Yo me llamo feminista. Me emociono por asuntos feministas y por la lucha por la igualdad. Soy un
hombre blanco, heterosexual y sin discapacidades. Este texto se dirige principalmente para
hombres que cumplan con aquellos criterios. Y propone dos tareas fundamentales en nuestra lucha feminista: uno, retroceder y callarnos y, dos, hablar con otros hombres.
Alexander Ceciliasson*
Collage de Belén Lobos
Emma Watson recién dio un discurso a los delegados de la ONU y a los hombres del mundo. Afrontó
(aunque de manera superficial) el antifeminismo que ha surgido en las secuelas de los éxitos
impresionantes de movimientos feministas a lo largo este año. Terminó lanzando #HeForShe, una
campaña feminista para hombres. El compromiso de los hombres en los movimientos feministas es
una cuestión cada vez más debatida ya que cada vez más hombres se reivindican como feministas
(aunque algunos lo hacen con menos seriedad que otros). A menudo causan frustración casos de
‘feministas falsos’, y suele haber un desacuerdo importante sobre cómo debería actuar, pensar, hablar y vivir el hombre feminista.
Yo me llamo feminista. Me emociono por asuntos feministas y por la lucha por la igualdad. Soy un
hombre blanco, heterosexual y sin discapacidades. Este texto se dirige principalmente para hombres
que cumplan con aquellos criterios. Y propone que tengamos dos tareas fundamentales para cumplir en la lucha feminista: uno, retroceder y callarnos y dos, hablar con otros hombres.
Nuestra tarea más importante no es dar poder a las mujeres, es reducir el nuestro. Tenemos que
intentar no aprovecharnos de nuestros privilegios. En realidad, suena a sentido común y empatía,
¿no? No cobrar más para el mismo trabajo.
Emma Watson afirmó (y ya lo sabíamos todos) que no hay ningún contexto cultural en este mundo
que trate igual a hombres y mujeres. En algunos países los hombres y las mujeres tienen los mismos
derechos. Sin embargo las posibilidades distan un abismo. Las mujeres no tienen la misma
posibilidad de moverse con seguridad en el espacio público, de conseguir puestos ejecutivos en las
empresas o cátedras en las universidades, etc. Tener derechos no significa nada si esos derechos no
se convierten en posibilidades. Todos sabemos que las mujeres tienen menos de estas últimas y nos
lo recuerdan cada día. Lo que los hombres necesitamos hacer no es centrarnos en el hecho de que
las mujeres tienen menos posibilidades, sino el hecho de que nosotros tenemos más . Tenemos
tantas posibilidades que tenemos extraposibilidades. Hemos conseguido demasiadas posibilidades a
través de robárselas a otras personas. ¡Tenemos la posibilidad de cobrar más por el mismo trabajo!
Tenemos la posibilidad de dar nuestra opinión, aunque no tengamos algo muy interesante de decir.
Tenemos la posibilidad de conseguir el mejor trabajo sin ser la persona más capaz, ¡la mera
constatación de nuestros nombres -que nos identifican como hombres cisgénero- aumenta nuestras
posibilidades de empleo! Tenemos oportunidades increíbles y son demasiadas.
Por eso, lo primero que tenemos que hacer los hombres blancos feministas es admitir nuestras
extraoportunidades (privilegios). Después, nos tenemos que abstener de ellas. Nuestra tarea más
importante no es dar poder a las mujeres, es reducir el nuestro. Tenemos que intentar no
aprovecharnos de nuestros privilegios. En realidad, suena a sentido común y empatía, ¿no? No
cobrar más para el mismo trabajo. El tema es éste: ¿Cómo podemos hacer esas dos cosas sin pararnos, retroceder y callarnos? No veo otra manera.
Los hombres (blancos) no tenemos ningún conocimiento o experiencia ni empírica ni emocional de
ser discriminados. Por eso, en los debates sobre discriminaciones, deberíamos retroceder y callarnos.
Llegados a este punto, es necesario aclarar que esto no significa que los hombres no deberíamos
interesarnos por el feminismo, o que no deberíamos discutir nada con las mujeres y con otras
personas con otras identidades de género. Y la regla de retroceder y callarse no vale para todos los
hombres en cualquier situación. Pero, al fin y al cabo, sí vale para todos los hombres en discusiones
feministas. Sí vale para toda la gente blanca en discusiones antirracistas y para todos los
heterosexuales en discusiones sobre homofobia y derechos LGBTQ. En estas situaciones debemos
entregar la precendencia de interpretación (la interpretación/opinión más valorada) a otras
personas. Y no solamente por ser ‘buena onda’, pero porque es en realidad lógico que lo hagamos.
Tomemos un segundo para ver por qué.
El feminismo trata de visibilizar desigualdades y discriminaciones y luchar contra ellas. Los hombres
(blancos) no tenemos ningún conocimiento o experiencia ni empírica ni emocional de ser
discriminados. Esa es la verdad. La única realidad que conocemos es la del hombre blanco. Y bien,
cada uno conoce su propia realidad. Pero el tema es que todos los demás también conocen la
realidad del hombre blanco, ya que esa realidad se está introduciendo por la fuerza en cada
ciudadano/a de cada sociedad patriarcal. Cada persona española (o sueca, o brasileña) está
inevitablemente impregnada por las normas, los valores y las leyes del hombre blanco. Cada persona
ha visto el mundo a través de las gafas del hombre blanco. Pero no a través de las gafas de la mujer.
No a través de las gafas de una persona trans o un inmigrante árabe. Por eso, cuando debatimos
cosas como desigualdad, racismo, machismo, homofobia -opresión y discriminación en cualquiera de
sus formas- sabemos menos que todos. Por eso nunca debemos tener la precedencia de
interpretación (que se atribuyan importancia y fiabilidad a ciertos argumentos sólo por venir de
hombres cisgénero), y la deben tener otras personas. Por eso deberíamos retroceder y callarnos.
Pero, ¿no suena terriblemente injusto eso? ¿No nos sentimos como si nosotros fuésemos víctimas
de discriminación? Que la opresión y la dominación siguen iguales, ¿sólo que al revés? Sí, así nos
sentimos. Pero la verdad es que no es así. Aquel sentido de injusticia, de limitación, aquella opresión
que sentimos es la manera en que nosotros percibimos la ausencia de privilegios. Así resulta ‘de
repente’ no tener la interpretación más valorada, así es no hacer uso de un arsenal de extra-posibilidades patriarcales. Así (o peor) es la realidad para todo el mundo menos nosotros.
Entonces quiero hacer una propuesta a todos los hombres blancos: que reflexionemos, cuando
hablamos en clase, cuando discutimos con colegas del trabajo, cuando estamos en el vestuario,
cuando escribimos en foros en internet, que reflexionemos sobre si estamos dando espacio a otras
interpretaciones, o si estamos imponiendo las nuestras. Y sobre todo, cuando nos ‘rompen las
pelotas’ por haber discutido, con las mejores intenciones, asuntos de feminismo, transfobia o
racismo, y nos dicen que no sabemos nada, nos demos cuenta de que así es. No sabemos. No
tenemos ninguna precedencia. Tenemos obligación de ceder el paso. Esto no quiere decir que
deberías evitar discusiones y contextos feministas, sólo quiere decir que tenemos que ser
conscientes de nuestros privilegios. Y, aunque sea difícil, tenemos que ser conscientes de que pertenecemos a una parte de la estructura social contra la cual el feminismo está luchando.
Si los hombres hacemos todo lo dicho arriba, encontramos una vía tremendamente importante y
poderosa de participar en la lucha feminista: el hablar con otros hombres. Rebatamos comentarios
machistas. Reaccionemos cuando un hombre maltrata a una mujer o le grita piropos en la calle,
discutamos cuando alguien culpabiliza la víctima de una violación. Hablemos con otros hombres
sobre igualdad y feminismo, sobre normas destructivas de la masculinidad y la lucha por la misma
oportunidad de dejarse sentir sensible y vulnerable. Defendamos la lucha por la oportunidad de definirse como una persona, independientemente de su género.
Muchas voces rabiosas de tíos y chavones suelen protestar cuando alguien propone que los hombres
nos callemos. Muchas voces feministas también. Las segundas tienden surgir de un miedo de
“ahuyentar” a los hombres que tienen un pie en la puerta feminista pero todavía no se atrevían a
entrar. Miedo de ahuyentar a hombres a quienes se necesita en la lucha feminista.
Lamentablemente éste es un argumento traidor. No debemos adaptar la estrategia de la lucha
feminista a personas que tienen el otro pie en el patriarcado y el racismo. Intentar hacer nuestro
feminismo más “accesible” y más “adaptado a la realidad” es darle un disparo en la pierna,
justamente porque la realidad es patriarcal. El feminismo es un movimiento revolucionario:
pretende cambiar la sociedad desde sus fundamentos. Como tal no puede hacer concesiones con la hegemonía patriarcal y empezar a anunciarse según las condiciones de hombres con dudas.
Todavía no parece muy claro lo que la campaña #HeForShe pretende hacer. Pero si llega a proponer
algún tipo de estrategia para los hombres del mundo que quieren ayudar con el progreso del
feminismo, espero que sea ésta: sentaos y callaos. Admitid vuestros privilegios y renunciad a ellos.
No intentéis dar más poder a las mujeres (¡es precisamente eso lo que están haciendo ellas!). Reducid vuestro propio poder e intentad convencer a otros hombres de que hagan lo mismo.
Admitir privilegios, renunciar a ellos y convencer a otros hombres de que hagan lo mismo tienen que
ser los pilares del feminismo de los hombres. Si no hacemos eso, no estamos ayudando al
movimiento, lo estamos revirtiendo. Y al final, si no quieres ser feminista por si te obliga a sentarte y callar la boca, está bien. El feminismo no te necesita a ti.
*Alexander Ceciliasson es antropólogo, activista feminista y miembro del partido Feministiskt
Initiativ.
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