-candos no en ciudadanos sino en obedientes servidores de un Estado fundado con la bendi-ción papal, clausurando de raíz el pensamiento crítico y todo disenso constructivo.
Las sesenta y una maestras norteameri-canas (y cuatro maestros) introducidas por Sar- miento entre 1868 y 1893 para establecer con ellas las bases del sistema educativo18 nacional,
por su condición de herejes (protestantes) sufrieron
la intolerancia de los fieles más conspicuos y la ce-
rril enemistad del clero, encabezado por el Obispo
de Córdoba. A uno de ellos, George Stearns, fun-
18
CRESPO, JULIO. Las maestras de Sarmiento. Editorial GAC, Buenos Aires. ISBN 9789871121281.
49
dador de la primera Escuela Normal de Paraná
(Entre Ríos) llegó a impedírsele enterrar en el ce-
menterio local el cuerpo de Julia, su joven esposa
fallecida, por no ser católica, debiendo hacerlo en
campo abierto y proteger la sepultura de los anima-
les salvajes armado de dos pistolas.
Diesieis de aquellas educadoras arribaron al
puerto de Rosario y seis de ellas están sepultadas
en el cementerio local. Sin embargo, avanzado el
siglo, en 1871, el Consejo Municipal de la ciudad
rechazaría una solicitud para establecer en ella un
colegio americano –laico e inspirado en modernos
sistemas educativos– a consecuencia de la enérgi-
ca batalla dada por el Cura y Vicario de la Catedral
en contra de la propuesta. En 1877 una alumna de
la Escuela Municipal fue expulsada porque sus
padres se oponían a que a la niña de administraran
el sacramento de la ―confesión‖, impuesto en la ins-
titución educativa.
* * *
En lo personal, inicié mi educación formal en
una escuela primaria estatal, pública, supuesta-
mente laica y patriótica de la ciudad de Rosario,
administrada por el Consejo Escolar de la Provincia
de Santa Fe. Sin embargo mi maestra de 1° a 6°
grado lucía en su solapa el botón de la Acción Ca-
tólica Argentina. El libro de lectura oficial para el 2°
grado titulado ―Brisas‖ (que aún guardo en mi bi-
blioteca) fue editado por las ―Escuelas Pías de Ar-
50
gentina‖ y exhibe –en la retiración de contratapa–
una estampilla de control de tiraje con la imagen de
San José de Calasanz, el fundador de dicha insti-
tución.
Faltaban aún dos años para el golpe militar
fascista de 1943 que, entre otros desmanes, reim-
plantaría la enseñanza obligatoria de la religión ca-
tólica en todas las escuelas del país, con la firma
del Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Martí-
nez Zubiría19.
* * * Cursábamos entonces el 3er. grado ele-
mental. Nuestra maestra se hizo cargo de la clase
de ―religión‖, durante cuyo desarrollo aquellos a-
lumnos que –justificadamente– estaban exceptua-
dos de asistir (judíos y algún protestante) debían
retirarse del salón de grado y aguardar en el patio
hasta el siguiente recreo. Eran los diferentes, los
segregados. Es obvio que no hubiera sido tampoco
prudente identificarse como proveniente de un ho-
gar de ateos o librepensadores.
Esta fue mi primera experiencia sobre discri-
minación, que me llevó a tomar conciencia de la di-
19
El Ministro de Justicia y Educación designado por los militares del golpe fascista del ’43, era entonces el escritor Gustavo Adolfo Mar-tínez Zubiría (conocido bajo el seudónimo literario de Hugo Wast), católico conservador, clerical y antisemita simpatizante del fascismo y de Francisco Franco. La Sala de Lectura de la Biblioteca Nacional Argentina, de la que fuera Director, lleva su nombre. Fue reem-plazado en 1944 por el Dr. Alberto Baldrich –fascista también, aun-que no clerical– durante la presidencia del general Edelmiro J. Fa-rrell.
51
visión que introducía la cuestión religiosa en nues-
tras vidas. Continuó en las aulas de la escuela se-
cundaria con una variante tramposa: la incorpora-
ción de clases alternativas a las de religión: ―Mo-
ral‖, con programas y textos de autores católicos
que encerraban una exégesis, más o menos encu-
bierta, de la doctrina cristiana, y la crítica a los filó-
sofos de la Reforma y al racionalismo; pero –ya
adolescentes– nos solazábamos poniendo en apu-
ros, con planteos ―impertinentes‖, a los curitas jóve-
nes y las religiosas ―laicas‖ que dictaban las clases
semanales, derivando nuestra actitud en sanciones
disciplinarias severas.
Tanto ―Religión‖ cuanto ―Moral‖ eran consi-
deradas materias de promoción, es decir, debían
ser aprobadas para la promoción del alumno al cur-
so inmediato superior, como cualquier otra asigna-
tura programática (v.g. matemáticas, física, historia
o geografía). A instancias de funcionarios obse-
cuentes, o siguiendo órdenes del ministerio res-
pectivo, las aulas fueron presididas por crucifijos
adosados a la pared, sobre el pizarrón de clase, en
el dintel del portal de acceso a la escuela y en la
Sala de Dirección; había también una Virgen de
Luján, emplazada en una hornacina ubicada estra-
tégicamente en el patio, junto al mástil con la ban-
dera nacional, en el comedor o en el hall principal,
bien visible, en sitios por donde los alumnos debían
circular. Lo mismo sucedía (y sucede aún) en hos-
pitales, tribunales de justicia y dependencias ad-
ministrativas del Estado, de toda índole. El país, es
52
católico. Los altos grados militares (y hasta hace
pocos años el mismísimo Presidente de la Nación)
debían profesar la fe católica para acceder a su
rango.
* * * Con esta breve semblanza he procurado i-
lustrar al lector sobre algo que el norteamericano
medio ignora: cuál es la atmósfera en que se des-
arrollaba y desarrolla aún la educación en las es-
cuelas públicas de los países herederos de la tra-
dición hispano-católica. No voy a referirme a las
instituciones abiertamente religiosas, escuelas pri-
marias y secundarias segregadas (varones y muje-
res separados) dirigidas por curas y monjas –y pos-
teriormente, desde 1960– universitarias también,
administradas por el clero, contribuyendo a la for-
mación ―espiritual‖ de los ―ciudadanos‖ y futuros di-
rigentes políticos y empresariales.
¿Qué decir de la situación en el resto de los
países de Centro y Sudamérica: de México, Cuba o
Honduras?, o de aquellos carentes de una impor-
tante corriente de inmigración europea ilustrada (re-
guladora, hasta cierto punto, de los abusos), consti-
tuidos mayoritariamente por masas de campesinos
semianalfabetos y temerosos de dios, manipuladas
a voluntad por obispos, curas, frailes y monjas loca-
les, congelando sus mentes en las relaciones so-
ciales y de producción del s.XV.
Esto es lo que no se dice de la migración de
―latinos‖ indocumentados a los EE.UU., y define
una cuestión meramente política (que nada tiene
53
que ver con la libertad religiosa consagrada por la
Constitución americana para sus ciudadanos) en el
marco de una estrategia tendiente a la conquista
del electorado iberoamericano: los demócratas pa-
ra ganarlos, y los republicanos para no ponérselos
en contra.
Es necesario establecer entonces debida-
mente la importancia electoral de esta comunidad,
aunque constituya en la actualidad la mayor de las
minorías en el país20 con un 14% de la población
total, sólo la mitad de ella (un 8%) fue a las urnas.
Muchos son ilegales y otros son residentes legales,
pero no ciudadanos; y de aquellos que lo son, tam-
poco se registran todos para votar. No obstante, de
los que sí votan –influenciados por su educación y
la Doctrina Social de la Iglesia– las dos terceras
partes lo hacen por el Partido Demócrata. Esta cir-
cunstancia favoreció a Obama en las elecciones
del 2008 y orientó la campaña de captación de este
sector del electorado. Proyectos recientes como el
Dream Act y la suspensión limitada y condicionada
de las deportaciones de ciertos sectores obedece a
tales lineamientos, y nada tienen que ver con la ne-
cesaria elaboración de una ley de inmigraciones de
alcance global que procure resolver el problema so-
bre bases permanentes.
Después de la 2ª Guerra Mundial, hubo en
Estados Unidos sectores religiosos que aprove-
charon la atmósfera favorable creada por la ―guerra
20 Recientemente ha superado a la minoría de color (12%).
54
fría‖ y el macartismo rampante, so pretexto de la lu-
cha anticomunista, para avanzar posiciones en el
sector –entre otros– de la educación estatal. Val-
gan de ejemplo las peripecias de Ms. McCollum en
relación con la educación de sus hijos: En 1948 u-
na madre de tres hijos demandó al Consejo de E-
ducación del Estado de Illinois, por la introducción
de la enseñanza religiosa (―cristianismo‖) en las es-
cuelas del Estado. Mientras se desarrolló el juicio,
sus sucesivas apelaciones y fallos en las cortes in-
feriores, como resultado de la intolerancia de la co-
munidad –alentada desde arriba– sus hijos fueron
discriminados y agredidos, y su esposo perdió su
empleo; pero Ms.V. McCollum siguió adelante. Fi-
nalmente la Corte Suprema, en un fallo ejemplar,
dió razón a la demandante por 8 votos contra 1, y
se terminó la experiencia.
Una mujer puso el último bloque en el muro
que separa la Iglesia del Estado.
Semejante actitud, en cualquier país de la
América de habla española sería impensable, aún
hoy.
* * * La colonización de América del Norte por
protestantes de diversos cultos: puritanos, lutera-
nos, calvinistas, metodistas, episcopales, baptistas
y cuáqueros extendió el uso de la denominación
de ―latinos‖ –sin entrar en mayor análisis ni razón–
para referirse a los habitantes de la porción Sur del
continente, conquistada por los Reyes Católicos,
sus herederos y servidores, en coyunda con el Pa-
55
pa de Roma, acción ésta coincidente –en tiempo
terrenal– con la puesta en marcha de las inspiradas
estrategias y doctrinas de la Contrarreforma, apli-
cadas sin limitaciones en los reinos, territorios y
pueblos anexados. Por extensión se acuñaría el se-
llo de ―América Latina‖ (una entelequia) para ratifi-
car el territorio Austral como la América de los ―lati-
nos‖, es decir, una vez más, de los fieles a la igle-
sia de Roma21. Con pulcritud se expurgó de esta
categoría a millones de católicos norteamericanos
de cualquier otro origen nacional o procedencia (ir-
landeses, Italianos, franceses, austríacos o alema-
nes). Es decir, que el calificativo de ―latino‖ se apli-
caría, con exclusividad, para identificar a quienes
arribaran de Iberoamérica.
Para el resto de los católicos, se reservó el
mote de ―papistas‖, que no requiere mayor explica-
ción y no tuvo la permanencia del ―latino‖ en el uso
corriente.
* * *
Los planes y proyectos del Vaticano son a-
temporales e inmutables. En el breve espacio ur-
bano del Municipio de Roma que Mussolini otorgó a
Pío XI con el Pacto de Letran (1929), no se mide el
tiempo en años ni siglos, sino en milenios. Desde la
conversión de Constantino hasta Carlomagno y el
Sacro Imperio; la Cruzada Albigense de Inocencio
III, aliado a los Capetos (1209-1927); las cruzadas
21
No es en modo alguno casual que el nombre elegido por el Opus Dei para su universidad y organizaciones vinculadas a la misma sea, precisamente, ―Austral‖.
56
a Tierra Santa (1095-1270); la Cruzada de los Ni-
ños (1212); la masacre de San Bartolomé (1572) y
la masacre del Ulster (o de San Agustín), en 1641;
hasta los concordatos con Hitler y Mussolini, Fran-
co y Salazar, la iglesia de Roma fue coherente con-
sigo misma y ajena a toda razón y conocimiento.
En sus decrépitos mil setecientos años (no
dos mil como se afirma) entronizó, coronó y se aso-
ció con sátrapas, usurpadores, pervertidos, monar-
cas absolutos y emperadores (menos Napoleón,
que se coronó sólo, aunque después echó atrás y
pactó), criminales, y a cuanto dictador o tiranuelo
surgiera en el espectro político del mundo. Durante
siglos sepultó en mazmorras, asesinó, descuartizó,
incineró en la hoguera o asó a fuego lento a quie-
nes plantearan disidencia con el dogma papal. El
culto mariano confinó a la mujer al rol de esposa y
madre, y la sometió a la triple dictadura del cura, el
padre y el marido. Aún hoy las bodas se asemejan
a una transferencia de mandos: el padre hace ―en-
trega‖ de su hija al futuro esposo (en presencia del
sacerdote, pastor o rabino, quién valida el acto),
que pasa a ser ―Jefe del Hogar‖, con todos los atri-
butos que la sociedad y las leyes otorgan al cargo.
En el ejercicio monopólico de la educación,
torcieron la natural y fecunda curiosidad de los ni-
ños, alimentando su imaginación no con las ma-
ravillas del Universo y la Naturaleza, sino aterrori-
zándolos con imágenes espantosas de crueles cas-
tigos, el horror del infierno subterráneo, la conde-
nación y el suplicio eterno a manos de demonios;
57
sometidos a una disciplina cruel y severa, a veces
brutal, que no escatima el castigo corporal y psico-
lógico ni garantiza su intangibilidad ante el abuso
de pederastas protegidos por la jerarquía.
Sostuvo guerras ―de religión‖ que duraron
décadas, con centenares de miles, millones de víc-
timas. Arrasó ciudades, destruyó bibliotecas ente-
ras y sometió a su dominio absoluto, durante si-
glos, a las artes y la Ciencia dentro de los enjutos lí-
mites de cánones obtusos, pautando así el período
más oscuro de la historia de Occidente.
58
59
Antiimperialismo de café
Pienso que estimulado tal vez por actitudes
contradictorias y deplorables –en lo comercial y di-
plomático– de algunos de sus gobiernos (demó-
cratas o republicanos por igual) que se sucedieron
a partir de la Guerra Civil americana, el antinortea-
mericanismo de los argentinos ha sido alimentado
con pasión y constancia desde la escuela ele-
mental, que ha estado y aún está –de un modo u o-
tro– bajo el dominio o influencia de las autoridades
religiosas, sea en la educación privada confesional
o en la estatal y pública, infiltrada por la iglesia y
por el ―revisionismo‖ nacionalista, clerical e hispa-
nista y enemigo de las ideas liberales, en sus múl-
tiples vías de acción22. Mutilando o alterando la his-
toria de las relaciones entre los países, a pesar de
la importante ayuda material y política que Estados
Unidos brindara –desde un primer momento– a los
movimientos independentistas criollos iniciados a
22
Buenos Aires, Diario Clarín, 21-11-2011: ―Medidas odiosas y revisionismo punzó‖. Cuando digo ―ideas liberales‖, me re-fiero a las tradicionales libertades de reunión, de pensamiento, de culto, de imprenta y de desplazamiento.
60
partir de 1810, cuando el país del Norte no era la
potencia económica, militar ni cultural que es hoy y
se debatía en sus propios conflictos con Gran Bre-
taña y las monarquías europeas solidarias con ésta,
que miraban con recelo o franca antipatía al expe-
rimento republicano de la ex colonia británica en
América23, y su eventual metástasis continental,
que –entretanto– debía realizar juegos de malaba-
res para auxiliar a las prometidas repúblicas, sin
enredarse en conflictos con las potencias del Viejo
Mundo.
El papa León XIII, ya en los umbrales del si-
glo XX24, definía a los Estados Unidos como:
—―País de ateos y masones, sin Dios y sin familia‖.
No es posible dejar de lado tampoco la con-
tribución a esta línea de pensamiento, de las ideas
de la Revolución Francesa –el primer movimiento
fascista moderno– en la formación de los intelec-
tuales de Iberoamérica. La gauche bastard france-
sa es esencialmente antinorteamericana25. Opues-
ta en la filosofía y en la acción a la Revolución de
1776, totalitaria, nacionalista, terrorista, conspirativa
y populista, la Revolución Francesa engendró a los
dos primeros dictadores: el paranoide Robespierre
23
La Santa Alianza: Rusia, Austria, Gran Bretaña, Francia y Suecia, en defensa del absolutismo monárquico. 24
―HUMANUM GENUS‖. Papa León XIII, abril de 1884. 25
Thomas Paine eludió la guillotina gracias a la muerte de Ro-bespierre, aunque debió mantenerse oculto por el resto de su permanencia en territorio francés.
61
y el Emperador Napoleón26, cuyos modelos segui-
rían los entusiastas del egalitarismo y del ―bien co-
mún‖. El pensamiento roussoneano derivó, entre
otros males, en el antinorteamericanismo más per-
verso, vestido de un antiimperialismo inverosímil
en tanto nacido de la vanguardia intelectual de la
última potencia colonial de Europa; y si no, pregun-
témosle a Argelia, a Indochina o a las colonias afri-
canas y americanas. Casi trece millones de kiló-
metros cuadrados (cerca del 9% de la superficie te-
rráquea) integraron el Imperio Francés, que sobre-
vivió penosamente hasta el fin de la 2ª Guerra Mun-
dial. Los norteamericanos, en Vietnam, eran impe-
rialistas; claro está que los franceses les habían
llevado, en cambio, las bondades de la Libertad, la
Igualdad y la Fraternidad.
En los años 70, las fuerzas represivas de la
dictadura militar en Argentina fueron asesoradas
por torturadores desocupados del régimen colonial
de Argelia, importados por Perón durante su breve
tercer gobierno y heredados por los militares que lo
sucedieron, alentados –entre bambalinas– y con-
fortados por la jerarquía eclesiástica en su sagrada
misión evangelizadora. Los mismos que habían en-
gendrado e inspirado a la ultraderecha nacionalista
católica e hispanista, de donde surgieron los gru-
pos más conspicuos del terrorismo vernáculo:
26
Llamado en España el ―petit cabrón‖ después de la traición de Bayona.
62
La ―Alianza Libertadora Nacionalista‖; el ―Movimien-
to Nacionalista Tacuara‖ y los ―Montoneros‖.
Habría que analizar también los planes de la
Iglesia ante el rol jugado por Estados Unidos en la
liquidación de su aliado secular, el imperio espa-
ñol, a consecuencia de la guerra de 1898. Si bien el
hundimiento de la flota española puso fecha cierta
al derrumbe de los Borbones, el Vaticano maniobró
para reafirmar su presencia al Sur del Río Grande.
Ya entrado el s.XX, y en la certeza de que bajo su
tutela (en comunión con la España de Franco y el
Portugal de Salazar), se crearía un nuevo polo de
influencia política: unir a todos los católicos roma-
nos (los latinos, la hispanidad). Y se dispuso a ha-
cer frente al nuevo campeón que aparecía en la es-
cena histórica, dando combate casa por casa y
puerta por puerta.
Paradójicamente, el peor imperialismo expo-
liador y genocida que la América de habla castella-
na padeció –ante todo y durante siglos– fue preci-
samente el español, aliado a todo efecto con el Va-
ticano, ¡y los ―progresistas‖ suponen que debemos
estar orgullosos de ello y reivindicarlo! Más recien-
temente (expresado en tiempos históricos) se pa-
deció la hegemonía comercial de los británicos, al-
go menos de los alemanes y hasta de los france-
ses, aunque una fuente insospechable para los
antiimperialistas de café, Vladimir I. Lenin anota
los casos ejemplares de Noruega y Argentina, co-
mo el de países que no eran colonias británicas,
63
sino economías sujetas a relaciones de intercam-
bio asimétricas, de las que habría que pedirles cuen-
ta, antes que a nadie, a sus respectivas burgue-
sías27.
Finalmente, los intereses financieros norte-
americanos venían muy atrás, cobrando nuevos
bríos recién a posteriori y como resultado de la Se-
gunda Guerra Mundial y las crisis nacionales deri-
vadas de ésta en Europa.
Nunca las tropas norteamericanas desfilaron
triunfales por las calles del país de los argentinos,
ni bloquearon sus puertos, ni jamás padeció éste
un gobierno impuesto por ejército alguno de ocupa-
ción extranjera. Hubo sí, quienes parecían serlo:
corruptos hasta la nausea, abusivos, ladrones, cri-
minales, traidores al país y a su historia; pero debe-
mos convenir que éstos brotaron de las entrañas
mismas de la sociedad argentina y –en muchos ca-
sos– fueron votados mayoritariamente (y hasta dos
y tres veces sucesivas) por un electorado confun-
dido por la ignorancia, el populismo embriagador y
la demagogia; si bien lo hizo en ejercicio libérrimo
de su derecho a elegir, ¿o no? En lo personal, creo
que no; en tanto optar y elegir no son sinónimos in-
tercambiables. Las opciones, más o menos claras o
tramposas, caracterizaron siempre a la política ar-
gentina: desde el alarido xenófobo de ―Religión o
27
OBRAS COMPLETAS. T.XXIII. Editorial Cartago, 1969. Buenos Aires. El mismo concepto debería aplicarse para definir la índole de las relaciones con EE.UU.
64
Muerte‖ del fúnebre estandarte de Facundo Quiro-
ga; ―Federación o Muerte‖ de Rosas; actualizado
más tarde en: ―Alpargatas sí, libros no‖, de los ra-
dicales de Mendoza; ―Perón o Braden‖; ―Sobera-
nía o dependencia‖; y ―Libre o laica‖, referida esta
última a la enseñanza universitaria28, que por cierto
acabó siendo libre y religiosa. Derivaciones prácti-
cas de la trampa aristotélica del bien y el mal; ―cielo
o infierno‖; ―premio o castigo‖, ―golosina o azote‖,
instilada gota a gota en las mentes infantiles desde
tierna edad. Pero volvamos al tema que nos ocupa:
Sin duda que Estados Unidos ha sido y es
receptor neto de inmigrantes, en el marco de legis-
laciones establecidas oportunamente. Decía en mi
breve introducción a estas reflexiones, que el hom-
bre, el homo sapiens, no es originario de América
del Norte, ni del Sur. No existe tal cosa como los
―pueblos originarios‖ en toda América. Están los
que vinieron antes, y los que vinieron después. To-
dos, tarde o temprano, todos, insisto, vinimos de o-
tra parte: También los mayas, los aztecas y los in-
cas; los mapuches y ranqueles (estos últimos arau-
canos que arribaron a la Patagonia desde Chile por
los pasos cordilleranos, diezmando a los puelches
y tehuelches, que ya estaban radicados allí). Y los
tobas, los mataco-chorotes y los guaraníes, más
allá de las injusticias y atropellos que la sociedad
―blanca‖ y los gobiernos cometieran –y cometen
aún hoy– con ellos, gustan de posar como dueños
28
Cuando lo opuesto a ―laica‖ no es ―libre‖, sino ―religiosa‖.
65
de casa, olvidando que alguna vez no hubo nadie
para recibir a los recién llegados.
A un puñado de españoles les facilitó en Mé-
xico la conquista del imperio autóctono que los pre-
cedió (el brutal régimen de Moctezuma), su alianza
táctica con pueblos –muy americanos también–
que por entonces estaban ya ―hasta la gorra‖ y
querían liberarse de los feroces y crueles mexicas,
que no hablaban inglés ni español, sino náhuatl,
pero que despojaban y esclavizaban como a bes-
tias de carga29 a los pueblos vecinos y hasta se los
almorzaban regularmente en ritos sangrientos,
prescindiendo de la magia ritual de la transustan-
ciación.
Más tarde, nuestros ancestros inmigrantes
debieron responder a cuotas de inmigración, discri-
minaciones racistas, pasajes ―de llamada‖, permisos
de radicación adjudicados mañosamente por los
consulados en el exterior, corruptos y coimeros (u-
na vez más con la ayuda del propio Vaticano, en el
caso de miles de nazis alemanes, franceses y croa-
tas después del ´45), a cuarentenas sanitarias en
Ellis Island en Nueva York o en el Hotel de Inmi-
grantes de Buenos Aires.
Pero los recién llegados a Estados Unidos
no eran todavía los desesperados del subcontinen-
te Austral. Los precedieron soldados españoles que
29
Debemos recordar que en América no había caballos, ni bu-rros ni camellos. Y no se conocía la rueda.
66
buscaban la Fuente de la Juventud; hambrientos de
Irlanda; italianos meridionales; pescadores portu-
gueses; labriegos polacos; alemanes, franceses y
suizos calvinistas; sefaraditas de Holanda; protes-
tantes huyendo de las persecuciones de los pa-
pistas o católicos escapando de la inevitable re-
vancha de los protestantes. Guerras interminables;
explotación, epidemias y hambrunas. Todos sufrie-
ron a su tiempo resistencia y segregación por parte
de los que habían anticipado su arribo: pero supie-
ron integrarse en el marco de las leyes; aprender el
idioma común y procurarse un lugar en la nueva
tierra donde los protegerían las instituciones repu-
blicanas y el muro infranqueable que separaba la
religión (cualquiera fuera) del Estado. Así, Chicago
es la segunda ciudad del mundo en número de
residentes polacos, después de Varsovia; en New
York hay más irlandeses que en Dublín y más ita-
lianos que en Roma, grupos nacionales que lle-
garon hasta a la conducción de los asuntos supe-
riores del país de adopción.
¡Notable! En buena parte estos inmigrantes
eran católicos y llegaron a constituirse como la prin-
cipal minoría religiosa (27%) de Estados Unidos, in-
clusive alcanzando, en algún estado, mayoría ple-
na. Y hasta la Presidencia del país. Cabe pregun-
tarnos: ¿Caería sobre ellos también el anatema del
Papa León? El cardenal Spellman debió meter
―violín en bolsa‖.
Se dirá que del mismo modo afluyeron mul-
titudes de judíos europeos u orientales, sefaraditas
67
o asquenazis y es verdad, así fue (volvamos a New
York: hay allí más judíos que en Tel Aviv). Chinos
japoneses y coreanos; budistas, sintoístas, taoístas
y confucionistas; musulmanes árabes, sikhs e in-
dios. Cada uno con sus templos y asociaciones.
Pero sus legiones no son las de Loyola, marchan-
do tras las banderas de la Contrarreforma. No con-
taron ni cuentan con un Estado extranjero –como el
Vaticano– que los represente y respalde; ni con
una organización jerárquica vertical totalitaria con
embajadores ante todos los países del mundo (has-
ta en las Naciones Unidas, aunque no tenga voto).
Ni mucho menos con un jefe de estado reputado de
infalible (al menos en cuestiones atinentes al dog-
ma) heredero no de Jesucristo, sino de Constan-
tino, del Imperio Romano y el Concilio de Nicea. Sin
duda con razón, claman aún por la persecución de
los cristianos en Roma, pero ocultan que, al fin y al
cabo, éstos se quedaron con el Imperio.
* * * A consecuencia de la revolución en las co-
municaciones, aquella que iniciara la televisión en
blanco y negro y multiplicara la radio ―Spica‖ de sie-
te transistores, la gente simple de todas partes tuvo
noticias de la existencia de un mundo diferente, con
mejores perspectivas de vida y abundancia de bie-
nes físicos. Creció la demanda y se alentó la lenta
–pero constante– invasión de multitudes proce-
dentes de los países subdesarrollados del Centro y
Sur del continente americano y de Medio y Extremo
Oriente a Europa y a EE.UU., en procura de opor-
68
tunidades de trabajo y condiciones de vida más hu-
manas, en la tierra del progreso y el desarrollo eco-
nómico, sin detenerse en formalidades legales, ni
formularios consulares.
La vecindad o cercanía de grupos humanos
con desarrollo desigual establece una relación de
―vasos comunicantes‖ entre ambos. Las personas
procuran siempre sacar el mejor partido de las oca-
siones que se les presentan. Esto es axiomático.
Así, la emigración en los países pobres es la inmi-
gración en los ricos, debido a las carencias de u-
nos y la abundancia de otros en materia de trabajo,
alimentos, salud y hasta educación y seguridad.
Centenares de miles, millones, de extranje-
ros arribarían entonces a EE.UU. desde Sud Amé-
rica, África, el Sudeste asiático, Medio y Extremo
Oriente, en persecución del ideal de iniciar la aven-
tura de una nueva vida pero… (y aquí surge el con-
flicto fundamental) los recién llegados –en buena
parte– comienzan por ignorar o burlar una ley bá-
sica del país de elección: su ley de migraciones,
que atañe primordialmente a aquellos en su condi-
ción. La clave de la situación actual radica, preci-
samente, en la Ley de Migraciones de 1965.
Los desplazamientos de multitudes esperan-
zadas hacia los EE.UU. fueron razonablemente flui-
dos, bastando –por lo general– una oferta laboral,
un proyecto colonizador del país huésped, o sim-
ples vínculos familiares que permitieran suponer
que el inmigrante no sería carga pública.
69
Durante un siglo, legiones de fugitivos de las
guerras europeas –primero– y más tarde disiden-
tes de los regímenes comunistas en el Este: ale-
manes, polacos, húngaros, checos, pero también
italianos, armenios, yugoeslavos y griegos, se vol-
caron a las playas de América. Trabajadores de los
oficios más simples y duros, artesanos, campesi-
nos u obreros industriales; sumados a científicos,
profesionales, profesores universitarios y artistas,
pintores, músicos y escritores que enriquecieron –
en sus respectivos rubros de actividad– la cultura y
la economía del país. No obstante, había limitacio-
nes discriminatorias, que era necesario subsanar.
Un nivel de discriminación y segregación es de ca-
rácter social y cultural: la reacción de los grupos es-
tablecidos ante la llegada del extranjero diferente:
diferente en las tradiciones, en el idioma, en el ves-
tir y en la religión. Este problema tiene que ver con
la educación y la tolerancia de la sociedad recep-
tora y suele ser desagradable y en ocasiones hasta
trágico; pero no reviste la gravedad del racismo y
discriminación por parte de las organizaciones gu-
bernamentales: el racismo de Estado, cuyo ejemplo
–por antonomasia– habría sido el nazismo alemán,
pero del que diariamente tenemos noticias en los
medios.
Con frecuencia periodistas y políticos alu-
den, en una interpretación retorcida de la realidad,
a la circunstancia de que ―este país‖ (dicho con un
énfasis particular) fue construido por inmigrantes;
afirmación que es cierta, pero es una verdad a me-
70
dias e intencionada. Y la verdad cuenta cuando es
toda la verdad y nada más que la verdad. Entre
1892 y 1954 por Ellis Island ingresaron unos doce
millones de inmigrantes. El récord corresponde a
1907 con algo más de un millón de inmigrantes30,
cuyos nombres y datos personales pueden consul-
tarse en los registros abiertos al público, o por Inter-
net. Está claro que no fueron indocumentados ni
anónimos, y debieron cumplir con trámites y exá-
menes médicos que, en caso de duda, se comple-
taban con un período de cuarentena previo a su in-
greso al país y las mujeres que llegaban solas de-
bían ser recibidas por alguna persona que se hi-
ciera responsable por ellas (affidavit). Sin duda de-
ben haberse cometido injusticias.
Estas corrientes migratorias no requerían ser
estimuladas. Revestían ciertas características de re-
gularidad y los EE.UU. constituían y constituyen u-
na suerte de destino dorado, la ―Tierra Prometida‖.
Claro está que el arribo por vía marítima o aérea fa-
cilita los controles migratorios y permite, tanto a los
funcionarios actuantes cuanto a los pasajeros, ajus-
tarse a los ordenamientos legales. Caso diferente
es el de aquellos países con extensas fronteras te-
rrestres desprotegidas, sin barreras naturales, don-
de la llegada es poco menos que imparable y re-
quiere métodos de control, por enérgicos, impopu-
lares.
30
Cerca de cien millones de norteamericanos pueden remontar
su ancestría en los registros de Ellis Island.
71
La legislación vigente hasta 1963 respondía
a un conjunto de normas reunidas en el ―Acta de
1924‖, claramente racista y –como ya he señalado–
discriminatoria. Esto favoreció el predominio de in-
migrantes ―blancos‖ europeos, sobre todo del Norte
de Europa occidental, aceptados en función de sus
capacidades o aptitudes de oficio o profesión, y
postergando a los migrantes de Italia, España, Por-
tugal, Grecia y sobre todo a los judíos, sometidos a
cuotas reducidas, originando reclamos de los per-
judicados. Apoyándose en esta situación, círculos
intelectuales inspirados en el egalitarismo francés
llegaron a la conclusión de que la legislación vigen-
te entrañaba una ―injusticia histórica‖ para con los
pueblos de los países americanos de habla hispana
y los orientales, ignorando u olvidando que los des-
plazamientos migratorios no se comportan como
los gobiernos involucrados quieren, sino obede-
ciendo a una dinámica intrínseca y un balance de
factores concurrentes.
La actual legislación refleja los cambios in-
troducidos por el Acta de 1964, propuesta por el
Presidente Kennedy y promulgada en la presiden-
cia de Johnson, con la aprobación mayoritaria de
ambas cámaras en el Congreso. Establece una to-
tal ruptura con la política que regía en la materia
hasta entonces, llevando a profundos cambios de-
mográficos. Las reformas fueron introducidas en a-
tención a coyunturas electoralistas, contra las ad-
vertencias de funcionarios y expertos que alertaron
sobre sus consecuencias.
72
La pretendida solución al conflicto, fue una
redistribución de las ―cuotas‖, para modificar la a-
fluencia de inmigrantes. Esta medida, sin alterar en
esencia el carácter racista del Acta de 1924 y con
lamentables antecedentes desatendidos, redujo el
número de inmigrantes de los países europeos,
que pronto llenaron sus cuotas y agotaron las posi-
bilidades de emigrar legítimamente. Son numero-
sos los extranjeros de esa procedencia que se en-
cuentran en situación irregular (overcuota) espe-
rando su inclusión (esto, cuando no arribaron ya
como ―turistas‖ y se quedaron ilegalmente).
De continuo se debate en el Congreso y en
los medios de comunicación social la cuestión de
los extranjeros indocumentados, con clara inten-
cionalidad política, refiriéndose exclusivamente a la
situación de ilegales de habla española, pero rara
vez se menciona en las discusiones y reportajes a
los otros tres o cuatro millones de personas de ter-
ceros países que permanecen ―en la fila‖, aguar-
dando su oportunidad para radicarse legalmente; y
otro tanto de canadienses, franceses e italianos tan
ilegales como los primeros. Mientras tanto, se intro-
dujo el concepto de la ―reunificación familiar‖ que
permite, a quienes hayan logrado su radicación,
traer a los demás integrantes de su familia (en cier-
to orden determinado por el vínculo), sin límite, con
efecto multiplicador sobre la estadística poblacio-
nal.
Por otro lado, hay países que jamás cubri-
73
rán la ―cuota‖ asignada, por razones culturales, na-
cionales o religiosas que no fueron tenidas debida-
mente en cuenta, como Nigeria o Kenia.
En Argentina, hasta los años ´70, eran con-
tados quienes emigraban, ya no a EE.UU. sino a
cualquier otro país del mundo que fuera, y si bien
hoy (como resultado de sucesivas crisis económi-
cas y políticas, la criminal acción del último gobier-
no peronista y a la sangrienta represión militar que
le siguió) se han incrementado, aún son minorías
entre minorías. En su mayor parte, inmigrantes de
―cuello blanco‖. Hay más argentinos radicados en
España que en Norteamérica31. Claro que esta rea-
lidad tiene un componente cultural determinante,
pero habla de lo arbitrario e inconsistente de la
―cuotificación‖ del problema. A punto tal que –en
cierto momento– los argentinos fueron relevados
del requisito de visa consular para turistas (waiver)
porque (en términos de economía de procedimien-
tos) no se justificaba el trámite, dada la ínfima parte
de viajeros que se quedaban más allá del término
autorizado por el Servicio de Migraciones, en el
momento de su ingreso al país. Poco después se
restableció el requisito de la visa consular previa,
porque los aviones ―llegaban llenos y se volvían
vacíos‖32 obedeciendo a cambios económicos o po-
líticos circunstanciales, fuera del control del volun-
31
En su mayor parte establecidos en el Estado de Florida.
32 El Nuevo Herald, Miami, FL, 12-30-2011, pág. 1A
74
tarismo de los administradores de las ―cuotas‖. Cla-
ro está que los aviones siguen regresando vacíos.
La situación de aquellos extranjeros que in-
gresaron a los Estados Unidos legalmente, pero
cuyo tiempo de permanencia (otorgado por Migra-
ciones en el acto de ingreso) hubiera vencido sin
que abandonaran el país, es aún más delicada,
porque en caso de ser detenidos por las autorida-
des no tendrán derecho a presentar su caso en la
Corte y la deportación sería poco menos que auto-
mática.
Los miles de visas de inmigrante que com-
ponen las cuotas de radicación asignadas por Es-
tados Unidos para postulantes de los países his-
pano parlantes, sólo se cubren parcialmente, tras
prolongados y engorrosos trámites, con aspirantes
que llenan los requisitos mínimos establecidos.
Sin embargo, quienes no alcanzan las cali-
ficaciones establecidas –sumados a muchos más
que ni siquiera se postulan– emigrarán de todos
modos, burlando las exigencias legales: en balsas
precarias desde Cuba, Haití o Dominicana o en lan-
chas veloces directas a las playas de Miami (quie-
nes puedan pagar el viaje); los centroamericanos y
mexicanos, caminando el desierto, en una travesía
impiadosa llena de vicisitudes y padecimientos; o
en vuelos regulares, con visa de turista o ―de ne-
gocios‖, con plazos de permanencia acotados que
se ignoran, descartando el pasaje de regreso.
75
Los cubanos
Un párrafo aparte merece la inmigración pro-
cedente de Cuba, por sus características singula-
res. Si bien es muy antigua, nunca registró cifras
significativas hasta la revolución castrista en 1959.
Hacia 1910, después de la guerra entre EE.
U.U. y España que derivó en la independencia de
Cuba, los cubanos eran unos quince mil, radicados
particularmente en el Sur del país, desde Nueva
Orleans hasta La Florida. Los establecidos en Tam-
pa, a fines del s.XIX, habían contribuido en un gra-
do importante al proceso independentista de su tie-
rra natal. Sin limitaciones inmigratorias y en procura
de una vida mejor, siguieron llegando hasta cons-
tituir, en vísperas de la revolución del 1959 –y se-
gún estadísticas oficiales de La Florida– una comu-
nidad de unas ciento veinticuatro mil personas ra-
dicadas permanentemente.
Hasta 1985 la afluencia de inmigrantes cu-
banos continuó sin mayores alternativas. La crisis
interna derivada del derrumbe del bloque soviético
y el deterioro de la situación interna de la isla pro-
dujo una virtual invasión pacífica, masiva de la Flo-
rida33 que alcanzó cifras no muy precisas pero que
pueden ser estimadas en unas treinta y tres mil
personas. Esto creó una serie de situaciones po-
líticas y administrativas que llevaron a un acuerdo
entre los gobiernos, estableciéndose una ―cuota‖
33 El éxodo de Mariel.
76
de veinte mil inmigrantes por año. Medida burocrá-
tica inútil en la práctica, porque el mero acto de ins-
cribirse (ante las autoridades de la isla) anuncian-
do su voluntad de emigrar, acarrea serios proble-
mas y dificultades a los postulantes; en tanto las
leyes domésticas norteamericanas garantizan los
mismos o similares beneficios si su ingreso al país
es ilegal. Sólo deben denunciarse, al llegar a tierra
firme, como ―exiliados‖, cualquiera fuese el proce-
dimiento empleado o la vía para su traslado. En
consecuencia la ―cuota‖ queda año tras año sin ser
satisfecha o al menos no totalmente.
A diferencia de las personas procedentes
del resto de los países sudamericanos, los cubanos
gozaron y gozan de beneficios y ventajas de privi-
legio, irritativas, derivadas del enfrentamiento políti-
co entre el gobierno de los EE.UU. –presionado por
la poderosa comunidad cubana34 de La Florida– y
el de Cuba, desde que éste se proclamara ―marxis-
ta-leninista‖ y estrechara lazos con el entonces blo-
que soviético.
La llamada ―Ley de Ajuste Cubano‖ de 1966
otorga –exclusivamente a los inmigrantes de Cuba–
la radicación permanente en EE.UU., previa resi-
dencia legal en el país de un año y un día. Una vez
más, esta situación es injusta y discriminatoria. Con
una argumentación retorcida se arrojaron por la
borda las consideraciones igualitaristas tradiciona-
34
Con “peso” electoral.
77
les de la diplomacia norteamericana y se aplicó un
criterio maniqueo, diferenciando a los emigrantes
de países con regímenes ―autoritarios‖ de aquellos
―totalitarios‖; a resultas de lo cual extranjeros pro-
cedentes de terceros países, con dictaduras milita-
res tanto o más criminales que la de Cuba (pero
autoproclamadas como cristiano-occidentales), e-
ran procesados y deportados por el Servicio de Mi-
graciones sin consideración alguna por su condi-
ción; en tanto los originarios de Cuba, el único país
―comunista‖ del hemisferio, entraban (y continúan
entrando hasta hoy) sin dificultad, aun habiendo si-
do destacados funcionarios o colaboradores del go-
bierno ―comunista‖. Esto sólo se entiende a la luz
de la ―Guerra Fría‖ y de intereses estratégicos cir-
cunstanciales.
El procedimiento se complementa con el
extraño ―principio jurídico‖ de ―pies secos/pies mo-
jados‖ que establece que los cubanos en viaje a los
EE.UU., interceptados en el mar por la guardia cos-
tera durante su traslado (pies mojados), se devol-
verán a Cuba; en tanto aquellos que logren alcan-
zar territorio norteamericano (pies secos), serán au-
tomáticamente admitidos como ―exiliados‖ con el só-
lo requisito de expresar de viva voz su condición de
tal.
Recibirán un permiso de residencia ―bajo pa-
labra‖, tarjeta del Seguro Social, y –en algunos ca-
sos– hasta vivienda económica, unos dólares de
bolsillo y vales para compra de alimentos. En pocas
78
semanas el exiliado dispondrá de un ―permiso de
trabajo‖, status que le permitirá alcanzar –al año y
un día– los beneficios de la Ley de Ajuste sin so-
bresaltos; y con ella, vendrá la radicación perma-
nente, el seguro Medicaid y hasta la jubilación –si el
inmigrante fuera mayor de 65 años– beneficio que
a un residente o ciudadano le lleva una vida de tra-
bajo y aportes de su salario, alcanzar.
Lanchas rápidas de tipo off shore proceden-
tes de Cuba depositan a sus pasajeros en alguna
playa floridiana (como lo hemos visto aquí, en Ha-
llandale Beach y en Hollywood), eliminando los
riesgos de alta mar y simplificando la introducción
al país mediante el pago de unos diez mil dólares
por cabeza, que habitualmente pagan los familiares
–radicados ya en el país– a la mafia privada u ofi-
cial que regentea el singular tráfico humano.
Los puertorriqueños
Otro caso singular es el de los puertorrique-
ños. No son exactamente inmigrantes, en tanto ciu-
dadanos norteamericanos por nacimiento y como
tales, todos los nacidos en la Isla del Encanto pue-
den trasladarse sin impedimento al continente. Nue-
va York y Chicago han dejado de ser su destino tra-
dicional, y a partir de los años 80 con la creciente
desocupación en la isla, sumada al proceso de des-
industrialización en el Norte promovió un desplaza-
miento importante, concurrente, de antiguos resi-
79
dentes (a los que se suman nuevos migrantes pro-
cedentes de Puerto Rico), hacia la región central de
La Florida, para radicarse preferentemente en el
área de Orlando (en los condados de Orange, Se-
minole y Osceola) constituyendo una comunidad
estimada en unas 300.000 personas. El traslado en
un sólo sentido, que caracterizó el flujo migratorio
hasta mediados del s.XX, se ha convertido en un
flujo de migración interestatal. También ha habido
cambios en la composición social y política de es-
tos migrantes: Originariamente campesinos de las
áreas rurales de Puerto Rico –mano de obra no ca-
lificada– han sido reemplazados gradualmente por
una nueva generación de clase media con estudios
secundarios y universitarios. Por otra parte, al re-
conocer Puerto Rico dos ―idiomas oficiales‖, inglés
y español, que son utilizados regular e indistinta-
mente, quedaron los isleños al margen del conflic-
to y de las reclamaciones planteadas por el resto
de las naciones hispanoparlantes en torno a la
cuestión idiomática.
Sin embargo, siguen siendo llamados ―lati-
nos‖. Actualmente la población de origen puertorri-
queño radicada en el territorio continental de los
EE.UU., con poco más de 4 millones, supera en nú-
mero al de habitantes de la isla misma y constituye
el segundo grupo más numeroso de habla hispana,
muy lejos por cierto, del primero, los mexicanos,
que exceden los 31 millones.
80
Los haitianos
Aún antes del terremoto del 2010, incremen-
tándose luego de modo espectacular, numerosas
embarcaciones provenientes de Haití –sobrecarga-
das de gente hambrienta y desesperada– han sido
devueltas a su país de origen por los guardacostas,
sin ninguna consideración relativa a su seguridad
en el mar (centenares, miles, perecieron intentando
llegar a La Florida o de regreso al punto de partida
en la isla, en embarcaciones inverosímiles), ni en
cuanto al drama que pretendían dejar atrás en su
tierra. No obstante, EE.UU. ha sido y es quien ma-
yor volumen de ayuda ha prestado y presta a Haití:
en alimentos, agua potable, medicinas, asistencia
médica, materiales de construcción, profesionales,
hospitales de campaña y carpas para alojar cen-
tenares de miles de víctimas del devastador terre-
moto de Port-au-Prince.
Pero las autoridades migratorias insisten en
que los ayudan y ayudarán en Haití, no en La Flo-
rida, porque el éxodo hubiera sido fenomenal.
81
Webster´s vs. Larousse
Es indudable que la mayoría, sino la totali-
dad de la población de los países americanos, ha
sido configurada por verdaderos tsunamis migrato-
rios. Eso está fuera de cuestión. Lo que cabe pre-
guntarse es: el ―cuándo‖ y el ―cómo‖. ¿Deben tener-
se en cuenta las posibilidades y necesidades del
país receptor? ¿O sólo cuenta la urgencia y la de-
sesperación de los migrantes, ante el desmadre en
sus respectivos países?
Para ello hay (o debiera haber) leyes regu-
latorias. No es simple, ni tema para discutir impro-
visadamente. Más allá de los sentimientos carita-
tivos, el respeto, la moral y las normas de convi-
vencia humana, es la Ley y el Derecho lo que es-
tablece la diferencia entre un extranjero ilegal y un
inmigrante. El problema no gira en torno de los in-
migrantes sino de los intrusos. Y no son éstas
cuestiones de forma, sino de fondo. La inmigración
es materia legislada.
Por más que la costumbre lo consagre, el u-
so abusivo de la palabra ―inmigrante‖ seguida del
adjetivo ―ilegal‖ que la califica, lleva a la confusión.
82
Una contradicción en términos, un oxímo-
ron. Decir ―inmigrante‖ presupone legalidad; si no
es así, no será inmigrante sino ―extranjero ingre-
sado ilegalmente‖ o ―intruso‖35 y no hay dialéctica
jesuítica que lo redima. Un extranjero ilegal no será
―inmigrante‖ hasta haber sido aceptado por el país
huésped y disponer de la documentación pertinen-
te, más allá de las tretas, argucias y artimañas que
le permitan prolongar su estado, en constante ago-
nía, hasta ser alcanzado –más tarde o más tem-
prano– por los organismos de ley.
Más aún, los medios de prensa en español,
conjuntamente con organizaciones civiles aplica-
das al tema, llevan adelante campañas políticas a-
cusando a determinados gobiernos estaduales (a
aquellos más afectados por la situación y su con-
dición de fronterizos), de impulsar ―sentimientos an-
tiinmigrantes‖ o reiterando un supuesto ―conflicto
con los inmigrantes‖, etc., llegando a suprimir toda
mención a su condición de ―ilegales‖; lo que no de-
ja de ser un truco más para desplazar la atención
pública lejos del problema fundamental: el ingreso
al país de extranjeros indocumentados y sus con-
secuencias legales y sociales.
El significado de algunas palabras que reco-
nocen su etimología en el latín o el griego, difiere
con frecuencia del castellano al inglés. Porque las
palabras representan ante todo, ideas.
35 Que se introduce sin derecho en alguna parte.
83
Bastará buscar en un buen diccionario cas-
tellano, y simultáneamente en uno equivalente del
idioma inglés36 la palabra democracia, para darse
cuenta de que ambos definen conceptos diferentes,
hablan de ideas distintas; del mismo modo como
crimen, que en castellano se reserva en el uso pa-
ra designar el asesinato o grave violencia física37 y
en inglés equivale a delito o falta. No pagar una
deuda en el término acordado (por ejemplo la fac-
tura telefónica, a su vencimiento), en castellano es
ser moroso (por ―morosidad o falta de puntuali-
dad‖); en inglés suena a algo más serio: se dirá de-
lincuent (por delicuency), una palabra mucho más
dura para nuestros oídos, sin más gravedad que la
necesidad de ponerse al día con los pagos, con al-
gún recargo financiero preestablecido. Todo esto
me sugiere una derivación perversa del mito bíblico
de la Torre de Babel y la confusión de las lenguas,
en este caso con una aplicación estratégica con-
creta.
Así, el ingreso clandestino, ilegal, será un
―crimen‖, en tanto implica la violación de una ley y
sea expresado en correcto inglés, aunque no en
castellano, pues palabra reviste connotaciones es-
tremecedoras. Ignorar deliberadamente estas dife-
rencias es, sin duda, señal de mala fe. No se trata
entonces de que las autoridades hayan ―criminali-
36
No un ―inglés-castellano‖ o viceversa, que sólo sirven para turistas y alumnos de escuelas secundarias. 37 Aunque tiene una acepción más leve.
84
zado‖ a la inmigración, acusación malévola y men-
daz de la prensa gráfica y televisiva en español
(que responde a intereses políticos y económicos
concretos), pulsando la cuerda cordial y devota de
los Derechos Humanos, para agitar la cuestión y
conmover las almas piadosas.
En tanto el status jurídico del indocumenta-
do es el de ―illegal alien‖ o ―extranjero ilegal‖, todo
está suficientemente claro. El ingreso no autoriza-
do de extranjeros a los EE.UU. como a Francia, Ale-
mania o cualquier otro país del planeta38, es sin du-
da un crimen, expresado que sea en inglés. Sin du-
da un ―delito‖ (de menor o mayor cuantía) si califi-
camos la acción en castellano. Y todo país puede y
debe darse las leyes que establezcan los límites
que estime conveniente, en tanto cumpla con los
recaudos y derechos que la Constitución de una
República establece para todas las personas que
se encuentren en su territorio.
* * *
La Iglesia Católica, en los Estados Unidos,
ayuda, apoya y hasta proporciona ―santuario‖ (una
figura que la legislación norteamericana no prevé) a
estos extranjeros ilegales, es decir a aquellos ―cri-
minales‖, que violan las leyes de inmigración del
país, lo que la coloca automáticamente en la cate-
goría de ―cómplice‖ o ―partícipe necesario‖ en una
conspiración. Y éste no es un problema semántico.
38
O a institución privada de cualquier carácter, que requiera aso-ciación o membrecía para el ingreso.
85
El lugar de reunión para iniciar las manifes-
taciones es, por lo general, una iglesia parroquial.
Los noticiarios televisivos y la prensa escrita nos
muestran sacerdotes, frailes y monjas que encabe-
zan mítines y marchas en favor de los derechos de
los inmigrantes (refiriéndose a los extranjeros ile-
gales), portando estandartes con imágenes de las
vírgenes nacionales respectivas (la de la Caridad
de El Cobre, la de Guadalupe, la Inmaculada, la Al-
tagracia o la de Luján), agitando las banderas de
sus países de origen, en abierto desafío a las auto-
ridades locales. Debemos preguntarnos: ¿qué de-
rechos reclaman cuando su presencia en el país es
ilegal? ¿Puede acaso legalizarse el contrabando?
La grey católica in totu compone práctica-
mente el 27% de la población de los EE.UU., frente
a un 61.4% de cristianos no católicos repartidos en
unas veinte iglesias diferentes. En ambos grupos
–en los últimos diez años– se ha experimentado u-
na disminución en el número de fieles que ronda el
8.5%. Las religiones no cristianas, en cambio, han
visto crecer su concurrencia en un 1.7%39. La ma-
yor expansión se observa entre quienes se iden-
tifican como ateos o agnósticos, con un aumento
real del 6.6%, totalizando un virtual 20% en las es-
tadísticas.
La simple radicación permanente, de lograr-
se, implica la inclusión del inmigrante (que dejaría
39 Información provista por el Pew Hispanic Center. Centro de
estudios para la migración. http://www. pewhispanic.org/
86
de ser extranjero indocumentado) en el censo po-
blacional, lo que modifica a su vez el número de e-
lectores por circunscripción, algo fundamental en el
voto indirecto. Pero esto no basta. Aspiran –más
aún– a la nacionalidad, que encierra el derecho al
voto: Ahí está entonces ―la madre del borrego‖.
Los residentes, por permanente y legal que
sea su situación, no votan. Es menester reclamar
entonces la ciudadanía de pleno derecho, y hete
aquí que el voto católico es mayoritariamente pro-
piedad del Partido Demócrata (65%). California, Te-
xas, Nueva México (mexicanos); Illinois (italianos y
polacos); Nueva York (irlandeses, italianos, puerto-
rriqueños y dominicanos); Nueva Jersey (Italianos);
Massachusetts (irlandeses, portugueses, italianos);
Florida (cubanos, mexicanos, dominicanos, nicara-
güenses) definen el mapa electoral. Sólo un 34% de
los católicos vota por los republicanos. La excepción
que confirma la regla es La Florida, porque los cu-
banos del Sur del Estado se llevan mal con el Par-
tido Demócrata desde el nefasto episodio de Bahía
de los Cochinos; pero no faltan mexicanos, nica-
ragüenses, dominicanos, puertorriqueños y hai-
tianos que hacen la elección reñida, de todos mo-
dos.
Hay otro aspecto, malévolamente ausente
del debate: Más allá de los tremendos y atendibles
dramas personales de los protagonistas involucra-
dos, los países del Sur se benefician extraordina-
riamente con las remesas de dinero que estos en-
87
vían a sus hogares, porque desde Estados Unidos
se puede exportar dinero sin cortapisa40.
Sólo para México –en tiempos pre-crisis– sig-
nificó la tercera fuente de ingresos del Tesoro (des-
pués del petróleo y el turismo), una suma cercana a
los que veinticinco mil millones de dólares anuales.
En el caso de El Salvador, alcanza casi al 40% de
la recaudación fiscal.
¿Frenar la emigración? Tendrían que estar
locos. Si fuese necesario –y posible– lanzarían la
gente con catapultas por sobre el Río Grande, con
barrera y todo, sacándose de encima al pobrerío y
recibiendo dinero en retribución. Dos pájaros con
un sólo tiro. Y ésta no es una idea peregrina, pues-
to que la catapulta ya está en uso para la ―exporta-
ción‖ de droga desde México, según las últimas in-
formaciones de los organismos de seguridad. Tam-
bién existe, en la frontera mexicana, una red de tú-
neles ―multiuso‖, a seis metros de profundidad, de-
bidamente apuntalados, con ventilación forzada, luz
eléctrica y hasta rieles para facilitar el desplaza-
miento de vagonetas. A su vez, los chinos traen los
suyos en containers, hasta los puertos del Pacífico,
que van desde San Francisco hasta Canadá. Claro
está que no viajan en los containers; sólo se meten
en ellos al ingresar en aguas de los EE.UU. para
eludir la vigilancia aérea de la Guardia Costera y
―facilitar‖ su desembarco clandestino.
40
Western Union tiene más de treinta agencias activas en Cuba.
88
Los efectos de la crisis norteamericana, con
el consecuente enfriamiento de la actividad econó-
mica y el crecimiento del desempleo, han mermado
las remesas de sus ciudadanos a México, afectan-
do la situación de quienes viven –en el área de
frontera– de los giros en dólares de sus familiares
radicados en los EE.UU., a punto tal que ha origi-
nado reclamos (!) del Presidente de México Felipe
Calderón ante las autoridades de Estados Unidos.
Es decir, que Estados Unidos resulta ser responsa-
ble de los problemas económicos del Norte mexi-
cano, como de la desocupación creciente y el au-
mento de la prostitución y trabajo infantil, e indirec-
tamente del crecimiento de la violencia, en simultá-
neo con la prosperidad de los carteles de la droga,
como forzada alternativa para sus indigentes. Un
delirio, (¿y el ministro de Economía de México que
hace?¿Y del desarrollo de El Salvador o Nicaragua,
quién se ocupa?) El Presidente Barak Obama y el
vice-Presidente Joseph Biden aplaudieron de pie
al mexicano al término de su insolente reprimen-
da, en la mismísima Casa Blanca, y ahora están
pagando el precio, entre otras facturas, en las va-
riadas estadísticas que circulan.
El problema de la migración clandestina es
grave. Afecta al país y a los propios actores, que
por su condición quedan al margen de beneficios
sociales y de protección jurídica, dejándolos a mer-
ced de explotadores (por lo común tan ―latinos‖ co-
mo los explotados). Es habitual que en los peque-
89
ños y medianos comercios y fábricas propiedad de
sudamericanos, a mexicanos y centroamericanos
se paguen salarios inferiores al mínimo legal y se
omitan los seguros de salud, a cambio de hacer ―la
vista gorda‖ en cuanto a la situación migratoria de
éstos, en detrimento de la situación de los traba-
jadores del país, o de los inmigrantes radicados le-
galmente.
El flujo constante de indocumentados favo-
rece el contrabando de toda índole y especie, co-
menzando por el tráfico humano en el sentido más
amplio, que va junto con la introducción de perso-
nas que no son precisamente inocentes o ingenuos
trabajadores. Es un grave problema para los esta-
dos fronterizos, pero también para los estados dis-
tantes que requieren mano de obra no calificada.
En los estados limítrofes y particularmente en Ari-
zona, los vecinos –radicados hasta a varios cen-
tenares de millas del límite con México– se arman y
fortifican sus casas, como en los viejos filmes del
Far West, ante el constante y amenazador deam-
bular nocturno de extraños, ilegales los más, pero
también contrabandistas de drogas y armas, sol-
dados, sicarios y delincuentes comunes huyendo
del Sur, o dispuestos a cometer sus fechorías del
otro lado de la frontera. Y terroristas musulmanes,
vía Cuba o Venezuela.
El problema de fondo nunca fue la inmi-
gración ―golondrina‖, los wetbacks que acuden a le-
vantar las cosechas en California y contribuyeron
90
–hasta cierto punto– a definir el perfil cultural del
Estado y a consolidar su economía; sino que la
complicidad y la corrupción de los organismos que
debían efectuar los debidos controles sobre los mi-
grantes condujo a una situación límite, con el cre-
cimiento de un desplazamiento de personas que
nada tienen que ver con la imagen del bracero de
las novelas y cuentos de Steinbeck. Esto ha creado
serias dificultades en una sociedad principista, que
procura resolver los conflictos en el marco de las
leyes y así –salvo en casos flagrantes que no dejan
margen para la duda– genera infinitos e intermina-
bles juicios y trámites de costosa administración,
que no concluyen con la eventual legalización de
los extranjeros susceptibles de ser incorporados al
sistema, sino con el destino de aquellos que no es-
tán en condiciones de serlo.
La realidad obligó al Estado de Arizona a
crear su propio cuerpo legal ante la indiferencia o
el oportunismo político de Washington, que debería
ocuparse, constitucionalmente, de la seguridad de
las fronteras. El ejemplo ha sido seguido por una
veintena de estados, que secundan a Arizona en su
acción. En cuanto al meneado argumento de la per-
secución racial que desataría la nueva legislación,
sobre una base de caracterización física ―lombro-
siana‖ de los inmigrantes, también es mendaz y ra-
cista, ―al revés‖. Arizona como Texas, Florida o Ca-
lifornia no es Boston ni Minnesota; si se quisiera
detener e investigar a todos los bajitos de piel os-
cura y apellido español que circulan por sus calles
91
no quedaría nadie, incluyendo a quienes tienen
trescientos años de antepasados enterrados en el
lugar, funcionarios, senadores y hasta a la familia
de algún gobernador del Estado. Los rubios de ojos
celestes son muy escasos en estas latitudes. Las
presiones políticas forzaron la intervención de la
Corte Suprema Federal, que se ha pronunciado en
sentido de suspender la aplicación de algunos ar-
tículos de la ley estadual, poniendo en evidencia,
por otra parte, la ineficiencia del gobierno federal,
en la materia.
Mientras tanto, la irrupción de numerosos
convictos de origen centro, sudamericano y mexi-
cano (por delitos cometidos en los EE.UU. o fugi-
tivos, identificados en sus respectivos países de ori-
gen) alteró el equilibrio poblacional de las cárceles,
creando conflictos internos que generalmente de-
rivan en explosiones de violencia, para mayor zo-
zobra de los habitantes de poblaciones aledañas
que reclaman su derecho a vivir en paz.
La administración de un Estado en dos o
más idiomas es onerosa, y la pagan los contribu-
yentes que están al margen del problema o que –al
menos– no se benefician con la consideración ofi-
cial. En los Estados Unidos el inglés no es ―idioma
nacional‖ (aunque sí el más hablado); el país ca-
rece de tal instrumento por un prurito romántico de
los Padres Fundadores, que consideraron no era
correcto invitar a todos los habitantes del mundo a
venir a América a curar sus heridas, para luego
92
maltratarlos forzándolos a hablar inglés. No podían
entonces imaginar cómo derivaría la cuestión.
Así, en la Florida, California o Texas, entre o-
tros, los mensajes públicos, carteles, papelería ofi-
cial, circulares, documentación, etc. se redactan si-
multáneamente en inglés, español, y –eventual-
mente– creole (que es la lengua de los haitianos) y
si se solicita un servicio por teléfono se puede ele-
gir en qué idioma ser atendido o, más aún –si el or-
ganismo o empresa carece de servicio multilingüe–,
puede reclamarse el concurso de un intérprete, sin
cargo alguno para el interesado. Es un derecho.
La dispersión geográfica del sistema telefó-
nico hace que grandes y medianas empresas, re-
particiones del Estado, hospitales, entidades ban-
carias, corporaciones y comercios importantes de-
ban prever la atención bilingüe, aunque en el estado
o área donde se encuentren establecidas no existan
comunidades de habla castellana significativas, en
cuyo caso habilitan centrales de atención en luga-
res donde sí disponen de personal hábil en más de
un idioma, en competencia ruinosa con los pe-
queños emprendimientos locales que no pueden
prestar el oneroso servicio.
Pero el problema no concluye allí. Las co-
lectividades también demandan la educación pri-
maria o elemental en español, laosiano, vietnamita
o cualquiera sea el idioma dominante en la comu-
nidad de que se trate, para garantizar ―los derechos
del alumno a recibir educación en su idioma mater-
93
no‖ (!). No ya en instituciones privadas, fundadas,
dirigidas y administradas por las respectivas co-
munidades (aunque con aportes del Estado), sino
en las escuelas del sistema de educación pública.
94
95
¿Hispanos?
Queda por analizar la introducción de otro
vocablo, mal usado, cuya amplia difusión no le otor-
ga mayor sentido: me refiero al calificativo de ―his-
pano‖ para calificar a los hispanoparlantes, sea su
presencia en el país legal o no.
El origen de esta calificación se remonta a
1964 (Nixon), cuando con el propósito de convocar
a los votantes de habla española, que demostraban
cierta apatía o desinterés en cuanto a la política y al
sistema electoral americano (consecuencia de la ig-
norancia o de penosas experiencias propias o fa-
miliares en los países de origen) y expresada por
muy bajos índices de participación en un acto polí-
tico eminentemente voluntario (la participación en la
votación no es obligatoria), las autoridades del ru-
bro decidieron incorporar al censo poblacional una
categoría que permitiría identificar y enviar –al vo-
tante inscripto– información o elementos promocio-
nales relacionados con las elecciones, en su len-
gua materna. De tal modo, quien se identificara co-
mo ―hispano parlante‖, recibiría el material informa-
96
tivo electoral en español castellano, esperando ven-
cer así su reticencia.
Después del inglés, no hay en Norteamé-
rica idioma tan hablado como el español castella-
no. La clasificación establecida de: ―ciudadanos a-
mericanos que hablan español‖ dio lugar, en la jer-
ga administrativa, a la calificación de ―hispanos‖,
por apócope de ―hispano parlantes‖ (un recurso uti-
lizado frecuentemente en el idioma inglés) aludien-
do con ella a los candidatos a recibir la documenta-
ción electoral en castellano:
Es decir, que para ser calificado como
“hispano” era condición sine-equa-non estar
inscripto para votar, es decir, ser ciudadano a-
mericano.
El cambio se implementó recién en los años
´70 y la medida –en términos generales– no dió el
resultado esperado. La comunidad más numerosa,
los mexicanos, interpretó que su inclusión en el gru-
po era cuando menos capite deminutio, si no algo
peor: una bofetada, una patada en el trasero, un in-
sulto. Su profundo e histórico aborrecimiento de to-
do lo español, los llevó a preferir no recibir la infor-
mación en su idioma, antes que ser identificados
con el afrentoso nombre de ―hispanos‖, los aborre-
cidos gachupines.
Esto me recuerda una anécdota personal:
En el edificio en que vivo actualmente había, y hay
aún, una minoría importante de vecinos hispano-
97
parlantes. Ante la evidente dificultad de comuni-
cación entre la Administración –que obviamente
se conducía en inglés– y los copropietarios e in-
quilinos que no lo hablaban, me ofrecí para tradu-
cir las circulares, boletines, etc., originados en la
Gerencia, y editar una versión ―en español‖ de los
mismos, que facilitara la comunicación en temas
de interés general. Lo pusimos en práctica y el re-
sultado fue un fracaso rotundo, porque los supues-
tos beneficiarios de mi voluntaria contribución insis-
tían mayoritariamente en recibir las comunicacio-
nes en inglés (que debían serles leídas por sus hi-
jos o personas capaces de hacerlo), antes que con-
fesar que sólo hablaban castellano. No me resulta
difícil entender entonces lo sucedido en el orden
nacional electoral.
En un segundo intento se modificó el recur-
so y se estableció la categoría de ―hispano o latino‖
que sí, tuvo relativo éxito en cuanto a la conscrip-
ción de futuros votantes.
Del apelativo ―hispano‖ se apoderaron en-
tonces quienes, siendo de origen sud o centro ame-
ricano, residentes legales o nacidos en el país, vie-
ron el potencial mercado comercial y político que
encerraba la creciente comunidad, y pasaron a i-
dentificar con él a ―La Raza‖ (¿de qué raza me ha-
blan?). Desde el ―National Council of La Raza ― o
el grupo radicalizado ―MEChA‖ cuyo lema ―Por la
Raza todo, fuera de la Raza, nada‖ –grosero exa-
brupto fascista– los hispano-parlantes comenzaron
98
a batir frenéticamente el parche de ―la hispanidad‖,
de ―la familia‖, transformando una calificación ad-
ministrativa electoral en un epíteto racista, auto ad-
judicado, convocante, ampliamente difundido…y
sobre todo lucrativo para un sector empresario que
valora la ―comunidad‖ como a un coto para desa-
rrollar sus actividades comerciales especializadas,
olvidando los límites originales de la apelación y
pretendiendo ampliar los márgenes de un multicul-
turalismo ―a la mode‖. Para el gran Samuel John-
son (1709-1784): ―El patriotismo es el último recur-
so de un canalla‖. A esto habría que agregar las va-
riantes nacionaloides contemporáneas, como las
doctrinas separatistas, las autonómicas y el mani-
do principio de autodeterminación de los pueblos,
que engendran inevitablemente formas racistas y
discriminatorias allanando el camino al fascismo.
Por cierto que el término ―hispano‖ no define
nada. No existe tal cosa como la ciudadanía ―his-
pana‖ sino –en todo caso– la ―española‖, para los
nacidos en España. Llamar genéricamente ―hispa-
nos‖ a los sudamericanos y mexicanos, es una pro-
yección al menos poco feliz, como si la comunidad
idiomática estableciera los parámetros de una etnia
o una cultura unitaria y diferente. Aplicando el mis-
mo criterio, a las personas procedentes de países
de habla inglesa: norteamericanos, canadienses,
australianos o neozelandeses (pero también a ni-
gerianos y zimbabweans) debiera llamárselos ―an-
glos‖ o ―británicos‖. Un disparate. Por otra parte ca-
be preguntarnos: ¿Qué hay de los brasileros, de la
99
gente de Guyana y Belice o de las islas del Ca-
ribe británicas, holandesas y francesas? ¿Qué pa-
sa con los que hablan lenguas aborígenes con ex-
clusividad? ¿Qué hay de los haitianos? Estoy refi-
riéndome a millones de personas que, por cierto,
son etiquetadas impunemente como ―hispanos‖.
100
101
Derechos humanos
e inmigración
¿Cuál es –entre tanto– el destino de los in-
migrantes guatemaltecos que acuden a Chiapas, el
estado fronterizo de México41, para la cosecha del
café?: La violación, el saqueo de sus pobres per-
tenencias y hasta la devolución violenta y compul-
siva a su tierra; o la muerte (en complicidad con
autoridades locales corruptas), para evitar pagar-
les un salario miserable, en beneficio de los pro-
ductores, terratenientes mexicanos, que reclaman la
construcción de una barrera fronteriza entre los dos
países y poder así regular el flujo de trabajadores.
En el primer semestre del 2012 –en curso–
las autoridades de migraciones de México llevan
deportados 45.764 migrantes. De ellos 22.804 co-
rresponden a guatemaltecos (49.82%); 15.637 son
hondureños (34.2%); 7.089 de El Salvador (15.5%);
de Nicaragua aporta sólo 234 personas. De Costa
Rica no se dispone de datos comparables. La cifra
total del período resulta así un 20% mayor que la
del mismo lapso del año anterior (36.666) y casi i-
41
La tierra del ―Comandante 2°‖.
102
gual a las deportaciones llevadas a cabo entre los
meses de enero y noviembre del 2011, en cuyo
transcurso se deportaron desde México 46.716 ile-
gales, que ascienden a 60.242 personas, si am-
pliamos el período al año calendario. Estos parecen
números menores, pero se agigantan cuando los
relacionamos con la población total de los países
respectivos.
Es el mismo México, y son los mismos fun-
cionarios que se rasgan las vestiduras invocando
―derechos humanos‖ por las ―vicisitudes‖ sufridas
por los iberoamericanos ilegales en Estados Uni-
dos.
Sin caer en relativismo y sólo para fijar el
marco del problema: ¿Cuál es el destino de los in-
migrantes africanos en España o Italia, o el de los
turcos en Alemania, de los musulmanes en Francia
(que deben hablar ―fluidamente‖ francés, para as-
pirar a su radicación) o de los trabajadores espa-
ñoles no calificados, sirvientas y peones, en la ultra
democrática Suiza? De eso no se habla, o se habla
poco y lo poco que se habla no tiene difusión.
¿Qué pasa con las aterradoras denuncias
de centroamericanos y cubanos que transitan por
México hacia la frontera con Estados Unidos y son
secuestrados, saqueados, torturados y asesinados,
antes de cumplir su sueño, por milicos de provincia
o sicarios de los carteles de la droga?
103
Recogemos historias de violaciones y abu-
sos brutales. La mayor parte de los emigrantes de
Centroamérica son mujeres, quienes antes de em-
prender su odisea se inyectan anticonceptivos42,
con un efecto preventivo del embarazo de hasta 90
días y de venta libre en las farmacias de Nicaragua,
Guatemala, El Salvador y Honduras. Otro ―pasapor-
te‖, más barato, es una buena provisión de preser-
vativos (entregados gratuitamente por las organiza-
ciones internacionales que promueven campañas
por la planificación familiar y contra el SIDA), por-
que ellas saben adónde van y en qué se meten;
aunque siempre existe el riesgo de que los ―muy
machotes‖ mexicanos se nieguen a ponérselos. La
demanda sexual proviene de los coyotes que orga-
nizan los traslados, pero también de las autorida-
des locales (para permitir el paso), o de un ―protec-
tor‖ alzado por el camino como precaución o mal
menor. El peligro más serio lo encarnan los miem-
bros de los carteles de la droga. Capturados por
―los Zetas‖, los que no tengan quién responda por
ellos son asesinados y sus cuerpos descuartizados
y quemados, sepultados43 o arrojados a las calles,
en lugares públicos, con total impunidad. Se han
encontrado fosas colectivas de hasta un centenar
de cadáveres. En los últimos cuatro años se esti-
42
Progesterona. Depo-Provera de Laboratorios Pfizer. 43
Buenos Aires, Diario La Nación,14-11-2011: ―Maltratos y violaciones en la ruta hacia el ya famoso ―Sueño Americano‖.
104
man las víctimas en cifras superiores a las cincuen-
ta mil, y siguen creciendo.
* * *
Pero no. El problema de los ―derechos hu-
manos‖ resulta circunscribirse ahora a unos once
millones de sudamericanos indocumentados resi-
dentes ilegales en los Estados Unidos, sin mencio-
nar para nada otros cuatro millones de canadien-
ses, alemanes, franceses e italianos ―fuera de cuo-
ta‖, eternos viajeros que vinieron de visita y se que-
daron, en infracción a las leyes, en su mayoría con
años de radicación en el país y familias constitui-
das.
En China se organizan ―excusiones turísti-
cas‖ de embarazadas, para dar a luz en California
o estados del Norte del Pacífico y poder reclamar
después que sus hijos son ―nacidos en los Esta-
dos Unidos‖, pensando allanar así dificultades pa-
ra su posterior radicación y obtención de los bene-
ficios del ―estado de bienestar‖ americano, inclu-
yendo la posterior inmigración de los restantes
miembros del grupo familiar.
Esta ―ley de nacimiento‖ se remonta al pe-
ríodo inmediato posterior a la Guerra Civil y fue
instituida entonces para garantizar los derechos de
aquellos cuya documentación o registros fueran
destruidos o perdidos durante la conflagración; o de
los esclavos libertos que ingresaban a una nueva
categoría social, estableciéndose entonces que
105
bastaba haber nacido en territorio americano para
ser ciudadano del país (ius soli), muy lejos de la in-
terpretación falaz y especulativa que hoy se da a
esta disposición –administrativa de emergencia– de
un siglo y medio atrás, mal aplicada ahora en be-
neficio de la descendencia quienes ingresaron ―por
la ventana‖.
En cualquier momento esta situación, que
le hace ―el caldo gordo‖ a chauvinistas y naciona-
listas de todo pelaje y color deberá resolverse (ya
son catorce los estados que reclaman la adopción
de la ―Ius Sanguinis‖ 44), y entonces los gritos de los
perjudicados rasgarán los cielos en tanto sus hijos,
nacidos en territorio norteamericano no podrán ser
ciudadanos porque ellos no lo son, como sucede
en buena parte de los países europeos. Si hoy se
deporta a un indocumentado, o a un matrimonio de
extranjeros ilegales, con hijos nacidos en Estados
Unidos (nada sencillo por otra parte), después de
costosos juicios, abogados y audiencias y dilacio-
nes, no faltará un periodista del ―progresismo‖ (de
aquellos que reclaman que el gobierno se meta en
todo, lo que los beneficie), para plantear en primera
plana de los diarios, noticieros y programas televi-
sivos que el gobierno ―divide‖ a las familias. Bien:
que entonces el padre o la madre o ambos depor-
tados por intrusos se lleven consigo al hijo nacido
44
―Ius Sanguinis‖ o ―ley de sangre‖. Es decir, que sólo podrían ser ciudadanos los hijos de ciudadanos. Se entiende en susti-tución de la ―Ius Soli‖ actualmente vigente.
106
en Estados Unidos, estando éste aún sometido a la
patria potestad, y la familia permanecerá unida. Si
uno de los cónyuges fuese residente legal, podría
solicitar la radicación del otro y congelar así la si-
tuación; de ser ambos ilegales deberán irse. Cuan-
do el hijo nacido en los Estados Unidos alcance la
mayoría de edad –esté donde estuviera– podrá
presentarse en cualquier consulado del exterior in-
vocando su condición de americano nativo y hacer
valer su derecho, sin trámite alguno, instantánea-
mente: Con sólo el certificado de nacimiento se
solicita el pasaporte, porque la ciudadanía, para los
nativos, no se pide ni se otorga, se ejerce. Pero es
individual, no familiar. Inclusive el flamante ciuda-
dano podría pedir la residencia definitiva para sus
padres, que es expeditiva, sumaria.
Aún así, esos padres optarán mayoritaria-
mente por dejar a la criatura (con frecuencia más
de una) con incierto destino, en manos de abuelas,
tíos, parientes o meros connacionales ―con pape-
les‖, contando con regresar más tarde por la misma
vía de la vez anterior y corriendo una vez más los
riesgos señalados.
Entonces: ¿Quién divide la familia? ¿La Ley
americana o su incumplimiento? Las leyes se insti-
tuyen para protección de las personas, de aquellas
que se amparan en ellas, no las que las ignoran.
Alumnos de escuelas y universidades inter-
nacionales que alcanzan su graduación y deben
regresar a sus respectivos países para aplicar lo a-
107
prendido (de acuerdo con generosos convenios de
intercambio vigentes, subvencionados por el me-
cenazgo de instituciones privadas de los EE.UU. y
favorecidos por la libérrima visa de residencia tem-
poraria de estudiantes) para más tarde, eventual-
mente aplicar para una visa permanente, en el con-
sulado de USA en su país (con evidente ventaja
sobre otros candidatos, por sus antecedentes), de-
ciden en cambio quedarse, promueven disturbios,
agitan a los medios de prensa y reclaman una ―ley
especial‖ que regularice la situación creada (?).
En el campo educativo se plantea la situa-
ción de los menores de 16 años ingresados ilegal-
mente con sus padres (que hubiesen residido en
el país no menos de cinco años), quienes contra
toda adversidad han logrado concluir el High
School (educación secundaria) pero cuya condi-
ción les impide aspirar a los créditos blandos de es-
tudio que les facilitarían proseguir carreras univer-
sitarias en muchos estados de la Unión, así como
obtener legalmente Licencia de Conductor, tarjeta
de Seguridad Social o trabajo.
Una ley especial (Dream Act) impulsada por
los demócratas, les otorgaría un status provisional
(por seis años) permitiéndoles ―ganarse‖ la resi-
dencia permanente y continuar su capacitación. No
todos estarían en condiciones de cursar estudios
superiores y en tal caso, una alternativa planteada
en la Ley es la de servir en las Fuerzas Armadas
por dos años. Transcurrido el tiempo establecido y
108
mediando conducta intachable del interesado, po-
dría éste solicitar su residencia permanente; de lo
contrario quedaría sujeto a deportación. La promo-
ción y apoyo de este proyecto de Ley ha dado lugar
a manifestaciones callejeras y a declaraciones de
políticos y dirigentes de grupos sociales, que contri-
buyen a ―enturbiar el agua‖ en torno al problema de
los extranjeros ilegales.
* * *
Por otro lado, la mera idea de la deportación
masiva de diez millones de personas, propuesta
por quienes lanzan consignas xenófobas es inmo-
ral, aterradora, impensable. El operativo es mate-
rialmente impracticable, demencial. La única fina-
lidad de su meneo es política, de la peor especie.
No saben de qué hablan. O sí. Superaría todo dato
histórico de acciones semejantes. Todavía persigue
a Turquía el anatema universal por la expulsión de
los armenios a comienzos del s.XX.
Una gran mayoría de los involucrados han
establecido lazos con el país de adopción, que de-
ben tenerse en cuenta pese a su condición de in-
documentados45. Habrán de pactar. El problema
está planteado y es menester buscarle solución.
Por lo pronto y ante todo, extremar la protección de
las fronteras, para terminar con el flujo constante de
ilegales. De otro modo cualquier medida que se a-
45 Ver: ANEXOS ESTADÍSTICOS
109
plique sería inútil. Simultáneamente resolver la si-
tuación de los ya establecidos (85%), posiblemen-
te con un estatus especial para su condición (una
letra más para las tarjetas ―verdes‖) que otorgue a
los beneficiarios su radicación permanente, aunque
sin derecho a la ciudadanía. No, al derecho al voto
en la presente generación, para terminar con la es-
peculación política crecida al amparo de la cuestión
fundamental.
Una eventual amnistía deberá atender al a-
nálisis de cada situación particular: la deportación
efectiva e inmediata de quienes registren antece-
dentes penales o conductas delictivas. Tal vez mul-
tas. Pero será menester tener en cuenta la expe-
riencia de la Ley de Ajuste Cubano y su liberalidad
irresponsable.
Y no permitir que un estado extranjero como
el Vaticano se entrometa en la cuestión y pretenda
convertirse en abogado defensor de sus ―fieles‖,
derivando un problema eminentemente civil y ad-
ministrativo hacia un conflicto político Iglesia-Es-
tado
* * *
Mientras tanto, la Contrarreforma seguirá su
curso, impertérrita. Roma jamás admitirá que el
mayor país del mundo occidental, el más poderoso
militar y económicamente de la Tierra, fundado por
masones y librepensadores, permanezca ajeno a
su tutela, y que sus autoridades asuman cargos sin
110
Te Deums ni misas inaugurales. Para eso cuen-
ta con ilimitados recursos humanos en la América
latina, la América católica, subdesarrollada, pobre,
crédula, doliente, con sus arcaicos conflictos irre-
sueltos y sus elevadas tasas de analfabetismo, na-
talidad (y mortalidad).
Y además, con todo el tiempo de la historia
por delante, insisto.
111
Anexos estadísticos
Datos poblacionales de
los Estados Unidos. Año 2009 46
Población total: 304.000.000 habitantes
Total de origen hispánico: 48.348.000
mexicanos: 31.674.000
puertorriqueños: 4.412.000
salvadoreños 1.736.000
cubanos 1.677.000
dominicanos 1.360.000
guatemaltecos 1.077.000
colombianos 917.000
hondureños 625.000
ecuatorianos 611.000
peruanos 557.000
haitianos 419.000
46
La información ha sido desglosada del Pew Hispanic Center. Centro de estudios para la migración. http://www. pewhispanic.org/. Los datos sobre la permanencia de los hispanos en el país responden a la investigación de marzo de 2010.
112
Permanencia de extranjeros no autorizados, adultos, en los Estados Unidos:
más de 15 años 35%
de 10 a 14 años 28%
de 5 a 9 años 22%
menos de 5 años 15%
Aproximadamente dos tercios de los 10.2 mi-
llones de extranjeros con residencia ilegal en los
EE.UU. han vivido en este país por más de 10 a-
ños, y cerca de la mitad del total (4.7 millones) son
padres o madres de niños nacidos en su territorio.
En los últimos años se evidencia un incre-
mento en los nacimientos de hijos de residentes in-
documentados, impulsando el crecimiento de la co-
munidad de origen mexicano más allá del aporte de
nuevos inmigrantes no autorizados, que creció has-
ta 7,2 millones entre el año 2000 y el 2010 y de los
cuales sólo 4,2 corresponden a recién llegados. So-
bre este tema se formulan predicciones, poco pro-
bables, relacionadas con la mayor fertilidad de las
familias de habla hispana, fenómeno íntimamente
vinculado a la cuestión religiosa y a la ignorancia: la
actitud de la iglesia latina en cuanto al uso de pro-
ductos y procedimientos anticonceptivos y a la inte-
rrupción del embarazo, pero los argumentos son
meras especulaciones carentes de base científica.
Casi la mitad de quienes ingresaron ilegal-
mente a EE.UU. no lo hicieron subrepticiamente,
embozados u ocultos en las sombras de la noche
113
del desierto de Arizona; lo hicieron a través de un
puerto de entrada sujeto a controles de los agentes
de Migraciones, con visas de turista o de negocios
que burlan. Expirado el plazo concedido, se quedan
en el país. Este procedimiento se ve favorecido por
la ineficacia de controles comparados eficaces en-
tre ingreso y egreso de viajeros. Así, el gobierno
tiene perfecta cuenta de los pasajeros que arriban
al país, pero no de cómo ni cuándo lo abandonan,
si es que lo hacen, salvo desde algunos puntos de
intercambio críticos.47
A los trabajadores temporarios y a aquellos
que viven y trabajan en la zona de frontera se les o-
torga una tarjeta que permite su desplazamiento
frecuente y regular entre EE.UU. y los dos países li-
mítrofes involucrados (México y Canadá), válidos
en áreas geográficas restringidas (hasta 25 millas
de la frontera) y con limitaciones temporales de per-
manencia, que también son frecuentemente igno-
radas, aunque en menor proporción que los del pá-
rrafo anterior.
El resto de los indocumentados, alrededor
de un 50% del total, entran al país eludiendo los
controles de aduana y migraciones, escondidos en
vehículos de carga; cruzando desiertos; en lanchas
y botes, evitando los guardacostas; saltando la ba-
rrera internacional donde la hubiera (en el caso de
47
Informe del U.S. General Accounting Office. GAO-04-170T
114
México); vadeando (en ciertos lugares, caminando)
el Río Grande, o mediante túneles excavados por
los carteles de la droga. La proporción de los dis-
tintos grupos nacionales de los migrantes se man-
tiene aproximadamente constante desde 1982, con
una ligera disminución para el caso de México y au-
mento entre los centroamericanos.
En síntesis: desde 1970, más de 30.000.000
de inmigrantes de toda clase de han establecido en
los EE.UU., superando en una tercera parte el total
de personas que alguna vez llegaran a sus costas.
El número de extranjeros que permanecen en el
país, después de finalizar la legalización del Acta
de Reforma y Control sobre Migración de octubre
de 1988 era de 2.775.000, mucho más alto que el
de las estimaciones previas de las autoridades. Ca-
da año se suman 420.000 migrantes indocumen-
tados a las cifras anotadas. Teniendo en cuenta las
defunciones, el retorno a sus países de origen y las
legalizaciones, el número se reduce a 275.000 al
año.
No obstante, el cambio en la situación eco-
nómica del país introdujo un correlato sustancial en
el flujo de personas, producto de la caída del mer-
cado laboral en general y en particular a la crisis de
la construcción; el endurecimiento de los controles
fronterizos; el incremento de las deportaciones; los
crecientes peligros relacionados con el cruce ilegal
de la frontera y la reducción de los índices de nata-
lidad en la comunidad, determinantes de que las ci-
115
Gráfico demostrativo del cambio introducido en el origen de
los inmigrantes a los EE.UU.
116
fras de ingreso y egreso de personas, desde y ha-
cia México, se nivelen y casi lleguen a revertirse li-
geramente. El informe de Pew Hispanic Center, ac-
tualizado a mayo de 2012, señala una pequeña di-
ferencia a favor del número de individuos que re-
gresan a México sobre el de los ingresados en el
año.
Esta coyuntura ha determinado que –por vez primera– el ingreso de asiáticos ha superado al de iberoamericanos, agudizado por una mayor de-manda de trabajadores de alta especialización so-bre aquellos de mano de obra no especializada, fa-voreciendo a una comunidad, la asiática, que com-pone un 6% de la población de EE.UU. Entre los inmigrantes de este origen se cuentan inversores y profesionales altamente calificados. Los estudian- tes asiáticos, tanto aquellos nacidos en el extranje-ro como en los EE.UU. de ascendencia asiática, obtuvieron el 45% de todos los títulos universitarios en Ingeniería; el 38% de los doctorados en Mate-máticas y Ciencias de la computación y el 33% de los doctorados en Física.
Pese a la retórica preelectoral –que incluye
la suspensión de las deportaciones de ilegales– las
cifras oficiales, según reporte de la organización
RMJ (Reforma Migratoria Justa), indican que en el
primer año del gobierno demócrata de Barak Oba-
ma las deportaciones crecieron un 61.8%: Contra
los 240.000 deportados del gobierno republicano
de George W. Bush, las repatriaciones treparon a
117
387.790 con Obama. Un récord de casi 1.000 ex-
pulsiones diarias, en promedio.
El 54% de la población de extranjeros no
autorizados corresponde a mexicanos, y un 40%
de éstos viven en el Estado de California. A despe-
cho de las afirmaciones de quienes impulsaron y
apoyaron políticamente el Acta de 1965, las fuentes
de inmigración han cambiado por completo. Las ra-
zones son complejas y concurrentes. Por un lado el
desarrollo económico de Europa de postguerra y el
mejoramiento del nivel de vida de sus habitantes
redujo el número de aquellos que buscaban, en la
emigración, una solución a sus problemas de su-
pervivencia. Por otra parte, la reducción de las cuo-
tas establecidas para los europeos y la eliminación
de limitaciones al ingreso de migrantes proceden-
tes de Asia y de América de habla castellana, su-
mado al énfasis oficial en la política de reunificación
familiar (al asegurar al inmigrante la posibilidad de
traer luego al país al resto de sus parientes cerca-
nos) favoreció el ingreso masivo de gente de estas
regiones, frenando el ingreso de potenciales inmi-
grantes de Europa oriental y otras naciones en vías
de desarrollo.
Entre 1980 y 2000 la población de origen
haitiano en EE.UU. creció de 92.000 a 419.000, al-
canzando el 1.4% de los de los habitantes nacidos
en el extranjero, de los cuales 184.000 (34%) co-
rresponden al Estado de La Florida, más precisa-
mente a los condados del Sur de la península.
118
Es interesante señalar el crecimiento de Bo-
livia como receptor de migrantes haitianos indocu-
mentados (en tránsito), y de Brasil como destino fi-
nal de los desplazados, arribados desde el vecino
territorio boliviano.
119
120
121