VIA CRUCIS
CLA - 2019
Primera estación: Condenan a muerte a Jesús
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La primera estación es el primer paso para el camino de sufrimiento que padeció
Jesús para redimir a los hombres de todos los siglos.
Se encuentra Jesús siendo juzgado por hacerse llamar el Hijo de Cristo. Se
encuentra parado ante Pilatos, esperando su veredicto. Él ya lo sabe, será
condenado a muerte, pero piensa en cada uno de nosotros y nos dice: "Lo hago por
Ti, para que puedas salvarte".
No vacila, firme, lleno de amor, oye cómo Pilatos lo entrega a la Cruz. Incrustada en
su cabeza una corona de espinas y con las manos atadas, se encamina a la muerte,
muerte que acepta por amor a Ti.
Pongámonos en el lugar de Jesús, que dejó humillarse y ser condenado a muerte
por nuestra salvación. Acompañémoslo en este sufrimiento.
Veamos su mirada de amor que soporta todo por sus hijos.
¿Has dimensionado lo que significa que Dios, haya entregado su vida por ti?
¿Qué puedo hacer cada día para agradecerte, Señor?
Ayúdame a luchar y a sacrificarme por los demás como tú lo hiciste por mí.
Segunda estación: Jesús carga con la Cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús fue condenado a morir en la cruz porque no le creyeron que era el hijo de
Dios.
Debe cargar una cruz pesada hasta el monte Calvario.
Una cruz pesada porque lleva la carga de todos los pecados del mundo, también los
míos.
Jesús acepta en silencio y con humildad la cruz, por amor al pueblo que lo
traicionó. Por mí, que lo traiciono cada día, con mi indiferencia, con mis faltas de
amor a los demás, con mi ingratitud por todo lo que me has amado.
Escogiste Señor la peor de las muertes, la más dolorosa para redimirnos.
Y abrazas la cruz con amor, sin rencor, perdonando hasta tus enemigos y
perdonándome a mí.
Jesús, gracias por salvarme con tanto dolor, gracias por quererme tanto. Yo quiero
ayudarte a cargar la cruz, nuestra cruz. Que todos carguemos juntos el peso de
nuestros pecados.
Yo te ayudaré a ti y tú a mí.
No permitas que pequemos porque le agregamos más peso a tu cruz y a tu corazón
y tú te pones triste. Yo sólo quiero alegrarte y consolarte con mi amor a ti y a los
demás. Cumplir tu voluntad para que estés orgulloso de mí y yo sea muy feliz
amándote. Espérame en el cielo.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Después de que el pueblo le hubiera pedido a viva voz a Pilato que crucificara a
Jesús y éste fuera azotado y coronado de espinas, lo conducen cargando su propia
cruz al Gólgota, lugar donde iba a ser crucificado.
En esta penosa caminata Jesús cae al suelo, agotado y solo. ¡Qué adolorido debe
haber estado! Y no había nadie a su lado que lo comprendiera ni ayudara.
Nosotros, con nuestra debilidad, tampoco lo socorremos, no nos atrevemos a
hacerlo por miedo al qué dirán, somos egoístas con la persona que más nos ama en
este mundo. Cada vez que pecamos, le ofendemos y le dejamos de ofrecer nuestra
mano para ayudar a levantarlo. Con nuestras ofensas nos hacemos parte de esa
muchedumbre cegada y embravecida.
Por eso, hoy le pedimos a Jesús que nos ayude a ser valientes para defenderlo y
que nos abra los ojos cada vez que estamos pecando o estamos a punto de hacerlo,
para darnos cuenta del egoísmo que a veces nos invade sin razón.
Convirtamos esa amargura y esos enojos en palabras de amor y agradecimiento
para acompañar y levantar a Jesús, nuestro gran amigo, que nos sostiene toda
nuestra vida.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su Santísima Madre
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús cae de rodillas por el peso inmenso de la Cruz, con su cuerpo herido,
ensangrentado. En medio de la muchedumbre, María su madre lo ve caer y corre a
socorrerlo como una Madre que socorre ante la caída de un pequeño. Le dice "aquí
estoy".
Por un instante se ve calma en los ojos de Jesús al ver amor infinito en una
profunda mirada de su Madre.
Se debe de sentir reconfortado al ver a su Madre al lado, que aparece como una luz
en medio del camino de dolor, le da fuerza y esperanza para seguir.
¿Qué quiero decirle a María?
Quiero acompañarte en estos tiempos de sufrimiento en los que ves a tu Hijo,
nuestro Padre, sufrir por todos nosotros.
Enséñanos a tener el valor y el cariño que le tienes a Jesús, para que, como Tú,
seamos siempre leales a Él.
Enséñanos a ser valientes para atrevernos a ir al lado de Jesús en los momentos
difíciles, en aquellos que nadie quiere identificarse con Él.
Enséñanos a ver la cara de Jesús y que nuestro único pensamiento sea alivianar su
dolor, ayudarlo a soportar su peso y a disponerme con su Cruz.
María, sé para todos esa fuerza que impulsó a Jesús a seguir cargando con la Cruz,
sé esa compañía y ese apoyo de Madre. Perdóname y ayúdame a seguir tu
ejemplo.
Quinta estación: Simón ayuda a llevar la Cruz de Jesús
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús, agotado, herido y maltratado, va caminando al Monte Calvario donde será
crucificado. Ya no es capaz de cargar con su cruz. Nadie quiere ayudarlo…nadie
quiere sufrir como Él. Entonces los soldados le piden a un hombre que pasaba por
ahí que lo ayude a cargar con la Cruz. Su nombre era Simón de Cirene. “Tú, carga
con la Cruz”. En un principio se niega, porque nada tenía que ver con Jesús, pero
los soldados no se lo permiten. Obligado, procede a ayudarlo. En el camino, se va
llenando de compasión y humildad. Cuando Jesús cae por segunda vez y es
golpeado, Simón de Cirene lo defiende sin importarle lo que piensen los demás.
Veo a Jesús destrozado y sin fuerzas para continuar. Señor, quiero ayudarte a llevar
tu cruz, quiero darte ánimo y poder alivianar tu carga, tanto física como espiritual,
y consolarte.
Muchas veces vamos en la vida como Simón, no queremos aceptar lo que Dios nos
pone. Debemos aceptarlo, ponernos la Cruz sobre los hombros y llevarlo lo mejor
posible. Hacerlo por amor a Jesús, por nuestro bien y el de los demás.
Te pido Jesús que perdones mis pecados y me dejes acompañarte en tu dolor y
cargar la Cruz contigo.
Sexta estación: Una piadosa mujer limpia el rostro de Jesús
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Aquí estamos entre la multitud, camino al Calvario, viendo a Jesús que es azotado,
escupido, cargando con una cruz y coronado de espinas. Veo a una mujer, a la que
llaman Verónica, que se acerca a Él y le limpia el rostro, como una pequeña
muestra de amor y agradecimiento por todo lo que ha hecho por nosotros. Ella
tuvo que hacerse espacio entre los soldados, sin que la vieran, para poder tener
ese gesto de cariño con Jesús, con mi Jesús.
No fue fácil, porque muchos de los que estaban alrededor pensarían que estaba
loca, tuvo que estar por encima del qué dirán. Yo la admiro por su valentía y
audacia.
¿Sentimos pena por Jesús? ¿Queremos hacerle su cruz más liviana? Seamos como
Verónica y ayudemos a quienes están cerca de nosotras, con cosas pequeñas, que
para ellas significan mucho y para los ojos de Dios son actos de caridad. Detalles de
cariño y acogida hacia quienes están sufriendo, aunque a veces no quedemos bien
ante los demás. Jesús tendrá en cuenta cada uno de los actos que hagamos por Él y
por los demás y nos recompensará, como hizo con Verónica, dejando su rostro
grabado en su lienzo y en nuestro corazón.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Ya fuera de la muralla de Jerusalén Jesús no puede más y cae por segunda vez. Su
cuerpo está débil, su alma llena de amargura, la corona de espinas y los latigazos
de nuestros pecados lo botan de nuevo al suelo.
Pero Él se empeña en pararse con más esfuerzo y con más amor, porque sabe que
sus caídas nos levantan y su muerte nos redime.
Quiero levantarme contigo mi Dios y abrazar tu cruz con amor, no más pecados,
caminemos juntos, toma mi mano y no permitas que yo la suelte. No quiero
separarme nunca más de ti.
Señor cuánto nos quieres, tanto sufrimiento por amor a nosotros. Tu caes por el
peso de nuestros pecados y yo por la atracción de las cosas del mundo.
Enséñame Jesús a amar como amas tú, hasta dar la vida por los demás. A
levantarme una y otra vez de mis pecados, a perseverar en la voluntad del Padre
como tú.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Las mujeres lloran al ver pasar a Jesús con la cruz, lloran de tristeza de verlo tan
herido. Él, que es Dios, que es santo, que todo lo hizo bien, que no ha hecho más
que amarnos, va camino a una muerte injusta, vergonzosa y cruel.
Jesús les dice que no lloren por Él, que lloren por ellas y por sus hijos; porque si al
árbol verde lo tratan de esta manera, ¿qué harán con el seco?
Jesús cansado y adolorido se detiene a consolar a las mujeres olvidándose de sí
mismo.
Si yo te viera Señor, no pararía de llorar por ti. Verte tan bueno y tan herido por mis
pecados.
Enséñame a transformar mi llanto en actos de amor a ti, para que sea yo quien te
consuele con mi amor.
Enséñame a ver el sufrimiento de los demás como una oportunidad de imitarte y
de consolar a los que sufren. Enséñame a ver en los pobres, los tristes, los
solitarios, en los que lloran, tu rostro y, como tú, mirarlos con amor y consuelo.
Gracias por morir por mí en la cruz, gracias por consolarme siempre, gracias por
salvarme.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús va subiendo el monte, con la cruz a cuestas y sus fuerzas ya no dan más. Falta
poco para llegar a la cumbre y se cae otra vez. Todos: fariseos, ciudadanos,
soldados… se ríen de Él. Nadie es capaz de ponerse en su lugar, de ayudarlo.
María está destrozada. ¡¡¡Pobre María!!! Al ver que su Hijo sufre tanto, llora
porque no puede hacer más. Ella, conocía la voluntad del Padre y lo deja
entregarse. ¡Gracias María!
Jesús: ¡Cómo me gustaría ser como Tú! Perseverante, esforzado y valiente,
levantándote del suelo no sólo una, sino que dos y tres veces sin alegar;
ofreciéndote completamente a tu Padre por amor a nosotros.
Ayúdame, Jesús, a ser así: a no rendirme por muchas veces que falle o caiga y
seguir adelante.
Ayúdame a tomar mi cruz de cada día y saber levantarme al caer.
Ilumíname también para poder ayudar a los que caen y les cuesta mucho
levantarse.
Décima estación: Despojan a Jesús de sus vestiduras
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús lleva el peso de la cruz en su espalda. Está cansado y lastimado. Le ofrecen de
beber, pero Él se rehúsa. Acepta el sacrificio a cambio de la salvación de la
humanidad. Los romanos lo despojan de sus vestiduras, piensan dividirlas, pero al
no ser posible, deciden rifarlas. El Señor se queda sin nada más que su carga. El
Señor estaba solo, callado y sentía un inmenso dolor, no sólo físico sino también
espiritual.
Pronto se cumplirá la condena y habrá muerto en la cruz.
Para llegar a Dios necesitamos también el peso de la cruz, porque de esta manera
nos acercamos a Jesús que nos ama y nos está esperando. Solos nada podemos,
pero con su gracia sí.
¿Cómo podemos nosotros compensar a Jesús? Ninguno de nuestros problemas, de
nuestros dolores se pueden comparar a los de Él. Y nosotros apegados a nuestra
soberbia, comodidad, flojera, etc… y el Señor se queda sin nada, ni su fama. ¿Por
qué no puedo hacer siquiera un simple sacrificio? Te pido Señor que me ayudes a
pensar más en Ti y menos en mí. A actuar más por amor a Ti y a los demás y no a
no quedarme por vergüenza. A ir más allá de lo que me acomoda y así seguir tu
ejemplo.
Décimo primera estación: Jesús es clavado en la Cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús ha llegado a la cima del monte Calvario... ya se acerca la hora de la
redención. Luego de un largo recorrido cargando su cruz en medio de burlas e
insultos, el Señor debe vivir una nueva humillación: le quitan su ropa, sortean su
túnica y como si no tuviera ya miles de heridas, se aprontan a clavarlo en la cruz. Él
no hace nada: no ruega que lo suelten, ni insulta a los soldados mientras lo clavan,
solo reza. Reza por nosotros, para que seamos perdonados, ruega para que
entendamos el mal que estamos haciéndonos a nosotros mismos, cuando no
somos capaces de tomar nuestra cruz y llevarla junto a Él. ¡Qué ejemplo de
fortaleza nos das Señor!
Jesús: ayúdame a ser como tú, a poder entregarme a Dios por completo. Porque sé
que basta con una sonrisa, una frase amable o incluso una mirada tierna para
aliviar tu dolor. Eso quiero hacer: aliviar tu dolor como tú aliviaste el mío, sin
quejarte y sin sacármelo en cara. Ayúdame a vivir de esta manera junto a ti,
pensando siempre en los demás, para aprovechar esta gran oportunidad que nos
das de ir al Cielo. ¡Quiero ganarme el Cielo, Jesús! Y sé que, aunque a veces me
desvíe del camino, con tu ayuda, podré siempre volver a recomenzar.
Décimo segunda estación: Jesús muere en la Cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
No cabe en ti, Jesús, ninguna herida más, ni en tu cuerpo, ni en tu espíritu. Al
mirarte, se puede apreciar claramente tu dolor. Tu madre, San Juan y todos los que
te seguían, solo tienen ojos para ti. Al tu lado, dos ladrones han sido también
crucificados para cumplir su condena. Uno de ellos, ciego de maldad, se ríe y burla
de ti, Señor. Mientras el otro, viendo con cuánto amor soportas la injusticia, se
convierte. ¡Me conmueve ver con qué misericordia, después de todas las maldades
que puede haber hecho, le dices que estará contigo en el Paraíso! Y así, inundado
de dolor, traicionado por quienes te habían alabado, abandonado por tus amigos...
en ese sufrimiento y soledad total, mueres para salvarme. ¡Qué ganas de decirte;
perdón, Señor, porque yo no merezco tanto amor!
Jesús: perdóname por todas las veces que te he dejado solo, que me ha faltado fe o
amor para acompañarte en el sacrificio del altar... todo lo que sufriste en la cruz
por amor a mí no se compara con nada que yo pueda vivir. Quiero aprender de tu
misericordia, perdonar a los demás aunque me hieran y saber sufrir en silencio,
llevando la cruz con alegría y cerca de María, que me apoyará cuando lo necesite.
Décimo tercera estación: El cuerpo de Jesús es bajado de la Cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Fue una tarde difícil, Jesús, acabas de morir y mi corazón está roto. Un terremoto
acaba de pasar, la tierra también está triste, pero ya se acabaron tus sufrimientos,
ya estás muerto y tu cuerpo yace en la Cruz. Bajo la Cruz están arrodillados tu
Madre, y Madre mía también, San Juan y María Magdalena.
Nicodemo y José de Arimatea pidieron permiso a Poncio Pilato para poder bajarte;
éste lo concedió. Los mismos soldados que te habían matado, son ahora los que te
desclavan y te entregan a María. Te pusieron en sus delicados brazos y ella te tomó
como a un niño pequeño.
María: por fin tu Hijo es bajado de la Cruz, ahora podrás abrazarlo y darle todo el
amor que siempre tuviste por Él. Ya sé que estás llena de tristeza, pero San Juan y
María Magdalena están junto a ti para acompañarte, y también trataré de estar yo.
Descolgar el cuerpo de Jesús es un hecho actual, presente en la vida de cada una
de nosotras. Cuando alguna amiga o familiar tenga un problema, lo ayudaremos a
soportarlo, viendo el lado positivo, buscando la solución. Ofreceremos todo lo que
no nos gusta, lo que nos cueste, ayudaremos a los demás, seremos serviciales para
curar todas las heridas que hemos hecho a Jesús. Dios nos da ayudas en nuestro
camino al cielo. A Jesús, su Hijo, le dejó a María, y a nosotras nos va poniendo
personas que nos ayudan, para que cuando nos equivoquemos, nos ayuden a bajar
de la cruz. Que seamos como San Juan y María Magdalena, acompañando a la
Virgen María, y a todos los que nos rodean, en sus dolores.
Décimo cuarta estación: el cuerpo de Jesús es sepultado
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
Responden: Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
María estaba con Jesús en sus brazos cuando José de Arimatea y las mujeres que
estaban ahí lo tomaron y rociaron su cuerpo con aceite y perfumes y lo envolvieron
para darle sepultura.
Juan consolaba a María, las mujeres lloraban y rezaban para que Dios perdonara a
los hombres por las grandes ofensas que habían cometido.
Los romanos abrieron el sepulcro y llevaron a Jesús. María decidió verlo por última
vez. El sepulcro se cerró y hubo un momento conmovedor.
Jesús sufrió un dolor inimaginable por nosotros, sólo para redimirnos de nuestros
pecados y abrirnos las puertas del cielo, las puertas que nos permitirán ver a
nuestro Padre celestial cara a cara.
¿Cómo puedo ayudar a María para acompañarla en este momento tan difícil?
Jesús perdón por los pecados que cometo a diario, te prometo ser más responsable
y obediente.
Te prometo acompañarte en la Eucaristía y ser muy buena amiga.