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| L A C O L E C C I Ó N D E | P A T R I C I A P H E L P S D E C I S N E R O S
ALEJANDRO OTERO
Tablón de Pampatar. 1954.
Laca sobre madera.
320 x 65,1 x 2,7 cm.
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Phelps de Cisneros se
apoya en una consola Luis
XVI (en torno a 1787). Sobre
ella, tres cerámicas de Seka
Severin de los años ‘60 y
‘70. Encima, Los Velázquez
(1994), de Waltercio
Caldas, fotografía digital
sobre cristal tratado,
129,5 x 111,1 x 6,4 cm.
El próximo 22 de enero se inaugura en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
La Invención Concreta: Colección Patricia Phelps de Cisneros, dedicada a una mujer que
ha convertido su pasión en una manera de promover la cultura y la educación. Desde
la Fundación Cisneros trabaja también para dar a conocer el arte de América Latina y
formar a profesionales de todo el continente. Aunque sus colecciones están integradas
por miles de piezas, su apartamento en Nueva York reúne solo algunas de sus obras
más cercanas.
T E X T O F E R N A N D O R AYÓ N VA L P U E STA ı F O T O G R A F Í A J U L ı A N WAS S Y M A R K M A H A N E Y
Una vida para educarA LIFE TO EDUCATE PAGE 157
RECUERDA CON NOSTALgIA los años ’60, cuan-do coleccionar en España significaba relacionarse con un grupo singular de galeristas y artistas que quería salir al extranjero para abrirse cami-no. Allí estaban los Fernando Vijande y Miquel Barceló, los Sicilia y Uslé… «Eran años fantásti-cos. En España había una creatividad tremenda y una simbiosis con los galeristas casi perfec-ta. Era fácil acceder a los creadores, conocer-los, tratarlos. También fueron años de grandes cambios políticos y sociales. En el ambiente se respiraba ilusión. Recuerdo que la primera obra que compré fue una de Manuel Rivera. Se llama-ba Tiritaña y era el habitual enjambre de alam-bres. Toda su idea sobre la abstracción estaba en aquella pieza. Debí de adquirirla en 1972, por-que estaba recién casada. Pero claro, aquello no era una colección; en todo caso sí que había una idea sobre lo que debía ser: obra contemporánea y abstracción».
Patricia Phelps, Patty para los que la tratan, re-sulta cercana desde el primer momento. Habla con una mezcla de nostalgia y cercanía, con ese acento venezolano dulce y delicado que tanto se parece al canario. No se percibe a la fundadora y presi-denta del Comité para América Latina y el Caribe; tampoco a la integrante del Consejo Directivo del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y de otros importantes museos de América y Eu-ropa, entre ellos el Prado y el Reina Sofía. «La co-lección tiene dos sedes: Nueva York y Caracas. Eso siempre me ha ayudado a estar al día en lo que se hace en el continente. Los viajes son frecuentes y fundamentales. Aunque tengo asesores en varios países que hacen el seguimiento de los proyectos, del trabajo de los artistas y de sus exposiciones, siempre hay que viajar para ver las cosas de cerca. También es preciso visitar a los autores para co-nocer sus instalaciones, como un reciente encuen-tro que mantuve con Cristina Iglesias en Brasil».
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los conservadores y mantenedores de tanta obra… «En este momento tenemos a dos historiadores y un etnógrafo trabajando a tiempo completo. Es fundamental estudiar, proteger y cuidar las pie-zas. Solo si los coleccionistas asumimos que so-mos custodios y no propietarios avanzaremos por el buen camino. Pero además soy muy partidaria de trabajar con asesores. Sofía Hernández Chong Cuy, al margen de su trabajo como comisaria, me ayuda y asesora con el arte contemporáneo. Viajo a menudo a Colombia, donde me presentan obras y artistas nuevos. En otras ocasiones es Gabriel Pérez-Barreiro, director de la colección, quien me advierte sobre un nuevo autor. Por ejemplo Jor-ge Pineda, un joven dominicano muy interesan-te. Pero la clave está en conocerlos», afirma con convicción. «También viajo con Gustavo, mi mari-do, y adquiero piezas en casi todos los países. Me gusta especialmente conocer los estudios de cada autor y saber por qué hacen lo que hacen. Respeto su creatividad y sus denuncias, además me parece fundamental saber sus motivos a la hora de traba-jar para entender mejor su producción. Creo que de ahí surge precisamente el coleccionismo, de la capacidad de valorar la inventiva de un artista. No solo se trata de descubrirlo sino de respetar su alma y su trabajo».
Me parece inevitable que con tanto viaje y tanto asesor meta también la pata más de la cuen-ta. Le digo que no es lo mismo comprar una obra en el mercado con un amplio pedigrí o de un ar-tista ya consagrado, que apostar por algo nuevo, poco o nada estudiado. «En noviembre del año pasado di una conferencia en España sobre colec-cionismo. Decía entonces, y lo sigo pensando hoy, que adquirir una obra de arte es una parte peque-ña de la labor que puede hacer un coleccionis-ta. En mi caso considero fundamental, además, publicar libros sobre disciplinas o autores poco conocidos. Por eso hemos editado volúmenes de conversaciones con creadores como el argentino Gyula Kosice o la brasileña Jac Leirner.
Y se pierde Patty en sus periplos por Colombia y Argentina, como si ambos países estuvieran en la misma calle de un barrio de galeristas. Le pre-gunto cómo se produce el salto desde una obra de Manuel Rivera a su colección actual y a la Funda-ción. «Al principio tienes obras pero, como decía, es el criterio y el rigor lo que conforma una colec-ción. Además, el día que te llamas coleccionista es porque además de disfrutar con el arte asumes una responsabilidad: la de conservar, proteger y estudiar lo que tienes. Quizá eso ocurrió ya en los ‘80. Tengo que recordar mi amistad con Fernando Vijande; sus fiestas consistían a veces en trasladar su galería a una ferretería situada en un sótano. En aquel momento comencé a fiarme de su crite-rio. Entonces mi marido y yo adquirimos piezas de Barceló y Sicilia, de Uslé y Juan Muñoz. Juan era entonces el asistente de Fernando. Recuerdo que le compré la segunda obra que hizo en su vida, una escalerita de metal que tituló Palma y hierro y que voy a donar al Reina Sofía».
Me habla tanto de España –la Madre Patria, como ella la llama– que empiezo a pensar que casi todas sus adquisiciones son de autores espa-ñoles. «No, no (sonríe). La tenemos organizada en cinco apartados o secciones. La primera es de arte moderno latinoamericano; en ella funda-mentalmente hay obras que se engloban dentro de la abstracción geométrica. Es muy sofisticada y sorprenderá mucho cuando se conozcan entre el público español algunas de sus piezas. Hay un segundo apartado –que llevo con mi hija Adria-na– de arte contemporáneo donde tienen cabida creadores de todo el mundo, aunque con un es-pecial énfasis en América Latina. El tercero es la Colección Orinoco, que reúne objetos etnográfi-cos de la Amazonia. Ha recorrido todo el mundo: se ha expuesto en Eslovenia, Francia, Noruega y ahora en el Museo de Brooklyn. La Colección Co-lonial, por su parte, incluye muebles y pinturas de Venezuela; tiene prestadas piezas importantes en los museos de Boston y Los Ángeles. Finalmente, tenemos una sección de paisajes latinoamerica-nos que lleva 30 años configurándose. Es curiosa, pues incluye escenas de autores viajeros que plas-man su sorpresa en obras de gran originalidad. Este tipo de composiciones ha despertado mucho interés en los últimos años; era una pintura que se conocía poco y se valoraba menos. Ahora ha supuesto un renacer en muchos lugares».
‘¡Menos mal que solo tiene cinco colecciones!’, pienso mientras calculo el espacio para guardar-las. Entonces resulta obligado que hablemos de
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Al fondo, en el hall de
entrada, dos obras de la
colección de paisajes: Frans
Jansz Post (Holanda, hacia
1663), Vista de la población
de Frederica en Paraiba
(óleo sobre lienzo, 61 x
87,3 cm). Sobre él, Paisaje
de las Américas, anónimo
holandés del siglo XVII.
Debajo, cómoda francesa
del siglo XVIII , obra de
Jean-Francois Leleu. Detrás
del sofá, Estructura de León
Ferrari (1961). Oro y plata,
58 x 24 x 23 cm. Sobre la
mesa, GiBIs, 1972. Libro arte
de Raimundo Colares.
« T E N E m O S q U E A S U m I R
q U E L O S C O L E C C I O N I S T A S
S O m O S C U S T O D I O S y N O
P R O P I E T A R I O S »
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Sobre estas líneas, Composición (1953). Óleo sobre lienzo, 117
x 81 cm, de Lygia Clark. A la derecha, Fisicromia No. 21. (1960),
103,4 x 106,4 cm, del venezolano Carlos Cruz-Díez.
Delante de la cortina, Esfera (1976), de la escultora venezolana
Gego. Acero inoxidable. 99,1 x 91,4 x 88,9 cm. Bajo ella, Sin título del
brasileño Amílcar de Castro. Acero, 152,4 x 23,2 x 9,1 cm. En la pared,
Composition No. II with Yellow and Blue (1931) de Piet Mondrian. Óleo
sobre lienzo. 50,8 x 50,8 cm. En la esquina inferior derecha se ve parte
de la Mesa Pebbles (2007) de la diseñadora libanesa Nada Debs.
Bronce y madera lacada articulada con siete tableros de diferentes
colores y alturas 52,1 x 45,7 x 203,2 cm.
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Sobre el sofá, Sin título (1928)del uruguayo Joaquín
Torres-García. Óleo sobre lienzo, 101,3 x 81,6 cm. A
la derecha, en la esquina, mesa de té diseñada por
Adam Weisweiller en 1780. Es de madera de caoba,
thuya y ébano con monturas de bronce dorado. Sobre
ella, varias estatuas de bronce del siglo XVI. Junto a
ella, una butaca diseñada en 1780 por Georges Jacob.
Madera dorada y tapicería de seda. A su lado, a la
derecha, sillón «à la reine» Luis XVI del último cuarto
del siglo XVIII atribuido a Jean-Jacques Pothier. Madera
con chapa de oro y tapicería de tela de seda. Sobre
la mesa central, Metamorfosis de Ovidio I (2003) del
colombiano José Antonio Suárez Londoño. Cuaderno:
grafito, tinta, pintura e hilo sobre papel, 23 x 17 x 2,5 cm.
En la pared, tres obras del brasileño Hélio Oiticica (1959). A la izquierda, Sem título (de la serie
Relieves espaciales, 1991). Acrílico sobre contrachapado, 104 x 118 x 12,7 cm. A la derecha, Sem
título (de la misma serie y fecha), 143 x 143 x 10,5 cm. Encima de la chimenea, Pintura 9. Óleo
sobre lienzo, 115,9 x 88,9 cm. Sobre la chimena dos esculturas. A la izquierda, Little Yellow Dot,
de Alexander Calder (Estados Unidos, 1945). Metal pintado, 19,7 x 26,7 x 3,8 cm. A la derecha,
Continuidad interrumpida de Enio Iommi (Argentina, 1946). Hierro, 54,6 x 30,5 x 26,7 cm. Sobre
la consola Luis XVI, Sem título, de Waltercio Caldas (Brasil, 1994). Acero y cobre, 91 x 112,2 x 19
cm. En el centro del comedor, mesa inglesa de caoba fechable en 1800.
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No quiero resultar pedante, pero creo que los coleccionistas deben abrirse y colaborar con las fundaciones. Eso supone, entre otras cosas, tener unos archivos al día, estudiar... Solo así se dejará de comprar lo bonito para dedicarse a otras pie-zas que quizá llaman menos la atención. De modo que ya no las vemos como objetos decorativos, y apagas el aire acondicionado –como me decía alguien– a pesar del calor porque puede perjudi-carlas. ¡Y claro que nos podemos equivocar! Si no lo hacemos no maduramos. Pero como en la vida, los tropezones nos fortalecen. Por lo menos en mi caso ha sido así. Reconozco que a veces compré algo que luego me he dicho ‘¡en qué estaría yo pensando!’ Pero, ¡cuidado! Ahora puedo reconocer que fue un error y dentro de 30 años puede que no lo sea tanto. En fin, que como soy positiva, tiendo a pensar que, si me equivoqué, fue para bien».
Es inevitable no referirnos a la exposición que, a partir del 22 de enero y durante más de sie-te meses, tendrá lugar en el Reina Sofía. Son 187 obras –la mayor muestra hasta la fecha– que lle-narán varias salas del museo de creaciones poco habituales entre sus paredes: Lygia Clark, Jesús Soto, Carlos Cruz-Díez, Helio Oiticica… También se incluyen temporalmente 21 piezas que Patricia
Phelps donó al MoMA hace unos años. Algunas de ellas se quedarán en la institución madrileña. «Hemos pensado en una figura como el como-dato para que parte de la colección permanezca en el Reina Sofía. Será la primera alianza entre un museo y una empresa privada; aunque pien-so que, en el futuro, este tipo de acuerdos será más normal. Va a sorprender. Nuestras obras son algo muy distinto a lo que el público español está acostumbrado a ver. En América hay conjuntos muy importantes y tenemos que conocerlos me-jor. Va a ser también una gran ocasión para estre-char lazos con la Madre Patria».
No cabe duda de que el arte rompe barreras, también ideológicas o políticas. No hay nada que decir de una colección en la que los artistas es-pañoles conviven con los americanos y dialogan con ellos de manera natural. Y con los franceses. O con los ingleses… Quizá como nos hemos pues-to a trascender, terminamos hablando de la Fun-dación Cisneros, de sus objetivos y del papel de la colección en todo ello. «Siempre digo que su esencia es educativa. Aunque existe una sede en Venezuela y otra en Nueva York, tenemos presen-cia en todo el mundo. Continuamente prestamos obras: este año hemos tenido más de 600 piezas viajando, desde Japón a Estados Unidos. Como nos sentimos comprometidos con la educación, hemos conseguido que ya en cinco países de Amé-rica haya un programa que se imparte en 4º y 5º grado. Ahora también en internet. Y es que a los niños se llega muy bien con las artes visuales. Por otra parte, como el arte rompe muchas barreras, incluidas las tecnológicas, hemos incorporado los IPad, IPhone y las redes sociales a todos nuestros procesos. Por ejemplo, en la exposición del Reina Sofía habrá muchos contenidos interactivos, tam-bién un sistema de mediación tecnológica para acceder a archivos y entrevistas con artistas. Los jóvenes se acercan así al arte hoy día y en el futuro esto se va a multiplicar. Estoy segura de que va a ser para bien de ambos».
En la biblioteca y sobre la
columna, Metaesquema de
Hélio Oiticica. Óleo sobre
madera aglomerada,
37,5 x 33,3 cm.
A su lado, la Silla Womb, de
Eero Saarinen. Fue
diseñada entre 1947-1948
en fibra de vidrio, acero
inoxidable y tela.
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