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UN Ol
U LQUIER
R61L1 DiAl
RU OR
PREM IICIORAL LITERATURA
9 8
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La obra de arte s la obra de la angustia porque
la angustia
es
la causa primera el ancestrai impulso
el atvico germen de toda creacin
Esta pequea coleccin de cuentos que se da h y
la publicidad - s i n pretensin alguna- es t e
bin hija de la angustia. Hija menor si
se
quiere
pero hija al fin. De la angustia personal congnita
de quien los
escribi
y
de la angustia colectiva
n
que
se
ofrece inmersa a sus ojos la hwnmidad de
hoy
Por so las historias que aqu
se
rel t n
son his-
to r ia tristes
y
las figuras humanas que pueblan sue
c minos son seres solitarios confusos desorientada
Ceda uno de l m m m f m es una visin fugaz de
un
vida cualquiera. Quien los ley- eetar
omo
frente a una puerta abierta hacia la calle: limite
do S ^ paisaje
por el
r p f m c h m mo de
madera
Ai-
guien qu viene de uy lejos
c M a
sin det-
frente a l
y
s sum rg de nu vo en la tioznra
Aspira el autor
que
ese
efmero
celaje
pen s
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ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE
UN
DIA
CUALQUIERA
Hemos decidido otorgar el Premio Na-
cional de Literatura a la obra Un da cual-
quiera , en consideracin de lo que implica
como labor de creacin, por su estilo, por la
unidad de conjunto el valor psicolgico de
los cuentos en ella contenidos.
Extractado del Veredicto del Jurado
que otorg el Premio Nacional de Li-
teratura en el ao 1958.
El libro Un da cualquiera (Premio Nacio-
nal de Literatura) Crculo (cuento) son
suficientes para colocar a Virgilio
Daz Gru-
lin dentro de la mejor cuentstica hispano-
americana.
ida
artagena Par Brigadas
Dominicanas, Junio 1962)
El libro Un da cualquiera se compone
de doce cuentos breves, intensos, concisos
directos, armados con una poesa interior
desgarradora, de pattica soledad que, pre-
cisamente, es de donde el lector recoge la
angustia colectiva que el autor quiere dar-
nos.
Revista Espiral
Bogot, Colombia
Octubre de
1958
Contina)
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BIBLIOTEC T LLER
UN DI CU LQUIER
Virgilio
Daz
Grulln
ler. edicin: 1958
Editorial Libreria Dominicana
Ciudad Trujillo Repblica Dominicana
1978 Ediciones de TALLER
Santo Domingo D.
N
Portada e ilustraciones de
Gilberto Hernndez Ortega
Impreso en la Repblica Dominicana
Printed in the Dominican Republic
Ta lle r Isabel l a Catlica
309
Santo Domingo Repblica
Dominicana.
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N
on
~l i in~~ruin
I R G I L 1 D l A Z GRULLON
P R E M IO NACIONAL LITERATURA
958
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jjerido, baste para reconocer al hombre, adivinar su
nt ima tortura, presentir el curso inevitable d e su
vida. a accin de los cuentos, pues, nunca se inte-
rrumpe,
y
el tiempo en que suceden se ofrece e n
un fluir incesante, sin solucin alguna de continuidad.
N o se ha querido ceir las historias a
un
lugar
de
terminado. Sus personajes podran ubicarse en cual-
quier pas, porque en todos los lugares de la tierra
el hombre nace de idntico
bar1 y
lo hiere la mis-
m a angustia.
Finalmente, y co mo una justificacin f rente a quie-
nes pensaren que
s
demasiado cruel la imagen de
la vida que o frecen estos cuentos, se recuerdan los
versos inmortales de Goethe:
Quien n o comi su pan e n la tristeza,
qu ien n o pas las horas de la noche
esperando, entre llanto, a la maana,
os conoce, potencias celestiales.
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M T R U N R T O N
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N m O recogi un pes d piedr de l s que
bund b n en el pequeo p tio tr sero
de
l
casa c lcul
cuid dos mente l punter y l rroj
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con fuerza contra el ratn que pareca observarlo
atentamente a pocos pasos de distancia.
La
piedra, describiendo una corta parbola en el
aire, cay pesadamente sobre el espinazo del animal
produciendo
un
ruido sordo.
El
ratn se arrastr
un
poco hacia el fondo del patio, se detuvo luego y ha-
ciendo una grotesca voltereta qued por fin inmvil
con el vientre al sol.
Dando media vuelta, el
nio
corri velozmente
hacia la casa. Abri de un empujn la puerta y cru-
z como una rfaga de viento fresco la habitacin
semioscura donde la anciana dormitaba.
sta
desper-
t sobresaltada
y
al comprobar la causa uela haba
sustrado de
su
sueo, cambi ligeramente de posi-
cin y cerr de nuevo los ojos.
-{Qu muchacho ste -, murmur. Ahora
le sera difcil conciliar otra vez el sueo. el m-
dico le haba advertido que necesitaba dormir mu-
cho y no preocuparse demasiado. Se lo haba dicho
en aquella forma especial que tena de hablarle: con
suavidad, pero con firmeza.
Le
gustaba mucho
aquel doctor. Le complaca verle sentado a su lado,
con el maletn lleno de instrumentos extraos abier-
to junto a l, y orle hablar mientras manipulaba
la jeringuilla, el termmetro o el aparato aqul de
medir la presin arterial. Era sin duda una per-
sona que inspiraba confianza; y ella se la tuvo desde
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U N
D I C U L Q U I E R
el primer momento. Siempre estaba pendiente de
cuanto le deca
y
cumpla sus instrucciones al pie
de la le tr a.. La verdad era que haba mejorado
mucho. Ya respiraba casi sin dificultad y las articu-
laciones apenas le dolan; slo aquel dolor del
COS
tado segua molestndola. Pero el dolor se ira
tambin y ella volvera a sentirse fuerte
y
saluda-
ble como antes. Cuando estuviese un poco me-
jor volvera a trabajar en el jardn. Si no lo haca
ella nadie en la casa se ocupaba de las flores. Da-
ba pena asomarse a la ventana y comprobar lo des-
cuidado que estaba todo. El rosal estaba casi seco
los yerbajos crecan por todas partes y las dalias se
haban marchitado
por
completo. Pero cuando
ella sanara el jardn que tambin estaba enfermo
sanara con ella
y
volvera a ser como antes. Des-
pus de todo cultivar con amor el jardn era la ni-
ca forma en que poda devolver a su hijo todo
cuanto haca por ella.
La
sola manera de pagarle sus
bondades sus sacrificios. S era sin duda un sa-
crificio aloiarla en su casa y pagar al mdico y com-
prarle medicinas caras cuando l ganaba tan poco
y haba vivido siempre tan estrechamente. Y
pesar de todo su hijo la mantena all desde haca
meses y la rodeaba de atenciones y de cario no
obstante las insinuaciones de su mujer.. Porque
ella saba que la mujer no la quera. Aunque no
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se lo deca abiertamente lo adivinaba en el tono d e
su voz en el
modo de mirarla. Daba gracias a
Dios porque su hijo fuera tan bueno. Y siempre
lo haba sido: desde nio fu obediente dcil. Pocas
madres haban tenido la suerte de ella.
El sueo al fin nubl la mente de la anciana y
la posey total
y
dulcemente.
Al llegar a la mitad del pasillo que divida en
dos la casa el nio detuvo su carrera gir a la
izquierda y entr en su habitacin cerrando con
fuerza la puerta tras de s. Se arroj de bruces sobre
la cama y escondi la cabeza bajo la almohada..
Pero an all el vientre blancuzco del ratn res-
plandeca en la oscuridad.
En la habitacin contigua el hombre acostado
en la amplia cama matrimonial arque el cuerpo y
se desperez sin abrir los ojos. La mujer acostada
a su lado se incorpor
y
pregunt en voz alta:
-Qu fu ese ruido? Eres t Manuelito?-
Nadie respondi y la mujer se volvi hacia el
hombre diciendo:
-Recuerda lo que me prometiste anoche. De-
es
decrselo ahora
mismo-
ecirle
u a quin El hombre apenas oa las
palabras a travs de las ltimas brumas del sueo.
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U N D I A C U A L Q U l E R A
. . .
es algo que debes hacer de todos mo-
dos .
Siempre o
que
hacer.
A
todas horas. Mover
se..
. caminar.. . dar la mano.. . inclinarse.
.
as que
lo mejor es hacerlo cuanto an-
tes..
.
Todo
aprisa. . .
No
dejar nada para despus. . .
correr. .
. a p r m a r s e .
Por qu no dices nada?
Es
que ests tra-
tando acaso
de
echarte atrs?- La voz aguda
de
la
mujer le restall con violencia en los odos.
El hombre gir sobre s mismo
y
se coloc
de
costado.
Era
necesario
responder decir algo. ero se
estaba tan hien m , tendido, con los ojos cerrados
sin hablar. . .
Cuando
la
mano
de
la mujer
se
prendi como
u
garfio de
su
hombro y lo sacudi con furia, abri
loa ojos,
sobresaltado.
Qu pasa?
-Estabas despierto desde hace rato . . .
i
m no me engaas Crees que fingiendo dormir
y es
condiendo la cabeza bajo l almohada es como se re-
suelven
las
cosas?
.
jLevHntate ahora mismo
y
h-
Male a
la
Vieja de
una
vez .
.
-Espera un poco mujer.
Hoy
s
domingo.
D-
jame descansar
un
rato.
s
tarde le hablar.
.
-De
ninguna
manera .
. .
nene
que ser
aho-
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ra mismo . Anoche m e prometiste que sera la
primera cosa que haras por la maana. O
o-
lerar ni un solo retraso ms Me oyes?. ~ C O ~ O Z -
co demasiado bien t u sistema de ir dejndolo todo
para despus
y
luego no hacer nada . Puede ser
que te engaes a ti mismo, pero a m no me enga-
as -
S u boca abrindose y cerrndose. Cada vez
ms aprisa. M s aprisa. Ms. Desde cun-
do vienes soportando esto? Desde el da en que te
casaste?. No. Desde antes an. Recuerdas las
felicitaciones de tus amigos el da de la boda?: "Con-
gratulaciones. T e casas con una mujer de cm&-
ter". "Ella siempre ha logrado lo que se ha pro-
puesto. Ser de gran ayuda para ti". "Magnfica
eleccin; llegars m u y lejos casado con una mujer
as)'. Claro que has llegado lejos. Mucho ms l e
os de lo que jams soaste; pero no en la direccin
que suponan ellos. No hacia arriba, sino hacia aba-
jo. Comenzaste a descender lentamente at prim
cipio, sin que apenas te dieses cuenta de lo que su-
ceda.
Primero fueron pequeas concesiones, para
evitar esceraes
en
pblico. Despus esas concesiones
s multiplicaron en cada hora
y
e n todas partes h m
ta constituir la esencia misma de la vida en comn .
Aprendiste a tolerar, a callar
y
as fuiste hundinde
te
poco a poco e n este abismo
en
que ests sumido
en el presente. La senda que t e condujo a l se ini-
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U
N
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ciaba en una suave pendiente,
y
cuando empezaste
a
descender por ella creas poder detenerte cuando
quisieras.
.
Qu lejos estabas entonces de
sospe
char que c u d o a pendiente
se
tcrnara en precipi-
cio,
el imgulso inicial te sumergira cada vez
ms
aprisa hasta el fondo de la oscura sima .
.
La puerta d,e la habitacin se abri con violen-
cia
y
la cabeza del nio asom por el hueco pregun-
tando
-Pap,
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-S mujer como quieras. Ahora mismo voy.-
La voz del hombre son como la de
un
nio que re-
citara una leccin aprendida de memoria
y
mil ve-
ces repetida.
Con gestos maquinales
y
rostro inexpresivo
s
levant
de
la cama se calz las pantuflas
y
sali en
silencio de la habitacin.
En el pasillo el nio recostado en la pared alz
la cabeza hacia su padre. El hombre coloc su ma-
no sobre el hombro de su hijo y mientras caminaba
junto
a l
y
abra la puerta de la habitacin donde
dorma la anciana respondi a su pregunta con voz
apenas audible:
-No mi hijo matar un ratn no es un pecado:
los
ratones estn mejor muertos que vivos.
. .
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E IPO
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i AN pronto la voz del cura se extinguir5 y el silen-
cio rein de nuevo en el interior de la pequea
iglesia los hombres se movieron hacia el atad y lo
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levantaron con cuidado del banco de madera
en
donde haba reposado hasta ese instante. Eduardo no
fu de los que se apresuraron a cumpiir aquel deber.
Durante la breve ceremonia haba permanecido abs-
trado de cuanto le rodeaba y s6lo cuando alguien le
roz a l pasar comprendi que
l
inrervencin del
cura haba terminado y se iniciaba ahora la marcha
hacia el cementerio.
Se apart
un
poco para dejar pasar a los que
llevaban el fretro y comenz a bajar I Sradas de
la iglesia. A su lado el atad se balanceaba inquietan-
temente a medida qu los hombres descendan vaci-
lantes. Un traspi un paso en falso provocaran sin
duda una catstrofe. Eduardo medit objetivamen-
te sobre tal posibilidad porque observaba cuanto ocu-
rra a su alrededor como contempla un espectador
el escenario: atento al desarrollo de la trama
y secre-
tamente confiado en
un
final sorpresivo
y
dramtico.
Pero nada extraordinario sucedi. Los hombres
alcanzaron sudorosos el nivel de la calh
y
respira-
ron con satisfaccin. Se detuvieron unos instantes se
organizaron de nuevo y reanudarcn la mrrcha tran-
quilos y aliviados.
Frente a la iglesia el reloj de la plaza cant
seis sonoras campanadas. Las seis: haca justa-
m nt
nueve horas que haba muerto
y o
Eduardo le
sorprendi aquella cronomtrica exactitud. A su
pa-
dre sin duda le habra gustado saber que to o s
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U
D I C U L Q U I E R
haba realizado a su debido ti,empo. Que cada quien
haba cumplido a cabalidad su obligacin. Pero ya al
viejo no podra alegrarlo eso ni ninguna otra cosa
en el mundo, porque estaba muerto para siempre
dentro de aquella caja reluciente de caoba que se
balanceaba suavemente a su lado.
Si
hurgaba en su memoria, all en lo ms pro-
fundo de su reminiscencia, la primera nocin que
conservzba de la existencia de su padre se confun-
da con una voz aterradora que tronaba por enci-
ma de su cabeza mientras l corra a guarecerse en
el regazo tibio de la madre. Aquella escena de-
bi repetirse muchas veces porque, al recordarla, la
asociaba con diferentes acontecimientos de su in-
fancia. Las primeras lecciones de &quitacin
el
viejo azotndose furiosamente las botas can
una
fus-
ta flexible:
;Al,&n
da har un hombre de esta mu-
jercita ".
y
el terror del nio al lomo inseguro del
caballo). O el primer disparo con la escopeta de
caza, apenas sostenida entre sus manos temblorosas
(la voz iracunda del padre a sus espaldas: "[Aprie-
ta el gatillo
de
una vez, cobarde ") O el chapuzn
inesperado en el mar, y la angustia de sumergirse
hasta el fondo, y los gritos mudos bajo el agua,
y
la
risa odiosa del viejo en lo alto del trampoln.
Una mano se apoy en el hombro de Euardo
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y
una voz dijo a su espalda: "Le acompao en su
sentimiento, joven9$."Gracias, muchas gracias", res-
pondi sobresaltado. Sera la expresin de su rostro
adecuada a las circunstancias?. Estaba dndole
a toda aquella gente la impresin de una pena hon-
da, aunque discretamente expresada?. Tal vez
deba pedkle a uno de los hombres que le permitie-
ra cargar en su lugar el atad.
sin duda era
algo as lo que todos esperaban de l.
"Por favor, me permite?",
y
substituy a uno de
los portadores del fretro.
Los
msculos del brazo
se le pusieron tensos, se le abultaron las venas de la
frente y enrojeci
su
rostro. El viejo pesaba mu-
cho. Siempre fu corpulento. Alto y macizo como
una torre. Con msculos de hierro y manos podere
sas Aquellas manos enormes como palas. Ro-
jizas y sembradas de un vello abundante que fu
ponindose
gris
con los aos. Manos siempre ocu-
padas, sin tiempo para las caricias. u vivamen-
te recordaba el gesto brutal de aquellas manos rom-
piendo su primer boceto de dibujo .
Fu u domingo por
la
tarde. El viejo jams
entraba en la habitacin de su hijo; pero aquel
da
al pasar junto a puerta, debi sospechar del me
vimiento brusco del nio cerrando
l
gaveta baja
del armario al or sus pasos por el corredor. Ves
tido con su traje blanco recin planchado, pareca
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tos los movimientos precisos y hbiles con que el
albail mezclaba el cemento y la arena hmeda
amontonados junto
a
la tumba.
Y
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U
D I
C U L Q U I E R
hacia delante ech bruscamente a un lado a quienes
se interponan en su camino y apoyando primero
las manos y luego el hombro sobre el extremo sa-
liente del fretro estuvo all empujando con todas
sus fuerzas desesperadamente como si de aquel es-
fuerzo formidable dependiera su vida entera hasta
que un golpe seco y sordo le anunci al fin que el
otro extremo de la caja haba llegado al fondo del
nicho.
Slo entonces s retir algunos pasos tembloroso
y jadeante y mientras el albail completaba su la-
bor permaneci callado e inmvil con la mirada fi-
ja en la boca del nicho hasta que el ltimo ladrillo
la cerr por completo para siempre.
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EL
POZO SIN FON O
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sPn
as
'eee~
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en los escalones que conducan al jardn:
-No s queden ah toda la tarde. Anda, ni-
o, lleva
tu
amiguita a jugar al patio.-
-S, mam. mbos nios se incorporaron d-
cilmente y comenzaron a descender los escalones.
-Si ven que
se
nubla, vuelvan seguido.
. . Fut+
den jugar en el platanar, pero no vayan ms all de
los framboyanes.-
-S, mam. as nios
se
alejaban ya.
. Y
no
se
acerquen al pozo por nada de1
mundo.
. .
Recuerda lo que te he dicho siempre, mi
hijo.. sta vez tuvo que gritar para hacerse
or.
Cuando los nios desaparecieron de su vista, se
volvi y entr en la cocina preguntando a la otra m
jer que estaba de pie junto al
fogn
humeante:
Le llevaste ya su comida?-
-S,
seora; hace un rato-
-Cmo la encontraste?-
-Igual que siempre. Estaba acostada en la
ca-
ma y ni siquiera s mwi cuando entr.. Le
ha-
bl, pero no me respondi. ]Pobre mujer . An-
tes por lo menos pareca siempre contenta: cantaba
y se rea sola. Pero ahora.
.
Fuera del alcance de las recomendaciones
ma-
ternas el nio
se
volvi a su compaera diciendo:
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U N
D I A C U A L Q U I E R A
Quieres que
te
ensee mi
annbine.3
-2Qu6 es una
cornbind?
Es
un lugar secreto que tengo para m sola
Una mata grande del otro lado de la casa.. .
@a
bes
subirte a una mata?-
-S, si no
es
muy alta.
.
Dnde
est?
-Mrala Es aqulla all en el fondo. . La
ves? l nio la sealaba con el dedo y ret de-
safiante:
;El ltimo en llegar
es
un bobo . .
Corrieron velozmente hacia el rbol de caucho
que abra
su
amplio ramaje junto a la hilera de fram-
boyanes. El nio lleg el primero y se apoy en el m
gaeo
tronco, pero no hizo alarde de
su
fcil victoria.
-Ten cuidado al subir, que las hojas manchan-,
advirti mientras trepaba gilmente. Se sent a hor-
cajadas en el ngulo que formaba una fuerte rama
con el tronco inclinado y mir a la nia que per-
manecla indecisa a sus pies. -Qu te pasa?
Tie
nes miedo?-
-No, no tengo miedo; es que llevo puesto mi tra-
je nuevo.-
-Entonces esprate ah; voy a ensearte una
cosa
.
El nio se inclin un poco hacia su izquierda y
extrajo de un hueco del tronco
una
caja vieja de
za
patos. La apret contra su pecho mientras se desli-
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zaba con suavidad hasta el suelo. Coloc la caja en-
tr
ambos, desat la cuerQa que la sujetaba y levan-
t con lentitud la tapa observando con atencin el
rostro de su compaera. La caja estaba llena hasta
ios bordes de semillas de framboyn Introdujo en
ella ambas manos y tom
un
puado que dej caer
de nuevo poco a poco, entreabriendo los dedos.
-Anda, tcalas t tambin-, ofreci generoso.
La nia alarg la mano y acarici las semillas
suavemente con la yema de los dedos.
. Y tengo ms en casa-, proclam l con
orgullo mientras tapaba de nuevo la caja.
Trep otra vez al rbol y coloc la caja en su
escondite. All arriba, la obsesin del pozo le asalt
con la urgencia de siempre. Deseaba ir en seguida, sin
perder un minuto. Y all abajo estaba aquella ni-
a que no quera ensuciarse su vestido nuevo. Du-
d un instante, pero de inmediato adopt su decisin.
Baj del rbol
y
cuando estuvo nuevamente jun-
to a ella le dijo:
-Todava tengo una combina mejor .. . Te la
voy a ensear si me prometes no contrselo
a
na-
die.-
-Una combina mejor?. .
Cul es?-
-El pozo.
. .
Ven, vamos a verlo.
. .
-Pero tu mam di jo .. .
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N
D I C U L Q U I E R
M a m este ahora en la cocina.
Si
nocl vamos
por ah detrs no podr vemos.-
-Pero.
El la tom con firmeza de la mano y ech a
dar venciendo
la
dbil resistencia.
Te
va a gustar mucho- le dijo mientras
ca
minaban apresuradamente. o voy todos los das
escondido de mam. Me paso horas enteras mirando
hacia abajo pero nunca
he
podido saber dnde
ter-
mina.
Creo que no tiene fondo. Si tiras una
piedra por el hoyo te quedas esperando esperando
y nunca la oyes caer.
medida que hablaba
sus
ojos relucan con
un
brillo extrao que iba acentundose cada vez ms.
Baj la voz y agreg casi en secreto al odo de la
nia
Y a veces cuando no haces ruido y te
es
ts sin moverte mucho rato junto a l te dice pala-
bras y te canta canciones.
Bordearon los framboyanes
se
agacharon para
pasar bajo una alambrada de pas y penetraron
en
el terreno prohibido.
Frente a ellos se extenda
una
amplia zona
de
yerba que creca sin cuido hasta una altura mayar
que ellos mismos.
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Despus de andar algunos pasos la nia se de-
tuvo temerosa
-;Es muy lejos?-
-No. Est all mismo detrs de aquella empa-
lizada.. Anda vamos.- El nio apremiaba con
impaciencia.
Franquearon sin dificultad la c e c a de tablas
de palma y se encontraron de sbito frente al pozo
abandonado. Estaba en el centro de un claro solita-
rio con su brocal de cemento y piedras erguido so-
bre la tierra seca que lo rodeaba. La yerba que cre-
ca por todas partes
s
detena a su alrededor como
si respetase su soledad malhumorada y altiva.
Los nios se acercaron cautelosos y apoyando
las manos sobre el brocal trataron de mirar dentro
del profundo agujero. Pero su visin apenas alcan-
zaba unos dos metros: ms abajo la oscuridad era
absoluta.
El nio tom una piedra del suelo
y
la dej caer
dentro del pozo. Las cabezas se inclinaron mas nin-
gn sonido delat su cada.
-Ves?- dijo l.- No tiene fondo. Prue-
ba t ahora.
.
La nia obedeci y de nuevo esperaron intil-
mente inclinados hacia el hoyo profundo.
Una corriente de aire pareci estremecer de arri-
ba a abajo el cuerpo de la nia:
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U
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-;Vmonos de aqu -, dijo,
Est
haciendo
lo.-
-No, espera un poco. l nio recoga pie-
dras del suelo y las amontonaba sobre el brocal. Sin
hacer caso de la nia, comenz a arrojarlas una a
una hacia abajo, mientras ella a su lado insista:
-Va a llover. Vmonos, que tu mam dijo. . .
La cabeza del nio desapareca dentro del brocal,
esperando el sonido que no llegaba nunca,
y
conti-
nuaba arrojando las piedras ajeno a cuanto le ro-
deaba.
-Tengo miedo.
. .
Me voy.
. .
La nia, a d a g
tando una sbita decisin, e h a correr hacia la ca-
sa sin que l pareciese percatarse de ello.
La provisin de piedras se agot al fin. El nio
se apart un poco para buscar algunas ms
y,
en ese
mismo instante,
y l
voz.
Esta vez la escuch ms claramente que nunca.
Era una voz suave y dulce entonando una can-
cin desconocida. Al orla, el nio volvi sobre sus
pasos, se asom al brocal
y
escrut de nuevo las ti-
nieblas. . Pero, no. La voz no surga del fondo del
pozo. Desconcertado, se apart de all e inici la
bsqueda por los alrededores.
Al rodear un grupo de matorrales, not por pri-
mera vez la construccin de concreto, levantada
a
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V I R G I L I O D I Z G R U L L O N
unos
pocos pasos de distancia y que hasta aquel mo-
momento le haba ocultado la maleza.
Se acerc a ella lentamente y observ la puerta
de madera gruesa cerrada por fuera con
un
gran
candado lleno de herrumbre.
on
pasos cautelosos
le di la vuelta a la misteriosa construccin. En e1
lado opuesto fuera del alcance de su pequea esta-
tura descubri una ventana con barrotes de hierro.
La voz desconocida haba callado pero el nio
estaba ahora seguro de que haba provenido de all
adentro. Busc con la mirada algn tronco suelto
para apoyarse y alcanzar la ventana cuando not que
a travs de las rejas le observaba sonriendo una mujer.
-Quin eres?- le pregunt recuperado de
su primer sobresalto.
La mujer continuaba mirndole y sonrindole pe-
ro no respondi.
-2Qu haces ah?- insisti el nio acercndose
algunos pasos fascinado
y
temeroso.
El rostro asomado a la ventana no hizo un solo
gesto.
-;Te tienen encerrada por algo malo que hi-
ciste?-
Ella segua mirndole con la misma sonrisa
ex
traa
y
ausente.
Acercndose an
ms
el nio la mir fijamen-
te a los ojos profundos y vacos. De pronto di
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U N
D I C U L Q U I E R
media vuelta y sali corriendo asustado sin saber
por qu.
Al trasponer la empalizada, tropez con la nia
que lo aguardaba en el recodo.
-Qu ha pasado?. .
Por qu corres?-
El nio se detuvo, la tom de la mano
y
la arras-
tr
consigo exclamando:
-Ven. ;Vmonos de aqu en seguida -
Y despus de una pausa, explic con voz entre-
cortada, sin cesar de correr:
-Hay una mujer encerrada..
.
Est all sin m*
verse, mirndote. Y quisieras quedarte con ella,
y sin embargo te da miedo.. . Le haces preguntas,
es como tirar piedras en el pozo: te quedas espe-
rando, esperando, y no responde. . .
Se detuvo un instante y, como si hablara para s
mismo, continu:
-S.
Igual que el
pozo
.
Dentro de ella todo
debe ser negro como la noche. .
Y
por ms que la
mires
y
la mires, no sabrs nunca lo que tiene den-
tro. . .
Y reanudaron
la
marcha hacia la casa, lenta-
mente ahora, mudos, estremecidos y confusos.
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JORN D
COMPLET
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V I R I L I O D I Z R U L L O N
Se llev ambas manos a las sienes
y
las apret con
fuerza. El dolor agudo intermitente le martill con
violencia las paredes del crneo mientras se incarpo-
raba hasta quedar sentado en el borde de la cama
los prpados fuertemente apretados
y
la cabeza re-
posando entre los puos cerrados y convulsos.
-Maldito ron. -, murmur mientras senta
su propio aliento impregnado de alcohol.
Con los ojos an semicerrados
s
separ del le-
cho
y
se dirigi vacilante hasta el lavabo. Abri la
llave de agua y sumergi la cabeza bajo el chorro
resfrescante. Despus de algunos instantes se incor-
por enfrentndose a la imagen de s mismo que le
ofreca el espejo colgado en la pared.
Con el dedo ndice se estir hacia abajo el borde
inferior de los ojos poniendo al descubierto la regin
amarillenta estriada de rojo que le circundaba las
pupilas.
Otra vez el hgado. Valiente heren-
ci de
un
padre borracho . e pas la mano por la
barba punzants y crecida qu se extenda a lo largo
del mentn y las mejillas. dcunto tiempo hace
que
no
te afeitas?. 2Dos das?. Tres?. In-
clin la frente y se mir: estaba vestido con panta-
ln de casimir y camisa blanca y haba huellas de
barro en ambas prendas.
H a s
dormido
on
la ropa
puesta. Cmo llegaste a
c s anoche?.
Cun-
do saliste por ltima vez de ella?.
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U
D I
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Se despoj de la camisa la arroj al suelo y co-
menz a afeitarse apresuradamente. No enfren-
tarte con la Vieja ahora. Despus
s
tarde tal
vez
pero no ahora.
Cuando termin de rasurarse
s
mud de ro-
pas y sali casi furtivamente de la habitacin. Jus
tamente al trasponer la puerta de la calle lo sinti
venir. Lleg como siempre: pareci nacer en el
centro de s mismo y luego creci y se extendi por
todo su cuerpo impregnndolo de un ansia irresis-
tible impostergable. Vacil un instante sobre sus
piernas y
se
recost en el quicio de
la
puerta pero
no le tom de sorpresa en modo alguno: para l
aquello era como un viejo conocido que acostumbra
a
visitar nuestra casa sin anunciarse previamente.
Introdujo las manos en los bolsillos del panta-
ln aspir profundamente el aire fresco de la ma-
ana y cruz con paso rpido la calle consciente de
que all a pocos pasos de distancia encontrara la
nica fuente capaz de apagar la sed que le devoraba.
El bar estaba en la prxima cuadra. veces a
aquella hora de la maana estaba an cerrado; pero
eso era los sbados y domingos y hoy era mir-
les. 2 jueves? Desde el lugar por donde ahora ca-
minaba no poda saber si estaba ya abierto. La puerta
permaneca cerrada por un mecanismo automtico y
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a menos que uno tratara de abrirla, no poda saber
si estaba o no con llave.. Una vez prob entrar
y
algunas personas que pasaban le vieron sacudiendo
intilmente la puerta. Fu humillante: uno nunca
sabe lo que puede pensar la gente. Desde aquel da
adopt la costumbre de esperar en la esquina la
entrada del encargado o de que se le adelantase al-
gn otro cliente. Pero hoy es distinto: no podras
quedarte qu
parado esperando.
Hoy
tienes que
correr el
riesm.
Al
llegar frente a la puerta del bar, sac la ma-
no derecha del bolsillo y agarrando el picaporte.
Dios mo,
qu
no tenga llave. o hizo girar presio-
nando hacia adentro.. La puerta cedi fcilmente
y l atraves aliviado el umbral.
No haba nadie en el bar, excepto el encargado,
de pie junto al escaparate de bebidas, secando un
vaso con una servilleta.
-Hola -, lo salud al sentarse en un taburete
frente al mostrador.
-Buenos das. Llega usted temprano hoy.-
-Siempre me levanto temprano los das de tra-
bajo. Srveme uno, por favor,
-S,
seior:de qu marca lo prefiere?-
-Me es igual: todos son el mismo veneno.-
El encargado sonri mientras escanciaba el ron
n u
vaso que coloc sobre el mostrador. El otro lo
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U D I A C U A L Q U I E R A
rode con la mano hacindolo girar entre
os
de-
dos
Espera
un poco.
No le demuestres a
se
hesta qu punto est8 loco por beberlo.
-Le echamos de menos por aqu ayer-, dijo o b
aecuente el cantinero.
-Estuve fuera de la ciudad.. Negocios, si-
bes?.
Puedo
aguantar
las ganes Puedo
paspo
nerlo an ms
tiempo
hor que lo
tengo
en la ma-
no
El imperioso deseo vino de golpe. Con un movi-
miento brusco
se
llev el vaso a los labios
y
apur
el contenido de
un
solo sorbo sintiendo cmo el c-
lido alivio le baaba las entraas. Coloc de nuevo
el vaso sobre el mostrador, y empujndolo demand:
-;Otro . Siempre
es
d s cil esper r el
pri
mero
que Iw
demi&.
Apur el segundo trago con el mismo gesto de-
sesperado. Hizo una mueca de repugnancia
y
lim-
pindose la boca con el dorso de la mano dijo:
Est cada vez peor. Estos licorer s
se
mere-
cen la crcel por estafadores. ;Estn jugando con
la salud del pueblo
El cantinero sonri comprensivamente haciendo
gestos afirmativos con la cabeza mientras le serva
de nuevo diciendo:
Y
qu tal los negocios?-
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D I A Z G R U L L O N
-
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U D I C U L Q U I E R
cul restaurante aristocrtico? Sobre la tosca m a
dera de qu mAsa de cafetn d e mala muerte?.
Levant la cabeza. pocos pasos de distancia
le observaba hurao el cantinero con los brazos cm-
zados sobre el pecho.
-Perdona que te gritara hace un momento.
No supe lo que haca-, le asegur conciliador mien-
tras s serva nuevamente de la botella.
-No es nada. No se preocupe.-
-Hace das que me siento nervioso, irrita-
ble. Quizs sea el calor. No s. Bien s bee
que
o s
el calor. es que te sientes ahogado.
e que sabes qu todos estn contra ti. os
qu
te miran por la calle con sonrisas b u r l o w . los
que interrumpen
u
conversaciones tan pronto te
acercas. los culpables. los nicos culpables.
Luego continu en voz alta:
-Es terrible vivir en un medio tan estrecho.
Rodeado por todas partes de prejuicios. Sentirse so
lo.
Sin poder contar con nadie. Porque todos
son unos hipcritas, zsabes? iUnos hipcritas
y
unos cobardes . Crees que son capaces de darte
el frente? De decirte cara a cara cmo piensan?.
No. Viven en la sombra, como ratones,
y
slo salen
de sus cuevas asquerosas para susurrar
u
menti-
ras. iAh si yo tuviera algn da el poder suficien-
te
Si pudiera tenerlos frente a m, de rodillas y
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aplastarles la cabeza contra el suelo, como a alima-
as .
-La
indignacin le inund de sbito, como
una ola que naciese en el fondo de s mismo y
s
ex-
pandiera hacia todo cuanto le rodeaba. Termin de
hablar con los puos apretados y la boca torcida de
odio.
Qued un momento inmvil, con la cabeza in-
clinada sobre el pecho
y
respirando entrecortadamen-
te.
Luego asi la botella y escanci un nuevo trago
con ademn vacilante. Al beberlo torpemente, un hi-
lillo de ron le corri por la barbilla cay sobre el
mostrador.
El encargado limpi con el pao la regin hu-
medecida y se arriesg:
-C reo que ya ha tomado suficiente, no le pa-
rece?.
El otro irgui con brusquedad el torso:
-Quin? Yo?
sts
loco?. Puedo beber
cien veces lo que he tomado hoy .
Se sirvi nuevamente, como
SI
quisiera robus-
tecer su afirmacin. Luego se inclin hacia adelante,
apoyando los codos sobre el mostrador
y
dijo:
-Mi ltima juerga dur tres das con sus no-
ches.. Aguanto ms que cualquiera sin emborra-
charme -
Hizo una pausa permaneci pensativo; luego
continu en voz alta el curso de sus pensamientos:
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N
D I C U L Q U I E R
-Mi
problema en casa es la Vieja.
..
Siempre
anda metindose en todo. . Parodi una voz gan-
gasa: ''Por qu no haces esto Fbr qu
no
ha-
ces lo otro? Por qu no fe hablas
a
Fulano? Por
qu no le pides
un
empleo a Mengano?".
.
Como
si yo estuviese hecho para servir a nadie .
.
Bebi una vez ms, derramando parte del
con
tenido de la botella sobre el mostrador.
e
inclin a1
continuar
.
Y eso que antes era peor.
.
Me ola cl
aliento cuando llegaba a la casa. . Me sennoneaim
cuando volva tarde.
. .
-Baj la voz
y
agreg, como
si hablase consigo mismo:- Tuve que acabar de
una vez con todo aquello .
.
Se inclin an m& hacia el otro:
-Una noche, a la hora de cena, la Vieja comen-
z a recriminarme como
de
costumbre.
. .
No le res-
pond una sola palahe.
..
Me
levant de
la
mesa
me encerr en mi habitacin..
.
Me bast
una
heri-
da
superficial con la navaja de afeitar.
.
Mira,
an
se
ve la huella.
. .
Con la mano derecha retir la
manga izquierda de la camisa, dejando al descubier-
to la cicatriz rojiza de la mueca.
Se
irgui
y
agre-
g
sonrindose:-
n
me parece or sus gritos
desesperados retumbando en las paredes de fa casa.
. .
Y santo remedio: desde aquel mismo da descans
para siempre de sus reproches..
.
Pero cu ndo
sts
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V I R G I L I O D I Z G R U L L O N
all siempre anda dndote vueltas, como una som
bra.
y
tiene una manera de mirarte a los ojos. .
Permaneci un rato en silencio mientras
se
ser-
va
y
beba de nuevo. En aquel instante, un ratn ss-
li de detrs del escaparate de bebidas y atraves en
rauda carrera de uno a otro extremo del mueble, ha-
ciendo tintinear las botellas.
El cantinero, asustado, di
un
paso atrs al sen-
tirse asido inesperadamente por la mueca, mientras
la cara desencajada por el terror se acercaba a
y
preguntaba anhelante:
-Qu fu eso?-
-No es nada.. Clmese.. Son ratones..
Hay muchos en el local. No he podido acabar con
ellos. -Se solt aprovechndose del alivio sbito
del otro.
-Perdname. Me ponen nervioso los rato-
nes. -Se sirvi y apur un nuevo trago; y, despus
de un silencio reconcentrado, habl otra vez como si
lo hiciese para s mismo:- Una vez, la casa estuvo
llena de ratones. entraban en mi habitacin.
se trepaban por las paredes. se suban en mi ca-
ma. . se enredaban en mis cabellos. -Despus
de una pausa, y como si slo entonces se perc2tara
de
la presencia del otro, le grit mirndole
a la
cara:
-Eran ratones , me oyes?. Gordos, enormes, as-
querosos.
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U
N
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Inclin la cabeza y aadi en voz baja:
-Fu el ao pasado mientras estuve enfer-
mo. El mdico y la Vieja me decan que no haba
tales ratones y yo tuve que callarme y tragarme
aquello para m solo. -Su voz se quebr en algo
parecido a un sollozo cuando agreg:-
Y
los ratones
volvan cada noche en oleadas interminables. y
yo all mudo bajo las sbanas con los ojos desorbi-
tados de terror.
Sacudi la cabeza como si ahuyentase aquel re-
cuerdo de pesadilla
y
tomando la botella con mano
vacilante sirvi en el vaso lo que quedaba de su con-
tenido. Conservando an en la mano izquierda la bo-
tella bebi sin respirar hasta el fondo del vaso y ven-
cido al fin se precipit sobre el mostrador permane-
ciendo inmvil con la cabeza entre los brazos y la
boca entreabierta.
Al caer de bruces solt la botella que gir so-
bre s misma y cay rodando al suelo.
Sin pronunciar una palabra el cantinero se aga-
ch lentamente recogi la botella pas el pao por
el mostrador y despus de colocar aqulla junto con
el vaso en el escaparate se dirigi hacia la parte pos-
terior del local y llam en voz alta a alguien que pa-
reca estar detrs:
-Venga a llevrselo seora que para su hijo
ya termin el da.
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C IN
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MENS JERO
de la oficina coloc la tarjeta
sobre el escritorio Vicente la mir distradamen-
te
y
le rod hacia un lado con el dorso de la mano
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V I R I L I O D I Z R U L L O N
concentrndose de nuevo en la lectura del docurnen-
to
que
tena en frente. Aunque haba posado por un
instante los ojos sobre las letras impresas en la pe-
que
cartulina, su significado apenas roz la super-
ficie su conciencia
y fu
slo un rato despus
cu ndo
las letras
parecieron
ordenarse en su cerebro
y formar el nombre que ahora surga
con
pleno sig-
nificado para l.
--Leonardo Mirabal-, dijo en voz alta compla-
cindose, como antes, en la sonoridad de las palabras.
Reclinndose en el respaldar de su lujoso silln de
mem
Vicente s sumergi en recuerdos antiguos
mientras se acariciaba la mejilla con el canto afilado
de la tarjeta.
i u
lejanos le parecieron de pronto
aquellos tiempos del colegio
El
primer da de clases:
los muchachos corriendo hacia las puertas enormes,
gritando y riendo mientras 4 esquivo
y
hurao,
se
pegaba a las paredes
con
los libros bajo el brazo;
y
l s
voces que pasaban rozndole: "jLeottardo,
h
viene Leonardo ''; y
la conversacin sorprendida
al
entrar al aula: OTLeonardo
me explicas este teore-
ma? no prsedo entederlo; y en el primer recreo, el
muchacho debilucho que deca: Leonardo me
de-
jas
entrar al equipo?,
le
prprecticado mucho en las va-
cerrcerrOnesa
Vicente apret con el dedo el
botn
nacarado
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U
D I
C U L Q U l E R
del timbre y orden al mensajero tan pronto abri la
puerta
-Haga pasar al seor Miraba1.-
Maquinalmente se arregl un poco el cabello
con las manos y se ajust el nudo de la corbata.
- C o n permiso-, deca el hombre en voz ba-
ja, de pie en el hueco de la puerta.
Vicente se levant de
un
salto de su asiento
y
camin hacia l con las manos extendidas, observn-
dole a los ojos
ios
mo,
u
cambiado
est ,
di-
cindole apresuradamente
-Por favor, Leonardo, pasa adelante. ;Cun-
to tiempo sin verte -
Despus de apretarle las manos entre las suyas,
le palme la espalda
Qu
flaco est
y u
mel la
-Anda sintate.
Qu
orpresa ms inesperada
y
qu
gusto me da verte -
Leonardo se sent en el borde de la silla que le
ofrecan y conserv el sombrero girando entre las ma-
nos mientras deca con suavidad:
-Yo tambin me alegro mucho de verte,
Vi-
cente. ;Hace ya tanto tiempo . Tem que ya no te
acordaras de m.-
-No acordarme de ti?, pero, ests loco?.
Como has podido imaginar semejante cosa -
Vicente se sent de nuevo y mientras lo haca
Ie pareci de pronto verse a s mismo en medio de la
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V I R G I L I O D I Z G R U L L O N
multitud que colmaba el saln de actos del colegio, y
casi oy la voz del maestro de ceremonias:
Y
ahora, Leonardo Mirabal,
ganttdoi
de la medalla e
mrito, va
a
dirigirles la palabra en nombre de sus
compaiieros
La
voz del otro lo sustrajo bruscamente de sus
reminiscencias
-No nos veamos desde la graduacin, no
es
cierto?-
-No, Leonardo-, le contradijo-. Desde
un
ao despus de aquella fecha. Desde el
15
de
s p
tiembre de 1930, exactamente. Aquel da embarcaste
para Europa a hacer el curso de post-graduado y yo
estuve en el muelle para despedirte.-
-Vaya, tienes una memoria estupenda. La ver-
dad era que no lo recordaba. -Leonardo pareci que
se disculpaba.
Vicente se recost en el respaldo de la butaca
y apret los puos bajo el escritorio al recordar la
voz suave del director del colegio mientras l e deca:
La
iento mucho, seor Zza@drre, pero usted
no ga
n la beca.
E
seor Mirabal le sobrepas por
cuatro
puntasJy.Y la respuesta humillante de l, que todava
lo haca enrojecer: ~Mirabal? OhfCre que
no
com
petira.
-Todo este tiempo he estado preguntndome
lo que haba sido
de
ti-, dijo en voz alta.
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U D I C U L Q U I E R
El otro hizo un gesto vago con la mano y res-
pondi mirando hacia el suelo:
-Me han pasado muchas cosas desde aquellos
das. No he tenido suerte, jsabes? Malos negocios.
. .
Locuras de juventud.
.
Pero sobre todo mala suerte,
mucha mala suerte.-
Vicente se inclin hacia adelante:
-Pero, Leonardo, no puedo explicarme. Fuis-
t e siempre el primer alumno del colegio. . Hiciste
una carrera brillante.-
Leonardo habl sin quitar la vista del suelo:
-S, una carrera brillante hasta que sal del CO
legio.. ~Snbes,Vicente? Creo que me hizo mucho
dao el que all las cosas me resultasen tan fciles.
Llegu a pensar que sera lo mismo fuera y, en cam-
bio, ;todo result tan distinto . El da de la gra-
duaci6n pareca que tenia todo el mundo por delan-
t e . . .
Vicente, mientras lo observaba con mirada inex-
presiva, continu para s el curso de las palabras del
otro:
. .Y
lo tenas, jclaro que lo tenas Estabas jus-
tamente entre e l mundo y yo. Lo fuiste tomando to-
do
a u
paso. Para no ued ms qu lo que deja-
bas, porque siempre llegaba
a
todas partes
un
poco
demasiado tarde: exactamente dos pasos despus
que t.
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-Pero, y aquel matrimonio tan brillante que
hiciste? -pregunt en voz alta.
-iAh Fe enteraste de eso?.
Dur
poco.
Apenas un ao. Todo cuanto emprend fracasaba, y
mi matrimonio no fu una excepcin. No podra de-
cirte, Vicente, cundo la suerte me di la espalda.
Quizs
siempre me persigui la fatalidad, o tal vez
fu sucediendo poco a
poco
y no me di cuenta sino
cuando ya era demasiado tarde. Lo cierto es que cuan-
do intent reaccionar, no contaba ya
con
nadie.
os
que
antes
me adulaban, me volvieron la espalda. Las
puertas que antes se abran solas a mi paso, perma-
necan cerradas ante mis llamados desesperados..
.
No tienes idea de lo cruel que puede tornarse la
gente . .
Leonardo hizo una
pausa
y luego, tomando una
sbita decisin, mir
al
otro a los ojos y exclam:
-Tienes que ayudarme, Vicente. Eres la 1-
tima persona a quien acudo. No quise hacerlo hasta
ahora porque no quera mezclar mi vida de colegio
on
este va crucis por el que estoy pasando actual-
mente. aquellos tiempos fueron tan hermosos . .
Pero todo ha sido intil: ninguno de los otros ha
querih ayudarme.
Vicente se puso en pie y mir desde arriba la
figura encorvada en el asiento.
Y
qu puedo hacer por ti, Leonardo?-
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U
D I C U L Q U I E R
Respondi con voz anhelante:
S que el M o r imnez tu compaero de
bufete se retira. Me han dicho que andan uste es
buscando un subdituto. Dame esa oportunidad
por favor Vicente.-
El permaneci un rato mudo mirndole siempre
desde lo alto mientras recordaba el da de la entre-
ga de trofeos cuando el funcionario del Gobierno po-
na en manos de Leonardo la copa de plata que el
equipo del colegio haba ganado en las competen-
cias deportivas del ltimo ao.
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Vicente tuvo un pequeo sobresalto
y
ponindo-
se en pie respondi:
-Ninguna
Dr.
Jimnez. Un solo visitante du-
rante su ausencia. Justamente acaba de salir. Un
tipo sin importancia a quien conoc hace aos..
.
Y
cuando l a cabeza desapareci Vicente sac
su encendedor de plata del bolsillo lo prendi con
un movimiento del pulgar
y
lo acerc a la tarjeta
que tom del escritorio matenindolo all hasta que
sta ardi totalmente con una llama rojiza y bri-
IIante.
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PROPIED D PRIV D
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N pronto oy el cacareo asustado de las gallinas
y observ por la ventana su carrera circular den-
tro del gallinero IManuel descolg
de
a pared la
es
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V I R G I L I O D I Z G R U L L O N
copeta
de caza, coloc dos
cartuchos
en la recmara
y
baj corriendo
l
patio con
el
arma fuertemente
apretada entre las manos.
-iPjano del diablo, esta vez no vas a llevar-
t e nada de lo mo. -
l espacio abierto
que
dejaba libre a Ia vis-
t
e l ramaje de l a rboles, no haba trazas del gua
raguao pero su presencia se senta en el ambiente
del gallinero y en el terror que impulsaba la loca
carrera de las aves ~risioneras.
Desde el lugar donde permaneca en ace-
cho, dominaba el hombre toda la extensin de su
ptedio, excepto la pequea porcin que le ocultaba
el tupido platanar del fondo. No wa mucha tierra,
apenas ocho tareas con cultivos de pltanos en un
extremo, hortalizas en el otro, frijoles en el centro, y
esparcidos a lo largo del jard que rodeaba por
completo la casa,
una
ceiba, dos algarrobos
y
cua-
tro mangos. No, no era mucha tierra, pero cada me-
tro cultivado dentro de la triple hilera de alambre
de pas que circundaba la heredad, era obra de su
solo esfuerzo. Cada planta, excepto los grandes
r-
boles, fu sembrada por su propia mano. Todo lo que
all haba era de su exclusiva propiedad
y
no era
l
quien
iba a permitir que
un
maldito pjaro la-
drn le robara lo suyo.
Permaneca alerta, con cada msculo y cada
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U
D I C U L Q U I E R
nervio de su cuerpo en plena tensin, recorriendo
con la mirada los rincones del patio o adivinando
en
el cielo el camino que escogera el enemigo para
atacar, parado a pocos pasos del rstico gallinero
que levantaba sus paredes de tablas de palma y
alambre tejido alrededor de la crianza incipiente.
Esper inmvil durante un buen rato, pero el
astuto animal no se
dej ver.
d r qu
lo estoy
acechando, el maldito?.
e
corri luego algunos
pasos
a su izquierda sin abandonar un momento su
actitud vigilante, hasta alcanzar el ancho tronco de
la ceiba.
e
recost
u
instante
y
justo en el momen-
to de apoyar en el suelo la escopeta, y cuando ya las
gallinas reinbciaban tmidamente la bsqueda del
alimento esparcido en el piso del gallinero, vi de
sbito venir el guaraguao con las alas desplegadas e
inmviles, planeando en crculos cada vez ms es-
trechos hacia abajo.
Sin perder un segundo se ech la escopeta a la
cara y dispar. ;Toma, desgraciado .
Por un
momento crey que lo haba alcanzado. El ave cerr
las alas y pareci caer, pero de inmediato las bati
con bro inesperado
y
desapareci volando en lnea
recta tras el tupido ramaje de la ceiba.
Manuel corri separndose del rbol.
;P-
jaro del demonio . hasta convencerse de que era
intil disparar de nuevo porque el enemigo estaba
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V I R G I L I O D I Z G R U L L O N
ya fuera de su alcance. .
aldita
sea Era la ter-
cera vez que s le escapaba de las manos. Pareca
que mientras m s ganas tuviese de cazarlo, ms di-
fcil resultaba acertarle.
Se par en seco y agitando el puo cerrado
hacia la mancha negra que
s
empequeeca en el
cielo: ;La prxima vez, por mi madre que te tum-
bo -
Coloc la escopeta bajo el brazo y camin ha-
cia el platanar que se extenda en el fondo del pre-
dio.
Al or el disparo, la mujer se haba separado
bruscamente de los brazos del hombre y con los
ojos agrandadas de miedo dijo en voz baja
y
angus-
tiada
-Oste eso?. Es Manuel con la escopeta.
;Vete pronto de aqu . Que no te vea, Dios san-
to .
.
Haban estado acostados en el suelo, protegi-
dos de las miradas de la casa por la maleza tupida
del platanar, pero ya el hombre se haba incorpora-
do de un salto y
s
arreglaba apresuradamente las
ropas.
-Por dnde salgo? . .
-Por all, por la cerca de alambres del fon-
do. . ;Pero date prisa, por Dios . .
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U
N D I C U L Q U I E R
El corri desesperadamente pero cuando se
abra paso a travs de los alambres Manuel irrum-
pi en el claro y apenas con el tiempo suficiente
para echar una rpida ojeada a la mujer
n
recos-
tada en el suelo levant la escopeta y dispar sobre
la cerca.
E l hombre enredado en los alambres abri los
brazos y cay pesadamente a tierra.
Junto a la mujer muda de espanto Manuel
murmur mientras descansaba en el suelo la culata
del arma:
-Ya deca yo que la prxima vez te tumba-
ba. . .
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L
R LOJ
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LO dir
yo-
dijo el abuelo. Empu su
bas
tn
y ponindose el sombrero de pajilla amari
llento
se dirigi en busca del nUio que jugaba
en
un
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D I Z Q R U L L O N
rincn de la
galera
-Ven
mi hijo, vamor a pasear
-Tan
temprano, abuelito?-
El
nuio, -o junto al fmocanil
elctrico
miraba interrogante
hacia el
ancieno.
-No es tan temprano: son ya a de las cua
tra-
El nio
s
incorpor6 un poco y derodillas co
m e d a
desarmar
cuidedosamente los rielea
de la-
h.
-Deja
eso. YHL
Irme lo recoger
ms
tarde.-
El abuelo,
inchhdoee
tomb
de
la
m no
al
o
lo ayud a levantame:
-Lvate las manos y psate
un
poco el
pei-
ne.. .- y, al
ver
que e1 nio
se
diriga
hacia
el in-
terior de
la casa: -No .
.
No
entres ah . . Lb-
vatelas en el fregadero. .
El nio volvi aobre
u pasos con dd idad y
ntr por la puerta que daba a la cocina.
Se
acerc
al lavadero
y
abriendo la llave de agua, se mojb un
poco
las manos
lisndose con
ellas el pelo rebelde.
La mujer que estaba a su espalda extendi
u
ma-
noe haca l como si intentase ayudarlo, pero,
arre
pentida
de
su
gesto,
se
contuvo y permaneci
inm-
vil
observndole con
una
expresin extraa hasta
que el nio sali
de
la cocina.
7/21/2019 Virgilio Daz Grulln - Un da cualquiera
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U D I C U L Q U I E R
n la galera el abuelo ee paseaba impaciente
con las manoa la espalda sujetando tras de s su
bastn
-Ya
ests
listo?. Anda vamos-
Lo
tom de la mano y salieron juntos a la ca-
lle emprendiendo la marcha hacia el centro del pue-
blo.
-Por qu salimos tan temprano hoy abueli-
to?-
-Ya te dije
que
eran ms de las cuatro.
l
anciano sac del bolsillo el reloj de plata reluciente
y
desprendiendo la leontina de la trabilla de su pan-
taln
s
lo pas al nio dicindole:
-Toma llvalo tC; pero ten cuidado de que
no
se
te caiga.-
-Puedo llevarlo todo el tiempo?- El nio
haba asido el reloj con ambas manos
y
lo contem-
plaba asombrado.
-S m
hijo. M e lo devolvers cuando llegue-
mos de nuevo a la casa- le respondi el ancmno
ponindole una mano sobre el hombro.
Y por qu me lo dejas hoy abuelito.
. ?-
-Porque ya eres
un
hombre.
.
Es tiempo
de
que vayas aprendiendo a cuidar las
cosas .
El nio mir de nuevo el reloj observando el
girar
apresurado
del segundero
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D I Z R U L L O N
Y por qu slo se mueve la agujita dorada
abuelito?-
-Las otras tambin se mueven pero ms des-
pacio.
-No no.. No se mueven..
.
Mralas..
.
Acerc el reloj al rostro del anciano celosamente
aprisionado entre sus manos juntas.
-No
s
mueven cuando las estn mirando.
Pe-
ro si t e olvidas de ellas y no las miras aprovechan
entonces y corren para recuperar el tiempo perdi-
do.-
-Pero por ms que corran no podrn alcan-
zar nunca a
la
agujita dorada zverdad abuelito?-
-No mi hijo no pueden alcanzarla nunca.
. .
Y
por
qu
no pueden alcanzarla.
-Pues..
.
porque esa agujita dorada en reali-
dad es una agujita es un rayito de sol que yo
t ngo
aqu prisionero.
Y
t sabes qu deprisa co-
rre el sol cuando atraviesa todo el cielo en un solo
da.
El nio pendiente de cada palabra del
abue
lo asinti con la cabeza
y
qued un rato silencioso
hasta que luego sigui en voz alta el curso de sus
pensamientos:
;Y
cundo conseguiste ese rayito de sol abue-
lito?-
-Anoche mientras dorma. .
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-Anoche. Y quin te lo di?-
-Me lo trajo un viejito con una barba muy
blanca que le llegaba a la cintura.-
-Y por qu el viejito tena el rayito de sol?.
Quin se lo regal a l?-
-No era de l era de Dios . Y Dios se lo ha-
ba entregado para que me lo trajera a m.
.
-Dios? l nio permaneci un instante
abrumado. -?Y por qu Dios te regal el rayito de
sol abuelito?-
-No fu un regalo: fu un cambio..
Yo le
di algo mo tambin a Dios.
. .
-Y qu le diste
t?-
El abuelo permaneci un momento en silencio
y
luego respondi sin mirar al nio:
-Yo le regal algo muy precioso hoy mi hi-
jito. . .
Y despus de una pausa: -Ven vamos
a sentarnos all.
.
Se dirigieron hasta una cerca de mamposte-
r
que circundaba un solar yermo y se sentaron
so
bre ella el anciano apoyando sus manos
en
el bas-
tn colocado verticalmente frente a l y el nio a
su lado con el reloj entre las manos que reposaban
en sus rodillas y el rostro expectante vuelto hacia
el abuelo.
Este por fin habl:
-Fu un acuerdo entre Dios y yo sabes?. .
7/21/2019 Virgilio Daz Grulln - Un da cualquiera
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El necesitaba de alguien a quien yo quera mucho
y
deseaba tenerla a su lado para siempre.
.
.
Y yo
le dije que El era dueo de m y de todo lo mo y
que poda llevrsela cuando quisiera.
.
.
Entonces
El me di las gracias y me dijo: Deseo darte algo
a
cambio del sacrificio que t pido: toma este rayito
de sol y gurdalo para ti. .. -
El abuelo que haba hablado con la cabeza in-
clinada sobre el pecho hizo una pausa y luego agre-
g
mirando al nio a los ojos:
.
y
esa es la historia del rayito de
sol
.
Desde hoy lo tendremos t y yo para nosotros s e
h
er nuestro secreto y no se lo diremos a ms
nadie.
.
A ms nadie abuelito?.
. .
Pero yo quiero
contrselo mam. .
El abuelo coloc el brazo alrededor de los hom-
bros del nio y acercndolo hacia su pecho murmu-
r:
-No mi hijito.
.
. No podrs decrselo a ma-
m porque ella ya no estar en casa cuando volva-
mos..
.
El nio se levant de la cerca y anduvo algu-
nos pasos como si diera tiempo para que el sentido
de las palabras se abriera paso en su cerebro. Des-
pus de permanecer un instante inmvil levant
las manos en las que conservaba el reloj
y
apretn-
7/21/2019 Virgilio Daz Grulln - Un da cualquiera
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dolo fuertemente contra su pecho dijo:
-Ya podemos volver a casa jverdad abuelo?-
El anciano se levant trabajosamente y res-
pondi mientras iniciaban juntos el retorno:
-S
vamos.
Y
despus de una breve pau-
sa agreg: . . y puedes quedarte para siempre
con el reloj.
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L RE ELION
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i
OR
qu no te casas ta Julia?-
-Porque nadie ha querido casarse con-
migo Pedrito.-
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V I R G I L I O D I A Z G R U L L O N
Ella estaba sentada en la mecedora que impul-
saba suavemente, tratando de adormecer al nio re-
costado en sus rodillas.
-Yo me casara contigo-, dijo l,
pero soy
muy chiquito, zverdad?-
La
mujer sonri con dulzura y le acarici el
pelo mientras responda:
-S. Ahora ests muy chiquito; pero cuando
crezcas, tal vez.
-Crecer pronto, ta Julia, y entonces nos ca-
saremos.-
-S, mi hijito, y seremos muy felices los dos,
como en los cuentos. Pero ahora durmete, que ya
es tarde y maana tendrs que madrugar.-
Baj con lentitud la mano desde la cabeza del
nio hasta su frente y desde all
a
los ojos, forzn-
dole suavemente a cerrarlos. Se meci durante un
rato ms, y cuando estuvo segura de que l dorma
ya, se puso en pie y lo acost en la cama.
Tan pronto apag la luz, comenz a escucharse
claramente dentro de la casa el ruido del hierro gol-
peando acompasadamente sobre el cuero. ''Otra vez
aquel hombre trabajando de noche ", se dijo. Acer-
cndose
a la ventana entreabierta observ la I e a
de luz bajo la puerta del garaje. Nunca haba alcan-
z do
a
comprender por
qu su
hermano le haba al-
quilado esa pieza al zapatero. Cuando
edro
le
di
si
noticia era ya
un he ho
consumado y ella no se
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D I A C U A L Q U I E R A
atrevi a oponerse. Pero la verdad era que la tur-
baba la presencia de aquel extrao en la casa. Cuan-
do ella trabajaba en el jardn por las maanas, d e
ba pasar forzosamente ante la puerta del garaje y
no
pod
evitar mirar al hombre casi desnudo, con
apenas una camisilla rota
y un
pantaln recortado
que
dejaban ver por todas partes su carne oscura
y
sudada.
Al
segundo da estuvo
a
punto de pedirle a
Pedro que lo echase porque cuando ella pas aque-
lla maana con la regadera frente a la puerta, l la
mir de una manera que la desagrad profunda-
mente. Pero al fin decidi no hablar de aquello, te-
merosa de que su hermano interpretase mal la ac-
titud del hombre. Porque la verdad era que ste no
era atrevido
ni
insolente. No, l saba conservarse
en su lugar; pero aquella forma
de
mirarla
y
aquel
estarse all todo el da como un intruso.
Julia se apart de la ventana y contempl du-
rante algunos instantes al nio dormido antes de
salir en puntillas de la habitacin.
En la antesala, el hombre evant los
ojos
del
peridico que lea al sentirla entrar:
-Se durmi ya el nio, Julia?-
Si. Hace apenas un momento.-
-Me alegro. Quiero salir bien temprano ma-
ana.-
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Y cuando Julia sala ya de la habitacin, le
pregunt:
-2Nn has cambiado de idea?-
Ella, ya en el umbral, se volvi hacia l:
-No, Pedro. Ya te he dicho. . .
-Est bien. Pero recuerda que nuestra casa
ser siempre la tuya y que es
mi
esposa la que
in-
siste en que vivas con nosotros.-
Lo
s. Mariana es muy amable. Dile lo mu-
cho que agradezco su bondad. Pero t sabes bien
que es mejor as. Yo les estorbara.
. .
-No digas eso, Julia, nosotros no.
.
Pero ella haba ya salido y cerrado la puerta
tras de
s.
En el corredor, los golpes del martillo le llega-
ban ms distintamente y, sin darse cuenta, fu acom-
pasarido a su ritmo .montono el curso de sus pen-
samientos. No. No poda aceptar e ofrecimie~to
de su hermano. Aunque Pedro haba tratado de pre-
sentarle las cosas como si fuese ella quien les hicie-
ra un favor yndose a vivir con ellos a la capital,
comprenda muy bien que lo que trataba era de ate-
nuar el dolor que le producira separarse del nio.
Porque todos, incluso ella misma, saban
que
ese do-
lor sera grande. Tan grande, que no se imaginaba
ahora mismo cmo podra soportarlo. Durante los
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U
N
D I C U L Q U I E R
cinco
os
de su corta vida haba estado el nio
junto a ella, sin separarse jams de su lado, como
lo haba querido su pobre hermana antes de morir.
Qu
est&il resulta, pens, hacer promesas como
aqulla que le hizo en
su
lecho de muerte La vida no
reconoce ni respeta resoluciones tan a largo plazo,
termina siempre por impaer sus propias decisiones.
Al
cabo de cuatro aos, Pedro volva a casarse y aho-
ra, un ao despus, se llevaba a su hijo donde era 1-
gico que estuviese: al hogar que
su
padre
y
su nue-
va esposa haban formado.
Al entrar en la sala, percibi Julia de reojo el
movimiento brusco de la pareja de novios sentada
en el sof, separndose el uno de la otra, y los ges-
tos nerviosas con que ambos pretendan ocultar su
turbacin. Sin mirarlos de frente y un poco aver-
gonzada de su involuntaria intromisin, pas jvnto
al
sof
y camin hacia la galera, pero alcanz a
or, sin proponrselo, parte del dilogo que se desa-
rrollaba en voz baja a
su
espalda:
-Crees que nos vi?-
-No, no me parece.
. La
pobre ta Julia nun-
ca se da cuenta de nada. .
Ya en la penumbra acogedora de la galera,
acodada en la balaustrada de cemento
y
mirando
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D I Z
R U L L O N
sin ver hacia la puerta cerrada del garaje y hacia
el
ruido acompasado y sordo que surga tras de las
hojas de madera, Julia sinti que las palabras la
haban seguido desde la sala
y
zumbaban ahora jun-
to a su odo, como
inse tos
que volasen a su alrede-
dor.
.
la pobre tia Jufia no se
da
cuenta
de nada.
Se sinti herida en lo
s
hondo, all donde las cc
sas duelen realmente.
.
Por qu habra dicho aque-
llo Elvira? Para tranquilizar al novio o porque
crea realmente lo que dijo?.
. Era sa la idea que
tena su sobrina de ella?. Era as como pensaban
tambin los dems? Su hermano, el nio?. No,
el
nio
era distinto. al menos por ahora. Pero
los otros..
El martille0 del garaje pareci subir de volu-
men. Julia
se tap los odos con las manos y cerr
los ojos.
.
Siempre haba estado demasiado ocupa-
da, pens, para hacerse a s misma cierta clase de
preguntas. Pero ahora
se
senta como ante una puer-
ta que de pronto se hubiera abierto frente a ella. Tras
de aquella puerta, qu le estaba ofreciendo la vi-
da? mo haba llenado hasta ahora los aos trans-
curridos? Qu le quedaba para colmar los que fal-
taban por llegar?.
.
Maana temprano se marcha-
ba el nio; el mes prximo se casaba Elvira, y eHa
iba a quedarse sola
en
aquella casa que de pronto le
pareci enorme y ya vaca.
.
Z
entonces
Dios
mo?
. .
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C U L Q U l E R
Movi la cabeza de un lado a otro al comps
de los martillazos que ahora parecan sonar dentro
de su crneo. Pero por qu antes no se haba
sentido nunca as? Por qu tena
que
ser ahora, en
este mismo instante, cuando se viera a si misma tal
como era, tal como haba sido
y
tal como sera siem-
pre: una simple espectadora al borde de la vida, mi-
rndola de lejos y sin pedirle nada, como alguien que
observara desde la acera el alegre desfile que pasa
por la calle.
Con los ojos cerrados
y
la frente entre las ma-
nos, no respondi al saludo que le hizo al pasar
jun-
to a ella el novio de Elvira, ni mir a sta cuando lo
despeda con un gesto de la mano desde el otro ex-
tremo de la galera.
Por mucho rato permaneci all, inmvil,
y
cuando todas las luces de la casa se apagaron, baj
lentamente los escalones que conducan al jardn
arreglndose el pelo con las manos.
l
sentirla entrar, el hombre ces
de
go pear
y
la mir a los ojos. Ella no di ninguna explicacin.
Se acerc a l y tomndole la cabeza por el pelo cres-
po la apret contra su vientre.
El murmur con la boca pegada a la carne
tibia y palpitante:
-;Al fin .
.
Cre que ya nunca.
.
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Pero ella, inclinndose sobre el cuerpo more-
no y sudado, lo interrumpi con una voz que son
extraa an para ella misma:
-Mentiroso . Sabas ien que yo termi-
nara por venir.
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VECIND D
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UANDO
la
luz
marc
sus lneas
amarillas
en
los
bordes
de la ventana cerrada Jorge levant la
vista
del libro y m r
de frente
l s
toscas
hojas
de
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madera desteida, pensando que ya
la
mujer haba
entrado en su habitacin
y
estaba dando vueltas en
ella, como de costumbre.
Haca horas que l estaba all, sentado frente
a la ventana abierta, leyendo
a
ratos el libro que
reposaba sobre sus rodillas, pero consciente en todo
momento de que la oscuridad que reinaba en la ha-
bita cin lta de la casa de enfrente, significaba que
la mujer no haba llegado todava.
Estirando los brazos y arqueando el torso pe-
rezosamente suspir aliviado (la ventana no tarda-
ra en abrirse), y observ la noche. Ni una sola es-
trella en el cielo; slo algunas nubes inmviles col-
gando pesadamente sobre la ciudad.
Justo al nivel de la suya, la ventana de en-
frente se abri de par en par y la luz salt hacia
afuera. La mujer, con los brazos abiertos en cruz,
s
aseguraba de que ambas hojas tocasen la pared ex-
terior. All, bajo los brazos, en la zona que escapaba
a la proteccin de la tela, la piel triguea se enne-
greca con la sombra del vello recin afeitado.
La luz que nalca a su espalda le impeda dis-
tinguir con precisin las facciones, pero ya l
s
sa-
ba de memoria aquella cara. Desde haca un mes,
cada da vea ir
y
regresar del trabajo a la mujer,
la senta subir y bajar corriendo la escalera y, an
antes de verla, adivinaba su prxima presencia, a
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tal punto conoca el sonido inconfundible de sus pa-
sos presurosos y menudos. Y tan pronto los oa en
la acera de la calle, se acercaba a la ventana para
esperar que ella apareciese frente a l, movindose
en el interior de su habitacin, cambiando objetos de
un sitio a otro, o leyendo recostada en el sof que
converta en cama a la hora de dormir.
Jorge no sabra precisar en qu momento la
presencia de la mujer vino a tener existencia cons-
ciente para l. No supo cundo se mud a la pensin
que ocupaba la planta alta de la casa vecina, pero
s poda recordar el da preciso en que esa presen-
cia cotidiana y extraa a la vez, cambi por cornple-
to el curso de su vida.
Fu una tarde lluviosa del ltimo mayo. Des-
de la ventana, haba observado a la mujer en el za-
gun, esperando nerviosamente que la fuerte lluvia
aminorase. Un automvil particular se detuvo fren-
te a ella y Jorge adivin el dilogo entre el hombre
que lo conduca y la mujer de pie en el umbral.
"Quiere subir? Puedo llevarla donde quiera." "No,
gracias ' "Por favor, no vaya a pensar usted mal.
Slo quiero hacerle un pequeo servicio". "No se m
leste. Prefiero esperar". "Suba, no sea terca. Yo
l
conozco a usted.
S
dnde trabaja y voy en esa
di-
reccin. Suba usted".
Jorge se haba interesa-
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do en el forcejeo que presenta all abajo y lleg
a hacer clculos sobre el tiempo
que
le tomara al
galante conductor convencer a la pasajera remisa.
No ms de cuatro minutos , se dijo. Y de acuerdo
con el cronmetro suizo que tena siempre a su la-
do, a los tres minutos y cuarenta segundos exactos,
la mujer haba subido al auto y ste parta veloz-
mente hacia el centro de la ciudad. Pero a Jorge este
pequeo triunfo le dej un sabor amargo en la boca.
Estuvo cinco das sin asomarse
a
la ventana en
los momentos en que ella sola estar en la
casa
Du-
rante ese tiempo estuvo amargado, preso de
un
ex-
trao sentimiento de disgusto que hasta entonces no
haba conocido. El, siempre tan manso
y
paciente,
se irritaba por cualquier nimiedad
y
uno de los clien-
tes del pequeo negocio de relojera que mantena
all en su habitacin, lleg incluso a preguntarle qu
le pasaba
El tambin se lo pregunt a s
mismo y
a pe-
sar suyo, tuvo que confesarse que se senta obsesio-
nado par la vecina de enfrente. Al principio pens
qu
su inters era ms bien paternal. Ella era una
muchacha joven, inexperta, sola, en una ciudad que
probablemente le era extraa. El incidente del au-
tomvil podr repetirse, complicarse con algo peor
y sabe Dios qu cosas podran sucederle. Deba
buscar la oportunidad de conocerla personalmente,
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hacerse su amigo tratar de aconsejarla.. Durante
aquel perodo en sus frecuentes insomnios
s
h a -
ginaba sentado a su lado tomndole las manos
acaricindole paternalmente e l pelo mientras la aler-
taba contra los peligros de la ciudad.
Fero no se enga durante mucho tiempo so
bre la verdadera naturaleza de sus sentimientos pa-
ra con la mujer porque stos terminaron por salir
a la superficie de su coilciencia
r flotaban
ye
en
ella como una flor malsana.
Desde entonces su vida haba comenzado a gi-
rar alrededor de aquella persona extraa de la
cual no conoca ni siquiera el nombre. Da a da se
prenda como una hiedra al borde de la ventana pen-
diente de cada paso de cada actitud de la mujer.
All realizaba todas las reparaciones que le encomen-
daban y cuando no tena trabajo que hacer con el
libro abierto frente a s finga leer durante horas
interminables mientras todos sus sentidos la perse-
guan dentro de la casa tras las gruesas paredes de
mampostera que la ocultaban a su vista. Distingua
el sonido de sus pasos entre los de los veinte inqui-
linos de la pensin. Conoca el metal de su voz
y
el timbre de su risa y era capaz de percibirlos y di-
ferenciarlos en todo momento. Se saba de memoria
sus hbitos y gozaba secretamente con anticiparse
a su realizacin. Las horas de comida el horario de
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V I R I L I O
D I Z
R U L L O N
trabajo el momento del bao las salidas nocturnas
que 10 twtutaban hasta lo indecible y lo sometan a
largas
vigilias junto e la ventana.
Y
ahora en este preciso momento ella estaba
all frente a l acodada en el alfizar
y
miraba ha-
cia
la calle. Jorge levantando levemente la vista de
las
pginas
del libro poda observar cmo la tela
suave del vestido ceda al empuje de los senos du-
ros
y
erguidos
No era
fea
pero tampoco poda decirse que era
hermosa. Y era muy joven; tena que serlo porque
d
rostro era fresco
y
lozano el vientre plano
y
fir-
me
y
cada
movimiento
e
su cuerpo era preciso y
gil an
las veces que como anoche vistiera aque-
lla
falda estrecha que s
le
pegaba a los muslos
y
le marcaba las caderas
La mujer mir a Jorge y le sonri distrada-
mente. uego se inclin an ms hacia la calle mi-
rando a su izquierda..
A Jorge se le agolp la
sangre en
el
rostro. Sinti el rubor que le quema-
ba la piel y
odi
una vez ms aquella incapacidad
suya de esconder su timidez. ;Maldita sea i ella
llegara a sospechar De slo pensarlo sinti una
oleada e angustia oprimirle el pecho.
.
Pero era
una tontera pensar que ella hubiese podido notarlo
en la penumbra que envolva protectoramente su
rostro.
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U D I C U L Q U I E R
Frente
a
l la mujer bostez estir
los
brazos
y cerr la ventana.
Jorge permaneci inmvil mirando ya abierta-
mente frente a s.
e
quedara todava un rato
alli
porque despus de desvestirse ella apagara la luz
y abrira de nuevo la ventana antes de dormirse y
slo entonces l impulsara las ruedas de
su
silla
de invlido hasta la cama y desde all llamara pa-
ra que lo ayudaran a acostarse.
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PES DILL
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RUEDO insuperable absurdo par en seco la
carrera del nio a travs
e
la calle
y
le
apret
con mano de
hierro
el corazn. El manstruo
est b
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V I R G I L I O D I Z G R U L L O N
otra vez all, agazapado tras la alta pared que levan-
taba su argamasa de tierra y piedras frente a la casa.
Desde donde el nio observaba, angustiado, slo po-
da verle la cabeza, pero adivinaba su cuerpo inmen-
so enroscado como el de una culebra gigantesca, fue-
ra del alcance de su vista.
Inmvil,
como si una fuerza poderosa lo clava-
ra en el suelo, comprob aterrorizado que e1 monstruo
se daba cuenta de su presencia. Al principio se movi
lentamente, como si se desperezase al final de una
siesta. Despus, mirndole con su nico horrible ojo
desorbitado, resopl con estruendo y comenz a arras-
trarse hacia l rugiendo lgubremente. Slo cuando
vi que
s
le vena encima echando fuego, tuvo e1 ni-
o fuerzas para girar so
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