X Jornadas de Jóvenes Investigadorxs
Instituto de Investigaciones Gino Germani
6, 7 y 8 de noviembre de 2019
Rodríguez Buscia, Carlos Martín
CONICET/ UNMdP
Doctorando Cs. Sociales (UBA)
Eje 6. Espacio social, tiempo, territorio y turismo
Eje problemático alternativo
EJE 4. Cultura y Sociedad: Artes, Medios, Tecnologías Digitales.
Título de la ponencia: “Viajemos al Norte”: aproximaciones a las representaciones turísticas
del NOA desde la fotografía (1900- 1943)
Palabras clave
Turismo, NOA, Fotografía, Territorio, Representaciones.
Introducción
Tradicionalmente, la historiografía consideró a las fuentes escritas como el único y
más eficiente medio de reconstruir el pasado. Desde hace algunas décadas este
postulado fue revisado por las prácticas de la historia oral, la historia de las imágenes y
los estudios visuales.
Siguiendo los aportes de estos enfoques recientes, el objetivo central del trabajo aquí
propuesto será indagar sobre las representaciones del noroeste argentino (Tucumán,
Salta y Jujuy) durante la primera mitad del siglo XX a través del uso de fuentes
fotográficas.
La externalización de ciertas representaciones (y no otras) involucró estrategias de
poder por parte de grupos sociales hegemónicos. Por lo tanto, será de vital importancia
delinear qué principios legitimaron y guiaron el proceso de selección y difusión de tales
imágenes.
La función política de estos instrumentos -constituidos en públicos a través de las
instituciones y la prensa- visibilizó una determinada serie de representaciones culturales
de unos territorios que se re-significaron en tanto espacios de ocio.
Así pues, en las siguientes páginas se intentará abordar un objeto hasta aquí
inexplorado por la literatura especializada, a saber, la territorialización simbólica y
pública del espacio del NOA incorporando utillajes metodológicos que recuperen a las
imágenes y a los medios audiovisuales en tanto vestigios e indicios necesarios para
analizar el polisémico pasado.
Breves líneas de un estado de la cuestión.
Tradicionalmente, la historiografía se basó fundamentalmente en el texto escrito como
la principal, sino única vía posible, de “acceder” al pasado. Esta tradición se mitigó en
las últimas décadas del siglo XX a partir de los enfoques de la historia cultural que
incorporaron a la imagen entre los objetos y utillajes metodológicos con los cuales se
podía construir conocimiento histórico. (Vejo, 2012)
Esta dicotomía asentada por la práctica historiográfica, tendía a reproducir una
disociación jerárquica donde la verdad histórica solo era alcanzable a través de tipos
heterogéneos de fuentes escritas, y marginalmente, o a tono de ejemplificación por
medio de la(s) exposición(es) de las(s) imagen(es).
Esta subordinación de la imagen al texto, sugería una delimitación de contornos fijos y
límites entre ambos y entre las conexiones múltiples entre presente y pasado. Sin
embargo, esta “fronterización” daba cuenta más de unos usos historiográficos
específicos que de una conceptualización crítica de la imagen.
Ahora bien, la historiografía reciente asocia a la imagen con el concepto de
representación, el cual se mezcla lo visual y lo verbal en toda una serie de medios. Tal
como lo señala Mitchell (2009) toda representación es la configuración heterogénea del
aglutinante “imagentexto” en donde se vinculan instituciones, discursos y cuerpos.
Materializada, la imagen toma forma de fotografía, de película, de documental, de
cortometraje, de representación visual-textual. Así entendida, por caso, la fotografía se
constituye en imagen-documento, en un “índice” al decir de Guinzburg (1989). A partir
de esta imagen/ documento se informa una determinada visión de mundo y se posibilita
restablecer las condiciones de emisión y recepción, así como dar cuenta de las tensiones
sociales de producción de dicho mensaje. (Mauad, 2011)
Estos aportes teóricos arrojan luz sobre el tema a tratar en este estudio. Justamente, los
simbolismos y estéticas que los espacios destinados al ocio adquieren, lo hacen a partir
de la erección hegemónica de determinadas representaciones visuales.
Ahora bien, existe en este sentido una doble escasez historiográfica: por un lado,
particularmente en Argentina, los estudios históricos sobre el turismo aún son
relativamente incipientes, y prácticamente nulos en la región del noroeste argentino.
Tampoco abundan, precisamente, los trabajos que ahonden en la vinculación de la
fotografía pública y privada con la construcción histórica de territorios susceptibles de
ser turistificados.
La importancia de la imagen radica en que permite explicar, como expresó Bourdieu
(1965) determinadas regularidades en las representaciones de los espacios vinculados al
ocio y condicionar la emocionalidad de los posibles turistas, mucho más eficazmente
que un texto.
Al mismo tiempo, las diferentes expresiones de esa imagen permiten prospectar
definiciones de poder, al traslucir los esquemas estéticos y culturales que las
instituciones y determinados grupos sociales impusieron en un determinado momento
histórico.
Así pues, la imagen no es una mera convención que traza un mímesis con la realidad,
sino que se constituye en un producto cultural que sólo puede ser leído en tanto signo en
el marco de su historicidad. (Fiorini & Schilman, 2009: 161)
Es decir, la imagen puede erigirse en una enunciación que se procura una forma de
discurso específico en un aquí y en un ahora, es decir un contexto socio-histórico
determinado. Como toda enunciación se dirige a un alguien, por lo tanto se agencia una
intencionalidad que no está exenta de tensiones y conflictos sociales.
Utilizar la imagen como documento para entender procesos de simbolización del
territorio resulta crucial ya que esta tiene una gran “capacidad de activación” sobre su
destinatario (Gombrich 1991: 130). De esta manera, la imagen intenta motivar al turista
con una emocionalidad específica y atraerlo a determinados destinos turísticos mediante
un discurso seductor.
Para aproximarnos, a través del uso de la imagen-documento, a la evolución de las
representaciones de los espacios que se constituirían en turísticos en el noroeste
argentino fraccionaremos la temporalidad. Dicha división responde a los avances del
turismo en tanto actividad que se democratiza a lo largo del siglo XX al fragor del
accionar estatal y civil.
En primer término, abordaremos la época de un turismo de élite entre 1900 y 1930; y en
segundo lugar reflexionaremos sobre los tiempos en donde hicieron su aparición las
primeras políticas públicas turísticas 1930- 1945.
Los rasgos generales que trazaremos en el devenir representacional del noroeste, deben
entenderse como lineamientos aproximativos que no pretenden autodefinirse como
acabados, sino que se ubican en una dinámica nacional- regional atravesada por
conflictos y tensiones no cerradas a cortes temporales irreductibles o explicaciones
conclusivas.
1.- Turismo de élites y para élites (1900- 1930)
Durante las primeras décadas del siglo XX, “el viaje a Europa” o disfrutar de descansos
prolongados por ejemplo en Mar del Plata, era sólo accesible a las élites. El lento
avance de las clases medias y el beneficio de las vacaciones -para algunos de estos
sectores- fue transformando el panorama en materia turística. Sin embargo, dicha
evolución en términos de ampliación de derechos resultó aún más imperceptible en el
noroeste argentino. Los turistas, tal cómo se los concebía durante esos años, debían ser
gentes que contaran con “recursos para gastar”
Dentro de la región, durante las primeras décadas de 1920, los principales destinos
turísticos eran las Termas de Rosario de la Frontera en Salta y posteriormente las
Termas de Río Hondo en Santiago del Estero. En menor medida, otros destinos de la
élite, menos preeminentes, tales como la Quebrada de Humahuaca doblaban en 1920 su
población durante los meses de Enero y Febrero pasando de 800 a 1500. (Troncoso,
2008: 103) Asimismo, los Valles Calchaquíes en las localidades de Tafí del Valle y
Amaicha del Valle eran el destino de veraneo de las élites tucumanas y de algunos
pocos aventureros, pero se encontraban absolutamente aisladas ya que no contaban con
vías de acceso caminero o ferroviario. También aparecían atractivos locales intra-
provinciales que servían de residencias de descanso especialmente durante los fin de
semanas, como ser Santa María en Catamarca y Villa Nougués en Tucumán.
Los motivos que tenían las élites para visitar tales lugares eran múltiples. Por un lado, el
clima de montaña, como ser la Quebrada en Jujuy o los Valles Calchaquíes, que
entroncaban con un discurso higienista que desde finales del siglo XIX insistía en las
bondades de la naturaleza para prevenir ciertas pestes como el paludismo o curar
“patologías nerviosas” y todo tipo de afecciones (Jarrasé, 2002 y Walton, 2005). En tal
sentido, las aguas termales de Rosario de la Frontera habían sido descriptas en sus
beneficios para la salud durante diferentes momentos del siglo XVIII y XIX1,
estableciéndose allí finalmente el “primer balneario sudamericano” en 1880.
Sumado a ello, estos espacios de ocio se constituían en esferas de sociabilidad que
reproducían privilegios de clase, y favorecían las uniones matrimoniales entre la
oligarquía.
Dentro de todos estos lugares de ocio, las élites del noroeste visitaban especial y
asiduamente las Termas salteñas, constituyéndose hacia 1920 en el principal atractivo
de la región.
Como manifestación cultural minoritaria, el turismo de estos sectores acomodados del
NOA se expresaba a través de fotografías privadas, contactos epistolares y presencia en
la prensa de la época. Los destinatarios de las representaciones de aquellos años
quedaban circunscriptos principalmente a los grupos acaudalados tucumanos y salteños
y en menor medida de otras provincias.
El turismo de élite contribuía a que las representaciones ejecutadas se ajustaran a las
prácticas y costumbres dentro de un marco espacial social y simbólico cerrado.
Siguiendo dicha premisa que intentaba implantar en el imaginario la idea de
“exclusividad”, en Rosario de la Frontera la existencia de un amplísimo hotel privado,
construido en 1880 por el catalán Palau, buscaba impactar por su monumentalidad
europeizante en el horizonte descampado del mundo rural salteño.
Foto N°1. “Balneario Rosario de la Frontera. Aguas Calientes.” (Vistas de la República Argentina, 1920a)
1 Filiberto de Mena, en 1772 fue el primero en señalar las características de las aguas. Hacia 1858 el francés Martin de Moussy, a solicitud del presidente Urquiza destacaba que las aguas eran “muy frecuentadas”. Más tarde el gobierno salteño encargaría informes más detallados sobre las aguas a los “estudiosos” Stuart y Host, que serían complementados en 1888 por los informes del químico Schinkendantz contratado por el gobierno nacional.
En un mundo de dicotomías, el tiempo inconmovible de la ruralidad encontraba un oasis
que emulaba al lujo de las aristocráticas villas campestres del viejo continente. Una
construcción de tres pisos se levantaba impertérrita en medio del raleo del monte, allí
donde no parecía haber más que peligrosa naturaleza, se erguía la civilización. Las
fotografías tomadas revelaban una estética que expresaba una dimensión específica
dentro del sistema de valores implícitos, es decir de un ethos inserto en la pertenencia a
una clase. (Véanse Foto N° 1 y N° 2)
Foto N° 2. Rosario de la Frontera. Aguas Calientes. Balneario (V.R.A. 1920b)
Los cánones estéticos de las fotografías obedecían a pautas de producción determinadas
que se relacionaban con las prácticas del público que las visualizaba. No se
fotografiaban a obreros rurales cuidando el ganado, principal actividad económica
salteña, sino al edificio que contrastaba con la naturaleza y a los autos estacionados que
denotaban la modernidad del balneario. (Véase Foto N° 3)
Foto N°3. Rosario de la Frontera. Aguas Calientes. Balneario. (V.R A., 1920c)
Lentamente se construía un espacio turístico que conjugaba en la representación visual
una naturaleza agreste favorecida por las estaciones termales y una infraestructura
elitista, a la cual asistía gran parte de la red tupida de la oligarquía de la región.
Las fuerzas naturales ahora aparecían domesticadas por el avance del progreso, y sólo
eran asequibles a un círculo cuasi endogámico que se reproducía desde las altas esferas
de la socialización.
El hotel se amoldaba al nuevo impulso de la modernidad técnica ya que como polo
atrayente de ocio presionaba a la conectividad vial necesaria. La llegada del automóvil,
medio de transporte de los sectores más poderosos, complementaba un paisaje que en su
estética poco tenía que ver con la presencia de elementos criollos o nativos.
El uso del caballo sólo quedaría asociado al paseo ocioso que permitía avistar el paisaje
natural para generar un determinado goce emocional. Pero sobretodo, las cabalgatas
eran un componente más de las numerosas formas que asumía la sociabilidad de élite.
Se trataba de una actividad masculina, que reafirmaba virilidad, establecía complicidad
y camaradería entre los participantes. (Véase foto N° 4)
La fotografía se convertía en una alegoría en el cual los individuos son ubicados en un
segundo plano y tienden a reproducir las regularidades colectivas. (Bourdieu, 2003)
Aunque pareciera ser que se intenta retratar una realidad pura y transparente, la práctica
de la elección del objeto fotografiable responde a temas y personajes insertos en un
ceremonial específico. (Véase foto N° 4)
Foto N° 4. Cabalgata de turistas en Rosario de la Frontera (Fondo Privado Bonnin Mateo, 1932)
Las fuerzas naturales domesticadas eran socializadas por rituales de élite donde se
reproducía poder. El beber un vaso de agua y el tomar los baños se convirtieron en
momentos de citas, de actos sociales.
El disfrute de estos espacios se daba en un marco privado, donde el Estado no
participaba en la promoción de la actividad. Se trataba de un fenómeno de
monopolización del espacio de ocio que servía como catalizador de reproducción de
clase.
La élite retratada, reproducía los valores sociales y culturales predominantes, por lo
cual, precisamente, la fotografía expresaba una captación estereotipada y esperable de la
realidad social.
Foto N° 5. Misa para turistas en las Termas de Rosario de la Frontera. (F.P.B.M, 1930)
Las actividades turísticas se encontraban atravesadas por experiencias de grupo y de
clase, por lo cual, las representaciones fotográficas se pronunciaban en un contexto de
producción determinado. En la foto N° 5 se articulaban diversos sistemas de
disposiciones conductuales: entrelazaba el conservadurismo católico de los personajes
retratados con la “elección” legitimadora de la cámara.
El tipo de turismo que era capturado comunicaba el descanso y el ocio en contacto con
una confortable naturaleza domada, pero crucialmente, en un medio reconocible, sólo
asequible para un público elitista. El territorio se dotaba de materialidad y
fundamentalmente de una significancia específica. (Milton Santos, 1996) No
participaban de la misa obreros o campesinos, sino unos actores que se presumían como
parte integrante de un mismo grupo. Tres rasgos evidenciaban ello: en primer término,
la vestimenta, que siempre fue un elemento distintivo de grupo. La foto N° 5
identificaba a unas personas vestidas según los cánones de género y de la moda de
invierno imperante en los sectores más pudientes. En segundo lugar, la ausencia de una
capilla no era un impedimento para que la Iglesia reprodujera sus valores católicos en
los presentes. Quien estaba bendiciendo a los niños que se acercaban a él, es un Obispo,
parte de la alta clerecía norteña, asistido por un miembro ordenado. La presencia de
Dios no llegaba de la palabra de un miembro eclesiástico inferior, sino todo lo contrario,
la Iglesia reservaba a la alta jerarquía la relación con los miembros más destacados y
relevantes de la sociedad. Por último, el tercer elemento sugiere que el conservadurismo
católico de la élite encontraba en ese lugar de ocio, un espacio de reafirmación
identitario excluyente. Toda representación de un espacio turístico manifiestaba
implícitamente la apropiación simbólica e ideológica de dicho territorio y la presencia
de unos actores con sus imaginarios y presupuestos políticos.
En efecto, la apropiación ideológica y simbólica del territorio se efectuaba
públicamente. Los diarios de época se encargaban de discriminar públicamente los
apellidos obligatorios, y la pertenencia a unas determinadas actividades económicas y
políticas necesarias para poder participar de la sociabilidad y los espacios de ocio.
Foto N° 6. “Está en su apogeo la temporada de Invierno en Rosario de la Frontera” (1928) El Orden.
Burocracia estatal, altas esferas eclesiásticas y militares, todos estos sectores constituían
el flujo de turistas que se desplazaban por los principales destinos turísticos de la región.
La prensa exaltaba implícitamente el exclusivismo de la actividad y ponderaba la
sociabilidad de la élite: “la temporada está en su apogeo, realizándose sin interrupción
animadas tertulias y reuniones sociales que ponen en ambiente de ese pintoresco rincón
norteño una alegría y un vigor de vida realmente admirables” (El Orden, 1928a: 5)
Así pues, Rosario de la Frontera se convirtió en un destino ideal para el fin de semana,
favorecido especialmente por la conectividad ferroviaria con Tucumán, Salta y Jujuy; y
también durante algunas semanas en las cuales llegaban “respetables” turistas
provenientes de Córdoba y Buenos Aires. (El Orden, 1928b: 5)
Asimismo, la visita a las Termas además de reactualizar los mecanismos de
reconocimiento hacia el interior del grupo, tendía a sedimentar la pertenencia a un
colectivo mayor: la nación. Considerando que la temporada alta coincidía con las
semanas de las “fiestas julias” la élite encabezada los festejos del status quo patriótico
en el marco de la sociabilidad del descanso. (Véase Foto N° 7)
Foto N° 7. “Las familias que pasan la temporada en Rosario de la Frontera celebraron con una lúcida
fiesta danzante el 112 aniversario de la independencia”. (El Orden, 1928c: 5)
2.- Nuevas representaciones y primeras políticas públicas estatales. (1930- 1945)
La década de 1930 significó la presencia cada vez más marcada del Estado en materia
de intervención económica. Las condiciones externas marcadas por un creciente
proteccionismo en Europa y EE.UU obligó al gobierno argentino a tomar una serie de
medidas que incentivaron incipientemente el reemplazo local de bienes que no se
podían importar. El desarrollo vial fue un elemento central de la política económica que
intentaba reducir al mínimo los costes de trasporte de las cosechas y además, reactivar
las condiciones del deprimido mercado laboral.
Este avance en la construcción de caminos también tenía que ver con respuestas
estatales a las demandas de las asociaciones civiles promotoras del desarrollo
automovilístico tales como el ACA y el TCA. Desde principios del siglo XX el
automóvil era el símbolo de lo moderno, y también, el medio ideal para conocer con
“libertad y autonomía” el territorio nacional. Era necesario entonces crear caminos y
una red vial que sostuviera la necesidad hacer turismo. El turismo, abriría, siguiendo las
expectativas de la élite dirigente, una nueva veta de desarrollo económico y de ingresos
en el contexto de la crisis internacional y local.
Concretamente, estas expectativas se expresarían en la creación de la Dirección
Nacional de Vialidad en 1932 y de sendas direcciones provinciales a lo largo de la
década de 1930.
Junto con el avance de los caminos, también se dio la aparición de direcciones estatales
nacionales y provinciales especializadas en el fomento del turismo nacional durante las
décadas de 1930 y 1940. El ACA también profundizó su tarea de promoción de las
diferentes zonas del país a través de la distribución de cartas de ruta, recomendaciones
de viaje, apertura de surtidores y estaciones de servicio, señalización de rutas y
publicación de guías hoteleras y turísticas.
Este tipo de transformaciones permitió ir expandiendo las bases del turismo
convirtiéndolo en un fenómeno socialmente más ampliado. (Schenkel, 2017)
Así pues, el Noroeste argentino fue una de las zonas del país que recibió el aporte de
estas políticas públicas e iniciativas privadas.
Los actores privados nacionales, especialmente el Automóvil Club se encargó de
conferir al NOA una serie de imágenes que aglutinaban a las provincias que la
conformaban y a sus destinos turísticos en un gran circuito turístico. Hasta ese
momento, la ausencia de representaciones integradoras de la región había dado cuenta
del localismo de las élites que monopolizaban las prácticas y los espacios de ocio.
Así, se creaban, por primera vez, imágenes unificadoras del territorio del NOA
destinadas a un público nacional que incorporaba a las clases medias.
Asimismo, en Automovilismo, su publicación mensual, el ACA establecía un calendario
anual turístico en el cual se aconsejaba visitar determinada región del país en una época
del año específica.2
Aquí se había definido, siguiendo la tradición de las élites que los meses para viajar por
el NOA eran Junio y Julio, es decir la temporada de invierno. Las alusiones a las
bondades del clima en esta época del año eran uno de los argumentos que la prensa
había usado sistemáticamente para atraer a los visitantes de otras partes del país. Sin
embargo, la aparición de los caminos hizo hincapié no sólo en este aspecto, sino en
otros que lo abarcaban y superaban ampliamente.
2 En las décadas de 1940 y 1950 diferentes guías hoteleras y turísticas se encargarían de difundir un calendario turístico anual que disgregarían a los sitios turísticos del NOA a lo largo de diferentes meses.
El ferrocarril quedaba en un segundo plano y las clases medias que podían acceder al
automóvil tenían la posibilidad de disfrutar las bellezas del norte. Se anunciaba,
entonces, que el turismo al norte debía ser “individual y en automóvil” (Automovilismo,
1937)
La ruta 9, que unificaba Bs. As con La Quiaca, habilitada en toda su extensión en 1943,
reducía las distancias y permitía cumplir el deseo de conocer el país.
Durante las décadas de 1930 y 1940 dos elementos simbólicos cobraron fuerza en la
representación del noroeste, por un lado el sentido de belleza ligado con la
espectacularidad de los paisajes “vírgenes y auténticos” y el valor patriótico- nacional
asociado al patrimonio histórico de la región. Ambos elementos, contribuirían a dotar de
una “identidad territorial” al NOA.
1. La “autenticidad” a través de las fotografías públicas del NOA
El carácter denotado de las imágenes intentaba captar la mímesis de los paisajes
norteños, que eran por “esencia” naturales. Grandes valles, enormes formaciones
montañosas erosionadas por el efecto de las lluvias y el viento, desiertos y frondosas
selvas, el panorama paisajístico capturado por la fotografía era el elemento central a ser
mercantilizado.
Inmediatamente, esa selección de imágenes intencionales era cargada de apelativos que
forman una “imagentexto” al decir de Mitchell. Adjetivos tales como lo “grandioso”
“milenario” “extraordinario” en los epígrafes de las Fotos N° 8 y 9 tienden a recrear una
imagen de un paisaje sobrecogedor en la mirada del turista. Como lo señala Barthes
(1986) el mensaje connotado de la fotografía está constituido por una simbólica
universal que es la manera en la que la sociedad piensa. Por ende, el carácter
connotacional de las imágenes del noroeste está atravesado por una retórica
grandilocuente y se reserva para sí la reproducción de estereotipos visuales.
Foto N° 8. “Se inició la temporada de Turismo al Norte” (Automovilismo, 1940a: s/p)
Las representaciones culturales de estas imágenes, asociaban el consumo turístico al
goce visual estético caracterizado por una naturaleza descomunal y excesiva que desde
la observación en el vehículo se perdía hasta horizonte.
El único contraste posible en estas imágenes de naturaleza “auténtica” no corrompida
por la mano del humano eran las carreteras.
Las imágenes contraponían dos universos simbólicos de diferente cuño y los integraban
en un solo haz haciéndolos inseparables uno del otro. La naturaleza no podía ser
conocida sin medios ni acceso viales y los caminos se construían en un paisaje que a
través de las representaciones se lo adjetivaba como maravilloso y se compelía al turista
a visitarlo y a disfrutar de su “extraordinaria belleza”.
De este modo, no sólo se disparaban sugestivas imágenes condicionantes de la
subjetividad del futuro turista consumidor de panorámicas paisajísticas, sino también
que enaltecía la tarea realizada por la Dirección Nacional de Vialidad.
En la foto N° 8, las fotografías de las montañas del NOA atravesadas por las carreteras
se encontraban absolutamente desprovistas de tránsito vehicular, pero la sola existencia
del camino refería metonímicamente al automóvil. En dicha foto, el dibujo de un auto,
que se suponía estaba en movimiento le daba dinamismo a la representación: hacer
turismo en el NOA era una cuestión de velocidad, no de quietismo.
Por otra parte, no sólo se operaba una transformación en los destinatarios del mensaje
turístico, sino que el mismo mensaje sobre la naturaleza era diametralmente opuesto al
mensaje decimonónico. La consideración del desierto y el mundo rural salvaje o bárbaro
presente en los discursos políticos, literarios y ensayísticos del siglo XIX, daba lugar
hacia 1930- 1940 al deseo de satisfacer un consumo visual de una naturaleza auténtica,
“milenaria”.
Foto N° 9. “El Turismo hacia el Norte del País” (Automovilismo, 1941a)
2. Valorización Histórica del NOA en las representaciones.
El otro elemento presente en las representaciones turísticas del NOA durante las
décadas de 1930 y 1940 fue de carácter histórico.
Todas esas imágenes reprodujeron los posicionamientos nacionalistas de los sectores
hegemónicos de la época. Este cariz ideológico enlazaba directamente con la tradición
de la historiografía profesional, conocida como “Nueva Escuela Histórica”. Los
historiadores profesionales podían liderar el proceso técnico necesario para inventariar
los monumentos y lugares que contribuyeran a sistematizar una nación monolítica. La
decisión política de “recuperar” el acervo nacional arruinado, descuidado, o
sencillamente en vías de desaparición se realizaba en una época caracterizada por la
endeblez institucional y el nacionalismo exacerbado por la segunda guerra mundial. La
consolidación de la Nación a través del accionar del Estado tendía a dar legitimidad al
gobierno, puesto que esta era una tarea que encontraba unanimidad en el arco político.
De esta manera se creó en 1940 la Comisión Nacional de Museos y Monumentos
Históricos que tuvo por objetivo sistematizar el acervo patrimonial del país.
En ese marco, el NOA fue ubicado en la centralidad fundacional de la nación argentina
y la invitación al turismo en la región implicaba para el visitante reactualizar en la
experiencia la instauración de su patria y el contacto con el panteón liberal de próceres.
Una de las representaciones visuales más utilizadas en la promoción del turismo en el
NOA fue la imagen de la casa histórica en Tucumán. (Véase Foto N° 10)Foto N° 10. Portada (Automovilismo, 1940c)
Sin embargo, la reproducción imaginaria de este inmueble, contrastaba con la realidad,
puesto que desde 1875 a 1943, las imágenes presentadas en textos escolares, pinturas y
demás publicaciones no coincidían con el templete que recubría el salón de la jura.
(Blasco, 2017)
Así pues, se hizo urgente, hacer coincidir las imágenes colectivas insertas en la memoria
histórica con la realidad arquitectónica del edificio. En 1940 se decidió reconstruir
desde cero todo el edificio, y tres años más tarde, el 24 de septiembre era reinaugurado.
En el discurso de inauguración el presidente de la Comisión, Ricardo Levene expresaba:
La reconstrucción de la casa histórica de Tucumán, para darle a la misma la forma
arquitectónica verdadera y artística que tenía en 1816, era una aspiración nacional (…) y
la entregamos a la custodia y al amor del pueblo argentino, el pueblo que continúa en la
trayectoria de los fundadores de la nacionalidad, y marchan con fe a la realización de sus
grandes destinos. (Boletín de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos,
1944: 307, 310)
El NOA incorporaba entonces junto con sus espacios naturales de ocios, una
característica que interpelaba a los argentinos, un sentir nacional presente en sus
edificios, monumentos y lugares históricos. (Véase Foto N° 11)
Las fotografías públicas que fomentaban el “descubrimiento” del norte en automóvil
basaban su discurso en apelaciones a lo nacional, aglutinante de un sentir colectivo.
El atractivo que se construía era simbólicamente convocante, puesto que permitía a los
turistas convertir una excursión en una experiencia cultural sacralizada por un pasado en
común y futuro promisorio compartido.
Foto N° 11. “Nuestro pasado histórico a través de sus monumentos” (Automovilismo, 1941b)
Consecuentemente, las representaciones históricas- turísticas del NOA incitaban a
comulgar en un ritual político de un pasado perenne, ahora enmarcado en los
restaurados -o en vías de ser restaurados- monumentos. Allí se mezclaban expectativas
individuales y colectivas y una emocionalidad patriótica que daba unidad nacional y
homogeneiza culturalmente.
El Automóvil Club señalaba que “el Norte argentino nos vincula a nuestra tradición
histórica” (Automovilismo, 1940b). Las imágenes propuestas sufrían la homologación
simbólica entre la percepción de la nacionalidad, aprehendida a través de la
escolarización y reforzada por la opinión pública y las instituciones estales; y el
territorio que se turistificaba a través de su simbolización.
La tradición nacionalista de aquellos años recuperaba raudamente todos los elementos
que vinculaban colectivamente a los argentinos a través de su nacionalidad. Esa
nacionalidad era católica e iba asociada a un panteón de héroes. Por ende, quedaban
excluidas en la mímesis de las imágenes turísticas cualquier referencia a un pasado
discordante o bien elementos foráneos europeos que sostenían ideas por ejemplo,
comunistas.
Junto con la casa histórica de Tucumán, también se promovía el turismo a través de la
visita al Cabildo de Salta, el púlpito de la Iglesia Matriz de Jujuy, el Cabildo de
Humahuaca, la Posta de Yatasto, entre otros monumentos (Véase foto N° 12)
Foto N° 12. “Monumentos históricos en suelo salteño” (Automovilismo, 1941c)
Reflexiones Finales
En un marco de escaso desarrollo historiográfico del turismo y particularmente en la
escala regional del NOA, se reflexionó sobre la construcción de las representaciones
turísticas de dicha región a través del estudio de la imagen fotográfica.
En el proceso evolutivo de las imágenes turísticas se comprobaron dos momentos
históricos más o menos definidos. El primero de ellos durante las primeras décadas del
siglo XX caracterizado por un turismo de élite. Los rastros documentales fotográficos
externalizaban las prácticas y hábitos de consumo turístico de estos sectores, así como
también daban cuenta de los espacios de apropiación simbólica y reproducción de
poder. Estas reflexiones se evidenciaron en el caso de Rosario de la Frontera en Salta en
tanto destino turístico nacional.
Ahora bien, desde 1930 hasta la culminación del periodo conservador, en el marco de
políticas públicas en materia de turismo, comenzaron a evidenciarse imágenes públicas
que tenían como objetivo unificar al noroeste en tanto destino a ser visitado por medio
del automóvil.
A partir de las publicaciones del ACA se producía un conflicto rupturista entre las
nuevas representaciones promotoras del turismo nacional y las visiones turísticas
tradicionales reproducidas en el ámbito privado de la élite durante las primeras décadas
del siglo XX.
Las nuevas representaciones turísticas dotaron a los atractivos del NOA de dos
elementos “esenciales” susceptibles de ser consumidos: la naturaleza grandiosa que
generaría un goce visual y el acervo histórico- patrimonial que reforzaba, a través de la
visita a los monumentos, la nacionalidad de los visitantes.
Así pues, luego de las reflexiones aquí expuestas, se abren nuevas preguntas e
interrogantes necesarios para contar con un panorama más clarificador de la historia del
turismo en el NOA. A saber, ¿en qué medida, las imágenes unificadoras del NOA
impulsadas por el ACA contradecían las políticas turísticas provinciales enfocadas en
un desarrollo local? O bien, ¿por qué estas representaciones globalizantes de la región
no encontraron un correlato en políticas públicas nacionales que lograran coordinar
armónicamente el accionar provincial aislado y en muchos casos mutuamente
competitivo? Estos y otros interrogantes necesarios en la tarea de la problematización
temática quedan abiertos para un posterior desarrollo de investigación.
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